- 1 El título completo reza Vejamen que el poeta dio en la Insigne academia de Madrid, que se hacía en (...)
1Parece ser que fue en la primavera de 1626 cuando Anastasio Pantaleón de Ribera leyó su conocido vejamen sobre la luna1 en la academia de Mendoza. Situado en el bando de los poetas culteranos, dirigió sus dardos hacia varios de sus compañeros entre los que se encontraba Alonso de Castillo Solórzano a quien satirizó diciendo «que su tema es escribir cada día librillos, y si Dios no lo remedia, escribirá cada hora artesas y barreños» (f. 105). Esta crítica —perdida entre comentarios jocosos sobre su calvicie— pone al descubierto que la obsesión del tordesillano por la escritura era por entonces notoria en sus círculos, y eso que tan solo había publicado los Donaires del Parnaso, las Tardes entretenidas y las Jornadas alegres, aunque ya se había encargado de anunciar al final de esta última la publicación de Tiempo de regocijo, que tendría lugar al año siguiente. Pantaleón de Ribera moriría de forma prematura en 1629, sin poder comprobar que su crítica presagiaba una realidad que se dilataría en el tiempo, pues Castillo Solórzano daría a las prensas una veintena de títulos que lo convertirían en uno de los autores más prolíficos del siglo xvii, en un autor que llegaría a hacer de la escritura su profesión.
- 2 Como le denominaba Velasco Kindelan, 1983, p. 17.
- 3 Me refiero al libro de pastores y no a la comedia homónima con la que guarda menos similitudes.
2Entre los muchos recursos empleados por este «hábil componedor de historias»2, me interesa destacar aquí el de la reescritura, entendida como reelaboración total de un texto y también como reelaboración tan solo de un argumento. Ambos procesos, aplicados sobre obras distintas, confluyen en el Lisardo enamorado de muy diferente manera, pues Castillo Solórzano ejerce silenciosamente de reescritor de sí mismo, al tiempo que, en uno de sus capítulos, reescribe abiertamente el argumento principal de la Arcadia de Lope de Vega3.
3Estamos, por tanto, ante una obra construida sobre estrategias confabuladas con el silencio y la declaración. Pocos sabrían que el Lisardo enamorado —que acababa de salir del taller que Juan Crisóstomo Garriz tenía junto al afamado molino de Rovella (1629)— no era sino una reelaboración de los Escarmientos de amor moralizados que el año anterior había publicado en la imprenta de Manuel Sande en Sevilla. Solo la lectura de ambas obras podía poner al descubierto su secreto y dejar estupefacto al desprevenido lector.
- 4 LaGrone, 1939.
- 5 Giorgi, 2014, pp. 262-264; Giorgi, 2016, pp. 253-254.
4Para llevar a cabo su propósito, el autor suprimió los aprovechamientos morales que había situado al final de cada uno de los libros de los Escarmientos, reorganizó los capítulos (que pasaban de siete a ocho sin que esto supusiera añadidos argumentales) y, por último, realizó una serie de cambios estilísticos y sintácticos que apuntó Gregory G. LaGrone4 y que Giulia Giorgi ha estudiado de acuerdo a cuatro tipos de intervención: interpolación de adjetivos; sustituciones de vocablos o de expresiones en pro de una mayor precisión léxica o como simple «variatio»; reelaboración de períodos enteros y revisión de la sintaxis a manera de «expolitio»; y redundancias y guiños al estilo culto5.
- 6 Dunn, 1952, p. 77.
- 7 Giorgi, 2016, p. 251.
5Desconocemos las verdaderas motivaciones que llevaron a Castillo Solórzano a autorrescribirse, pero todo parece indicar, como señala Dunn6, que se dejó llevar por criterios comerciales que le permitieron vender el libro dos veces. Tampoco es descabellado suponer que el enfoque didáctico que le había conferido a los Escarmientos de amor moralizados no terminara de convencerle y quisiera despojarlo de esos «aprovechamientos morales» que poco atractivo habrían suscitado entre unos lectores que buscaban en las novelas simplemente diversión7. Por otro lado, prescindir de estos escolios no solo aligeraba la obra sino que la revestía de otro sentido. Y es que para poder rentabilizar el material era preciso resignificarlo, reestructurarlo y renombrarlo. Si quería que funcionara como un nuevo texto, debía retocar ese título en el que el amor quedaba constreñido entre términos aleccionadores. Resultaba mucho más sugestivo el que ofrecía ahora de Lisardo enamorado, que daba protagonismo a un solo personaje —algo poco frecuente en su obra— y, además, preso del más noble de los sentimientos. El amor se liberaba, así, de la lección moral, pero eso solo lo sabía Castillo Solórzano, quien, recurriendo a una trabajada autorreescritura, ofrecía al lector la que era una nueva obra pero en absoluto una obra nueva.
6De este modo, silenció aquella estrategia con la que conseguiría réditos económicos y profesionales. Lo que no ocultó es que también estaba reescribiendo el argumento principal de la Arcadia de Lope de Vega en el quinto de los ocho capítulos en los que dividió su Lisardo enamorado. En esta obra plantea distintas tramas amorosas, sobre todo al más puro estilo de la novela corta, fundamentadas, en la mayor parte de los casos, en los celos y en las confusiones con terceros personajes. Este es un esquema que se repite en este libro quinto con la particularidad de que la acción se desarrolla dentro de un artificioso marco pastoril: El enamorado don Lope enloquece de celos por su amada doña Margarita y se cree el pastor Anfriso, protagonista de la Arcadia. Por ello trueca su indumentaria por la de pastor y se refugia en una alquería en la que puede lamentar la ausencia y el olvido al que le ha confinado su particular «Belisarda».
7El acceso al mundo pastoril, tan poco frecuentado por Castillo Solórzano, ofrece especial interés. Don Félix y Lisardo, protagonistas principales de la obra, encuentran a don Lope dormido en el interior de una alquería, a la que acceden con el único permiso que les concede la curiosidad de una puerta abierta. Conforme se adentran en los límites de aquella finca —y nos arrastran a los lectores con ellos—, van quedando fuera las historias de damas y caballeros de los capítulos precedentes, al menos en la verdad de su indumentaria. A través de una primera entrada de espalderas de verdes naranjos y de una puerta tan artificiosa como la ficción que se nos va a relatar, llegan a una placeta. En su centro, hay un cenador con una fuente, junto a la que duerme un hombre cuyo atuendo, postura y silencio serán los desencadenantes de esta nueva historia.
8Pero el relato que cuenta Castillo Solórzano no responde al patrón de las historias de pastores al uso, lo que hace pensar que su finalidad no es sumarse a la tradición pastoril a la que tan poca atención presta en su amplia producción literaria, por más que demuestre conocerla en esta breve historia. Su voluntad no es recrear este mundo en general, sino el particular imaginado por Lope de Vega en la Arcadia. Para hacerlo, necesita alejar a los personajes del ámbito urbano en el que transcurren la mayor parte de las acciones o de esa naturaleza tan poco presta a la idealización por la que, de vez en cuando, transitan. De ahí que elija un espacio como el de la alquería, al mismo tiempo abierto y cerrado, con una naturaleza controlada y limitada que permite crear la ilusión de un entorno idílico, un locus amoenus aunque solo sea en la incontrolada mente de don Lope.
9A partir de este momento la historia progresa gracias a la utilización de diversos recursos narrativos, basados sobre todo en el concurso de varias voces. De esta manera, Lisardo, don Félix y Negrete conocen la historia de Anfriso como sucede en muchos libros de pastores: viendo o escuchando escondidos las quejas de sus protagonistas. A todo ello se suma el relato que don Lope hace de su propia historia en forma de romance (del que hablaré más adelante) y que después detalla su amigo don Lorenzo en prosa, con lo que las perspectivas de lo sucedido permiten a los caballeros comprender el origen de los desvaríos de tan singular pastor.
10Así, se cuenta que don Lope, oriundo de Salamanca, en cuya universidad se gradúa en cánones y leyes, se marcha a Zaragoza a hacerse cargo de la herencia de un tío materno. Allí inicia una relación con doña Margarita, pero, centrado en otros asuntos, no tarda en descuidarla, por lo que ella decide darle celos con un joven zaragozano otrora soldado en Flandes y cautivo en Argel. Don Lope se entera de que van a verse a escondidas, acude a la cita y, lleno de ira, clava una daga a su competidor. Pensando que lo ha matado, huye a Nápoles donde permanece junto con don Lorenzo durante tres años. Transcurridos los cuales regresa a Valencia y se refugia en esa alquería en la que le encuentran dormido.
- 8 Genette, 1989, pp. 14 y ss.
11La inclusión de lo pastoril en esta novela corta tiene importancia no solo porque la narrativa solorzaniana se abre a otros espacios de ficción, sino sobre todo por la relación intertextual que se da en grado sumo con la Arcadia de Lope de Vega, pues recupera unos personajes procedentes de una obra seguramente conocida por el hipotético lector en el que Castillo Solórzano pensó al idear su Lisardo enamorado. El intertexto (o hipotexto, en términos de Genette8), además, está citado de manera explícita:
- 9 Castillo Solórzano, Lisardo enamorado, ed. 1947, p. 236. En la princeps, p. 250. En adelante me ref (...)
Llegamos a Valencia, que gustó venirse por allí, donde estuvimos seis días, y saliéndonos en uno dellos a divertir a esta alquería llegando a su ameno sitio, se echó a dormir don Lope, brindado de su apacible estancia. Hacíalo pocas veces, y en ésta, como le vimos sossegado, guardámosle el sueño. Despertó dél al cabo de dos horas, con el más estraño género de locura, que habéis oído, porque acordado de lo que había leído en el libro de La Arcadia, que escribió el prodigioso ingenio, padre de las Musas, admiración de España y de las naciones extranjeras, Lope de Vega Carpio de quien sabía los más de sus dulces versos de memoria, dio en decir que estábamos en Arcadia, y que yo era el pastor Cardenio, el rústico; su ingrata dama Margarita, Belisarda; y él, el olvidado pastor Anfriso, y discurriendo por todos sus amigos, los hacía pastores, con los nombres del mismo libro. Rompió los vestidos que traía, y porfío que no había de ponerse otro si no era de pastor9.
- 10 Castillo Martínez, 2017 y 2018.
12Con todo, en el proceso de creación de este episodio, Castillo Solórzano no parece tener delante a su modelo, como sucede, por ejemplo, cuando compone el Sagrario de Valencia, en el que reproduce fielmente fragmentos de otras obras10. Aquí más bien parece un lector que, rememorando el argumento principal de un libro que le ha gustado, intenta recrearlo en otro contexto, sin copiar versos ni prosas, sin reproducirlo de una manera exacta, sino tan solo en los nombres y en la temática, y, además, dejando constancia clara de ello. De hecho parece interesarle más el autor que la obra en sí, que recrea como episodio aislado sin mayor trascendencia que la variedad que aporta en el conjunto de la obra. Tal vez por eso yerra en la recreación de un personaje como Cardenio el rústico, al que convierte en compañero de Anfriso, papel que en el texto de Lope de Vega le corresponde a Frondoso. En cualquier caso, lo importante es que en esta trasposición de personajes, fruto de un proceso intertextual, Castillo Solórzano recupera, dando nueva vida y sentido, tan solo a tres: Anfriso, Belisarda y Cardenio. Es cierto que también cita a Galafrón y Leriano como competidores, y a la sabia Polinesta (a la que inventa un hijo, igualmente mago, con el nombre de Solanio), pero ninguno de ellos pasa de la mera alusión.
- 11 Bonilla, 2012, p. 244.
- 12 Sobre la participación de Castillo Sólorzano en estas academias, véase López Gutiérrez, 2003, p. 21 (...)
- 13 «Si existían frías relaciones entre algunos de esos viejos académicos (Lope y Cervantes, Góngora y (...)
13¿Qué pretende, entonces, Castillo Solórzano al introducir la Arcadia de Lope en su obra como referencia explícita y como recreación? Más allá de desarrollar el tema de los celos y la locura por amor, podríamos decir que le sirve para rendir homenaje a quien tanto admiraba, no en vano lo califica de «prodigioso ingenio, padre de las musas, admiración de España y de las naciones extranjeras» (ed. 1947, p. 236). No hay que olvidar que el tordesillano formaba parte desde hacía tiempo del grupo de poetas seguidores de Lope11. Con él había coincidido en las academias madrileñas de Sebastián Francisco de Medrano, primero, y de Francisco de Mendoza, después12. En esta última ocupó el cargo de secretario del presidente que, por entonces, era precisamente Lope de Vega13, a cuya derecha se había situado en el ataque hacia la moda cultista. En esta clave hemos de entender la actitud de ese ridículo y oscuro poeta que en la comedia El casamentero incluida en Tiempo de regocijo (Madrid, 1627) se atreve a criticar al Fénix, al decir, «¿Qué vale Lope, / si a mi paso no llega su galope?» (ed. 1907, p. 276). Y, aunque es cierto que en su pecado (o lo que es lo mismo, en sus versos), lleva la penitencia, esta cuestión la resuelve Castillo Solórzano haciendo que el lucido Piruétano le tache de «archiloco» y diga que sus palabras son «Herejías poéticas, blasfemias» [que] «no se pueden sufrir» (ed. 1907, p. 276).
- 14 Valgan de ejemplo las palabras del genovés en la estafa segunda: «Fácil le es a V.M. cumplir su ant (...)
- 15 «Las gracias en la cuna / de su dichosa infancia / tan risueñas vieron / que a don Alonso del Casti (...)
- 16 «Pero diréis que os halláis / turbados, viendo que quiero / hablar luego en Lesmes Díaz / si bien f (...)
14La admiración que sentía Castillo por Lope es notoria en otros de sus textos, como Las harpías de Madrid (Barcelona, 1631), donde lo volvió a citar directamente en tres de las cuatro estafas y siempre en términos elogiosos14. Las diversas alabanzas que le dedicó en sus obras fueron correspondidas por Lope, quien lo incluyó tanto en la nómina de poetas de su Laurel de Apolo («fértil genio / con prodigioso ingenio / por el mundo derrama»)15, como en la Relación de las fiestas que la insigne villa de Madrid hizo en la canonización de su bienaventurado hijo y patrón San Isidro. En esta última recuerda la participación de Castillo Solórzano «en cuyo ingenio sabroso / vive un panal de los cielos», reconociendo su valía a pesar de que la utilización de un seudónimo le dejara sin premio16. Habría que recordar, además, que Lope firmó las aprobaciones de las dos partes de los Donaires del Parnaso. Con lo que la vinculación entre ambos queda sobradamente demostrada.
15Esto elogios que Castillo dirige a Lope apuntan casi siempre en una dirección: la poesía. Y aunque lo que imita en el Lisardo enamorado no son sus versos sino la historia pastoril, no hay que pasar por alto que la Arcadia debió de ser considerada una obra más cercana a lo poético que a lo narrativo a juzgar por las propias palabras de Lope de Vega en el íncipit de Las fortunas de Diana donde afirma «mandarme que escriba una novela ha sido novedad para mí, que aunque es verdad que en el Arcadia y Peregrino hay alguna parte de este género y estilo […], con todo eso, es grande la diferencia y más humilde el modo» (Novelas a Marcia Leonarda, p. 103).
- 17 Véase lo dicho por Morby y Sánchez Jiménez en sus respectivas ediciones de la Arcadia. «Con veinte (...)
16La Arcadia es el primer libro que publica el Fénix y, desde luego, uno de los más exitosos17. Lo que toma Castillo Solórzano de él es la anécdota principal, el amor de Anfriso y Belisarda. Fuera quedan las disyuntivas morales que Lope plantea, esas dosis de didactismo y humor que permitan entender las consecuencias de la pasión amorosa, el alarde de erudición, o su condición de novela en clave.
- 18 Lope de Vega, Arcadia, ed. 2012, p. 538.
17Si nos centramos en el análisis de los personajes, veremos que, desde el punto de vista narrativo, los protagonistas de Lope se perfilan como amantes perfectos, capaces de sortear cualquier obstáculo salvo el de los celos. Anfriso y Belisarda, perdidos en los extremos de su pasión amorosa, se vuelven susceptibles y esa desconfianza no hace sino generar malentendidos e incluso deseos de venganza. Sin embargo, para Castillo Solórzano, Belisarda es la encarnación de la mujer mudable (tan recreada en la novela pastoril, e incluso en sus propias obras), cuya aparición ni siquiera es necesaria, convertida en mera evocación, en un nombre escondido tras muchos nombres. Le suscita mayor atractivo Anfriso, sobre todo el que aparece en el libro IV, cuando, tras ver a su amada con Olimpo, pierde la razón, desea la muerte, busca refugio en el monte y se deja llevar por la furia cual un nuevo Orlando abandonado a su doloroso sentir «desatinado ya de todo punto, con espantables ojos y cabello revuelto»18.
18En la obra de Lope, Anfriso y Belisarda son desde el principio nombres impostados con una correspondencia real fácil de descifrar en algunos círculos a finales del xvi o comienzos del xvii; y, aun en el caso de que los lectores no conocieran esa realidad, sí que sabían que aquellos pastores, como sucede en la novela pastoril en cuanto novela en clave, lo eran solo en el hábito. Esa verdad ficcionalizada que apunta a los amores de don Antonio Álvarez de Toledo (V duque de Alba) o a los del propio Lope queda diluida cuando treinta años después Castillo recupera estos personajes, que ahora lo son de una obra de ficción perfectamente conocida.
19Lo que hace Castillo Solórzano es crear una historia cortesana que únicamente se convierte en pastoril cuando se produce el desdoble del personaje protagonista, a quien, además, bautiza con el nombre de don Lope, aunque solo parece ser trasunto de su admirado autor en lo poético. El relato se sostiene sobre una serie de elementos que proceden de la Arcadia: el amor perfecto, los celos, las terceras personas, las cartas, el deseo de la muerte como vía de escape, la boda, y, sobre todo, la locura y el sueño. Estos dos últimos, planteados con enfoques distintos.
- 19 Morros, 1998; Thacker, 2004; Atienza, 2009.
20El tema de la insania le interesó particularmente a Lope de Vega. De hecho lo trató desde distintas perspectivas tanto en su narrativa como en sus comedias19. Aquí aparece planteado como resultado del deseo insatisfecho que conduce al que lo experimenta a una desviación del centro de sí mismo y a un alejamiento de todo, pero siempre entendido como una enajenación mental transitoria. Lo que experimenta Anfriso es un momento de descontrol provocado por la rabia, que se justifica dentro de un contexto de tensión alimentado desde el mismo comienzo de la obra. Por eso no ha de extrañar que su recuperación no tarde en producirse. Con la fuerza, Frondoso, Cardenio y Galafrón detienen su furia; con la persuasión, Galafrón intenta dar salida a sus dolencias amorosas. «¿Amor es medicable?», le pregunta Anfriso. A lo que responde:
- 20 Lope de Vega, Arcadia, ed. 2012, pp. 550-551.
Duerme esta noche, y mañana a estas horas mismas vendré a buscarte para que vamos juntos a ver [a] la sabia Polinesta, la más famosa hechicera del Arcadia, donde, si no hallas remedio, no hay para qué buscarle en el monte de la luna ni en toda la peregrinación de Medea.
Agradó este remedio a Anfriso y, pensando que sería cierto, se despidió de los pastores con el sosiego que suele dar la esperanza de la salud20.
- 21 Atienza, 2009, p. 219.
21En tanto que novela en clave, entendemos que «Lope mira al loco con compasión porque él mismo se sabe partícipe de la locura»21; de ahí que la insania, generada en la Arcadia a consecuencia del amor, sea un camino de ida y vuelta y no una patología estanca sin posibilidad de curación. De hecho, Anfriso sana de esa locura, que es un mal transitorio, para que pueda recuperarse del mal de amor.
- 22 Castillo Martínez, 2016.
22La locura del Anfriso recreado por Castillo, aun teniendo su origen en la pasión amorosa, es más bien una locura literaria y responde a otra tradición que no hace explícita: la que procede de Cervantes con Alonso Quijano convertido en el caballero don Quijote, y con el caballero don Quijote soñando con ser el pastor Quijotiz22. Aun así, la solución no pasa por la intervención del sueño, necesario tanto en la obra de Lope como en la de Cervantes. El sueño, que tanto sentido cobra en la literatura como espacio de transición en lo que a los estados emocionales de los personajes se refiere, funciona en estas obras en direcciones distintas. Para Lope de Vega, constituirá el descanso necesario para que el enfurecido Anfriso pueda iniciar el camino hacia la cueva de la sabia Polinesta donde espera encontrar solución a su dolor. De manera parecida a como hizo Cervantes con don Quijote, pues solo después del sueño reparador y con la experiencia acumulada el insólito caballero recobra el juicio. Para Castillo Solórzano, sin embargo, el sueño es el tránsito hacia el mundo literario; no es el destino final, pero sí el camino del que huye ante la desesperación en busca de un nuevo espacio existencial. Para ello precisa, como hizo Cervantes en el episodio de la fingida Arcadia, de la utilización de otros nombres que redefinan ese nuevo existir al que arrastra a sus allegados, con la diferencia de que don Quijote está creando un mundo sobre la base de un género de ficción idealista, mientras que Castillo Solórzano no crea sino recrea un mundo ya existente, eso sí, perteneciente a ese mismo género de ficción sustentado en el idealismo. Son similares esas creaciones o recreaciones de mundos que se inauguran por medio de la palabra, de los nombres. Así «Respondió don Quijote que él se había de llamar el pastor Quijotiz; y el bachiller, el pastor Carrascón, y el cura, el pastor Curambro; y Sancho Panza, el pastor Pancino» (II, cap. LXXIII). Un bautismo semejante al de don Lope quien «dio en decir que estábamos en Arcadia, y que yo era el pastor Cardenio, el rústico; su ingrata dama Margarita, Belisarda; y él, el olvidado pastor Anfriso, y discurriendo por todos sus amigos, los hacía pastores, con los nombres del mismo libro» (ed. 1947, p. 236).
23Si bien es cierto, el episodio del Lisardo enamorado está mucho menos elaborado pues funciona, sobre todo, como modo de sublimación del protagonista como amante desdichado. Don Lope, estudiante, «músico y excelente poeta» (ed. 1947, p. 225), lector de la Arcadia de Lope «de quien sabía los más de sus dulces versos de memoria» (ed. 1947, p. 236), se equipara a Anfriso; más que eso, se convierte en él, se identifica con el inmortal personaje del Fénix. Y al hacerlo, es inevitable recordar, una vez más, a Alonso Quijano embebido en sus libros de caballerías. Don Lope se ha dejado subyugar por el personaje y cuando, en uno de sus monólogos, se dirige a Belisarda, le pide que vuelva con él «para ser en los futuros siglos un fiel ejemplo de amantes» (ed. 1947, p. 238), demostrando que ha asimilado su vida a la literatura.
- 23 Arredondo, 1987; Castillo Martínez, 2005.
24Su locura es, por tanto, pastoril, pero no se emplea para criticar el género, en todo caso, para ver el poco atractivo que este suscitaba en Castillo Solórzano. Además, estamos a finales de los años 20. La pastoril estaba ya muy desgastada. El mismo año en que aparece el Lisardo, publicaba Gabriel de Corral (compañero de academia de Castillo Solórzano) La Cintia de Aranjuez, (Madrid, 1629). Cuatro años más tarde, Gonzalo de Saavedra daría a las prensas Los pastores del Betis (Trani, 1633) y ya solo quedaría, como último reducto, que en 1679 Ana Francisca Abarca de Bolea diera a conocer su Vigilia y octavario de San Juan Bautista (Zaragoza, 1679), pero todas estas novelas, aun con amplio contenido pastoril, ya eran otra cosa. Las críticas al género habían sido muchas. Cervantes y Lope lo habían puesto en entredicho23. Por lo que se puede decir que lo pastoril en el Lisardo enamorado es mera anécdota, un recurso para diversificar las diferentes casuísticas amorosas que plantea y un modo de rendir homenaje a Lope. Es este un episodio en el que lo pastoril es más que nunca artificio, es refugio para la locura generada por los celos y el amor, y en el que interesa más Lope de Vega que su Arcadia.
25Es, además, la locura de un lector, una locura que consiste en ser Anfriso, el pastor más desdichado, el ejemplo dentro de su acervo literario del que más sufre a consecuencia de los celos. Y la insania a la que se ha entregado solo tiene curación desde fuera. Don Lorenzo, su fiel compañero, para rescatarlo de la literatura, decide primero comulgar con su juego de identidades, participando en esa recreación de lo que no es sino un teatro pastoril con un escenario calculado (la alquería, espacio de la ociosidad). Cuando ve que no sirve de nada, opta por salir de él, y siempre aferrado al hilo de la narración de Lope de Vega, se suma a la comitiva de Lisardo, don Félix y Negrete en dirección a Barcelona «fiado en [que] aquella soberana emperatriz de los cielos, a quien desde luego le encomendaba, le había de restituir el perdido juicio y dar entera salud y sosiego» (p. 241), aunque a él le digan que van a buscar al mago Solanio, hijo de la sabia Polinesta.
26Con todo, la historia planteada por Castillo Solórzano no está bien cerrada pues no atiende al desarrollo psicológico del personaje que tan bien supo trabajar el Fénix. El final queda desdibujado en los siguientes capítulos de la obra, en los que don Lope recobra el juicio con el tiempo sin que se haga alusión a una recuperación razonada; tan solo sacándole del espacio constreñido y aislado en que puede imaginar ser pastor. Al menos es lo que se deduce de sus escasas explicaciones, pues despacha con mucha premura este tema que ya no parece interesarle. Es más, las dos únicas ocasiones en las que vuelve a hablar del estado de salud de don Lope se producen en el libro VII y son un claro ejemplo de la reescritura a la que Castillo somete su propio texto. En los Escarmientos achaca claramente su curación a la virgen de Montserrat:
Admiráronse de ver a don Lope otro del que antes era, en el sosiego y quietud con que estaba, que parecía no haber tenido defeto alguno en el juicio, con que estaba don Lorenzo, su deudo, el hombre más contento del mundo, atribuyendo esta mejoría a la patrona santísima de aquella real casa (f. 134v).
27Mientras que intenta disimular tal intervención en el Lisardo enamorado:
Cada día que caminaban aquellos caballeros vían en don Lope gran mejoría en su enfermedad, y este día que entraron en el sumptuoso y sagrado templo de la Inmaculada Virgen, parece que del todo la mostró con que estaba don Lorenço el hombre más contento del mundo juntamente con don Félix y Lisardo (ed. 1947, p. 261).
28Más interesante todavía es la segunda y última de las alusiones al estado emocional del protagonista. Sobre todo, porque tan solo aparece en el Lisardo y no en los Escarmientos. Parece, entonces, que Castillo Solórzano advirtió que aquel anuncio de mejoría había concluido en nada, y en lugar de subsanar este descuido mediante la lógica, decide resolverlo, sin mayor complicación, con una sencilla frase:
Lo mismo prometieron don Rodrigo y don Lorenzo, dejando a las damas en poder de don Leandro y don Lope, que ya estaba con entera salud, y así siguieron cada uno su camino (ed. 1947, p. 266).
29Este será uno de los pocos añadidos que se produzcan en esta historia en el paso de los Escarmientos al Lisardo enamorado, aunque sí que hay que destacar, más allá de los consabidos cambios estilísticos y sintácticos, los que atañen a la ambientación. En este sentido, es particularmente significativo que, en el Lisardo, incida en el hecho de que el episodio transcurre en Valencia, ciudad a la que Castillo Solórzano acude mientras está al servicio del marqués de los Vélez, nombrado Virrey, y en la que publica dicha obra, dedicada a Francisco de Borja, marqués de Lombay, y precedida por poemas laudatorios de diversos ingenios levantinos. Por eso, el «ameno prado, cercado de mirtos, laureles, olmos y alisos» (f. 100r) en el que se refugia don Lope, se convierte en alquería, más acorde con el entorno valenciano, en el Lisardo enamorado. De la misma manera que cuando huye llevado del dolor y la rabia, ya no lo hace por «lo más espeso de la selva» (f. 102r), sino por «lo más espeso de aquellos naranjos» (ed. 1947, p. 214).
30La historia de don Lope, como ya anticipaba al principio, la conocemos gracias al relato de su amigo don Lorenzo, testigo principal de los acontecimientos, pero también al propio protagonista quien la compendia en los 284 versos de un romance que comienza «Donde el caudaloso Ibero» (ed. 1947, pp. 214-224). Esta composición, tanto por el contenido como por la estrofa empleada, adquiere especial importancia en el conjunto del episodio.
31Su inclusión podría entenderse como un guiño al género pastoril, caracterizado por su combinación de prosa y verso, pero lo cierto es que Castillo Solórzano jamás se desprende de su faceta de poeta que le lleva a incorporar poemas en cada una de sus obras narrativas. En los Escarmientos incluye un total de 25 composiciones, que se quedan en 24 en el Lisardo, pues suprime un epitafio («Yaze la mayor beldad», libro III, 71r) y un conjunto de 4 décimas («Hombres, el cielo os advierte», libro VII) seguramente por su carácter moralizante, motivo por el que también debió de sustituir el romance «¿Yo marido? ¿Yo casado?» por el de «Dicípulo de Esculapio» (libro IV). Añadió, además, uno nuevo en el libro VIII («Laura aquel sujeto que es»).
32Si exceptuamos el elevado número de letrillas justificadas por las fiestas que se hacen con motivo de las bodas en el último de los libros, el metro más utilizado es, sin duda, el romance (siete aparecen en los Escarmientos y ocho, en el Lisardo). En la mayor parte de las ocasiones, tienen un carácter burlesco y son entonados por Negrete, el criado, émulo de los graciosos de la comedia, cuya única función es el entretenimiento a través de sus poemas. Todos, salvo dos: el que recitan las ninfas en ese contexto festivo y el ya citado de don Lope, creyéndose Anfriso.
33Este último es el romance más extenso de toda la obra y el que adquiere una mayor importancia en la medida en que no es un mero adorno lírico, sino que tiene una clara vinculación con la trama. Cuando Lisardo y don Félix llegan a la alquería, se sorprenden de encontrar a aquel pastor tendido sobre la fuente «porque el color del rostro poco tostado, la traza del joven y todo lo demás que miraban en él, desdecía del exercicio pastoril, bien ajeno de aquellos tiempos andar con tanta curiosidad vestido» (ed. 1947, p. 212). La respuesta a lo que califican de «enigma» la encontrarán en la narración de don Lorenzo, pero también en las palabras del propio protagonista quien, convertido en Anfriso, ajusta su vida a los octosílabos de este romance. Desde el punto de vista métrico, no ha de extrañar, pues si atendemos a las famosas recomendaciones dadas por Lope de Vega en su Arte nuevo de hacer comedias, «las relaciones piden los romances» (v. 309); pero tampoco ha de sorprendernos en el contexto del relato, pues previamente don Lorenzo se ha encargado de decir que don Lope es «gran músico y excelente poeta». Lo demuestra incluso cuando no emplea el verso. Baste citar uno de sus monólogos en prosa, en los que echa mano continuamente de recursos como la enumeración o el paralelismo:
amé a una ingrata, escuché a una mudable, quejeme a una roca y finalmente conquisté un imposible […] Ninguno se vio a la cumbre de la dicha, como yo; ninguno a las puertas del contento, como Anfriso; y ninguno con tan verdes esperanzas de llamarse suyo […] no equivale mi sentimiento a la ofensa de que me quejo, al agravio que lloro y a la ingratitud que publico (ed. 1947, p. 213).
- 24 Relación muy verdadera en que se da cuenta de una muger natural de Sevilla que en tiempo de doze añ (...)
- 25 «Nada más que nueve obras se le conocen a Manuel Sande, cuya actividad primordial fue la de librero (...)
34Por otro lado, los datos que aparecen en esta composición, aunque esencializados y exaltados por el tono poético, responden a los del relato en prosa. Lo único que varía, una vez más, son los nombres. Los de don Lope y doña Margarita, que fueron transformados por voluntad del primero en Anfriso y Belisarda, se cambian ahora por los de Gerardo y Celia. Ninguna explicación se da al respecto. Tal vez se deba a que Castillo Solórzano ya lo tenía escrito cuando imaginó esta obra en cualquiera de sus dos versiones. Puede que estuviese pensada para una obra dramática o simplemente para que funcionara en solitario, pues entidad narrativa no le falta. Es más, sabemos que circuló desvinculado de cualquier contexto, ya que aparece incluido en un pliego de cordel24, fechado en 1633, que, curiosamente, salió de la imprenta sevillana de Manuel Sande, en la que publicó los Escarmientos25. Y, además, esa es la versión que allí se recoge, sin los cambios que incluyó después en el Lisardo, casi todos centrados en enmendar errores o aligerar el verso.
- 26 Véase el estudio de Morby en su edición de La Arcadia, 1975, p. 37.
- 27 Castillo Martínez, 2013, p. 125.
- 28 Castillo Martínez, 2013, p. 125.
35Podríamos pensar que también en este caso está siguiendo a Lope de Vega, pero lo cierto es que en el hipotexto (en la Arcadia) no hay un romance determinado sobre el que Castillo se esté basando, que esté recuperando o reescribiendo a su estilo. Con todo, no hay que pasar por alto que, dentro de la polimetría de la que Lope hace gala en su obra, llama la atención la utilización de este tipo de poema, pues, aunque era muy empleado en el teatro, no lo era tanto en las primeras novelas pastoriles26 y, de hacerlo, remitía a la tradición cancioneril del romancero trovadoresco. En el siglo xvii, esa tendencia solo cambia en cuanto al estilo (más en consonancia con el del romancero nuevo pastoril), pero no en el número. De hecho, de todas las composiciones incluidas en los títulos que conforman el corpus de los libros de pastores, poco más del 7% lo constituyen los romances27. Y no es casualidad que las obras que incluyen mayor número sean de escritores que pertenecieron a academias literarias (El prado de Valencia, de Gaspar Mercader, o La Cintia de Aranjuez, de Gabriel de Corral) o que estuvieron vinculados con Lope de Vega, como sucede con el curioso manuscrito de La pastora de Manzanares28.
36En definitiva, con la auto-reescritura, Castillo Solórzano realiza un ejercicio de disimulación y ocultación de la falta de originalidad del Lisardo enamorado, apoyándose en la creación de un nuevo título, unos cuantos cambios, otra imprenta y, sobre todo, otra ciudad. Solo quien hubiese leído los Escarmientos de amor moralizados sabría de la escasa novedad de esta novela. Sin embargo, la breve reescritura que hace de la Arcadia de Lope en el libro V con el intertexto explícito es un ejercicio de exhibición para el que convoca abiertamente al lector. El hecho de que no haya sacado todo el partido posible a un recurso tan rico y a un texto tan jugoso puede deberse a que su interés no estuviese puesto en la historia imitada. Este juego de incorporación de la literatura en la literatura que nunca es un ejercicio inocente parece tener aquí un claro objetivo que apunta a la alabanza hacia un autor más que a su obra, que apunta a Lope de Vega más que a su Arcadia.