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Reseñas

José Jairo González, Elsy Marulanda Álvarez: Historias de frontera: Colonización y guerras en el Sumapaz,

CINER Bogotá, 1990.
Darío Fajardo M.
Bibliographical reference

José Jairo González, Elsy Marulanda Álvarez: Historias de frontera: Colonización y guerras en el Sumapaz, CINER Bogotá, 1990.

Full text

1La recuperación de las historias de vida que impusiera en su momento Óscar Lewis ofrece un ángulo de análisis que no siempre es tenido en cuenta por los estudiosos, incluyendo frecuentemente a quienes aplican este sendero para la recolección de información: la perspectiva de lo local o, más propiamente, la visión del espacio que ofrecen los protagonistas. En el caso de las Historias de frontera de José Jairo González y Elsy Marulanda nos encontramos con un doble protagonismo entrelazado: el de los personajes de la aventura colonizadora y el de la construcción social de una región. Es precisamente este entrelazamiento el que da particularidad a este rincón del oriente tolimense como una unidad discreta en términos históricos y de la geografía humana.

2El estudio comprende una exposición introductoria sobre el proceso de la colonización en el Sumapaz, en particular de su flanco occidental u oriente tolimense; los conflictos que desembocaron en “la violencia” y las primeras acciones del Frente Nacional dirigidas hacia la neutralización de los conflictos en la región.

3Esta introducción es la puerta de entrada a los cuatro grandes relatos, construidos por personajes que en forma alguna pretenden la calidad de héroes, que con sencillez proverbial unen sus recuerdos de las peripecias con las cuales se tejió la historia de una compleja sociedad local.

4Los ejes de los relatos son la experiencia colonizadora y la guerra. Necesariamente, las vivencias políticas y militares son componentes igualmente centrales en estos testimonios y su aporte a la comprensión de estas facetas del desarrollo histórico colombiano habrá de potenciarse en la síntesis que será preciso realizar cuando dispongamos de un acopio mayor de historias regionales.

5Pero los ejes de los relatos así identificados no agotan su temática. La inscripción de este estudio dentro del concepto de “Colombia como país en construcción” provoca necesariamente otras apreciaciones, en particular cuando se ha venido mirando desde esa misma orilla la formación de toda una corriente en los esfuerzos por comprender las urdimbres de nuestra historia nacional, las cuales parecen también arrojar luces para los esfuerzos encaminados hacia la salida del laberinto.

6La desgarradora saga de la Violencia presenta a esta región del Sumapaz como una de las más martirizadas durante los períodos centrales de esa etapa de nuestro desarrollo y al seguir los relatos se van encontrando algunas de las pistas necesarias para entender la crudeza de los conflictos. Allí, como en otras regiones de conflicto —en los años 50 o en el reciente panorama de los 80—, se trató de experiencias en la formación de sociedades campesinas en los resquicios dejados por el latifundio.

7Al lado de las particularidades biográficas, de las procedencias locales, de las diferencias familiares, de los pareceres éticos, los relatos nos muestran una comunidad de intereses, expresada en “la voluntad de fundarse”, en el propósito compartido de hacer una vida nueva, sustentada en el trabajo propio, sin deber lealtades diferentes de las basadas en la ayuda mutua y el respeto entre iguales. Estos son los propósitos que también encontramos en otras historias, de personajes similares, que han intentado encontrar esta misma forma de hacer una vida propia, en otros espacios de la geografía colombiana, como las que ya en otras oportunidades ha tejido la mano maestra de Alfredo Molano.

8Dolorosamente también, estas historias han entrado en el que hemos denominado el círculo de “colonización-conflicto-migración-colonización”, a través del cual se ha ampliado históricamente la frontera agraria colombiana, con el trabajo campesino y la acumulación lograda gracias a su despojo, generalmente violento.

9Vistas desde la perspectiva de la formación de los espacios y de las historias de vida, tenemos entonces que las constantes son estos esfuerzos por persistir como campesinos, en los cuales intervienen no solamente personajes procedentes del medio rural sino que tampoco son ajenos quienes han tenido experiencia urbana.

10Al mismo tiempo, los hilos de estas vidas, a través de los cuales se manifiesta la persistencia de un propósito por encima de las dificultades, nos trasladan a otros escenarios físicos, en una secuencia constante: luego de una derrota de la alternativa campesina, quienes a ella se aferran, buscan nuevos horizontes para intentarla una vez más, abriendo nuevos espacios en donde replicar formas de vida y convivencia ya conocidas y experimentadas. Es así como se eslabonan por encima de los lomos de la cordillera las comarcas campesinas de Villarrica. El Duda, el Alto Ariari, El Guayabero, El Caguán.

11En los relatos recogidos por Jairo González y Elsy Marulanda aparece el componente de las “columnas de marcha” como experiencia peculiar de las migraciones campesinas en el contexto de la Violencia y bien vale destacarla precisamente como uno de los componentes de ese eslabonamiento espacial al que se hizo referencia previamente. Dadas las particularidades de la vida política colombiana y en especial de sus manifestaciones rurales, el componente militar desafortunadamente no ha dejado de estar presente en ellas. Más aún, en otros espacios de la geografía de los conflictos en Colombia, este ingrediente ha logrado incluso frustrar los propósitos de la movilización. Sin embargo, no tratamos tanto de juzgar sino de comprender el sentido de estas dinámicas, que manifiestan la decisión de las comunidades campesinas de permanecer en el tiempo, así sea sacrificando los espacios previamente construidos.

12De acuerdo con este propósito llaman la atención los cambios en los sentidos de las movilizaciones, no solamente en términos espaciales sino desde la perspectiva de su inserción en el cuadro político colombiano. Un momento culminante de los relatos es el desplazamiento, en derrota, de quienes quisieron “fundarse”, y que, como hemos visto, se orienta a encontrar otras tierras “más agradecidas”: La misma carta-testimonio de don Jorge Wolf en su destierro bogotano es muestra de las condiciones en las cuales se produjo y se produce el desalojo. En todos estos relatos, la estampida lleva a los campesinos a internarse en el monte; precisamente, a colocar un nuevo peldaño en la ampliación de la frontera para el capital. Sin em bargo, algo que estas historias no alcanzaron a recoger, pero que uno de sus protagonistas logra vislumbrar, es el nuevo escenario de la afirmación campesina, comenzado a construir por los herederos de los que algún día buscaron salidas por las selvas de la Galilea y los desfiladeros del Duda huyendo de las bombas y las intolerancias.

13En efecto, en el escenario de fines de los setenta y comienzos de los ochenta, una experiencia que también fue recogida por el Cinep, (me refiero a los bombardeos de El Pato) fue la escenificada por los colonos de esa región, nuevamente acosados por expresiones de violencia oficial. Pero esta vez los colonos no huyeron al monte sino que dirigieron su marcha a la toma pacífica de Neiva. Unos pocos años más tarde, lo hicieron hacia San José del Guaviare. Los colonos de La Macarena (hijos y nietos de Villarrica) marcharon hacia Bogotá y detuvieron su camino, para negociar en Iraca. También han marchado a Cartagena, Barranca y a otras ciudades. En un panorama que reconocemos sin muchas dificultades, percibimos, sin optimismos fáciles, un cambio en el sentido de la movilización campesina. Ciertamente, el contexto no es favorable para la reivindicación popular, pero la redefinición del pacto social que comienza a perfilarse, abre dentro de las brechas de la crisis, espacios a quienes acarician el sueño de sembrar futuro con las propias manos.

Respuesta a la reseña: Historias de frontera.

LA HISTORIA DESDE ABAJO

José Jairo González Arias - Elsy Marulanda Álvarez

14Fue Heidegger, el gran filósofo alemán, quien introdujo nuevamente al hombre en la morada de su ser: “El ser es la morada del hombre”, nos enseñaba en sus primeras lecciones de filosofía. Un poco recogiendo esta dimensión profundamente existencial y un poco parafraseando al gran maestro, pensaríamos con él, que la memoria es la morada del ser.

15Pero, ¿quién sin ser un aventajado en el tema, puede negar que el recurso a la Memoria es un odioso privilegio asignado de antemano a quienes tienen el poder para escribirla, para contarla o bien para encargarla al memorialista de oficio y fabricar desde arriba las memorias de un suceso, un evento, un proceso o una simple gestión? Por eso existen, y además son necesarias, las memorias de los reyes, presidentes, ministros, hombres de empresa, hacendados, militares... Pero, ¿y la memoria de los “otros”, del resto de la humanidad?

16Afortunadamente, desde hace ya algunas décadas en el mundo y algunos años en Colombia, corre el afán de los estudiosos de los grandes procesos sociales, de restituirle a los “otros”, que en la gran mayoría de los casos suelen ser los humildes, su memoria, es decir, darle la oportunidad de construir su propia versión sobre los acontecimientos de los cuales ellos también, si no los más, fueron sus protagonistas.

17Y no se trata de contraponer neciamente la memoria de “los de arriba” con la memoria de “los de abajo” hasta ponerlas en insana competencia por la supuesta búsqueda de la verdad. No pensamos ingenuamente que en cada una por separado esté la verdad del hecho, ni muchísimo menos que una sea “más verdadera” que la otra. Contrariamente, creemos que en ese nunca acabado ejercicio por aproximarnos a la reconstrucción histórica de un proceso social no podemos darnos el lujo, y menos ahora, de seguir ignorando al “resto” de protagonistas del mismo, ni, metodológicamente hablando, apegarnos sólo a las reglas, procedimientos y fuentes tradicionalmente consideradas como científicas, que son innegablemente de uso imprescindible, pero que a la vez muestran signos de incompletud o de fatiga, cuando se trata de explorar por ciertas tramas de los procesos históricos.

18Pensemos, no más, en cuántos elementos de la trama de la Revolución Mexicana se nos hubieran quedado ocultos de no ser por la prodigiosa novela, “Los de abajo” del gran escritor mexicano o bien, en nuestra literatura, cuánto le debemos a Medardo Rivas, a pesar del entusiasmo de éste por las hazañas de sus hacendados, por las descripciones fugaces que hace de esas criaturitas que él llama eufemísticamente los “trabajadores de tierra caliente”.

19Y es que cuando hablamos de la fatiga de ciertas fuentes, no estamos descalificando su uso, ni más faltaba. Simplemente denunciamos los males que las aquejan y sus limitaciones, sobre todo para el estudio y el logro de ciertos resultados, aquellos que buscan llegar a la historia de “los de abajo”.

20Nosotros quisimos, en este trabajo preliminar sobre el Sumapaz, y aún sin saber si lo logramos, acicalarle a todo el proceso de colonización y violencia en la región estudiada, toda la fuerza que emana de la memoria de los humildes. Y lo hicimos no sólo apoyándonos en su palabra, en su fuente oral, sino también en sus propios testimonios que quedaron consignados, gracias al rutinario ejercicio de una diligencia judicial, en los centenares de expedientes que reposan en los juzgados del Tolima y Cundinamarca, en los miles de cartas memoriales que ellos mismos, rústica, inocente, pero valerosamente, enviaron a los organismos oficiales y no oficiales y que descansan en los diferentes archivos o en los baúles de algunas familias de los protagonistas.

21Y es que frente a la inaplazable tarea de reconstruir los procesos históricos “desde abajo” el investigador puede y debe, siempre que lo haga con responsabilidad, crear nuevas fuentes, inventar caminos que lo lleven al encuentro de esos personajes tan esquivos e ignorados dentro del clasicismo de la investigación social, que lo lleven a “los de abajo” sin prejuicios populistas o elitistas, simplemente como historiador.

22Se trata, en suma, como bien lo expresara ese gran maestro de la historia, Lucien Febvre, de hacer la historia “con todo lo que el ingenio del historiador pueda permitirle utilizar para fabricar su miel, a falta de las flores usuales. Por tanto, con palabras. Con signos. Con paisajes y con tejas. Con formas de campo y malas hierbas. Con eclipses de luna y cabestros... En una palabra: con todo lo que siendo del hombre depende del hombre, sirve al hombre, expresa al hombre, significa la presencia, la actividad y las formas de ser el hombre”.

23Con esas fuentes orales, directas o indirectas, validadas también por las fuentes escritas, están tejidas estas Historias de frontera que presentamos a ustedes.

24Las llamamos así, porque son las historias de las sociedades móviles, de poblaciones aluvionales, de inmigrantes eternos, viajeros del espacio, en fin, la historia que se produce en esas fronteras espacio-sociales, en esas zonas que permanentemente se trasladan y van configurando nuestra totalidad como Estado-nación, en proceso de construcción todavía. Es en la historia de fronteras, donde está la infancia y la adolescencia de nuestra sociedad mayor, donde hemos querido hurgar para encontrar en esa especie de psicogénesis social la explicación de algunos de nuestros actuales traumas, distorsiones y perversiones, tan recurrentes en nuestra sociedad de hoy.

25Es la historia también de esas, algunas veces imperceptibles para la lente del investigador, pequeñas revueltas campesinas, de esas pequeñísimas revoluciones territoriales que se producen en nuestra inmensa área geográfica, adentro de la selva y la llanura, aguas abajó o arriba, no importa, en lo profundo de las montañas, lugares donde habitan los colonos, esos personajes cubiertos siempre con la sombra de la sospecha y expuestos sistemáticamente a las retaliaciones y vacilaciones de las sociedades sedimentadas. Son las historias de frontera donde anida la esperanza, el gusto por la vida, pero también la tragedia recurrente de la muerte, la misma que se llevó, apenas hace quince días, a uno de nuestros protagonistas, Rodolfo Bazurdo, asesinado en su propia morada por una banda de asaltantes que vestían prendas militares, y de quien a nosotros, como único consuelo nos queda el recuerdo de haber sido orgullosamente sus amanuenses.

26Como un modesto homenaje a todos ellos, a quienes ya murieron y a quienes por fortuna viven, concebimos este trabajo que quizás el único acierto que tiene es el de haberse podido escribir a varias manos y contar a varias voces, sobre diversas alternativas y abierto a las más disímiles interpretaciones, sin ninguna pretensión dogmática, ideológica, protagónica o heroica.

27Así están puestas estas notas como simples “diarios” de la colonización, “diarios” de la guerra, en medio del eros que le dio vida a estos procesos de colonización, pero también, junto a los impulsos tanáticos que explican sus guerras, hasta hoy.

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References

Electronic reference

Darío Fajardo M., “José Jairo González, Elsy Marulanda Álvarez: Historias de frontera: Colonización y guerras en el Sumapaz,”Historia Crítica [Online], 05 | 1991, Online since 05 August 2024, connection on 14 December 2024. URL: http://0-journals-openedition-org.catalogue.libraries.london.ac.uk/histcrit/39357

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