«Aquel coger a oscuras a la dama»: Mujeres en la poesía erótica del Siglo de Oro (Antología). Eds. Juan Herrero Diéguez, María Martínez Deyros y Zoraida Sánchez Mateos; est. prelim. de Patricia Marín Cepeda. Valladolid, Agilice Digital, 2018. 184 p.
«Aquel coger a oscuras a la dama»: Mujeres en la poesía erótica del Siglo de Oro (Antología). Eds. Juan Herrero Diéguez, María Martínez Deyros y Zoraida Sánchez Mateos; est. prelim. de Patricia Marín Cepeda. Valladolid, Agilice Digital, 2018. 184 p. (ISBN 978-84-16178-80-3; Agilice Digital Académica, «Letras áureas. Textos», 3.)
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Con un ligeramente retocado y muy sugestivo endecasílabo como bandera, que procede de uno de los sonetos del Jardín de Venus, esta selección de sesenta y cinco poemas explora la presencia femenina en la poesía erótica de los Siglos de Oro. En palabras de los tres editores la intención es «divulgar» esa poesía, pues sin duda lo necesita. El enfoque elegido demuestra una notoria habilidad de esos mismos editores para desplazar la atención desde el problema de solución difícil acerca de una posible o improbable, según las opiniones, autoría femenina hacia la mujer como personaje en la poesía erótica. El asunto no es baladí, tanto en la primera formulación como en la elegida. La decisión demuestra un tonificante pragmatismo que es una ventaja: no siempre es posible saber quién o quiénes son los autores de un poema, pero sí es posible saber de qué o de quién trata y cómo lo retrata («los personajes femeninos se describen como seres perspicaces y activos, que rompen el modelo de dama que intentaban imponer los moralistas del quinientos», p. 37).
El endecasílabo del título se ha tomado de la biblia de los estudios sobre erotismo en los Siglos de Oro, la famosa antología que nos regalaron tres investigadores franceses, como una suerte de nueva y gozosa Trinidad que alumbrara un mundo renovado. Es cierto que antes de Alzieu, Jammes y Lissorgues hubo aportaciones decisivas para conocer esa parcela secreta y negada que era la poesía erótica de ese par de siglos, el xvi y el xvii, que parecían preferirse muy imperiales, muy filosóficos, muy católicos o muy enamoradamente petrarquistas. Pero el impulso de la Floresta de poesías eróticas del Siglo de Oro de 1975, recuperada nueve años después por la editorial Crítica y rebautizada como Poesía erótica del Siglo de Oro, abrió como nunca el camino para la conquista de este nuevo Oeste, que ha sido una suerte de tierra de promisión para los investigadores.
La selección mezcla muy acertadamente poemas un puñado de autores bien conocidos y reconocidos, sin ningún aparente orden cronológico (Diego Hurtado de Mendoza, Sebastián de Horozco, Baltasar del Alcázar, fray Melchor de la Serna, Francisco de Quevedo, fray Damián Cornejo, etc.), con otros versos a veces impresos en obras de capital importancia (como el nunca bien ponderado Cancionero de obras de burlas, del que se celebró con mucha pena y poca gloria su centenario hace pocos años, gracias a unas plumas que o bien se perdían por la poesía de cancionero o bien habían cruzado el Rubicón y ya habían puesto la bandera en los Siglos de Oro) y en otras ocasiones de varios manuscritos (algunos editados, a menudo por el núcleo duro del Grupo de Cleveland, José J. Labrador Herraiz y Rafael DiFranco). Mezcla, desorden, anonimia y nombres de autores no siempre seguros (buena parte de los textos de Mendoza son simplemente poemas atribuidos), que se encauza temáticamente en tres grandes veneros: «Casadas y monjas» con los veintitrés poemas; «Prostitutas y celestinas», con diecinueve textos; y la «Pinturas de damas», con veintitrés más. El último texto (el sesenta y cuatro, por el error de estampar dos veces el número cuarenta y seis) es «La fábula del cangrejo» y supone un soberbio cierre de la antología.
Esta antología, que forma parte de un proyecto de investigación de la Universidad de Valladolid, «Ovidio versus Petrarca: nuevos textos de la poesía erótica española del Siglo de Oro (plataforma y edición)», se define como una ampliación o una continuación de la célebre antología ya citada, con la que enlaza expresamente con un título que «pretende ser un homenaje» (p. 54) y con solo cuatro textos que están en las dos obras. Cada poema indica a pie de página su procedencia: ediciones, manuscritos (hasta nueve se enumeran en la bibliografía, uno de la Biblioteca Nacional de Florencia y el resto de la Biblioteca Nacional de España) e incluso estudios. Entre las «Fuentes primarias» se citan dos tipos de textos, los «cancioneros» y los «manuscritos», pero la verdad es que también son fuentes primarias las ediciones de las «fuentes secundarias», como las ediciones de la poesía de Diego Hurtado de Mendoza o la de fray Damián Cornejo o la magnífica edición de José Lara Garrido de la poesía de Alonso Álvarez de Soria (por más que el libro se presente como una monografía, cuya fecha de edición es 1987) o la propia Poesía erótica del Siglo de Oro.
La selección representa muy bien los lugares comunes de la poesía erótica áurea en sus filias y fobias: la supuesta pasión de las mujeres, de cualquier condición, por el falo; la alegría cuando el sexo masculino se alza y los problemas cuando no lo hace; las malcasadas; las infidelidades; los juegos con la mitología (Venus y Cupido muy especialmente) y la tradición clásica (con los improperios contra Penélope, convertida en «bujarrona», en 23); el anticlericalismo; el heterocontrol de los impulsos eróticos femeninos; las burlas con viejos y viejas (y en este sentido se disfrutan las bromas de los poemas 12 y 13, dirigidos a un viejo y a una vieja respectivamente; el título del segundo es muy elocuente: «Reprehende el autor a una vieja porque se casó con un muchacho y él responde por ella por los mismos consonantes, a manera de diálogo»); los remedios de Celestina, la actividad erótica femenina una vez superado el rechazo inicial (véanse por ejemplo 43-45), etc. Las piezas elegidas del Cancionero de obras de burlas son particularmente adecuadas, incluso desde el mismo y largo título, como 15: «Justa que hizo Tristán de Estúñiga a unas monjas porque no le quisieron por servidor ninguna de ellas y él túvose por dicho que lo dejaban por ser él de edad de treinta y cinco años». Es obvio que muchas de estas piezas proporcionan o lo parece una información muy útil sobre usos y costumbres, sobre precios, edades y prejuicios. El lector actual puede sorprenderse con algunas actitudes que recogen los poemas, como ocurre con la muy irónica oposición de una voz poética y cabe pensar que del autor del mismo poema a «una monja que pretendía el que un sujeto prosiguiese en sus malos intentos y le hablase» (18). También 25 despliega un título muy largo y pertenece inequívocamente al viejo cancionero del que Eduardo Lustonó copió con tanta intención el título en 1872 (para enlazar con un sabio y antiguo precedente, para crear cierta confusión, para aprovecharse de un título excelente y para ampliar aquella antología, la primera impresa de poesía erótica): «Coplas de Perálvarez de Ayllón a una mujer que se le encareció y después vínolo a otorgar por un ducado; y él, antes de la tocar, enviole estas coplas».
Los poemas son a veces muy agresivos, no solo con las mujeres, si bien la presencia del humor, de las bromas y los juegos suele deshacer o mitigar el posible rechazo. No siempre. Así, Sebastián Horozco, en «A otra que vivía deshonestamente» (33), caracteriza muy duramente a la destinataria: «y vuestro mejor caudal / es ser gentil orinal / de dos mil frailes y abades». Claro que si la dama a su vez ha descalificado con uno de los peores insultos a un galán al considerarlo impotente, el rechazo del poema será extremo al poner a una tal «Ana» muy por debajo de las viejas, pues ellas sí estimulan al fallido amador («con viejas de buena gana / me alzo a menudo yo», 61), mientras Ana «eres entierro con tocas», en un poema que imita a Marcial.
Los riesgos de sobreinterpretación e hipointerpretación siempre acechan al editor de poesía erótica: los juegos son numerosos, la imaginación se inflama con facilidad y en medio de un contexto dilógico y ambiguo es fácil dejarse contaminar por una forma de escribir o de entender los textos, aunque no es menos fácil autoflagelarse y autocensurarse por ver demasiadas cosas donde quizá no las hay. Por otro lado el juego con referencias que pueden conectarse con elementos sexuales no siempre se concreta en una equivalencia precisa, pues en muchos versos basta con mantener al lector en ese casi constante ambiente de double entendre sin que lo sea de verdad. Creo que es lo que ocurre en 24, un poema atribuido a Mendoza con un juego nada sutil sobre la petición de dinero para pagar la casa. Si en otras ocasiones «casa» funciona como una metáfora sexual pienso que aquí remite sencillamente a un alojamiento. El texto se abre muy juguetonamente con el «mucho gusto» que «Isabelilla» le podría dar a quien escribe... «si en el pedir te fueras poco a poco». Claro que «pedir» puede levantar muchas sospechas, pero tanto el título como el texto remiten con toda claridad a una joven que pide en exceso dinero.
El método para anotar bien supone una elección previa sobre la cantidad de información que se quiere proporcionar y yo comparto el criterio de los tres editores de no agotar al lector con una erudición que sin duda ahogaría el efecto de esta poesía. Esa labor general de anotar con cuidado, casi infinita en el erotismo, se ha resuelto de manera muy efectiva con un extenso glosario (pp. 151-184), frente al tradicional sistema de anotación a pie de página. La ventaja es evidente, pues deja que cada lector decida qué necesita consultar, con la consiguiente e incómoda interrupción de la lectura. De este modo una misma entrada puede servir para más de un texto y, al mismo tiempo, estos se ofrecen con una muy apreciable desnudez (y de tan nutricio efecto, como la situación del cuadro de Charles Mellin, Caridad romana, que ilustra la cubierta). Sin embargo en el terreno de la poesía erótica puede ser imprescindible aclarar algunos sentidos no tan obvios. Así en la deslumbrante «Sátira de Alonso Álvarez de Soria» (27), cuando desea «al padre fray Lorenzo» que el «rabo un turco le salpique» o cuando al final propone premiar a estas «ninfas», es decir a estas prostitutas y sifilíticas, «en ofrendas / a vuestras llagas hilas, parches y vendas» no estaría de más incluir algunas explicaciones (más resumidas aquí, en la anotación del glosario, que las que el lector encontrará en el apartado «Ninfas y celestinas» de la introducción). Otro posible ejemplo de conveniente anotación estaría en el muy rico «Testamento de Celestina» (41), donde solo quiero señalar que en los versos 117-118, cuando se trata de un remedio «que en damas de boca grande / sirve para estrechar el paso», esa «boca» es otra boca.
Es obligatorio buscar y, si es posible, encontrar un sentido a expresiones o no tan habituales o con un significado distinto. En 40, en un indubitable soneto de Diego Hurtado de Mendoza, una errata en la edición del granadino de la que toman el texto obliga a los editores a buscar ese sentido y lo consiguen. El ataque a Venus, («alcahueta y hechicera») incluye una referencia mitológica en los versos 5 y 6 que ha quedado obscurecida por esa errata de la fuente: «¡Cuántas veces te han visto andar en celo, / tras los planetas manchos, cachondera». La lectura correcta debe ser «tras los planetas machos», como testimonia la edición de la Poesía erótica de Mendoza y a pesar de la lectura equivocada en las dos ediciones de su Poesía completa. Pero el hecho es muy interesante, creo yo, para explorar la inmensa ductilidad de un léxico erótico que obliga al editor de cualquier texto de estas características a perseguir el sentido, lo que a veces es tarea imposible. Aquí, sin embargo, los editores de modo modélico, aunque equivocado pues parten inevitablemente de esta desconocida errata, encuentran que «planeta» es un tipo especial de casulla, con lo que tienen que concluir que el poeta «está insinuando que Venus se acuesta con sacerdotes» (p. 175; véase también la entrada de «manchos» en el glosario), lo que no desdice del conocido anticlericalismo de esta poesía. La anécdota sirve para ilustrar tanto las dificultades de la poesía erótica como la voluntad de los editores por entender y hacer entender los textos, lo que es extraordinariamente loable.
Otros problemas de un editor de este tipo de poesía son también complejos, como la veracidad de las atribuciones o la calidad o el interés de los textos. Muchos se publican o se copian sin firmar y el editor debe arriesgar una propuesta. En la antología, con muy buen criterio, se limitan a dar los datos ya conocidos, a pie de página, a partir de las ediciones más solventes, aunque es inevitable en este terreno que se produzcan algunos desajustes (como la atribución de 35 a fray Damián Cornejo, que no es mía y está bien asentada). En cuanto al interés de los poemas las dos piezas introductorias dejan muy claro que han elegido bien. Patricia Marín Cepeda («La “lengua fría” en la poesía erótica del Siglo de Oro», pp. 9-17) no esquiva «la perenne cosmovisión misógina» que no es exclusiva del erotismo, sin embargo pondera «una honda alegría sexual tanto del hombre como de la mujer, que se ríen de las convenciones y de los aspavientos censorios» (p. 13). Por su parte, Juan Herrero Diéguez, María Martínez Deyros y Zoraida Sánchez Mateos, en la cumplida «Introducción» (pp. 19-39), apoyada en una extensa y muy bien seleccionada bibliografía (pp. 41-52), hacen valer, entre otras muchas consideraciones, «las diferencias físicas y morales que hay entre las pálidas y contemplativas damas neoplatónicas y las saludables y vitales mujeres que protagonizan las composiciones eróticas» (p. 25). Es evidente para los tres editores que la poesía predominantemente masculina (cabría añadir que como el resto de la poesía...) que parece ser la erótica tiene algunas ventajas sobre otras formas de poesía en el retrato femenino pues «convierte a la mujer en un ser deseante y con capacidad de determinación al ofrecerle la posibilidad de manifestar sus anhelos y miedos» (p. 37).
«Aquel coger a oscuras a la dama». Mujeres en la poesía erótica del Siglo de Oro es un trabajo útil y bien hecho, que selecciona con mucho acierto un importante grupo de poemas y los organiza en los tres grupos mencionados, donde las mujeres tienen una presencia o un papel muy activo. Se trata de literatura con una buena dosis de diversión, con un sentido del humor que muy a menudo no es el nuestro, que sí discute por la vía práctica los códigos literarios y pone en cuestión la transmisión bendecida por los poderes civiles y eclesiásticos así como las hegemonías poéticas. Es una literatura que se presta a un disfrute inmediato, a veces con un pequeño trabajo por los numerosos juegos de palabras de varios tipos, tan literarios. El libro —de una «spin-off de la Universidad de Valladolid» como indica la web de Agilice Digital— está bien editado y facilita una lectura cómoda que se disfruta mucho y es, sobre todo, una estupenda introducción a un campo indispensable para dibujar de un modo cada vez más completo el complejo panorama de la poesía española de los Siglos de Oro.
Para citar este artículo
Referencia en papel
J. Ignacio Díez, ««Aquel coger a oscuras a la dama»: Mujeres en la poesía erótica del Siglo de Oro (Antología). Eds. Juan Herrero Diéguez, María Martínez Deyros y Zoraida Sánchez Mateos; est. prelim. de Patricia Marín Cepeda. Valladolid, Agilice Digital, 2018. 184 p.», Criticón, 135 | 2019, 279-283.
Referencia electrónica
J. Ignacio Díez, ««Aquel coger a oscuras a la dama»: Mujeres en la poesía erótica del Siglo de Oro (Antología). Eds. Juan Herrero Diéguez, María Martínez Deyros y Zoraida Sánchez Mateos; est. prelim. de Patricia Marín Cepeda. Valladolid, Agilice Digital, 2018. 184 p.», Criticón [En línea], 135 | 2019, Publicado el 28 mayo 2019, consultado el 10 diciembre 2024. URL: http://0-journals-openedition-org.catalogue.libraries.london.ac.uk/criticon/6519; DOI: https://0-doi-org.catalogue.libraries.london.ac.uk/10.4000/criticon.6519
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