CULTURA E IDENTIDAD OBRERA.
Mauricio Archila Neira. Cultura e identidad obrera. Colombia, 1910-1945. Cinep, 1992
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1La caracterización del proceso de aparición y formación de la clase obrera colombiana ha sido preocupación constante de quienes se han interesado en rescartar esa otra cara de la moneda histórica que constituye la vida de los trabajadores.
2Pero, ¿desde qué momento puede hablarse de clase obrera colombiana? Es una pregunta que no ha estado ociosamente en el tapete de discusión, porque la respuesta que se le dé emana la concepción global que se tenga de la historia contemporánea del país.
3El interrogante ha estado presente porque hasta ahora carecemos de un seguimiento persistente de la huella laboral. Aunque la historiografía regional se torna cada vez más jugosa, el camino por recorrer es muy extenso y todavía continuamos sabiendo más de hombres ilustres que de sucesos callejeros, y más de leyenda adocenada que de verdadera vida cotidiana. En esas condiciones, el intento de transcribir la memoria de los trabajadores es inevitablemente una maroma que voltea el dato de la historia y nos lleva a un mundo en buenos trechos desconocidos y donde hay el riesgo de que toda “jugada” valga.
4Desde hace rato, hay que reconocerlo, los trabajos elaborados por Mauricio Archila han venido a enfrentar ese riesgo. Su esfuerzo pertinaz por rescatar la imagen cotidiana y trascendental de la comunidad asalariada ofrece mucha confianza debido a la solidez de su premisa teórica y a la eficacia de su metodología. Archila viene escribiendo la historia de los trabajadores colombianos no como alguien que se pone a hacer la tarea escolar; es al contrario: su construcción histórica va brotando de la labor investigativa sectorial y regional, de la narración que saca de la boca a los protagonistas y de la confrontación a que somete permanentemente sus hallazgos
5¿Desde qué momento comienza a percibir el autor la presencia social de los obreros en Colombia? En el segundo y tercer decenio del siglo XX.
6Ahora bien, en el proceso de creación de nuestra nacionalidad hay una estancia en que el protagonismo del pueblo raso tiene un corte, un tajo profundo, a partir del cual muchísimos perfiles protagónicos permanecen todavía en la sombra. Nos referimos a la derrota de los artesanos a mediados del siglo pasado.
7Lo que se sabe sobre la suerte posterior de los artesanos, a todo lo largo de la segunda mitad del siglo XIX, no es enteramente satisfactorio, pero la huella de los trabajadores asalariados está perdida en grandes tramos del camino. ¿Qué ocurrió con las sucesivas oleadas de mano de obra libre que, aparentemente, fue exudando la demolición paulatina de los resguardos indígenas? ¿Cómo sucedieron las cosas en el seno de esa masa asalariada minoritaria que subsistió a la sombra del régimen hacendatario? Cuando, a finales de los años 80 de ese siglo, Mariano Ospina Rodríguez expresaba el temor de su clase ante el crecimiento impetuoso del proletariado en Europa occidental, ¿también tenía ya motivos para ello en suelo colombiano?. En otras palabras: ¿la economía exportadora del tabaco, el añil, la quina -y el asalariado colombiano moderno nace en la economía exportadora- no arrojó saldos importantes -económica y socialmente importantes— de población que sólo podía vivir de la venta de su fuerza de trabajo?.
8No es que Mauricio Archila, en su última obra, “Cultura e identidad obrera”, haya absuelto ese tipo de interrogantes. Tal vez no ha sido ese su propósito en la verificación de los orígenes de la clase obrera colombiana. Pero él ha encontrado una clave diferente para penetrar el proceso global de aparición y formación de esa clase.
9Hasta ahora los investigadores del asunto habían edificado sus hipótesis más que todo desde el punto de partida del Juego de las fuerzas económicas y políticas, usando en algunos casos premisas sesgadas por el recurso ideológico.
10Archila ha querido hacerlo desde otro ángulo: el de la formación de la identidad de clase. Que no se produce —advierte él— por la sumatoria pasiva de elementos culturales, sino en medio de la confrontación de los asalariados con las otras clases también en formación, y en particular con la clase dominante. Las élites, como prefiere decir.
11El camino recorrido para llegar a la clase, desde el campesinado y desde los rezagos del artesanado; la resistencia del obrero a la proletarización, tantas veces comprobada por la investigación social de nuestro medio; la vida cotidiana de las primeras generaciones de obreros; su empleo del tiempo libre; su “encuentro” con necesidad de la organización política independiente: todo contribuye a edificar tortuosa, tercamente, la identidad de la nueva clase social. Lo que el examen minucioso del investigador muestra, es la evolución desde la clase obrera como la rara comunidad urbana de “los pobres” hasta la clase obrera orgullosa de la construcción de su país. La Colombia que mostró dolorosamente su modernidad en los escenarios de la guerra de los Mil Días, es el comienzo del relato-interpretación de Archila y su término metodológico llega hasta la zambullida del país en la otra violencia que nos sacó a los escenarios del mundo del subdesarrollo. Entre uno y otro momento tenaz se construyó la identidad, se comprobó la existencia histórica de la clase.
12Tarde, más tarde que en los países latinoamericanos de vanguardia, pero quizás con mayor celeridad que en otros lugares, dice Archila.
13“Cultura e identidad obrera” es, desde luego ~y así no quiera reconocerlo el autor—, un nuevo esfuerzo para reconstruir la historia de la clase obrera colombiana. Pero quizás es algo más: es “otra” historia, escencialmente distinta de las anteriores. Nos parece que con esa obra ocurre en nuestra ciencia social cosa similar a lo que sucedió en el terreno de la narrativa con la aparición de “Cien años de soledad” hace más de veinte años. Con esto no pretendemos hacer forzadas similitudes de creación humana, sino advertir que en ciencias sociales, no hay manera alguna de impedir que la calidad del trabajo se imponga finalmente. El libro de Mauricio Archila es una fina labor de localización, interpretación y comprobación de elementos con los cuales se tejió una etapa decisiva de la vida nacional. Ha sido una obra proyectada sobre esa espontánea facilidad de Mauricio de sumergirse en el medio social de su trabajo, como otro trabajador masque examina y reflexiona en el camino, lejos de toda pretensión académica. Esa es la ventaja superior que el libro tiene sobre los anteriores intentos de historiar a la clase obrera colombiana.
14Han sido diez años de persistente búsqueda de los elementos de la identidad obrera: entrevista, consulta de archivos y documentos, confrontación de hipótesis y testimonios, debates en seminarios en torno a los trabajos preliminares que Archila fue publicando a partir de 1986 y que ahora entran a ser parte sustancial de la obra que aquí reseñamos. Tales “ avances” de la investigación principal ya habían evidenciado la importancia de la nueva metodología empleada, en momentos en que muchos creíamos que sólo la interpretación marxista del hecho social podía ser una interpretación relevante, por no decir valedera. Esta que nos ofrece ahora el catedrático de la Universidad Nacional e investigador del Cinep, es una contribución notable a la flexibilidad y a la democratización del pensamiento político colombiano.
Para citar este artículo
Referencia electrónica
Alvaro Delgado, «CULTURA E IDENTIDAD OBRERA.», Historia Crítica [En línea], 07 | 1993, Publicado el 14 junio 2024, consultado el 11 noviembre 2024. URL: http://0-journals-openedition-org.catalogue.libraries.london.ac.uk/histcrit/27690
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