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Artículo-reseña

El Romancero hoy: nuevos estudios, nuevas propuestas

Vicenç Beltran
p. 243-253
Referencia(s):

Pedro M. Piñero Ramírez y José Manuel Pedrosa. El romance del caballero al que la muerte aguardaba en Sevilla: Historia, memoria y mito. Prólogo de Giuseppe Di Stefano. México, Frente de Afirmación Hispanista, 579 p. (ISBN: 978-84-617-7061-8.)

Romances nuevamente sacados de historias antiguas de la crónica de España por Lorenzo de Sepúlveda vecino de Sevilla. Van añadidos muchos nunca vistos compuestos por un caballero Cesario cuyo nombre se guarda para mayores cosas. En Anvers, en casa de Martin Nucio, [s. a.]. Edición de Mario Garvin. México, Frente de Afirmación Hispanista, 208 p. (estudio) + edición facsímil. (ISBN: 978-84-09-03415-4.)

Romances nuevamente sacados de historias antiguas de la crónica de España compuestos por Lorenzo de Sepúlveda. Añadiose el Romance de la conquista de la ciudad de África en Berbería, en el año 1550 y otros diversos, como por la Tabla parece. En Anvers, en casa de Juan Steelsio. 1551. Introducción de Alejandro Higashi. México, Frente de Afirmación Hispanista, 176 p. (estudio) + edición facsímil (pp. 177-705) (ISBN: 978-84-09-0091-0.)

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Reseña de tres publicaciones recientes sobre el Romancero.

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Notas de la redacción

Article reçu pour publication le 08/10/2018; accepté le 30/10/2018.

Texto completo

1Pedro M. Piñero Ramírez y José Manuel Pedrosa. El romance del caballero al que la muerte aguardaba en Sevilla: Historia, memoria y mito. Prólogo de Giuseppe Di Stefano. México, Frente de Afirmación Hispanista, 2017. 579 p.
(ISBN: 978-84-617-7061-8.)

2El cursus honorum de los dos autores no necesita en absoluto ser recordado ni menos glosado; de Pedro Piñero hemos visto aparecer durante los últimos años una recopilación de sus estudios sobre lírica tradicional (La niña y el mar, Madrid/Frankfurt am Main, Iberoamericana/Vervuert, 2010) y sobre romancero antiguo y moderno (De romances varios..., Sevilla, Editorial Universitaria, 2015, donde figuraba ya una aportación al tema de este libro), por no contar su Romancero (Madrid, Biblioteca Nueva, 1999). Tiene también experiencia en la exploración de literatura comparada y en el trabajo de campo folklórico; este es el punto de partida de José Manuel Pedrosa, folklorista, comparatista y estudioso en general de las tradiciones populares, autor de centenares de artículos sobre símbolos, episodios o motivos dispersos por todas las tradiciones del mundo que aplica magistralmente a las diversas tradiciones poéticas españolas del Medioevo a la Edad Moderna. Sus investigaciones han dado lugar a numerosos libros (Tradición oral y escrituras poéticas en los Siglos de Oro, Oiartzun, Sendoa, 1999; Entre la magia y la religión: oraciones, conjuros, ensalmos, Oiartzun, Sendoa Editorial, 2000; El cuento popular en los Siglos de Oro, Madrid, Ediciones del Laberinto, 2004; etc.). Contribuyó también al alumbramiento de un romance manuscrito desconocido, «Las quejas de Alfonso V» (1999). El libro que comentamos resulta testimonio fiel de esta confluencia de tradiciones metodológicas, ámbitos de estudio e intereses intelectuales, con un sólido amarre en los métodos más rigurosos.

3El tema del estudio es el romance sobre la muerte del maestre de Santiago, «Yo me estaba allá en Coímbra», publicado en el Cancionero de romances sin año (¿1547?) y reproducido en pp. 43-44; se editan a continuación dos romances eruditos de Gabriel Lasso de la Vega, nueve sobre el mismo tema recogidos de la tradición oral entre 1860-1865 y 2000 (pp. 48-59), el capítulo correspondiente de la Crónica de don Pedro I de P. López de Ayala, el del historiador sevillano Diego Ortiz de Zúñiga y la fábula «El león y el asno sin orejas y sin su coraçón» de Juan Ruiz, representación del modelo folklórico subyacente. Queda así enunciado de hecho un programa de investigación que los editores definen en la p. 35: «nos hallamos ante un vastísimo e inmemorial palimpsesto que está articulado en dos círculos [...]: el más interior sería el acotado por la historia y la leyenda [...] de don Fadrique; el más extenso, el sinnúmero de relatos acerca de celadas mortales con diseños narrativos parecidos». Después de abrir el abanico interpretativo durante quinientas páginas, vuelven sobre el tema en sus conclusiones, proponiendo que «los textos convocados sean planetas, con órbitas distintas más o menos cercanas —o más o menos lejanas— entre sí, con núcleos y polos de atracción compartidos, y con partes centrales y originarias y partes adosadas tardíamente, de una misma tradición» (p. 523) hasta someterlos a «la luz de las teorías que está elaborando el actual, innovador y fecundísimo pensamiento relativo al poder, a sus representaciones, estrategias, cuerpos y víctimas» (p. 524). Un libro pues intenso, extenso y, con todo, denso de datos, meditaciones y sugerencias; es de agradecer aquí la generosidad del Frente de Afirmación Hispanista, que no ahorra medios en la edición de los trabajos más ambiciosos.

4Al estudioso del romancero en sentido estricto interesan sobre todo los capítulos dedicados a los romances «Entre la gente se dice», «En Arjona estaba el duque», «Yo me fui para Vizcaya», «En Ceuta estaba el buen rey» y «El rey don Juan Manuel»; las concomitancias con el nuestro son tantas que no podemos dudar de su vinculación directa. De aquí los autores se extienden a un círculo de romances más amplio, tanto tradicionales como eruditos y folklóricos, a medida que avanzan en el estudio de los motivos y fórmulas presentes en el romance nuclear, del que trazan un diagrama completísimo: en un primer círculo brillan los ciclos de Bernardo del Carpio y, sobre todo, de los Infantes de Salas, quizá los más cercanos (se llama repetidamente la atención sobre el último, que bien pudiera haber servido de modelo de fondo), «Quéjome de vós el Rey» sobre la muerte del de Guimarães, el ciclo de Inés de Liar (o de Castro), el ciclo perdido sobre la muerte de Álvaro de Luna (cuyo romancero antiguo parece haber sido estéril para la investigación) y el romance del Prior de San Juan («Don Rodrigo de Padilla»). Paralelos menos cercanos, relativos a motivos y fórmulas, con extensísima aportación de datos y cuidada exploración del romancero moderno, ocupan un amplio espacio (pp. 242-442).

5Con ellos se entreveran decenas de motivos similares o afines en crónicas medievales castellanas, diversas literaturas europeas de todos los tiempos, relatos de celadas, asesinatos políticos, presagios más o menos sobrenaturales, avisos poco naturales, ríos simbólicos, armas y atavíos más o menos pertinentes para la guerra o la paz, auxiliares destinados al sacrificio, santos milagreros, perros fieles o ríos funestos. Junto al Libro de Buen amor encontraremos la Historia regnum Britanniae de Montmouth, Shakespeare, los asesinatos de Julio César y Marco Tulio Cicerón, de Edmont y Horn o el de Benigno Aquino; junto a las crónicas de Ayala encontraremos las de Felipe II, junto al romancero de los Infantes de Salas, el Cantar de los Nibelungos, ambas dotadas de sorprendentes coincidencias.

6En todos estos casos, los autores no han ahorrado espacio: publican íntegros los romances, reproducen por extenso crónicas, artículos antiguos e informes forenses, añaden innumerable documentación gráfica y se demoran en cuanto afecte a Sevilla (en cuya Universidad nacieron estos intereses), sede del asesinato y lugar de reposo de D. Pedro y doña María de Padilla y hasta de don Fadrique (y de su precedente onomástico y de destino, el hermano de Alfonso X). Se extienden en la fama de bruja con que María de Padilla pasó al folklore español e hispanoamericano, las fábulas de intrigas afines... La cantidad de material que aportan es ingente en todos los sentidos y para todos los puntos de interés.

7La concepción del libro en círculos progresivamente más anchos permite un tratamiento demorado de todos y cada uno de los motivos y fórmulas del romance; la multiplicidad de los puntos de atracción (el folklore moderno, literario o mágico, las tradiciones populares antiguas, la historia casi universal) favorece la dispersión de la atención en irisaciones caleidoscópicas que, sin embargo, no les hacen perder el tema central, aunque a veces el hilo que los une se adelgace hasta parecer que se rompe. Ni qué decir tiene que el objetivo de los autores es ambicioso en extremo: entran en la caja de las cerezas y tiran sin parar; a algunos lectores no les atraerá la parte folklórica o antropológica, otros, por el contrario, pasarán rápidamente sobre el estudio demorado de los romances antiguos... Otros preferirán seguir tirando de las cerezas que quedan hasta nunca acabar.

8Se podría echar a faltar, por ejemplo, el estudio de las crónicas aragonesas respecto al romance de Ramiro II (que no se inspira en absoluto en la General) o la llamada Historia hasta 1288 dialogada y sus derivaciones en las crónicas generales tardías para el asesinato de Lope Díaz de Haro por Sancho IV, o quizá habría sido también digna de análisis más demorado la hipótesis de Fredo Arias de la Canal sobre los romances de Isabel de Liar. Desde el punto de vista metodológico, no habría sido ocioso tomar en consideración cuáles de las semejanzas, tan numerosas, entre textos de orígenes tan variados, podían derivar de hábitos sociales, formas de comportamiento político y esquemas de procedimiento administrativo (la función de cartas y mensajeros, las celadas regias contra vasallos demasiado ambiciosos, las formas de la revuelta política): los esquemas de vida durante la sociedad preindustrial eran extremadamente conservadores y tenían su fundamento en la Antigüedad o en lo que la Europa medieval y moderna entendía de ella. Pero estamos hablando de temas que podrían dar para varios libros como este y a los autores, después del gran esfuerzo realizado, ya no les podemos pedir nada más.

9*

10Romances nuevamente sacados de historias antiguas de la crónica de España por Lorenzo de Sepúlveda vecino de Sevilla. Van añadidos muchos nunca vistos compuestos por un caballero Cesario cuyo nombre se guarda para mayores cosas. En Anvers, en casa de Martin Nucio, [s. a.]. Edición de Mario Garvin. México, Frente de Afirmación Hispanista, 2018. 208 p. (estudio) + edición facsímil.
(ISBN: 978-84-09-03415-4.)

11Romances nuevamente sacados de historias antiguas de la crónica de España compuestos por Lorenzo de Sepúlveda. Añadiose el Romance de la conquista de la ciudad de África en Berbería, en el año 1550 y otros diversos, como por la Tabla parece. En Anvers, en casa de Juan Steelsio. 1551. Introducción de Alejandro Higashi. México, Frente de Afirmación Hispanista, 2018. 176 p. (estudio) + edición facsímil (pp. 177-705)
(ISBN: 978-84-09-0091-0.)

12Mi interés por el tema durante los últimos años me lleva a comentar una empresa que creo sin precedentes: la publicación simultánea de las dos primeras ediciones conocidas de los Romances de Lorenzo de Sepúlveda; y no se trata, como veremos, de una decisión fútil ni reiterativa. Tras dar la bienvenida a dos facsímiles de tanto valor, y dado que nos hallamos ante dos estudios independientes sobre dos versiones notablemente diferenciadas de una misma compilación, comentaremos sus planteamientos y sus conclusiones a partir de los problemas que abordan.

  • 1 Alonso de Fuentes, Libro delos quarenta cantos pelegrinos que compuso el magnifico cauallero Alonso (...)

13Alejandro Higashi se había ocupado repetidamente de los romances que ahora prefiere llamar «historiados» y dedica la mayor parte de su estudio a la morfología y estética del género. En el primer apartado pone de relieve la extraordinaria fortuna de público de los Romances de Sepúlveda (dieciséis ediciones) y, en contraste, su escasa aceptación crítica en nuestro tiempo, y lo paragona con el de su coetáneo Alonso de Fuentes, editor de la otra gran colección del momento (cinco impresiones)1: ambos pretendían dignificar el género a partir de nuevos contenidos, los cronísticos, fáciles de enlazar con los del romancero más valorado (el histórico); ambas colecciones, por fin, confluyeron, junto al Cancionero de romances (1546), en una compilación antológica desde la edición de 1563. Una constante de su análisis es la revalorización de las innovaciones producidas durante el período (mágico para el futuro del romancero) comprendido entre 1546 y 1551. De Mario Garvin es conocida su monografía de 2007, que supone una importante ruptura metodológica, y diversos estudios publicados con posterioridad; se trata por tanto, de dos investigadores del máximo nivel, magníficos conocedores de la evolución del romancero impreso y especializados en su estudio, a veces de espaldas a la tradición metodológica de la escuela neotradicionalista.

14Ambos se plantean el origen del romancero erudito, cuya invención suele atribuirse a Sepúlveda; A. Higashi (pp. 27-47), ampliando el análisis del género a su presencia en las Tres partes de la Silva, concluye que «la aparición del romancero historiado en distintos productos editoriales y en un período de tiempo determinado ilustra un auge que hermana imprenta y producción poética, con la intención común de dignificar el romance y adaptarlo a los gustos de la época» (p. 46). Propuesta semejante es la de M. Garvin (pp. 39-47), aunque llega más lejos en su cronología y sus motivaciones: el romancero erudito crecería en paralelo con la edición de libros de contenido histórico o ficcional (Crónica Sarracina, Crónica troyana) cuya recepción entre el público culto implicó también la composición de romances en un período no muy alejado (una propuesta avanzada ya por G. Di Stefano, 2009, p. 1036). Ambos abordan el problema adecuadamente: el romancero erudito como producto de un contexto literario y cultural que Sepúlveda acertó a catalizar. Dado que este fue coetáneo (y paisano) de Alonso de Fuentes (un dato muy tenido en cuenta por Higashi, que analiza cuidadosamente sus propuestas), espero volver sobre el tema en un estudio en preparación sobre su obra. No me parece ocioso, por ejemplo, señalar que los Romances de Sepúlveda se abren con un ciclo organizado (el único del libro) sobre los Infantes de Lara, héroes que los Manrique de Lara habían incorporado a su memoria genealógica, pues desde 1523 hasta su reciente muerte (1538) había sido arzobispo de Sevilla Alonso Manrique, hermano del poeta (Beltran, 2017-2018), y sevillanos eran tanto Fuentes como Sepúlveda.

15En su segundo capítulo (pp. 47-74), A. Higashi analiza el desinterés tradicional por el romancero erudito o historiado; remontaría, en última instancia, al estudio de Victor Huber sobre la Chronica del famoso cauallero Cid Ruydiez Campeador (1844), que él revaloriza al destacar su influencia sobre Ferdinand Wolf. De ahí parten los juicios de M. Menéndez y Pelayo, R. Menéndez Pidal y A. Rodríguez-Moñino, fundamento a su vez de toda la escuela española: «la repetición del credo de un romancero compuesto de forma espontánea por un pueblo anónimo como expresión ingenua de su visión del mundo significó el repudio de su contrario, el romance de autor construido con las reglas del lenguaje artístico y sobre la base de un sustrato literario anterior» (p. 73). Se trata de un capítulo central para comprender la magnitud del cambio de perspectiva operado por A. Higashi, que en los sucesivos se ocupará de la morfología y la estética del género. M. Garvin completa esta perspectiva desde un enfoque metodológico que él domina, la bibliografía material, para estudiar el porqué de la incorporación tardía del Romancero de Sepúlveda al ámbito de los estudios filológicos (pp. 11-17).

16Los recursos estilísticos y técnico-narrativos de Sepúlveda son puestos de relieve en el capítulo tercero de A. Higashi (pp. 75-113): en relación con su fuente (la Crónica de Ocampo), Sepúlveda cambia la selección, ordenación y presentación de las escenas, introduce fórmulas típicas, adapta las digresiones geográficas y cronológicas y se deja llevar por la fascinación de los detalles, el adelgazamiento de los elementos fantásticos y la sujeción a la fidelidad histórica... Rehaciendo una investigación precedente, (Higashi, 2017b) subraya la importancia de la amplificación, a la que dedica la parte final: el patetismo, el énfasis en el combate y las escenas violentas. «¿Qué prometía un romancero historiado a sus lectores? Mayor control artístico en los detalles, mayor verismo, tramas más complejas, suspense, mayor artificio, mucha novedad» (p. 113); o, como dice más adelante, «Sepúlveda presentaba una obra que sumaba al romancero los primores del verismo histórico, la novedad de las anécdotas, el gusto por los detalles y la violencia gráfica, la composición de ciclos perfectos y su cara opuesta en la libre articulación de romances como unidades discretas de información» (p. 164). Este es probablemente el capítulo más innovador, basado ante todo en la hipótesis de que «el público del romancero impreso [...] no tuvo que coincidir con los gustos de quienes cantaban los romances de la tradición oral» (p. 92); la adaptación a un público nuevo y distinto, conocedor de los romances viejos y crítico con algunos de sus aspectos, hubo de ser el catalizador de este cambio, que lanzaría el viejo género por nuevos derroteros. También M. Garvin aborda (más sintéticamente) este tema: «Sepúlveda moderniza notablemente el lenguaje de la crónica, lo adapta al octosílabo, elige qué pasajes deben suprimirse y cuáles no, modifica en lo necesario el orden de los elementos narrativos seleccionados para que mantengan la linealidad narrativa original» (pp. 53-54 y de nuevo en pp. 70-75).

17La estructura de la colección resulta un problema complejo y difícil al que no parece viable encontrar una solución contrastable. Los estudios precedentes sugerían la posibilidad de una primera edición luego desordenada, pues, dejando de lado el ciclo inicial sobre los Infantes de Lara, no es posible encontrar un hilo conductor; sin embargo, la dificultad resulta evidente pues ¿quién cometería tal desaguisado? ¿Y cómo podríamos recomponer su estructura inicial? A. Higashi (pp. 132-164) acepta como original la ordenación de Steelsio, propone la variatio como criterio y juzga el conjunto «organizado en torno a dos paradigmas temáticos: la reconquista y los altercados entre nobles» (p. 143). Los sectores que distingue, desde luego, son sugestivos y es un hecho que en las ediciones de romances, con la excepción de Nucio, se tiende a presentar los materiales buscando la variedad; los términos Silva y Rosa parecen sinónimos de «miscelánea» y si ni editores ni autores les dieron una organización determinable es porque no les interesaba o no lo consideraban necesario. Sin embargo, que para sus coetáneos era posible confeccionar ciclos organizados lo demuestran el mismo Sepúlveda en el de los Infantes de Lara y Juan Escobar en su Historia del Cid (Higashi, 2017a).

18Para M. Garvin, que había publicado un estudio precedente sobre el tema (2018), originales de Sepúlveda deben ser solo los romances que poetizan episodios de la Crónica de Ocampo pues (según afirma el poeta en su prólogo) este era su objetivo, y que por tanto debieron estar en orden cronológico (pp. 50-73); Nucio habría recibido este arquetipo, publicado en Sevilla según afirma en el frontispicio, y le habría añadido un cierto número en una edición perdida de entre 1546 y 1550, o sea, entre las dos ediciones del Cancionero de romances; este habría sido el modelo de Steelsio. La primera edición conservada de Nucio habría añadido los romances que allí van marcados con un asterisco y atribuidos al Caballero Cesáreo.

19La hipótesis resulta seductora; Sepúlveda afirma en el prólogo que sus romances «fueron sacados a la letra de la cronica que mando recopilar el serenissimo señor rey don Alonso» (Nucio, ff. 1v-2r), seguramente la que en 1541 había publicado Florián de Ocampo; pero ¿quién nos garantiza que dice solo la verdad y nada más que la verdad? ¿Pudo haberse basado en esta obra para el núcleo central, pero insertando composiciones relativas a otros temas de su interés? Higashi propone que ya Sepúlveda podía haber incluido material ajeno a aquella Crónica y que la edición de Steelsio sería idéntica a la primitiva, pues comparte formato y dimensiones con el Cancionero de romances y ambos revelan por tanto una misma concepción; es más, supone que el Cancionero pudo haber sido sugerido por el conocimiento del primer Sepúlveda (pp. 170-175); por el contrario, M. Garvin opina que el Cancionero «debe entenderse, por su exhaustividad, como el espejo ideal en el que contemplar la tradición [...] del romancero en las fechas en que Sepúlveda componía sus textos» (p. 59). Sobre este aspecto será difícil decidirse; ni siquiera sabemos si (a pesar del escaso margen cronológico disponible entre 1541 y 1551) no se pudieran publicar previamente otras versiones refundidas de su obra.

20Al explicar el origen y naturaleza de los ciclos de romances, A. Higashi (pp. 114-131) supone una ruptura frontal con la tradición crítica: nacidos con la docena sobre los infantes de Salas o Lara que abre la antología, no serían herederos de los poemas épicos de donde se les cree derivados, sino de las necesidades de organizar la sucesión de poemas que habían de ser autosuficientes y, a la vez, enlazar alguna forma de sucesión organizada (hipótesis basada en Higashi, 2016). Es muy eficaz su análisis comparativo de los recursos de secuenciación narrativa en la Crónica de Ocampo y en los romances de ella derivados. M. Garvin, basándose en su hipótesis sobre la disposición original de Sepúlveda, localiza estos enlaces (con menor intensidad) entre romances separados en las ediciones, pero que deberían resultar sucesivos en su arquetipo hipotético (pp. 60-66). Resulta una gran innovación teórica desvincular genéticamente los ciclos romancísticos de los primitivos cantares de gesta como hace A. Higashi; sin embargo, el lector se siente un tanto sorprendido al ver que muy a menudo las técnicas de enlace coinciden con las que señaló Jean Rychner (1955) para la canción de gesta... Claro que las mismas técnicas tienen su paralelo en la poesía narrativa estrófica (Berceo, por ejemplo) y hasta en la lírica trovadoresca. Los caminos de la tradición literaria son complejos e intrincados, de ahí la dificultad natural de nuestros estudios (y su principal atractivo); por otra parte, siendo los romances de Sepúlveda de nueva creación, no podemos negar que su articulación nada deba a la tradición épica, desaparecida desde mucho antes. Atención especial merece el problema de si los romances del mismo protagonista revelan o no una articulación claramente definible; en este sentido sería crucial demostrar una ilación indubitable entre los que, distanciados en la edición de Steelsio, se ocupan de temas consecutivos de la Crónica de Ocampo.

21Esto nos lleva al más controvertido de los problemas: la relación entre las ediciones de Nucio, Steelsio y su antígrafo (Higashi, pp. 164-176, Garvin pp. 17-37). Mario Garvin desarrolla este tema a partir de un estudio precedente (2018) cuya hipótesis rectifica; Steelsio publica un «Prologo del author a vn su amigo» sobre los criterios seguidos en la composición de la obra y su intención pero Nucio añade una presentación donde afirma haber «venido a mis manos vn libro nueuamente impresso en Seuilla, el qual me parecio imprimir...» (Nucio, f. 3r). No podemos juzgar tan extraño que no se haya conservado ni un solo ejemplar (y no cabe desesperar todavía de que aparezca) pero sorprende un tanto que las numerosas reimpresiones procedan sin excepción de las ediciones de Steelsio y de Nucio o de combinaciones de las dos; aquella edición debió tener tirada muy corta y haberse difundido poco, o bien fue tan perfectamente reproducida por Steelsio que sus rastros se confunden, en cuyo caso tendría razón A. Higashi. Puesto que Nucio, según dice, trabajó para «que en el se pusiessen algunos romances no como estauan sino como deuen» (f. 3r) y los agrupó por el nombre de los reyes citados, su disposición no refleja la del original. La pregunta es: ¿hasta qué punto lo hace la de Steelsio? Una segunda incógnita es la fecha de la edición de Nucio, no datada: Peeter Fontainas (1956, p. 21), la situaba en 1551 por razones tipográficas; Rodríguez-Moñino, convencido de que era una réplica de la de Steelsio (1967, pp. 26), la retrasó sin otro argumento hasta 1553. Garvin propone que la perdida edición sevillana, con solo romances compuestos sobre la Crónica de Ocampo, habría constituido el núcleo de una edición perdida de Nucio que Steelsio copió, pues Nucio fue el primer editor de un grupo de romances añadidos en la de Steelsio (p. 32). El dato más importante que revela este autor es que Nucio cambia el orden de cuatro series de 26 versos en el romance El rey don Sancho Ordoñez, pero no lo hace Steelsio; este por tanto no puede depender de él (pero sí de la supuesta edición perdida) aunque podría suceder lo contrario, como proponía Rodríguez-Moñino. Se trata de una observación muy inteligente pero susceptible de otra interpretación: las páginas de Steelsio contienen 30 versos, las de Nucio contienen 31 en estos Romances y 30 en los Cancioneros de romances sin año y de 1550: ¿no sugiere este dato que Nucio pudo trabajar sobre una edición a 26 versos por página? ¿Sería este el formato del primitivo Sepúlveda?

22El aspecto más elaborado del estudio de M. Garvin radica en su investigación sobre las fuentes de los romances. Lo que para él sería el núcleo original procede de lugares concretos de la Crónica de Ocampo que ha individualizado con gran rigor (pp. 55-83, luego sintetizado en un cuadro en pp. 201-208); el resto de los romances, exceptuados los que Nucio atribuye al Caballero Cesáreo, proceden de distintas crónicas, algunas de las cuales identifica con certeza; destaca entre ellas, por la posibilidad de que haya sido repetidamente usada, la Crónica abreviada de Diego de Valera, así como, por su uso sistemático, el comentario de los Triomphi petrarquescos (pp. 133-167) en la traducción de Antonio de Obregón, de donde pueden proceder numerosos romances de tema antiguo (pp. 133-165). Recordemos que, según M. Garvin, estos no serían obra de Sepúlveda; aunque la concentración de fuentes en la Crónica de Ocampo contra su dispersión en este sector pudiera reflejar una mano distinta, ¿quién nos garantiza que no se debe a períodos o intereses distintos del mismo autor?

23Resulta segura por su marca textual explícita (un asterisco antepuesto en el índice de primeros versos), la atribución al Caballero Cesáreo de los romances añadidos a la edición de Nucio conservada. Su análisis por M. Garvin (pp. 169-193) revisa mis hipótesis anteriores al analizar la Segunda parte de la Silva, donde me ocupaba de varios de ellos; de estos rasgos concluye que deben ser todos de un mismo autor y (lo que es más azaroso) «la posibilidad que estos textos fueron hechos explícitamente para esta edición» (p. 185), fruto de otra de sus hipótesis: que los autores podían trabajar por encargo de los editores. Termina su estudio con una «Breve semblanza del Caballero Cesáreo», en realidad un magnífico retrato robot; como señalé en otro lugar (Beltran, en prensa) pudiera tratarse del secretario regio Gonzalo Pérez, en quien concurrían todos estos rasgos y se encontraba en Flandes, en el séquito de Felipe II, cuando esta edición vio la luz.

24Nos hallamos, en conclusión, ante dos estudios de valor singular; es la primera vez que alguien se toma en serio este romancero caracterizado, según su estudioso más benevolente, por «no exceder en dotes poéticas (Di Stefano, 2009, p. 1035). Los gustos estéticos cambian con los tiempos y hasta con las personas, pero, como subraya este estudioso, el papel de estos romancistas en la evolución del género fue más que considerable. Ambos investigadores, concordando en la búsqueda de otros patrones estéticos, han puesto el listón muy alto: ambos trabajos contienen análisis cuidadosísimos del material, romance a romance, proponen interpretaciones retóricas, poéticas e histórico-literarias sin precedentes y avanzan teorías de carácter general: sobre la génesis y tipificación histórica de los ciclos, sobre el origen de estos romances y sobre la relación entre romances y crónicas, sobre la personalidad y los móviles de su autor, sobre la relación entre romancero y transmisión impresa... En sus manos ha cambiado la perspectiva de análisis y la metodología de la investigación y todo ello con el máximo rigor filológico y con el mayor respeto a los textos, pues son los que tienen la última palabra. Contra lo que es corriente en los estudios sobre el romancero, los dos han dejado completamente de lado (en plena coherencia con su itinerario personal y con el corpus analizado) la función de la transmisión oral; ciertamente, el estudio no lo requiere (solo algunos romances del Caballero Cesáreo parecen aproximarse a sus procedimientos), pero corremos (y el plural no es retórico) el peligro de un bandazo metodológico (de basarlo todo en la tradicionalidad a ignorar su existencia) que a largo plazo habría de resultar negativo pues, como proponía el mismo Sepúlveda en su prólogo, se había tomado la molestia de componer aquellos textos «para aprouecharse los que cantarlos quisieren» (ed. Steelsio, f. 3r). El tratamiento a que Joan Timoneda sometió algunos romances de Fuentes y Sepúlveda, aunque él personalmente estuviera lejos de la condición de letrista, revelan una profunda influencia de la concepción estilística de músicos y romances tradicionales en la recepción de los eruditos.

25*

26No creo exagerar si digo que estos tres libros aportan caminos nuevos y métodos más sofisticados al estudio del romancero. Los dos que se dedican a Lorenzo de Sepúlveda abordan un sector nunca bien estudiado desde el punto de vista histórico-literario: las publicaciones de Rodríguez-Moñino, instrumento indispensable para cualquier investigador, no abandonan el ámbito bibliográfico o la transcripción de los textos sin comentarios y las escasas referencias a ambos volúmenes no solían pasar de visiones de conjunto más o menos circunstanciadas, profundizando apenas en algún aspecto concreto de especial interés. En cuanto al romance del maestre de Santiago, dudo que se haya abordado ningún otro con tal riqueza de materiales y puntos de vista. No queda sino agradecerles a estos investigadores su entrega y su esfuerzo y (de nuevo) al Frente de Afirmación Hispanista por la promoción de estudios en parcelas tan importantes como poco frecuentadas.

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Bibliografía

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Garvin, Mario, Scripta manent. Hacia una edición crítica del romancero impreso (siglo xvi), Madrid/Frankfurt am Main, Iberoamericana/Vervuert (Col. Forum Ibero-Americanum. Acta Coloniensa, 4) 2007.

Garvin, Mario, «Los Romances de Lorenzo de Sepúlveda: de las ediciones antuerpienses a la princeps», Nueva Revista de Filología Hispánica, 66, 2018, pp. 71-94.

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Peeters-Fontainas, Jean F., L’officine espagnole de Martin Nutius à Anvers, Anvers, Société des Bibliophiles Anversois, 1956.

Rychner, Jean, La chanson de geste. Essai sur l’art épique des jongleurs, Genève-Lille, Droz-Giard, 1955.

Rodríguez-Moñino, Antonio, estudio preliminar a Lorenzo de Sepúlveda, Cancionero de romances (Sevilla, 1584), Madrid, Castalia, 1967, pp. 9-37.

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Notas

1 Alonso de Fuentes, Libro delos quarenta cantos pelegrinos que compuso el magnifico cauallero Alonso de Fuentes..., Sevilla, Doménico de Robertis, 1550, en preparación por el autor para el FAH (2019).

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Para citar este artículo

Referencia en papel

Vicenç Beltran, «El Romancero hoy: nuevos estudios, nuevas propuestas»Criticón, 134 | 2018, 243-253.

Referencia electrónica

Vicenç Beltran, «El Romancero hoy: nuevos estudios, nuevas propuestas»Criticón [En línea], 134 | 2018, Publicado el 20 diciembre 2018, consultado el 09 diciembre 2024. URL: http://0-journals-openedition-org.catalogue.libraries.london.ac.uk/criticon/5405; DOI: https://0-doi-org.catalogue.libraries.london.ac.uk/10.4000/criticon.5405

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Autor

Vicenç Beltran

Vicenç Beltran fue catedrático de Filología Románica en Cádiz y Barcelona y actualmente ocupa la cátedra de Lengua Española en Sapienza, Università di Roma. Ha dedicado su investigación a los cancioneros, la poesía cuatrocentista y del Renacimiento y la lírica trovadoresca en diversas lenguas. Es presidente de la Asociación Hispánica de Literatura Medieval y miembro del Institut d’Estudis Catalans.
vicent.beltran@uniroma1.it

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