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Reseñas

GONZALEZ, Fernán, Para leer la política. Ensayos de Historia Política Colombiana (2 tomos)

Bogotá, Cinep, 1997, 486 pp.
César Augusto Ayala Diago
Referencia(s):

GONZALEZ, Fernán, Para leer la política. Ensayos de Historia Política Colombiana (2 tomos), Bogotá, Cinep, 1997, 486 pp.

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1Los diez ensayos que comprenden los dos volúmenes de la obra de Fernán González en referencia permiten hacer un seguimiento de su evolución. Cinco de esos ensayos fueron escritos en la década del 90, cuatro en la del 80 y se incluye uno publicado en 1978. Los escritos posibilitan el establecimiento de los marcos conceptuales sobre los cuales han girado algunas de las investigaciones desarrolladas en el Cinep en los últimos 20 años. Las lecturas, categorías y conceptos de referencia evocados por el autor hacen parte de la historia intelectual de Cinep.

2Lastimosamente, los conceptos importados no sufren las modificaciones que exigirían su traslado a medios distintos. Es lo que sucede con las categorías conceptuales de comunidades imaginadas, sociabilidades, e incluso expresiones como miedo al pueblo se reiteran sin cesar. Más que la adaptación o reelaboración de estos conceptos, se trata del uso de un vocabulario de moda que no alcanza a renovar, como se esperaría, la visión liberal de la historia política de Colombia.

3De la lectura de los ensayos de González se palpa la necesidad que tiene la historia nacional de crear conceptos propios o de llenar de contenidos nacionales los importados. En nuestro caso, por ejemplo, no resulta convincente que las elites colombianas hayan padecido del miedo al pueblo. Más bien, lo que advierte el lector, abstrayéndose de la lectura, es desprecio e irrespeto por él y por todo lo que tenga que ver con lo popular. En Colombia, el pueblo ha sido ignorado y excluido desde siempre. Otra concepción de pueblo por parte de las elites nacionales y regionales, civiles y militares, hubiese permitido trazar correctivos. La historia de las luchas populares en Colombia no ha merecido de parte de las elites la más mínima consideración, no han sido muestra de peligrosidad e inestabilidad para el establecimiento. Es posible que para los altos dirigentes, Colombia tenga poco que decir en este sentido en comparación con los ejemplos universales de rebeldía popular en donde el miedo al pueblo generó los correctivos necesarios que redundaron en la integración de lo popular a la sociedad. Justamente, el no miedo al pueblo ha hecho que en el país se volvieran corrientes, recurrentes y hasta necesarias las vías de hecho, las únicas posibles no sólo para la conquista, sino también para la defensa de reivindicaciones elementales en todas los segmentos de la sociedad, incluso en el académico.

4El trabajo de González tiene, además, otro problema: el de buscar, rápidamente y con vértigo, las causas del presente en el pasado sacrificando así la profundidad que éste se merece y exige para ser comprendido. El autor, víctima de esa manía, justa por cierto, que produjo la nueva historiografía del siglo XX en el sentido de buscar en el pasado el origen de nuestros males, cae en la trampa de hacer una historia del siglo XX creyendo estar haciendo la del XIX. Con los interrogantes contemporáneos del autor, la dinámica de la historia del siglo XIX se pierde en el afán de encontrar allá las causas de la exclusión, del no reconocimiento del otro, de la eliminación del adversario, de la intolerancia y del fracaso de la construcción de un Estado moderno e incluso de la nación colombiana, problemas que preocupan y orientan a los investigadores del Cinep comprometidos con el presente. No es del XIX hacia atrás que se interroga al siglo XIX, sino del XX hacia al XIX. Empero, la culpa de este curioso y justificado método no es ni del autor ni del Cinep, sino del poco desarrollo de la historiografía política colombiana, en particular la del XIX.

5Otro problema de la obra de González es la imprecisión de sus fuentes historiográficas. Le basta la mención del año de publicación del libro en el que se está basando su argumentación, dejando por sentado que se trata de su primera edición. Este error se da, para mencionar un caso, en el Bolívar de Indalecio Liévano, cuya edición citada es la de 1981, ignorándose la primera de 1971.

6González no escapa a la tradición historiográfica colombiana de ponerle velas al protagonismo liberal en beneficio del desarrollo nacional. De la mano de Daniel Pécaut, se reiteran puntos comunes de la ya historiografía establecida: el peso del reformismo de López y la pausa de Santos. Con todo, la historia política que hace González no es tradicional. Sin renunciar a las historias económica y social, el autor incursiona en la antropología y en los aportes de la ciencia de la comunicación.

7Es interesante la manera como desarrolla la historia de las adscripciones de los colombianos a las subculturas de los dos partidos tradicionales. Esta es la parte fuerte de sus ensayos y a través de la cual se establece el hilo conductor. Para el autor, la identidad nacional de los colombianos está atravesada por la pertenencia a uno de los dos partidos lo que significa que en la identidad nacional criolla poco tiene que ver la economía. En su recorrido, González advierte etapas de una relativa larga duración a través de las cuales los colombianos adhieren para siempre a una de las dos colectividades políticas tradicionales: “Se pertenece a la nación a través de la pertenencia a los partidos, a los cuales se pertenece por medio de la identificación con los grupos primarios” (p. 271, vol. II).

8De la misma forma como se dan las adscripciones empieza, más tarde que temprano, un proceso de desmitificación historiográfica, que el autor ilustra en varios de los ensayos. En donde mejor apreciamos este intento es en El proyecto político de Bolívar: mito y realidad. González intenta, con ayuda de autores contemporáneos, desmontar el Bolívar capitalizado por el partido conservador como su inspirador y guía. En ese propósito, el lector advierte lo siguiente: 1) la labor revisionista de Bolívar no empieza con Liévano Aguirre; el autor no tiene en cuenta el trabajo de Gilberto Vieira de 1942, La estela del libertador , uno de los trabajos pioneros en la revisión de Bolívar; Liévano fue uno de los historiadores revisionistas de Bolívar, pero no el primer intelectual en hacerlo. Incluso la otra revisión de la que habla González, la de Antonio García, fue anterior a la de Liévano; 2) los comentarios a la evolución historiográfica sobre el pensamiento de Bolívar son muy reducidos; no sólo en el caso de Liévano, sino también en el de Anatoli Shulgovski. El autor deja en el tintero aspectos de la revisión del autor soviético que merecían un comentario como los capítulos: Bolívar y la utopía social; ideología y política en las vías de desarrollo de Colombia. En González pesa, de todas maneras, la reconstrucción de los autores más referidos por él, llegando su Bolívar a coincidir con el de aquellos. Desmitificando un Bolívar cae en otra trampa: la de contribuir a la invención de otro mito bolivariano: un Bolívar pragmático, alejado del partido conservador, proponente de soluciones dentro de la valoración de una realidad concreta. Es decir, el mito bolivariano sale fortalecido.

9Otro de los ensayos polémicos es El mito antijacobino como clave de lectura de la Revolución Francesa, que trata de la resistencia conservadora a la influencia del jacobinismo en Colombia. Como el título es tan amplio y como el autor promete poner en práctica el concepto de matriz de interpretación del mensaje, tomado prestado de la ciencia de la comunicación, el lector esperaría que los contenidos del texto estuvieran sujetos a las expectativas del título del ensayo y a la promesa metodológica. En el artículo, la trama flaquea y con ella el método. Sólo se tiene en cuenta la voz conservadora, pero se ignora la de los jacobinos colombianos. A ciencia cierta no se sabe si existieron como tales, o fue más bien una invención del adversario y, si existieron, el artículo nada dice de su propia reacción.

10El ensayo dedicado a la guerra de los supremos es, sin duda, el más débil. En extremo descriptivo, el texto anuncia demostraciones que a lo mejor por la misma descripción densa se pierden. El lector queda a la espera de lo que se le ha prometido: el nacimiento de los odios heredados, mitos, ritos, culturas, imaginarios que identificarán desde entonces a los partidos políticos colombianos.

11En el capítulo dedicado a las relaciones entre identidad nacional, bipartidismo e iglesia católica, donde el autor evoca teóricos del nacionalismo, como Gellner y Anderson, bueno hubiera sido una referencia a Hobsbawm, justamente porque su trabajo Naciones y nacionalismo es una respuesta desde la historia a la concepción sociológica que del nacionalismo tiene Gellner.

12Finalmente, como trabajo editorial, el libro no se compadece con la altura intelectual del autor. La selección de los ensayos no parece haber pasado por una corrección de estilo y contenidos que hubiera evitado innecesarias reiteraciones, incluso literales. Además, a la hora de ubicar los ensayos, hizo falta lógica y coherencia en el orden de aparición. No se advierten criterios cronológicos ni temáticos, y el lector se ve obligado a empezar la lectura por el segundo volumen. Los destinatarios de esta obra de González son los especialistas y no, como lo sugiere el título Para leer la política, los aficionados.

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Para citar este artículo

Referencia electrónica

César Augusto Ayala Diago, «GONZALEZ, Fernán, Para leer la política. Ensayos de Historia Política Colombiana (2 tomos)»Historia Crítica [En línea], 20 | 2000, Publicado el 13 junio 2024, consultado el 12 noviembre 2024. URL: http://0-journals-openedition-org.catalogue.libraries.london.ac.uk/histcrit/26428

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Autor

César Augusto Ayala Diago

Director Maestría en Historia, UIS

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