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Notas
Aplico esta hipótesis en «La oda estacional hispano-portuguesa» (2018) y «Poéticas de la muerte» (en trámite de publicación).
Las citas de los textos poéticos proceden de las ediciones de Earle (2000), para Ferreira, y Ramajo Caño (2006), para Fray Luis de León. A lo largo del trabajo se indican solo los versos.
Entre 1543 y 1556 transcurre la estancia de Ferreira en Coimbra, adonde regresa tras obtener el doctorado en Cánones (Roig, 1970, pp. 73-146; Earle, 2000, pp. 7-24). Ramajo Caño (2006, pp. xxiii-xxiv) resume los avatares de la vida universitaria de Fray Luis, tratados por Barrientos García (1996). Carece de fundamento la leyenda del viaje secreto realizado por Fray Luis a Lisboa, para convertirse en cripto-recoleto, documentada en la Bibliotheca Lusitana (1741-1759, III, pp. 756-758) de Diego Barbosa Machado y en alguna biografía como la de Francisco Méndez (1882), según nota Alonso Romo (2008, pp. 81-82). Su relación con Portugal se limitaría a la amistad con compañeros de claustro portugueses, fundamentalmente João de Almeida, y al enfrentamiento con el fraile jerónimo Heitor Pinto, a cuyas pretensiones se opone en 1568 (Barrientos García, 1996, pp. 354-387).
Para la cronología de la actividad literaria de Ferreira, que en 1557 ya tendría preparados el primer libro de los sonetos y de las odas, véase Earle (2000, pp. 28-29). La datación de las composiciones luisianas se ha supeditado a menudo a las circunstancias biográficas del proceso y la cárcel, que incluso han servido de criterio clasificador (Macrì, 1982, pp. 45-46; Alarcos, 2006, pp. 38-39, 114, entre otros; para el proceso inquisitorial, véase Alcalá, 1996).
No se conservan versiones manuscritas de las odas de Ferreira, cuyo texto procede de los Poemas Lusitanos, de 1598, con toda probabilidad basado en una copia fidedigna (Earle, 2000, pp. 29-31). Por el contrario, la transmisión de la obra luisiana reviste una gran complejidad, sistematizada por García Gil (1988) o J. M. Blecua (1990), por mencionar dos títulos representativos.
En ese mismo año H. Estienne edita el himno aristotélico, transmitido por Diógenes Laercio, que inspira las cuatro primeras liras de apóstrofe a la Virtud, como se advierte a partir de las ediciones de Coster (1921-1922) y de Menéndez Pelayo (1928). Véase Alarcos (2006, p. 49).
Tal es la hipótesis de Alcina (1989, p. 149), aunque también se ha considerado que podría haber sido escrita a finales de 1576 o principios de 1577, con posterioridad a la liberación (Alarcos, 2006, p. 96; y, recogiendo ambas hipótesis, Ramajo Caño, 2006, pp. 609-610).
Roig (1970, pp. 123-124) considera que esta oda fue compuesta en 1557 o 1558, basándose en la fecha del viaje de Afonso Vaz Caminha a la India, fijada por Teófilo Braga en 1557. Earle (2000, p. 530) considera más probable el año de 1559, teniendo en cuenta el plazo necesario para que llegaran a Portugal noticias sobre la expedición dirigida por Constantino de Bragança.
Marnoto (2007) profundiza en la estructura de cancionero de los Poemas lusitanos de 1598, que siguen el modelo de Boscán, editado en 1543 en Barcelona, por Carlos Amorós, y en Lisboa, por Luís Rodrigues.
Así, por lo que respecta al nombre del destinatario, se entremezclan las dirigidas a Portocarrero (II, XV, XXII), Felipe Ruiz (V, X, XII), Francisco de Salinas (III), Don Loarte (VIII), Cherinto (IX), Juan de Grial (XI), con una sección religiosa final, A todos los Santos (XIX), A Santiago (XX) y A Nuestra Señora (XXI).
Tasso recurre a este tipo de quinteto en las Ode «Crescete, o vaghi fiori» y «Aure liete e felici» y en los Salmi «Con quai lode, o Signore» e «In questo grande abisso». El septeto aparece en la oda A Diana, «Pon freno, Musa, a quel sì lungo pianto» (III), imitada por Camões con idéntica combinación. La oda II 4 de Ferreira (ABBAACcDD) repite la distribución de rimas, no la de los versos, de la oda A Pan (abbAaccdD).
Establecen el origen y fortuna de esta combinación de cinco versos en la lírica peninsular Alonso (1966), Belchior (1971) y Caravaggi (1995).
El horacianismo de Ferreira ha sido puesto de relieve, entre otros, por Menéndez Pelayo (1885, II, pp. 304-309), Rocha Pereira (1972, pp. 43-52), Earle (1990, pp. 61-88) y Costa Ramalho (1997, pp. 318-332) y, más ceñido a las Cartas, Pinto de Castro (2009). Para sus deudas con el estoicismo, véase Earle (1995 y 2000, pp. 12-14). La influencia de Horacio en Fray Luis de León es estudiada por Cristóbal (1994) y Ramajo Caño (2006, pp. xliii-xlviii), mientras que Ettinghausen (1996) la matiza para adscribir su poesía original a la corriente neoestoica.
Ambos personajes son depositarios de la areté, virtud humana determinante de la excelencia del individuo. La oposición entre ellos se deja explicar a la luz de las principales virtudes éticas señaladas en la Ética Nicomáquea de Aristóteles: la valentía (andreia), la templanza (sophrosyne), la justicia (dikaiosyne), la equidad (epieikeía) y la magnanimidad (megalopsychia). Distingue de la andreia otros tipos de valor como la temeridad (tólma) y el coraje (thymós), en donde se altera por exceso el ideal de justo medio (mesotés). Sobre la temeridad y la magnanimidad, elegidas para dar título a este apartado, véanse respectivamente los capítulos III (1115b-1117a, pp. 85-90) y IV (1123b-1125a, pp. 107-112).
Identifican sus precedentes clásicos, bíblicos y patrísticos Senabre (1978), Alcina (1989, p. 69) y Ramajo Caño (2006, pp. 519-520).
«La hombría de bien, que a los que no merecen morir les abre el cielo, busca marchar por el camino a otros negado y llevado por veloces alas abandona los corrillos del vulgo y la encharcada tierra» (trad. Moralejo Álvarez, 2008, p. 251). Para las odas de Horacio, se sigue el texto latino editado por Fernández-Galiano y Cristóbal (1997) y la traducción de Moralejo Álvarez (2008). En citas sucesivas se indican solo los versos y la página, respectivamente para el original y la traducción. A esta oda puede añadirse el «secretum iter» (epístola I 18, vv. 101-103), según anota Alcina para la oda I (1989, p. 69). La tradición helenística y romana de la inmortalidad de los héroes, también sostenida en el estoicismo, se documenta en Nisbet y Rudd (2004, pp. 30-31).
«El contraste entre la experimentada sabiduría de los viejos y la impulsiva irreflexión de la juventud atraviesa toda la Ilíada» (Curtius, 1955, p. 248). Como affectator sapientiae, aspirante a la sabiduría (Séneca, De constantia sapientis, XIX, 4, p. 59), Afonso recibe de parte de su padre consejos para aquilatar su virtud marcial, mientras que el poeta canaliza su heroicidad hacia los valores morales. La estrofa en boca del padre se corresponde con la variedad de epigrama fúnebre que tiene por destinatario a un familiar (Díaz de Cerio, 1999).
La senda, motivo recurrente en la poesía de Ferreira, se liga a la glorificación del destinatario: «Seguindo tuas pisadas / nas nuvens levantado / assi serei» (I 3, vv. 57-59); «a direita / via seguindo vai, / a virtude levando só por guía. / Não torce, não duvida, / jamais dela se sai, / por mais qu’ o mundo dela se desvia» (I 3, vv. 24-29). Connota asimismo su integridad: «Lá sempre um, sempre inteiro, /seguindo o verdadeiro / camino, que o alto céu te chama, e guía» (II 5, vv. 96-98).
En coincidencia parcial con el Himno a la Virtud de Aristóteles: «Por ti, Heracles, hijo de Zeus, y los vástagos de Leda mucho padecieron persiguiendo tu fuerza con sus obras» (v. 9). Se sigue la versión de Ramajo Caño (2006, p. 531), quien indica que también lo tradujo el Pinciano en la epístola X de su Philosophía Antigua Poética (1596).
Están implícitas las dos sendas del bivium o Y pitagórica, que aparece en el Evangelio (San Mateo, 7, 13-14), y en la mitología, asociado a la elección de Hércules, así como en el Sueño del Infierno de Quevedo o en El Criticón (I) de Gracián, según anota Arellano (1991, p. 172).
Referencias respectivas a las armas de los belicosos tracios y de los alemanes, la flecha y la bala de cañón, combinando lo antiguo y lo moderno (Alcina, 1989, p. 79; Ramajo Caño, 2006, p. 19).
En el capítulo XII de su Manual explica Epicteto los conceptos de impasibilidad o apátheia y calma del alma o ataraxia. Según anota Reyes Alonso, la primera «es el estado del alma que permanece impasible (apathés), que carece de pasión (pathos)» y se usa a veces como sinónimo de ataraxia, «estado del alma que permanece impasible ante las emociones», diferente de la ataraxia de Epicuro, que «implica la renuncia a la actividad, mientras que la apátheia se hace posible gracias a la actividad del logos» (1993, p. 54). Representa ese arquetipo la oda I de Fray Luis, preámbulo que anticipa un programa ético basado en el rechazo de las pasiones o afectos (placer, dolor, deseo, miedo, en la ética estoica) y la aspiración a la autarquía (sibi innixus) (Alcina, 1989, pp. 67-75 y Ramajo Caño, 2006, pp. xlix-l, 524-525, que expone diversas tipologías de esos afectos). El estoicismo de Ferreira, caracterizado por Earle (1995; 2000, pp. 12-14), tiene un precedente en Sá de Miranda, que hace de esta corriente uno de los elementos fundamentales de su poesía, a cuya luz se explican el conocimiento, la visión de la realidad e incluso el estilo (Matos, 1987).
En la segunda mitad de la oda luisiana advierte Ettinghausen «un contenido conceptual marcadamente estoico, pues [...] esa virtud —cuya definición (“la más alta empresa de la vida”) tanto suena al summum bonum de los estoicos—, se define finalmente como garantía de la constancia que le permite a Portocarrero despreciar la riqueza y quedar inmune contra toda pasión y tentación» (1996, p. 246). Ramajo Caño (2006, pp. 531-532) documenta este concepto en De vita beata (IV 1) de Séneca. Constituiría uno de los muchos indicios del neoestoicismo de Fray Luis. Según constata Ramajo Caño (2006, pp. 534-535), en los capítulos «Rey de Dios» y «Camino» (De los nombres de Cristo) la virtud cristiana se define con cualidades aplicables a Portocarrero.
Con respecto al doble símil, con la «traciana flecha» y la «bola tudesca» (vv. 26-30), Alcina explica: «expresa la rectitud y firmeza de Portocarrero. Es la constantia (aparallaxía), una de las virtudes fundamentales del sabio estoico» (1989, p. 79). La figura del héroe estoico está representada en la oda III 3 («Iustum et tenacem propositi virum») de Horacio, aunque las referencias a la apátheia o imperturbabilidad recorren sus Carmina: «Integer vitae scelerisque purus» (I 22, v. 1), «vultu sereno» (I 37, v. 26), «oculo irretorto» (II 2, v. 23), así como el símil de la encina podada (IV 4, vv. 57-60), de donde toma Fray Luis el lema «Ab ipso ferro», que rodea el escudo de algunas portadas de sus obras. En su oda XII, Fray Luis imita de manera consecutiva las odas III 3 (vv. 3-8), en el motivo del rostro invariable de «el que se mide» (vv. 21-30), y la citada comparación con la encina, «ñudosa / carrasca» (vv. 31-32), que reverdece al ser cortada.
Una de las virtudes intelectuales o disposiciones del alma, al lado del arte (techne), la ciencia (episteme), la sabiduría (sophia) y el intelecto (nous) (Ética Nicomáquea, l. VI, 1139b, p. 156). La prudencia, que no debe ser confundida con la virtud, consiste en una sabiduría práctica, determinante de la consecución de las virtudes éticas (l. VI, 1144b, pp. 171-173).
Este término, probablemente tomado de Aristóteles, se reitera en el Manual de Epicteto (IV, XIX, XXIX 7), a veces como sinónimo de hegemonikon, que también designa el punto central del alma. La phroaíresis consiste en «un conjunto de actividades morales, tales como propósito, decisión, función, elección, voluntad, antes de realizar un acto y que forman el carácter moral del hombre» (Alonso García, 1993, p. 29).
Resuena en tales palabras el comienzo del Himno a la Virtud aristotélico: «Virtud, que causas muchos trabajos al linaje humano, meta la más preciada de la vida» (trad. Ramajo Caño, 2006, p. 531). Asimismo, la asociación de nobleza y valentía remite a su Ética, en donde se considera que el valiente «elige y soporta el peligro porque es honroso hacerlo así, y vergonzoso no hacerlo» (l. III, 1116a, p. 86). Esa valentía genuina aparece siempre bajo el dominio del logos, como postula Platón: «Valiente, precisamente, creo, llamaremos a cada individuo por esta segunda parte, cuando su fogosidad preserva, a través de placeres y penas, lo prescrito por la razón en cuanto a lo que hay que temer y lo que no» (República, IV, 442c, p. 238).
«El coraje también se toma por valentía, pues parecen, asimismo, valientes los que arrebatadamente se lanzan como las fieras contra los que los han herido, porque es un hecho que los valientes son fogosos (ya que el coraje es lo más audaz frente a los peligros) [...]. La valentía más natural parece ser la inspirada por el coraje, cuando se le añaden elección y finalidad. Los hombres, en efecto, sufren cuando están irritados y se alegran cuando se vengan, pero los que luchan por estas causas son combativos, no valerosos, porque luchan no por una causa noble y según la razón se lo dicta, sino por apasionamiento; con todo, se parecen a los valerosos» (Ética Nicomáquea, 1116b-1117a, II, pp. 88-89).
Consúltese Davis (1983) para el significado de virtus en este poema.
El concepto de héroe se liga al binomio fortitudo et sapientia, que opone el valor militar a la sabiduría y la rectitud personal, para dar lugar al tópico de las armas y las letras durante el Renacimiento, tal como explica Curtius (1955, pp. 242-269). Del mismo modo que sapientia connota a la vez los méritos intelectuales y morales, fortitudo puede significar no solo la destreza en las armas y la fuerza física, sino también la integridad personal. Así la define Séneca en De constantia sapientis: «Non est autem fortior nequitia uirtute: non potest ergo laedi sapiens» («Or la perversité n’est pas plus puissante que la vertu: donc le sage ne peut être blessé», VII 2, p. 44). Según el comentario de Grimal, «La Vertu, et elle seule, possède la Fortitudo, qui est la “force” de résister avec ses propres armes aux attaques extérieures» (1953, p. 61). Tal es el sentido del término en las odas de Ferreira II 2 («vestida a fortaleza / já d’imortalidade», vv. 61-62) y II 4 («Ajuda Deus a boa fortaleza / de conselho e razão acompanhada», vv. 46-47), mientras que en la IX de Fray Luis se refiere al vigor físico de Sansón («no vale fortaleza: / que al vencedor Gazano / condujo a triste fin femenil mano», vv. 33-35).
El poema remitiría al propio Luis de León, conforme a la lectura de Alarcos, para quien el destinatario representa un simple vocativo y «son las propias circunstancias del autor las que informan la sustancia de los versos, si bien, con contenido pudor, no asoma por ninguna parte la primera persona» (2006, p. 95), aunque, de acuerdo con Ramajo Caño (2006, p. 610), el paradigma de varón constante aquí definido se adecua también a la phroaíresis de Portocarrero.
Earle (1990, pp. 72-75) coteja con esta fuente las estrofas 6-7 (vv. 46-63) de la oda II 4. También es anotada como modelo del pasaje luisiano en las diversas ediciones y estudios de la oda XV (Macrì, 1982, p. 329; Alcina, 1989, pp. 149-150; Serés, 1990, p. 100). La oda III 4 de Horacio constituye el más detallado relato de la Gigantomaquia conservado de la época de Augusto, al lado del episodio de Caco en el libro VIII de la Eneida y, posteriormente, en Claudiano (carm. min. 53) (Nisbet y Rudd, 2004, p. 55).
«La fuerza sin la razón por su propio peso se derrumba» (p. 262).
Ramajo Caño (2006, pp. 610-611) advierte la relación con el mito de Ícaro, caso ejemplar contra las ambiciones desmedidas, asimismo ilustradas en la Exposición del Libro de Job (IV 9, VIII 13, X 3, XV 21, XXII 15). Morreale (1985, p. 357) aporta diversos pasajes bíblicos en que los gigantes muestran dicha actitud (Job, XXVI 5; Proverbios, IX 18).
«Giges, el de las cien manos, testigo es de mis sentencias [...]. Duélese la Tierra de verse arrojada sobre monstruos que eran suyos, y llora a sus hijos enviados por el rayo al Orco pálido [...]» (pp. 262-263).
Estas simbolizan la arrogancia en «em torres, em tesouros, em grandezas» (I 5, v. 27), siguiendo a Horacio (I 4, v. 15; II 10, vv. 9-12). Llobera relaciona dicha imagen con la oda XV de Fray Luis, en la que el desafío de los gigantes es comparado al de los hombres que construyeron la torre de Babel (Génesis, II 1-9) (Ramajo Caño, 2006, p. 611).
Nisbet y Rudd (2004, p. 76) advierten el habitual uso de testis para introducir un aforismo. Dicha fórmula reaparecerá en «Testigo es la fragosa / Poqueira» (XXII, vv. 61-62) y en la traducción de la oda III 4: «Testigo es verdadero / de mis sentencias Gías» (vv. 103-104).
El concepto de inocencia como cualidad inherente a la moderación y reservada a los pobres, conforme expone la oda III 23 de Horacio, se verifica en las odas XVII de Fray Luis y I 7 de Ferreira, proclamada en sendos makarismoi o bienaventuranzas: «Dichoso el que jamás [...] / que por las inocentes soledades / recoge el pobre cuerpo en vil cabaña / y el ánimo enriquece con verdades [...] lo justo le acompaña y la luciente / verdad, la sencillez en pechos de oro, / la fee no colorada falsamente» (XVII, vv. 46-60), «Ditoso tu, que lavras / tua terra c’os teus bois e os pensamentos / de boa esperança enches. Peito puro, / santa alma, língua sã, mãos inocentes / desejo; os mais estados, / Fortuna, dá a quem queres. Eu só quero / viver seguro e livre entre os contentes» (I 7, vv. 41-47). Añádase: «esse inocente / peito, que de nenhum vício te culpa, / tão puro, casto e santo» (I 3, vv. 4-6).
Aunque para Aristóteles la incontinencia de la ira pertenece a la categoría de las disposiciones brutales y morbosas (Ética Nicomáquea, 1149a-1150a, l. VII, pp. 187-190), en este contexto «ciegos de ira» supone una manifestación de la maldad, producto de la razón. En «lo propio y lo diverso, ajeno, extraño» (v. 32) se advierte la distinción estoica: «si piensas que solo lo tuyo es tuyo, y ajeno lo ajeno, como en efecto lo es, nadie te forzará jamás, nadie te estorbará, no harás reproches a nadie, no acusarás a nadie, no harás absolutamente nada en contra de tu voluntad, nadie te causará perjuicio. No tendrás enemigo alguno; pues no sufrirás nada» (Epicteto, Manual, I 3, p. 44). «Lo propio (o lo proprio, según variante de la época) designaría las obras que él mismo había escrito; lo diverso, ajeno, extraño, aquellas otras de cuya frecuentación asidua se le acusaba» (Morreale, 1985, p. 355) o bien aquellos escritos espurios, que durante el proceso debió discriminar de las obras propias (Ramajo Caño, 2006, p. 100).
Según Coster, tigre y basilisco aludirían a León de Castro y Bartolomé de Medina (Ramajo Caño, 2006, p. 612). La representación de los vicios como animales se explica a la luz de los capítulos de la Ética Nicomáquea dedicados a las disposiciones morbosas o brutales, la incontinencia de la ira y de los apetitos (l. VII, 5-6, pp. 186-190). Los estoicos señalan cuatro vicios, que proceden del thymós o la parte irracional del alma y se oponen a las cuatro virtudes cardinales: la petulantia a la phrónesis, la cupiditas a la sophrosyne, la temeritas a la andreia y la superbia a la dikaiosyne (Grimal, 1953, p. 71).
Tal es la hipótesis de Adrien Roig, quien sitúa la composición de la oda II 2 en fecha posterior a 1557, teniendo en cuenta la del nacimiento de Afonso, en 1537, y el epitafio XLIV de Pero d’Andrade Caminha, en donde el poeta se refiere a los veinte años de vida de su hermano (1970, pp. 122-123). Para Earle, esta oda fúnebre podría estar dirigida a cualquiera de los dos hermanos de Andrade Caminha, Afonso Vaz Caminha, que habría fallecido en 1559 o más tarde, y, con más probabilidad, Gaspar de Sousa Caminha (2000, pp. 527-528).
Ramajo Caño (2006, p. 613) añade como ejemplo de panoplia mística el capítulo «Brazo de Dios» (De los nombres de Cristo), así como otros textos sacros y profanos. Reluce aquí la autarquía del sabio, inmune a las iniuriae de la Fortuna, tal como se argumenta en De constantia sapientis, en un pasaje al que se aproximan las estrofas de cierre de la oda XV: «Qui, rationi innixus, per humanos casus diuino incedit animo, non habet ubi accipiat iniuriam [...]. Si maximum illud, ultra quod nihil habent iratae leges ac saeuissimi domini quod minentur, in quo imperium suum fortuna consumit, aequo placidoque animo accipimus et scimus mortem malum non esse, ob hoc ne iniuriam quidem, multo facilius alia tolerabimus [...] quae sapientem, etiam si uniuersa circumueniant, non mergunt, nedum ut ad singulorum impulsus maereat» («Celui qui, ayant la raison pour appui, s’avance avec une âme divine parmi les accidents humains, n’offre aucune prise à l’injure [...]. Si nous accueillons d’une âme égale et calme la plus grande de toutes les épreuves, menace suprême des lois irritées et des tyrans les plus cruels, limite où la fortune épuise sa puissance, si nous savons que la mort n’est pas un mal, ni par conséquent une injure, avec quelle facilité ne supporterons-nous pas tout le reste [...] Dussent-elles fondre sur lui toutes ensemble, de telles disgrâces n’écrasent point le sage, loin que l’une quelconque d’entre elles suffise à ébranler son courage», VIII 3, pp. 46-47).
Dicho verbo es usado por Fray Luis en contextos similares: «Del vulgo se descuesta, / hollando sobre el oro» (II, vv. 21-22), «traspaso sobre el aire, huello el cielo» (XII, v. 65). El mismo concepto se designa con pisar en Garcilaso: «Pisa el inmenso y cristalino cielo» (elegía I, v. 268), «el cielo / con inmortales pies pisas y mides» (égloga I, vv. 394-395). Para las imágenes del vuelo en Horacio y en Ferreira, véanse respectivamente Porter (1975) y Earle (1990, pp. 71-72).
Cf., en la oda I 3: «A coroa devida / voando, que guardada / nos céus lhe está, da terra se levanta» (vv. 30-32).
El concepto de «ocio santo» se puede relacionar con la «Santa, rústica vida» que disfruta Sampaio en Coimbra (I 7, v. 58), anhelada por el poeta en el makarismos dirigido al amigo: «Ditoso tu, que lavras / tua terra c’os teus bois e os pensamentos / de boa esperança enches» (I 7, vv. 41-43). Frente a la meta horaciana de disfrute terreno o placer, Ferreira concibe el retiro campestre como un recinto de paz y de seguridad para la salvación futura: «Contigo lá num fundo / vale vivirei eu livre, e contente. / Leda a vida terei, seguro o fim» (vv. 61-63). Dicho ideal, expresado en la oda «Otium divos rogat» (II 16), se plasma en conceptos similares a lo largo del libro luisiano: «gozo bueno» (XII, v. 22), «suerte buena» (XIII, v. 20), «sosegado / está» (XII, vv. 42-43), «descansada vida» (I, v. 1), «reposo dulce, alegre, reposado» (XIV, v. 5). En la oda XXII el «ocio santo» elegido por Portocarrero concuerda con el concepto aristotélico de vida contemplativa (bios theoretikos), único camino para conseguir la auténtica felicidad, virtuosa, perfecta y autárquica, consistente en el cultivo de la filosofía: «esta actividad es la más excelente (pues el intelecto es lo mejor de lo que hay en nosotros y está en relación con lo mejor de los objetos cognoscibles) [...]. Ciertamente, se considera que la filosofía posee placeres admirables en pureza y en firmeza, y es razonable que los hombres que saben pasen su tiempo más agradablemente que los que investigan. Además, la dicha autarquía se aplicará, sobre todo, a la actividad contemplativa [...]. Se cree, también, que la felicidad radica en el ocio, pues trabajamos para tener ocio y hacemos la guerra para tener paz» (Ética Nicomáquea, 1177a-b, l. X, p. 277). Véase el desarrollo pormenorizado de esta idea en Richardson Lear (2006, pp. 183-189). Asimismo, en la Epístola a Heródoto (35-37, 79), en la Epístola a Meneceo (122, 128-130) y en las Máximas Capitales (33-34) Epicuro cifra la felicidad en el conocimiento y la prudencia (Vara, 1996, pp. 34-37).
La nobleza del alma concebida como disposición espiritual, independiente del linaje, se formula ya en la sofística, Eurípides, Aristóteles, Anaxímenes, Séneca (animus facit nobilem) y Boecio y se convierte en tópico en la Edad Media, como muestran, entre otros, Mateo de Vendôme, el Roman de la Rose, Dante (Curtius, 1955, pp. 259-260). Es también un tema de debate humanístico, que se documenta en las obras en prosa de Fray Luis, por ejemplo In Abdiam (III 67), desarrollando ideas senequistas (Ad Luc., XLIV, 5; De cons., III 6, 7) (Alcina, 1989, pp. 186-187). Dicha nobleza se manifiesta mediante la superación del temor a la muerte: «Así se podría llamar valiente en el más alto sentido al que no teme una muerte gloriosa ni las contingencias que lleva consigo, como son, por ejemplo, las de la guerra» (Aristóteles, Ética Nicomáquea, 1115b, p. 84).
También en la Carta II 1 muestra Ferreira el dualismo entre la guerra justa y la aspiración a la aurea mediocritas (Pinto de Castro, 2009, p. 155). La andreia de los conquistadores y el compendio de virtudes éticas e intelectuales, principalmente la sophrosyne y la phrónesis, de los inmigrantes peninsulares se confrontan en la Grandeza Mexicana de Balbuena en defensa del derecho de estos últimos al gobierno del virreinato novohispano, como pone de relieve el estudio de Terukina Yamauchi (2017).
Asimismo se asocia a la virtud «el fruto cierto» (I, v. 45) y «fruto / de gloria verdadera» (IX, vv. 17-18).
La transformación de fortitudo et sapientia en armas y letras se produce en el Renacimiento, antecedido de las versiones de las epopeyas homéricas de Dictis (s. iv) y Dares (s. vi), que oponen la temeridad de Aquiles a la fuerza corporal y espiritual de Agamenón; la interpretación de Fulgencio del binomio que da comienzo a la Eneida, arma virumque, como valor y sabiduría y el reconocimiento de San Isidoro de la sabiduría y valor de los héroes (Curtius, 1955, pp. 242-262).
Cf. «dulce gozo de tronco generoso» (IV, v. 77).
Las pautas de los discursos de bienvenida o salutatorio (prosphonetikon o epibaterion) y de despedida (propemptikon o syntactikon) son estipuladas por Menandro en el tratado II de Sobre los géneros epidícticos (§ 78-79, 382-384, 395-399, 430-434; Romero Cruz, 1989, pp. 60-61, 66-69, 78-79, 85-88).
Cf. «con las estrellas mides / al Cid, clara victoria de mil lides» (II, vv. 9-10). La autarkeia de la virtud, que se basta a sí misma porque ella misma es la perfección, constituye una doctrina fundamental de los estoicos (Grimal, 1953, p. 52): «libera est, inuiolabilis, immota, inconcussa, sic contra casus indurata ut ne inclinari quidem, nedum uinci possit; aduersus apparatus terribilium rectos oculos tenet; nihil ex uultu mutat, siue illi dura siue secunda ostentantur» («celle-ci est indépendante, inviolable, immuable, inébranlable, et si bien endurcie contre les coups du sort que, loin de la faire succomber, ils ne la font même pas fléchir; la vue du plus redoutable appareil ne la fait pas cligner des yeux; aucun de ses traits ne change, qu’elle ait devant elle de menaçantes images ou des perspectives de bonheur», De constantia sapientis, V 4, pp. 41-42).
En De constantia sapientis (V 4, pp. 41-42) se argumenta que el sabio dotado de virtud permanece invulnerable ante los embates de la Fortuna, en relación con la idea de que sus dones son prestados y sin valor, tema diatríbico ya documentado en Antístenes, que Séneca formula en muchos otros lugares (Grimal, 1953, p. 52). Para superar el miedo a la muerte, Ferreira la opone a la Providencia. Con la convencional acepción de la inestabilidad, el término aparece también en la oda XXII: «mas tal es la Fortuna, / que no sabe durar en cosa alguna» (vv. 41-42).
La oda III 2 de Horacio recurre al asperum leonem como imagen del guerrero valeroso, contrastada con la bisoñez del novio real (vv. 9-12). La furia del león, insani leonis / vim, equivalente a la de Prometeo, se aduce en la oda I 16 (v. 15). Ramajo Caño (2006, p. 149) señala la oda IV 4 (vv. 13-18) como fuente del símil del león al acecho de las cabras.
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