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«Engañar con la verdad» de Castillo Solórzano o la tormenta perfecta del Barroco

Paolo Tanganelli
p. 77-95

Resúmenes

Engañar con la verdad, texto que abrocha la primera colección de Castillo Solórzano ―Tardes entretenidas (1625)―, además de encerrar las semillas de esa teatralización de la novela corta que se volvería habitual en la narrativa solorzaniana durante la década de los treinta del xvii, nos brinda una piedra de toque bastante eficaz para descubrir los modelos literarios más admirados por el pucelano en la etapa inicial de su producción. Después de unas calas de carácter ecdótico acerca de la constitutio textus del relato, se ahonda en un fragmento muy tópico: la descripción de una tormenta marina, locus ideal para fabricar ejercicios de estilo. De este modo se esclarece el cruce de influencias clásicas (Virgilio, Lucano) y sobre todo modernas (Cervantes, Camerino, Lope de Vega, Góngora) a partir del cual el autor del Trapaza traza un esquema descriptivo sumamente ecléctico que, con pequeñas variaciones, utilizaría de nuevo en La obligación cumplida de Jornadas alegres (1626) y en el Lisardo enamorado (1629).

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Notas de la redacción

Article reçu pour publication le 22/05/2018; accepté le 15/10/2018.

Texto completo

  • 1 Rodríguez Mansilla, 2012, p. 332.
  • 2 Me permito remitir a Tanganelli, 2016 y 2017.
  • 3 Véase Cayuela, 2000. Acerca de las características y las vicisitudes de la traducción española de T (...)
  • 4 Por más que Levi, 1934, p. 704, pusiera de relieve cómo el magisterio del complutense se advierte e (...)
  • 5 Bonilla Cerezo, 2010, p. 39.
  • 6 Véase la tesis doctoral de Sileri, 2008, pp. 7-8.

1No es sencillo determinar en qué medida la Academia madrileña de Mendoza pudo dejar huellas en las primeras colecciones de novelas cortas de Camerino y Castillo Solórzano, publicadas en el ecuador de la década prodigiosa (1620-1630). En el caso de las Novelas amorosas (1624) los indicios resultan sumamente caliginosos, mientras que, por lo que se refiere a Tardes entretenidas (1625), parece lógico suponer, en la estela de Rodríguez Mansilla, que un texto como El culto graduado nazca «en el ambiente festivo y satírico del entorno académico madrileño»1; y de paso se podrían apuntar incluso otros rastros superficiales, que luego caracterizarían otros títulos solorzanianos, como la inserción de poemas burlescos o las intervenciones de los personajes en fiestas, justas y saraos. En cualquier caso, ambos autores ocuparon un lugar destacado dentro de ese cenáculo, como certifican sus retratos en los vejámenes académicos conservados. En dichas sátiras edulcoradas topamos una y otra vez con la misma silueta estereotipada de Castillo, deudora, al parecer, tan solo del éxito de los Donaires del Parnaso que vieron la luz precisamente en 1624-16252. Y aunque en los vejámenes no se aluda a las novelas cortas de Castillo, su trato con Camerino, dentro y fuera de ese parnaso madrileño, tuvo que ejercer cierta influencia para aquilatar la fórmula narrativa dominante en la primera fase solorzaniana. De hecho, las Novelas amorosas se antojan como un modelo de Tardes entretenidas no menos decisivo que las traducciones de Straparola3; porque Camerino, si puedo expresarme sin ambages, ya apuesta a las claras por una síntesis entre Cervantes y Góngora, decantándose por gongorizar el legado de las Ejemplares4. Al fin y al cabo, es este un momento de duda y transición: la lección cervantina, tan presente en el Teatro popular de Lugo y Dávila (1622)5, se haría paulatinamente impalpable a lo largo del xvii6; pero en estos estrenos de 1624 y 1625 sus ecos resuenan todavía de forma nítida, entre los calcos de los poemas mayores del cordobés y de muchas otras fuentes.

  • 7 «... para encajar las teselas del mosaico de la novela en España es necesario acudir por último a l (...)
  • 8 Sileri, 2008, p. 209. Giorgi, 2013, pp. 32-42, ha puesto de manifiesto el andamiaje teatral de Noch (...)
  • 9 Rodríguez Cuadros, 1996, p. 27.
  • 10 Yudin, 1969.
  • 11 Me refiero al doble camuflaje del protagonista, el conde Remón Borrell, que se convierte en el past (...)

2A este respecto cabe recordar que Sileri traza una línea divisoria, dentro de la producción solorzaniana, a partir de 1631: sería entonces cuando, a una etapa inicial de experimentación ecléctica —durante la cual llevaría la voz cantante justo este proyecto de fusión entre la varietas cervantina de los géneros imitados y la constante utilización de elementos gongorinos7—, seguiría una segunda época caracterizada por un proceso de creciente y deliberada teatralización de la novela corta8. Podría considerarse inevitable interpretar ab origine esta literatura de consumo como una obvia «alternativa escapista al teatro»9, y aún más insistir en la natural interacción e hibridación entre géneros diferentes que culminaría en lo que Yudin define como novela comediesca10; pero conviene recordar asimismo que dicha teatralización de la novela corta es algo todavía marginal en Tardes entretenidas y que justo el sucesivo refuerzo de la dimensión dramática permitiría a la narrativa de Castillo alcanzar una plena emancipación. Quizás no sea un caso que el texto de Tardes entretenidas más cercano a los modelos teatrales, y que in nuce parece encerrar las semillas de la evolución posterior, sea justo el último de la colección, Engañar con la verdad, cuya arquitectura debe lo suyo a la comedia palatina. Sin embargo, no profundizaré en ese andamiaje dramático, evidente en los múltiples camuflajes del personaje principal11, porque, para sondear los cruces de influencias presentes en la colección de 1625 —y, más en general, en la primera etapa de Castillo—, estimo más provechoso detenerme en un fragmento muy concreto, amén de tópico, de dicho relato: la ineludible descripción de una tormenta marina. Y esto porque dicha pintura, al constituir el locus ideal para fabricar ejercicios de estilo, se me antoja como una piedra de toque bastante eficaz para descubrir los modelos más admirados por el pucelano.

La edición de Campana y los errores de la príncipe

  • 12 Castillo Solórzano, Tardes entretenidas, ed. 1992, pp. 307-355.
  • 13 Castillo Solórzano, Tardes entretenidas, ed. 1908, pp. 351-408.
  • 14 «Según esto, fácil nos será persuadir a este reino (con presentarles a la vista este labrador en lu (...)
  • 15 «... la fortuna había andado tan madrastra con él que, en breve tiempo, había perdido su padre, est (...)

3Antes de abordar semejante relectura de los distintos paradigmas que confluyeron en el tableau de Engañar con la verdad, ensayaré algunas pequeñas calas de carácter ecdótico, limitadamente a este relato, ya que la fijación del texto resulta más problemática de lo que se suele suponer. Campana12, al pretender corregir ciertas arbitrariedades de Cotarelo13, subsana, sí, algunas erratas manifiestas, pero, además de no percatarse de numerosas corrupciones de la tirada de 1625, comete a la vez varios errores que cabría tildar ‘de copia’. De hecho, de las cuatro tipologías de corruptela en las que suelen incurrir los escribas, Campana parece evitar tan solo las inversiones. Y si sus interpolaciones son pocas y mínimas —en un par de pasajes añade, sin que venga a cuento, una conjunción copulativa: «militares, y en» en lugar de «militares, en»14; «y nobles y vasallos» en lugar de «y nobles vasallos»15—, las omisiones menudean algo más. He localizado cinco solo en la Tarde VI:

  • 16 Castillo Solórzano, Tardes entretenidas, ed. 1625, f. 241r-241v (la cursiva es mía).

El rey [...] determinó apurar el valor de los tres, y principalmente el del preso, por ver si con el rigor [Campana: «si el rigor»; omite «con»] que pensaba mostrar con él y la ingratitud antes fingida con ellos, les obligaba a descubrir el secreto de quién era al parecer de los tres; y así a los ruegos y súplicas que le habían hecho para que se moderase en el rigor, les respondió de esta suerte...16

  • 17 Castillo Solórzano, Tardes entretenidas, ed. 1625, f. 242v (la cursiva es mía).

... la vida de don Guillén sola [Campana omite «sola»] le pedimos que conceda, con perpetuo destierro de sus reinos...17

  • 18 Castillo Solórzano, Tardes entretenidas, ed. 1625, f. 243v (la cursiva es mía).

... pues sola la intención, sin mirar al provecho que se sigue [Campana: «que sigue»; omite «se»] de ella, es la que se debe agradecer y estimar...18

  • 19 Castillo Solórzano, Tardes entretenidas, ed. 1625, f. 245r (la cursiva es mía).

Esto decía el rey por cumplir con la reina, que ya él [Campana omite «él»] sabía que aquella prevención era para declararse don Guillén...19

  • 20 Castillo Solórzano, Tardes entretenidas, ed. 1625, f. 249v (la cursiva es mía).

Alentose con esto el afligido caballero, besándoles las manos por el favor y merced, y allí delante de él [Campana omite «de él»; en la príncipe: «del»] firmó el rey el perdón de la muerte del marqués Rugero, con condición que se casase con una hermana suya heredera del estado20.

4Más enjundia tienen las sustituciones, al reflejar casi la entera casuística de la fenomenología de la copia; las hay debidas a simple atracción, como cuando transcribe «las bizarras damas» en lugar de «sus bizarras damas» por atracción del anterior «la hermosa princesa»:

  • 21 Castillo Solórzano, Tardes entretenidas, ed. 1625, f. 220r (la cursiva es mía).

La gran plaza estaba hecha un jardín, adornando todos sus dorados balcones, lucidas colgaduras y bordados doseles, principalmente los que estaban prevenidos para la hermosa princesa y sus bizarras [Campana: «las bizarras»] damas; que aquel día su alteza y ellas, media hora antes de comenzarse la fiesta, salieron hermosísimas a dar suma alegría a cuantos las miraban21.

5Incurre en un típico error de lectura, al transcribir como conjunción «y» un «que» abreviado:

  • 22 Castillo Solórzano, Tardes entretenidas, ed. 1625, f. 243v (la cursiva es mía).

Yo estimo muy poco que haya testigos de mis principios, pues ya en este reino será difícil que den nuevo crédito a otra quimera: que [Campana: «y»; en la príncipe: «q» con tilde] tal parecerá cuando publiquéis quién he sido, y porque me canso de que queráis persuadirme cosa contra mi resolución, os mando no me habléis más en esto, ni entréis de aquí adelante en mi cámara, hasta que os ordene otra cosa»22.

6Confunde «húmido» con «humilde»:

  • 23 Castillo Solórzano, Tardes entretenidas, ed. 1625, f. 252v (la cursiva es mía).

Con el húmido [Campana: «humilde»] elemento
lo más del tiempo tratamos...
23

7Y, lo que es peor, introduce una lectio facilior con el firme propósito de enmendar un presunto error de la príncipe:

  • 24 Castillo Solórzano, Tardes entretenidas, ed. 1625, f. 224r (la cursiva es mía).

Llamábanse don Hugo, don Guillén y el tercero Garcerán. Estos, pues, ocupados en prevenirse con más cuidado que los demás, por aventajarse a todos en el lucimiento de las bodas que esperaban, estaban en sus estados haciendo galas y buscando dineros no sin aprieto de sus vasallos, pues en estas ocasiones vienen a ser ellos los peores librados, lastando [Campana: «gastando»; Cotarelo: «bastando»] los que gastan sus señores24.

  • 25 Conforme recoge Autoridades, lastar equivale a «pagar, purgar y padecer la culpa y delito de otro».

8Reemplaza «lastando los que gastan» con «gastando los que gastan», tal vez influenciada por la edición de Cotarelo donde se lee, de forma igualmente absurda, «bastando los que gastan»; en realidad, el fragmento no precisa ninguna enmienda, porque tan solo se afirma que los vasallos tienen que lastar —o sea, ‘pagar’25— los gastos de sus señores.

9No es necesario ensanchar este pequeño muestrario. Por el contrario, sí se debería reflexionar sobre las corrupciones de la príncipe de las que no se han percatado los editores modernos —ni Cotarelo ni Campana—, empezando por este pasaje en el cual se ha insertado por error (o más bien como simple relleno) el pronombre «los»:

  • 26 Castillo Solórzano, Tardes entretenidas, ed. 1625, f. 229v-230r (la cursiva es mía).

Hízose así, cuando hallaron en el puerto de Mecina señales ciertas de lo que iban a buscar, porque los de la capitana y demás galeras que se habían hecho pedazos en las duras rocas, impelidas de la furia de las olas, había arrojado el mar en sus orillas parte de la palamenta, flámulas y gallardetes; y el pendón de la capitana, que aunque parte de él estaba deslucido con el agua y arena, algunos cuarteles estaban sanos, por donde se conocían las armas del conde de Barcelona, con que aseguraba la certidumbre de la desgracia26 .

10Es probable que dicho gazapo se deba achacar al cajista; el ordo naturalis de la frase excluye que se pueda admitir el pronombre: «porque el mar había arrojado en sus orillas parte de la palamenta, flámulas y gallardetes de la capitana y demás galeras, que se habían hecho pedazos en las duras rocas, impelidas de la furia de las olas».

11En otro fragmento habría que remediar la errónea colocación de una preposición:

  • 27 Castillo Solórzano, Tardes entretenidas, ed. 1625, f. 241r (la cursiva es mía).

Ofrecióseles la ocasión como deseaban, hallándole solo, y postrados de rodillas delante de él, le suplicaron se hubiese piadosamente con don Guillén, no dejando de confesar su atrevimiento y ser grande su delito, pero que eran mucho mayores las obligaciones que debía a don Guillén para no castigarle según disponían las leyes. El rey, que conoció en don Hugo y Garcerán con el intento que caminaban, que era representarle el bajo estado en que le hallaron, de donde le sacó por su traza don Guillén al que gozaba, determinó apurar el valor de los tres, y principalmente el del preso...27

12Habría que editar: «El rey, que conoció en don Hugo y Garcerán el intento con que caminaban». En otro lugar sin duda figuraba el nombre del caballero que dirige sus palabras al rey, mientras su amigo, Garcerán, se queda en silencio a su lado:

  • 28 Castillo Solórzano, Tardes entretenidas, ed. 1625, f. 241v-242r (la cursiva es mía).

Absortos dejó el rey a los dos caballeros con su resolución, y más de la severidad y entereza que tuvo en hablarles de aquel modo, juzgando por sus palabras, y la que tenía dada a la reina, que no había que hacer cuenta de la vida de su querido amigo, y con el justo sentimiento que tuvieron de lo que habían oído, le dijo: «Vuestra Alteza, señor [...]»...28

13El original debía rezar: «don Hugo le dijo» o «le dijo don Hugo». Viendo la cantidad de abreviaciones en este folio de la princeps, resulta lógico sospechar que esta omisión fuera una intervención deliberada del cajista para remediar a un error en la cuenta del original, ya que, de no haber actuado así, en efecto habría tenido que dejar mucho espacio en blanco (Fig. 1).

14Si es normal columbrar, en estos y en otros lugares que no voy a rememorar, la presencia de errores mecánicos e intervenciones del tipógrafo —o, en ocasiones, incluso despistes del copista que preparó el ejemplar para la imprenta—, no faltan lugares donde no se puede descartar del todo la posibilidad de un desliz del mismo autor. Por ejemplo, cuando don Hugo explica que, en una aldea siciliana, conoció al pastor Florelo, y que, por su asombroso parecido con don Remón Borrell, decidió instruirle en todo lo que debe conocer un príncipe para que engañara así a la corte de Sicilia, afirma haberle enseñado, entre otras cosas, la «lengua siciliana». Lo cual, sin embargo, sería absurdo, porque el noble catalán Hugo, aunque fuera políglota y conociera perfectamente el idioma de la Trinacria, creía entonces que Florelo era un pastor siciliano. Sin duda la lengua que pretendió enseñarle sería más bien la catalana —o, como mucho, la española— para que así lograra hacerse pasar por don Remón Borrell:

  • 29 Castillo Solórzano, Tardes entretenidas, ed. 1625, f. 247v.

15... yo alentado de alguna codicia y ambición, me dispuse a emprender un capricho, el más extraordinario que jamás se ha oído, que fue con este hombre, industriado en los militares ejercicios de la corte, en la lengua siciliana y otras, y finalmente en aquellas cosas que debe saber un príncipe y sabía el que se anegó, dar a entender a este reino que era el verdadero don Remón Borrell, que esperaban para esposo de la reina y rey suyo, con fin de que, reconocido del beneficio que le hacíamos, sacándole de aquel humilde y bajo estado al supremo que había de gozar, nos premiase en los mayores cargos de este reino, prefiriéndonos a todos29.

16La innovación pudo introducirla el copista del manuscrito de imprenta o el cajista por la similitud gráfica entre «catalana» y «siciliana»; pero no es inverosímil que el mismo Castillo pudiera caer en este lapsus debido a la compleja situación descrita y a los múltiples camuflajes del protagonista.

La tormenta en la novela corta: Camerino y Castillo

  • 30 Véase Tanganelli, 2011, 153-160.
  • 31 Cervantes, Novelas ejemplares, ed. 2011, vol. I, pp. 184-186.
  • 32 Acerca de la presencia de este motivo de impronta bizantina en las novelas cortas barrocas y, sobre (...)

17La descripción de la tormenta marina representa uno de los morceaux de bravoure más comunes en la literatura áurea. A los géneros examinados por Fernández Mosquera para delinear la vitalidad del tópico en la Edad de Oro, se podrían añadir fácilmente otros, ahondando, para empezar, en la sermonística30 o en la novela corta. A este propósito es probable que la prolija tormenta que relata Ricardo en El amante liberal cervantino31 haya condicionado Camerino a la hora de redactar El amante desleal, puesto que el vínculo principal entre estas narraciones, cuyos títulos se parecen tanto y no por una mera casualidad, estriba justo en el protagonismo asignado al motivo bizantino de la tempestad32. En efecto, si esta peripecia abre y determina el rumbo del relato cervantino, incluso se observa un desdoblamiento del tópico en la novela corta del fanense, donde cada uno de los amantes, Fadridre y Margarita, sufre su temporal particular, y estos enmarcan la entera narración al colocarse estratégicamente al principio y al final. Además, estoy convencido asimismo de que estas descripciones, junto con otras que iremos desgranando, influyeron lo suyo en la que Castillo insertó en Engañar con la verdad, y que el de Tordesillas luego volvería a utilizar en otros títulos de su primera producción.

Las borrascosas novelas de Camerino

  • 33 énéide, vol. I, pp. 9-12 (I, vv. 81-156); sobre todo los vv. 102-107: «Talia iactanti stridens Aqui (...)
  • 34 «Tunc quoque tanta maris moles creuisset in astra / ni superum rector pressisset nubibus undas. / N (...)

18Camerino pintó un tríptico de borrascas en su colección de 1624 —una en La firmeza bien lograda y dos, como acabo de recordar, para delimitar El amante desleal—, echando mano de la serie habitual de elementos de raigambre virgiliana33 y lucaniana34 que poco o nada tienen que ver con la fuente cervantina. Lo cual demuestra tan solo el convencionalismo del italiano, que no logró comprender de pleno el gesto desafiante del complutense.

  • 35 Véase Fernández Mosquera, 2006, pp. 43-72.

19Cervantes, en El amante liberal, había tenido el valor de decantarse por una pintura más bien realista, desnuda del ropaje de manoseadas reminiscencias clásicas que afloraban entonces en cualquier obra con pretensiones literarias, incluyendo por supuesto las prédicas más acicaladas, y que evitaban en cambio como la peste los cronistas de Indias al entender que la rutilante pátina virgiliano-lucaniana pondría en entredicho la verdad histórica de sus relatos35; lo cual equivale a afirmar que el alcalaíno sí recuperó el cliché bizantino, pero revitalizándolo a través de la moderna vena realista de las crónicas. Camerino no era, por supuesto, tan original y sobre todo no se percataba de lo cansino que debía resultar esa sarta de ecos literarios. Así que en La firmeza bien lograda, siguiendo principalmente la Eneida, recurrió a la mitologización de los vientos (Éolo) y del mar (Neptuno), junto con la inevitable descripción del barco que sube al cielo y baja a las «profundas cavernas de agua», sin descuidar la acostumbrada invocación de la divinidad (Apolo):

  • 36 Camerino, Novelas amorosas, ed. 1624, f. 23r-23v.

... con que dejando la pena que le ocupaba el alma y ricos dones al templo y sacerdote, tornó al mar y, favoreciéndole Éolo, iba el pino con tanta fuerza partiendo las aguas que, pensando Neptuno le llevaba de su reino alguna rica prenda, a vista de la patria alborotó en un movimiento la mar, que ya daba con el bajel en el cielo, pues no había escollo en que hacerle pedazos. Ya procuraba, abriendo profundas cavernas de agua, dejarlo en perpetuos cárceles sepultado. Pero, resistiendo con valor a la terrible tormenta el plático piloto, airado el Dios de las aguas dio tal golpe con su tridente en el navío que ya gozaba de sus despojos la mar cuando, levantando Dorindo los ojos al cielo, suplicó al rubio Apolo que en trance tan peligroso le ayudase, no permitiendo quedase con su vida sepultada en el profundo Egeo la respuesta de su oráculo; a cuyos humildes ruegos siguieron luego los deseados efectos de la celeste piedad porque, amansando su furia los fuertes huracanes, vieron de repente tranquilo el mar y llevar un fresco airecillo al puerto las vidas que ya entre peñas de agua iba a robar la muerte...36

  • 37 En realidad, tanto en Lucano como en Virgilio, es el mar el que toca las estrellas: «Talia iactanti (...)
  • 38 La guerre civile (La Pharsale), vol. I, p. 161.

20La procela intercalada en las páginas iniciales de El amante desleal amplifica todos estos elementos. El mar que sube hasta el cielo se parangona ahora con los titanes, empeñados en colocar montañas sobre montañas —aquí, por supuesto, de agua, en la estela del «aquae mons» de la Eneida (I, v. 105)— para su escalada. De forma no menos tópica, el bergantín toca las estrellas37 y acto seguido roza la profundidad del abismo marino, como en la Farsalia (V, vv. 642-644): «Nubila tanguntur uelis et terra carina. / Nam pelagus, qua parte sedet, non celat harenas / exhaustum in cumulos, omnisque in fluctibus unda est»38. Y no sin cierta ironía se contrapone la eficacia de los ruegos cristianos a las inútiles invocaciones de los mahometanos:

  • 39 Camerino, Novelas amorosas, ed. 1624, f. 104v-105r. De las Novelas amorosas he cotejado seis ejempl (...)

Y dando luego al favorable viento las blancas velas, llegaron felizmente a vista del castellano Mónaco [...]; y, de repente, desencadenados los vientos, furiosos alborotan la mar que, subiendo al cielo, amenaza más terrible guerra de la que, añadiendo monte a monte, le hicieron los soberbios gigantes, pues los rayos, que entonces alcanzaron victoria (si bien con infinito número de ellos intenta la venganza) pierden su fuerza todos en el blando elemento; y así, buscando más segura resistencia con otro mar que arroja, procura amansar su furia, mas resistida crece y, hecho el bergantín ariete, intenta derribar el alto firmamento, y de invisible fuerza rebatido llega a profundidad tanta que no se atreve a seguirle la imaginación misma. En cuyo fuerte peligro los moros y cristianos, con sollozos y llantos, llaman confusamente humildes a Dios estos y a Mahoma aquellos; y así envía cada uno a los suyos el socorro que puede, porque a la fuerza del furioso viento echó el vajel pedazos en los muros de Mónaco; no habiendo salido con el intento de tomar puerto, quedaron —salvándose los cristianos— ahogados los moros, sino fue Ameth que, encomendándose al verdadero Dios, gozó de la piedad que alcanzaron con sus ruegos los fieles...39

  • 40 La guerre civile (La Pharsale), vol. I, p. 160.
  • 41 La huella lucaniana resulta aún más clara en la edición dieciochesca: «dando en roncos y espantosos (...)

21La marca lucaniana se enfatiza, respecto al anterior boceto, también por la alusión a los rayos que «pierden su fuerza todos en el blando elemento» («Lux etiam metuenda perit, nec fulgora currunt / clara, sed obscurum nimbosus dissilit aer», Farsalia, V, vv. 630-631)40 y, aún más, por la evocada subversión del orden cósmico: «hecho el bergantín ariete, intenta derribar el alto firmamento»41. Detalle, este, que Lope ya había reciclado y amplificado en las tempestades de la Jerusalén conquistada y de La Dragontea:

  • 42 Lope de Vega, Poesía, vol. III, p. 285 (Jerusalén conquistada, VII, 112).
  • 43 Lope de Vega, Poesía, vol. I, p. 61 (La Dragontea, III, 53).

Tiembla toda la esfera y los seguros
círculos, aunque son imaginados,
parece que se rompen de los puros
asientos de oro donde están clavados;
los trópicos distintos, los coluros,
los árticos y antárticos dorados,
la elementar región y etérea junta,
desquicia, desengarza y descoyunta.
42

Parece que los Polos abrasados
pueden sufrir y padecer injuria,
y por más que sus figuras se asgan
de allí se desencajan y se rasgan.
43

22La segunda tormenta marina descrita en El amante desleal nos brinda una tesela más, frecuente en estos mosaicos descriptivos: en dicha pintura no solo se remodelan agudamente los ecos clásicos ya vistos (por ejemplo, las olas que llegan al cielo —de nuevo unos «montes de agua»— se convierten en los embajadores de Neptuno que, rechazados, se desploman y se hunden en el infierno), sino que se añade la estereotipada imagen del barco que se despedaza al chocar contra unas rocas:

  • 44 Camerino, Novelas amorosas, ed. 1624, f. 114v-115r (sin variantes en Camerino, Novelas amorosas, ed (...)

... favoreciéndola los vientos, iba con presteza tanta que parecía competir con ellos. Pero airados de que volviese en competencias sus favores, a la vista de Tolón (ciudad en la riviera de Francia), rompieron las treguas que con Neptuno habían hecho y le alborotaron de tal manera su reino que, viéndose perdido, solicitó con montes de agua (sus embajadores) el favor del cielo y porque vuelven deshechos en lágrimas por no le alcanzar, bajando a lo profundo, procura lastimar con sus males al infernal hermano, el cual, temeroso de que no aniquilase su poder el líquido elemento, niega acogerle y de sí le lanza con furia tanta que ya parece llega otra vez al cielo con soberbia enemistad, cuyo imaginado atrevimiento (pertrechado de obscuras nubes) castiga con diluvio de ardientes rayos; y así, agonizando de verse sin remedio, desesperado, se rompe y despedaza en una y otra peña, y el pequeño bajel, en este trance destrozado, deja al mar, vencido, sus despojos, quitándole solamente el cielo la preciosa Margarita que, animosa por entre las furiosas olas, penetró a llevar las nuevas de la reñida batalla a la tierra...44

  • 45 La guerre civile (La Pharsale), vol. I, p. 160.

23Aquí la alusión a Ades («infernal hermano») y a su morada representa otro claro homenaje a Lucano —«latet obsitus aer / infernae pallore domus» (Farsalia, V, vv. 627-628)45— que acaso Camerino introdujo con la mediación de La hermosura de Angélica de Lope:

  • 46 Lope de Vega, Poesía, vol. I, pp. 788-789 (La hermosura de Angélica, XII, 12).

Víanse por el aire, entre la gruesa
borrasca de agua y nieve congelada
de varias sierpes una banda espesa,
las alas negras y la vista airada;
[...]
porque de este viento es solo
cueva el infierno y Lucifer Eolo
46.

Las tormentas solorzanianas

  • 47 Fernández Mosquera, 2006, pp. 88-89.

24En efecto, Lope en sus poemas épicos y en el Peregrino en su patria47, más que en sus comedias, había dado varias muestras de cómo se podían dilatar ad libitum los submotivos clásicos de la tormenta que el epos hispánico del xvi tanto había admirado e imitado. Por este motivo Camerino —impelido, en El amante desleal, por la urgencia de fabricar tempestades a la altura de la de El amante liberal cervantino, pero, al mismo tiempo, decidido a no desviarse demasiado del cauce tradicional— se había decantado por ensayar unas réplicas de estos experimentos de reescritura. Y Castillo, por su parte, aunque juzgara semejante ruta una elección casi obligada, tuvo que advertir la necesidad de ensanchar un poco el horizonte, complicando todavía más el cruce de modelos: en consecuencia, por un lado, afianzó la contaminación entre el paradigma cervantino y la reinvención —no solo a la zaga de Lope— de los clichés tradicionales (en su caso, más virgilianos que lucanianos); y, por otro, se abrió asimismo a las procelas evocadas en las Soledades gongorinas. De esta manera, estratificando reminiscencias literarias heterogéneas, generó la que acaso se podría bautizar como la tormenta perfecta del Barroco. Transcribo a continuación los pasajes —no exactamente paralelos— de Engañar con la verdad (Tardes entretenidas, 1625), La obligación cumplida (Jornadas alegres, 1626) y Lisardo enamorado (1629).

  • 48 Castillo Solórzano, Tardes entretenidas, ed. 1625, f. 225r-226r.

Quince días había que sulcaban las galeras el ancho imperio de Neptuno con próspero viento, cuando la inconstante fortuna, si antes con amigable cara parece que favorecía los intentos de los catalanes, prometiéndoles feliz suceso y puerto seguro en su viaje, ya con rostro airado, por no desdecir de su instable condición, convocó los furiosos vientos, y encrespando las quietas olas del mar Tirreno hizo que en breve formasen crecidas montañas de agua que, atreviéndose a las altas nubes, hacían comunicar con ellas los esparcidos vasos tal vez, y tal sumergirlos en los más profundos senos de las aguas. El cielo se cubrió de enmarañadas nubes, y de sus opacos senos comenzaron a esparcir copiosas y continuas pluvias; todo era confusión y espanto, los pilotos se turbaban, los marineros se afligían, la diligente chusma, no entendiendo la mal formada voz que con el pito hacía el turbado cómitre, dejaban de ejecutar a tiempo sus faenas, las olas se aumentaban al peso que el airado viento las impelía, registrando los vasos así los cóncavos senos del cerúleo imperio como las celestiales esferas. El gallardo don Remón andaba con valeroso esfuerzo animando a los que en su galera iban, mas como veían en los pilotos, marineros y chusma una general desconfianza de sus vidas, y una certeza de su evidente peligro, todos temieron su perdición; y así les sucedió porque, corriéndoles esta fortuna por espacio de diez horas, se halló la capitana y otras tres galeras a vista del puerto de Mecina, donde en los duros escollos de una cala en que hacía el mar una ensenada distante del puerto dos millas, dio al través la capitana y las tres galeras, y en los recios peñascos se hicieron infinitas piezas, con que se fueron a pique con la mucha agua que habían hecho, no habiendo acudido con la turbación a desaguar con las bombas, y así no se salvó hombre de cuantos iban, sino fue nuestro gallardo don Remón, que le guardaba el cielo para que gobernase el reino de Sicilia en compañía de su hermosa reina; el cual, como viese el peligro tan próximo, desnudándose de sus vestidos hasta quedar en camisa y calzoncillos de holanda, se abrazó con un grueso tablón de la galera y se dejó llevar de las furiosas olas, remando con los brazos a toda fuerza, procurando arribar a tierra48.

  • 49 Castillo Solórzano, Jornadas alegres, ed. 1626, f. 40v-41v.

La oposición de los dos encontrados vientos, Ábrego y Noto, alteraban los salados campos de Neptuno, levantando montañas de agua en el océano septentrional, de tal suerte que a la vista parecía querer competir con las altas nubes, y porque no se ensoberbeciesen con el supremo lugar que les daban en breve instante, desvanecida su altiva arrogancia, se hallaban en el primero ser de que se habían formado. Riguroso era el temporal para los que, o llevados de la insaciable codicia de aumentar riquezas o con causa forzosa que les obligaba, fiaban sus vidas de cuatro dedos del grueso de una tabla y de una leve aguja, naufragando, expuestos a los varios sucesos de la fortuna. En este peligroso estado se hallaba un pequeño navichuelo, fluctuando con los furiosos ímpetus de las crecidas olas a la vista de un puerto de la que antiguamente se llamó Ibernia, y en estos tiempos se llama Irlanda; de donde sus continuos pescadores, ociosos en su marítimo ejercicio por el recio temporal, estaban mirando el trágico espectáculo, compadecidos de la calamidad y tormenta en que se veía con notorio y conocido peligro de irse presto a pique, chocando en una de aquellas eminentes rocas que ponen más fuertes límites al mar. En este miserable objeto ocupaban los pescadores su vista, ciertos profetas del daño que brevemente experimentó; porque, arrojado de los recios vientos y furiosas olas al puerto, en la más peligrosa roca de él dio al través, haciéndose mil pedazos. Admirados les tenía a los compadecidos de su desdicha ver que del navichuelo no se oyese el rumor de gente que en los tales conflictos suele oírse de lamentos, oraciones, ruegos y votos; atenta más la vista en los miserables despojos del fatal estrago, vieron que, de un tablón asido, proejaba contra las olas un mancebo, sirviéndose de los pies en lugar de remos para llegar a tierra49.

  • 50 Castillo Solórzano, Lisardo enamorado, pp. 254-255.

Turbose el cielo con densas nubes y con encontrados vientos comenzó la galera a discurrir por el salado campo de Neptuno: el agua era copiosa como recio el viento. Los marineros se hallaban atajados, la chusma turbada, el cómitre confuso sin saber usar del pito para las faenas, el vaso, combatido de las furiosas olas, ya se vía vecino de las nubes, y ya sumergido entre las aguas, besando su quilla la arena. Allí se vían muchos temerosos de la cercana muerte que esperaban, y confesando a voces sus culpas, hacían votos y ruegos a los santos, con quien más devoción tenían. Duró la tormenta más de seis horas largas y, al cabo de este tiempo, amansándose el aire, volviendo el mar a aquietarse, se hallaron a la vista de aquella áspera montaña de Monserrat...50

  • 51 «Ábrase el cielo, el mar brama alterado, / gime el soberbio viento embravecido; / en esto un monte (...)
  • 52 Se trata de una descripción todavía repleta de ecos clásicos: «Pero, cansada ya la fortuna de haber (...)
  • 53 «...por montes de agua no sin gran rodeo; / que ya la quilla toca el hondo suelo, / ya el garcés se (...)
  • 54 «Entre sí aquestas cosas revolviendo, / de la tiniebla el príncipe indignado, / se va a las casas d (...)

25Como es fácil comprobar, el autor del Trapaza no se atrevió a suprimir el barniz mitológico, pero sí lo redujo, limitándose a la obvia metonimia mitológica del mar: «el ancho imperio de Neptuno» (Engañar con la verdad), «los salados campos de Neptuno» (La obligación cumplida), «el salado campo de Neptuno» (Lisardo enamorado). Del mismo modo, rindió pleitesía a los tópicos clásicos, como demuestra la manida hipérbole de las «montañas de agua [...] atreviéndose a las altas nubes» de Engañar con la verdad que traslada a La obligación cumplida —«levantando montañas de agua en el océano septentrional, de tal suerte que a la vista parecía querer competir con las altas nubes»—; donde es evidente el sello virgiliano, aunque en la Eneida se evoque un único «aquae mons», tal como, fiel al mantuano, repite Ercilla en la Araucana: «un monte de agua levantado»51. Pero los sintagmas «montañas de agua» (Castillo) y «montes de agua» (Camerino) eran moneda corriente: el primero lo empleó incluso Cervantes en su Galatea52; el segundo, aún más trillado, se halla también en la Austriada de Rufo53 y, sobre todo, en las Soledades («montes de agua y piélagos de montes»); mientras que Lobo Lasso de la Vega en su Mexicana los utilizó ambos54. Además, Castillo echó mano asimismo del submotivo lucaniano del buque que llega hasta el cielo para hundirse a continuación en el abismo: «crecidas montañas de agua [...] hacían comunicar con ellas [las altas nubes] los esparcidos vasos tal vez, y tal sumergirlos en los más profundos senos de las aguas [...] las olas se aumentaban al peso que el airado viento las impelía, registrando los vasos así los cóncavos senos del cerúleo imperio como las celestiales esferas» (Engañar con la verdad); «el vaso, combatido de las furiosas olas, ya se vía vecino de las nubes, y ya sumergido entre las aguas, besando su quilla la arena» (Lisardo enamorado).

  • 55 La tormenta, de todas formas, dura bastante más en El amante liberal: «Volaba el bajel con tanta li (...)

26Tal vez, a primera vista, no resulte igualmente evidente la impronta cervantina en estas pinturas; pero el secretario de la Academia de Mendoza retomó de El amante liberal —además de algunas vagas indicaciones geográficas (Sicilia y Mecina) y la larga duración de la tormenta: «diez horas» en Engañar con la verdad, «seis horas largas» en el Lisardo enamorado55— un pequeño detalle que aflora en este par de pasajes: «los pilotos se turbaban, los marineros se afligían, la diligente chusma, no entendiendo la mal formada voz que con el pito hacía el turbado cómitre, dejaban de ejecutar a tiempo sus faenas...» (Engañar con la verdad) y «Los marineros se hallaban atajados, la chusma turbada, el cómitre confuso sin saber usar del pito para las faenas» (Lisardo enamorado).

  • 56 Fernández Mosquera, 2006, p. 59.
  • 57 «La tormenta creció de manera que agotó la ciencia de los marineros, la solicitud del capitán y, fi (...)
  • 58 Cervantes, Novelas ejemplares, vol. I, p. 184.

27Es cierto que Cervantes solía describir la desesperación de los marineros remitiendo «a una fórmula acuñada bastante común»56, como sucede en el Persiles, donde se remarca que «todo era confusión, todo era grita, todo suspiros y todo plegarias»57; pero en El amante liberal se insiste en que las órdenes del arráez —que Castillo convirtió en ambos casos en un cómitre porque en sus relatos las tripulaciones son cristianas— no se podían escuchar por la gritería desesperada: «Comenzaba a cerrar la noche, y fue tamaña la grita de los que se perdían y el sobresalto de los que en nuestro bajel temían perderse, que ninguna cosa de las que nuestro arráez mandaba se entendía ni se hacía»58.

28No termina aquí el ars combinatoria solorzaniana, porque estos tableaux dan un paso más, respecto a los de Camerino, hacia el objetivo de gongorizar las Ejemplares, como prueban sobre todo Engañar con la verdad y La obligación cumplida, cuyas borrascas juntan, a los destellos clásicos y cervantinos ya examinados, algunas pequeñas reverberaciones gongorinas: todas procedentes, igual que el verso ya recordado «montes de agua y piélagos de montes», de la Soledad I.

  • 59 Castillo Solórzano, Tardes entretenidas, ed. 1625, f. 234v.
  • 60 Góngora, Soledades, p. 201.
  • 61 Además, a Remón Borrell le acogen antes unos pescadores y a continuación unos pastores (orden inver (...)

29Al mancebo de La obligación cumplida se le describe como «de un tablón asido»; objeto que a continuación se vuelve a mencionar como «el grueso tablón en que venía». Del mismo modo, Remón Borrell, en Engañar con la verdad, se salva abrazando un «grueso tablón de la galera», que con cierto deje poético se transforma a continuación en «una frágil tabla»59: probable eco de la «breve tabla» (Soledad I, v. 18)60 que aferra el inconsiderado peregrino al principio de la silva de los campos61.

  • 62 «[Mauricio y Transila] se dejaron calar casi hasta la postrera parte del navío [...] y, en aquella (...)

30El entramado de huellas cervantinas y gongorinas se advierte todavía mejor en otro fragmento de La obligación cumplida: «Riguroso era el temporal para los que, o llevados de la insaciable codicia de aumentar riquezas, o con causa forzosa que les obligaba, fiaban sus vidas de cuatro dedos del grueso de una tabla y de una leve aguja, naufragando, expuestos a los varios sucesos de la fortuna». Es muy creíble que Castillo recordara la borrasca del Persiles, donde, además de mencionar de pasada el tópico del buque que sube al cielo y baja hasta las arenas del fondo marino62, se lee:

  • 63 Cervantes, Persiles y Segismunda, p. 1091 (la cursiva es mía).

... cambiándose el viento y enmarañándose las nubes, cerró la noche escura y tenebrosa, y los truenos, dando por mensajeros a los relámpagos, tras quien se siguen, comenzaron a turbar los marineros y a deslumbrar la vista de todos los de la nave, y comenzó la borrasca con tanta furia que no pudo ser prevenida de la diligencia y arte de los marineros; y así, a un mismo tiempo les cogió la turbación y la tormenta. Pero no por esto dejó cada uno de acudir a su oficio, y a hacer la faena que vieron ser necesaria, si no para escusar la muerte, para dilatar la vida; que los atrevidos que de unas tablas la fían, la sustentan cuanto pueden, hasta poner su esperanza en un madero que acaso la tormenta desclavó de la nave, con el cual se abrazan, y tienen a gran ventura tan duros abrazos63.

  • 64 Cervantes, Persiles y Segismunda, p. 1091.
  • 65 «Ténganse su tesoro / los que de un falso leño se confían; / no es mío ver el lloro / de los que de (...)

31En este párrafo Florencio Sevilla y Antonio Rey Hazas detectan la presencia «de un eco horaciano (Odas, I-iii “Qui fragilem truci / commisit pelago ratem”), patente en toda la poesía española áurea»64, y como botón de muestra señalan la canción de la Vida retirada de Fray Luis de León (vv. 61-70)65; desde luego la observación es impecable, pero, por muy tópica que fuera dicha imago, no hubiera estado mal que citaran asimismo el íncipit de la Soledad I, considerando la difusión que el poema gongorino había alcanzado en los años en que Cervantes redactó su última novela. De este guiño al poema gongorino engastado en el Persiles tuvo que darse cuenta el mismo Castillo, quien acaso por este motivo decidió reforzar los nexos gongorinos en La obligación cumplida, haciendo confluir, dentro del cuadro de esta tormenta, algunos versos de la Soledad I:

  • 66 Góngora, Soledades, p. 201 (la cursiva es mía).
  • 67 Góngora, Soledades, p. 277, 279 (la cursiva es mía).
  • 68 Góngora, Soledades, p. 279 (la cursiva es mía).

Al inconsiderado peregrino
que a una Libia de ondas su camino
fio, y su vida a un leño. (Soledad I, vv. 19-21)66

En esta pues fiándose atractiva
del Norte amante dura, alado roble,
no hay tormentoso cabo que no doble... (
Soledad I, vv. 393-395)67

Piloto hoy la
Cudicia, no de errantes
árboles, mas de selvas inconstantes... (
Soledad I, vv. 403-404)68

32Quizá el paralelo entre «la insaciable codicia» solorzaniana y la codicia-piloto de Góngora pueda juzgarse algo borroso e inseguro. Si aventuro la presencia de esta reminiscencia en La obligación cumplida, es porque, en cambio, se me antoja difícil confutar la impronta gongorina de la frase «fiaban sus vidas de cuatro dedos del grueso de una tabla y de una leve aguja», donde Castillo amalgamó y fusionó los dos fragmentos de la silva de los campos que utilizan el mismo verbo —«fio», «fiándose»— aplicándolo antes «a un leño» y luego a la aguja de la brújula.

33No sabría sugerir un instrumento mejor que las reescrituras de estas pinturas para calibrar el sustancial eclecticismo de la producción solorzaniana de los años 20.

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Notas

1 Rodríguez Mansilla, 2012, p. 332.

2 Me permito remitir a Tanganelli, 2016 y 2017.

3 Véase Cayuela, 2000. Acerca de las características y las vicisitudes de la traducción española de Truchado, véase Coppola, 2016, pp. 45-60.

4 Por más que Levi, 1934, p. 704, pusiera de relieve cómo el magisterio del complutense se advierte en numerosos detalles de las Novelas amorosas, lo cierto es que la estética de Camerino comulga más con Góngora, conforme han detectado Rodríguez Cuadros, 1979, pp. 79-80, y Bonilla Cerezo, 2010, pp. 46-49 y 103-139.

5 Bonilla Cerezo, 2010, p. 39.

6 Véase la tesis doctoral de Sileri, 2008, pp. 7-8.

7 «... para encajar las teselas del mosaico de la novela en España es necesario acudir por último a la impronta de los géneros narrativos que triunfaron en el xvi; o sea, los libros de caballerías, pastoriles, moriscos, bizantinos y —más secundarios— picarescos. Junto a otra creación del Seiscientos: la comedia nueva», Bonilla Cerezo, 2010, p. 37.

8 Sileri, 2008, p. 209. Giorgi, 2013, pp. 32-42, ha puesto de manifiesto el andamiaje teatral de Noches de placer (1631).

9 Rodríguez Cuadros, 1996, p. 27.

10 Yudin, 1969.

11 Me refiero al doble camuflaje del protagonista, el conde Remón Borrell, que se convierte en el pastor Florelo —primer disfraz—, y luego, en ese hábito, acepta interpretar en la corte siciliana el papel de sí mismo, de don Remón Borrell —segundo disfraz—, para poner a prueba a los tres ambiciosos caballeros catalanes que creían haber perdido a su legítimo señor; y los disfraces incluso podrían ser tres, porque el conde catalán llega a fingir haber estado cautivo en Argel.

12 Castillo Solórzano, Tardes entretenidas, ed. 1992, pp. 307-355.

13 Castillo Solórzano, Tardes entretenidas, ed. 1908, pp. 351-408.

14 «Según esto, fácil nos será persuadir a este reino (con presentarles a la vista este labrador en lugar del rey que esperaba tener) a que crea que es el mismo que juzgaba por muerto, haciendo primero una prevención importantísima, que es llevarle con nosotros a una secreta parte donde le instruyamos en los ejercicios militares, en [en la príncipe una duplografía: “en (la ‘n’ cortada) / en el”; Campana: “militares, y en”] el conocimiento de las cosas de Barcelona y en el saberse portar con los señores vasallos suyos, y finalmente en todo lo que debe saber un perfecto príncipe, como era el malogrado don Remón, que en él conozco talento para percibir fácilmente lo que le enseñaremos...», Castillo Solórzano, Tardes entretenidas, ed. 1625, f. 233r-233v.

15 «... la fortuna había andado tan madrastra con él que, en breve tiempo, había perdido su padre, estado y nobles vasallos [Campana: “y nobles y vasallos”], y él vístose a pique de perder la vida, si el cielo milagrosamente no permitiera que se escapara del furioso mar, abrazado a una frágil tabla», Castillo Solórzano, Tardes entretenidas, ed. 1625, f. 234v.

16 Castillo Solórzano, Tardes entretenidas, ed. 1625, f. 241r-241v (la cursiva es mía).

17 Castillo Solórzano, Tardes entretenidas, ed. 1625, f. 242v (la cursiva es mía).

18 Castillo Solórzano, Tardes entretenidas, ed. 1625, f. 243v (la cursiva es mía).

19 Castillo Solórzano, Tardes entretenidas, ed. 1625, f. 245r (la cursiva es mía).

20 Castillo Solórzano, Tardes entretenidas, ed. 1625, f. 249v (la cursiva es mía).

21 Castillo Solórzano, Tardes entretenidas, ed. 1625, f. 220r (la cursiva es mía).

22 Castillo Solórzano, Tardes entretenidas, ed. 1625, f. 243v (la cursiva es mía).

23 Castillo Solórzano, Tardes entretenidas, ed. 1625, f. 252v (la cursiva es mía).

24 Castillo Solórzano, Tardes entretenidas, ed. 1625, f. 224r (la cursiva es mía).

25 Conforme recoge Autoridades, lastar equivale a «pagar, purgar y padecer la culpa y delito de otro».

26 Castillo Solórzano, Tardes entretenidas, ed. 1625, f. 229v-230r (la cursiva es mía).

27 Castillo Solórzano, Tardes entretenidas, ed. 1625, f. 241r (la cursiva es mía).

28 Castillo Solórzano, Tardes entretenidas, ed. 1625, f. 241v-242r (la cursiva es mía).

29 Castillo Solórzano, Tardes entretenidas, ed. 1625, f. 247v.

30 Véase Tanganelli, 2011, 153-160.

31 Cervantes, Novelas ejemplares, ed. 2011, vol. I, pp. 184-186.

32 Acerca de la presencia de este motivo de impronta bizantina en las novelas cortas barrocas y, sobre todo, en textos de Castillo Solórzano, véase Lepe García, 2013, pp. 273-274, nota 39.

33 énéide, vol. I, pp. 9-12 (I, vv. 81-156); sobre todo los vv. 102-107: «Talia iactanti stridens Aquilone procella / uelum aduersa ferit, fluctusque ad sidera tollit. / Franguntur remi, tum prora auertit et undis / dat latus, insequitur cumulo praeruptus aquae mons. / Hi summo in fluctu pendent; his unda dehiscens / terram inter fluctus aperit, furit aestus harenis». «Los submotivos virgilianos más repetidos [...] son las montañas de agua, la nave que sube a lo alto de las olas y baja al abismo de las arenas, la mezcla de la arena, el mar y la estrellas, la mitologización de los vientos, la apelación a los dioses, la quiebra de la nave», Fernández Mosquera, 2006, p. 20.

34 «Tunc quoque tanta maris moles creuisset in astra / ni superum rector pressisset nubibus undas. / Non caeli nox illa fuit: latet obsitus aer / infernae pallore domus nimbisque grauatus / deprimitur, fluctusque in nubibus accipit imbrem. / Lux etiam metuenda perit, nec fulgora currunt / clara, sed obscurum nimbosus dissilit aer. / Tunc superum conuexa tremunt atque arduus axis / insonuit motaque poli compage laborat. / Extimuit natura chaos; rupisse uidentur / concordes elementa moras, rursusque redire / nox manes mixtura deis...», La guerre civile (La Pharsale), vol. I, pp. 160-161 (V, vv. 625-636). «La tradición hispana del tópico añade submotivos procedentes de la Farsalia de Lucano, como oscura tempestad con truenos y relámpagos, bóvedas celestes y tierra desencajada de sus polos, caos de la naturaleza, el miedo de los navegantes, sus gritos, las dudas del piloto... todos ellos en una mezcla que dificulta la adscripción directa a los autores particulares», Fernández Mosquera, 2006, p. 21.

35 Véase Fernández Mosquera, 2006, pp. 43-72.

36 Camerino, Novelas amorosas, ed. 1624, f. 23r-23v.

37 En realidad, tanto en Lucano como en Virgilio, es el mar el que toca las estrellas: «Talia iactanti stridens Aquilone procella / uelum aduersa ferit, fluctusque ad sidera tollit», énéide, vol. I, p. 10 (I, vv. 102-103); «Tunc quoque tanta maris moles creuisset in astra», La guerre civile (La Pharsale), vol. I, p. 160 (V, v. 625).

38 La guerre civile (La Pharsale), vol. I, p. 161.

39 Camerino, Novelas amorosas, ed. 1624, f. 104v-105r. De las Novelas amorosas he cotejado seis ejemplares de 1624 (Biblioteca de Catalunya: Res-410 8°; Biblioteca Nacional de España: R/4136, R/11015, R/11458; Biblioteca Histórica de la Universidad de Valencia: BH Y-16/063; Bibliothèque municipal de Lyon: 302588) con otros dos de 1736 (Biblioteca Universitaria de Sevilla: A 250/104; Bayerische Staatsbibliothek: 1228051), la reimpresión preparada por Benito Pichón Casamayor (como revela el anagrama del frontispicio: «Nobeti Ponchi y Oya Marsac»; véase Aguilar Piñal, 1991, p. 397). La edición dieciochesca curiosamente reproduce una versión significativamente amplificada de la tormenta que abre El amante desleal (Camerino, Novelas amorosas, ed. 1736, pp. 77-78); la dilatación del tópico parece haberse realizado sobre todo con el propósito de eliminar la parte textual inmediatamente anterior donde, en los ejemplares cotejados de 1624, el protagonista, Fadrique, pretende regalar mil escudos al moro Ameth para que se vaya a Marbella porque allí, «por estar ordinariamente de paz con los moros, hallaría fácilmente en ella comodidad para volverse a su tierra» (Camerino, Novelas amorosas, ed. 1624, f. 104r). Este fragmento, acaso excesivamente filomorisco, tuvo que censurarse, tapándose el agujero de la expurgación, por así decir, mediante el ensanchamiento de la descripción de la borrasca. Dicha revisión pudo llevarla a cabo el mismo Benito Pichón Casamayor (en el mismo frontispicio se declara que las Novelas amorosas fueron «corregidas y enmendadas en esta segunda impresión»); pero, al menos de momento, no se puede descartar que se trate de una variante de estado introducida en una segunda emisión del volumen de 1624 (de ser así, el editor dieciochesco simplemente habría escogido como texto base un ejemplar revisado de dicha tirada).

40 La guerre civile (La Pharsale), vol. I, p. 160.

41 La huella lucaniana resulta aún más clara en la edición dieciochesca: «dando en roncos y espantosos bramidos señales de la victoria que solicitaban; y en parasismos y justos, funestos presagios de su total y última ruina [...] y hecho el bergantín ariete, intentaba derribar el alto firmamento», Camerino, Novelas amorosas, ed. 1736, p. 78.

42 Lope de Vega, Poesía, vol. III, p. 285 (Jerusalén conquistada, VII, 112).

43 Lope de Vega, Poesía, vol. I, p. 61 (La Dragontea, III, 53).

44 Camerino, Novelas amorosas, ed. 1624, f. 114v-115r (sin variantes en Camerino, Novelas amorosas, ed. 1736, pp. 93-94). Obsérvese que, tanto en El amante liberal como en El amante desleal, el barco del caballero (Ricardo y Fadrique) sale indemne de la furia de los elementos, mientras que el de la dama (Leonisa y Margarita) se hunde al chocar contra unas levantadas peñas; véase Cervantes, Novelas ejemplares, vol. I, p. 184.

45 La guerre civile (La Pharsale), vol. I, p. 160.

46 Lope de Vega, Poesía, vol. I, pp. 788-789 (La hermosura de Angélica, XII, 12).

47 Fernández Mosquera, 2006, pp. 88-89.

48 Castillo Solórzano, Tardes entretenidas, ed. 1625, f. 225r-226r.

49 Castillo Solórzano, Jornadas alegres, ed. 1626, f. 40v-41v.

50 Castillo Solórzano, Lisardo enamorado, pp. 254-255.

51 «Ábrase el cielo, el mar brama alterado, / gime el soberbio viento embravecido; / en esto un monte de agua levantado / sobre las nubes con un gran ruido / embistió el galeón por un costado / llevándolo un gran rato sumergido, / y la gente tragó del temor fuerte / a vueltas de agua, la esperada muerte», Ercilla, La Auracana, p. 454 (Canto XV, octava 73).

52 Se trata de una descripción todavía repleta de ecos clásicos: «Pero, cansada ya la fortuna de habernos puesto en el más bajo estado de miseria, quiso darnos a entender ser verdad lo que de la instabilidad suya se pregona, por un medio que nos puso en términos de rogar al cielo que en aquella desdichada suerte nos mantuviese, a trueco de no perder la vida sobre las hinchadas ondas del mar airado, el cual, a cabo de dos días que captivos fuimos, y a la sazón que llevábamos el derecho viaje de Berbería, movido de un furioso jaloque, comenzó a hacer montañas de agua y a azotar con tanta furia la cosaria armada que, sin poder los cansados remeros aprovecharse de los remos, afrenillaron y acudieron al usado remedio de la vela del trinquete al árbol, y a dejarse llevar por donde el viento y mar quisiese; y de tal manera cresció la tormenta que en menos de media hora esparció y apartó a diferentes partes los bajeles, sin que ninguno pudiese tener cuenta con seguir su capitán; antes, en poco rato divididos todos, como he dicho, vino nuestro bajel a quedar solo y a ser el que más el peligro amenazaba, porque comenzó a hacer tanta agua por las costuras que, por mucho que por todas las cámaras de popa, proa y medianía le agotaban, siempre en la centina llegaba el agua a la rodilla; y añadióse a toda esta desgracia sobrevenir la noche, que en semejantes casos, más que en otros algunos, el medroso temor acrescienta; y vino con tanta escuridad y nueva borrasca que, de todo en todo, todos desesperamos de remedio», Cervantes, La Galatea, p. 294.

53 «...por montes de agua no sin gran rodeo; / que ya la quilla toca el hondo suelo, / ya el garcés se levanta hasta el cielo», Rufo, La Austriada, p. 318 (Canto VIII, octava 20, vv. 6-8).

54 «Entre sí aquestas cosas revolviendo, / de la tiniebla el príncipe indignado, / se va a las casas de Neptuno, habiendo / las líquidas campañas penetrado: / por montes de agua y selvas discurriendo, / [...] / Montañas de agua en empellón furioso, / a una y otra parte se dividen, / que de humor coronadas espumoso, / el sol rocían y su luz impiden», Lasso de la Vega, Mexicana, p. 17 (Canto I, vv. 1-5 de la octava 27 y vv. 1-4 de la octava 28). «Viose subir al cielo el mar furioso, / vuelto en montañas de agua, y despeñarse / muchos y, en el camino presuroso, / con otros que subían encontrarse, / a quien alzaba el golpe fortunoso / de las hirvientes olas, y al toparse, / las ocultas entrañas descubrían / que el elemento líquido teñían», Lasso de la Vega, Mexicana, p. 30 (Canto III, octava 37).

55 La tormenta, de todas formas, dura bastante más en El amante liberal: «Volaba el bajel con tanta ligereza, que en tres días y tres noches, pasando a la vista de Trápana, de Melazo y de Palermo, embocó por el faro de Micina, con maravilloso espanto de los que iban dentro y de aquellos que desde la tierra los miraban. En fin, por no ser tan prolijo en contar la tormenta como ella lo fue en su porfía, digo que cansados, hambrientos y fatigados con tan largo rodeo, como fue bajar casi toda la isla de Sicilia, llegamos a Trípol de Berbería, adonde a mi amo [...] le dio un dolor de costado tal, que dentro de tres días dio con él en el infierno», Cervantes, Novelas ejemplares, vol. I, p. 186.

56 Fernández Mosquera, 2006, p. 59.

57 «La tormenta creció de manera que agotó la ciencia de los marineros, la solicitud del capitán y, finalmente, la esperanza de remedio de todos. Ya no se oían voces que mandaban hágase esto o aquello, sino gritos de plegarias y votos que se hacían y a los cielos se enviaban [...]. Todo era confusión, todo era grita, todo suspiros y todo plegarias», Cervantes, Persiles y Segismunda, p. 1092.

58 Cervantes, Novelas ejemplares, vol. I, p. 184.

59 Castillo Solórzano, Tardes entretenidas, ed. 1625, f. 234v.

60 Góngora, Soledades, p. 201.

61 Además, a Remón Borrell le acogen antes unos pescadores y a continuación unos pastores (orden inverso respecto a la Soledad I); en cambio, en La obligación cumplida el joven, después de ser rescatado por los pescadores, se convierte en labrador.

62 «[Mauricio y Transila] se dejaron calar casi hasta la postrera parte del navío [...] y, en aquella semejanza del limbo, se escusaron de no verse unas veces tocar el cielo con las manos, levantándose el navío sobre las mismas nubes, y otras veces barrer la gavia las arenas del mar profundo...», Cervantes, Persiles y Segismunda, p. 1092.

63 Cervantes, Persiles y Segismunda, p. 1091 (la cursiva es mía).

64 Cervantes, Persiles y Segismunda, p. 1091.

65 «Ténganse su tesoro / los que de un falso leño se confían; / no es mío ver el lloro / de los que desconfían, / cuando el cierzo y el ábrego porfían. / La combatida antena / cruje, y en ciega noche el claro día / se torna; al cielo suena / confusa vocería, / y la mar enriquecen a porfía», León, Poesías completas, p. 91.

66 Góngora, Soledades, p. 201 (la cursiva es mía).

67 Góngora, Soledades, p. 277, 279 (la cursiva es mía).

68 Góngora, Soledades, p. 279 (la cursiva es mía).

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Para citar este artículo

Referencia en papel

Paolo Tanganelli, ««Engañar con la verdad» de Castillo Solórzano o la tormenta perfecta del Barroco»Criticón, 135 | 2019, 77-95.

Referencia electrónica

Paolo Tanganelli, ««Engañar con la verdad» de Castillo Solórzano o la tormenta perfecta del Barroco»Criticón [En línea], 135 | 2019, Publicado el 28 mayo 2019, consultado el 09 diciembre 2024. URL: http://0-journals-openedition-org.catalogue.libraries.london.ac.uk/criticon/5951; DOI: https://0-doi-org.catalogue.libraries.london.ac.uk/10.4000/criticon.5951

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Autor

Paolo Tanganelli

Paolo Tanganelli es catedrático de Literatura española en la Universidad de Ferrara. Ha dirigido varios proyectos de investigación subvencionados por el Ministerio de la Universidad italiano, el último de los cuales sobre los cancioneros musicales de los Siglos de Oro. En su trayectoria investigadora ha privilegiado cada vez más el estudio de la faceta ecdótica de algunas obras señeras de la espiritualidad española, aplicando tanto el método neolachmanniano a los comentarios de San Juan de la Cruz, como el prisma de la filología de autor a varios textos de Unamuno. Entre sus monografías, cabe destacar Le macchine della descrizione (2011), centrada en el análisis de las técnicas descriptivas utilizadas por los predicadores barrocos, y Soledades ilustradas. Retablo emblemático de Góngora (2013) que ha escrito en colaboración con Rafael Bonilla de la Universidad de Córdoba.
paolo.tanganelli@unife.it

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