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Tamar Herzog, Trad. Miguel Ángel Coll Rodríguez (2019), Una breve historia del derecho europeo. Los últimos 2500 años.

Carlos Petit Calvo
p. 223-226
Referência(s):

Una breve historia del derecho europeo. Los últimos 2500 años [Tamar Herzog, Trad. Miguel Ángel Coll Rodríguez, 2019, Madrid, Alianza Editorial, 379 pp. ISBN: 978-84-9181-469-6]

Texto integral

  • 1 Edición original: A Short History of European Law. The Last Two and a Half Millennia. Cambridge, (...)

1Se trata de un manual de historia del derecho (¿europeo?) para estudiantes norteamericanos, un contexto académico que no debemos perder de vista a la hora de valorar el último libro de Tamar Herzog.1 Para esos estudiantes sin duda es una obra de elevada utilidad. Con pocas notas, cual corresponde a una ambiciosa síntesis concebida para la enseñanza, la bibliografía selecciona con cuidado –también con acierto, por lo común− títulos en lengua inglesa (muchos traducidos). Nada que objetar. No me resulta fácil pronunciarme sobre este libro, no en último lugar por una vieja complicidad con la autora. El último volumen de los Quaderni fiorentini (2020) ha publicado lecturas de autorizados colegas (César Hornero, Simona Cerutti, Andrew Fitzmaurice) con un comentario ad hoc de la propia Herzog, de modo que estas líneas mías nada o casi nada pueden añadir. Sin olvidar que la posición del crítico resulta siempre incómoda, pues escribe sobre un texto que no ha tenido el interés, el saber, la ocasión o la energía de elaborar; sus observaciones cuentan así con un déficit de partida.

2Lo último vale especialmente cuando se reseña una exposición general. Género profesional difícil, donde el autor intenta combinar un índice traslaticio –todo manual de historia del derecho, incluso si escapa como éste a la periclitada “delimitación nacional” del objeto, no dejará nunca de ser un manual más de historia del derecho: y vienen a la cabeza la Síntesis de un milenio de António M. Hespanha o la Europa del diritto de Paolo Grossi− con la singularidad del acercamiento (contamos ahora con una síntesis de dos milenios y medio). Como el manual se dirige a un público de estudiantes, o al menos de lectores cultos no-especialistas, a ellos corresponde enjuiciar mejor la obra, dejando claro desde el comienzo que el éxito de un manual no se deriva necesariamente de enfoques originales ni del acopio de datos infrecuentes; los modos de escritura, la selección de la información, el tino en la presentación del problema… en fin, la sensibilidad por acercar lo más antiguo a lo más nuevo también explican la eficacia de un libro de conjunto.

3Todo ello concurre en el libro de Tamar Herzog. Dentro del género común del manual –tanto, que tiende a la uniformidad− cada pieza puede presentar cotas de superior o inferior maestría o, lo que viene a ser lo mismo, mostrar con mayor o menor nitidez la trayectoria y la personalidad del autor. El americano Max Radin (1880-1950), agudo y casi olvidado profesor de Derecho en California (Berkeley), escribió en cierta ocasión que el profesor de una materia en realidad se enseña a sí mismo, y sin duda la Breve historia de Herzog lleva impresas entre líneas experiencias personales y académicas, don de lenguas, contrastado rigor. De entrada, la atención al common law en los capítulos medievales y modernos (pp. 131 ss, pp. 183 ss) –lo más interesante en mi opinión para el jurista “continental”− es más amplia y más atinada que las páginas equivalentes de textos afines; por ejemplo, a salvo siempre la maestría de Grossi, L’Europa del diritto no cuenta con la debida (in)formación. Pero supone también, acaso para salvar la ausencia de un rudimento romanístico en el estudiante americano medio, que Herzog se haya visto obligada a penetrar sin muchos instrumentos en la selva de la experiencia, y de la frondosa literatura, del derecho romano (pp. 25 ss); entiendo que la Breve historia, siendo aún más breve, nada o poco perdería sin el relato de la “Antigüedad”. Preciso aún que uno fue el derecho romano de los romanos y otro, bien diferente, el derecho romano de los romanistas, interesando aquí lo segundo; lo primero es un mundo maravilloso que Herzog no transmite, y sólo Marie-Thérèse Fögen, en sus excelentes Römische Rechstsgeschichten (2003) –también accesible en versión italiana y francesa− acertó en la descripción. Esta precisión me sirve todavía para imaginar un manual alternativo de enorme interés, como demuestra aquí y allá la misma autora: cf. pp. 213 ss sobre la lectura inglesa de la Carta Magna en el siglo XVII.

4Con toda razón la Europa de Herzog es también América −apenas África o Asia− pero no Escandinavia, ni los pueblos al sur y al oriente del Danubio y el Dniéper, ni la Segunda Roma (Bizancio), ni menos aún la Tercera (Rusia). El equívoco entonces se encuentra servido, cuando un simple adjetivo (nuestra Europa es “occidental”) hubiese abortado el problema. (No por casualidad la recordada Fögen fue una notable romanista experta en derecho bizantino.) Si la extensión hacia América resulta inevitable, y no sólo para entender las vicisitudes transatlánticas del common law (cf. las importantes advertencias de pp. 241 ss, sobre la “teoría de la transferencia”), sino también para explicar el recurso al ius gentium y su “naturalización” en la estela de Vitoria y Grocio (pp. 211 ss, una de mis partes favoritas por eficacia expositiva), el olvido de Asia y, sobre todo, de África en los tiempos del Estado y del Derecho (positivo) de Europa (occidental) rompe la simetría del índice en detrimento de la segunda “universalización del derecho europeo” (pp. 285 ss). Del ius gentium al derecho internacional que los juristas inventaban justo cuando “redescubrieron” a Francisco de Vitoria con la excusa del centenario de Hugo Grocio, el parámetro de la “civilización” que se depositaba en los derechos europeos (occidentales) funcionó de medida (regula, norma) para diseñar una humanité civilisée. Un severo límite del pujante derecho comparado (Raymond Saleilles).

5El sinalagma colonial –fragmentos de civilización europea a cambio de trabajo y recursos naturales, sin otro título que la ocupatio del derecho privado; la minoría legal de los súbditos coloniales hacía impensable su consentimiento− se encuentra ausente de nuestra Breve historia. Hay, por el contrario, una buena narrativa sobre el fenómeno de la expresión codificada del derecho. Como en las anteriores partes en que se divide esta obra, al menos a partir de su comienzo ideal (yo lo sitúo en el año Mil, pp. 91 ss), el equilibrio en el tratamiento –nuevo reflejo de la doble educación, angloamericana y continental, de la autora− aparece en las páginas dedicadas a los códigos francés y alemán y a la codificación en la cultura de common law. Si cabe aplaudir la desmitificación del contenido del Code como un derecho nuevo (cf. la rápida mención de p. 288), lamento que se despache en nota la relación, no siempre precisa, de los códigos derivados (p. 290, n. 2); la fortuna de la codificación de cuño napoleónico también tuvo que ver, no sólo con un proyecto de concentración de impulsos periféricos en un centro omnipotente (representado en la cripta circular de los Inválidos); obedeció además el triunfo de la abogacía francesa como modelo europeo (occidental y continental) del “foro moderno”. Por razones similares el oportuno relato de la Escuela Histórica a propósito del Bürgerliches Geseztbuch y la descripción de este texto necesita de, al menos, dos palabras más sobre la concepción del derecho como ciencia jurídica; un proyecto que llegó a dominar −desde los años 1870− el panorama europeo (ahora no sólo occidental, ni tampoco siquiera continental) ante el prestigio gigantesco de la universidad alemana.

6El capítulo sobre ambos códigos sin duda aprovecha al estudiante norteamericano en la misma medida en que lo hace, pero para beneficio del colega “continental”, el dedicado a la codificación inglesa y americana (pp. 299 ss). Al principio fue Bentham, desde luego. No falta en la Breve historia (p. 306) aunque sorprende encontrarlo al final. La de la codificación británica se entrevera con el experimento normativo realizado en la India, con frutos originales –y todavía vigentes− que muchos consideraron una solución idónea para la metrópoli; en este sentido la figura de James F. Stephen −otro apóstol de los códigos y máximo asesor jurídico del gobierno de la India− merece siquiera una nota: si el esforzado Stephen no consiguió vencer los “siniestros intereses” (Bentham) de las clases profesionales, el éxito le llegó desde las colonias ultramarinas. Y una Law Commission, sin demasiado empeño ciertamente, ha prolongado la cuestión a lo largo del siglo XX.

7Al repasar estas páginas me viene a la mente un ilustre precedente. Probablemente la autora desconoce (no tiene por qué conocerlo) el pequeño libro de Édouard Lambert, L’enseignement du Droit comparé (1919), de expresivo subtítulo, que enuncia programa: Sa co-opération au rapprochement entre la jurisprudence francaise et la jurisprudence anglo-américaine. En relación con la codificación del derecho (cf. Breve historia, pp. 307 ss) el meollo de esta otra aportación conducía a Norteamérica, un espacio más cómplice que Gran Bretaña con los códigos latinos, que tanto habían influido en las primeras décadas de la república –sirven los Commentaries de James Kent para demostrarlo− y que seguían presentes en varios estados de la Unión. Los ensayos para establecer un régimen uniforme en materias de derecho privado indicaban además que los Estados Unidos merecían la atención del comparatista; se la presta ahora, lógicamente actualizada un siglo después, nuestra autora (pp. 314 ss); llama la atención la proximidad de los planteamientos.

8Temo que esta lectura impresionista no le haga justicia –due process− al manual de Herzog. Ya advertí que, como profesional de la historia jurídica, no formo parte de su público: los amigos florentinos escogieron, o convocaron espontánea y felizmente, a un experto en derecho privado (Hornero), un conocedor del pensamiento político (Fiztmaurice) y una historiadora generalista (Cerutti); proceda el lector de esta nota a disfrutar de sus sagaces observaciones. Por mi parte sólo puedo añadir que el universitario americano aprenderá con Tamar Herzog la historia de la tradición jurídica que siente más próxima, pero en informado cotejo con la del “derecho continental”; el beneficio es completo. El historiador no jurista de una u otra tradición dispondrá de una síntesis histórico-jurídica excelente en apoyo de sus investigaciones. Y el estudiante europeo (occidental) podrá enriquecerse con el tratamiento dado a las fuentes y las instituciones de Inglaterra y de los Estados Unidos (aunque seguirá algo perdido, en su poco conocimiento del proceso inglés, entre writs y pleadings).

9La traducción de Miguel Ángel Coll generalmente ayuda, aunque algunos, recurrentes, falsos amigos (legal no es legal, como law no siempre es ley; consistency es coherencia; evidence es prueba) desvíen o dificulten la consulta.

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Notas

1 Edición original: A Short History of European Law. The Last Two and a Half Millennia. Cambridge, MA: Harvard University Press, 2018.

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Para citar este artigo

Referência do documento impresso

Carlos Petit Calvo, «Tamar Herzog, Trad. Miguel Ángel Coll Rodríguez (2019), Una breve historia del derecho europeo. Los últimos 2500 años.»Ler História, 77 | 2020, 223-226.

Referência eletrónica

Carlos Petit Calvo, «Tamar Herzog, Trad. Miguel Ángel Coll Rodríguez (2019), Una breve historia del derecho europeo. Los últimos 2500 años.»Ler História [Online], 77 | 2020, posto online no dia 30 dezembro 2020, consultado no dia 17 janeiro 2025. URL: http://0-journals-openedition-org.catalogue.libraries.london.ac.uk/lerhistoria/7086; DOI: https://0-doi-org.catalogue.libraries.london.ac.uk/10.4000/lerhistoria.7086

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Autor

Carlos Petit Calvo

Universidad de Huelva, España

cpetitcalvo@gmail.com

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Apenas o texto pode ser utilizado sob licença CC BY-NC 4.0. Outros elementos (ilustrações, anexos importados) são "Todos os direitos reservados", à exceção de indicação em contrário.

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