1Miembro y anfitrión de academias, Alonso de Castillo Solórzano nos ha dejado una obra muy vasta, marcada en gran parte por esta institución de origen humanístico, como lo atestiguan tanto sus versos reunidos en los Donaires del Parnaso (1624) como sus colecciones de novelas desde las Tardes entretenidas, de 1625, hasta su póstuma Sala de recreación. Pertenecen estas, en cierta medida, al subgénero de las novelas académicas, término acuñado en 1963 por Willard F. King, quien las define como narraciones «que son poco más que extensas relaciones de las reuniones académicas, unidas por el más ligero hilo argumental»1. Sin embargo, en la presente aportación no se pretende corroborar este concepto —hasta ahora poco productivo— sino revisarlo, proponiendo otro punto de vista centrado en los actores bachilleres, graduados y otros académicos, con vistas a elucidar algunas de las múltiples implicaciones socioculturales inherentes a las academias y su entorno que se reflejan en la producción novelística de Castillo Solórzano.
- 2 Ver el capítulo «Los libros» en El día de fiesta por la mañana y por la tarde de Zabaleta.
- 3 Citado por Robbins, 1997, p. 17.
2Para empezar, recordemos que las academias se propagan a partir de finales del siglo xvi, desde Italia, Milán y Nápoles como centros importantes, hacia los territorios hispánicos: primero en Valencia y Sevilla, puertos comerciales, seguidos por Madrid y Zaragoza. Las academias de los Siglos de Oro son apreciadas como instituciones que transmiten, junto con cierta urbanidad, una formación humanística, literaria y retórica2. De acuerdo con esta finalidad, José Pellicer, miembro de la Academia de Madrid, las caracteriza en 1635 como «el seminario de los entendidos, el taller de los bien hablados, el colegio de los discretos»3. Aparte de tal interés pedagógico, las academias barrocas cumplen una multitud de funciones. En el marco de una sociedad urbana en vías de cambio, literatos de diversa índole, tanto profesionales como diletantes, poetas, dramaturgos y narradores, constituyen una élite sociocultural que reúne a la nobleza con la pujante burguesía, a los representantes de diversas profesiones y oficios con escritores.
- 4 Ver Cruz, 1995 y 1998.
- 5 Ver Strosetzki, 1987.
- 6 Ver Rodríguez Sánchez de León, 1989.
- 7 Citado en King, 1963, p. 209.
- 8 Ver Velasco Kindelan, 1983, pp. 79-90.
3En este sentido, y basándonos en las categorías analíticas de Bourdieu, estos círculos entre públicos y privados que son las academias cultivan la distinción, otorgan capital simbólico y contribuyen a la distribución de oportunidades de poder4. Con vistas al campo literario en formación, al emergente tipo del escritor profesional5 le proporcionan redes y mecenazgos. Al experimentar con diversas formas literarias y al negociar las normas estéticas dominantes, las academias contribuyen asimismo a formar el gusto de las élites urbanas y a abrir mercados. Aunque la poesía, desde el registro sublime al burlesco, se encuentre en el centro del interés, también la comedia y la novela corta poseen un lugar en este contexto, así como ocasionales discursos eruditos. Finalmente, en cuanto forma de sociabilidad semipública, las academias forman parte de la cultura festiva de la Villa y Corte y de ilustres capitales de provincia6. En un sentido más amplio, se designa como academia toda conversación «semiprivada» dedicada a las bellas letras y a los ejercicios retóricos y, en un sentido más restringido, un certamen de poesía en un marco festivo como, por ejemplo, en la Sala de recreación donde se celebran «saraos de danzas, y bailes, máscaras, academias, justas poéticas, y representaciones, y sobre todo el novelar todas las noches»7. Respecto a la obra novelística de Castillo Solórzano, conviene remarcar que en materia de academias las fronteras entre realidad histórica y ficción son permeables8.
- 9 Ver Rodríguez Mansilla, 2012, pp. 332 y 344.
- 10 Rodríguez Mansilla, 2012, p. 344.
- 11 Rodríguez Mansilla, 2012, p. 334.
- 12 Rodríguez Mansilla, 2012, p. 343.
4En consideración del importante papel sociocultural que las academias cumplen en este momento, no es de extrañar que esta institución, con sus finalidades y rituales específicos, haya pasado a formar un elemento temático y estructural de determinados géneros literarios como son las misceláneas, la novela pastoril y las colecciones de novelas. La «academia» o «junta» cumplirá una función constitutiva en el marco narrativo de las novelas cortas de corte boccacciano, como es el caso de Castillo Solórzano, cuya carrera literaria se hizo en y a través de las academias como poderosa institución del campo literario9. Últimamente, Fernando Rodríguez Mansilla ha interpretado la novela «El culto graduado», contenida en su primera colección novelística Tardes entretenidas (1625), como «toma de posición en el campo literario»10. Ante la afluencia masiva de «pretendientes letrados»11, la burla del «Quijote culterano» quiere «transmitir un mensaje claro y preciso en torno a las opciones estéticas y hasta cierto punto profesionales en el mercado literario de su época»12. En este sentido, la presente aportación pretende escrudiñar el reflejo narrativo del campo literario a partir de tres obras significativas de este autor —señaladamente y por orden cronológico, «El culto graduado» (1625), la Huerta de Valencia (1629) y El bachiller Trapaza (1637)—, enfocando los siguientes aspectos: la relevancia de las profesiones desempeñadas por los personajes, doctos; la situación del incipiente escritor profesional en el marco del campo literario; la relevancia de la burla como eslabón entre la novela académica y la picaresca; y, para terminar, la noción de ‘culto’ que se discute en cada una de estas obras.
- 13 Mas i Usó, 1999, pp. 77-88.
- 14 Castillo Solórzano, «El culto graduado», p. 313, n. 88.
- 15 A este “santuario” rendirá tributo en su Sagrario de Valencia (1635); ver Castillo Martínez, 2017.
5El punto de partida será la Huerta de Valencia por constituir el ejemplo más logrado de «novela académica» en este autor, a tal punto que Mas i Usó la incluye como «academia ficticia» en su monografía Academias valencianas del barroco13, y con mucho tino, pues obvias alusiones a la famosa Academia de los Nocturnos (Valencia 1591-1594) se encuentran tanto en la ceremonia paródica de «El culto graduado»14, como al inicio de la Huerta de Valencia. Entre los primores de esta ciudad, al servicio de cuyo Virrey se encontraba Castillo Solórzano, se menciona, en el tradicional laus urbi que se encuentra al inicio de numerosas novelas o colecciones de las mismas: «Valencia insigne Ciudad de la Europa, […] Patria de sutiles y agudos ingenios, Academia famosa y universal de todas ciencias, Santuario de Gloriosissimos Santos» (Huerta de Valencia, Prólogo, s.p.)15.
6El marco y la macroestructura de la Huerta de Valencia se parecen a los de los Cigarrales de Toledo (1621), pues en un momento de ocio festivo se propone un rato de diversión al reunirse por turno los cinco integrantes de esta lieta brigata en las Alquerías que cada uno posee en la huerta de Valencia, invitando «a sus amigos y deudos» así como a las «mujeres e hijas» de éstos (Huerta de Valencia, Prólogo, s.p.). Los entretenimientos se organizan como
una Academia formada, no como las celebradas de Italia, sino un remedo suyo en cuanto a traer cada uno de los cinco (pues hacemos versos) los que se les repartieren al asunto que se les diere. Y porque se dilate más el tiempo el que tuviere la fiesta en su Alquería esté obligado a dar los asuntos, quedándose con el trabajo de más a más; de escribir una Novela, o referirla de memoria, procurando que tenga su moralidad, porque se saque provecho de su artificio. (Huerta de Valencia, Prólogo, s.p.).
- 16 Contrariamente a las convenciones tradicionales del género, no se mencionan los ‘asuntos’, ni se da (...)
- 17 Ver Marcial Rubio, 2017 y Arredondo, 2013. De manera complementaria al artículo de Marcial Rubio en (...)
7Con esta «Academia» se construye el marco de una colección de cuatro novelas que, conforme al prodesse et delectare así como a la varietas, da cabida a un amplio panorama de versos así como a una comedia, cuyo texto no se imprime debido a un final algo precipitado16. Se trata, por consiguiente, de un libro misceláneo, tan al gusto de la época17.
- 18 Ver Huerta, Prólogo, s.p.
8Los cinco ‘académicos’ de la Huerta de Valencia han sido universitarios y están en diferentes momentos de su carrera profesional, según su edad respectiva; se trata de un grupo homosocial masculino, al contrario de otras colecciones de novelas, en las que también hay mujeres que actúan como narradoras. De manera jerárquica e hiperbólica se presenta a los personajes con su santo y seña, desde el catedrático de Medicina jubilado hasta el jovenzuelo teólogo de 20 años, insistiendo cada vez en sus actividades literarias, las cuales nunca van más allá del diletantismo honorable, propio del otium cum litteris. Sus otia suelen evocarse mediante alusiones mitológicas, propias de una erudición humanística en vías de popularizarse18.
- 19 En este sentido ideal, Cristóbal Suárez de Figueroa pide en su Plaza universal, de 1615, que en tal (...)
- 20 Ver Romero-Díaz, 2002.
9En el conjunto de las ciencias representadas por los personajes que componen la Academia de la Huerta de Valencia —Filología clásica, Retórica e Historia, Artes y Filosofía, Medicina y Jurisprudencia así como la Teología—, dominan las Humanidades, de modo que no llegan a configurar la totalidad enciclopédica que corresponde a la meta utópica de las Academias humanísticas y barrocas19. La variedad de disciplinas y profesiones parece señalar más bien a un grupo de burgueses socialmente establecidos que limitan sus inclinaciones literarias al otium cum litteris, ofreciendo con ello un modelo de identificación para los lectores de Castillo Solórzano pertenecientes, sin duda, al estrato social que Nieves Romero-Díaz llama la «nueva nobleza»20.
- 21 Ver Ehrlicher, 2010.
- 22 Ver el artículo de María Augusta Da Costa Vieira en el presente volumen.
- 23 Ver Velasco Kindelan, 1983, pp. 91ss. y pp. 116ss.
- 24 La segunda novela intercalada va a ser presentada por un estudiante en el coche de Córdoba a Sevill (...)
10Las profesiones en cuanto indicadores de identidad social juegan un papel cada vez más relevante en una sociedad en movimiento tanto vertical, en el sentido del ascenso social, como horizontal en cuanto a la dimensión espacial del viaje21. El oficio sirve como máscara social —de la que, por cierto, se puede abusar— a la hora de constituirse algún tipo de sociabilidad22, particularmente entre desconocidos. Al respecto, el coche constituye un microcosmos de sociabilidad más o menos académica, marco novelístico propio del «alivio de caminantes», en el cual los viajeros actúan como narradores según su respectiva condición sociocultural, contribuyendo así a la varietas narrativa. Esta configuración aparece a menudo en la novela picaresca El bachiller Trapaza23. En el primer viaje de Salamanca a Sevilla van junto a los protagonistas Estefanía y Varguillas, dos hermanos de un perulero que «venían de acabar un pleito en Valladolid”, así como un médico “que acababa de sacar licencia de la Corte para comenzar a esgrimir recetas, y quiso pasar por Salamanca y ver aquella insigne y célebre universidad, habiendo estudiado en la de Alcalá» (Trapaza, p. 52). Va a ser este médico quien animará la sociabilidad de los viajeros, narrando una novela histórica24 y contribuyendo con ello a la autorreflexión del género novelesco:
En un camino tan largo, y que lo es más con la caballería que llevamos, ha de haber de todo para divertirnos. Tiempos hay para cantar, tiempos para rezar y tiempos para la conversación. Cuando tal vez esto falta por ser cosa de novedad, se suele variar esto con referir algún suceso o leído en verdaderas historias o en libros ingeniosos que la inventiva formó para recreo de los ánimos y divertimiento de las ocupaciones. Yo me ofrezco los ratos que faltaren los discursos que de diferentes pláticas se movieren, a entretener ese rato con algún cuento o novela con que pasemos el camino; que, como he leído tanto, así de lo italiano, en que tantas se han escrito, como en español, que de poco acá los han sabido imitar y aun exceder, no faltaré a lo que aquí prometo con mucho gusto (Trapaza, p. 53).
11Posteriormente, en el coche de Andújar a Madrid viajan un religioso del Carmen más dos hidalgos de Écija, uno de los cuales, Lorenzo Antonio, confiesa su afición a la poesía, presentando luego el Entremés de la Castañera. La compañía de viajeros forma una academia casual, dando un toque literario a este «alivio de caminantes» de carácter misceláneo: «Eran los compañeros de camino toda gente de muy buen gusto […]. Entre ellos se trabó conversación, tratando de diversas materias» (Trapaza, pp. 174-175).
- 25 En El bachiller Trapaza el mismo origen provinciano lo comparte con el licenciado Benito Díaz, oriu (...)
12La serie de bachilleres, doctos y gente leída se inicia con el bachiller Alcaraz, protagonista de la novela «El culto graduado», narrada por un médico en las Tardes entretenidas de 1625. El ingenuo letrado ha estudiado Leyes, al igual que Micer Hortensio de la Huerta de Valencia, y vive en «la villa de Casarrubios del Monte»25:
Aquí asistía a pasar sus estudios el bachiller Alcaraz después de haber cursado en los dos Derechos los cinco años en la eminente y docta Academia Salmantina, donde recibió el grado que tenía. […] en lo vano y presumido podía hacer competencia con un maestro en artes o con un caballero de ciudad. Los ratos que daba vacaciones a sus estudios —por quien se prometía honrosos premios de estimados cargos— se ocupaba en leer ya libros poéticos, ya obras sueltas manuscritas de ingeniosos y conocidos poetas, siendo tocado deste contagio, que así se le puede dar nombre, cuando los ignorantes, a pesar de su rudo natural y pocas letras, porfían en hacer duros y mal limados versos («Culto», p. 293).
- 26 Ver Rodríguez Mansilla, 2012, pp. 333ss.
- 27 Citado en Cruz, 1998, p. 51.
- 28 Ver Cruz, 1995 y 1998.
13En su pueblo, el bachiller —contagiado del mismo mal de don Quijote26— sufre el antagonismo entre aldea y corte que busca compensar por las actividades académicas, pues «permiten pasar por más gusto la sequedad y pesadumbre del Aldea» como rezan los estatutos de la Academia de Pítima contra la Ociosidad (Zaragoza 1608)27. Es precisamente con el prestigio intelectual y social de la Villa y Corte como el burlador, un estudiante madrileño, engatusa a su víctima, al evocar este lugar encantado «en quien los floridos ingenios como el de vuesa merced lucen y campean, estando a la mira de todos, donde conocidos los sujetos alcanzan los honrosos premios que merecen sus estudios» («Culto», p. 303). El «socarrón cortesano» atiza la ambición del frustrado letrado por ganar «méritos», «felices premios» y «honrosos puestos», propósitos en los que se cifra el anhelo de reconocimiento social que el ingenuo bachiller espera ganar a través del acto de graduación. Con ello se hace patente la función desempeñada por las academias de otorgar prestigio y capital simbólico, analizada por Anne Cruz en términos de Bourdieu28.
- 29 Rodríguez Mansilla, 2012, p. 334.
- 30 En el entremés El casamentero, incluido en Regocijo y carnestolendas de Madrid, el escritor novel e (...)
- 31 Ver Strosetzki, 1987.
- 32 Ver Cruz, 1998, p. 50.
- 33 Rodríguez Mansilla, 2012, p. 334.
14El bachiller Alcaraz corresponde a «dos tipos satíricos muy frecuentados en la época: el estudiante y el poeta»29. Aquí se presenta como un escritor novel que tiene numerosas obras en el cajón, sin haber logrado aún el éxito definitivo que le consagrara entre el público30. Este personaje es altamente significativo con vistas a la emergencia del escritor profesional en la Temprana Modernidad y su contexto histórico-social31, reflejado en las obras de Castillo Solórzano que aquí nos interesan. Como señala Rodríguez Mansilla, refiriéndose a Anne Cruz32 «este tipo cómico bien puede haberse generado por la cantidad enorme de poetas que llegan a Madrid, atraídos por la posibilidad de ingresar al mundo literario y/o utilizar su talento como medio para alcanzar un cargo público o atraer a un mecenas»33.
- 34 «Culto graduado», pp. 307-308; ver la nota del editor Rafael Bonilla n. 78, p. 308.
15Además de diversos poemas de amor —que se citan a modo de burla, en cuanto muestrario de ‘disparates’, y como parte de una estética de la varietas propia de la novela de Castillo Solórzano—, el bachiller Alcaraz escribió en «los cinco años que asistí en Salamanca […] cosa de treinta comedias» («Culto», p. 306), cuyos títulos y variados metros se enumeran, del mismo modo que en el caso del «casamentero»34. Ninguna de estas comedias ha logrado venderse o estrenarse debido a los empresarios de teatro, de cuyos tejemanejes se queja el bachiller, poniendo el grito en el cielo:
— Es la más imperfecta república la de los representantes que hay en el mundo —dijo el bachiller—, pues cuando no se hallan sobornados con dos o tres comedias de antemano dadas de balde no hay tratar de gastar un real en ellas, fuera de que yo las tuve en tanta estima que menos de a ochocientos reales en plata doble juré que no habían de salir de mi escritorio, porque semejantes trazas y conceptuosos versos no los ha imaginado ingenio humano; y como estoy tan cierto de lo que son, al fin como padre suyo, que las he engendrado y castigado, fuera malbaratallas dárselas en bajo precio («Culto», p. 306, ver también n. 73).
16El ingenuo servidor de las musas se refiere con ello al aspecto comercial del campo literario que Castillo Solórzano va a desvelar con más detalle en el Bachiller Trapaza. En esta novela picaresca, el autor desarrolla con más amplitud las vicisitudes del campo literario relacionadas con la interdependencia de escritores y mecenas, planteando dos posibles opciones para los aspirantes a letrados: jugar el juego o renunciar a los sueños de grandeza. Al igual que el bachiller Alcaraz, Lorenzo Antonio —quien viaja con Trapaza en el coche de Andújar a Madrid— es otro dramaturgo sin estrenar. El poeta aficionado entretiene a sus compañeros de viaje con el Entremés de la castañera. Ante la «agudeza» y «extraordinaria invención» del entremés, Trapaza pregunta a Lorenzo «si había escrito alguna comedia», a lo cual este contesta, refiriéndose implícitamente al Arte nuevo de hacer comedias: «bien me atrevería con espacio a escribir una comedia siguiendo el estilo de las que nuevamente se han representado en España con tanta aprobación y aplauso de los oyentes» (Trapaza, p. 183). Sin embargo, ante las dificultades prácticas que se oponen a que «sea oído un poeta novel» nunca fue tentado por esta carrera, como explica en un discurso que describe el largo —y tantas veces infructuoso— camino desde el manuscrito hasta el éxito del estreno. Al cabo de esta introducción a los escollos del campo literario, sus compañeros de viaje le aplauden por «la cordura con que se abstenía de no escribir comedias» (Trapaza, p. 185), no sin mencionar y alabar a «los ingenios que ahora lucen», entre ellos varios amigos académicos del mismo Castillo Solórzano, como Lope de Vega y Pérez de Montalbán. Acto seguido Lorenzo Antonio le advierte a Trapaza de los peligros de Madrid, recordando con ello la intención didáctica y la evocación costumbrista de la Villa y Corte propias de la Guía y avisos de forasteros que vienen a la corte, publicada en 1620 por Antonio Liñán y Verdugo.
- 35 Cayuela, 1996.
- 36 Rodríguez Mansilla, 2012, pp. 338ss.
- 37 Ver también la autopromoción que hace Pérez de Montalbán al final de su prólogo para Tiempo de rego (...)
17Poco después, Trapaza —transformado ya en el noble caballero portugués Fernando Mascareñas— encuentra en Madrid a un joven menos prudente que Lorenzo, quien busca a un mecenas que patrocine su primer libro, titulado «Los mal intencionados destos tiempos, juguete cortesano y obra de divertimiento» (Trapaza, p. 202). Del relato autobiográfico del esperanzado autor, el licenciado Benito Díaz, se desprende un modelo de carrera que recuerda tanto el discurso desengañado de Lorenzo como el ilusionado bachiller Alcaraz. Nacido en Yepes, un pueblo de la provincia de Toledo, no ha podido estudiar más de tres años en Salamanca por ser hijo segundo y se fue «a esta Corte con ánimo de procurar entrar en el servicio del primer obispo que saliese electo para Indias» (Trapaza, p. 201). Mientras tanto, vive pobremente en Madrid, apoyado por unos «caritativos caballeros» y escribiendo comedias que hasta se «han representado con aplauso de los oyentes». Publica libros de versos y prosa hasta el más reciente cuyo título promete alguna obra satírica (Trapaza, pp. 201-202). Impresionado por el frontispicio del manuscrito, «dirigido al ilustre señor Fernando Mascareñas, caballero del hábito de Christus», Trapaza se siente halagado, mas sin perder su habitual prudencia: «Envanecióse Trapaza con la ofrenda y, como nuevo en esto, deseaba informarse de lo que debía hacer con el licenciado». Entonces consulta a su amigo don Álvaro, quien le explica el negocio de prestigio y dinero que está detrás de las pomposas dedicatorias —reveladores paratextos estudiados por Anne Cayuela35. Asimismo se confirma «la interacción de nobles con poetas» que Rodríguez Mansilla detecta también en «El culto graduado», «la que, como se sabe, giraba en torno al capital simbólico que representaba la poesía en la sociedad barroca. El patrón amparaba al poeta y lo asistía a cambio de capitalizar su talento para el aumento de su prestigio social como mecenas»36. Que un estafador como Trapaza, alias don Fernando Mascareñas, ascienda a mecenas, demuestra el sarcasmo de Castillo Solórzano; él mismo sometido a las presiones de la profesión de literato, como se puede observar en sus propias dedicatorias y en la publicidad que suele hacer al final de sus libros para los próximos volúmenes en vías de publicación, patética señal de cómo lucha por defender su puesto en el campo literario37.
- 38 Castillo Solórzano, «El culto graduado», p. 317, n. 96.
- 39 Rodríguez Mansilla, 2012, p. 332.
- 40 Para un paralelo entre don Toribio (Buscón) y don Tomé (Trapaza), ver Rodríguez Mansilla, 2006.
18En la obra narrativa de Castillo Solórzano existe una íntima relación entre el ámbito académico y la picaresca, cuyo común denominador es la burla y lo burlesco que radica, a su vez, en el mundo universitario. Aparte del opus ridicularium de los pedantes, de origen italiano, mencionado por Rafael Bonilla38, este nexo narrativo ya se había formado en El sutil cordobés Pedro de Urdemalas (1620) de Salas Barbadillo, autor que sirve de principal fuente de inspiración a Castillo Solórzano39. También el Buscón (1626) pasará una temporada decisiva en el ámbito escolar40. Otro tipo apicarado, claramente ubicado en el ámbito de las academias, el «Poeta Mendicante», nos lo presenta Matías de los Reyes, coetáneo de Castillo Solórzano, en su sátira El Curial del Parnaso, de 1624, personajes pertenecientes todos ellos al mundillo de ‘proletariado intelectual’, capa inferior del campo literario.
19El nexo entre mundo académico y picaresca, motivado por la formación universitaria de los protagonistas, se transparenta en las décimas burlescas recitadas por Maestro Laurencio, recién graduado en teología y el más joven de los tertulianos de la Huerta de Valencia. Conforme a las convenciones del género, esta «descripción de la escolástica miseria» evoca la vida estudiantil con la comida escasa y la ropa usada, la cama compartida con algún compañero y los «amores del baratillo», además de ciertas actividades afines al mundo del hampa como son los naipes y las pendencias (Huerta, pp. 73-74).
- 41 Castillo Solórzano, «El culto graduado», p. 318, n. 100; para un análisis circunstanciado de este e (...)
- 42 Ver Cayuela, 2000.
- 43 Ver Castillo Solórzano, «El culto graduado», p. 324, n. 118: «Paráfrasis burlesca del refrán “Camin (...)
- 44 Rodríguez Mansilla, 2012, p. 339.
- 45 Ver Cayuela, 2013.
20En «El culto graduado», el bachiller Alcaraz es víctima de una burla goliárdica: «un caballero mozo estudiante», que pasaba por el pueblo y quería divertirse por «falta de tahúres» («Culto», p. 302), inventa la chanza para mofarse del joven jurista presumido de provincia. El punto culminante de la broma es el paródico acto de graduación, «caricatura y […] referencia implícita al mundo de las Academias»41. La pormenorizada puesta en escena de la ceremonia configura el típico escenario de las academias novelísticas, pues se celebra en la «espaciosa sala» de una casa de jardín, situada en el Prado Alto de Madrid y «adornada de varias y curiosas pinturas» («Culto», p. 319), como era habitual en las efímeras arquitecturas festivas del Barroco con sus ilustraciones alegóricas. Un papel importante cumplen los carteles e inscripciones emblemáticas que se corresponden, como conjunto pictórico-textual, con los enigmas planteados al final de cada novela de la Tardes entretenidas42. Un primer letrero anuncia que el lugar de la acción es «La aula de los cultos» o «Gymnasium cultorum» («Culto», p. 318), es decir, el «Gimnasio culto» («Culto», p. 326) relacionado con el Monte Parnaso —«Parnaso de los cultos bisoños» («Culto», p. 324)—, meta de todo académico que se precia, como dice el refrán burlesco: «Camino del Parnaso / tanto anda el cojo como el manco» («Culto», p. 324)43. De manera acertada, González Mansilla interpreta el significado de este refrán con vistas al campo literario áureo: «Actualizando la moralidad del refrán al competitivo ambiente literario madrileño, Castillo Solórzano da a entender que, en la carrera poética culta, la falta de verdadero talento puede suplirse también “con industria y maña”, léase arribismo y lisonja»44. Símbolo polifacético del éxito artístico, social y económico, la subida al Monte Parnaso, Monte Carmelo secular, poético y erudito, dominado por Apolo y las nueve Musas, representa la ilusión suprema de cualquier poeta diletante y la referencia obligada de los textos literarios respectivos. En este sentido, los ‘Parnasos’ literarios constituyen un género misceláneo relacionado con las academias y que experimentan un renovado interés45. Tópico recurrente en la pintura barroca, el Parnaso plástico también está presente en el texto a través de una detallada ecfrasis («Culto», p. 324).
21Otra «Academia burlesca» intercalada en un contexto picaresco se encuentra en el capítulo XII del Bachiller Trapaza (1637). Ubicada en la quinta de don Enrique, en el marco idílico de la finca, se constituye la sociabilidad típica de las colecciones de novela, con una miscelánea de poesía jocosa, satírica y hasta de humor escatológico, además de la broma cruel que se gasta al extravagante don Tomé, personaje ‘culto’ al que se volverá más adelante.
22El bachiller Trapaza, casi tocayo del bachiller Alcaraz, ilustra a maravilla la relación entre el mundo académico y el de la mala vida. El vivero donde se cría «nuestro pobre escolar» es la Universidad de Salamanca, el escenario de sus burlas es «el patio de Escuelas» (Trapaza, p. 41).
Era notablemente entremetido, el solicitador de los votos para las cátedras, el que daba los tratos a los nuevos que comienzan a cursar, el que cobraba las patentes, el que rotulaba a los catedráticos. Finalmente, el divertimiento de todos, pues con sus agudos dichos y sazonados donaires se llevó el primer lugar del gracejo y le podían venir a pedir instrucciones los confirmados bufones de la casa real para parecer menos fríos (Trapaza, p. 42).
- 46 Ver Trapaza, p. 41, n. 209.
23Su don retórico y su talento histriónico hacen de él un ‘autor’ sui generis, pues inventará incontables tramas y trazas que pondrá en escena con sus compañeros del hampa. Como «gracioso» «que dice bachillerías»46, su apodo remite a sus años salmantinos: «Con esto les dijo tantos donaires, que por lo bufón regocijó la Escuela y granjeó muchas voluntades para adelante, quedando con el nombre del Bachiller Trapaza desde aquel día, y así le llamaremos» (Trapaza, p. 41). «Era tan burlón nuestro bachiller Trapaza, que a cualquiera que él supiese que trataba desto, le andaba a buscar para hacerle alguna burla», (Trapaza, p. 45). Sus «solemnes burlas» (Trapaza, p. 46) van desde inofensivas bromas hasta infamias criminales, con lo que las fronteras entre el gracioso y el pícaro de la peor especie se difuminan.
- 47 En Covarrubias, por ejemplo, solo consta «inculto» en el sentido de «la tierra que no está labrada (...)
- 48 Para una matización de estos conceptos respecto al Culto graduado, ver Rodríguez Mansilla, 2012, pp (...)
24Un concepto clave que se discute en las tres obras analizadas es «lo culto», término reciente47 y ambiguo, cuyo significado oscila entre el sentido amplio de «cultivado, instruido» y la aceptación puntual de «culterano»48. Al principio de la Huerta de Valencia se precisa, a propósito de don Leonardo, el contraste entre lo culto «de verdad», es decir lo primoroso, y lo culto inauténtico, sinónimo de oscuridad, hermetismo, gongorismo:
Hacía versos con cuidado, no con afectación que llegase a ser tenido por estos que llaman cultos, pienso que por ironía. Porque si culto es lo que debemos tener por lo primoroso; lo opuesto a ello (tan mal entendido de tantos, como cursado de muchos) más merece el nombre de inculto, que otro: pues con tan demasiado cuidado ponen el afecto en su oscuridad, y en ella misma se pierden (Huerta, Introducción, s.p.).
- 49 Ver Bonilla, 2010, pp. 89-106.
- 50 Ver Rodríguez Mansilla, 2012, p. 341.
- 51 Rodríguez Mansilla, 2012, p. 334.
- 52 Ver también «El culto graduado», p. 327: «el verdadero culto en el obscuro poema que escribiere est (...)
25Evidentemente, el texto más explícito respecto a esta noción es «El culto graduado»,49 novela académica que refleja el discurso mantenido en los círculos eruditos en torno a esta idea. El relato constituye una especie de «ejemplo» de cómo una desviación de la norma se castiga mediante la burla. Por la lectura de «aquellas obras obscuras», el bachiller de provincias llega al punto de perder el juicio («Culto», p. 294), cual otro Don Quijote, siendo, además, mal lector y mal escritor50. Los artículos del burlesco título de grado, que constituyen otras tantas injurias a los cultos, son interpretados por Rodríguez Mansilla como elementos del siguiente ‘mensaje’ de Castillo: «a sabiendas de que está bien visto y hasta es recomendable que los pretendientes letrados exhiban su destreza en la poesía, no deben intentarlo por el cauce culterano, ya que se trata de un ejercicio inútil en un campo literario en el que lo canónico es el estilo “llano” de Lope y compañía, que el autor suscribe»51. Aparte de ello, conviene recalcar que la esencial función sociocultural del cultismo radica en la «distinción». Al separar al ingenioso de la «plebe», el discurso culto confiere prestigio al que sabe dominarlo; opera por lo tanto como criterio de jerarquización social en el sentido de Bourdieu52:
Confieso —dijo el bachiller— que este divino modo de cultizar no es para la plebe sino para agudos y perspicaces ingenios, […]. Lo inconstructo, lo brujuleado y, finalmente, lo impalpable sí que es digno de estimación, que cuando el científico lo penetre el plebeyo por no entendido lo admire. («Culto», p. 305)
- 53 Respecto a esta ‘curación’, Bonilla señala el parecido con el Licenciado Vidriera (Castillo Solórza (...)
26Un reproche capital que se hace al bachiller según la moraleja de la novela es pasar por alto «las olvidadas leyes» (p. 304), es decir abandonar sus estudios para presumir de poeta profesional (p. 301). En este aspecto se distingue de los «académicos» de la Huerta de Valencia que se caracterizan por dedicarse a «las Musas en los ratos que descansaba[n] de sus estudios» y que lo hacen con «elegancia» y sin «afectación» (Huerta, Introducción, s.p.). Por consiguiente, una vez cumplido el castigo, el bachiller Alcaraz volverá a la vida «civil» para dedicarse a su profesión, abandonando la pretensión de ser un poeta «culto» (ver «Culto», p. 332)53.
- 54 Ver Rodríguez Mansilla, 2006.
27La burla contra el culto o «pedante» reaparece más de diez años después del «culto graduado» en El bachiller Trapaza, concretamente en el episodio centrado en don Tomé (capítulos XI y XII), descendiente lejano del escudero del Lazarillo54. Este personaje tiene fama de gracioso y de «hombre de humor”, y cuando aparece en escena haciendo «grandes cortesías», su indumentaria llamativa confirma su reputación, pues contribuye a «calificar por figura profesa al tal sujeto» (Trapaza, p. 116). Su calificación de figurón se basa también en el lenguaje afectado que estila, incluso en la comunicación cotidiana, y que le identifica como culto, tal como se puede observar al contratar a Trapaza: «De buena gana os recibiré por mi doméstico, porque vuestra fachada me indica benévolo aspecto y apto para cualquier cosa. ¿Cuál es vuestra nativa patria? Hablaba por estos términos el don Tomé, con que se canonizaba por figura» (Trapaza, p. 117). Cuando Trapaza le responde en el mismo estilo, no se trata de una mera estrategia de pícaro, sino de una afinidad más profunda basada en un común marco referencial, el de una misma formación académica, literaria, culta. Don Tomé se muestra encantado de esta cercanía: «Ninguna cosa de cuantas he visto en —dijo don Tomé— me satisface más que vos me hayáis hablado a mi modo: porque yo soy esquisito en el dialecto, y así, gusto que quien más me comunicare tome el modo de hablar que yo tengo» (Trapaza, p. 117). Reconociendo en Trapaza a un alma gemela, don Tomé le confiesa que escribe versos a la manera de los poetas herméticos:
A esto he escrito estas liras, que aún están en borrador, como ves. No con el estilo ordinario y trivial, porque cosa de misterio no es justo que ande entre vulgares juicios: cueste el penetrar sus conceptos y trabajen los ingenios en su sentido, que para eso ha tres días que las trabajo (Trapaza, pp. 120-121).
28Las explicaciones de don Tomé retoman el discurso sobre lo culto en cuanto criterio de distinción entre lo «vulgar», «ordinario y trivial» y el «misterio» que caracteriza el culteranismo gongorino, dedicado a una presunta élite. Al ilustrar esta estética peculiar, los versos que declama don Tomé contribuyen asimismo al carácter misceláneo de la novela El bachiller Trapaza. A pesar de compartir un mismo horizonte cultural, el bachiller-criado rechaza el paradigma literario representado por los poemas amorosos de don Tomé:
Admirado dejaron a Trapaza los versos cultos de su amo, pues no imaginara que entendimiento racional se pusiera a pensar tales modos de escribir, usurpando el poder a los frenesíes de modorras y tabardillos, pues para tenerlos no les deja qué decir (Trapaza, p. 122).
29Acto seguido se plantea una disputa literaria, en la que el apicarado universitario Trapaza, portavoz del autor, se erige en defensor de la razón y la llaneza: «no hay cosa como la claridad», postura que explica con más detalle en un apólogo contra los supuestos ‘cultos’:
Los cultos, o incultos por mejor decir, escriban así, hablen frasis bárbaras, hagan trasposiciones, encajen una metáfora en otra como cesto sobre cesto, para que el mismo Demonio no lo entienda, y vuesa merced se ría dellos dándose a la pura claridad, a lo grave y bien colocado, haciendo la fuerza en el concepto y no en el exquisito modo del decir (Trapaza, p. 122).
30A través de esta aserción, Trapaza se revela como experto en materia literaria, mereciéndose con ello la estima de su amo quien, sospechando cierta afinidad, le insta: «Debes de visitar las Musas de cuando en cuando; di la verdad, por vida mía», a lo cual «Confesó Trapaza, que hacía versos» (Trapaza, p. 122). Con ello se evidencia que tanto el amo como el criado pertenecen a una misma clase de literatos diletantes, a pesar de divergir sus preferencias estilísticas. Después de revelarse esta simpatía, don Tomé sella su comunidad al llevar a su criado Trapaza a la comedia, donde el uno en «una silla entre lo noble», pagada por algún mecenas, y el otro «en la comunidad de los bancos de la plebe» (Trapaza, p. 123) asisten a El guante de doña Blanca, comedia de Lope de Vega publicada recientemente, en 1636, en la Vega del Parnaso. El autor dramático, admirado por Castillo Solórzano como representante de los ‘claros’ y presente en su obra a través de numerosas referencias intertextuales, es alabado aquí como «singular ingenio, padre de las Musas, protector del Parnaso, privado de Apolo» (Trapaza, p. 123).
31Después del teatro, el criado y su amo van a una casa de juego donde don Tomé dice «chanzas y donaires, de que todos se reían» (Trapaza, p. 124), mientras que Trapaza observa a su nuevo amo a prudente distancia, «con ánimo de acabar de saber la enigma de su nuevo amo: que cada instante le nacían nuevas dificultades en su inteligencia, sin penetrar el verdadero sentido de lo que fuese, porque tal vez en la comunicación con la gente noble le tenía por caballero, y tal vez en la risa y burla que hacían dél le tenía por bufón» (Trapaza, p. 124). Esta observación resulta muy significativa: a nivel social, don Tomé constituye un enigma —al igual que aquellos integrados en las Tardes entretenidas; detectar su verdadera identidad sociocultural, entre caballero y bufón, requiere un esfuerzo hermenéutico, al igual que los poemas gongorinos a los que él tanto aficiona. Otro criado le revela a Trapaza la biografía de don Tomé: hidalgo de Andalucía, después de una carrera militar «se introdujo con los caballeros de Sevilla» cuya generosidad le permite vivir, a cambio de una servidumbre indigna de su origen:
como es persona de buen humor, de graciosos dichos y sazonados donaires, el que le da quiere pagarse y cobrar en gusto lo que ha ofrecido en dinero, y así, le han comenzado a perder el respeto y le hacen graciosas burlas cada día, y él pasa por ellas por no perder el donativo cotidiano. […] Pasa plaza de medio bufón, aunque su linaje no lo merece, entretiene la vida desta suerte (Trapaza, pp. 124-125).
32Esta dependencia económica le reduce al estado de bufón de villa, animador a sueldo, ‘entretenido’ en el doble sentido de la palabra, lo que le relega a una situación marginada de ‘proletariado intelectual’ condenado a ganarse la vida de la manera que fuere y similar a la de Trapaza: «que como él era también abufonado, secretamente le había cobrado un cierto cariño como a persona de su profesión» (Trapaza, p. 125). A pesar de esta buena relación, Trapaza va a hacerle una burla a don Tomé, semejante a la del «culto graduado», pero más cruel que ella. Don Tomé, «el más alegre hombre del mundo», está enamorado de doña Brianda, hija única de don Enrique Portocarrero, propietario de una finca «hacia San Juan de Alfarache» (Trapaza, p. 126) —guiño intertextual—, donde se formará una sociabilidad amena a la que don Tomé contribuye «con tan solemnes disparates que a todos hizo reír» (Trapaza, p. 127).
- 55 Rodríguez Mansilla, 2012, p. 334.
33A partir de esta situación inicial se urde la mala pasada contra don Tomé, motivada por varias circunstancias que justifican, según la lógica narrativa, un «castigo» parecido al del «culto graduado», en concreto por ser «un hidalgo pobre, poeta culto y enamorado», es decir, «un viejo enamoradizo y ridículo» al igual que don Quijote55. Lo peor del desprecio burlón que los demás le demuestran, es que don Tomé parece regodearse en esta humillación, sin «admitir consejo». En consecuencia, por hacer el ridículo a sabiendas el culto don Tomé es castigado por el bachiller Trapaza, a pesar de su solidaridad en cuanto académicos marginados: «viendo Trapaza que le trataban muy como a bufón, cosa que le daba pena (y si el sujeto fuera capaz de corrección se atreviera a dársela); mas él gustaba de ser tratado así y no admitir consejo sobre esto» (Trapaza, p. 127).
34No obstante la conmiseración que siente por su amo, víctima de tantas chanzas, Trapaza está dispuesto, a instancias de Brianda, a protagonizar una burla detestable inventada por don Álvaro, sobrino de don Enrique. Dividido entre su simpatía por don Tomé y el «natural suyo el ser amigo de hacer burlas» (Trapaza, p. 132), Trapaza acepta jugar el papel principal en este mofa. Parecido al comendador de El Burlador de Sevilla, se le aparece de noche a su amo como espíritu del difunto padre de don Enrique, para acusarle de «haber hecho escarnio de mí» con un chiste irrespetuoso, recordándole que no conviene burlarse de los muertos y propinándole, en consecuencia, quemaduras y azotes (Trapaza, p. 134). Con esta chanza tragicómica se traspasan los límites de lo tolerable: «De esta burla de don Tomé resultaron dos cosas: perderle don Enrique de su quinta y que Trapaza dejase de servirle» (Trapaza, p. 135). Además de ser víctima de esta burla agresiva, don Tomé sale doblemente perdedor: pierde el apoyo económico y social de su mecenas don Enrique (aunque este también pierde el capital simbólico de disponer de un bufón personal) y pierde a su criado Trapaza quien, aparte de su solidaridad como intelectual marginado, le proporcionaba prestigio por el mero hecho de servirle, elevándole así en la jerarquía social. Trapaza, mientras tanto, logra sobrevivir al escándalo gracias a su versatilidad de pícaro: sin más comentario a la bufonada infame, el bachiller sigue haciendo de gracioso en la sociabilidad en torno a doña Brianda quien «gustaba mucho de oírle cantar, que lo hacía con grande donaire y letras suyas, con que satirizaba varias cosas» (Trapaza, p. 135).
- 56 Ver Rodríguez Mansilla, 2012, pp. 334 y 343.
35Comparada con la desgracias de don Tomé, la burla hecha al «culto graduado» es inofensiva, pues imparte una lección de sentido común por medio del humor y de la vergüenza, mientras que la cruel novatada brindada al culto sevillano opera con la violencia física. Sin embargo, el mensaje de ambos relatos es coherente, pues ambas víctimas son adeptos de la estética culterana, con lo cual Castillo Solórzano defiende el estilo ‘llano’ de Lope56. No obstante, diez años después de la muerte de Góngora (el Bachiller Trapaza es de 1637), el paradigma literario representado por este queda ya definitivamente obsoleto y desacreditado. Por ello, don Tomé, estigmatizado por una múltiple marginalidad —por noble empobrecido, «viejo enamoradizo», culto y bufón—, funciona como chivo expiatorio en aras de un nuevo gusto literario, por no decir de un giro en el campo literario. Al inicio de su relación, el culto don Tomé había aclarado a su «criado poeta» (Trapaza, p. 123) quien se maravillaba de los versos oscuros de su amo: «Esto se usa […], Hernando amigo; no te admires, que se hace figura quien se singulariza» (Trapaza, p. 122). Ahora bien, don Tomé se singulariza precisamente por no haberse dado cuenta del cambio de paradigma poético, mereciendo el castigo no solo por culterano sino también por anacrónico.
36Partiendo de la intención de revisar y ampliar la categoría de «novela académica», subgenéro novelístico definido en 1963 por Willard F. King, la presente aportación ha enfocado algunos aspectos relevantes para la literaturización del ambiente académico en tres obras escogidas de Castillo Solórzano que ilustran de manera ejemplar los mecanismos del campo literario propio del Siglo de Oro, época decisiva para la emergencia del literato profesional. Por una parte, el alcance de las profesiones y su función narrativa; por otra, el campo literario desde la mirada del escritor novel; en tercer lugar, la burla como vínculo entre el ámbito académico y la picaresca; y finalmente, la burla como instrumento del desengaño de los cultos. Tomando en consideración a los protagonistas de las novelas, bachilleres y graduados con una formación universitaria preferentemente en las Humanidades, se podían discernir tres opciones de carreras: el éxito profesional como jurista, teólogo o médico que permitía el lujo de cultivar veleidades literarias en el marco de un otium cum dignitate, tal como se desprende del marco novelístico convencional de la Huerta de Valencia; la trayectoria reciente y arriesgada de escritor profesional, expuesta a todas las contingencias de un mercado caprichoso; y, por último, el camino del pícaro, entre gracioso y criminal.
37Estos tres recorridos se desenvuelven en el marco de una sociedad en transformación, reflejada por Castillo Solórzano desde su particular punto de vista y plasmada en una obra narrativa clasificada por Rafael Bonilla como «novela culta». Para ubicar al autor y analizar a sus personajes en el contexto de los discursos e instituciones contemporáneas, es conveniente aplicar las categorías metodológicas de Pierre Bourdieu, en particular las de distinción, capital simbólico y campo literario. Siguiendo los estudios de Anne Cruz (1998), Carlos Gutiérrez (2005) y Rodríguez Mansilla (2012), se puede pormenorizar de manera ejemplar y significativa el campo literario de la primera mitad del siglo xvii desde la perspectiva de un autor encasillado como menor pero altamente sintomático, como lo fue Alonso de Castillo Solórzano.