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Notas
Rodríguez Mansilla, 2012, p. 332.
Me permito remitir a Tanganelli, 2016 y 2017.
Véase Cayuela, 2000. Acerca de las características y las vicisitudes de la traducción española de Truchado, véase Coppola, 2016, pp. 45-60.
Por más que Levi, 1934, p. 704, pusiera de relieve cómo el magisterio del complutense se advierte en numerosos detalles de las Novelas amorosas, lo cierto es que la estética de Camerino comulga más con Góngora, conforme han detectado Rodríguez Cuadros, 1979, pp. 79-80, y Bonilla Cerezo, 2010, pp. 46-49 y 103-139.
Bonilla Cerezo, 2010, p. 39.
Véase la tesis doctoral de Sileri, 2008, pp. 7-8.
«... para encajar las teselas del mosaico de la novela en España es necesario acudir por último a la impronta de los géneros narrativos que triunfaron en el xvi; o sea, los libros de caballerías, pastoriles, moriscos, bizantinos y —más secundarios— picarescos. Junto a otra creación del Seiscientos: la comedia nueva», Bonilla Cerezo, 2010, p. 37.
Sileri, 2008, p. 209. Giorgi, 2013, pp. 32-42, ha puesto de manifiesto el andamiaje teatral de Noches de placer (1631).
Rodríguez Cuadros, 1996, p. 27.
Yudin, 1969.
Me refiero al doble camuflaje del protagonista, el conde Remón Borrell, que se convierte en el pastor Florelo —primer disfraz—, y luego, en ese hábito, acepta interpretar en la corte siciliana el papel de sí mismo, de don Remón Borrell —segundo disfraz—, para poner a prueba a los tres ambiciosos caballeros catalanes que creían haber perdido a su legítimo señor; y los disfraces incluso podrían ser tres, porque el conde catalán llega a fingir haber estado cautivo en Argel.
Castillo Solórzano, Tardes entretenidas, ed. 1992, pp. 307-355.
Castillo Solórzano, Tardes entretenidas, ed. 1908, pp. 351-408.
«Según esto, fácil nos será persuadir a este reino (con presentarles a la vista este labrador en lugar del rey que esperaba tener) a que crea que es el mismo que juzgaba por muerto, haciendo primero una prevención importantísima, que es llevarle con nosotros a una secreta parte donde le instruyamos en los ejercicios militares, en [en la príncipe una duplografía: “en (la ‘n’ cortada) / en el”; Campana: “militares, y en”] el conocimiento de las cosas de Barcelona y en el saberse portar con los señores vasallos suyos, y finalmente en todo lo que debe saber un perfecto príncipe, como era el malogrado don Remón, que en él conozco talento para percibir fácilmente lo que le enseñaremos...», Castillo Solórzano, Tardes entretenidas, ed. 1625, f. 233r-233v.
«... la fortuna había andado tan madrastra con él que, en breve tiempo, había perdido su padre, estado y nobles vasallos [Campana: “y nobles y vasallos”], y él vístose a pique de perder la vida, si el cielo milagrosamente no permitiera que se escapara del furioso mar, abrazado a una frágil tabla», Castillo Solórzano, Tardes entretenidas, ed. 1625, f. 234v.
Castillo Solórzano, Tardes entretenidas, ed. 1625, f. 241r-241v (la cursiva es mía).
Castillo Solórzano, Tardes entretenidas, ed. 1625, f. 242v (la cursiva es mía).
Castillo Solórzano, Tardes entretenidas, ed. 1625, f. 243v (la cursiva es mía).
Castillo Solórzano, Tardes entretenidas, ed. 1625, f. 245r (la cursiva es mía).
Castillo Solórzano, Tardes entretenidas, ed. 1625, f. 249v (la cursiva es mía).
Castillo Solórzano, Tardes entretenidas, ed. 1625, f. 220r (la cursiva es mía).
Castillo Solórzano, Tardes entretenidas, ed. 1625, f. 243v (la cursiva es mía).
Castillo Solórzano, Tardes entretenidas, ed. 1625, f. 252v (la cursiva es mía).
Castillo Solórzano, Tardes entretenidas, ed. 1625, f. 224r (la cursiva es mía).
Conforme recoge Autoridades, lastar equivale a «pagar, purgar y padecer la culpa y delito de otro».
Castillo Solórzano, Tardes entretenidas, ed. 1625, f. 229v-230r (la cursiva es mía).
Castillo Solórzano, Tardes entretenidas, ed. 1625, f. 241r (la cursiva es mía).
Castillo Solórzano, Tardes entretenidas, ed. 1625, f. 241v-242r (la cursiva es mía).
Castillo Solórzano, Tardes entretenidas, ed. 1625, f. 247v.
Véase Tanganelli, 2011, 153-160.
Cervantes, Novelas ejemplares, ed. 2011, vol. I, pp. 184-186.
Acerca de la presencia de este motivo de impronta bizantina en las novelas cortas barrocas y, sobre todo, en textos de Castillo Solórzano, véase Lepe García, 2013, pp. 273-274, nota 39.
énéide, vol. I, pp. 9-12 (I, vv. 81-156); sobre todo los vv. 102-107: «Talia iactanti stridens Aquilone procella / uelum aduersa ferit, fluctusque ad sidera tollit. / Franguntur remi, tum prora auertit et undis / dat latus, insequitur cumulo praeruptus aquae mons. / Hi summo in fluctu pendent; his unda dehiscens / terram inter fluctus aperit, furit aestus harenis». «Los submotivos virgilianos más repetidos [...] son las montañas de agua, la nave que sube a lo alto de las olas y baja al abismo de las arenas, la mezcla de la arena, el mar y la estrellas, la mitologización de los vientos, la apelación a los dioses, la quiebra de la nave», Fernández Mosquera, 2006, p. 20.
«Tunc quoque tanta maris moles creuisset in astra / ni superum rector pressisset nubibus undas. / Non caeli nox illa fuit: latet obsitus aer / infernae pallore domus nimbisque grauatus / deprimitur, fluctusque in nubibus accipit imbrem. / Lux etiam metuenda perit, nec fulgora currunt / clara, sed obscurum nimbosus dissilit aer. / Tunc superum conuexa tremunt atque arduus axis / insonuit motaque poli compage laborat. / Extimuit natura chaos; rupisse uidentur / concordes elementa moras, rursusque redire / nox manes mixtura deis...», La guerre civile (La Pharsale), vol. I, pp. 160-161 (V, vv. 625-636). «La tradición hispana del tópico añade submotivos procedentes de la Farsalia de Lucano, como oscura tempestad con truenos y relámpagos, bóvedas celestes y tierra desencajada de sus polos, caos de la naturaleza, el miedo de los navegantes, sus gritos, las dudas del piloto... todos ellos en una mezcla que dificulta la adscripción directa a los autores particulares», Fernández Mosquera, 2006, p. 21.
Véase Fernández Mosquera, 2006, pp. 43-72.
Camerino, Novelas amorosas, ed. 1624, f. 23r-23v.
En realidad, tanto en Lucano como en Virgilio, es el mar el que toca las estrellas: «Talia iactanti stridens Aquilone procella / uelum aduersa ferit, fluctusque ad sidera tollit», énéide, vol. I, p. 10 (I, vv. 102-103); «Tunc quoque tanta maris moles creuisset in astra», La guerre civile (La Pharsale), vol. I, p. 160 (V, v. 625).
La guerre civile (La Pharsale), vol. I, p. 161.
Camerino, Novelas amorosas, ed. 1624, f. 104v-105r. De las Novelas amorosas he cotejado seis ejemplares de 1624 (Biblioteca de Catalunya: Res-410 8°; Biblioteca Nacional de España: R/4136, R/11015, R/11458; Biblioteca Histórica de la Universidad de Valencia: BH Y-16/063; Bibliothèque municipal de Lyon: 302588) con otros dos de 1736 (Biblioteca Universitaria de Sevilla: A 250/104; Bayerische Staatsbibliothek: 1228051), la reimpresión preparada por Benito Pichón Casamayor (como revela el anagrama del frontispicio: «Nobeti Ponchi y Oya Marsac»; véase Aguilar Piñal, 1991, p. 397). La edición dieciochesca curiosamente reproduce una versión significativamente amplificada de la tormenta que abre El amante desleal (Camerino, Novelas amorosas, ed. 1736, pp. 77-78); la dilatación del tópico parece haberse realizado sobre todo con el propósito de eliminar la parte textual inmediatamente anterior donde, en los ejemplares cotejados de 1624, el protagonista, Fadrique, pretende regalar mil escudos al moro Ameth para que se vaya a Marbella porque allí, «por estar ordinariamente de paz con los moros, hallaría fácilmente en ella comodidad para volverse a su tierra» (Camerino, Novelas amorosas, ed. 1624, f. 104r). Este fragmento, acaso excesivamente filomorisco, tuvo que censurarse, tapándose el agujero de la expurgación, por así decir, mediante el ensanchamiento de la descripción de la borrasca. Dicha revisión pudo llevarla a cabo el mismo Benito Pichón Casamayor (en el mismo frontispicio se declara que las Novelas amorosas fueron «corregidas y enmendadas en esta segunda impresión»); pero, al menos de momento, no se puede descartar que se trate de una variante de estado introducida en una segunda emisión del volumen de 1624 (de ser así, el editor dieciochesco simplemente habría escogido como texto base un ejemplar revisado de dicha tirada).
La guerre civile (La Pharsale), vol. I, p. 160.
La huella lucaniana resulta aún más clara en la edición dieciochesca: «dando en roncos y espantosos bramidos señales de la victoria que solicitaban; y en parasismos y justos, funestos presagios de su total y última ruina [...] y hecho el bergantín ariete, intentaba derribar el alto firmamento», Camerino, Novelas amorosas, ed. 1736, p. 78.
Lope de Vega, Poesía, vol. III, p. 285 (Jerusalén conquistada, VII, 112).
Lope de Vega, Poesía, vol. I, p. 61 (La Dragontea, III, 53).
Camerino, Novelas amorosas, ed. 1624, f. 114v-115r (sin variantes en Camerino, Novelas amorosas, ed. 1736, pp. 93-94). Obsérvese que, tanto en El amante liberal como en El amante desleal, el barco del caballero (Ricardo y Fadrique) sale indemne de la furia de los elementos, mientras que el de la dama (Leonisa y Margarita) se hunde al chocar contra unas levantadas peñas; véase Cervantes, Novelas ejemplares, vol. I, p. 184.
La guerre civile (La Pharsale), vol. I, p. 160.
Lope de Vega, Poesía, vol. I, pp. 788-789 (La hermosura de Angélica, XII, 12).
Fernández Mosquera, 2006, pp. 88-89.
Castillo Solórzano, Tardes entretenidas, ed. 1625, f. 225r-226r.
Castillo Solórzano, Jornadas alegres, ed. 1626, f. 40v-41v.
Castillo Solórzano, Lisardo enamorado, pp. 254-255.
«Ábrase el cielo, el mar brama alterado, / gime el soberbio viento embravecido; / en esto un monte de agua levantado / sobre las nubes con un gran ruido / embistió el galeón por un costado / llevándolo un gran rato sumergido, / y la gente tragó del temor fuerte / a vueltas de agua, la esperada muerte», Ercilla, La Auracana, p. 454 (Canto XV, octava 73).
Se trata de una descripción todavía repleta de ecos clásicos: «Pero, cansada ya la fortuna de habernos puesto en el más bajo estado de miseria, quiso darnos a entender ser verdad lo que de la instabilidad suya se pregona, por un medio que nos puso en términos de rogar al cielo que en aquella desdichada suerte nos mantuviese, a trueco de no perder la vida sobre las hinchadas ondas del mar airado, el cual, a cabo de dos días que captivos fuimos, y a la sazón que llevábamos el derecho viaje de Berbería, movido de un furioso jaloque, comenzó a hacer montañas de agua y a azotar con tanta furia la cosaria armada que, sin poder los cansados remeros aprovecharse de los remos, afrenillaron y acudieron al usado remedio de la vela del trinquete al árbol, y a dejarse llevar por donde el viento y mar quisiese; y de tal manera cresció la tormenta que en menos de media hora esparció y apartó a diferentes partes los bajeles, sin que ninguno pudiese tener cuenta con seguir su capitán; antes, en poco rato divididos todos, como he dicho, vino nuestro bajel a quedar solo y a ser el que más el peligro amenazaba, porque comenzó a hacer tanta agua por las costuras que, por mucho que por todas las cámaras de popa, proa y medianía le agotaban, siempre en la centina llegaba el agua a la rodilla; y añadióse a toda esta desgracia sobrevenir la noche, que en semejantes casos, más que en otros algunos, el medroso temor acrescienta; y vino con tanta escuridad y nueva borrasca que, de todo en todo, todos desesperamos de remedio», Cervantes, La Galatea, p. 294.
«...por montes de agua no sin gran rodeo; / que ya la quilla toca el hondo suelo, / ya el garcés se levanta hasta el cielo», Rufo, La Austriada, p. 318 (Canto VIII, octava 20, vv. 6-8).
«Entre sí aquestas cosas revolviendo, / de la tiniebla el príncipe indignado, / se va a las casas de Neptuno, habiendo / las líquidas campañas penetrado: / por montes de agua y selvas discurriendo, / [...] / Montañas de agua en empellón furioso, / a una y otra parte se dividen, / que de humor coronadas espumoso, / el sol rocían y su luz impiden», Lasso de la Vega, Mexicana, p. 17 (Canto I, vv. 1-5 de la octava 27 y vv. 1-4 de la octava 28). «Viose subir al cielo el mar furioso, / vuelto en montañas de agua, y despeñarse / muchos y, en el camino presuroso, / con otros que subían encontrarse, / a quien alzaba el golpe fortunoso / de las hirvientes olas, y al toparse, / las ocultas entrañas descubrían / que el elemento líquido teñían», Lasso de la Vega, Mexicana, p. 30 (Canto III, octava 37).
La tormenta, de todas formas, dura bastante más en El amante liberal: «Volaba el bajel con tanta ligereza, que en tres días y tres noches, pasando a la vista de Trápana, de Melazo y de Palermo, embocó por el faro de Micina, con maravilloso espanto de los que iban dentro y de aquellos que desde la tierra los miraban. En fin, por no ser tan prolijo en contar la tormenta como ella lo fue en su porfía, digo que cansados, hambrientos y fatigados con tan largo rodeo, como fue bajar casi toda la isla de Sicilia, llegamos a Trípol de Berbería, adonde a mi amo [...] le dio un dolor de costado tal, que dentro de tres días dio con él en el infierno», Cervantes, Novelas ejemplares, vol. I, p. 186.
Fernández Mosquera, 2006, p. 59.
«La tormenta creció de manera que agotó la ciencia de los marineros, la solicitud del capitán y, finalmente, la esperanza de remedio de todos. Ya no se oían voces que mandaban hágase esto o aquello, sino gritos de plegarias y votos que se hacían y a los cielos se enviaban [...]. Todo era confusión, todo era grita, todo suspiros y todo plegarias», Cervantes, Persiles y Segismunda, p. 1092.
Cervantes, Novelas ejemplares, vol. I, p. 184.
Castillo Solórzano, Tardes entretenidas, ed. 1625, f. 234v.
Góngora, Soledades, p. 201.
Además, a Remón Borrell le acogen antes unos pescadores y a continuación unos pastores (orden inverso respecto a la Soledad I); en cambio, en La obligación cumplida el joven, después de ser rescatado por los pescadores, se convierte en labrador.
«[Mauricio y Transila] se dejaron calar casi hasta la postrera parte del navío [...] y, en aquella semejanza del limbo, se escusaron de no verse unas veces tocar el cielo con las manos, levantándose el navío sobre las mismas nubes, y otras veces barrer la gavia las arenas del mar profundo...», Cervantes, Persiles y Segismunda, p. 1092.
Cervantes, Persiles y Segismunda, p. 1091 (la cursiva es mía).
Cervantes, Persiles y Segismunda, p. 1091.
«Ténganse su tesoro / los que de un falso leño se confían; / no es mío ver el lloro / de los que desconfían, / cuando el cierzo y el ábrego porfían. / La combatida antena / cruje, y en ciega noche el claro día / se torna; al cielo suena / confusa vocería, / y la mar enriquecen a porfía», León, Poesías completas, p. 91.
Góngora, Soledades, p. 201 (la cursiva es mía).
Góngora, Soledades, p. 277, 279 (la cursiva es mía).
Góngora, Soledades, p. 279 (la cursiva es mía).
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