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De burlas y enfermedades barrocas: la sífilis en la obra poética de Anastasio Pantaleón de Ribera y Miguel Colodrero de Villalobos

Jesús Ponce Cárdenas
p. 115-142

Resúmenes

La sífilis resultó durante el Siglo de Oro una de las principales enfermedades del sistema carnavalesco, gracias a lo cual fue objeto de cuantiosas reflexiones lúdicas en la poesía del momento. El presente estudio aborda la presencia de dicha materia en la obra de dos poetas gongorinos (Pantaleón de Ribera y Colodrero de Villalobos) y trata de vincular los rasgos de la poética de las bubas de ambos autores con diversos textos italianos aún insuficientemente conocidos.

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1 En el ámbito más risueño del Siglo de Oro nunca faltaron ingenios que supieran hacer burla de las realidades más sublimes y de los pormenores más menudos del vivir cotidiano. Así, el amor y la muerte, el prurito nobiliario y la filosofía de patinejo, la lujuria y la castidad, la gula y la dieta, la religión y el descreimiento, sin olvidar, por supuesto, la enfermedad, fueron pasto común de la risa liberadora gracias a las plumas de un nutrido grupo de autores renacentistas y barrocos. A lo largo de las páginas siguientes trataremos de iluminar el contexto burlesco de una serie de composiciones que se insertan en una tradición muy marcada, la del canto de la epidemia venérea o poesía de la sífilis.

Sobre la sífilis en el contexto hispano-italiano

  • 1 Acerca del tema, tiene especial interés el capítulo titulado «Tormenti del corpo e dell’anima» en L (...)

2La primera manifestación virulenta de la sífilis documentada en la historia de Europa se remonta, como es sabido, a la expedición francesa contra Nápoles y a los hechos ocurridos tras la conquista de la ciudad partenopea en 1495. Sobre el misterioso origen de la enfermedad disertarían durante la centuria siguiente autores como Gabriele Falloppio, Leonardo Fioravanti o Andrea Cesalpino, atribuyendo la causa de la misma ora al envenenamiento del vino o los alimentos, ora a un contagio previo de los varones españoles en las Indias Occidentales, quienes habrían importado la terrible plaga hasta el viejo continente. Con el transcurso de las décadas, la investigación médica pronto hubo de concluir que el medio más efectivo de transmisión del morbo gallico era el contacto sexual con personas de alto riesgo, como las prostitutas, que rápidamente extenderían los padecimientos del llamado mal francés a todos los estratos de la sociedad de la época1. El paso de la realidad social de aquella plaga a la documentación escrita de la misma no tardaría en producirse y prestamente alcanzó cotas artísticas y científicas tan altas como las que muestran las obras del humanista veronés Girolamo Fracastoro (1483-1553), que llegó a conceder a la sífilis carta de naturaleza en ambas esferas (ciencia/literatura). Fracastoro no da tan sólo una peculiar visión mítica del origen de la enfermedad en su poema didáctico la Syphilis, sino que se empeña en indagar acerca de su alcance en otra obra De contagione et contagiosis morbis, donde ofrece una detallada descripción de los síntomas de la plaga:

  • 2 Fracastoro, 1950, pp. 60-61.

Apparivano i primi indizi del male contratto: una certa tristezza colpiva l’animo; una certa stanchezza del corpo, un pallore nella faccia, infine, ciò che avveniva nella maggior parte, apparivano nelle zone pudende delle piccole ulcere, non differenti da quelle che si producono di solito per la fatica, che chiamano carie, ma molto differenti per la loro natura che era assai refrattaria alla guarigione, che, scomparse in una parte, si producevano in un’altra con una persistente tenacità. Dopo, erompevano per la pelle delle pustole crostose, in alcuni cominciando dal cuoio capelluto (ed era il caso più frecuente), in altri in altre regioni. Dapprima esse apparivano piccole, poi aumentavano a poco a poco, fino a raggiungere la grandezza di una cupula di ghianda alla quale rassomigliavano. Esse non erano dissimili da quelle che nei fanciulli si chiamano lattime. Fra loro c’erano delle grandi differenze: in alcuni erano piccole e più secche, in altri più grandi e più turgide. In alcuni livide, in altri biancastre o leggermente pallide; in alcuni più dure e rossastre. Tutte poi dopo pochi giorni si aprivano, e ne colava un umore mucillaginoso e fetido, con uno scolo continuo di cui non si può dire la quantità, né quanta fosse la sporcizia. Queste pustole ulcerate poi, andavano corrodendosi come quelle ulcere che si chiamano fagedeniche e qualche volta intaccavano non solo le carni, ma anche le ossa. Quelli in cui il male era particolarmente intenso, negli organi superiori erano affetti da catarri maligni che ora rodevano il palato, ora la faringe, ora le fauci e le tonsille. Alcuni ebbero consunte le labbra, alcuni il naso, altri gli occhi, altri tutti i genitali esterni. Inoltre in molte parti si formavano delle gommosità delle membra, producendo grandi deformità che erano grosse spesso come un uovo e spesso eguagliavano la grandezza di un pane; queste gomme aperte lasciavano defluire un liquame bianco mucillaginoso: queste callositá tenaci si riscontravano soprattutto nelle braccia e nelle gambe che alle volte si ulceravano e alle volte persistevano fino alla morte. Oltre a tutte queste manifestazioni, come se ciò fosse poco, sopraggiungevano dei grandi dolori ai muscoli, spesso insieme con le pustole, qualche volta prima, qualche volta dopo. E questi dolori continui, dei quali niente era più crudele, affliggevano principalmente la notte: il dolore non risiedeva propriamente nelle giunture, ma piuttosto attorno ai muscoli e agli stessi nervi. [...] Intanto tutte le membra languivano, il corpo dimagriva, non c’era alcun desiderio di cibo, c’era mancanza di sonno, tristezza e iracondia continua, bisogno di sdraiarsi, la faccia e le gambe si gonfiavano; qualche volta si aggiungeva una leggera febbricola, ma raramente. Ad alcuni doleva il capo e questo dolore era continuo e non cedeva ad alcun medicamento2.

  • 3 He manejado la edición cuidada por Danilo Romei (los poemas se localizan en pp. 139-148), así como (...)
  • 4 Poeti del Cinquecento, 2001, p. 923.

3Con el párrafo antecedente Fracastoro estaba trazando los senderos de un lastimoso cuadro clínico que, en las manos de aquellos poetas que sufrieron la enfermedad, había de convertirse en una letanía de padecimientos vividos y puestos en escritura: abatimiento de ánimo, cansancio, palidez, pústulas supurantes, dolores musculares, insomnio, ulceraciones fétidas, estados de ansiedad, pérdida del cabello, caída de los dientes... Antes de abordar directamente alguno de los principales textos insertos en este nudo temático de la poesía jocosa (con sus crudas implicaciones de corte autobiográfico) hemos de mencionar dos composiciones que —pese a no abordar la enfermedad venérea— sirvieron de referencia inexcusable a muchos autores; nos referimos a los dos capitoli de Francesco Berni In lode della peste. Ambos poemas —datados en 1532— se insertan en la línea humanística de los enkómia parádoxon y se presentan formalmente como la continuación de un diálogo amistoso, mantenido tras un agradable almuerzo. La importancia de dicha situación comunicativa nos remite a un registro familiar y coloquial que no renuncia a los guiños paródicos (establecidos, en este caso, en torno a algunos pasajes dantescos). La alabanza paradójica de la plaga no sólo inauguraba la época de madurez literaria del célebre autor burlesco sino que, por un lado, se inspiró en un texto previo en torno a la sífilis y, por otro, sirvió también de inspiración a algunos de sus amigos y allegados para referirse a los avances de aquel terrible reinado del mal francés3. Los capítulos en alabanza de la peste vienen a ser por tanto una especie de textos puente, ya que para la elaboración de esa doble laudatio de la plaga, Berni tuvo presente la obra de Niccolò Campani (más conocido como el Strascino da Siena) Lamento di quel tribulato di Strascino Campana Senese sopra el male incognito, el quale tratta de la patientia et impatientia in ottava rima, opera molto piacevole (Venecia, Nicoló Zoppino, 1521). Dicho libro, considerado una suerte de “historia” o “genealogía” de la enfermedad del escritor toscano, aparece caracterizado por un «registro doble y discordante», el del lamento autobiográfico y el del enkómion parádoxon. El saludable propósito de las octavas del Strascino no es otro que divertir y por ello liga el relato de sus padecimientos vitales a una materia humilde (sus versos son tildados de sciocchezze) y a un estilo bajo (toda vez que «a interpretargli bisogna poca arte»)4.

4El primer autor en el que nos vamos a detener, Agnolo Firenzuola (1493-1543), ha legado a este núcleo literario de la enfermedad dos importantes textos: en primer lugar, el capitolo In lode del legno santo, compuesto hacia finales de 1528; junto a él debe situarse el largo y doliente poema titulado Intorno alla sua malattia, datado cinco años más tarde. La pormenorizada semblanza biográfica que Firenzuola ha dejado de sí nos informa de cómo contrajo la sífilis a los treinta y tres años y va precisando asimismo el modo en que sus dolencias se atenuaron temporalmente gracias al benéfico influjo del legno santo. En unos versos del citado capitolo el escritor pondera la milagrosa capacidad curativa del palo santo o corteza del guayaco:

  • 5 Para el texto de los poemas remito a Agnolo Firenzuola, Opere, 1977, pp. 799-807 y 957-961 (la cita (...)

Sia’ l mal francioso a modo vostro strano,
sia brutto e schifo, e siesi nato il giorno
ch’e’ Franciosi albergar nel Garigliano;
sia ripieno un di piaghe e suoni il corno,
non dorma mai la notte per le doglie,
e sia ripien di gomme d’ogni intorno;
subito che del legno l’acqua togli,
ogni suo membro in modo gli dispone
che può tornare a dormir con la moglie5.

5Junto a la alabanza del remedio venido de las Indias, Agnolo Firenzuola desliza en el texto un breve relato de sus dolencias («Eran ventisei mesi o poco manco, / ch’attorno avevo avute tre quartane, / ch’avrien logoro unn buffol, non che stanco. / Avevo fatto certe carni strane»), donde —junto a la mención de algunos de los síntomas del mal— no se escatiman las referencias a la gran suma que cuesta la cura o a la composición de los remedios («quanti danari ho speso per guarire», «ho logorato una spezieria intera»). Este primer impulso biográfico se verá confirmado, cuando en mayo de 1533, tras siete años de continuas dolencias, escriba el extenso y sentido poema Intorno alla sua malattia. Del aire de scherzo del capitolo se pasa ahora a una verdadera súplica al Creador, redactada en un tono lastimero, como una plegaria desesperanzada. Entre la cadena de padecimientos que allí se recogen, el poeta habla de los escalofríos y los dolores que le atenazan, tan crudos que no puede evitarlos pese a encontrarse en pleno mediodía de un cálido mes de mayo:

S’io dico troppo, Signor mio pietoso,
perdona, e danne la colpa al dolore
del freddo, ch’or comincia, e siam di maggio,
al mezzo giorno, e non posso la penna
menar pe’l freddo, e così corro al fuoco:
e lascio a questa carta e questo inchiostro
che ti chieggian per me misericordia.

6El terrible cuadro descrito por el poeta aparece dominado por su desesperación, retóricamente subrayada por rasgos como la breve cumulatio de algunos síntomas de la enfermedad (fiebre, dolores de estómago, aún más fiebres) o por el final sentencioso conseguido mediante el empleo del tópico del sobrepujamiento (‘padezco tantos males que la pluma no osa escribirlos’):

  • 6 Los citados versos del poema Intorno alla sua malattia se localizan en las pp. 802 y 803. Otras not (...)

E di nuovo mi metto a ripregarti
vivamente, Signor, che sia contento
senza guardare a’ miei commessi falli,
levar dal corpo mio tanto travaglio;
dal corpo no, ma da l’animo afflitto;
che tu sai ben che’l corpo afflitto rende
afflitta l’alma. Iddio Verace e Santo,
Tu puoi pur, se Tu vuoi, con un sol ciglio
sanar l’alma, e sanar il corpo afflitto,
e far ch’i prieghi miei non sieno indarno,
e che la speme ancor ritorni viva;
ch’è morta, com’io dissi, fra la febre,
tra gli stomachi, e febri, e tanti mali
che non ardisce a scrivergli la penna6.

  • 7 Resumo en estas líneas el contenido del canto primero. Para una información más detallada sobre el (...)

7El último texto italiano al que voy a referirme es toda una pequeña epopeya burlesca en seis cantos, La Franceide overo Del Mal Francese, publicada en 1629 por Giambattista Lalli (1572-1637). Este curioso poema deja entrever los ecos del modelo argumental de Fracastoro, contemplados bajo el nuevo prisma jocoso de autores como Francesco Bracciolini o Alessandro Tassoni, cuyo magisterio se había impuesto durante la nueva centuria gracias a obras como Lo scherno degli dèi o La secchia rapita. En la Franceide, el origen mítico de la sífilis se debe a los celos de la diosa Juno, quien busca vengarse de Venus mediante la expansión de una terrible plaga. El contagio por vía sexual se iniciará, por designios de la esposa de Júpiter, en la ciudad de Nápoles, donde los soldados franceses de Carlos VIII se habían abandonado a la licencia y el desenfreno7. Como se puede inferir del pequeño cuadro de apertura que acabamos de trazar, en el poema épico se yuxtaponen jocosamente los tiempos de la cronología mítica con las referencias al pasado inmediato. Abundando en esta pasmosa mescolanza de referentes anacrónicos, para cerrar este fugaz recorrido por el tratamiento poético de la sífilis en la literatura italiana, estimo apropiado reproducir algunas octavas del parlamento de Esculapio que se inserta en el canto tercero, donde el dios revela a los hombres el remedio que procede de las Indias junto con las preciosas curas que posibilitarán la recuperación de los enfermos:

1 Ma benchè il mal sia sì noioso e strano,
udite ora i rimedi ch’io vi apporto:
perch’è pietoso il gran Motor sovrano,
che porge a l’altrui piaghe almo conforto.
Al suo favor non si rifugge invano,
ne fra dure tempeste asconde il porto.
Dona ei virtù meravigliose e sante
ai sassi, a le parole ed a le piante.

2 Prima, chi di tal mal sospira e langue,
purgar dee tosto i suoi più grossi umori
e l’arida cagion che’l rende essangue
e’n pallidezza cangia i bei colori;
dee per fisica man traggersi il sangue,
ch’affrena ciò gli spiritosi ardori;
nè gli dia indugio alcun, ch’a l’infelice
non stabilisca il mal salde radice.

3 Or sì com’egli ha maledetto ardire,
non vuol già medicine benedette,
ma l’elleboro e l’iera hai da imbandire,
e pillole che fetide son dette.
A le fistole poi, s’ei vuoi guarire,
usi per onzïon queste ricette:
piombi, precipitati ed acque forti,
argenti vivi e ai medici quei morti.

4 Umide e fredde in qualità perfette
le medicine sian ch’egli usar deve,
ma’l cibo asciutto, le bevande elette;
e fugga il vin troppo gagliardo e greve.
Quando uscir può di casa, il tempo aspette
ch’i vapor bassi il sole erga e solleve:
e tanto in camminar mova le piante,
che sia di sudor molle e scintillante.

5 Meraviglia è pensar quanto sian buoni,
quanto a tal mal giovevoli i sudori.
Onde altri a caccia nobile si doni,
altri a la zappa ed a cavar tesori;
altri s’impieghi a guadagnar bocconi
con faticosi simili lavori:
tagliar legni, erger archi e cavar tane;
o sudi almeno col sonar campane.

6 Ma sovra ogni rimedio ha’l pregio e’l vanto
e suol produr meraviglioso effetto,
un legno in India nato, un legno santo,
ch’in lingua lor legno guaiaco è detto.
Questo è quel legno prezïoso tanto
ch’a scacciar questa peste ha il cielo eletto:
legno d’infranciosati almo ristoro,
che merta esser comprato a peso d’oro.

7 A questo legno accompagnata e mista
l’erba detta in commun salsa pariglia,
fa che’l rimedio maggior forza acquista
e riesce a ciascun di meraviglia.
Ma convien ch’a’ disordini resista
chi vuol curarsi, e tenga i sensi a briglia;
e viva sobriamente e s’allontani
dagli appetiti effeminati e vani.

8 Bollito il legno, non gli sembri strano
sorbirne ogni mattina un bicchier pieno:
e giaccia in letto assai morbido e piano
quaranta giorni, o per un mese almeno;
quivi con senso pazïente umano,
stringa in bocca il lenzuol quasi per freno:
non si mova, non calcitri e stia saldo,
e cerchi il corpo mantener ben caldo.

9 Di lavorato legno a sua misura
lungo edificio dentro il letto adatti,
ove coperto, quasi in tomba oscura,
il miserel s’accomodi e s’appiatti.
Quivi poi di sudar ponga ogni cura:
nulla intanto discorra e nulla tratti,
e al caldo suo sian mantici frequenti
li replicati suoi sospiri ardenti.

10 D’assai lanute coltre intorno intorno
si cinga e copra ben tutta la vita;
e pensi pur di star quasi in un forno,
ch’il caldo è del sudor la calamita.
I pravi umor, che dentro fan soggiorno,
solo per questa strada hanno l’uscita;
e se l’uom per tal via non gli distoglie,
griderà sempre sempre: — «Ohimè, che doglie!»

11 Prenda intanto per cibo il pan biscotto,
con qualche poca d’uva passa schietta;
e gli concedo ancor qualche merlotto,
magro ed arrosto, over qualche civetta.
Rieda dopo’l mangiar col capo sotto,
chè così’l sonno e poi’l sudor s’alletta;
chè l’uno il morbo rio ne tragge fuora,
l’altro le forze languide ristora.

12 Nei suffumigi tralasciar conviene
in questo tempo de la purga istessa,
ch’entrando ne’ meati, apron le vene,
e risolvon l’umor ch’entro s’è messo.
Mirra e storace il primo loco ottiene,
e scordio e spinacardo e’l mosco appresso;
dittamo, calamento e benzoino,
cinamomo, ambra e incenso eletto e fino.

13 Ciascuno varcar cerchi il gran torrente
di questo mal con animo giocondo;
nè si dimostri schivo e impazïente
a sostener di tante cure il pondo.
Nulla tormenta più l’uomo languente,
che di malinconia l’Egeo profondo.
Non ha contro di sè maggior guerrieri
ch’i suoi noiosi e torbidi pensieri.

14 Ma resta omai ch’io per usar v’additi
questi istessi rimedi il tempo ancora;
e fia qual’ora il sol verdi e fioriti
ne rende i prati e le campagne indora;
mentre su’l Tauro assiso ai suoi muggiti
le piante non che gli uomini innamora,
e l’augellin sul rinverdito faggio
con dolce melodia saluta il maggio.

8A lo largo de las catorce octavas que acabamos de reproducir, Gianbattista Lalli va precisando —por boca del dios de la medicina— el tipo de curas que se suele aplicar a los enfermos. En primer lugar, el paciente debe «purgar i suoi più grossi umori» mediante sangrías; seguidamente deberá tomar medicamentos elaborados a base de heléboro, así como las denominadas píldoras fétidas; las fístulas y llagas deben tratarse con un precipitado de plomo, aguafuerte y mercurio. Como parte de la dieta, el enfermo debe evitar el consumo de vino y tomar alimentos secos (pan tostado, pasas, carne asada). Los procedimientos más efectivos para eliminar completamente el mal francés son las extenuantes curas de sudores y la ingestión de una milagrosa bebida que se obtiene mediante la cocción de la corteza del guayaco (o palo santo) mezclada con zarzaparrilla. La abstinencia de todo comercio sexual y la cuarentena de reposo obligatorio vienen a completar este pequeño vademecum rimado para uso de los afectados por la enfermedad.

9Este brevísimo panorama sobre el motivo de la plaga venérea en el contexto de la poesía risueña toscana debe insertarse, además, en el amplio bastidor de los intercambios culturales y literarios hispano-italianos. Se debe así recordar que

  • 8 Cacho Casal, 2003, p. 490.

la poesía burlesca española del Siglo de Oro surge del impulso histórico del Renacimiento y del importante papel que atribuyó a la risa y a la literatura de entretenimiento. A esto se añadió en el siglo xvii la estética conceptista que tuvo en la lírica jocosa un canal privilegiado para ejercitar el ingenio. Sobre esta base teórica se desarrolló la poesía burlesca española, que encontró en la tradición italiana una importante fuente de inspiración. Berni y sus imitadores repercutieron en autores del siglo xvi como Diego Hurtado de Mendoza, Barahona de Soto y el mismo Fernando de Herrera. En el siglo xvii la poesía burlesca se convirtió en uno de los géneros literarios más exitosos y se enriqueció con nuevos estímulos y fuentes, entre las que ocupan un lugar destacado las italianas. Las antologías bernescas constituyeron un corpus burlesco fundamental8.

  • 9 Lógicamente, dado el ambiente procaz en que se inspira la obra, menudean en La lozana las referenci (...)

10De ese modo, cuando los poetas de la segunda promoción culta emprenden la elaboración de singulares cancionerillos de la sífilis o variaciones epigramáticas en torno al doliente motivo se encontraban ya ante un ciclo temático que en tierras italianas había dado frutos tan importantes como los del Strascino da Siena, Firenzuola o Lalli y por predios hispanos había sido roturado por ingenios como Hurtado de Mendoza, Baltasar del Alcázar o Juan de Salinas. La aclimatación de esta peculiar literatura sobre la epidemia pronto se extendería por la península ibérica, donde se publicaron para general regocijo algunas obrillas burlescas compuestas a modo de ordenanzas; así podría citarse aquella bautizada literariamente como las Órdenes de la Cofradía del Grillimón (nombre germanesco de la enfermedad). Desde el ámbito de la creación en prosa, un autor español afincado en Italia, el célebre Francisco Delicado, publicó en Venecia —en una fecha tan temprana como 1529— un tratadito sobre El modo de adoperare el legno de India, principal remedio para la curación de las bubas. La vida licenciosa que llevó el vicario de Martos, con el magnífico conocimiento del universo puteril que éste reflejara en La lozana andaluza, nos hablan a las claras del origen de su propia enfermedad y del interés literario que aquélla despertó en él (al parecer, compuso asimismo otro pequeño tratado, De consolatione infirmorum, para uso de los afectados por el mal)9. La poesía del Quinientos había ensayado con éxito diversas tentativas de escarnio en torno a la enfermedad venérea; en un reciente estudio en torno a varios versos de inspiración sifilítica se ponía de manifiesto cómo

  • 10 Una introducción imprescindible en torno a la materia ofrece el capítulo VI («La poesía de la sífil (...)

es evidente que funciona una poética de la sífilis que se manifiesta en la selección de determinados rasgos temáticos y en el empleo de diversos recursos retóricos [...]. Dentro de la poética hay que incluir los tópicos sobre los síntomas y los remedios, siempre vistos de manera burlesca; los juegos que propician que el mal sea francés, entre ellos las conexiones con una mitología caballeresca concreta; las alusiones religiosas (las cofradías, la mención de Dios o de algún santo); la explicación del tipo de mal que se padece, a veces como respuesta a una curiosidad malintencionada10.

11En 1613, con la aparición de las Novelas Ejemplares, Cervantes aportaba su magistral granito de arena a esta literatura de la sífilis, concretamente con el brevísimo relato titulado El casamiento engañoso, que sirve de marco al complejo Coloquio de los perros. El protagonista de la primera novela, el alférez Campuzano, se presenta al comienzo de la misma como uno que apenas saliera de purgar los efectos del mal francés:

Salía del Hospital de la Resurrección, que está en Valladolid, fuera de la Puerta del Campo, un soldado que por servirle su espada de báculo y por la flaqueza de sus piernas y amarillez de su rostro, mostraba bien claro que, aunque no era el tiempo muy caluroso, debía de haber sudado en veinte días todo el humor que quizá granjeó en una hora. Iba haciendo pinitos y dando traspiés, como convaleciente.

12A la pregunta de un viejo amigo que, al encontrarle, se sorprende de su aspecto desmejorado, Campuzano relata:

  • 11 Cervantes, Novelas ejemplares, vol. III, pp. 221 y 222.

No tengo que decir sino que salgo de aquel hospital, de sudar catorce cargas de bubas que me echó a cuestas una mujer [...]. De mi casamiento saqué tantos [dolores] en el cuerpo y en el alma, que los del cuerpo, para entretenerlos, me cuestan cuarenta sudores, y los del alma no hallo remedio para aliviarlos siquiera11.

  • 12 R. Morales Raya (1993, p. 142) fecha el primer romance entre 1612 y 1628; el segundo es datado únic (...)
  • 13 Véase Quevedo, Un Heráclito cristiano, Canta sola a Lisi y otros poemas, pp. 442-450 (tomo la cita (...)
  • 14 Profeti, 1984, pp. 161-162.

13Si continuamos esta sucinta cronología, dedicada a la aparición de un motivo que se asocia íntimamente a un entorno degradado o picaresco, la presencia literaria de la sífilis por tierras hispanas alcanza una de sus más excelsas cimas con dos romances quevedescos, el conocido Tomando estaba sudores (cuyo epígrafe especifica: «Cura una moza en Antón Martín la tela que mantuvo») y la continuación del mismo, A Marica la Chupona (cuyo encabezamiento reza: «Segunda parte de Marica en el Hospital y primera en lo ingenioso»)12. Las chanzas del creador del Buscón van referidas a una prostituta de baja estofa (la aludida Marica) y se construyen sobre agudas variaciones conceptistas en torno a la enfermedad venérea y sus efectos; como señala Ignacio Arellano la sífilis «era, con la gota, una de las enfermedades alegres en el sistema carnavalesco, productos del placer sexual y de la gula; en la poesía de Quevedo la atención minuciosa a los detalles de la destrucción corporal le confiere un característico tono ambiguo, rasgo definitorio de lo grotesco»13. La sífilis se convierte en la pluma quevedesca en el «mezo il più adeguato per distruggere il corpo della donna, castigo esemplare del peccato che si commette con la seduzione del corpo». Según dicha línea interpretativa, los romances consagrados a la bubosa Marica revelan «il perverso piacere che Quevedo sente in una operazione che lacera, disgrega, reifica il corpo della donna»14. Esta veta de lo bajo corporal, que se imposta sobre el barroco lenguaje de la agudeza, aparece asimismo en las composiciones de Anastasio Pantaleón, donde lo grotesco aparece asociado con un peculiar discurso autobiográfico. Estimamos, por todo ello, importante que los octosílabos pantaleoninos sean leídos a la luz de sus equivalentes literarios itálicos, donde se unía ya en patética mixtura la forma de lo jocoso con el trasfondo biográfico de lo maldito.

Sobre la fama de un poeta libertino: dintornos para un ciclo poético

  • 15 Las tensas relaciones entre el poeta y el dramaturgo han sido parcialmente estudiadas por Brown, 19 (...)

14Cuando, en 1630, apenas transcurrido un año de la muerte de Pantaleón de Ribera, Lope de Vega incluía en el Laurel de Apolo algunas referencias crípticas al malogrado poeta madrileño, los filos de la ironía parecían brillar más que los resabios piadosos hacia el recién difunto15. Las afirmaciones del Fénix eran las siguientes:

Para pintar las partes de Anastasio
será corto pincel el de Parrasio,
y pues ya tienes de él tantas premisas
más vale que se queden indecisas.
Apresuró sus días malcontento
de que no ejecutó su entendimiento.

15A mi modo de ver, el sentido oculto de estos versos queda parcialmente velado en la referencia a Parrasio. No me parece que el nombre de este pintor griego sea recordado tan solo en función de la metri necessitas, pues —como es sabido— Parrasio fue conocido en la antiguëdad por sus obras de contenido erótico o pornográfico. Si se considera tal hecho, los primeros versos podrían arrojar un sentido semejante a éste: «Para describir las “buenas cualidades” de Anastasio se quedaría corta la capacidad plástica del pintor de temas escabrosos más reputado del mundo antiguo». Gracias a ese dardo sibilino, Lope podía criticar alguno de los «gustosos pasatiempos» del miembro de la Academia de Mendoza así como sus versos licenciosos. Como ya ha quedado dicho el rasgo más peculiar de Pantaleón, aunque sea mediante alusiones, Lope parece mostrar cierta reticencia a concretar más sus falsas alabanzas, de ahí que se escude en lo notorio de las andanzas vitales del escritor fallecido para no ahondar más en sus pullas: «pues ya tienes de él tantas premisas, / más vale que se queden indecisas».

16El Fénix recuerda nuevamente al seguidor de Góngora cuatro años más tarde, en el séptimo canto de la Gatomaquia, donde una nueva referencia enigmática apunta hacia Pantaleón de Ribera con malévola intención:

  • 16 Lope de Vega, La Gatomaquia, p. 83 (los comentarios a este fragmento se localizan en pp. 236-237).

Mas vuelve, ¡oh, Musa!, tú, para que pueda
ayudarme el favor de tu gimnasio,
que para lo que queda,
aunque parece poco,
al señor Anastasio
Pantaleón de la Parrilla invoco,
porque de su tabaco
me dé siquiera cuanto cobra un taco16.

17La alteración del nombre, que figura como «Anastasio Pantaleón de la Parrilla», se inspira en un romance del poeta fallecido, donde éste se refiere así a su propia sífilis: «Culpa tiene el cocinero, / que, creyéndome chorizo, / me espetó, de mis humores / alterando el equilibrio» (Ms. 3941, f. 84r). El chiste culinario de Lope («Pantaleón de la Parrilla») se explica, por tanto, con el peculiar martirio que sufriera el joven durante su enfermedad. Sobre la críptica referencia al tabaco, no tenemos información alguna que afirme que Pantaleón había adquirido el hábito de fumar. En definitiva, la imagen del malogrado escritor que recogen los versos del Fénix parece limitarse a dos cuestiones: la conocida promiscuidad del poeta madrileño y la estampa fugaz de su muerte bajo los padecimientos atroces de la sífilis.

18Las noticias sobre la presunta voracidad amatoria de Pantaleón de Ribera fueron también jocosamente evocadas por uno de sus compañeros de academia, el poeta-tahúr Pedro Méndez de Loyola, quien refiere así la procacidad de Anastasio y del italiano José de Camerino:

  • 17 Manejo el manuscrito B.N.M.-4.051, Libro de varios papeles, f. 685v-686r (69v-70r en la antigua fol (...)

Con que perdió el vejete los estribos,
que su potro se altera;
mas tan poco que nadie lo creyera,
ello debió de dar algún corcovo
por cerrar con la yegua que vio en cerro
(bellísimo animal para un encierro),
y Pantaleón cerrara, siendo un bobo,
mas ¿qué mucho, el diablo no me aburra,
que acometa, sin tocas, a una burra?
Y Camerino en zaga no le fuera.
¿En zaga no? Mejor que en delantera.
Mucho son para burla estos pesares,
perdone la malicia,
culpa de su nación, que en la milicia
de amor se arma mejor con espaldares17.

  • 18 Para las circunstancias de este texto, véanse los artículos de Brown, 1982 y 1986.
  • 19 En Ponce Cárdenas, 2002, pp. 53-59.

19La imagen grotesca de un joven tan rijoso que sería capaz de «acometer, sin tocas, a una burra» nos informa, en suma, de cuál pudo ser la opinión acerca de Anastasio extendida entre los contertulios de la Academia de Mendoza18. El origen mismo de dicha creencia hay que buscarlo, probablemente, en los textos que el propio autor nos ha legado, en la serie de composiciones que muestran su familiaridad con el pequeño mundo de las cortesanas de la villa, como —por ejemplo— el Vejamen de Sirene, del que nos hemos ocupado en un estudio anterior19. Otro texto pantaleonino que nos permite vislumbrar este ambiente de camaradería putañera es el curioso romance que comienza Nadie sin amor alienta, editado por Pellicer con el siguiente epígrafe: «A una junta de damas y señores que se hacía en una casa de conversación, diciéndoles donaires a todos». El comentarista de Góngora —que había revelado las circunstancias que originaron el texto y reprodujo, además, los nombres poéticos de las cuatro «damas» presentes (Anarda, Ursinda, Beatriz y Belisa)— obró con suma prudencia al ocultar la nómina de nobles cuyos amoríos fueron motejados por Pantaleón. La versión más autorizada del mismo romance, incluida en el manuscrito 3.941 (f. 89r-92v), ha conservado —pese a los esfuerzos del editor del poeta por enmascararlos— las señas exactas de aquellos que asistieron a tan peculiar reunión, junto con algún detalle de sus aptitudes o costumbres amatorias: don Hernando de Guzmán, de quien se afirma elogiosamente que «todo lo rinde y lo ronda»; «el conde de Puñoenrrostro», con quien «ni en el limbo, ni el tablado / tienen segura su honra / las niñas y las farsantas»; don Enrique de Toledo y Alagón, «que a bofetadas negocia» y con tan extraño tipo de cortejo va «martirizando beldades»; el duque de Lerma y su hermano, sableados sin piedad por las busconas; don Rodrigo de Tapia; don Antonio de Aguiar y el señor Gobernador de Orán, que «festeja una dueña quintañona / de belleza datilada / y de hermosura pilonga». Tras las andanadas chistosas que lanza contra la citada galería de aristócratas, finalmente, Pantaléon de Ribera la emprende con un compañero de profesión, el literato Juan (Ruiz) de Alarcón, al que pinta tan apasionado por una tal Menga que «ardiéndose como Troya, / un volcán, un Mongibelo, / por cada giba le brota». En definitiva, toda esta serie de indicios dispersos (las alusiones venenosas de Lope, el hiperbólico retrato de un Pantaleón «al asalto» trazado por Méndez de Loyola, los propios textos del escritor en torno al mundo galante) nos van conduciendo al origen de uno de los ciclos poéticos más característicos de la obra del malogrado seguidor de Góngora, aquella sección que podría acotarse con el marbete de “un pequeño cancionerillo octosilábico de la sífilis”.

Anastasio Pantaleón de Ribera: hacia una difícil autobiografía burlesca

20Si podemos fiarnos de la cronología que arroja la composición que lleva por epígrafe «Excusándose de hacer unos motes que le envió a pedir el Excelentísimo señor duque de Lerma para Palacio», es muy probable que los achaques más serios del poeta se remonten a la temprana edad de veintisiete años. El dato parece coincidir, además, con la afirmación que Pellicer realizara en torno al fallecimiento de su amigo («le salteó la muerte, año de 1629, sin cumplir los treinta de su edad, habiendo padecido continuos veinte meses graves dolencias»); puesto que sabemos que la defunción se produjo en febrero de 1629, si realizamos la sustración de aquellos veinte meses, podemos obtener una fecha aproximada para conocer el inicio de la manifestación más virulenta de la enfermedad del poeta: junio-julio de 1627. Observemos, ahora, lo que afirma Pantaleón en unos versos de claro contenido autobiográfico:

¿Hay alguien que escriba coplas
de sopetón cuando llega
el año de veintisiete
a estar con el pie en la huesa?
No por cierto. Yo he tenido
esta noche mucha fiesta
con ver del señor don Bueso
la católica presencia...

  • 20 En cuanto al importante papel desempeñado por el escritor madrileño en la aclimatación de la lírica (...)

21Si se acepta sin reservas esta cronología aproximada, el cancionerillo de la sífilis debió de componerse durante el segundo semestre de 1627 y a lo largo de todo el año siguiente20. A continuación reproduzco los textos de los cuatro romances que integran este interesante ciclo del mal francés, tratando de comentar alguno de sus rasgos más destacados:

Estando enfermo el poeta hizo este romance al médico que le curaba, viniendo a visitarle muy de mañana
Ya, Clori, el reloj sonaba
las cinco en San Sebastián
a la estación en que suelen
los gallos siempre cantar,
cuando me dijo mi madre:
— «Anastasio, despertad,
que el señor Doctor a veros
se viene pian, pian».
Hallome medio dormido,
si bien en todo mi mal,
conde Claros con unciones
no podía reposar.
— «Paz sea en esta casa», dijo.
Mas desmintiéndole está
la guerra que hace a las bolsas
esto de ser porta paz.
Sentose y pidió la arteria,
pero advirtiendo que está
cada día en mis achaques
más crudo y acerbo el ax,
montando en furia le dije,
más que Erinis infernal
hecha la voz un incendio,
y hecha la vista un volcán:
— «Oh, montante de la muerte,
graduado en Alcalá,
que a ser vienes de los hados
y de las Parcas el zas;
oh, tú, que de la otra vida
rodando bajas acá,
formidable birla vivos
de allende el juicio final,
¿a dónde bueno te llevas?
Mejor fuera no dudar,
que es donde malo, pues nunca
vas a donde buenos hay.
¿Contra quién irá tu ceño?
¿contra quién tu vista irá,
tan aceda, que parece
que miras por un agraz?
¿De qué inocente tan presto
a ser el Herodes vas,
que justos antes de nona
pretendes ponciopilar?
Si es contra mí la alborada,
bien hago yo en sospechar,
que ronda la armadura
el valle de Josafat.
Tú, que el campanario has hecho
más mudo clamorear
y a quien su dos de noviembre
llaman los difuntos ya,
¿cómo me pides el pulso
si han menguado la mitad
después que te graduaste
los pobres hijos de Adán?
Todos los yerros de todos
cuantos hoy curan atraes
a tus récipes, ¡oh fiero
medicastro, piedra imán!
No hayas miedo que tu mula
esté descalza jamás,
si como la cura yerras
la mula sabes herrar.
Aquí me tienes por orden
de un cementerio quizá,
hecho un esqueleto vivo
en lo verde de mi edad.
Aquí de jarabes puros
que bebo dos meses ha,
pienso que tengo borracho
el húmedo radical.
Como un zaque estoy de Ameque
y como una guinda están
mis tres potencias del alma
de fumaria y magistral.
Aquí, tras tanto jarrillo
como te he sufrido y tras
tanto sudor apajado
de estufa canicular,
más babas estoy vertiendo
que enfrenado un alazán,
procurando en mis salivas
escupir mi enfermedad.
Como los dos babeamos
en la cama y el zaguán,
las unciones que a tu mula
dicen todos que me das.
¡Oh, acaba ya de matarme,
si de los hados está!
Que doble sus esquilones
en mi entierro el sacristán.
Mas si acaso esta mañana
no has madrugado fatal
y vienes a herir de pancho
o de soslayo no más,
como yo quede con vida,
víctima sobre el altar
de Asclepio y de Podalirio
gallo votivo será».
Con esto el médico, Clori,
hecho un puro Satanás,
salto diera de la cama,
que parece gavilán.
Algunos contemplativos
dan en decir y en pensar
que ojos que lo vieron ir
en Francia no le verán.

  • 21 Para las construcciones humorísticas basadas en la parodia del romancero, véase Brown, 1980, pp. 18 (...)
  • 22 Véase la edición de P. Díaz-Mas: Romancero, 1994, pp. 212-214 (el verso alterado por Pantaleón se l (...)

22Como se ha visto, el romance se presenta a la manera de una escena de costumbres, en una suerte de movimiento teatral: la madre irrumpe en el cuarto para despertar a su hijo, el doctor entra y saluda, finalmente el enfermo increpa al médico y relata en primera persona, con inquietantes pormenores, sus padecimientos. El tono humorístico del poema se basa, esencialmente, en la parodia del romancero viejo y en la integración burlesca de diversos referentes bíblicos. El inicio de una de las más célebres composiciones del romancero («Medianoche era por filo, / los gallos querían cantar, / conde Claros con amores / no podía reposar») aparece transmutado jocosamente en la apertura «Ya, Clori, el reloj sonaba / las cinco en San Sebastián, / a la estación en que suelen / los gallos siempre cantar»; la deformación paródica continúa trabajando sobre el mismo hipotexto unos versos más abajo, en la presentación del enfermo: «conde Claros con unciones / no podía reposar»21. El romance de Belerma («Oh, Belerma, oh, Belerma, / por mi mal fuiste engendrada») deja también su poso al final de la composición: «que ojos que le vieron ir / en Francia no le verán»22. Las referencias bíblicas sirven para identificar al médico con figuras malignas (como Herodes, causante de la matanza de los inocentes; o Poncio Pilatos, directo responsable del inicuo juicio de Cristo; o con el mismo Satanás). Debe considerarse además que, mediante la perífrasis de contenido religioso, se alude a las peligrosas circunstancias que vive el poeta (el «valle de Josafat» ha de ser entendido como valle de la muerte, o la muerte misma), o a la humanidad entera («los pobres hijos de Adán»). De especial interés resulta, por otra parte, la pintura de la propia enfermedad, que el poeta consigue mediante el elenco de récipes (donde se incluyen unciones, jarabes puros, fumaria, magistral, jarrillos, y los omnipresentes sudores). En esta misma línea, mediante un crudo proceso de animalización, el síntoma del morbo gallico que aparece subrayado en el texto es el constante exceso de saliva («más babas estoy vertiendo / que, enfrenado, un alazán», «como los dos babeamos / en la cama y el zaguán, / las unciones que a tu mula / dicen todos que me das»).

23A continuación hemos de examinar un texto incompleto, recogido en el manuscrito 3.941; éste presenta una estructura semejante a la del romance que acabamos de ver, como si se tratara de un primer ensayo del mismo o acaso un borrador desechado:

Estando enfermo, al médico que le curaba, viniendo a visitarle muy de mañana.
Las cinco de la mañana
daba por filo el reloj,
cuando en mis barbas me dijo
la madre que me parió:
— «Despertad, hola, que viene
con su lacayuelo en pos
vuestro médico y su mula,
sus guantes y sortijón».
Considere aquí el benigno,
pío y cristiano lector,
por me hacer merced, el miedo
que tendría entonces yo.
Temblé como un azogado,
y aun pienso que como dos,
del susto, que de la untura
azogado cinco soy.
Héle que entra, Dios nos libre,
muy dado en el eslabón
un machete con sus barbas
y apatusco de Doctor.
Entró, pues, y aunque en ayunas,
por dos azumbres de voz,
— «Dios sea en esta casa», dijo,
pero no me trujo a Dios.
Pidiome la arteria y viendo
que cada visita voy,
por creer sus aforismos,
estando mucho peor,
con la cólera le dije
que Arquíloco, a quien armó
de sus mordaces yambos
la rabia y la indignación:
— «¡Oh montante de las Parcas,
oh zas zas de los hados,
supitaño de la muerte
y crudísimo antuvión,
oh abarrisco de las vidas,
oh troche moche feroz
de las saludes, oh roso
y belloso matador!
¿A quién llevas la otra vida
antes que la tenga el Sol?
¿Qué cimenterio te paga
ese asasino traidor?
¿De qué parce mihi vienes,
o de qué kyrie eleisón
hecho del ojo? ¿Qué tumba
dicta tus recetas hoy?»

24El poema se abre nuevamente con la figura de la madre del poeta, que le despierta avisándole de la llegada del doctor. En boca de la figura femenina se inserta la descriptio indirecta de un médico de calidad, que aparece montado sobre una mula con bellos arreos, mientras se hace seguir por un joven lacayo que porta el instrumental; los guantes y el «sortijón» emblemáticos de la profesión completan el esbozo del personaje según los dictados de la consabida sátira contra oficios. Como observábamos en el texto anterior, nuevamente encontramos aquí la interesante disposición dialógica: el pequeño parlamento materno, el saludo del doctor, y, por último, la extensa invectiva del enfermo. En el transcurso de esta escenita de consulta médica, el profesional le toma el pulso al poeta, constatando el progresivo empeoramiento de éste; irritado por la falta de mejoría, el propio paciente comienza su airada diatriba, amparándose nada menos que en la autoridad clásica de Arquíloco de Paros. En realidad nos hallamos ante un sutil guiño intertextual —algo amplificado— a un conocido verso de la horaciana Epistula ad Pisones (79): «Archilochum proprio rabies armavit iambo». La parodia del romancero viejo sirve, una vez más, para dar comienzo al poema («Las cinco de la mañana / daba por filo el reloj»), pero no aparece corroborada en ningún otro pasaje del mismo. El uso cómico de frases pertenecientes a la liturgia (Parce mihi, Kirie Eleyson) se relaciona también con los referentes de carácter religioso que notábamos en el primer texto. Parece, sin embargo, que la fuente principal de la comicidad de esta segunda composición debería sustentarse en la variación metafórica ejecutada sobre la figura del médico, que aparece transformado lingüísticamente —una y otra vez— en instrumento de la muerte («machete», «montante», «asesino»). En mi opinión, el escaso margen que se concede a la descripción del mal o de su cura (sólo una vez se menciona la «untura»; probablemente las referencias al azogue deben entenderse como alusivas a los temidos remedios mercuriales) conlleva una focalización del texto hacia la simple variación, muy poco original, de la sátira contra médicos —tan cara a la pluma quevedesca—, lo que probablemente pudo originar que el poema permaneciera incompleto, abandonada su composición en aras de un tipo de discurso autoparódico mucho más eficaz.

25El romance al que nos vamos a referir a continuación entra de lleno en el discurso satírico contra los profesionales de la medicina y, pese a que no haga muchas referencias explícitas a las dolencias propias del morbo gallico, estimo que se puede comprender mejor a la luz de textos como los anteriores:

A un médico francés, que vino a España a curar potras, hecho a petición de un caballero del hábito de Santiago y caballerizo del Rey nuestro señor
Este romance se hizo
para aquel joven por ley
que de Santiago y del Rey
es caballero y llerizo.

Francés cirujano que,
más avariento que docto,
convertir en pan procuras
las piedras, como el demonio,
vade retro, y no tu estuche
dé a las vidas más asombro,
ni para matar sin pena
busques pretextos al odio.
Di, si eres químico acaso,
por qué las piedras de todos
parecen filosofales,
pues haces con ellas oro.
¿Qué importan tus diligencias
si es la vida un breve soplo?
Para nacer fuimos hombres
y para morir lo somos.
¡Qué poco la ciencia alcanza!
Pues que de durar no hay modo,
su fin tiene cada aliento,
y cada vida su coto.
Veniste a España teniendo
las pragmáticas en poco,
cuando un abridor en ella
es pedir peras al olmo.
Y en vez de haber hecho en ti
un castigo riguroso
por abridor de cuchilla,
ya que no de molde gordo,
aun los alcaldes te pagan
el arte facineroso,
siendo relajar las leyes
en ti solamente logro.
Toma oficio y adereza
en las ingles, como bobo.
Cerrado estoy de campiña
y menos la piedra a lodo,
pestillo traigo en la panza
y en la vejiga cerrojo.
Y ¡vive Dios! Si te tiro
un guijarro que redondo
es llave de comisuras
las valonas y los bobos,
ponte a engomar las orinas
y a almidonar los encordios;
no porque sepas abrir
lechuguilla ha de ser todo,
que aun en las ingles se veda
la arandela y tente mozo.
O, pues de abridor presumes,
abre, si sabes, el ojo,
que te meterá un esbirro
en un par de calabozos.
Guárdate de los muchachos,
que armados ya del apodo
mal francés te llaman unos
y bubas te llaman otros.
Sácale la piedra a Hita,
gabacho, si sabes cómo,
y tendrás nombre en España
de opinado y de famoso.
Pero si acaso pretendes
sacárnoslas a nosotros,
vete al rollo, que cualquiera
tiene su piedra en el rollo.
Que aunque ahora me naciese,
si no de miedo, de ahorro,
por no verme entre tus manos,
me hiciera con ella momo.
Tú no has de curarme, en fin,
aunque oculte prodigioso
mi pulgarejo un peñasco
y mi entresijo un escollo.
Y porque digas en Francia
que el escolar del antojo
te tuvo por embustero
sin sacarle mentiroso,
no han de abrirme tus estudios
de par en par, que me pongo
un candado y dos armellas
y ganzúa de meollos,
que he de abrirte la cabeza,
porque tengas en el moño,
como el bezar la virtud
y la luz como el piropo.
Súbete en un platicante,
pues tienes dos de retorno,
y si te fueres a Francia,
allá vas, cómante lobos.

26Esta curiosa pieza, escrita por encargo de uno de los caballerizos del rey, se inserta de lleno —como se ha dicho— en la modalidad de la sátira contra médicos. Dada la importancia de este tipo de figura vejada y observando, además, la tipología externa de los chistes que aparecen recurrentemente en el poema, me parece apropiado insertar dicho texto en el cancionerillo de la sífilis. A este propósito, no estará de más recordar que una de las afecciones causadas por el mal francés eran las temidas gomas o piedras («tumores esféricos o globulosos que se desarrollan en los huesos o en el espesor de ciertos órganos como el cerebro, el hígado, etc., y es de ordinario de origen sifilítico», DRAE) y que el tratamiento de las mismas era confiado a cirujanos especializados en sajarlas. Debido a todo ello, la nacionalidad del médico y la función concreta que éste desempeña en su campo parece propiciar la elaboración del entramado humorístico del poema según el canon de la tópica burlesca de la sífilis. Una vez constatada esta particularidad, podemos apreciar que —lógicamente— el romance se articula en torno a dos ejes isotópicos marcados por el origen francés del cirujano y por la especialidad a la que se dedica (la extracción de piedras o cálculos). La nacionalidad del personaje satirizado lo convierte en un blanco fácil para ciertas pullas construidas sobre el gentilicio mismo, en clara alusión a la sífilis («mal francés te llaman unos, / bubas te llaman otros»), al tiempo que permite al escritor aludir a la legislación que regulaba la llegada de emigrantes que procedían de un país casi en lucha constante con España («Viniste a España, teniendo / las pragmáticas en poco»). El segundo haz de isotopía acumula referencias al Nuevo Testamento (Mt. 4, 3-4: el diablo tienta a Cristo en el desierto y trata de hacer que éste transforme las piedras en panes), a una disciplina esotérica como la alquimia (el cirujano ha encontrado la milagrosa piedra filosofal, al hacerse de oro extrayendo las piedras de los pacientes), o a la toponimia ibérica (Piedrahíta). En este segundo nudo de conceptos que se construyen en torno al lexema piedra se incluyen además la desarticulación de modismos o frases hechas («tener la piedra en el rollo»), el empleo jocoso del lenguaje eclesiástico (vade retro) y las alusiones a la tradición paradoxográfica (el poeta amenaza con descalabrar al cirujano de una pedrada, si éste se le acerca; dicha herida en la cabeza del físico descubriría que éste escondía allí la legendaria piedra bezahar o el precioso piropo). En definitiva, bajo la corteza conceptista de sabor quevedesco, el presente romance no escatima ninguno de los lugares comunes de la caricatura del médico, tan habitual en el Siglo de Oro. Desde su exterior solemne (mula, barba, guantes, sortija, lacayo) hasta su carácter peligroso (en el que la codicia va de la mano de la condición letal), la estampa remite a un paradigma jocoso ya tradicional.

27Finalmente, el poema más interesante de este romancerillo de la sífilis es el dirigido por Anastasio Pantaleón de Ribera a su más firme protector, don Francisco Gómez de Sandoval, duque de Lerma:

Al Excelentísimo señor duque de Lerma, estando el poeta enfermo del achaque de que murió, le escribió agradecido de que le hubiese enviado a visitar el duque el mismo día que le condenaron en un pleito de mucha importancia.
Desde la zarza, señor,
(pero sin aquel prodigio
de Horeb) os hablo, que quedo
tomando zarzajarrillos.
A puro sudar la gota,
tan gorda como yo mismo,
por Pantaleón de Algalia
me tienen ya los amigos.
Érame yo ejecutoria,
pero ya soy sambenito,
que en la zarza me revuelco
y en cada trago me pincho.
Una mazorca de bubas
tengo en este cuerpecito,
plegue a Dios me la devanen
los sudores hilo a hilo.
Culpa tiene el cocinero
que, creyéndome chorizo,
me espetó, de mis humores
alterado el equilibrio.
Gálico estoy confirmado,
¡qué bofetón tan impío
me sacudió la manaza
de Turpín el arzobispo!
Las unciones temo y tanto
con esperarlas me aflijo
que, sin llegar al ungüento,
brujo de azogue me miro.
Si tanto del lecho y tanto
de esta dolencia martirio
no me quita la zarzuela,
Daratuzán sea conmigo.
Beberme las ventas pienso
de todos esos caminos
y echarme Alcolea a pechos,
si no pudiere su río.
Intentarlo pienso todo,
para ver si vuelvo a vivo,
aunque el andar zarzeando
es cosa de tortolicos.
Nao podo jantar, los dientes
se me quejan de baldíos,
mano sobre mano tengo
las muelas y los colmillos.
Enfádame el cuarto de ave,
cánsame el toparramiro
bravamente, que el carnero
sólo es bueno vellocino.
Hallan siempre en mis muñecas
cochambre de arder maligno
los médicos, porque nunca
de calentura me limpio.
De parto una piedra tengo,
y de parto el colodrillo,
a Jove, madre dos veces,
ambos daños imito,
que en mi muslo y mi cerebro,
con dolores excesivos,
Minerva corona infante
y Baco se aborta niño.
Si cuando enfermo el cogote
sabe ser tan enemigo,
mal hubiese el Anastasio
que non naciera corito.
Hierros ha obrado en mi cura
un médico del perrillo,
tales que dejar pudieran
cualquier avestruz ahíto.
¿Qué digo avestruz? La hierba
no los romperá del pico,
maguer que suele en los reos
quebrar los bretes y grillos.
Purgado estoy siete veces
y sangrado diez; los libros
solamente y las ventosas
me buscan algún alivio.
Hechas árbol de linaje
las espaldas he tenido,
mordiéndomelas aquellos
sacabocados de vidro.
Hánme dado catapocias,
cataplasmas, cataclismos
y aun sospecho que han de darme
«Cata Francia Montesinos».
¿Mas para qué os voy contando
mis males a dos carrillos,
si llegan cuando mayores
a sólo llamarse míos?
Muerto yo importara menos
que haber, señor, padecido
vuestra inocencia pesares
y vuestra hacienda peligros.
Pero yo no hablo ad Ephesios,
bien sé por lo que lo digo,
y la causa adoro con que
este papel os escribo.
Fue, pues, que la misma tarde
del rigor, en que era digno
y natural que el cuidado
anduviese repartido,
cupe yo en vuestra memoria
y hétele aquí un pajecico
que a inquirir de vuestra parte
todos mis achaques vino.
Esto obrastes aquel día.
¿Para qué tengo galillo
si en publicar vuestras glorias
me lo deshago a gritos?
Vos del grande abuelo y padre
nieto mayor, mayor hijo,
cuyas virtudes etéreas
corona serán del siglo,
si os mira mal la Fortuna,
por haber ya sucedido
en los méritos y bienes
de tanto mayor divino,
aunque ésa no es culpa vuestra,
sino de la invidia oficio,
y nadie es reo en aquello
que fue, naciendo, delito,
huid, señor, la amenaza
y la ofensa del destino
que desde lejos o yerra
o hiere menos prolijo.
Tema del Austro la saña
el piloto prevenido,
y sin zozobrar defensa
busque en el puerto y abrigo.
Mucho (en que el odio y la rabia
se alimentan vengativos)
en la ocurrencia padece
y se libra en el desvío.
No despedazar el Pardo
al cazador que no ha visto
en su monte, es accidente
del ocio, que no del vicio.
Ausente ansí del objeto
en quien lograra nocivo
su veneno, no perdona,
pero huelga el basilisco.
De Lerma, señor, sois dueño,
Lerma, cuyo ameno sitio
pudiera ser de los dioses
más delicioso retiro,
allí, para no emplearos
en marciales ejercicios
a que os tuerce vuestra sangre,
vuestra fama o vuestro brío,
viviréis, al fin, en ocio
más seguro y más amigo,
fuera del áulico estruendo
y el cortesano delirio.
Yo acabo aquí mi romance,
y solamente os suplico
que muda ceniza sea
después que lo hayáis leído,
que como soy pretendiente
es siempre discreto aviso
en las materias de riesgo
callares y cortapicos.

  • 23 El texto que reproducimos se encuentra en el Ms. 3941, f. 84r-88r. Las variantes que arroja el cote (...)

28Según se puede observar, el texto precedente aparece estructurado en forma de díptico: la primera sección del poema está dedicada a los padecimientos del poeta (vv. 1-92); el segundo apartado, en cambio, se muestra como una consolatio al poderoso amigo que abandona el «áulico estruendo» y parte hacia sus dominios burgaleses (vv. 93-160). Si comenzamos nuestro comentario, precisamente, desde este segundo fragmento, destaca ante todo el motivo de la cautela y el silentium preceptivo del autor, quien afirma que sus comentarios acerca del viaje del duque constituyen «materias de riesgo». Aunque no podamos precisar qué eventos cortesanos aparecen aquí ocultos tras un tenue velo (la referencia al coto de caza real, ubicado en el monte del Pardo, parece esconder cierta alusión a algún suceso acaecido en el estrecho entorno del aula regia), los haces de isotopía que dominan, significativamente, este segundo apartado parecen sugerir una pérdida de favor ante el monarca (Fortuna, destino / rigor, invidia, amenaza, ofensa, odio, rabia, vengativos), apuntando —verosímilmente— hacia una caída causada por un enemigo del linaje de los Sandoval. Si el poderoso opositor de esta familia, en franco declive tras la llegada al trono de Felipe IV, viniera a ser el temido conde-duque de Olivares, no sorprendería a nadie que el poeta afirme —como entre susurros— al poner fin a sus versos: «yo acabo aquí mi romance, / y solamente os suplico / que muda ceniza sea / después que lo hayáis leído». Las esperanzas de un «pretendiente», tal como él mismo se define, no han de mesurarse más allá de los límites de su discreción, de ahí que éste pida a su protector que el fuego sea el destino último de una composición comprometedora23.

29Tras la mención de los interesantes problemas de tipo sociopolítico planteados en el segundo miembro del poema, es tiempo ahora de analizar la imagen del mal francés que Pantaleón da en el fragmento inicial del mismo. En primer lugar, puede observarse que, al igual que ocurría con los dos textos que abren el cancionerillo de la sífilis, la ambientación grotesca del romance concede suma importancia a la subversión de los referentes religiosos y romanceriles. La apertura de la pieza remite, como se ha visto, al pasaje del Viejo Testamento donde el Creador se aparece a Moisés en forma de zarza ardiente (recuérdese exactamente la teofanía de Ex, 19, 16-20); el locutor poético afirma que él también se halla en medio de unas zarzas en llamas, con extremo dolor, pero sin la presencia consoladora de Dios. A idéntico entorno religioso remite un modismo ocasionado por la alteración del lenguaje litúrgico («hablar ad Ephesios»). La parodia del romancero viejo se presenta esta vez bajo la forma de alusión (a la «manaza» del arzobispo Turpín, personaje perteneciente a la saga carolingia) y bajo la de la analogía burlesca; en el segundo caso, el prefijo cata-, presente en la terminología médica, sirve para componer el listado de recetas: «cata-pocias», «cata-plasmas», y los sorprendentes «cata-clismos» y «cata-Francia-Montesinos». Dicho procedimiento de composición de neologismos se puede hacer extensivo a un vocablo como zarzajarrillos, donde se entremezclan los jarrillos que debe ingerir el enfermo y las cocciones de zarzaparrilla (probablemente mezclada con palo santo). En este último romance de la sífilis abundan, más que en otros textos, los molestos pormenores de la enfermedad: la repelente «mazorca de bubas», las curas de sudores, el temible ungüento mercurial (o «unción de azogue»), la sed perenne, el hastío continuo de los alimentos prescritos en la dieta. En cierto modo, los valores plásticos de la metáfora sirven para incrementar la crudeza de las marcas que el tratamiento deja en el cuerpo del enfermo; la disposición de las heridas que se ramifican por la espalda promoverá así su identificación con un «árbol» genealógico. Por otro lado, los bisturís y lancetas del cirujano obran a modo de espadas (como las célebres «del perrillo») que laceran sus miembros. Siguiendo una suerte de línea ascendente, con una de las cimas patéticas del relato el locutor poético logra inspirar suma compasión, precisamente allí donde confiesa con cierto desamparo: «Purgado estoy siete veces / y sangrado diez; los libros / solamente y las ventosas / me buscan algún alivio». El dolorido trasfondo de este pasaje sirve, además, como el conveniente anticlímax de una de las cimas jocosas del romance: la aparición de los exempla mitológicos de los embarazos de Júpiter, que remiten nuevamente a la triste realidad del poeta (las gomas supurantes del «colodrillo» y la «pierna» permitirían identificarlo con el soberano del Olimpo, que dio a luz a Palas y al dios del vino de su propia cabeza y del muslo).

30Para cerrar estas notas en torno a la importancia que asume el tema de la sífilis en la obra de Anastasio Pantaleón de Ribera me parece oportuno recordar los versos que sobre la causa de la muerte del joven poeta compuso don Francisco Benegasi y Luján en las postrimerías de la Edad Barroca:

  • 24 La Barrera recuerda muy a propósito estos versos en la semblanza que trazara de Pantaleón (1969, p. (...)

Murió el gran Pantaleón,
pero no murió su fama,
que el cuerpo de tales obras
no será cuerpo sin alma.
Murió pobre (fue poeta)
y de bubas: ¡qué desgracia!
¡dar a entender que tenía
poca lana y esa en zarzas!
Influyó Apolo en su numen,
Venus, señor, le guiaba,
y Mercurio hizo a su vena
que, aun sin discurrir, sudara24.

31Al inicio del Setecientos, Antonio de Zamora dedicó a un argumento tan sin par como el tratamiento de su propia sífilis una composición en la que, plenamente investida de auctoritas, queda recogida con zumba la memoria del joven madrileño:

  • 25 Debo la noticia de la existencia de este curioso texto al doctor Rafael Martín, cuya tesis —dedicad (...)

Todas las conversaciones
forman, para divertirnos,
las mantas del hospital,
las lentejas del hospicio.
Hay, entre si obro o no obro,
entre si orino o no orino,
una eterna anotomía
de la cerilla del trigo.
¡Oh buen Pantaleón!, ahora
entra lo de cataclismos,
cataplastos y después
«cata Francia Montesinos»25.

Miguel Colodrero de Villalobos: con un romance burlesco y cinco epigramas

  • 26 Sobre este ingenio áureo aún insuficientemente conocido puede leerse como introducción general el a (...)

32A continuación, sin movernos del ámbito de la segunda promoción culta, examinaremos algunas piezas dispersas entre los volúmenes poéticos del baenense Miguel Colodrero de Villalobos26. En el cultivo de la varietas cómica por parte del seguidor de Góngora pueden rastrearse ecos del creador de las Soledades y de otras figuras menores del Parnaso barroco. Sin hacer demasiado hincapié en la cuestión del aprendizaje del estilo risueño por parte del baenense, seguidamente trataré de deslindar los principales juegos de ingenio que ligan sus octosílabos a la poesía de la sífilis.

33Quisiera detenerme, en primer lugar, en una interesante décima que se finge, dialógicamente, como testimonio de un doble envío epistolar. El epigrama hace referencia a una primera misiva con la que el corresponsal (don Andrés) previene al locutor poético contra el doble peligro que se cierne sobre la ciudad de Málaga: la sífilis y los ataques repentinos de corsarios ingleses. Una segunda carta parecería insistir en la necesidad de extremar las precauciones ante el riesgo de un posible contagio de bubas:

  • 27 El Alfeo y otros asuntos en verso, ejemplares algunos, f. 81 r.

Escríbesme, don Andrés,
amigo mío leal,
que en Málaga todo el mal
es de ingles y de inglés.
En otra carta después
me haces mucho recüerdo
que en guardarme no ande lerdo.
Harélo con más cuidado
de un majadero atestado
que de un apestado cuerdo27.

34Como dicta la poética del epigrama, el escritor reserva el dicterio para el remate de la composición: si los versos precedentes parecían discurrir por los vericuetos de un intercambio amistoso de consejos, el fulmen in clausula revela que el cataclísmico don Andrés, en realidad, sólo ha alcanzado la sensatez tras haber contraído él mismo el morbo gálico. Los juegos conceptistas presentes en la décima hacen recaer casi todo el peso del humor en una figura tan simple como la annominatio (Málaga/mal, ingles/inglés), en tanto que las alusiones a la enfermedad venérea se limitan a la sugestión de un síntoma inequívoco (la presencia de tumores voluminosos en la zona inguinal).

35El romance VIII del Alfeo se configura, como el epigrama precedente, bajo una especie de cornice dialógica; esta vez se trata de la alocución directa encaminada por el hablante poético a la mujer que desea:

  • 28 El Alfeo y otros asuntos en verso, ejemplares algunos, f. 93r-94 v.

Tienta, Laïs, enemiga,
las heridas que me das,
que mujeres y diablos
bien sé que saben tentar.
Tres meses ha que me sigue,
a vuelta de otros, un mal
que pretende por cansado
que yo le vea sudar.
¡Ay!, que una pierna me duele;
los brazos me quiebran, ¡ay!
Teneos, males verdugos,
que yo diré la verdad.
Confieso que ya sin cuenta
preñada una ingle está
y en el dolor impaciente
revienta por reventar.
Pensaba yo, peste hermosa,
cuando te vi relumbrar,
que eras sol recién salido,
y así te quise tomar.
Todo el común te juzgaba
por hembra hecha a la haz;
engañose, es ciego el vulgo,
y ve los bultos no más.
Entráronse por los míos,
que estaban de par en par,
tus ojos, tan a lo bravo
que me dejaron en sal.
Muerto a tu vista quedé,
y del alma la mitad
hizo viaje a tu pecho,
inútil, aunque eficaz.
Advierte, Naturaleza,
que a la mujer has de dar
unos ojos para ver,
pero no para mirar.
Tanto tu ausencia apetezco
y tanto verte fugaz
que olvidándome diré
que me tienes voluntad.
Mil gracias, Laïs, te ofrezco,
pues me diste libertad,
mas si enredado no estoy,
enzarzado me verás.
Dios traiga tan lindo un marzo
que no le digan refrán,
que en esta súplica pido
mi salud y la del pan.
Pides que te dé perdón
(pero qué no pedirás),
yo te lo concedo todo,
porque es grande acción el dar28.

  • 29 Alzieu, Jammes, Lissorgues, 2000, pp. 40 y 96 (para la voz tomar) y pp. 125, 128, 225 (para la voz (...)

36La presencia de apóstrofes muy marcados («Laïs» en el v. 1, «peste hermosa» en el 17) ligan la figura femenina al universo prostibulario y al orbe de la enfermedad venérea, toda vez que el antropónimo helenizante recurre en la poesía áurea aplicado a cortesanas más o menos célebres y, casi resulta obvio recordarlo, las meretrices eran consideradas foco principal de propagación de la epidemia. Pese al contexto lírico culto que irrumpe en la nutrida serie de referentes propios de la filografía del momento (la petrarquista piaga d’amore, la marcación astronómica de la dama sol, el signo neoplatónico de la mirada de la amada [occuli sunt in amore duces], el intercambio de espíritus [con el dictum remotamente horaciano del animae dimidium meae]...), toda la escenografía amorosa queda subvertida por las sinuosas referencias a la sífilis y por el carácter de una dama tomajona («pides que te dé perdón, / (pero qué no pedirás)»). Merced a la silepsis, el poema va entrelazando una lectura «recta» o galante (el mal de amor y los padecimientos propios del caballero enamorado) con una interpretación «oblicua» o maliciosa que remite una y otra vez a la sintomatología de la sífilis y a las prácticas médicas aplicadas a tales enfermos. Desde la necesidad de «sudar» el morbo (vv. 6-8), hasta el conocido dolor de articulaciones (vv. 9-10), sin olvidar las llagas (como las «heridas» del verso segundo), los tumores inguinales supurantes (vv. 14-16) o las imprescindibles cocciones de zarzaparrilla (en una fórmula adversativo-aditiva no exenta de zumba: «si enredado no estoy, enzarzado me verás»). El léxico salaz cobra especial relieve en un elenco de acciones que se valen ya de la antanaclasis («tienta» / «tentar»), ya de la dilogía («dar»). Como es sabido, el momento de la cópula en numerosos textos de la época se denomina mediante el binomio verbal «dar y tomar», el primero de los cuales aparece estratégicamente situado en diversos pasajes del romance (vv. 2, 21, 34, 49, 52)29.

37Los cuatro últimos textos de los que nos vamos a ocupar pertenecen a la amplia guirnalda de epigramas titulada por el baenense Golosinas del ingenio. Se trata de unas composiciones breves destinadas a pintar de manera burlona el retrato de dos muchachas alegres o dirigidas a bromear con el nombre de un conocido. Así, el epigrama XCII se sirve del estilo indirecto para relatar una confidencia íntima que una moza campesina (su nombre, Juana, la vincula en primera instancia a un tipo de erotismo primario o rústico) ha tenido a bien compartir con el locutor poético:

Ayer me dijo en la vega
Juana que un mozo alentado
una pupa le ha pegado
y es cierto que se la pega.
Lamentábase sin pausa
y mil veces repetía
que efecto francés sentía
siendo española la causa.

  • 30 Puede recordarse asimismo cómo en el epigrama LVI la diosa Aurora trataba de «alentar» en vano a su (...)

38La redondilla inicial sirve para referir el encuentro carnal con un muchacho ‘valentón’ o ‘excitado sexualmente’; como resultado de dicha intimidad se ha ocasionado el contagio. En dichos octosílabos se alterna la directa denominación de uno de los síntomas inequívocos de la plaga venérea («pupa») con las bifurcaciones de sentido propias de la dilogía («pegar» es el verbo que acota el momento de la infección, mas en el verso cuarto parece apuntar sin velos hacia el trabajo físico propio del amplexo). De este modo, el «mozo» que «se la pega» a la muchacha viene caracterizado por un participio («alentado») de interpretación abierta30. No debe olvidarse, por otro lado, que el “caso” aparece puesto en boca de una moza caracterizada con un tipo de onomástica popular puesta en boga por grandes burlones como Baltasar del Alcázar (que tantas hablillas refiriera acerca de otra Juana o de la ardiente Inés).

39La segunda estrofilla describe a la sensual Juana sumida en un mar de quejas (subrayadas por la reiteración hiperbólica de los circunstanciales: «sin pausa», «mil veces») y al tiempo apunta la paradoja —explotada una y otra vez— de las nacionalidades. Como sabemos por la redondilla primera, el encuentro con un anónimo connacional (la «causa española») se halla en el origen de los calamitosos efectos de la sífilis que ahora padece la muchacha (la «pupa» y todos las calamidades subsumidas en un sintagma como «efecto francés»). El nombre más extendido de la epidemia («mal francés») sirvió ya a Quevedo como trampolín conceptual desde el que ejecutar una pirueta chistosa basada en el contraste de gentilicios, como puede bien verse entre las cuitas de Marica la Chupona: «lo español de la muchacha / traduce en francés el mal» (9-10).

40Si en la composición precedente la onomástica remitía al orbe de lo popular o campestre, en el epigrama CLXI hallamos un antropónimo de sabor helenizante que en cierta medida evoca el perfil sensual y corrupto de la amada de Catulo, ya que sus versos aparecen encabezados por el epígrafe A Lesbia:

De bubas estás perdida
y estuprada de Fineo,
de dos achaques te veo
empezada y empecida.
Sobre tu frente se asoma,
material, un puparrón,
que a la vista es almidón,
pero a la certeza goma.

41La estrofa primera presenta el doble mal que aqueja a la destinataria, ya que ha sido estuprada por Fineo y a raíz de dicho comercio carnal éste le ha contagiado la sífilis. Como en el epigrama anterior, aparece en primer lugar la directa nominación de un síntoma claro («bubas») y acto seguido se ejecuta cierto floreo verbal mediante la poco lograda annominatio (empezada/empecida), que sirve para acotar el instante en el que le fue arrebatada la virginidad a la joven («empezada») y la posterior eclosión de bubas que molestan y desfiguran («empecen») a Lesbia. En la segunda redondilla el hablante poético ajusta su lente y se recrea en un primer plano de la marca supurante situada en el lugar más visible: el «puparrón» de la «frente» de la muchacha. La dilogía de las voces «almidón» y «goma» sirven para ejecutar un chiste basado en un gesto de la vida común durante la edad barroca, toda vez que la goma designaba tanto el «apresto para almidonar y poner tiesa la tela de las valonas» (Covarrubias) como el «tumor esférico o globuloso que se desarrolla en los huesos o en el espesor de ciertos órganos como el cerebro, el hígado [...] y es de ordinario de origen sifilítico» (DRAE). De nuevo, el genial autor del Buscón proporciona un ejemplo afín, esta vez desde la Segunda parte de Marica en el hospital: «más gomas que en las valonas / en sola su frente gasta» (49-50).

42El baenense recurrirá al juego con el nombre del destinatario de otras dos composiciones (A Agustín Francés) para mencionar, por un lado, el remedio más usual contra la plaga (el «agua del palo» santo o cocción del guayaco) y para referir, por otro, un breve catálogo de síntomas propios de la enfermedad venérea:

  • 31 Ibidem, pp. 508-511.

Si os hubiera hecho Dios,
mal francés, por mi regalo,
vertiera el agua del palo
para no sanar de vos.
¿Quién vido tan nuevo medio
de tener salud cual es
desear el mal francés
y aborrecer el remedio?

Dolores en las rodillas,
con gran hinchazón de pies,
y remanecer después
bocas en las espinillas,
suelen decir mal francés.
Mas vos, Francés, en quien fundo
la vida y salud que espero,
siendo el regalo del mundo,
no sois el francés primero,
porque sois este segundo31.

43En la doble redondilla que compone el epigrama XX, probablemente deba apreciarse un juego malicioso entre dos imágenes contrapuestas: la del remedio obtenido al hervir la corteza del leño de Indias o guayaco (el «agua del palo» que sirve para sanar la enfermedad) y una estampa salaz muy distinta (la del «otro» palo que durante el acto de verter ciertas «aguas» suele ser el origen del contagio). Probablemente el juego malicioso queda, además, refrendado con la estilización paródica de un adagio ovidiano tan manido como «video meliora proboque, / deteriora sequor» (Met. VII, 20-21) al cierre de la composición. La décima siguiente, por su parte, ofrece en realidad la contra-posición ingeniosa entre el morbo gálico («francés primero») y el amigo cómplice, ese Agustín Francés que es realmente segundo en rango. Los cinco versos iniciales presentan así la forma habitual de la definición por elenco de síntomas (dolor en las articulaciones, tumefacción, heridas ulcerosas en los miembros), equilibrada en el segundo apartado por la imagen positiva de una figura perdida en las nieblas del tiempo (y cuya profesión nos aclararía bastante acerca del contexto ingenioso en el que nace la pieza).

Algunas consideraciones parciales

44 A la luz de los textos examinados, podría mantenerse sin demasiados titubeos que a lo largo del siglo xvii la poética de la sífilis cae de lleno bajo la estética propia del lenguaje conceptuoso. Los habituales juegos con los gentilicios, las alusiones religiosas, los guiños intertextuales a la tradición clásica... configuran parte del mundo ingenioso de unos octosílabos que privilegian una serie de figuras tan marcadas como la dilogía o la antanaclasis. Los constantes quiebros dobles que se encuentran en los poemas permiten reconocer en los mismos una suerte de codificación anamórfica de la materia bubosa. El caso de dos autores, Pantaleón y Colodrero, en los que alterna la elaboración de una escritura culta, bajo el signo indiscutido de Góngora, y la gestación de un orbe risueño, que atiende a modelos dispares (ya sean éstos españoles, italianos o neolatinos) puede resultar paradigmática en un contexto de crisis donde las grandes figuras literarias se eclipsan (Góngora, Lope, Quevedo) y dejan la escena a un sinfín de autores hoy postergados en el marco de los estudios áureos. La cronología de los poemas estudiados (todos ellos datables entre las postrimerías de la década de 1620 y los albores del decenio de 1640) permite apreciar, además, cómo desde el Lamento publicado por el Strascino da Siena en 1521, la lírica jocosa en torno al mal francés sigue firmemente vinculada a un microgénero como el de la autoconfesión burlesca y en cierta medida llega a conformar una serie de ludibundae imagines vitae que comparten no pocos rasgos con la literatura bufonesca. Especialmente significativo a este respecto resulta el caso de Pantaleón de Ribera, cuya temprana muerte (aquejado de una sífilis en estadio terminal) dejó un rastro de hablillas y dicterios que nos permiten reconstruir algo del perfil culto y libertino de este poeta. Más superficiales pueden resultar, en cambio, las aportaciones de Colodrero a la literatura del morbo gallico. Los octosílabos del baenense parecen ocultar tan solo un juego con la tradición salaz, un habilidoso arte para la variación ingeniosa. En los testimonios de un escritor y otro puede apreciarse además la manera en que la poesía del mal venéreo tange con otras realidades afines, como la pintura del mundo prostibulario, la sátira contra médicos, la invectiva chocarrera destinada a presuntos amigos o la autoirrisión paródica. Desde el punto de vista formal cabría señalar asimismo la importancia del arte menor, toda vez que las composiciones se articulan bajo los cauces octosilábicos del romance o bien en el concentradísimo molde del epigrama (ya como décimas, ya como dobles redondillas). En definitiva, el presente estudio no ha tenido otra intención que corroborar la vigencia de una poética, la de la sífilis, en un momento insuficientemente estudiado de la cronología barroca. En cierto sentido, estas páginas se ofrecen a la manera de pequeños materiales, como una aportación parcial para una futura y deseable monografía en la que se aborden con un prurito de exhaustividad los temas y problemas de una materia tan compleja como la de la sífilis en la poesía áurea hispana.

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Bibliografía

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Notas

1 Acerca del tema, tiene especial interés el capítulo titulado «Tormenti del corpo e dell’anima» en Larivaille, 1997, pp. 167-183. Quedan allí recogidos los datos oportunos sobre el papel de las meretrices como eficaces transmisoras de la enfermedad, así como sobre las argucias de éstas para ocultar los estragos del mal. Para la cronología barroca, en ámbito hispano, puede destacarse la obra de José Deleito y Piñuela, 1994, cuya parte primera reviste especial importancia al estar dedicada al «desenfreno erótico».

2 Fracastoro, 1950, pp. 60-61.

3 He manejado la edición cuidada por Danilo Romei (los poemas se localizan en pp. 139-148), así como la reciente edición de Silvia Longhi, incluida en el volumen Poeti del Cinquecento (pp. 756-768). En torno a la datación y el entramado de ambos capitoli, véase el trabajo de la profesora Longhi, 1975. Reviste cierta urgencia la necesidad de comparar los textos burlescos italianos sobre el mal francés (varios sonetos del Pistoia, el citado Lamento del Strascino, los dos capítulos de Agnolo Firenzuola y de Giovanni Francesco Bini, una canción y un soneto de Grazzini...) con las variaciones hispánicas en torno a la plaga, ya que de dicha confrontación podría surgir la verificación de una «poética de la enfermedad» operativa en contextos culturales tan afines como los de la Hesperia Magna y la Hesperia Ultima. Dentro de la tradición adoxográfica se inserta, por otro lado, el discurso de Cristóbal Mosquera de Figueroa En loor de las bubas, sobre el que ha discurrido Núñez Rivera, 1999.

4 Poeti del Cinquecento, 2001, p. 923.

5 Para el texto de los poemas remito a Agnolo Firenzuola, Opere, 1977, pp. 799-807 y 957-961 (la cita en pp. 958-959).

6 Los citados versos del poema Intorno alla sua malattia se localizan en las pp. 802 y 803. Otras notas interesantes de esta composición pueden ser la expresión del deseo de suicidio, lo que le permitiría alcanzar el fin de sus dolores («Io vorrei volentier tormi la vita / con le mie proprie man, se la paura / de l’estremo giudicio non facesse / torcer la voglia forse a miglior voglia» vv. 20-23; «E ho in odio me stesso e la mia vita, / e bramo morte ognor; e perche quella / è vivace nimica a chi la brama, / mi resto in vita, e però disperato / mi storco e grido, e volentier vorrei / uscir per forza di man de la vita» vv. 249-254); o la constante referencia a su edad o la duración de su enfermedad («ch’essendo ormai nel quarantessimo anno, / mi trovo vecchio, infermo» vv. 32-33; «la febre, / che già sette anni afflitto ha questo corpo, / li faccia tregua almen, se non vuol pace» vv. 145-147; «Però, giusto Signor, nel furor mio, / ne l’ira mia, ne le bestemmie mie, / ne la mia impazienza, non volere / attribuirmi ad impio alcuna parte; / ma a la disperazione, a quella febre, / che sette anni mi tien torpente e tristo» vv. 265-270).

7 Resumo en estas líneas el contenido del canto primero. Para una información más detallada sobre el autor y el poema remito a la introducción del texto que manejo, cuidada por Giuseppe Rua (Lalli, La Moscheide e La Franceide, 1927, pp. vii-xxviii).

8 Cacho Casal, 2003, p. 490.

9 Lógicamente, dado el ambiente procaz en que se inspira la obra, menudean en La lozana las referencias al mal francés. Sobre la importancia de los textos dedicados a la sífilis por Francisco Delicado, se pronuncia Bruno M. Damiani en la edición: La lozana andaluza, 1984, p. 12. Dicha información debe completarse con los datos aportados ahora por Carla Perugini, 2002. Resulta asimismo de gran interés la reciente edición cuidada por la misma investigadora: La lozana andaluza, 2004.

10 Una introducción imprescindible en torno a la materia ofrece el capítulo VI («La poesía de la sífilis») de la espléndida monografía de J. I. Díez Fernández, 2003, pp. 257-288 (la cita en pp. 286-287).

11 Cervantes, Novelas ejemplares, vol. III, pp. 221 y 222.

12 R. Morales Raya (1993, p. 142) fecha el primer romance entre 1612 y 1628; el segundo es datado únicamente como posterior a 1612.

13 Véase Quevedo, Un Heráclito cristiano, Canta sola a Lisi y otros poemas, pp. 442-450 (tomo la cita de la p. 447). Otra interesante pieza quevedesca es el «romance burlesco en que dice la novedad de pasar de empeños humildes y desnudos a ejecuciones de más gala» (ed. Blecua, 795), donde la enunciación poética presenta un tipo de discurso personalizado y el «doctor» aparece como interlocutor explícito de las afirmaciones. Pueden subrayarse así confesiones del tipo: «de mi triste vida / te doy una larga cuenta» (vv. 15-16); o la referencia probable al mal francés: «un ahíto de fregonas, / digo, de damas de cerda, / me tiene, amigo doctor, / entrambos pies en la huesa» (vv. 17-20).

14 Profeti, 1984, pp. 161-162.

15 Las tensas relaciones entre el poeta y el dramaturgo han sido parcialmente estudiadas por Brown, 1980, pp. 21-30.

16 Lope de Vega, La Gatomaquia, p. 83 (los comentarios a este fragmento se localizan en pp. 236-237).

17 Manejo el manuscrito B.N.M.-4.051, Libro de varios papeles, f. 685v-686r (69v-70r en la antigua foliación del códice).

18 Para las circunstancias de este texto, véanse los artículos de Brown, 1982 y 1986.

19 En Ponce Cárdenas, 2002, pp. 53-59.

20 En cuanto al importante papel desempeñado por el escritor madrileño en la aclimatación de la lírica jocosa, se ha recordado recientemente cómo «el proceso de consolidación de la poesía burlesca se va acentuando a medida que avanza el siglo. Recordemos el éxito de ventas de las obras de Anastasio Pantaleón de Ribera, poeta de academia y de poesías fundamentalmente intrascendentes y jocosas, que durante el xvii conoce cinco ediciones» (R. Cacho, 2003, p. 487).

21 Para las construcciones humorísticas basadas en la parodia del romancero, véase Brown, 1980, pp. 187-190.

22 Véase la edición de P. Díaz-Mas: Romancero, 1994, pp. 212-214 (el verso alterado por Pantaleón se localiza en p. 213: «¡Qué ojos que nos vieron ir / nunca nos verán en Francia!»). En una de las coplas del primer texto consagrado a la estampa de «Marica en el Hospital», Quevedo se había ya servido de otro motivo romanceril: «Lo español de la muchacha / traduce en francés el mal; / cata a Francia, Montesinos, / si te pretendes pelar» (vv. 9-12). Dicha parodia se encuentra asimismo en el romance pantaleonino que comienza Desde la zarza, señor, donde ocupa el v. 84.

23 El texto que reproducimos se encuentra en el Ms. 3941, f. 84r-88r. Las variantes que arroja el cotejo de estos octosílabos con los publicados por Pellicer en 1631 muestran cuán indiscretas podían parecer estas afirmaciones a un cortesano tan avezado como el cronista real. Éste suprimió los pasajes más subidos de tono (vv. 113-141) y cambió ladinamente el cierre del poema, eliminando la petición de que el comprometedor papel fuera quemado: «Yo acabo aquí mi romance / que es siempre discreto aviso / en esto de dar consejo / callares y cortapicos» (ed. Balbín Lucas, vol. II, p. 139).

24 La Barrera recuerda muy a propósito estos versos en la semblanza que trazara de Pantaleón (1969, p. 294). El texto completo del romance puede leerse en Obras lyricas joco-serias (que dexó escritas el Sr. D. Francisco Benegasi y Luxán), 1746, pp. 38-39.

25 Debo la noticia de la existencia de este curioso texto al doctor Rafael Martín, cuya tesis —dedicada al estudio de la obra de Zamora— se encuentra actualmente en proceso de edición. El larguísimo epígrafe del poema, que se ocupa de editar en dicha monografía, reza así: Romance jocoso en que al señor marqués de Mejorada y la Breña, caballero de la Orden de Alcántara, gentilhombre de Cámara de su Majestad, su secretario de Estado y del despacho universal, refiere su viaje al Molar a tomar las aguas minerales de la Fuente del Toro su más obligado servidor don Antonio de Zamora, gentilhombre de la Casa del Rey nuestro señor y oficial de la Secretaría de las Indias, de la Negociación de la Nueva España.

26 Sobre este ingenio áureo aún insuficientemente conocido puede leerse como introducción general el apartado consagrado al mismo en Ponce, 2001a, pp. 207-223. Varios aspectos concretos de su obra se examinan en mis artículos de 1999, 2001b, 2004 y 2005, en prensa.

27 El Alfeo y otros asuntos en verso, ejemplares algunos, f. 81 r.

28 El Alfeo y otros asuntos en verso, ejemplares algunos, f. 93r-94 v.

29 Alzieu, Jammes, Lissorgues, 2000, pp. 40 y 96 (para la voz tomar) y pp. 125, 128, 225 (para la voz dar).

30 Puede recordarse asimismo cómo en el epigrama LVI la diosa Aurora trataba de «alentar» en vano a su marido, el vetusto Titón y tanto aquí como en la forma participial, el verbo esconde un sentido más lúbrico que el simple hecho de ‘animar’ o ‘incitar’: «Era marido Titón / de la Aurora y no podía / (por más que lo pretendía), / de viejo, hacer la razón. / Y ella, siempre lozana, / lo mordía, lo alentaba, / más él, aunque madrugaba, / no tomaba la mañana».

31 Ibidem, pp. 508-511.

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Para citar este artículo

Referencia en papel

Jesús Ponce Cárdenas, «De burlas y enfermedades barrocas: la sífilis en la obra poética de Anastasio Pantaleón de Ribera y Miguel Colodrero de Villalobos»Criticón, 100 | 2007, 115-142.

Referencia electrónica

Jesús Ponce Cárdenas, «De burlas y enfermedades barrocas: la sífilis en la obra poética de Anastasio Pantaleón de Ribera y Miguel Colodrero de Villalobos»Criticón [En línea], 100 | 2007, Publicado el 05 enero 2020, consultado el 08 diciembre 2024. URL: http://0-journals-openedition-org.catalogue.libraries.london.ac.uk/criticon/9317; DOI: https://0-doi-org.catalogue.libraries.london.ac.uk/10.4000/criticon.9317

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