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Reseñas

Sobre Orillas. Coloquio en el país del sauce de Sergio Delgado y Enrique Fernández Domingo (ed.)1

Brice Chamouleau
Referencia(s):

Delgado Sergio, Fernández Domingo Enrique, Orillas. Coloquio en el país del sauce, Santa Fe, Ediciones Universidad Nacional del Litoral, 2022, 496 páginas.

Texto completo

  • 1 Este texto es una adaptación de lo leído en la presentación del libro en la Casa Argentina de París (...)

1Para quien tenga interés por la historicidad del lenguaje, de los conceptos y de las metáforas, Orillas. Coloquio en el país del sauce (2023) es un libro magnífico. La ambición de una historia de las orillas descentra la perspectiva sobre lo fronterizo, planteando un acercamiento filológico e histórico a una modalidad distinta de encuentro con la otredad a la que enuncia la voz “frontera”: aquí cuenta menos el encuentro frontal, el cruce o el paso abrupto de aquello que separa. Con las orillas, se enfatizan dos elementos procesuales, por así decirlo: el deslindar y el llegar a la otredad al final del viaje. Cuando empecé la lectura, el primer recuerdo que tuve no fue de playas, ni de las variaciones sobre el desembarco de Cristóbal Colón. Me acordé de versos de Fernando Pessoa, que contaban que el mayor viaje que se podía hacer en una vida era una circunvalación, porque consiste en volver al punto de partida. Abrí el libro cediendo, en vez de a la linealidad que se asocia al llegar a la costa después de un largo viaje marítimo o terrestre, a una circularidad. Menciono esta experiencia personal de lectura a modo de apertura de este diálogo con Orillas sencillamente para recordar cómo los significantes estructuran las experiencias, rigen su interpretación de un modo singular; y con esta disposición fue como leí el libro, como aportación a una historia de las metáforas políticas que, cual me pasara abriendo el libro con el recuerdo lejano y ambiguo de Pessoa, condicionan lingüísticamente las experiencias subjetivas.

2El libro es una gran contribución polifónica a una historia conceptual de las metáforas, un ámbito que merece atención, especialmente cuando —como es el caso aquí— los proyectos científicos colectivos apuestan por el carácter radicalmente poético, histórico y situado de las voces políticas, del ordenamiento del mundo. La ambición del texto lo pone a la altura de los autores que nombra y que, entre muchos, importan para mí, por conocerlos de letra más de cerca: Reinhart Koselleck, su historia de los conceptos y los desarrollos críticos que abre Elías Palti dialogando con la obra del alemán y sus aporías.

3El libro apuesta por la dimensión cognitiva del lenguaje y, leo yo, de la metáfora “orilla”, para ordenar el mundo, operando sobre cómo los sujetos se relacionan con aquél y con ellos mismos. “Orilla” cobra significación histórica en un acto de nombrar el mundo, prestando atención singular a la autorreferencialidad del lenguaje. El encuentro con lo otro, con lo extraño, con lo nuevo que anuncia la voz “orilla” en los relatos de viaje que reúne el libro alternando con sus respectivos comentarios académicos, viajes diversos, distópicos algunos, es la perspectiva que federa el conjunto de las contribuciones reunidas. Invita a entender la “orilla” como construcción social, política e histórica que remite a una instancia de enunciación que, palabras mediante, se apropia de la realidad, e incluso la instituye poéticamente haciéndola suya.

  • 2 Imprescindible referencia es también Dardo Scavino, El señor, el amante y el poeta. Notas sobre la (...)

4Esta atención al lenguaje preserva el libro de una dificultad actual en los saberes críticos y situados, la excesiva naturalización de las “experiencias” de los sujetos, que esencializa a la par y por igual experiencias y sujetos. Es, parece —y recordando a Palti—, el de los esencialismos estratégicos y más allá, uno de los espacios de renovación de la metafísica en el siglo XXI, atribuyéndole al sujeto la capacidad de enunciar alguna verdad definitiva sobre sí mismo y sobre el mundo tal como lo nombra y ordena lingüísticamente (Palti 2018).2 Al asumir que la “orilla” es umbral culturalmente instituido, “creación” incluso de un “lugar genético” para el yo que se apropia de lo que decide enunciar como “lo desconocido”, el libro se desprende del apego a una verdad trascendente sobre los saberes que va elaborando y se va acercando a una forma de saber débil, de pensiero debole que, recordando esta vez a Gianni Vattimo, abre la puerta al conocimiento de una otredad no absoluta ni esencial, no metafísica, sino meramente dependiente de las palabras propias que la designan como tal (Vattimo 2010). El análisis histórico del lenguaje, y el aparato crítico del libro, permiten imaginar una historia de la otredad a través de las orillas más allá de las esencias, una historia poética, mediada por el yo de enunciación, de la otredad.

5El libro explicita, por su interés por la gestión de la alteridad en los imaginarios de la modernidad occidental asociados con el mar y las orillas, por qué tal disposición a una otredad tan solo poética y, finalmente, dependiente de un precario yo de enunciación que se va relacionando con lo que le excede, constituye una exigencia para los saberes actuales. No me explayaré sobre el desastre de las orillas de la actual Unión Europea, de sobra conocido. El libro explora esta institución de una ontología de la otredad en la euromodernidad, parte de la inflación terminológica cartesiana con aspiración totalizante, que delata su fragilidad consustancial, designada aquí como “voluntad de dominar la otredad”. Las orillas aparecen como ese espacio simbólico y fronterizo en el que el sujeto moderno llega e instaura a sus otros. En ese sentido, las orillas aparecen como ese espacio límite que establece el yo de enunciación para ordenar la representación estética y política.

  • 3 Estas “orillas” hacen eco, para mi lectura, de la contribución de Bartolomé Clavero (2007) a la his (...)

6Las orillas son así una metáfora de la interculturalidad mediada, en particular, para la subjetividad moderna, por una “ética pionera”. En los significados acumulados por la “orilla”, asoma en la propuesta poscolonial del libro la sombra de la contribución de Carl Schmitt, relector de Francisco de Vitoria, en su Nomos de la Tierra, donde ensalza la toma de la tierra como acto fundacional de la autoridad política, momento de una decisión con fuerza instituyente y ordenadora. Dialogando con la historiografía que estudia esta tradición colonial teológico-jurídica española, y europea, metafóricamente las orillas deslindan en el libro, encarnándose en alguna materialidad geográfica, aquello que se queda fuera de la sistematicidad ordenada, dibujan una exterioridad constitutiva de la subjetividad moderna cuando se va territorializando, apuntan a la instauración de una excepcionalidad con la que pretende autofundarse el yo moderno.3 “Orilla” es metáfora claramente anclada en el acervo colonial de la subjetividad euromoderna, y Orillas contribuye a un conocimiento poscolonial de los límites imaginarios que significan políticamente el paisaje.

7Como siempre en tales casos, aquello que se presenta fuera, tan solo se queda fuera del alcance del yo poético que fracasa en el intento de apropiarse de algo que se queda irreductiblemente fuera de su alcance. La metáfora de las orillas, en el imaginario colonial, al instituir un afuera constitutivo, lo asocia a un proceso de “domesticación de lo salvaje”, que como acto de habla designa un doble acto performativo, uno externalizado hacia el afuera que se ha instituido como tal y al que se pretende domesticar, y otro internalizado, que designa aquello a lo que el sujeto de enunciación se prohíbe el acceso. Las orillas confrontan al sujeto moderno a sus aporías y a su incompletud radical. Precisamente surgió en la discusión en torno a Orillas —fue aportación de Graciela Villanueva— la relación etimológica de la “orilla” con la “boca”, boquilla. La orilla tiene que ver con un espacio limítrofe de la palabra propia, cuando en la enunciación el sujeto sale de sí, en un acto mecánicamente somatizado.

8Siguiendo esta vía, no cabe duda que la selección de la voz “orilla” por los editores del libro, y los directores del proyecto de investigación es acertadísima, porque abre una vía para pensar la alteridad en la modernidad occidental acumulando mucho más contenido que el concepto de frontera, de connotaciones mucho más administrativas y ásperas, y muy a pesar del apego que se tiene hoy por las topografías imaginadas. Las fronteras separan, dan por establecida la separación. Las orillas incorporan un fuerte componente reflexivo sobre el propio acto poético de separar. Esto requiere explicación.

9Las orillas, más que las fronteras si cabe, tienen que ver histórica y etimológicamente con la delimitación de la extensión de la soberanía, y concretamente con el poder del rey: deslindan el espacio de la soberanía del rex. Emile Benveniste, en su Vocabulaire des institutions indo-européennes, señalaba que “rex pertenece a un grupo muy antiguo de términos relativos a la religión y al derecho”, para a renglón seguido recordar que tanto la voz “rex” como la raíz “reg-” “sólo [estaban] atestad[as] en itálico, céltico e indio, es decir en las extremidades occidental y oriental del mundo indoeuropeo” (Beneveniste 1969: 9). El rey era quien “determina[ba] lo que es, en sentido propio, ‘recto’”(15), quien trazaba la línea recta; su misión era deslindar, establecer límites, y “orilla” fue condición constitutiva para conceptualizar tal comprensión de la instancia regia. Están aquí los componentes de una soberanía que internaliza una relación metafórica con el paisaje: las orillas se convierten en condición material para que cunda la constelación de los significados asociados al poder del rey. Para Benveniste, antes que soberano, el rey era sacerdote, y las orillas adquieren carácter sagrado, son radicalmente extraídas de su carácter topográfico, físico, e insertadas en el ámbito de lo simbólico y del derecho. Como cualquier otro elemento natural en la tradición occidental, son sacadas del mundo físico, palabra mediante, y acceden al repertorio simbólico de la ordenación del poder. Ni estrictamente físicas y naturales, ni estrictamente poéticas y culturales, delatan la permanencia de un resto de estatuto indeterminado, indecidible entre naturaleza y cultura, sobre el que se instituye lo sagrado de la ley regia.

10Con todo, siempre son peligrosas las interpretaciones etimológicas: como discurso sobre el origen, repiten el fundamentalismo que parecen combatir, cuando permiten oponer a determinados usos de conceptos otro uso considerado original o auténtico, imponiendo genealogías cultas a otras vulgares, siguiendo los derroteros de una deconstrucción que no ha renunciado a alguna verdad, en forma heideggeriana de aletheia por desvelar y revelar al mundo de los profanos. “Orilla” tal vez se preste más a una historia de los usos de la metáfora “orillera”. Y aquí, antes que cerrar el contenido, el rastreo etimológico acumula contenidos, abre la vía para una exploración más liberadora y creativa, coincidiendo con aquel que acompaña el horizonte del libro de una historia de los usos de las metáforas. Tal horizonte también convierte al libro en contribución importante para una historia del estatuto de las metáforas o de los regímenes de metaforicidad en la tradición occidental.

11Orilla procedería efectivamente, según el Tesoro de la lengua de Covarrubias, en acepción recogida por el Diccionario de la Real Academia Española, del diminutivo de “aura, æ” que designaba una ligera brisa, un airecillo, el soplo del viento y, en acepción identificada en Virgilio, exhalación, aliento, vía por la cual la metáfora de la orilla como mediación poética para condicionar el acto de la interculturalidad abre una reflexión sobre la calidad de la metaforicidad del lenguaje en la modernidad occidental, que afecta la institución de la alteridad, su fundamentalización en forma de “afuera constitutivo”. El significante orilla internalizaría no solo la extremidad de la tierra y los límites del poder regio, sino también la condición teológica del lenguaje en la tradición occidental. Como bien señalan los autores del libro, las metáforas tienen dimensión cognitiva; especialmente orilla, como metáfora poscolonial, hasta pronunciaría una dimensión autorreflexiva sobre la calidad del lenguaje en el encuentro con la otredad.

12Lo que la boquilla y el aliento que expulsa recuerdan es de hecho la vanidad del lenguaje legada a la tradición judeocristiana en el Eclesiástico, Qohelet. Pero es ésta una tradición más compleja de lo que aparenta, y que el propio Lacan rescata para restituir la experiencia del sujeto deseante mediada por el lenguaje —que todo sea “vanidad”, que las palabras construyan apariencias engañosas y tramposas o pasajeras, no da cuenta de la condición occidental del Logos (Lacan 2013). Lo que se traduce por “vanidad” es traducción errónea del latín de la voz hebrea hevel, que designa precisamente aliento, el aliento y el vaho pasajero que deja en el cristal, el soplo del logos explorado por la tradición joánica (Grojean 1991). Esta es la experiencia del Logos de la tradición judeocristiana, un logos encarnado en la experiencia somática del habla, en la que lo dicho se corporeiza en el acto de enunciar físicamente la lengua siempre singular de cada sujeto. La boquilla orilla a la vez que dice el espacio intercultural más simbólico de la extensión de los imaginarios modernos occidentales más allá de Europa como acontecimiento fundador de la modernidad colonial, también internaliza otra relación con el lenguaje: no un lenguaje absoluto y categorizador, clasificador y jerarquizador, sino un lenguaje que conoce su propia fragilidad y materialidad, su dependencia respecto de un yo de enunciación carnalmente situado, que se esfuma incluso cuando dice su perennidad.

13Ese yo cuyas palabras se esfuman cual el vaho en la ventana instaura otro espacio para historizar las poéticas de la modernidad occidental, al lado de la tradición colonial, de la apropiación, del extractivismo: el espacio del resto. Ese mismo Hevel, la exhalación que rescataba Lacan en su interpretación del deseo, es variante de Abel, asesinado por su hermano y sustituido por otro hermano menor suyo, Seth, a cuyo linaje pertenecerá Noé, con quien empezará de nuevo la humanidad en el relato veterotestamentario. La humanidad aparece así como un resto, aquello que viene a sustituir a un original que ha desaparecido definitivamente, la humanidad es aquella comunidad que se las ve con su autenticidad perdida, ante lo nuevo, palabras mediante. Orillas es el espacio de esa experiencia de la palabra como resto, y orilla es metáfora de la humanidad hablante como resto, como reliquat, como decimos en francés (Neher 1951).

14Ya lanzados, cabría recordar que esa humanidad que se piensa a sí misma como resto de una experiencia auténtica definitivamente perdida y tan sólo repetible de manera pasajera, l’instant d’un geste, fue capaz de suspender la validez física de las orillas. El episodio más singular es sin duda la experiencia de Moisés partiendo las aguas del mar Rojo. Martín Buber recordó que la percepción de una Revelación fue primera, que permitió que Moisés y los hebreos huyendo de Egipto interpretaran una situación concreta (puede que de sequía) como un milagro, donde se agotaba la significación cotidiana, dando paso luego a la Palabra que formalizaría tal percepción milagrosa —la suspensión de las orillas es acto de lenguaje que se carga de una dimensión mítica, que se recuerda como performativa, creativa (Buber 2015). Esta dimensión autorrealizadora del lenguaje sin duda es la que rastrea Orillas en el afán de los modernos por clasificar terminológicamente el mundo y ajustarlo a lo que decidieron encontrar en él. Hans Blumenberg, de hecho, le disputaría a Carl Schmitt la designación de la modernidad occidental como teología secularizada: en La legitimidad de los tiempos modernos habría reparado en el desplazamiento de una relación metafórica entre el sujeto y su experiencia del mundo en la sattelzeit que identificaría la historia koselleckiana de los conceptos entre mediados del siglo XVIII y mediados del XIX; la modernidad no podría precisar de una metáfora para enunciar su singularidad, la de la “secularización”. No se trataría de una secularización de los conceptos teológicos, sino del desplazamiento de una idéntica relación metafórica de los sujetos hablantes respecto del lenguaje, pasando de una ordenación teológica del mundo a otra que se presentaría como racional y administrativa, secularizada. Por ello, el metaforólogo le disputaría a Schmitt su fórmula, prefiriendo calificar la modernidad occidental como “teología metafórica”, perpetuando una relación metafísica con las palabras, designando un decir desplazado que tan solo habría sustituido el contenido semántico con el que hablar del mundo, sin afectar la manera en la que se relacionarían los sujetos con las palabras.

15¿Resiste la historia de la metáfora de las orillas la afrenta del Moisés, que las invalida? Ciertamente, el mito sitúa la articulación entre lenguaje y realidad, entre metáforas y sujetos, fuera de la causalidad moderna y determinista, y restituye otra sintaxis semiótica, más imprevisible, instalados los significantes en constelaciones huidizas y encarnadas. Sin duda la gesta de Moisés que se desentiende de las orillas nos plantea la dificultad de una articulación metafísica de la relación entre sujeto hablante y topografías imaginarias. Pero por sobre todo, el recuerdo mítico de Moisés lanza un doble reto a los exégetas del siglo XXI: asumir la dimensión poética de la significación del mundo y de las experiencias que esta condiciona, encarnadas todas, y atrevernos a pensar después de él otra relación con el lenguaje donde, esta vez, las palabras ya no actualicen nada más que el propio decir, sin más materia que les anteceda, para los asuntos públicos a los que interesa la actual historia política de las orillas y que Orillas empieza a escribir, antes del decir. Tan sólo el apego a un acercamiento filológico a los lenguajes políticos que considere la historicidad de las formas del lenguaje, insertadas en un régimen de historicidad lingüística, permitirá desactivar los fundamentalismos que indexan el habla respecto de alguna verdad, del signo que sea. Es esta una vía para reconocer un régimen de metaforicidad histórico, moderno u occidental, metafísico, del que, reconocida su historicidad, se puede salir si se cultiva la intención de desactivar la fundación de una otredad absoluta, volcando a la historia los horizontes ya abiertos que pretenden expurgar la lengua pública de cualquier materia que le antecediera (Agamben 1990).

16La textualización de las experiencias históricas de las orillas que el presente libro ofrece es una pieza sólida para cultivar la vía de cierta reflexividad sobre la metaforicidad de los lenguajes contemporáneos, los nuestros como todos, desplazados y aporéticos, encarnados y lanzados a su ex-posición formal.

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Bibliografía

Agamben, Giorgio, La communauté qui vient, Paris, Seuil, 1990.

Benveniste, Émile, Vocabulaire des institutions indo-européennes, 2. Pouvoir, droit, religion, Paris, Minuit, 1969.

Buber, Martin, Moïse, Paris, Les Belles Lettres, 2015.

Bartolomé Clavero, El orden de los poderes. Historias constituyentes de la Trinidad Constitucional, Madrid, Trotta, 2007.

Grojean, Jean, L’ironie christique. Commentaire de l’Évangile selon Jean, Paris, Gallimard, 1991.

Lacan, Jacques, Le séminaire. Livre VI. Le désir et son interprétation, Paris, Éditions de la Martinière, Le Champ Freudien Editeur, 2013.

Neher, André, Notes sur Qohelet (L’Ecclésiaste), Paris, Les Éditions de Minuit, 1951

Palti, Elías, Una arqueología de lo político. Regímenes de poder desde el siglo XVII, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económico, 2018.

Scavino, Dardo, El señor, el amante y el poeta. Notas sobre la perennidad de la metafísica, Buenos Aires, Eterna Cadencia, 2009.

Vattimo, Gianni, Adiós a la verdad, Barcelona, Gedisa, 2010.

Premat, Julio, Héroes sin atributos: figuras de autor en la literatura argentina, Buenos Aires, FCE, 2009.

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Notas

1 Este texto es una adaptación de lo leído en la presentación del libro en la Casa Argentina de París, el 26 de mayo de 2023.

2 Imprescindible referencia es también Dardo Scavino, El señor, el amante y el poeta. Notas sobre la perennidad de la metafísica de 2009.

3 Estas “orillas” hacen eco, para mi lectura, de la contribución de Bartolomé Clavero (2007) a la historización de la subjetividad moderna colonial, en el avance de la territorialización colonial en la que se instituye, por diferencia con los sujetos progresivamente puestos bajo tutela, el sujeto individual portador de derechos de los constitucionalismos de la época contemporánea.

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Para citar este artículo

Referencia electrónica

Brice Chamouleau, «Sobre Orillas. Coloquio en el país del sauce de Sergio Delgado y Enrique Fernández Domingo (ed.)»Cuadernos LIRICO [En línea], 27 | 2024, Publicado el 30 julio 2024, consultado el 09 septiembre 2024. URL: http://0-journals-openedition-org.catalogue.libraries.london.ac.uk/lirico/16140; DOI: https://0-doi-org.catalogue.libraries.london.ac.uk/10.4000/122go

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Autor

Brice Chamouleau

brice.chamouleau-de-matha@univ-paris8.fr
Maître de conférences HDR
Université Paris 8 Vincennes-Saint-Denis

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    Publicado en Cuadernos LIRICO, 25 | 2023
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