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Ficciones críticas

excusatio non petita, accusatio manifesta
excusa no pedida, acusación manifiesta

excusatio non petita, accusatio manifesta. excuse non demandée, aveu de culpabilité
excusatio non petita, accusatio manifesta. unsolicited excuse, manifest accusation
Cynthia Rimsky

Texto completo

1Z me pregunta por teléfono que hai estado haciendo. De puro miedo a hacer un corte en el continuo para establecer jerarquías, le cuento que tengo que escribir una ficción crítica y no se me ocurre qué. Menos mal que Z da por hecho lo que es una ficción crítica. Este verano me acerqué con vergüenza y por separado a W y a P para pedirles que me explicaran lo de la ficción crítica. Ambos le quitaron importancia y exigencia, convencidos, a partir de la lectura de mis libros, de que puedo hacer esto también.

2En el intertanto olvidé sus respuestas. No es la primera vez que me ocurre. Quizás la ficción crítica participa de un patrón de ideas que creo comprender y cuando intento decirlas a mi vez, frío, frío como al agua del río. Puede que me asuste la pompa. Porque la ficción me encanta. Y ya de niña me acusaban de ser demasiado crítica. Pasa que al ver las dos palabritas juntas y en ese orden, imagino un cajoncito tragón que en la parte de atrás tiene un resbalín por el que las ficciones críticas caen a un sótano terrorífico como el de los cuentos.

3No es ficción lo del sótano. Estaba escribiendo El futuro es un lugar extraño, la parte en la que uno de los sobrevivientes de una célula de izquierda radical de los años 80, que acaba de salir de la cárcel, no comprende que para postular a un fondo concursable de cultura necesita travestir el proyecto que desea llevar a cabo. He postulado innumerables veces a esos fondos; puteo, los critico, me enojo, pero comprendo perfectamente el imperativo de mentir, disfrazar lo que te propones hacer para ganar el concurso y luego hacer lo que quieres. Hasta que este personaje recién salido de la cárcel, suerte de muerto vivo o fantasma que se niega a dejar esa época carente de utopías, lo miró con sus propios ojos. Qué estoy diciendo, los personajes no tienen ojos. Entonces, ¿cómo miró sin comprender? Debe ser como esas alegorías que leí en los libros que compré el año 2002 que pasé sola en la playa de La Herradura, después de que la Fundación Andes, saltándose las reglas del arte, benefició a una joven recién aparecida en el medio que había publicado solo un libro, Poste restante. La beca venía con un dinero extra para libros y, por alguna razón, compré únicamente ensayos, ninguna novela, todos los que me alcanzaron con el dinero.

4Me trasladé a La Herradura con los libros, la computadora y un bonsái.

5Pasaba los días y no escribía. ¡Si hubiese leído a Levrero!

6Como me intimidaba almorzar en la mesa larga del comedor de esta casa descuidada y ajena, incluso para sus dueños que vivían en Argentina, hacía coincidir el almuerzo con la teleserie brasileña El Clon. El cable no llegaba hasta el living así que corrí el televisor con la mesita y el pañito tejido a un triángulo que formaba el pasillo, la puerta del comedor y la del cuarto. Me sentaba en el piso y, apoyada contra el marco de la puerta, veía El Clón y lloraba. La historia del clon que nace para hacer real el amor imposible entre un brasileño de clase alta, casado, y una joven huérfana marroquí rebelde, no pegaba con la historia que debía escribir sobre las relaciones económicas y de poder entre un escritor que publica por primera vez, una crítica, una colega, su editor y una periodista. Es más, no comprendía qué estaba haciendo o qué debía hacer en esa casa sola, año 2002, sin internet, rodeada de libros que no comprendía. ¿Por qué no estaba disfrutando de mi primera milésima de milímetro ganada a las reglas del arte? Había querido huir y, como dice el refrán, salí de Guatemala para entrar a Guatepeor.

7A la distancia que proporciona la escritura me parece que la joven becaria pensó que si leía todos esos ensayos teóricos podría revertir la ignorancia con la que había escrito su primer libro publicado y que coronaba largos años de una lectura ecléctica y azarosa, que medía la calidad de los libros por los gestos reprobatorios de la bibliotecaria municipal que copiaba a mano los títulos a su ficha de lectora.

8Tampoco estaba segura qué iba comprender en la teoría. No tenía una pregunta, ni por dónde buscar. Me sentía intranquila, como si en mi intestino viviera una lombriz pidulle. Eso que deseaba comprender salía de preferencia en la noche y picaba, no servía estar sentada ni de pié y me largaba. Me abandoné del todo y fui…fui en la noche iluminada, escribe Cavafis. De día recordaba que estaba allí para comprender, veía El Clon y lloraba.

9El bonsai no resistió.

10Fue creciendo la sensación de que necesitaba imperiosamente contrarestar Las reglas del arte en las que se basaba la novela que no escribía. El hecho de que Bourdieu supiera tan claramente adónde estaba y adónde iba a llegar como escritora, anulaba mi deseo de escribir.

11En el ensayo Fallar otra vez Alan Pauls (2022) se refiere a una categoría de artistas con problemas “que tuvieron quizás una única gran lucidez, la clarividencia recatada y ambiciosa a la vez, y que de allí en más les serviría para el resto de sus vidas de artistas, de preguntarse si esos problemas no serían en realidad lo único que tenían. O, más que lo único, lo más propio, lo más precioso que tenían”.

12Siguiendo a Pauls tendría que asumir que mi problema ha sido y es la dificultad para comprender. Hay un ensayo bellísimo de César Aira llamado Lo incomprensible. Cuando lo leí por primera vez tuve la impresion de que un conductor se detenía y me invitaba a subir a su auto para sacarme de un lugar donde llevaba atascada hacía meses. Me recordó una escena de El pasajero de Antonioni, después de que Nicholson encuentra a María Schneider y deciden viajar juntos en el descapotable de él. María le pregunta de qué está huyendo y Nicholson le indica que mire hacia atrás. María se pone de pie y voltea. A través de sus ojos aparece al camino que van dejando.

13La sensación de libertad que me proporcionó la lectura se desvaneció cuando me encontré con que la distancia entre lo incomprensible y la incomprensión es inconmensurablemente mayor a las tres letras que faltan.

14La incomprensión no aparece únicamente cuando leo teoría, tengo dificultades para comprender lo que escribo, lo que imagino y lo que observo. Cuando creo que voy a comprender, por ejemplo, adónde va este texto, aparece una nebulosa y me es imposible atravesarla. Ni siquiera poniéndome en puntas de pies alcanzo a ver aunque sea una hebra de lo que hay al otro lado. Tardé ocho años en escribir Los Perplejos porque no comprendía de qué iba el libro. Con Yomurí fueron doce. Hay lectores y lectoras que se dan cuenta y encuentran mis libros confusos, difíciles de seguir. No puedo rebatirles. Esta misma necesidad de comprender me impulsa a escribir nuevos libros y en todos se repite este “problema”. Temo que si algún día llego a comprender, no tendré motivación para continuar escribiendo. Si lo más precioso que tengo es la incomprensión, ¿cómo comprender sin comprender?

II

15En Países y meditaciones, un librito con textos sobre y de Proust, Peter Quennell cuenta que cuando el escritor ya estaba muy lanzado en busca del tiempo perdido, aunque ningún tomo de esa obra estaba publicado, una noche fría y lluviosa de abril de 1912 se puso un abrigo forrado en piel sobre la camisa de dormir y salió del hotel con la intención de documentarse para el último capítulo de su obra. Algunas horas después, los hortelanos de los alrededores de Rueil advirtieron sorprendidos que a la orilla de la ruta se detenía un taxi del cual bajaba al hombre delgado, cetrino, desmenelado, con un abrigo forrado en pieles sobre la camisa de dormir. Creyeron que Proust y el conductor eran bandidos y hablaron de llamar a la policía. No fue necesario. Apenas Proust hubo mirado las filas de manzanos florecidos al otro lado de un campo fangoso, subió al taxi y se alejó.

16Los manzanos donde Proust encontró la impresión exacta que necesitaba para terminar el último tomo de su obra, me recuerdan una de las pocas leyes —fuera de las morales— que aprendí en la escuela: la ley de la gravedad de Newton, en verdad, lo que recuerdo es la manzana cayendo del árbol. Un investigador del Conicet reconstruyó la historia del manzano real en el que se basó Newton y de cómo un retoño de ese árbol terminó llegando a la Argentina. Allí cuenta que la huerta de la casa de los padres de Newton tenía muchos manzanos, pero el árbol del que cayó la manzana que dio origen a la ley de la gravedad, estaba en el jardín de al frente.

17Pareciera que para comprender ¿una ley? hay que abandonar un hotel de noche, ponerse un abrigo de pieles sobre el camisón, tomar un taxi y partir, aunque sea para cruzar la calle.

18En uno de los libros que llevé a La Herradura leí algo tan sencillo como iluminador. Si Dios no tiene piernas o manos, las piernas y manos que aparecen mencionadas en las Escrituras tienen que referirse a otra cosa. ¿A qué refieren la fila de manzanos en flor que Proust encontró esa fría y lluviosa noche que salió a documentarse para terminar su obra?

19John Berger escribe, a propósito de la mirada, que junto al orden visible al que estamos acostumbrados, coexisten otros. “Los niños lo perciben intuitivamente, porque les gusta esconderse detrás de las cosas y desde allí descubren los intersticios que existen entre las diferentes gamas de lo visible”.

20¿Será la incomprensión en la que nos deja lo que vemos lo que nos lleva a creer que en una fila de manzanos en flor se ocultan otras gamas de lo visible? ¿O esas gamas inventaron la literatura para que podamos comprender lo que se oculta? ¿Existiría la literatura si solo hubiera un orden comprensible?

21Esa tarde en mi departamento de Santiago, cuando me pregunté por qué el militante revolucionario recién salido de la cárcel en El futuro es un lugar extraño (2016) miró sin comprender a la Cadini traducir lo verdadero en lo posible, tuve el impulso de ir a ver un formulario real, uno de papel. Tal vez, si encontraba el objeto podría comprender lo que él no comprendió. Del formulario en papel pasé a preguntarme adónde guardarán todos los proyectos culturales que se postulaban año a año desde que el país retornó a la democracia. ¿Qué pasó con todas esas ideas, esos deseos, esas utopías post dictatoriales, después de que el jurado selecciona a unas pocas ganadoras?

22De mi departamento en Santiago había dos formas de llegar al Ministerio de Cultura; una combinación de dos líneas de subtes o veintidós minutos de caminata. Lo primero que averigüé fue que no estaban allí; después de abarrotar pasillos y oficinas, a alguien se le ocurrió dejarlos ir. A través de un amigo de un amigo de un amigo me comuniqué con un funcionario del edificio público donde sí los guardaban. Como no contaba con un permiso oficial, el empleado me citó a la hora de colación.

23Proust no salió de su hotel desmelenado con el camisón entre la piel del animal y la suya, tras un manzano. Fue a buscar, como el revolucionario sobreviviente de los 80 que salió de la cárcel; una verdad, un secreto oculto. “El secreto es algo que ha sido sustraído, retirado, alguien lo tiene y no lo dice; no se trata de comprender; se trata de alcanzar la verdad oculta y sustraída. Otra vez un movimiento espacial, ir al lugar donde se esconde la verdad”, escribe Piglia.

24Está bien. Pongamos que Proust llega a los manzanos. ¿Y entonces, cómo hace para alcanzar la verdad que ocultan y sustraen?

25La verdad, el secreto, lo oculto, el espíritu, el interior. Más encima hoy es viernes y, desde aquí, estoy apenas a 29 minutos de la sinagoga de Nazaret y del servicio de shabbat. De niña me llevaban a la sinagoga de av Matta, la más pobre de Santiago. Tenía un estanque con peces de colores que podíamos salir a ver si nos aburríamos adentro. A mí me gustaba ir al templo, sentía que había allí una verdad que no estaba en la vida cotidiana. Era la constatación de que existía algo más que comer, dormir, trabajar, ganar dinero, amar, morir. El problema era que eso estaba dicho en hebreo o en idish, lenguas incomprensibles para mí. La cadencia, la melodía, el tono, la luz, la atmósfera, los gestos de los cantores, los rollos de la Torá guardados con tanto celo que los hombres en el primer piso besaban apenas con los dedos, hacían pensar que allí se encontraba la explicación a la injusticia, el relato de otro mundo y el camino que dejaba atrás este. El mensaje estaba casi al alcance de mi mano y no podía comprenderlo.

26La única prueba de que existía era una intuición, una sensación.

27Menos mal que existen los libros de María Sonia Cristoff y de María Moreno y de tantos otros que, habiendo leído a Proust, buscan la verdad, el secreto, la revelación, ahora en lo intencionalmente intrascendente, tonteras, detalles, domesticidades, tan distantes de la verdad, el espíritu y el alma, sin embargo, algo ocurre al buscar en esas nimiedades una revelación, algo les arranca la escritura a los objetos y a nosotros, y que tiene relación con eso no visible que fue a buscar Proust esa noche.

III

28Una vez encontré en internet un supuesto texto de Proust. “De la imaginación y del deseo”. Era tan trucho que no aparecía el nombre de la editorial. El o la editora se tomó el trabajo de seleccionar fragmentos en los que el escritor ensaya sobre la escritura, la mirada, la memoria involuntaria, los nombres… y los agrupó alrededor de subtítulos: El signo como jeroglífico, Quién busca la verdad. Otro más pretencioso: El encuentro de la verdad: azar y necesidad (contra el método). Durante años pensé que Proust sí escribió ese texto. Hasta que W me dijo que se trata de fragmentos extraídos de En busca del tiempo perdido.

29Uno de los subtítulos en los que me quedé clavada fue Impresiones o cualidades sensibles y contiene la escena de la magdalena. Allí Proust escribe en lo que parece una alusión directa a los manzanos en flor: “¿Buscar? No únicamente; crear”. En otra traducción lo encuentro así: “¿Buscar? No sólo buscar, crear”. Cuántas veces habrán copiado la frase y cambiaron de lugar la coma, el punto y el punto y coma. Hasta que ya no se pudo entender en forma literal y hubo que salir a buscar en la vereda del frente, el árbol de la ficción crítica. El manzano de Newton tampoco tuvo una vida fácil, crisis, enfermedades, más de una vez lo dieron por muerto y hasta lo velaron. Ni hablar de las viciscitudes del retoño traído desde Woolsthorpe a Bariloche y que dieron por muerto hasta que a alguien se le ocurrió replantarlo en otro lugar y floreció.

30¿Habrá sido el mismo árbol o se creó otro?

31¿Qué es lo que Proust crea cuando encuentra el manzano?

32Según Quennell lo que buscaba esa noche en los alrededores de Rueil era una impresión exacta. Es lo que dice el ensayo trucho respecto a la magdalena. Lo que aparece cuando Proust va hacia la magdalena y la taza y, al mismo tiempo, dentro de él, no es el recuerdo o la imagen, sino la impresión sensible. ¿Cómo se forma una impresión sensible? Supongo que la imagen se imprime, no en el papel, sino en la sensibilidad. Según la revista Muy interesante los órganos más sensibles del cuerpo son el dedo índice y el meñique.

33Esa noche, al borde del camino, en los alrededores de Rueil, “(Proust) se encuentra ante una cosa que no existe aún y que sólo él puede realizar e introducir en su campo visual”.

34Lo que no existe, para que exista, se desplaza con los dedos índice y meñique hacia el campo visual. Es la mirada la que hospeda a lo no visible.

35Proust regresa al hotel y, esa noche o semanas más tarde, escribe en el libro la impresión sensible que tuvo de pie al borde de la ruta. Para hacerlo, escoge de lo visible tres elementos: árbol, flores, fango.

36Pongo en el buscador de imágenes manzanos en flor al otro lado de un campo fangoso. Aparecen las flores blancas y los manzanos, no el fango. Pongo manzanos en flor fango. Esta vez aparecen más imágenes de la flor. Pongo fango. Huellas humanas en el barro, un tratamiento para la piel con barro, un pote con fango reductor, y hasta un volcán de barro en Rumania.

37La imagen creada por Proust no se encuentra en el orden visible.

38Hacen falta ingredientes que provienen del mundo de lo no visible. Proust escoge seis de ellos: escandalosa, lujuria, vestir, trajes, gala, pies. Al momento de escribir, en el cuarto de hotel, hace un segundo movimiento y cambia el orden de lo visible para hacer entrar lo invisible.

39Voy a leerles lo que escribió de esa fila de manzanos florecidos al otro lado de un campo fangoso en En busca del tiempo perdido: “Hasta donde la vista alcanzaba (los árboles) estaban en plena floración, escandalosamente lujuriantes, vistiendo trajes de gala y con los pies en el fango”.

IV

40Mi compra de libros para huir a La Herradura con la beca de la Fundación Andes, más que ecléctica, fue al tún tún. Entre ellos había dos tomos de La inquisición y la cábala de Andrés Claro, El libro de las preguntas de Edmond Jabés y varios de George Steiner que me mandó una prima desde México.

41Muchos años después, rememorando esa escena de lectura, los personajes de Los perplejos se preguntan en reiteradas ocasiones: ¿Entendí? Un supuesto joven Maimónides responde:

Si tuviese la facultad de leer sin los ojos como hacía de niño, cuando mi padre, Juez de la comunidad de Córdoba, me leía los pasajes de las Escrituras; entonces yo estaba más interesado en los objetos que había en su aposento y como el Juez me reprochó mi falta de atención, me vi obligado a confesar que no entendía: Entonces lee con el corazón, me dijo.

42No recuerdo si este párrafo lo inventé o es una cita. Como no acostumbro llevar fichas, por flojera o para convocar al azar, nunca lo sabré. Leer con el corazón es una de las cosas que aprendí ese año 2002 en la playa La Herradura. En vez de fabricar un clón de mí que pudiera al fin comprender los libros teóricos, comencé a leer la teoría como si fueran novelas. Mi manera de leer novelas es abrir el libro, como se abre una ventana, para saltar, no hacia adelante como Aira, sino hacia el exterior.

43La ventana del comedor de La Herradura ocupaba casi toda la pared. Del otro lado había un sitio eriazo. Cambié la computadora de lugar para observar la calle que bajaba hacia la playa. Como no alcanzaba a ver hasta las esquinas de arriba y de abajo, jugaba a adivinar de dónde venían y adónde iban las personas, los animales, los insectos, el viento, la arena, que pasaban unos segundos frente a mí. Mientras uno de mis ojos leía a Jabés: “…atravesar un barrio es también atravesar una parte de la noche o del día. Aquí, estás en una encrucijada y en una intersección imaginaria del vacío”, el otro ojo observaba la enredadera del poeta que trepaba por la reja de la casa de la mujer vestida de rojo que pasaba todo el día sola; desde temprano la veía sacar la basura, barrer la calle, ponerse el vestido rojo para ir a hacer la compra, sacarse el vestido para regar. Casi al final de mi estadía una mañana la pasó a buscar un hombre en una camioneta. El marido volvió como todas las tardes y encontró la casa vacía. Mi vecina vidente me contó que la mujer de rojo tenía cáncer. En la idea de que atravesar un barrio es también atravesar una parte de la noche o del día, pensaba en la desaparición de la mujer de rojo; ¿dónde estaba ahora su casa?, ¿qué iba a pasar con la flor del poeta, los pétalos naranjas y el centro negro que, a la distancia, parece vacío?

44La comprensión es como el centro de la flor del poeta; de cerca parece que existe y de lejos, te das cuenta que está vacío.

45Ese mediodía en Santiago tardé mucho más de veinticinco minutos —habría que preguntarle a google earth cuál es la altura de las piernas con la que mide los pasos— en llegar al edificio donde me esperaba el empleado que me iba a conducir al lugar donde guardaban los proyectos artísticos y culturales que pidieron financiamiento a través de formularios en papel al Fondo Nacional de las Artes desde el retorno a la democracia. El tipo me pasó un delantal celeste con un nombre de mujer bordado en el bolsillo para no llamar la atención. A medida que bajábamos el frío se volvió insoportable. Por fin se detuvo en el nivel -3. Acordamos que me pasaría a buscar en hora.

46Había llegado finalmente, después de muchas vueltas, a los cimientos, entre las columnas que sostenían el andamiaje público, donde se guardaban las utopías que desde el retorno a la democracia se disfrazaron de posibles para ser escogidas y concretadas. No me imaginé que en la verdad haría tanto frío. No sentía los pies o las manos. Me distanciaba para buscar una visión panorámica y no entendía, me acercaba para leer pedazos de esas miles, millones de posibilidades, y no entendía.

47Cuando muchas horas después volví a mi departamento, hice varios intentos de escribir. Hay uno en la página 119 de El futuro es un lugar extraño. Allí está la impresión que me produjeron las enormes pilas de hojas, los bloques macizos, los pasadizos tapados por los formularios, sin tapa, con páginas de menos, con las hojas cambiadas, tocando el cielo.

48En El libro de las preguntas, Edmond Jabes escribe: “ Y Yukel dijo: “La infancia es la hoja de papel en la que no puede mantenerse ningún signo, pero sucede que hay vocablos que se contemplan en ella, como en el vidrio de una ventana”.

49En el vidrio aparece sorpresivamente reflejado el cuarto que habitaba en casa de mis padres. Los invito a asomarse sin hacer ruido. Es de noche, todos duermen, aunque se lo tienen prohibido, la puerta está con llave, la joven estudiante prefiere sentarse en el suelo antes que en el escritorio donde cumple con las tareas escolares; tiene la espalda contra la pared y en el piso los libros que saca aleatoriamente de a tres una vez a la semana de la biblioteca municipal. Cerca de ella o quizás sobre sus rodillas está el diario de vida de tapa roja con candado que le regalaron a los 11 años. El diario sigue conmigo, en alguna parte de mi escritorio en Azcuénaga. He perdido tantas cosas, excepto el diario rojo. Mientras estaba en La Herradura revisé algunas páginas originales de la Mishná que fotocopié. Están diseñadas así: El fragmento con la experiencia base que dará origen a la ley, por ejemplo, un hombre le presta a otro una vaca, la vaca se muere, se ubica al centro, y, alrededor de él, dispuestos de cualquier forma, se hallan las interpretaciones y comentarios que hicieron a lo largo de los siglos los sabios sobre los comentarios e interpretaciones anteriores. El diario rojo seguía increíblemente el mismo esquema. Había comentarios breves, otros más largos con la tinta corrida por las lágrimas, fragmentos de letra irregular donde la ira rasgaba el papel, otros hechos con letras gigantescas que expresaban una emoción intensa. Y en el centro, tres palabras, apenas tres.

50“La solución, la única solución, escribe Pauls, es profundizar el problema, desplegarlo como un mapa. Porque un problema es eso: el mapa de una cierta manera de hacer algo con un lenguaje.”

51Es una incógnita cómo esas tres palabras escritas en el diario de vida rojo a los 11 años se convirtieron en un problema, cómo lograron abrirse camino, mutar, construir variaciones, desvíos, viajar a dedo, perderse en la oscuridad, volver a la luz, entretejer gamas, y encontrar una solución a mis espaldas para escribir sin comprender. Vuelvo al sobreviviente de la izquierda revolucionaria de los años 80 que, al salir de la cárcel al mundo carente de utopías en El futuro es un lugar extraño, no comprendió el formulario que haría posible una forma de vivir afuera. Si, como dice Steiner, hay en la escritura algo que estamos encargados de cuidar, es lo que no comprendemos.

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Para citar este artículo

Referencia electrónica

Cynthia Rimsky, «excusatio non petita, accusatio manifesta
excusa no pedida, acusación manifiesta»
Cuadernos LIRICO [En línea], 27 | 2024, Publicado el 30 mayo 2024, consultado el 14 diciembre 2024. URL: http://0-journals-openedition-org.catalogue.libraries.london.ac.uk/lirico/16015; DOI: https://0-doi-org.catalogue.libraries.london.ac.uk/10.4000/122gf

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Autor

Cynthia Rimsky

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