|
En cuanto Dafne, ¡oh, príncipe excelente!,
|
|
adorna de laureles tus celadas,
|
|
o por lucir las hojas de su frente
|
|
las deja en tus blasones enlazadas,
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5
|
tú —que del sol, por cuyo filo ardiente
|
|
hoy se ven tantas sienes coronadas
|
|
siendo primera luz a cuya esfera
|
|
se reducen las glorias de Cabrera14—,
|
|
escucha el rudo canto, que el disignio
|
10
|
de tu heroico valor le persüade
|
|
a pulirse en tu luz, cuyo dominio
|
|
graves accentos a mi lira añade.
|
|
Ampáreme tu augusto patrocinio,
|
|
pues ofrezco a tus pies la ninfa arcade15
|
15
|
porque abrasada en tu luciente llama
|
|
renazca en los archivos de la fama.
|
|
El no ocupar mi plectro sonoroso
|
|
todo en obsequio tuyo suspendido
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|
es, gran señor, por verse temeroso
|
20
|
bajel pequeño en golfo esclarecido.
|
|
Pues si miro el volumen presuroso16
|
|
veo que contra el riesgo del olvido
|
|
tus abuelos, con altas bizarrías,
|
|
supieron dar a España monarquías.
|
25
|
Bastaba este motivo soberano
|
|
de elevada materia a mayor suma,
|
|
aunque juzgo también que fuera en vano
|
|
cisne surcar tan dilatada espuma.
|
|
Abreviado papel fuera el mar cano,
|
30
|
todo el sabio pincel muy corta pluma,
|
|
para cantar las ínclitas grandezas
|
|
con que han llenado el orbe de proezas.
|
|
Repítalo la siempre ardiente llama
|
|
(tan venerada en ambos hemisferios)
|
35
|
de aquel Cabrera invicto que a la fama
|
|
dio lenguas y a Fernando dos imperios.
|
|
Este, que por más ínclito se aclama
|
|
entre los astros del Olimpo eterios
|
|
sirve de trompa al triunfo de tus glorias
|
40
|
porque en ti se eternicen sus memorias.
|
|
Hechizo era a los ojos Atalanta
|
|
de más recato y de mayor cordura.
|
|
Del tronco de Escaneo bella planta17,
|
|
sublime oposición de la ventura;
|
45
|
la más lince atención de deidad tanta;
|
|
águila al sol se ciega en la luz pura;
|
|
ignórala el pincel, pues ve que sella
|
|
flores su rostro, céfiros su huella.
|
|
Del padre de la luz18 festivo el día
|
50
|
llegó a la gente y el devoto celo
|
|
sus templos frecuentó con alegría
|
|
sacrificios votando al rey de Delo.
|
|
Con familiar copiosa compañía
|
|
a cumplir Atalanta con el cielo
|
55
|
sale de la ciudad y religiosa
|
|
visita la deidad más luminosa.
|
|
En selva nunca leve al caminante
|
|
la invención de la fábrica excelente,
|
|
de materia ayudada no inconstante,
|
60
|
dispuso templo en máquina eminente
|
|
donde al auriga dios sobre un diamante,
|
|
que por grande sirvió de basa ardiente,
|
|
del metal hijo suyo estatua dura
|
|
le erigieron el celo y la escultura19.
|
65
|
Llega al altar el que inquirir desea
|
|
a la efigie del cintio caso oculto
|
|
y con siempre fragante voz sabea20
|
|
hinos el sacerdote ofrece al bulto;
|
|
el negro nuncio de su ofensa fea
|
70
|
le sacrifican con sangriento culto21,
|
|
en humo ascende el ruego al sacro polo,
|
|
y a la interrogación responde Apolo.
|
|
El concurso que el templo frecuentaba
|
|
satisfecho dejó el lugar sagrado
|
75
|
y Atalanta, que el término esperaba,
|
|
previene que le tenga su cuidado.
|
|
Estampando la planta que animaba,
|
|
se inclina al simulacro venerado
|
|
con tan bello ademán que bien pudiera
|
80
|
al que adoró metal, rendirle cera.
|
|
«¡Oh, délfico titán —le dice—, oh santo,
|
|
luminoso farol que el orbe alienta,
|
|
brillante adorno del celeste manto,
|
|
que en turquesada dilación se ostenta!
|
85
|
Tu oráculo me dé respuesta en tanto
|
|
que procuran labrar esta sangrienta
|
|
ara mis ojos, pues saber deseo
|
|
si me ha de vincular el himeneo».
|
|
Apenas dijo, cuando velo leve
|
90
|
de su estorbo sutil y delicado
|
|
reservó puerta de bruñida nieve,
|
|
cárcel no a la deidad, cielo cifrado.
|
|
Con áurea clave el sacerdote en breve
|
|
manifestó el oráculo sagrado
|
95
|
y la Febea estatua, siendo helada,
|
|
usó de las licencias de animada.
|
|
«Ninfa —responde el dios—, la más ligera
|
|
que corzo fatigó en inculto monte:
|
|
nupcial y triste tálamo te espera;
|
100
|
a tu infelicidad, firme disponte.
|
|
Porque a la vaga y circular esfera
|
|
daré luz, conducido de Flegonte22,
|
|
giros no muchos antes que trofeo
|
|
seas de la invasión del hado feo».
|
105
|
Parece que sintió la deidad santa
|
|
—pues sacudió el cabello luminoso—
|
|
el daño de la mísera Atalanta,
|
|
presagio triste, indicio doloroso.
|
|
Cuando no lo ligero de su planta,
|
110
|
debe moverte de su faz lo hermoso,
|
|
pues la sacra, inmortal naturaleza,
|
|
parte jurisdición con la belleza.
|
|
Así a tu curso la Peneya ingrata
|
|
se oponga no laurel, se mienta esquiva;
|
115
|
y Coronis23, que agravios tuyos trata,
|
|
más seguras lealtades te aperciba.
|
|
Que incite tu piedad ver que maltrata
|
|
el hado una hermosura tan altiva.
|
|
Pero qué sirven ya piadosos modos,
|
120
|
pues nunca rompe un dios leyes de todos.
|
|
La virgen floreciente entonces baña
|
|
con más copia de lágrimas el suelo;
|
|
justa pena de aquella que se engaña
|
|
solicitando anuncios en el cielo.
|
125
|
Reduciera a sentir una montaña
|
|
el lastimoso y mísero desvelo
|
|
con que a su anciano padre desdichado
|
|
le informó de este modo su cuidado:
|
|
«Triste Escaeneo, padre a quien la suerte,
|
130
|
por hacerte infelice, te hizo mío,
|
|
pues sabes que el oráculo me advierte
|
|
futuras iras del destino impío,
|
|
antes a mi verdor daré la muerte
|
|
que al vínculo legal el albedrío.
|
135
|
Que si nadie apeló de alto decreto
|
|
huïrle es respetarle en el discreto.
|
|
Seré desde hoy al jabalí pujante
|
|
ligera oposición; tendrame el monte
|
|
por huella a su maleza penetrante;
|
140
|
corzo a mi pie no habrá que se transmonte.
|
|
Ni te admire mi intento ni te espante,
|
|
sino a olvidar mi tierna unión disponte,
|
|
que quiero conceder mi planta vana
|
|
al robusto ejercicio de Dïana.
|
145
|
Y porque humano mi elección no ofenda,
|
|
anticipado mi rigor le advierte
|
|
que ha de vencer en áspera contienda
|
|
mi ligereza o adquirir su muerte.
|
|
A mi daño con esto encubro senda,
|
150
|
que pues me trata el cielo de esta suerte
|
|
se puede presumir de su clemencia
|
|
que fuese aviso en forma de sentencia».
|
|
El padre entonces, de dolor movido,
|
|
duplica el llanto y amoroso intenta
|
155
|
divertir el discurso referido
|
|
con que la ninfa el pecho le atormenta.
|
|
A su nevado cuello suspendido,
|
|
tierno le advierte, amante la presenta
|
|
sus canas, su dolor… Afecto vano,
|
160
|
que a resuelta mujer no hay padre anciano.
|
|
Viendo que el llanto disüade poco,
|
|
a que ejecute se dispone luego
|
|
la esenta libertad su intento loco
|
|
commutando en licencia el tierno ruego:
|
165
|
«Pues en vano —replica— te provoco
|
|
a no acusar el paternal sosiego,
|
|
busca la selva ya, que es desvarío
|
|
a leyes reducir un albedrío».
|
|
Del amoroso estorbo no impedida
|
170
|
Atalanta quedó y resueltamente
|
|
la dilación culpando en su partida
|
|
al concurso se niega de la gente.
|
|
Aljaba al hombro cándido pendida,
|
|
el arco rige tan airosamente
|
175
|
que Amor cuando la vio se quejó luego
|
|
de que entre dos él solo fuese el ciego.
|
|
Para admirarla suspendió la Aurora
|
|
tal vez su curso de zafiro y grana
|
|
y, ambicioso de ver tal cazadora,
|
180
|
Febo usurpaba el tiempo a la mañana.
|
|
La fiera más voraz y acosadora
|
|
vencía por imagen de Dïana,
|
|
mas había una duda en sus despojos:
|
|
si era flecha del arco o de los ojos.
|
185
|
Si la deidad de Samo la pusiera
|
|
por defensa a su joven bello amante24,
|
|
ni la bestia feroz le acometiera
|
|
ni le inundara en nácar abundante.
|
|
Mas si Adonis tal vez la ninfa viera
|
190
|
en vano fuera Venus tan constante,
|
|
que esquivo a su deidad sin duda amara
|
|
en Atalanta humanidad más rara.
|
|
El ciego dios, que al alma más altiva
|
|
no perdona su arpón, quiso que hallase
|
195
|
la ninfa de sus lazos fugitiva
|
|
uno en que el albedrío aprisionase.
|
|
Del trofeo seguro la ofensiva
|
|
flecha la aplica sin que reparase
|
|
en el fugaz aliento de su planta,
|
200
|
porque a tretas de Amor no hay Atalanta.
|
|
De su poco habitado albergue umbrío,
|
|
cielo las veces de ella frecuentado,
|
|
salió al verter del alba llanto frío,
|
|
émula siendo al más ameno prado;
|
205
|
oculto entonces el rapaz impío
|
|
un tiro ejecutó tan acertado
|
|
que usurpada de un pasmo la hermosura
|
|
su herida conoció, mas no su cura.
|
|
Hipomenes, que en bella adolescencia
|
210
|
excedió al joven flor, rama brillante,
|
|
de la griega aquilea descendencia25,
|
|
que el bosque fatigaba en breve instante,
|
|
ocupó de Atalanta la presencia
|
|
y el recelo en los dos menos constante
|
215
|
a un tiempo de los arcos les previno,
|
|
profeta fue la acción de su destino.
|
|
Interrumpiendo mudas suspensiones
|
|
el hermoso garzón su ser la inquiere
|
|
y ella, perpleja en varias confusiones,
|
220
|
huïrle intenta y esperarle quiere.
|
|
Mas resuelta, negándole atenciones,
|
|
con la esquivez la humanidad prefiere
|
|
y ligera hizo tardo el leve viento,
|
|
pero no pudo huir su pensamiento.
|
225
|
Él quedó como suele el caminante
|
|
que en selva de concursos apartada
|
|
se le ausentó la luz y, en breve instante,
|
|
cualquier senda acredita por usada.
|
|
Ofuscado del todo el nuevo amante,
|
230
|
en su imaginación no implica nada,
|
|
y al ver que era imposible con veloces
|
|
pasos seguirla, la siguió con voces:
|
|
«Bello desdén y ninfa, la más bella
|
|
que el rito amó de la Febea hermana26,
|
235
|
si ya no mientes su divina huella
|
|
y te transformas en presencia humana,
|
|
¿por qué respondes piedra a mi querella,
|
|
divina oposición de la mañana?
|
|
Poco a tu natural mi voz le debe,
|
240
|
pues mármol te disfrazas, siendo nieve.
|
|
Vanamente mis quejas alimento,
|
|
bella crüel, y más que Dafne ingrata,
|
|
pues ella dejó a Febo algún aliento
|
|
y a mí tan mal tu ingratitud me trata.
|
245
|
Huye, pues; seguirate el pensamiento
|
|
si por montañas vas de riza plata;
|
|
que el de un amante es pez en las espumas,
|
|
corzo en la tierra y en el viento plumas.
|
|
No robes a la Parca, no, el oficio;
|
250
|
pues asistes la selva, caza fieras,
|
|
porque vidas es bárbaro ejercicio
|
|
y de lo soberano degeneras;
|
|
mas ya que das el uso al fiero indicio,
|
|
y tan segura todo ser imperas,
|
255
|
busca concurso, deja soledades,
|
|
no te pagues de pocas libertades.
|
|
Si temor te ha causado tu delito,
|
|
vuelve a pisar la senda que has volado,
|
|
que tus ojos te sirven de distrito
|
260
|
y no hay opuesta vara a su sagrado.
|
|
¡Oh, mi justicia al tiempo le remito,
|
|
tribunal a ninguno reservado!
|
|
¡Oh!, ¿por qué no te dio la suerte dura
|
|
más de piedad o menos de hermosura?
|
265
|
Espera, pues, espera, errante estrella,
|
|
si autora de rigor, de amor autora,
|
|
para mis ansias rápida centella.
|
|
¡Mas quién al viento que se pare implora!
|
|
Yo solo herido con la punta bella
|
270
|
y tú, con firme planta voladora.
|
|
¿Cómo en mi daño conjurado, cómo
|
|
el oro alado cede y vuela el plomo?»
|
|
Así el ansiado joven lamentaba
|
|
su infeliz suerte y, contemplando el cielo,
|
275
|
en éxtasi quedó, donde miraba
|
|
la copia del autor de su desvelo.
|
|
Una vez y otra alientos exhalaba,
|
|
ya remontando y abatiendo el vuelo
|
|
de su imaginación, que en breve instante
|
280
|
frenética hace Amor la de un amante.
|
|
El espeso verdor que le encubría
|
|
la senda de sus males causadora
|
|
desenlaza con trémula porfía,
|
|
pero cuanto la busca, más la ignora.
|
285
|
Donde la vista le conduce y guía,
|
|
allí se inclina, allí la huella adora
|
|
de su amada crüel. ¡Locos empleos!
|
|
¿Cuándo Amor no ha burlado los deseos?
|
|
Y de sí desterrando acuerdo sano,
|
290
|
por lo más intricado se encamina
|
|
sin que escuse su pie montaña o llano
|
|
ni desdeñe su mano libre espina.
|
|
¡Oh, imperio del Amor, ciego y tirano,
|
|
cuánto tu hechizo el alma desatina!
|
295
|
Busca Hipomenes a su ingrata bella,
|
|
cuando ella va con él y él va con ella.
|
|
Los que lloraban a la ninfa ausente,
|
|
de su dolor constante persuadidos,
|
|
al decrépito padre comúnmente,
|
300
|
así razonan tristes y afligidos:
|
|
«Oh, tú, motivo de la pena ardiente
|
|
que nos aflige, apresta los oídos
|
|
a nuestra narración si tus enojos
|
|
dan crédito al accento de los ojos.
|
305
|
Tu hija instituyó que quien triunfase
|
|
de su altivez en pública carrera
|
|
su singular velocidad domase
|
|
o cambiase el vivir en muerte fiera.
|
|
Esta infancia gentil quiere que pase
|
310
|
por tan dura pensión su primavera,
|
|
que tal vez suele ser la muerte medio
|
|
al dolor que carece de remedio».
|
|
Cesó el amante27, y el discreto anciano
|
|
la ejecución aplica a sus razones
|
315
|
gratificando al cielo soberano
|
|
por el llorado fin de sus pasiones.
|
|
Viene Atalanta y a su tronco cano
|
|
se humilla con postradas suspensiones.
|
|
Él la mira y, en lágrimas deshecho,
|
320
|
segunda vez la informa de su pecho.
|
|
La nunca muda trompa prestamente
|
|
a Hipomenes avisa que, ignorante,
|
|
solo desprecios de su ninfa ausente
|
|
llora advertido y acredita amante.
|
325
|
La soledad renuncia brevemente
|
|
y, entregado al bullicio circundante,
|
|
aprehende el suceso y, más osado,
|
|
la madre visitó del dios vendado.
|
|
Ante el marmóreo altar, divino asiento
|
330
|
de la deidad de Chipre y Citerea,
|
|
así principio dio de su lamento
|
|
deprecando el auxilio de la dea:
|
|
«¡Oh, tú, del sacro autor del firmamento
|
|
vivo trasunto, pues también emplea
|
335
|
todo desvelo en ti su queja tierna,
|
|
no me desdeñe tu piedad materna!
|
|
Para vencer la fuga licenciosa
|
|
de la bella Atalanta, favor pido,
|
|
que a tu sacra deidad, ¡oh amante diosa!,
|
340
|
víctimas la prevengo agradecido.
|
|
Así anticipe tu purpúrea rosa
|
|
su matiz al galán de abril florido,
|
|
que apadrines mi amor, pues su dolencia
|
|
no la sabe curar sabia advertencia.
|
345
|
No se jacte la ninfa de que ha dado
|
|
leyes a Amor y no su arpón a ella;
|
|
padezca el común yugo que ha domado
|
|
tanta luciente y encumbrada estrella.
|
|
Si en la inmortalidad cabe cuidado,
|
350
|
¿cómo se excede humana por ser bella
|
|
esta libre excepción y, presumida
|
|
términos limitar quiere a la vida?
|
|
Propio interés en ti sea mi ayuda.
|
|
Llore la presunción que ha cometido
|
355
|
contra el cónclave impíreo, feude muda
|
|
la libertad al arco de Cupido.
|
|
Mas ya que tu deidad suprema acuda
|
|
al suplicio que tiene merecido,
|
|
no quiero mayor daño en Atalanta
|
360
|
que ver vencido el vuelo de su planta».
|
|
Dijo Hipomenes y, apiadado el cielo
|
|
de la fuerte justicia de su llanto,
|
|
el rigor suspendió de su desvelo.
|
|
¡Oh, cuánto obliga un tierno amor! ¡Oh, cuánto!
|
365
|
Satisfaciendo su devoto celo,
|
|
habló la Cipria imagen y, entretanto,
|
|
muestras de fe logrando el joven claras
|
|
hizo subir perfume a él de las aras:
|
|
«¡Oh, tú, famoso ilustre descendiente
|
370
|
del que domó los muros de Neptuno
|
|
y entregó a sueño eterno al más valiente
|
|
que tuvo el teucro vado entre ninguno28!
|
|
Para que veas que en tu edad ardiente
|
|
sucesos de aquel siglo ya importuno
|
375
|
no intento castigar, quiero entregarte
|
|
de tu deseo la suprema parte.
|
|
Cuando a correr en la palestra fueres
|
|
con la ninfa fugaz que, presurosa,
|
|
librará el fin en ti de sus placeres,
|
380
|
procurándote muerte rigurosa
|
|
—pues suspender su movimiento quieres—,
|
|
yo la impondré tardanza perezosa
|
|
tal que tu planta sea la primera
|
|
que su límite cumpla a la carrera.
|
385
|
Toma estos pomos tres, hijos brillantes
|
|
del rojo sol, y en partes diferentes,
|
|
cuando de su veloz curso te espantes,
|
|
despídelos con bríos diligentes.
|
|
No dudes que entre todos los amantes
|
390
|
el laurel deseado de sus frentes
|
|
tú solo has de adquirir, pues llevas solo
|
|
amor mezclado con metal de Apolo».
|
|
El favor de Hipomenes gratifica
|
|
y, la espalda volviendo al templo santo,
|
395
|
el paso al sitio del litigio aplica
|
|
codicioso de dar fin a su encanto.
|
|
El temor varias veces le replica,
|
|
pero amante venciendo todo espanto
|
|
entre el bullicio que la selva incluye,
|
400
|
se impele como aquel que nada arguye.
|
|
Altiva ve la ninfa que, arrogante,
|
|
de aquellos que adquirió fieros trofeos,
|
|
corazón ostentaba de diamante
|
|
examinado en bárbaros empleos.
|
405
|
Tanto en ella se ofusca el griego amante
|
|
que otra vez le vencieron los deseos,
|
|
pues tan bella en el puesto se mostraba
|
|
que el propio Amor la tributó su aljaba.
|
|
Pendiente manto de la espalda bella,
|
410
|
recogido en el pecho la orna y ciñe
|
|
de turquino29 color que, como estrella,
|
|
del ornato celeste el suyo tiñe.
|
|
Con airoso cendal de nácar sella
|
|
su blanca nieve, que injuriada riñe
|
415
|
con las sandalias porque dan clausura
|
|
en partes al primor de su blancura.
|
|
Sus lustrosos cabellos, grave afrenta
|
|
del ébano, con gracia relevados30
|
|
la espalda anegan. ¿Cuándo más tormenta
|
420
|
en sus ondas temieron los cuidados?
|
|
No su velocidad sin causa alienta,
|
|
pues le sirven al viento dilatados
|
|
de alas al parecer con que pudiera
|
|
a los rayos del sol volar ligera.
|
425
|
Hipomenes el último quedaba
|
|
y, haciéndose a los jueces manifiesto,
|
|
entregarse al certamen esperaba
|
|
distinto no del señalado puesto.
|
|
Cuidadosa Atalanta le miraba
|
430
|
y, viendo era su amante, se dio presto
|
|
a la imaginación, que más quisiera
|
|
poderle huir como la vez primera.
|
|
«¿Podré ser yo —repite— de mi vida
|
|
tirana? Pues si acudo a darte muerte,
|
435
|
la mía estando con la tuya unida,
|
|
será en las dos recíproca la suerte.
|
|
¿Para qué me acredito de atrevida
|
|
cuando es el pensamiento —oh, trance fuerte—
|
|
de dos causas que en él se han encontrado:
|
440
|
árbitro con sospechas de abogado?
|
|
Falsas son con Amor oposiciones,
|
|
calle el vencido amagos al triunfante;
|
|
pida partidos, pero no invasiones
|
|
acredite, que es culpa de arrogante.
|
445
|
Cuando amor te venció, ¿por qué te opones,
|
|
albedrío, a sus fuerzas, ignorante?
|
|
Inclina la cerviz a su presencia.
|
|
Hija de la humildad es la clemencia.
|
|
Mas la apolínea imagen, ¿no me avisa
|
450
|
futuro mal si a conyugales lazos
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me doy? Pues ¿cómo intento hacer remisa
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contradición a tantos embarazos?
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La muerte de este joven es precisa:
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Dé el cuello al filo, dé al cordel los brazos,
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será entre todos el mayor trofeo
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triunfar, siendo mujer, de mi deseo.
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Quien paga una leal correspondencia
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con pérfida traición de Jove santo
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¿fuerte rayo merece su inclemencia,
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entregue el pecho al penetrante espanto?
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Pues su deidad en la mortal esencia
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se transformó por amoroso encanto,
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mudarme yo no es culpa ni bajeza.
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Que en mí cumpla su ley naturaleza.
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Pero como si en este lance solo
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mi fama estriba que con lengua eterna
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me infamará por cuanto vaya Eolo,
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puedo entregar la parte más interna.
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Temer quiero el oráculo de Apolo,
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pues sin duda su fuerza me gobierna,
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que la que burla arpones de Ericina
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no vive sin aplausos de divina».
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A esto añade la seña del combate
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con su cándida diestra y, al momento,
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obliga a que un clarín ronco desate
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del estrecho cañón vital acento.
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Dudar pudiera Marte en el debate,
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pues oído el armígero concento,
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cobra la ninfa tan briosas alas
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que espejo fue y emulación de Palas.
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Con un propio ademán, a la carrera
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se impelen el rigor y el amor juntos;
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poco una pena riesgos considera,
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que los temores tiene amor difuntos.
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No la distancia al joven desespera,
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la confianza en él crece por puntos
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y a vencer el desdén tanto se inspira
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que lo que fue pasión, traslada en ira.
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Y viendo que la ninfa le prefiere
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con desdeñosa y bárbara jactancia,
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con el pomo primero el suelo hiere,
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que en círculos abrevia la distancia31.
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Febo, que entonces más incendio adquiere,
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el oro inunda con fogosa instancia.
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Atalanta le mira y presurosa
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tras él vuela, neblí de nieve y rosa.
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Relámpago apacible, brasa ardiente,
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corre la esfera de oro por el llano,
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y entre tanta esmeralda floreciente
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más su esplendor se ilustra soberano.
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Bello imán de su curso diligente,
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lo que fatiga el pie, premia la mano
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dando a entender su propia ligereza,
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que del afán es parto la riqueza.
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Hipomenes entonces se adelanta
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duplicar procurando el movimiento,
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pero restituyéndose Atalanta
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al curso pareció más grave el viento.
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Segundo hechizo a su ligera planta
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despide ya con esmerado aliento,
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y ella nada perpleja acude aguda,
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que solo en la mujer hay primer duda.
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Ya vencedor se jacta el bello amante,
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pero la virgen con ardiente brío
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la ventaja le usurpa en breve instante,
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el anterior mintiendo desvarío.
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Mas al pomo tercero su arrogante
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velocidad cedió y el albedrío.
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Con que el nieto del húmido tridente
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Céfiro se acredita más valiente32.
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Cuando la esquiva bella, ya vencida,
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ejecutado el último deseo,
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ligera se levanta y presumida
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a dar dichoso fin a su trofeo.
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Viendo su opuesta frente guarnecida,
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tal turbación logró su desdén feo
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que por cubrir el rostro le pidiera
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su venda al Dios si grato le tuviera.
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Y de interior afecto provocada
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alta victoria llama el vencimiento,
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pues es razón de presunción postrada
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desmentir la sospecha de su intento.
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Pero teme que no se persüada
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el amante, ¡oh, cobarde pensamiento!
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a que la voluntad cedió a los precios,
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que amor triunfante olvida sus desprecios.
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Llega, tímida ninfa, que te espera
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unión dichosa; no te dé temores
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tu propio amor, que poco considera
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presente empleo antiguos disfavores.
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Tu mismo natural lograr pudiera
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disculpa anticipada a tus errores:
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mujer te hizo la inmortal justicia
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y en ti cabe el amor y la codicia.
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Fuertes ejemplos en tu abono viven
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sobre columnas de inmortal memoria
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que de diamante en láminas escriben:
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hijo de este metal es la victoria.
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Sus fuerzas, ¿qué lealtades prohíben?
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Con ellas no es difícil alta gloria,
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que no en vano el planeta más divino
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le adornó de esplendor tan peregrino.
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El impíreo Rector del azul velo
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necesita su auxilio y trasladado
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en su rojo color, se niega al cielo
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y ejecuta deseo dilatado.
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Dánae, guardada de paterno celo
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en fuerte sitio al mismo Sol negado,
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por él se expone al celestial decoro,
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que duermen Argos consonancias de oro33.
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Cuando Amor ejecuta su violencia
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le introduce en su arpón y con él hiere
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a la más diamantina resistencia
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por más que en su dureza persevere;
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pues alma rinde, no es mortal su esencia.
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Burle de la fortuna quien le adquiere,
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que de segundo Jove alcanza nombre,
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pues a su imitación da ser al hombre.
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Atalanta se inclina donde estaban
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esperándola yugos himineos,
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viendo que sus temores se ausentaban
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postrados al valor de sus deseos.
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Tanto los dos amantes festejaban
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el conseguido fin de sus empleos
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que a honestos ademanes exteriores
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afectos prevenían vencedores.
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Los que habitan la Arcadia se mostraron
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en el júbilo de esta unión conformes,
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y con varios placeres celebraron
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los dos ánimos ya no desconformes.
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A presidir en la ocasión se hallaron
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los conyugales dioses uniformes
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y la que antes palestra de rigores,
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sitio es de amenidad, campo de amores.
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La adversa suerte, que de no constante
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se paga, pues en frágiles cimientos
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el peso fija del mayor Atlante
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para hacerle trofeo de los vientos,
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traza ruina en uno y otro amante
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en lo más interior de sus contentos;
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porque lo amable es flor cuyos colores
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espiran sin gozar nuevos albores.
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Impia Venus, del joven agraviada
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poco grato al auxilio recibido,
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o celosa de ver tan ocupada
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su memoria en la ninfa divertido,
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al suplicio, que ordena provocada,
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convoca el hado a castigar su olvido.
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Si no perdona una deidad, no yerra
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quien disculpa venganzas de la tierra.
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La soledad buscando en bosque umbroso,
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pues siempre amor buscó las soledades,
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que es condición de afecto fervoroso
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los testigos huir de sus verdades,
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salen la ninfa y el amante esposo
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cuando el prado los tuvo por deidades,
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pues cual suele al crepúsculo del alba
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sin lazos el clavel les hizo salva.
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Allí atienden mil sierpes presurosas
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que, imitando a Faetón precipitadas,
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descienden por altezas peñascosas
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donde pierden su curso mal logradas:
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unas, que se entretejen bulliciosas
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en otras, que componen dilatadas
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ejemplo de la suerte, pues adquieren
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estas imperio cuando aquellas mueren.
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Ven a Narciso de sí mismo amante,
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difunto en azul tumba y en distinto
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sitio, en su propia púrpura fragrante,
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la beldad trasladada de Jacinto.
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Allí del fiero diente y arrogante
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se ve el trofeo de rubíes tinto,
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y en otra flor la infausta y torpe muerte
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del contendor del hijo de Laerte.
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El lúgubre verdor, pira elevada,
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de Cipariso miran y, a otra parte,
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la hija de Peneo dedicada
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para las sienes del secuaz de Marte.
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Atis también en planta levantada
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de la insana Cibeles por el arte,
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y el árbol robusto consagrado
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al rojo Sol, de Baucis el traslado34.
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Harpadas lenguas de sencillas aves
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les hacían sonoro acogimiento;
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Filomena cantaba quejas graves
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del Trace usurpador de su contento
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en consonancias tristes y süaves.
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Alcïon repetía su lamento,
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roncos acentos Arne al aire daba
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y la innocencia en Itis se quejaba35.
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Así llegando al templo de Cibeles
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a dar gracias de triunfos venturosos,
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sienten de amor incendios tan crüeles
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que la razón vencieron poderosos.
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Recíproca armonía de claveles
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induce a los combates amorosos,
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y en la parte del templo más oculta
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en un pecho el amor otro sepulta.
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La immunidad del templo profanada
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del sacrílego error que ajó sus cultos,
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quiso dejar la ofensa castigada
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—justo rigor a bárbaros insultos—:
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de la sólida unión desenlazada;
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la trabazón de los marmóreos bultos
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sobre ellos desplomó la arquitectura
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dando a su nombre eterna sepultura.
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En dos fieras de Albania convertidos36
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quedaron los dos míseros amantes,
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asustando la selva con bramidos
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que fueron tiernas quejas de amor antes.
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El cielo, que a castigos merecidos
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tal vez dispone infaustos los instantes,
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por hacer más atroz su pena extraña
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asombros los juró de la montaña.
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