TRES DÉCADAS DE LUCHAS UNITARIAS
Carlos Arango Zuluaga.TRES DÉCADAS DE LUCHAS UNITARIAS. Impresol, Bogotá, 1992.
Texto completo
1El cronista e investigador Carlos Arango, acaba de poner en circulación su última obra: “Tres décadas de luchas unitarias”. Se trata de un extenso trabajo testimonial sobre la vida y las luchas de los trabajadores colombianos del cemento, la construcción y la madera durante los últimos treinta años. A lo largo de dos años, con financiamiento de la federación sindical nacional de esa rama (Fenaltracon-cem), Arango anduvo cargando su grabadora, su maletín inescrutable y su buen humor por calles y caminos de las principales regiones del país, en busca de viejos dirigentes sindicales. A unos, los más, los encontró todavía activos en su empleo, unos pocos lo recibieron en sus hogares en calidad de pensionados, de otros sólo pudo conocer referencias, por haber muerto ya.
2Los documentos escritos no fueron, ni de lejos, lo más importante. Los que Carlos Arango buscó apasionadamente en esos 24 meses de peregrinaje fue una descripción viva de lo que había ocurrido hace veinte, treinta, cuarenta años, en esas mismas canteras de caliza que ahora visitaba, bajo esos mismos cielos que cubren desde siempre las alegrías y las lágrimas de quienes rara vez aparecen en las páginas de la historia nacional. Como lo relevante del testimonio oral no es su exactitud sino la fuerza de su verdad, el diverso criterio de los testigos en torno a un mismo episodio hace girar el pensamiento y el lector termina por inmiscuirse en el asunto y tomar partido también.
3¿Qué ocurrió en esos treinta anos? el rastreo de los sucesos comienza a mediados de los años 50 y culmina hacia 1986. Sin proponérselo, se inicia en el período de acentuada industrialización y proteccionismo que siguió a la segunda guerra mundial y finaliza en un tramo de declive del sector industrial y de orden de partida al frenético neoliberalismo que hoy quiere imponerse. Casualmente también las cosas comienzan cuando se dibuja un ascenso de las luchas de los asalariados y terminan en un momento en que el movimiento obrero colombiano camina hacia su actual crisis de identidad. En el espacio entre esos dos jalones se mueve la que puede considerarse quizás como la más dramática historia del proletariado criollo en la época actual. Los ferrocarrileros y los bananeros habían irrumpido en la escena nacional en el segundo y tercer decenio del siglo: los textileros se dejaron sentir en los años 30 y 40, y el protagonismo político de los petroleros alcanzó su objetivo central a fines de los 40. Los años 60 y 70 conocen el despliege de la economía colombiana, acompañado de mayor desfiguración política y de una nueva y más feroz versión de la tradicional violencia colombiana. Es esa la edad dorada de la competencia sindical por crear ejércitos ideológicos bajo comando de partidos y grupos partidistas. Es el lapso de la vida colombiana en el cual los trabajadores han hecho los mayores esfuerzos por unificar sus fuerzas e identificarse, antes que todo, como asalariados. Los trabajadores de la construcción y los materiales de construcción —y principalmente los cementeros— estuvieron en el centro mismo de ese acontecimiento. Dos factores, a nuestro sentir, confluyeron para realzar su figuración: su irrefrenable decisión de colocarse en las posiciones salariales y sociales ya conquistadas por el conjunto de trabajadores de la manufactura, y la insospechada proliferación de cuadros políticos que se operó en sus filas. Este último rasgo fue decisivo para que los cementeros se convirtieran en el sector obrero colombiano más consecuentemente politizado de la actualidad. Ello puede explicar quizás porque este sector ha sido el único del país que, en el archipiélago del sindicalismo de empresa, ha logrado plasmar en la realidad una táctica de sindicato de rama industrial; al mismo tiempo, ha sido la parte de la manufactura más afectada por la acción extermina-dora de la “guerra sucia”, y la que ha respondido a ellas con la mayor consistencia, si se tiene en cuenta la gran dispersión patronal y geográfica de la rama. En estos dos sentidos, lo que ha ocurrido en materiales de construcción sólo puede equiparse con similar fenómeno en la industria del banano, localizada en una zona geográfica bien determinada.
4Lo que uno observa detrás de los testimonios de los obreros es el gigantesco esfuerzo por erigir una organización gremial en medio del atraso de la población laboriosa y la hostilidad de los empresarios. Lo que el libro de Carlos Arango relata es ese itinerario que recorre la mente del trabajador, que viene de los socavones mineros y la agricultura de pancoger de los colonos vecinos y sube hasta las azoteas de los rascacielos con el oficial y su ayudante. Todo en ese itinerario es una labor pesada y agotadora, un trato con máquinas enormes y un constante suspenso en el vacío. La muerte lo acompaña pacientemente en su puesto de trabajo, como maniobra más para ser ejecutada. Allí aparece lo que la gente no conoce: las intimidades de la lucha de los trabajadores, el drama cotidiano de su vida; hasta ahora la historia es solamente la visión de los trabajadores en las calles y plazas y los contados momentos en que las figuras de sus principales líderes aparecen en la televisión. Otra cosa, muy distinta, es lo que acontece en las minas de caliza, bajo las toldas de la huelga, en los corredores de Jas fábricas y en las salas y cocinas de las viviendas obreras. Arango nos ha puesto a “escuchar” la “otra historia” de Colombia contemporánea.
5Precisamente esa oportunidad de “escuchar” la historia pone de presente que los avances hacia la modernización del sindicalismo colombiano, encabezados en los años 60 y 70 por CSTC, tuvieron a los asalariados del cemento como su eje central. Si hacer política es salir de la propia clase y acceder a las demás clases, a las instancias particulares y al mismo Estado; si es inmiscuirse también en los problemas de los barrios populares, de las veredas campesinas, de los movimientos cívicos, las amas de casa y hasta los policías, los trabajadores de la construcción y los materiales de construcción han estado sin duda a la cabeza de sus compañeros asalariados en el esfuerzo por politizar la acción obrera. Figuras como Gustavo Osorio, Julio Cesar Uribe, Henry Cuenca, Rafael Cely, Evaristo Casti-blanco, Ramiro Gómez y tantos otros son prueba fehaciente.
6A mediados de los años 80, sin embargo, la crisis del sindicalismo perforaba las duras murallas de la ideología de clase. Los testimonios de los líderes cementeros así lo confirman. El relativamente largo proceso que condujo a la unificación parcial del movimiento culminó en el momento más complicado: era la crisis del sindicalismo tradicional y la rápida desaparición del “estado benefactor”, pero al mismo tiempo la crisis y el colapso final del socialismo y con el del poder obrero mundial. Ocurrió lo inesperado: del fracaso del estrecho modelo sindical bipartidista no surgió, no pudo surgir, un sindicalismo independiente y democrático, transformado en nueva alternativa política de los trabajadores. En los últimos cinco o seis años, a partir del fracaso de la apertura democrática betancurista, la izquierda colombiana en todos sus matices, se alejó aceleradamente de las posiciones del pueblo. Siguió obrando como sin nada catastrófico hubiera ocurrido en sus filas mundiales, como si fuera posible recuperar el tiempo perdido y poner nuevamente a Marx y Lenin cabeza arriba. Los métodos de lucha tradicionales siguieron presentes en el orden del día. Continuó campante la fraseología contestataria y emocional pese a que los resortes de la economía, el mundo entero de la oferta y la demanda habían cambiado sus mecanismos y comenzaban a obedecer a otros imperativos, los del capitalismo transnacional hegemónico. Los trabajadores colombianos parecen entonces contenidos entre dos prácticas sociales: la neoliberal —demoledora por excelencia de la soberanía nacional y la economía propia, pero con cartas de juego eficaces en sus manos— y la contestataria, que golpea y rebota en las murallas del Estado.
7Los sindicatos, por sí solos, no van a poder salir de esa “encerrona”. Las páginas finales del libro de Arango evidencian la impotencia de la masa asalariada para impedir el reflujo de movimientos. Las palabras de los obreros muestran que ellos siguen esperanzados en sus viejas concepciones , probadas en múltiples lides, van a continuar demostrando su eficacia. No hay sombra de escepticismo, pero tampoco hay una respuesta para lo que ellos mismos constatan: que el grueso de los asalariados colombianos sigue bajo pensando con los elementos de la ideología y la cultura de sus enemigos.
Para citar este artículo
Referencia electrónica
Alvaro Delgado, «TRES DÉCADAS DE LUCHAS UNITARIAS», Historia Crítica [En línea], 07 | 1993, Publicado el 14 junio 2024, consultado el 10 noviembre 2024. URL: http://0-journals-openedition-org.catalogue.libraries.london.ac.uk/histcrit/27703
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