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InicioNuméros133Gracián, Portugal y la Restauración

Gracián, Portugal y la Restauración

José Javier Rodríguez Rodríguez
p. 117-143

Resúmenes

Baltasar Gracián publicó sus obras entre 1637 y 1657, cuando la monarquía española de los Habsburgo luchaba por su supervivencia contra enemigos extranjeros e internos. La crítica ha discutido a menudo su actitud sobre la guerra de Cataluña, pero casi nunca ha examinado su posición sobre el conflicto portugués. Algunos estudiosos han notado que, mientras que a menudo se refirió a la historia, la cultura y a personalidades lusitanas, nunca mencionó la rebelión portuguesa en sus obras. Este artículo trata sobre el vínculo entre ambos hechos. En primer lugar, consideraré algunas imágenes políticas en los ensayos éticos de Gracián. En segundo lugar, estudiaré la presencia de las letras portuguesas en su tratado estético. En tercer lugar, analizaré las declaraciones sobre los portugueses en El criticón. A continuación, examinaré el papel de Portugal en la estructura narrativa de esta misma obra. Finalmente, concluiré proponiendo una hipótesis para explicar la actitud literaria de Gracián con respecto al movimiento de la Restauración de Portugal.

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Notas de la redacción

Article reçu pour publication le 15/02/2018; accepté le 14/04/2018.

Texto completo

  • 1 Por supuesto, Gracián es consciente de la insurrección portuguesa y deja constancia de ella en sus (...)
  • 2 Véase Milhou, 1987, pp. 185-187 (la cita procede de la p. 187). Según indica el propio autor, su es (...)
  • 3 Véase Milhou, 1987, pp. 183-185.
  • 4 Tendremos presentes en todo momento los valiosos estudios específicos, y complementarios entre sí, (...)

1En un ensayo lleno de erudición y perspicacia, Alain Milhou reparaba en el hecho de que la historia narrada en El criticón (publicado en tres partes, en 1651, 1653 y 1657) comienza en la India portuguesa. La elección de este lugar no tiene nada de extraño en tanto que punto de partida de un itinerario que debe conducir desde la periferia del mundo católico a su centro romano, pero parece contravenir otro aspecto de la obra: la ignorancia deliberada de la rebelión de Portugal y el silencio sobre la secesión efectiva del reino y sus dominios ultramarinos, en relación con la Monarquía Hispánica, a partir del Primero de Diciembre de 16401. El estudioso se interroga: «Mais pourquoi Gracián a-t-il, en quelque sorte, cherché la difficulté en faisant partir Critilo et Andrenio respectivement de Goa et de Sainte-Hélène? N’aurait-il pas été plus simple de les faire partir du Nouveau Monde américain?». Y se responde: «En fait, Gracián semble percevoir l’espace à travers l’implantation géographique de la Compagnie de Jésus. Or la présence jésuite était plus ancienne et plus déterminante dans les colonies portugaises que dans le monde hispano-américain». Esto es, el autor habría corrido el riesgo de introducir una peligrosa evocación del mundo lusitano, que complica innecesariamente su programa de ocultación del conflicto de la Restauración, inducido por su formación de jesuita y por el significado de la India portuguesa en la historia y la vida de la orden2. La hipótesis, así formulada, no resulta del todo convincente, habida cuenta de que, como señala el propio Milhou, la Compañía de Jesús había desplazado a las órdenes mendicantes y protagonizaba la acción evangelizadora en la América española en tiempos de Gracián, además de que, en cualquier caso, el jesuita aragonés no parece interesado en las misiones de ultramar, sino en el fortalecimiento de la autoridad de Roma en la Europa de la división religiosa3. Ahora bien, es posible que una relectura de sus obras atenta a la presencia y valoración de lo portugués proporcione indicios útiles para complementar esa explicación y comprender mejor el significado del marco geográfico donde se sitúa el inicio de la historia de El criticón4.

Diamante de Oriente

2En el quinto capítulo de su primera obra, El héroe, Baltasar Gracián adapta como sigue una anécdota leída en los Detti memorabili del Botero:

  • 5 Citamos los textos de Gracián por Obras completas, ed. 2001, salvo el Arte de ingenio, que leemos e (...)

Quien tuvo gusto rey fue el prudente de los Filipos de España, hecho siempre a objetos milagros, que nunca se pagaba sino de la que era maravilla en su serie.
Presentole un mercader portugués una estrella de la tierra, digo un diamante de Oriente, cifra de la riqueza, pasmo del resplandor; y cuando todos aguardaban, si no admiraciones, reparos en Filipo, escucharon desdenes, no porque afectase el gran monarca lo descomedido como lo grave, sino porque un gusto hecho siempre a milagros de naturaleza y arte no se pica así vulgarmente. ¡Qué paso este para una hidalga fantasía! «Señor —dijo—, sesenta mil ducados que abrevié en este digno nieto del sol no son de asquear». Apretó el punto Filipo y díjole: «¿En qué pensábadeis cuando disteis tanto?». «Señor —acudió el portugués, como tal—, pensaba en que había un rey Filipo Segundo en el mundo». Cayole al monarca en picadura más la agudeza que la preciosidad, y mandó luego pagarle el diamante y premiarle el dicho, ostentando la superioridad de su gusto en el precio y en el premio (V, p. 16)
5.

  • 6 La expresión «medios humanos» procede, claro está, del aforismo nº 251 del Oráculo (p. 287), glosad (...)
  • 7 Véase Herrero, 1966, pp. 134-141.
  • 8 Valladares, 1998, p. 28. Al comentar el Memorial de la preferencia que hace el reino de Portugal al (...)
  • 9 La acción de A secreto agravio, secreta venganza (compuesto hacia 1635, impreso en 1637) transcurre (...)

3No interesa en este momento la función explícita de la anécdota en el contexto del primer ensayo del jesuita sobre la ética de los «medios humanos» (ilustrar el primor o virtud personal del «gusto relevante» —V, p. 15)6, sino las connotaciones de carácter social, histórico y político anejas a los protagonistas y al objeto de la imaginaria transacción. Por una parte, es sabido que el del comerciante era uno de los tipos humanos portugueses mejor conocidos por los demás habitantes de la Península Ibérica, y que se lo asociaba con la venta de refinados artículos textiles, cerámicos, culinarios y de adorno personal7. El nuestro ofrece al monarca una joya que merece los calificativos de «estrella de la tierra, […] cifra de la riqueza, pasmo del resplandor», porque no en vano se trata de un «diamante» y, por más señas, «de Oriente», esto es, adquirido en el llamado Estado da Índia, el cual, aunque atravesaba en el siglo xvii una «crisis de viabilidad» irreversible, en contraste con las prometedoras expectativas del Brasil, conservaba en Portugal su «peso social y simbólico»8; un peso reconocido por los demás pueblos peninsulares, según prueba, por ejemplo, el drama calderoniano de ambientación portuguesa A secreto agravio, secreta venganza, en cuyo primer acto se suceden, de manera significativa, la evocación épica de «la conquista famosa / de la India» y una escena que representa el comercio de piedras orientales9.

  • 10 Apud Bouza, 2000, p. 63.
  • 11 Véase Fernández Álvarez, 1998, pp. 518-519.
  • 12 Esta idea de compleción y universalidad de la Monarquía regulaba, por ejemplo, el programa iconográ (...)

4El cliente del mercader portugués, en nuestro caso, es «el prudente de los Filipos de España», segundo de Castilla, primero de Portugal. Y así como la escena calderoniana a la que aludíamos transcurre frente a Lisboa, en la ribera opuesta del Tajo, nada impide situar la anécdota graciana en la capital portuguesa, en 1581 o 1582, cuando el monarca fijó su residencia en esa ciudad, «principal puerto y comercio de todo», según sus propias palabras10. Cabe imaginar incluso que la negociación se haya producido, al menos por parte de uno de los interlocutores, en portugués, idioma que el nieto de Manuel el Afortunado había aprendido de su madre11. En ese contexto, el «diamante de Oriente» ofrecido por el mercader adquiere el valor de símbolo de su éxito en la agregación de Portugal. Con ella, según la retórica política de aquellos días, culminaba el proceso de integración de los diversos reinos peninsulares en la Monarquía Hispánica y, a la vez, esta monarquía confirmaba su derecho al apellido de Católica, no solo por su lealtad a Roma en tiempos de polémica religiosa, sino también por su universalidad, puesto que, a sus dominios europeos y americanos, venía a sumar entonces las posesiones lusitanas en África y Asia12.

  • 13 Véase Valladares, 1998, pp. 25-26, y Periñán, 1999, p. 468, quien señala la simultaneidad de los in (...)
  • 14 El político don Fernando el Católico se edita en Zaragoza, en la imprenta de Diego Dormer, en 1640. (...)
  • 15 Desde un punto de vista diferente, Ferrari escribe: «Gracián singulariza a Fernando el Católico con (...)

5En definitiva, nuestra anécdota tiene la virtualidad de trasladar mentalmente al lector al tiempo de la anexión y de evocar el ideario que la acompañó. No deja de ser curioso que Gracián decidiera incluirla en su primer libro, El héroe, publicado el mismo año de 1637 en que las llamadas Alteraciones de Évora avisaban de la fragilidad de la Monarquía Dual13. Más sorprendente todavía resulta la coincidencia entre el movimiento que inicia la Restauración el Primero de Diciembre de 1640 y la segunda obra de Gracián, El político don Fernando el Católico, que se terminaba de imprimir justamente en aquellos días14. En ella, entre otras facetas del personaje escogido como modelo para reflexionar sobre el arte del gobierno, el autor llama la atención sobre su mérito de fundador de la Monarquía Hispánica15, con dos formulaciones levemente distintas. En la segunda de ellas, escribe:

Pareciéronle a Fernando estrechos sus hereditarios reinos de Aragón para sus dilatados deseos; y así anheló siempre a la grandeza y anchura de Castilla, y de allí a la monarquía de toda España, y aun a la universal de entrambos mundos (p. 62).

6Podríamos entender que el autor se ciñe a la trayectoria histórica del monarca, que reunió bajo su gobierno las coronas de Aragón y Castilla, más los reinos de Granada y Navarra y los territorios descubiertos en las Indias Occidentales; pero nos equivocaríamos, porque en un pasaje anterior le atribuye la aspiración a una Monarquía Hispánica que contuviese también el Reino de Portugal y el Estado da Índia, promovida por medio de la política matrimonial, y lo hace recurriendo a una metonimia lapidaria que confirma el valor simbólico que hemos dado más arriba al «diamante de Oriente»:

Copió el cielo en él todas las mejores prendas de todos los fundadores monarcas, para componer un imperio de todo lo mejor de las monarquías. Juntó muchas coronas en una y, no bastándole a su grandeza un mundo, su dicha y su capacidad le descubrieron otro. Aspiró a adornar su frente de las piedras orientales, así como de las perlas occidentales; que, si no lo consiguió en sus días, enseñó el camino a sus sucesores por el parentesco; que, donde no ha lugar la fuerza, lo ha la maña (p. 55).

  • 16 Se trata de una posición política que Batllori relaciona con el medio aragonés y que constata en la (...)

7Así pues, mientras en Lisboa se producía el movimiento que hería de muerte a la Monarquía Dual, se imprimía en Zaragoza el discurso político en que Gracián la celebraba y exaltaba como Monarquía Hispánica y Católica. Lo que no quiere decir en modo alguno que el jesuita fuera partidario de liquidar o menoscabar las particularidades políticas de Portugal o de cualquiera de los demás estados de la Monarquía. Todo lo contrario. Aunque la gestación de El político es anterior al Corpus de sangre (que, sin embargo, puede haber influido en la redacción final), no lo es a las tensiones sociales y territoriales que el programa olivarista de la Unión de armas y el esfuerzo bélico (sobre todo, a partir de 1635) estaban provocando, especialmente en Portugal (como hemos visto) y en la Corona de Aragón. Ellas pueden ser el motivo latente de ciertas observaciones que parecen aconsejar el reconocimiento y el respeto de la heterogeneidad intrínseca de la Monarquía16. Destaca, en primer lugar, la reivindicación del protagonismo compartido por los tres reinos principales de España en la conformación del Imperio Católico:

  • 17 Suprimimos la coma que sigue a la palabra «siglos» en la edición por la que citamos. Dicha coma pue (...)

Celebren todos los siglos depositadas todas las prendas en el verdadero Gerión de España, los tres fundadores de sus tres católicos reinos: don García Jiménez, de Sobrarbe; don Pelayo, de las Asturias; don Alonso Enríquez, de Portugal; que con gloriosa emulación pasaron a ser imperios, extendiéndose cada uno por diferente parte del universo (pp. 52-53)17.

8En seguida, advierte sobre las exigencias de gobierno derivadas de la diversidad interna de la Monarquía Hispánica, contraponiéndola, no por casualidad, con la supuesta uniformidad del Reino de Francia:

  • 18 Américo Castro advirtió sobre la importancia del pasaje (1972, p. 254), cuyos antecedentes entre lo (...)

Hay también grande distancia de fundar un reino especial y homogéneo dentro de una provincia al componer un imperio universal de diversas provincias y naciones. Allí la uniformidad de leyes, semejanza de costumbres, una lengua y un clima, al paso que lo unen en sí, lo separan de los extraños. Los mismos mares, los montes y los ríos le son a Francia término conatural y muralla para su conservación. Pero en la monarquía de España, donde las provincias son muchas, las naciones diferentes, las lenguas varias, las inclinaciones opuestas, los climas encontrados, así como es menester gran capacidad para conservar, así mucha para unir (p. 53)18.

  • 19 Estudió el tema Ferrari (1945, pp. 282-284) y lo recuerda, desde otra perspectiva, García Gibert, 2 (...)

9Gracián llega a plantearse incluso el delicado problema de la presencia del soberano en sus diferentes reinos y señoríos19. A este propósito, escribe:

  • 20 Los términos del símil reaparecen invertidos en la altercación introductoria de El criticón, III, 8 (...)

Célebre cuestión política si el príncipe ha de asistir en un centro por presencia y en todas partes por potencia y por noticia, o si, como el sol, ha de ir discurriendo por todo el horizonte de su imperio, ilustrando, influyendo y vivificando en todas partes (p. 83)20.

10Y aunque confiesa que «hállanse eficaces argumentos y acreditados ejemplos por el uno y otro dictamen» (p. 83), el aragonés parece inclinarse en favor de la itinerancia, al alabar a Fernando el Católico por haber evitado fijar su residencia en una ciudad y, por lo tanto, en uno solo de sus estados, condenando a los otros a la ausencia del Rey:

  • 21 Recuérdese que, desde el mismo instante de la agregación de Portugal, no habían faltado voces en de (...)

No fijó su corte en alguna ciudad de las de España, o porque no dio por definida su monarquía, aspirando siempre a más, o por dictamen profundo de no hacer cabeza una nación y pies otra. Punto de tanta atención que, por esto, los políticos reyes de la China señalaron dos ciudades, Panquín y Nanquín, para sillas de su grandeza, atendiendo ya a la propria comodidad en la alternación de estancias con las inclemencias de los tiempos, ya a la seguridad de los vasallos, igualándolos en los favores y en las cargas (p. 87)21.

  • 22 Así, en Arte, XXXII, p. 309, se evoca el episodio histórico de las Vísperas Sicilianas, que la prop (...)
  • 23 La alusión permanece en Agudeza, XLVI, p. 682.

11En la década de los años 40, Gracián publicó tres obras: Arte de ingenio (1642; ampliada bajo el título de Agudeza y arte de ingenio en 1648), El discreto (1646) y Oráculo manual y arte de prudencia (1647). En ninguna de ellas menciona la rebelión de Portugal, como tampoco se refiere abiertamente a la guerra de Cataluña (si bien en este caso desliza, al menos, alusiones indirectas)22. En cambio, se las arregla para insistir sobre la idea de la Monarquía Dual como culminación de la Monarquía Hispánica, y lo hace, en el Arte de ingenio, remitiendo, primero, a la citada anécdota de El héroe como ejemplo de agudeza por desempeño en el dicho (XXVIII, pp. 288-289)23 y ofreciendo, después, una variante de la conocida correlación lapidaria en la acción ingeniosa por invención atribuida al representante de España en la negociación de las dobles bodas reales hispano-francesas de 1615:

  • 24 Modernizamos la ortografía y la puntuación en las citas del Arte de ingenio. El fragmento pasó inta (...)

Sacó este galán príncipe el día de su embajada el Oriente en piedras y el Occidente en perlas, y pudo, en fe de su gran dueño, monarca de un sol a otro (Arte, XXX, pp. 301-302)24.

  • 25 Soledades, II, v. 379.

12La tenaz alusión a la pedrería del Oriente portugués, que Góngora había descrito como «esfera lapidosa de luceros»25, está ausente de El discreto, donde solo permanece la metáfora solar y geográfica; así, la ciudad de Madrid es definida como «madre del mundo desde el Oriente hasta el Ocaso, en fe del gran Filipo, en su cuarta esfera» (I, p. 111). Sin embargo, ambas imágenes volverán a combinarse sutilmente en las páginas de El criticón.

Cuerpos con alma

  • 26 Recuérdese la siguiente observación de Egido: «El gusto de Gracián por las letras portuguesas merec (...)

13Pero antes de ocuparnos de El criticón, conviene destacar otro aspecto de los escritos sobre estética y crítica literaria. En ellos, el jesuita aragonés inicia una campaña de reivindicación de la cultura portuguesa26, anticipada en una de las advertencias del prólogo «al lector», donde dice:

  • 27 En Agudeza, p. 309.

Tomé los ejemplos de la lengua en que los hallé, que si la latina blasona al relevante Floro, la italiana al valiente Taso, la española al culto Góngora y la portuguesa al afectuoso Camoes (Arte, pp. 133-134)27.

  • 28 Así, por ejemplo, Lope de Vega escribe el soneto 112 de sus Rimas como un centón de versos de Horac (...)
  • 29 Véase Larsen, 1981, así como Viqueira, 1961, pp. 63-79, y Periñán, 1999, pp. 478-482. Los tres estu (...)

14En efecto, a pesar del conflicto de la Restauración (al que evita referirse), Gracián ratifica la selección de idiomas afines más común entre los escritores españoles auriseculares, que incluía la lengua de Camões28, y la confirma al convertir al poeta en una de las fuentes principales de sus ejemplos29. Al aumentar la obra en 1648, el autor aprovechará para ampliar sus referencias a las letras portuguesas, añadiendo los nombres de Felipe Díez (Agudeza, XIV, pp. 429-430), Diogo Brandão (Agudeza, XXIV, p. 508), Gregorio Silvestre (Agudeza, XXVIII, pp. 560-561), Sá de Miranda (Agudeza, LXIII, p. 798) y don Juan de Silva, conde de Portalegre (Agudeza, XLIII, pp. 666-667), pero será de nuevo en El criticón donde culminará esta tendencia.

15Así, el último de los nombres citados se repite al destacar, dentro del campo de la literatura sapiencial útil para navegar por el golfo cortesano, «la juiciosa y grave instrucción del prudente Juan de Vega a su hijo cuando le enviaba a la corte», añadiendo que

realzó esa misma instrucción (que no la comentó), muy a lo señor y portugués, que es cuanto decirse puede, el conde de Portalegre, en semejante ocasión de enviar otro hijo a la corte (I, 11, pp. 971-972).

  • 30 Larsen (1981, p. 5) recuerda el comentario de Dámaso Alonso: «El chiste no es muy bueno, pero es mu (...)

16Más adelante, a propósito de la descripción del museo del discreto, solo uno de los poetas modernos allí representados queda a salvo de la censura (de la que no se libran el Tasso ni Góngora): «bástele —se explica— ser plectro portugués, tiernamente regalado, que él mismo se está diciendo: “El que amo es”» (II, 4, p. 1092)30. Pero será en el momento culminante de la anatomía moral y satírica, al discernir definitivamente lo valedero de lo vano, cuando se confirme la apología de la literatura portuguesa. Entonces se contará cómo un «raro monstruo con visos de persona, haciendo a todo muy mala cara» (III, 8, p. 1421), arroja a la cueva de la nada «librerías enteras» (III, 8, p. 1423) de escritos irrelevantes: novelas y comedias, obras enciclopédicas italianas e historiográficas españolas, tratados teológicos, jurídicos y médicos.

Pero notó Critilo que por maravilla desechaba obra alguna de autor portugués.
—Estos —decía— han sido grandes ingenios, todos son cuerpos con alma (III, 8, p. 1423).

17Complementariamente, los portugueses sirven de modelo para los escritores que pretendan acceder por sus obras a la isla de la inmortalidad, según explica su celoso portero, el Mérito, en el último capítulo de la obra:

  • 31 Merece la pena anotar la mención de Agostinho Manuel de Vasconcelos y la discreta alusión a su info (...)

Presentaron algunos escritores modernos, en vez de memoriales, grandes cuerpos, pero sin alma. Y no solo no eran admitidos, pero gritaba el Mérito:
—¡Hola, venga acá media docena de faquines, que para solos sus brazos son estos embarazos! Quitá de aquí estos insufribles fárragos, escritos no con tinta fina, sino aguachirle, y así todo es broma cuanto dicen. Las ochos hojas de Persio duran hoy y se leen, cuando de toda la
Amazónida de Marso no ha quedado más rastro que la censura de Horacio en su inmortal Arte. ¡Este sí que será eterno!
Y mostró un libro pequeño.
—Miradle y leedle, que es la
Corte en aldea del portugués Lobo; y estas otras, las obras de Sá de Miranda y las seis hojas de la instrucción que dio Juan de Vega a su hijo, comentada o realzada por el conde de Portalegre; esta la Vida de don Juan el Segundo de Portugal, escrita por don Agustín Manuel, digno de mejor fortuna; que los más de estos autores portugueses tienen pimienta en el ingenio (III, 12, p. 1498)31.

Famosos y fumosos

  • 32 Véase Herrero, 1966, pp. 163-167.
  • 33 Sobre la tópica de los caracteres nacionales y sus fuentes en El criticón, véase Vaíllo, 2004, pp. (...)

18«Pimienta en el ingenio»: comprendemos que, en su defensa de las letras lusitanas, Gracián no hace sino proyectar sobre ellas un rasgo de carácter comúnmente reconocido a los portugueses y ya demostrado por el mercader de El héroe32. Observación que nos conduce al terreno confinante de los caracteres nacionales, matriz tópica compartida por la política, la retórica y la poética, que irrumpe en El discreto, donde sirve para distribuir y contrastar los realces o cualidades personales explicados, e inunda El criticón, para nutrir la vertiente satírica e ilustrar las ideas políticas e históricas33.

  • 34 No compartimos la idea de «la radical y agria desesperación de Gracián frente a España», defendida (...)
  • 35 Véase Periñán, 1999, pp. 468-469.

19No se trata de analizar con detalle este aspecto de la obra; baste con tener en cuenta que el sistema tópico se despliega en dos niveles: el europeo, donde los españoles sobresalen frente a los franceses, los alemanes y los italianos; y el hispánico, en que los castellanos, los aragoneses y los portugueses resultan ser las naciones privilegiadas, frente a andaluces, valencianos, mallorquines o navarros, casi siempre objeto de burla34. Un lugar donde se articulan ambos niveles, y que muestra el concepto hispánico de la nacionalidad portuguesa que tenía el jesuita aragonés35, es la descripción del personaje que guía a los protagonistas en el capítulo sexto de tercera parte. En este caso, se trata de un conductor fiable, que representa el justo medio de la prudencia entre los viciosos extremos de la astucia y de la simplicidad, por lo que, a la manera de El Bosco,

así como algunos suelen hacerse lenguas, y otros ojos, éste se hacía sesos y todo él se veía hecho de sesos; de modo que tenía cien corduras, cien esperas, cien advertencias y otros tantos entendimientos (III, 6, pp. 1370-1371).

20«En suma», añade el narrador, y es lo que ahora nos interesa:

él era castellano en lo sustancial, aragonés en lo cuerdo, portugués en lo juicioso, y todo español en ser hombre de mucha sustancia (p. 1371).

  • 36 Tanto era así, que no se puede dejar de pensar en los portugueses al leer el siguiente párrafo de E (...)

21Gracián disemina a lo largo del relato las notas asociadas al carácter portugués: el valor, el ingenio, la galantería; sin omitir el defecto principal que se le achacaba: la fantasía o presunción.36 Pero conviene advertir que relativiza la importancia de dicho defecto en un lugar tan relevante y visible como la deliberación sobre la ciudad española idónea para la residencia de la sabia Artemia (vale decir, para acoger la escuela de las artes y las ciencias):

  • 37 Periñán no percibe la atenuación y entiende que a Artemia «la disuade ese carácter de “fantástica n (...)

Propusiéronse varios puestos. Inclinábase mucho ella a la dos veces buena Lisboa, no tanto por ser la mayor población de España, uno de los tres emporios de la Europa (que si a otras ciudades se les reparten los renombres, ella los tiene juntos: fidalga, rica, sana y abundante), cuanto porque jamás se halló portugués necio, en prueba de que fue su fundador el sagaz Ulises. Mas retardola mucho, no su fantástica nacionalidad, sino su confusión, tan contraria a sus quietas especulaciones (I, 10, p. 938)37.

  • 38 Véase Herrero, 1966, pp. 171-172, y Pelegrin, 1998, pp. 112-113. La interpretación de Periñán es má (...)

22Conviene tener en cuenta este matiz a la hora de juzgar el fragmento donde la venenosa mordacidad del jesuita parece haberse cebado con los portugueses38. Se describe un extraño palacio, fabricado exclusivamente de desvanes, donde se alojan diferentes clases de gentes vanas o desvanecidas («necios linajudos […], poderosos altivos […], hinchados sabios […], insufribles hembras» —III, 7, p. 1403), el último de los cuales da lugar al siguiente intercambio:

  • 39 En El criticón, ed. 2016, el enunciado «Cierto que serían famosos, si no fuesen fumosos» constituye (...)

Aquél —respondió el fantástico— es el de los primeros hombres del mundo, de los que ocupan la coronilla de Europa y aun la coronan, y por eso tan altivos; que realmente tienen valor, pero se lo presumen; saben, pero se escuchan; obran, pero blasonan.
—¡Oh, qué capaz me pareció! —decía Critilo.
—Sí, el más hueco, porque es un agregado de todos los otros. Haced cuenta que
estuvisteis a las mismas puertas de la plausible Lisboa.
—¡Sí, sí! —exclamaron—, ¡el desván de los
fidalgos portugueses! Cierto que serían famosos, si no fuesen fumosos39.
—Pero responden ellos que no puede dejar de haber mucho humo donde hay mucho fuego. Llámanles sebosos vulgarmente, pero ellos échanlo a crueles en sus memorables batallas. Tomaron mucho de su fundador Ulises, con que no se topa jamás portugués ni bobo ni cobarde.
—Pésame que no entrásedes allá —dijo el holgón—, porque hubiéradeis visto extremados pasajes de fantasía; que como en otras partes se fijó el
non plus ultra del valor, aquí el de la presunción. Allí hubiéradeis topado hidalguías de a par de Deus, solares de antes de Adán, enamorados perenales, poetas atronados (aunque ninguno aturdido), músicos de «¡quitá allá, ángeles!», ingenios prodigiosos sin rastro de juicio. Y en una palabra, cuando las demás naciones de España, aun los mismos castellanos, alaban sus cosas con algún recelo, por excelentes que sean, yendo con tiento en celebrarlas («esto vale algo»; «es así así»; «parece bueno»), los portugueses alaban sus cosas a todo hipérbole, a superlativa satisfación: «¡Cosa famosa, cosa grande, la primera del mundo! ¡No se hallará otra como ella en todo el orbe, que eso de Castela es poca cosa!» (III, 8, pp. 1406-1407).

  • 40 La crítica ha reconocido en dicha anatomía el tema principal de la obra. Véase Egido, 2014, pp. 229 (...)

23Es evidente que el autor se deja llevar aquí por la vena satírica, pero cabe dudar de que la invectiva entrañe una verdadera censura. Para comprender esta duda, hay que recuperar el contexto del fragmento: el díptico formado por los capítulos séptimo y octavo de la tercera parte de El criticón, donde culmina la anatomía de la elección moral abierta en el capítulo quinto de la primera parte, cuando un Andrenio en la pubertad, acompañado por su mentor Critilo, accedía a la entrada del mundo40.

  • 41 Desde otro punto de vista, M. Blanco entiende que la naturaleza alegórica y el valor abstracto de A (...)

24Ahora, cerca ya de la salida, los protagonistas son tentados por dos figuras contrapuestas, el fantástico (vano, desvanecido, jactancioso u honroso), con el que simpatiza Critilo (que representa, como se sabe, el polo racional y superior del ser humano, nutrido por la experiencia), y el holgón (poltrón u ocioso), al que se inclina Andrenio (que encarna la ingenuidad y el apetito, y no termina de despegarse nunca de la naturaleza animal)41; dos figuras que los conducen sucesivamente al palacio de la hija sin padres y a la cueva de la nada.

25Tal palacio se halla en la cima de «un empinado monte, con toda propiedad soberbio» (III, 7, p. 1388); desde fuera, ofrece el aspecto de un agregado de chimeneas («y por todas no paraba de salir espeso humo que en altivos penachos se esparcía al aire, y todos se los llevaba el viento» —III, 7, p. 1388); sus pobladores son gente ruidosa; pero «tiene poco fundamento» (III, 7, p. 1391), como corresponde a su dueña, «la hija sin padres», esto es, la hija «de la nada, y [que] ella se lo piensa ser todo y que todo es poco para ella y que todo se le debe» o, llamada por su nombre, «la hinchadísima Soberbia» (III, 7, p. 1392). Su interior, como se ha dicho, está formado por «desvanes y más desvanes» (III, 7, p. 1393).

26Frente a la penosa marcha ascendente que les exige el fantástico, el ocioso los guiará en un cómodo descenso, «dando gran baja» (III, 8, p. 1407), a «un ameno y alegre prado, centro de delicias» (III, 8, p. 1407), que se prolonga en «floridas campiñas, alternadas de huertas, parques, florestas y jardines» (III, 8, p. 1407), donde hallan «un monstruo de gordura» (III, 8, p. 1409) que ejerce de maestro, enseñando a evitar todo trabajo y toda preocupación. Es de notar que el filósofo del ocio se expresa en italiano, como corresponde, en principio, al hecho de que la acción transcurra en Italia, pero también, sugiere Gracián, como corresponde a la naturaleza de su doctrina:

Sin duda que esta es la escuela de Epicuro —dijo Andrenio.
—No será —respondió Critilo—, que aquel filósofo no hablaba italiano.
—¿Qué importa, si lo obraba y lo vivía? Sea lo que fuere, este puede ser maestro de aquel otro (III, 8, p. 1409).

27Continuando su camino, hallan nobles moradas que serán definidas como «holgazanes sepulcros, no de muertos vivos, sino de vivos muertos» (III, 8, p. 1414), que «yacían en las mesas del juego, en el cieno de la torpeza, en el regazo de la ociosidad, única consorte del vicio» (III, 8, p. 1415) y, por último, el verdadero centro de la región y destino de todos sus habitantes:

una horrible cueva que yacía al pie de aquella soberbia montaña, en lo más humilde de su falda, antípoda del empinado alcázar de la estimación honrosa, opuesta a él de todas maneras; porque si aquél se encumbraba a coronarse de estrellas, ésta se abatía a sepultarse en los abismos del olvido; allí todo era empinarse al cielo, aquí rodar por el suelo, que para todo hay gustos, más de malos que de buenos. Había la distancia de uno a otra que va de un extremo de altivez a otro de abatimiento y vileza (III, 8, p. 1415).

  • 42 No lo ve así Checa, para quien las connotaciones básicas de «la oposición situación elevada / situa (...)

28Se trata de «la cueva de la nada», donde se sume «la gran corriente del siglo, el torrente del mundo, ciudades populosas, cortes grandes, reinos enteros» (III, 8, p. 1415); todos aquellos, en definitiva, que «fueron nada, obraron nada, y así vinieron a parar en nada» (III, 8, p. 1416). Su descripción, correlativa a la de la cima, contrapone «un extremo […] a otro», anticipando la apostilla que los identificará con los excesos de la vanidad y el regalo («fatales ambos escollos de la vejez» —III, 9, p. 1427), y recomendará el justo medio; pero, al mismo tiempo, los detalles de la pintura sugieren que esa vía media ha de discurrir más cerca de la cima que de la cueva, puesto que es propio de «gustos […] buenos» procurar «coronarse de estrellas» y alcanzar «el cielo», mientras que lo es de los «malos» acceder a «sepultarse en los abismos del olvido» y «rodar por el suelo». Incluso términos ambivalentes, como «soberbia» y «altivez», recobran sus connotaciones positivas en este contexto, en línea con la idea de la «estimación honrosa»42.

29Ocurre que, a lo largo de El criticón, el moralista se esfuerza en acomodar al esquema aristotélico y horaciano de la virtud como medio entre dos extremos viciosos lo que en el fondo es una alternativa binaria (no trivio sino bivio, por recordar las imágenes del capítulo quinto de la primera parte), donde se ha de escoger entre las dos opciones contrapuestas por Critilo al denunciar la doctrina del Epicuro moderno:

  • 43 Lo que no significa negar la conciencia graciana de la complejidad del proceso de la elección moral (...)

Paréceme —dijo Critilo— que toda esta ciencia del saber vivir y gozar para en pensar en nada y hacer nada y valer nada. Y como yo trato de ser algo y valer mucho, no se me asienta esta poltronería (III, 7, p. 1413)43.

  • 44 Recuérdese cómo se introduce esta última noción en el arranque mismo de la anatomía moral, ante el (...)

30Esta es precisamente la idea que Gracián pretende que el lector repita para sí mismo y haga suya: «yo trato de ser algo y valer mucho». Aunque el ensayista haya ido democratizando el ideal ético a lo largo de su evolución filosófica, partiendo de la figura del héroe, pasando por la del discreto y terminando en la del ser persona44, todas ellas retienen el núcleo de la axiología nobiliaria, según la cual las manos «encierran en sí la suerte de cada uno, no escrita en aquellas vulgares rayas, ejecutada sí en sus obras» (I, 9, p. 932), y según la cual al ser humano se le ha concedido una vida potencialmente más larga que a cualquier otra criatura, como explica «el Hacedor supremo» en la fábula narrada durante la travesía a la isla de la inmortalidad:

  • 45 La crítica ha llamado la atención sobre el pasaje, que reúne nociones fundamentales del pensamiento (...)

Advierte —le dice al hombre— que está en tu mano el vivir eternamente. Procura tú ser famoso obrando hazañosamente, trabaja por ser insigne, ya en las armas, ya en las letras, ya en el gobierno; y lo que es sobre todo, sé eminente en la virtud, sé heroico y serás eterno, vive a la fama y serás inmortal. No hagas caso, no, de esa material vida en que los brutos te exceden; estima, sí, la de la honra y la fama. Y entiende esta verdad: que los insignes hombres nunca mueren (III, 12, p. 1489)45.

  • 46 Recuérdese, por ejemplo, este pasaje de la reforma universal en el paso de la juventud a la edad ad (...)
  • 47 Para otras notas de la caracterización de lo italiano en El criticón, véase Garzelli, 1997, y Peleg (...)

31En este marco alegórico y conceptual, debe concluirse que la identificación del último desván del palacio de «la hija sin padres» con la ciudad de Lisboa y de sus ocupantes con los fidalgos portugueses no constituye una descalificación. Todo lo contrario: sazonada con los satíricos granos de sal que, según la culinaria literaria graciana, evitan la dulzura empalagosa y ayudan a la conservación46, la selección de la nobleza lusitana como modelo del esforzado vivir a la fama, frente al relajado vivir a la nada del hedonismo de acento italiano, representa un discreto, pero inequívoco, homenaje47.

32Esta conclusión se confirma con otras dos consideraciones. En primer lugar, se ha explicado que la hija sin padres, dueña del palacio, no representa otra cosa que la soberbia. Pero la soberbia, además de ser una noción ambivalente, pasaba (incluso cuando considerada defecto) por el rasgo propio del carácter español. Gracián lo repite continuamente; baste recordar su versión de la fábula de Pandora y la liberación de todos los males:

  • 48 Américo Castro llamó la atención sobre este lugar y señaló con acierto la asociación establecida po (...)

La Soberbia, como primera en todo lo malo, cogió la delantera, topó con España, primera provincia de la Europa. Pareciola tan de su genio, que se perpetuó en ella; allí vive y allí reina con todos sus aliados: la estimación propria, el desprecio ajeno, el querer mandarlo todo y servir a nadie, hacer del don Diego y «vengo de los godos», el lucir, el campear, el alabarse, el hablar mucho, alto y hueco, la gravedad, el fausto, el brío, con todo género de presunción; y todo esto desde el noble hasta el más plebeyo (I, 13, p. 992)48.

  • 49 A propósito del pasaje que vamos comentando, Milhou escribe: «il y présente des Portugais plus espa (...)

33Así pues, la asociación de los portugueses con la soberbia no hace sino subrayar su concepto hispánico de la nación lusitana; más aún, al presentarlos como ejemplo extremo de soberbia, los convierte en quintaesencia de lo español49.

34Por último, esta interpretación se fundamenta también en las microestructuras del fragmento discutido. Dejando a un lado la última réplica, pronunciada por el holgón, parte interesada y hostil, las demás se articulan sobre una sintaxis adversativa, concesiva o condicional, mediante la cual se disponen lado a lado, y se compensan, las notas encomiables y las censurables, o, lo que es lo mismo, se desmiente la invectiva, en la medida en que una soberbia motivada (como es la de los lusitanos, puesto que «realmente tienen valor […], saben […] y obran») deja de merecer la calificación de «hinchadísima soberbia», deja de ser soberbia como tal y se describe mejor como legítima «estimación honrosa».

Españoles ambos y portugueses

  • 50 La crítica ha subrayado este aspecto del equilibrio formal de la obra desde diferentes puntos de vi (...)

35En consecuencia, bajo la apariencia de la sátira, se descubre un verdadero homenaje, que no se le hace extraño al lector de El criticón cuando repara en otro aspecto de la obra que, debido al predominio de la alegoría y las demás formas de agudeza conceptuosa en su construcción y en su lectura, pasa a menudo desapercibido: el de la elemental y subordinada, pero no inexistente, trama narrativa50. El relato está protagonizado por dos personajes, Critilo y Andrenio, que se revelarán como padre e hijo (I, 12), y que emprenden un viaje en busca de la esposa y madre ausente, Felisinda. Critilo nació durante una travesía por mar:

Fue la causa —explica— que mis padres, españoles ambos y principales, se embarcaron para la India con un grande cargo, merced del gran Filipo, que en todo el mundo manda y premia (I, 4, p. 844).

  • 51 A este propósito, Cardim escribe: «las “conquistas” lusas fueron debidamente protegidas en el proce (...)

36Su infancia y juventud transcurre en Goa, «corte del imperio católico en el oriente, silla augusta de sus virreyes, emporio universal de la India y de sus riquezas» (I, 4, p. 844). Allí se enamoró de Felisinda, en quien engendró secretamente a Andrenio antes de que los nobles y ricos padres de ésta decidieran separarla de él y «dar la vuelta a la corte, con esperanzas de un gran puesto, por sus servicios merecido» (I, 4, p. 848). No cabe duda: tanto Critilo como Felisinda y, por lo tanto, Andrenio, son españoles, sí, pero más concretamente portugueses, puesto que a los portugueses estaban reservadas la administración y explotación del Estado da Índia bajo el régimen de la Monarquía Dual; esto es, tanto la posibilidad de ser designados para «un grande cargo» como la de realizar notables «servicios» a la Corona en dichos dominios51.

  • 52 Como hemos escrito en el prólogo de este ensayo, Milhou hace notar que la isla «était sur le chemin (...)

37El encuentro entre Andrenio y Critilo tiene lugar en la isla de Santa Elena, que, como recuerda el narrador, «ha sido siempre venta franca […] a las católicas flotas del oriente» (I, 1, p. 807): aprovechando esa escala habitual, Felisinda dio a luz en secreto y abandonó a Andrenio (véase I, 12, p. 977); años más tarde, y navegando por la misma ruta, una tempestad arrojó al náufrago Critilo hasta la isla (véase I, 4, pp. 849-851)52. Ambos personajes serán recogidos y transportados a la Península Ibérica por los «navegantes» (I, 4, p. 843) de otra de aquellas flotas, que «estuvieron detenidos allí algunos días cazando y refrescando, y hecha ya agua y leña, se hicieron a la vela en otras tantas alas para la deseada España» (I, 4, p. 843). Tomarán puerto cerca de una ciudad que simboliza la entrada del mundo y se presenta como

una de sus más célebres ciudades, gran Babilonia de España, emporio de sus riquezas, teatro augusto de las letras y las armas, esfera de la nobleza y gran plaza de la vida humana (I, 5, p. 864).

  • 53 Compartimos con Pelegrin su rechazo de que la obra presente «une géographie absolument arbitraire» (...)

38El referente histórico de esta urbe simbólica no puede ser Madrid, población del interior a la que los protagonistas llegarán más tarde, en otra etapa de su viaje (I, 11). Por su descripción y por su función en el tráfico de Indias, podría tratarse de Sevilla; pero, atendiendo a la procedencia de la flota que transporta a los protagonistas, hay que identificarla con Lisboa, «principal puerto y comercio de todo», recordemos, «la mayor población de España, uno de los tres emporios de la Europa» y, como Babilonia, notada de «confusión» (I, 10, p. 938)53.

39Debido al exceso de regalo, Critilo recibió una crianza relajada y, en consecuencia, se extravió en el laberinto de la juventud, viniendo a parar en la cárcel y en la pérdida de la fortuna heredada de sus padres. A pesar de ello, logró salvar algunas reliquias, cifradas, no podía ser de otro modo, en «ciertas piedras orientales muy preciosas» (I, 11, p. 973), que le serán hurtadas por una sirena de la corte, después de haberle revelado que Felisinda ya no habita en Madrid, porque, fallecidos sus padres,

quedó a la sombra y tutela de aquel gran príncipe que hoy asiste en Alemania embajador del Católico; allá pasó con la marquesa, como parienta y encomendada… (I, 12, p. 980).

40Una vez llegados a la corte del «ínclito, justo y valeroso Ferdinando Augusto» (II, 12, p. 1225), averiguarán que «el marqués embajador que ellos buscaban no asistía ya en la corte imperial, sino en la romana, con negocios de extraordinaria grandeza», hacia donde habrán de continuar el viaje en pos de «su alejada felicidad» (II, 13, p. 1235). Claro es que, una vez en Roma y en el «palacio del embajador del Rey Católico» (III, 9, p. 1429), descubrirán que Felisinda «ya murió para el mundo y vive para el Cielo» (III, 9, p. 1437).

  • 54 Véase Baltasar Gracián, El criticón, ed. 1938-1640, I, p. 358, y ed. 1980, p. 252. Pelegrin acepta (...)

41Ahora bien, cabe preguntarse por la velada identidad del «gran príncipe», emparentado con Felisinda, que la toma bajo su protección al fallecimiento de sus padres. Posee el título de marqués y sirve como embajador en Viena y Roma. En cuanto a la coordenada temporal, y a pesar de que la cronología del relato es imprecisa (con el fin de acomodar o difuminar los desajustes entre las tres duraciones superpuestas por la alegoría: la del viaje, la de las estaciones del año y la de la vida de los protagonistas), el narrador apunta que la partida de Madrid coincide con la de la infanta María Ana de Austria, quien llegó a Viena en febrero de 1631 (véase I, 12, p. 981). Miguel Romera-Navarro pensó en don Francisco de Moura Corte-Real, tercer marqués de Castel-Rodrigo, pero probablemente tiene razón Santos Alonso al creer que no se trata de él, sino de su padre, don Manuel, el segundo marqués, embajador en Roma y Viena desde comienzos de los años 30 hasta mediados de los 4054. Aunque el orden histórico de sus embajadas es inverso al propuesto en El criticón, podemos considerar esa discrepancia como licencia poética, adoptada en beneficio del diseño alegórico.

  • 55 No le faltaban razones, en efecto, a don Francisco para recordar al valido don Luis de Haro, en car (...)

42El hecho es que la familia de acogida de la huérfana Felisinda es, como la suya propia, portuguesa. Y, como se sabe, no se trata de una familia cualquiera. Don Manuel de Moura fue uno de los ministros más relevantes de Felipe IV en la compleja política internacional de las décadas centrales del siglo xvii, y su hijo don Francisco continuaría sirviendo al mismo nivel. Pero es que además el primer marqués de Castel-Rodrigo, don Cristóbal de Moura, había sido ministro de la máxima confianza de Felipe II y uno de los principales artífices de la anexión55. Así pues, los Castel-Rodrigo bien podían ser invocados en las fechas en que Gracián escribe como símbolo de la fidalguía portuguesa exiliada en Castilla y, a la vez, como símbolo del proyecto mismo de la Monarquía Dual, amenazado por la rebelión a partir de 1640.

43En definitiva, el relato de El criticón, abierto con una cronografía que celebra la plenitud de la Monarquía Hispánica simbolizada por el diamante de Oriente de El héroe («Ya entrambos mundos habían adorado el pie a su universal monarca, el católico Filipo; era ya real corona suya la mayor vuelta que el sol gira por el uno y el otro hemisferio» —I, 1, p. 807), desarrolla una trama elemental, sí (meramente destinada a soportar las construcciones de la alegoría y el concepto), pero no desaliñada ni descuidada, sino tejida (por la nacionalidad de sus protagonistas, la geografía de su prehistoria, el punto de partida y las primeras etapas del viaje, así como la identidad velada de la familia que acoge al huidizo objeto de la búsqueda) con los exóticos y refinados hilos de Portugal.

Conclusión

44Entre los prodigios atesorados por «el discreto Salastano» (Criticón, II, 2, p. 1051), se halla «una redomilla llena de las lágrimas y suspiros» de Heráclito.

—¡Qué hiciera éste si hubiera alcanzado estos nuestros tiempos! —ponderaba don Francisco de Araújo, capitán […] de corazas, basta decir portugués para galante y entendido—. Si él hubiera visto lo que nosotros pasado, tal fatalidad de sucesos y tal conjuración de monstruosidades, sin duda que hubiera llenado cien redomas, o se hubiera podrido de todo punto. (II, 2, p. 1052)

45Desde luego, las desdichas de aquellos tiempos fueron muchas y graves, pero cabe sospechar que para este militar portugués, otro de esos caballeros exiliados fieles a los Austrias, alojado en Huesca con ocasión de la guerras de Cataluña y Francia, nada sería más lamentable y penoso que la rebelión de Portugal.

  • 56 Véase Valladares, 2000, pp. 52-53. Milhou valora de manera muy negativa esta actitud de Gracián, qu (...)

46Frente a ella, Gracián adoptó una táctica cautelosa y un discurso matizado. En primer lugar, omite toda referencia explícita al conflicto y, de manera complementaria, insiste sobre la idea de la agregación como culminación de la Monarquía Hispánica y Católica, entendida, no como un estado unitario o que debiera tender hacia la unidad (según el programa olivarista de la Unión de armas), sino más bien como lo que era: una confederación de estados que conservaban sus particularidades, tal como se desprende de las observaciones de El político reproducidas arriba. Por consiguiente, el aragonés parece compartir las ideas de los escritores moderados y conciliadores que participaron en la polémica suscitada por el conflicto de la Restauración56.

  • 57 Véase Ares Montes, 1991. Esa tradición convivió con otra de orientación satírica y burlesca, según (...)
  • 58 Véase Valladares, 2002, pp. 47-78.

47En segundo lugar, continúa la tradición lusófila asentada en la literatura y el teatro españoles desde los tiempos de la agregación57, tradición que admite una lectura política antes y después de 1640: antes, cuando se trataba de arropar ideológicamente el complicado acomodo de Portugal y sus intereses a los equilibrios previamente establecidos en la Monarquía, y cuando convenía contrarrestar los descontentos y tensiones que se fueron acumulando; después, cuando la Monarquía se enfrentaba al delicado problema de combatir la rebelión sin enajenarse moralmente a los súbditos que esperaba reintegrar y estimular la disposición para la lucha contra los rebeldes sin alentar el odio hacia los vasallos58.

  • 59 Véase Valladares, 1998, pp. 87-96 y 2000, 53-55; Bouza, 2008, pp. 131-158.

48La encarnación viva de esa distinción entre rebeldes y vasallos era la comunidad de los portugueses exiliados, dentro de la cual figuraba la mayor parte de la alta nobleza, los fidalgos lusitanos. Esta comunidad, protegida (y vigilada) por el Rey, no dejó de suscitar recelos y mediatizó la acción política, el discurso ideológico, e incluso el literario59. En este sentido, Gracián secunda la línea oficial de defensa de su reputación, con su elogio del valor, saber y obrar de los fidalgos, su tributo al «marqués embajador» (uno de los más significados) y el recuerdo de numerosos caballeros portugueses al servicio del Rey en las guerras de Cataluña y Francia, como don Francisco de Araújo.

  • 60 Según escribe Gracián a Lastanosa en carta de 22 de febrero de 1652, en B. Gracián, Obras completas(...)
  • 61 Véase Egido, 2009, I, pp. xciii-c. En el mismo trabajo, se lee: «Dicha dedicatoria conforma un capí (...)
  • 62 En la célebre relación escrita por Gracián el 24 de noviembre de 1646 sobre el socorro de Lérida, d (...)
  • 63 Véase Valladares, 1998, p. 90.

49Entre estos últimos destaca, como se sabe, el caso de don Pablo de Parada, «amigo de primera clase»60, desde los días del asedio de Tarragona y, sobre todo, desde que el jesuita, en funciones de capellán militar, compartió con él el socorro de Lérida de 1646, y al que, aparte de otras menciones, dirige dos sentidas alabanzas, la primera en Agudeza y arte de ingenio (XXVIII, pp. 552-553) y la segunda al dedicarle la primera parte de El criticón (I, pp. 804-805)61. En ambas recuerda su destacado papel en la guerra de Cataluña (precisando: «todo esto que refiero ahora lo vi entonces, yendo a su lado, hasta la misma trinchera enemiga» —Agudeza, XXVIII, p. 553) y su nacionalidad portuguesa,62 pero en la segunda, además de añadirle el tratamiento de don y dejar constancia de su condición de caballero de Cristo, menciona también su actuación ulterior como general de la flota de Indias, habiendo logrado conducirla a España «con tanta prosperidad y riqueza» (El criticón, I, p. 805). Cabe preguntarse: ¿habrá sabido su amigo Gracián que el Rey acordó su nombramiento, a propuesta del duque de Abrantes (cabeza de los exiliados lusos), a pesar de la «inquietud» de la Cámara de Indias, temerosa de la posible deslealtad solapada del caballero portugués?63

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Notas

1 Por supuesto, Gracián es consciente de la insurrección portuguesa y deja constancia de ella en sus cartas privadas, sobre todo en la remitida desde Madrid a Juan Francisco Andrés de Uztarroz con fecha de 27 de julio de 1641, donde da cuenta, con decepción, del «principio de la guerra» y de que «el Brasil se entregó luego al de Berganza, perdiéndose en él cinco millones de renta, y de la India tres, que llegaron a Lisboa y Sellés salió a convoyar las naos» (Obras completas, ed. 2011, pp. 1380-1381).

2 Véase Milhou, 1987, pp. 185-187 (la cita procede de la p. 187). Según indica el propio autor, su estudio se inspira en el análisis de las coordenadas narrativas espacio-temporales de El criticón acometido por Benito Pelegrin, quien escribe: «l’itinéraire a pour point de départ une île, Goa, “la Rome asiatique”, premier haut lieu jésuitique illustré par François-Xavier, et finit dans l’île de l’Immortalité pour laquelle ils s’embarquent d’Ostie, port de Rome, Entrée catholique du ciel, siège de la Chrétienté, de la Compagnie de Jésus, et sanctuaire où est véneré le corps de son fondateur. Donc, l’itinéraire des deux héros du roman, non seulement n’est nullement arbitraire comme l’a cru toute la critique jusqu’ici, mais répond à une subtile symbolique spatio-temporelle qui illustre le propos philosophique de Gracián, et qui nous paraît être une exaltation de la Compagnie de Jésus» (1985, pp. 24-25); y, con atención más particular a la isla de Goa: «Goa était considérée, grâce aux missions jésuitiques, comme “la Rome de l’Asie”. Cette île avait vu le premier grand triomphe de la Compagnie outre-mer: et quel triomphe! François-Xavier comme premier missionaire jésuite, qui sera canonisé, la fondation du premier collège et de la première université de la Compagnie. La Societé de Jésus va rayonner dans tout l’Orient et les jésuites seront élevés dans presque toutes les cours asiatiques comme conseillers, ministres, professeurs. C’est à coup sûr à partir de Goa que la Compagnie va conquérir sa gloire la plus indiscutable» (1984, p. 146).

3 Véase Milhou, 1987, pp. 183-185.

4 Tendremos presentes en todo momento los valiosos estudios específicos, y complementarios entre sí, de Viqueira, 1961, y Periñán, 1999.

5 Citamos los textos de Gracián por Obras completas, ed. 2001, salvo el Arte de ingenio, que leemos en la edición de E. Blanco. La fuente del relato fue señalada por Coster, 1913, p. 456, según se indica en B. Gracián, Obras completas, ed. 1944, p. 9, en nota; en la edición de los Detti memorabili que hemos consultado, la anécdota figura en el libro I, p. 77. En cuanto a la influencia de esta obra sobre la primera de Gracián, Ferrari escribió: «Desde el punto de vista historiográfico —Gracián complementa con ejemplos históricos los primores de su héroe—, el primer trabajo político del bilbilitano es producto directo e inmediato [de aquella], y como [su] selección o compendio acomodado» (1945, p. 22).

6 La expresión «medios humanos» procede, claro está, del aforismo nº 251 del Oráculo (p. 287), glosado por García Gibert, 2002, pp. 51-56.

7 Véase Herrero, 1966, pp. 134-141.

8 Valladares, 1998, p. 28. Al comentar el Memorial de la preferencia que hace el reino de Portugal al de Aragón y de las dos Sicilias (Lisboa, 1627), Cardim observa: «llama la atención […] la ausencia de alusiones a las conquistas realizada en el Atlántico. Para Barbosa de Luna, tal como para muchos de aquellos que entonces celebraban la expansión portuguesa, el hecho de que Portugal extendiese su dominio en Asia seguía siendo el principal foco de gloria» (2014, p. 190).

9 La acción de A secreto agravio, secreta venganza (compuesto hacia 1635, impreso en 1637) transcurre en Lisboa y sus inmediaciones en vísperas de la jornada africana del rey don Sebastián. En la primera secuencia, el caballero portugués protagonista, don Lope de Almeida, se encuentra con su álter ego don Juan de Silva, quien comienza el relato de su infortunio evocando la gloriosa empresa a la que concurrieron como camaradas, sin ocultar la inspiración camoniana: «A la conquista famosa / de la India, que eligió / para su tumba la noche / y para su cuna el sol, / amigos, y tan amigos, / pasamos juntos los dos / que asistieron en dos cuerpos / un alma y un corazón. / No codicia de riqueza, / sino codicia de honor, / obligó nuestros deseos / a tan atrevida acción / como tocar con bajeles / la provincia que ignoró / por tantos años la ciencia, / nunca creída hasta hoy. / La nobleza lusitana / de su fortuna fió / naves, que ciertas exceden / las fingidas de Jasón. / Dejo esta alabanza a quien / pueda con más dulce voz / contar los famosos hechos / de esta invencible nación, / porque el gran Luis de Camoes, / escribiendo lo que obró, / con pluma y espada muestra / ya el ingenio, ya el valor» (vv. 82-109). La evocación de «la conquista famosa / de la India», fuente de «honor» y «riqueza» para Portugal, sirve para caracterizar a los dos amigos, y en particular al protagonista, como digno representante de «la nobleza lusitana», a la espera de los desafíos que la acción dramática opondrá a su «ingenio» y su «valor». Pero, en relación con el tema de este ensayo, resulta significativo que esta rememoración de la expansión hacia Oriente preceda a un segundo encuentro, el de doña Leonor, la prometida de don Lope, y un mercader que le ofrece su exquisito surtido de piedras preciosas (vv. 570-747). No viene al caso el hecho de que, bajo el disfraz de mercader, se oculte en realidad el rival de don Lope; lo pertinente es la asociación establecida entre la ambientación portuguesa de la acción, el Estado da Índia y la pedrería oriental. Sobre el carácter y el valor de la lusofilia en este drama calderoniano, véase Rodríguez Rodríguez, 2017.

10 Apud Bouza, 2000, p. 63.

11 Véase Fernández Álvarez, 1998, pp. 518-519.

12 Esta idea de compleción y universalidad de la Monarquía regulaba, por ejemplo, el programa iconográfico de la decoración del torreón añadido por Felipe II (I de Portugal) al Paço da Ribeira y se desvela en el diseño de una de sus imágenes centrales: «En este espacio se pintará el globo de la Tierra, haciendo quedar la España n’el medio, porque en todo ha de imitar al verdadero. Le ceñirá una serpiente por lo más grueso, y la cabeza tendrá sobre la parte ocidental de España, que es Portugal, y se ha de procurar que sobre la cabeza de la serpiente se conozca la ciudad de Lisboa. Alderredor desta impresa se pondrán estas letras: “Prudentia et Religione”; y encima la corona real» (apud Bouza, 2000, p. 101). La misma idea se expresa en los diseños de divisas y medallas surgidos en el tiempo de la agregación, tanto en aquel que proponía la imagen de que «nunca se ponía el sol a todos los reinos de la Monarquía», como en los elaborados proyectos de Duarte Nunes de Leão, el tercero de los cuales reza como sigue: «También parecía buena divisa un zodíaco atravesado en el altura que en este clima debe estar con sus signos pintados, con una letra que dijiese: “Ultra anni solisque vias”, que está más fantástica que la del Emperador, porque él prometía que pasaría las Columnas de Hércules, y quien agora alcanzó tan grande imperio que por el Mundo Nuevo es señor de todo el Occidente y, de otra parte, llega al último Oriente, con más razón podía decir por sí aquellas palabras que Vergilio dijo en el VI de la Eneida por Augusto a otro propósito. El extra anni solisque vias mudado en ultra tiene más gracia y va aludiendo a lo de su padre de Plus ultra, y va mostrando más grandeza y mayores esperanzas, ya que Dios le heredó más y con su gran poder podrá ser señor de la Cambaya y de la China y de otras grandes provincias si quisiere, y así queda más soberana y más propria que la de su padre, y más acomodada a Su Majestad que a Augusto, que no llegó su imperio hacia el Oriente onde agora llega el estado de Portugal, ni al Occidente onde llega el estado de Castilla por el Nuevo Mundo» (apud Bouza, 2000, pp. 88 y 106).

13 Véase Valladares, 1998, pp. 25-26, y Periñán, 1999, p. 468, quien señala la simultaneidad de los inicios de la carrera literaria de Gracián y del conflicto portugués.

14 El político don Fernando el Católico se edita en Zaragoza, en la imprenta de Diego Dormer, en 1640. La fecha de la suma del privilegio es de 27 de noviembre.

15 Desde un punto de vista diferente, Ferrari escribe: «Gracián singulariza a Fernando el Católico con sus conocidas palabras primeras, escritas al frente del cuerpo de la obra: “Fundó Fernando la mayor monarquía hasta hoy en religión, gobierno, valor, estados y riquezas; luego fue el mayor rey hasta hoy” [El político, p. 52]. A manera de axioma que no necesitara demostración ni escolio […], así Gracián trata la nota de inconfundibilidad, de univocidad, de esencia única que, como político, tuvo Fernando el Católico. Mayor monarquía y mayor rey son los términos que entre sí están unidos por los conceptos políticos de religión, gobierno, valor, estados y riquezas; éstos, en definitiva, son los que hacen evidente y cierta a tan lógica correlación» (1945, pp. 179-180).

16 Se trata de una posición política que Batllori relaciona con el medio aragonés y que constata en la actitud de Gracián ante la sublevación de Cataluña: «No conocemos la reacción inmediata de Gracián ante todos esos sucesos [que condujeron a la ruptura entre las autoridades del Principado y las de la Monarquía]. Su posición, en los años subsiguientes, fue auténticamente aragonesa: adhesión al monarca en ese aprieto, lamentaciones por la rebelión de Cataluña contra el rey católico y por su alianza con Francia, pero, al mismo tiempo, silencio sobre las causas y motivos del alzamiento: silencio que involucraba una desaprobación de la política del conde-duque contra la constitución federativa de la corona aragonesa dentro de sus propias fronteras y en su unión con Castilla, obra de su admirado Fernando el Católico» (Batllori y Peralta, 1969, pp. 80-81). En una línea afín, Solano Camón escribe: «En Gracián, su fervorosa y encendida defensa de la católica monarquía española, tantas veces esgrimida a lo largo de su obra, inevitablemente se contrastaría con su concepto de necesario equilibrio de Estado para que ésta pudiera consolidar sus fines» (1989, p. 73). Por otra parte, tales ideas no eran nuevas, sino que pertenecían al discurso político hispánico desde el reinado de Felipe II. En este sentido, Cardim explica: «Al adoptar el estatuto de “monarquía”, los Austrias se definían titulares de una función dirigente de una Cristiandad universal, idea que tenía una enorme fuerza como elemento de unión, cohesión e identidad colectiva. La expresión “Monarquía Católica” se hizo así más presente en el discurso promovido por la realeza y, a pesar de que dicha expresión implicase una voluntad de dominio universal, fue siempre compatible con el carácter plural de España, en una suerte de imperativo para respetar la personalidad y características de cada una de sus partes» (2014, p. 124). No obstante, el mismo historiador señala que ya en tiempos de Felipe III «se hicieron muy frecuentes y vehementes las propuestas que pretendían matizar el particularismo regnícola de los distintos territorios de la Monarquía», en relación con «el creciente pragmatismo que marcó el debate político, unido a las dificultades derivadas de los problemas que afectaban a la Monarquía» (2014, p. 169); unas propuestas que inspirarían «el reformismo de Olivares» (2014, pp. 207-208) y el consiguiente «recrudecimiento del debate entre dos formas de entender el conjunto territorial de los Austrias: por un lado se encontraban los que defendían una Monarquía más plural, asentada en la diversidad de las partes y admitiendo la autonomía de los reinos; por otro, los defensores de un dominio más uniforme, pautado por el valimiento y apostando por el predominio político y administrativo de Castilla» (2014, pp. 217-218). Para Gil Pujol, sin embargo, la postura de Gracián en dicho debate no es clara: el conjunto de factores aducidos por Batllori o Solano Camón «no da pie para señalar […] que en su obra asome un espíritu foralista y que esto le convierta en representante de la tradición pactista» (2004, p. 133; y véanse las pp. 167-182, donde analiza los fragmentos de El político que aducimos seguidamente en nuestro ensayo).

17 Suprimimos la coma que sigue a la palabra «siglos» en la edición por la que citamos. Dicha coma puede haber favorecido la interpretación equivocada de Ferrari, según la cual Gracián llama «Gerión de España a Fernando el Católico» (1945, pp. 185-186); en cambio, la lectura de Sánchez Laílla resulta plenamente convincente: «Los tres primeros monarcas de los futuros reinos peninsulares (Aragón, Castilla y Portugal) son el “verdadero Gerión”, por oposición al falso Gerión, uno de los reyes míticos de la España antigua» (en B. Gracián, El político don Fernando el Católico, p. 113, nota 45). El símbolo tricéfalo del jesuita continúa (y proyecta sobre el mapa de la expansión extrapeninsular) la línea de pensamiento expresada, por ejemplo, por el aragonés Pedro Calixto Ramírez en su Analyticus tractatus de lege regia (Zaragoza, 1616), de acuerdo con la interpretación de Cardim: «Frente a aquellos que planteaban que la “reconquista” había sido una iniciativa castellana de origen asturiano, él defendía la idea de una respuesta plural a la presencia musulmana, una tesis que […] tenía implicaciones concretas en lo relativo al estatuto político de los territorios, pues rechazaba la idea de que había sido León-Castilla la entidad política que había concedido la independencia a cada uno de los reinos peninsulares. Se trata de un argumento que, naturalmente, privaba de fundamento histórico a las pretensiones castellanas en torno a la supremacía peninsular. Pero además era una tesis que vindicaba también el carácter “particular” de cada entidad política ibérica, es decir, subrayaba que cada territorio tenía orígenes y trayectorias específicos, lo que hacía que cada lex regia adquiriese igualmente un perfil específico que debía ser respetado por el rey» (2014, pp. 176-177).

18 Américo Castro advirtió sobre la importancia del pasaje (1972, p. 254), cuyos antecedentes entre los tratadistas y publicistas políticos explica Ferrari (1945, pp. 188-191). Véase Egido, 2010, p. 20.

19 Estudió el tema Ferrari (1945, pp. 282-284) y lo recuerda, desde otra perspectiva, García Gibert, 2002, p. 34. Sobre la importancia de esta cuestión en la Monarquía Hispánica y, en particular, en relación con Portugal, véase Bouza, 2000, pp. 109-126.

20 Los términos del símil reaparecen invertidos en la altercación introductoria de El criticón, III, 8, sobre el «capricho» del heliocentrismo. Allí, la posición de Gracián es nítida: «Pero, a todos estos desconciertos, ¿qué había de hacer el sol, inmoble y apoltronado en el centro del mundo, contra toda su natural inclinación y obligación, que a fuer de vigilante príncipe pide moverse sin parar, dando una y otra vuelta por toda su lucida monarquía? ¡Eh, que no es tratable eso! Muévase el sol y camine, amanezca en unas partes y escóndase en otras, véalo todo muy de cerca y toque las cosas con sus rayos, influya con eficacia, caliente con actividad y refresque con templanza, y retírese con alternación de tiempos y de efectos; aquí levante vapores, allí conmueva vientos, hoy llueva, mañana nieve, ya cubierto, ya sereno; ande, visite, vivifique, pase y pasee de la una India a la otra; déjese ver ya en Flandes, ya en Lombardía, cumpliendo con las obligaciones de universal monarca del orbe; que si el ocio donde quiera es culpable vicio, en el príncipe de los astros sería intolerable monstruosidad» (pp. 1405-1406).

21 Recuérdese que, desde el mismo instante de la agregación de Portugal, no habían faltado voces en defensa de la instalación (permanente o alternante) de la corte de la monarquía en Lisboa (véase Bouza, 2000, pp. 159-183). Ya Ferrari relacionaba la discusión graciana con «una de las fuertes polémicas publicísticas en los días de Felipe III», sobre la ciudad que debía ser la residencia de la corte (1945, p. 283).

22 Así, en Arte, XXXII, p. 309, se evoca el episodio histórico de las Vísperas Sicilianas, que la propaganda española blandía entonces contra la intervención francesa en Cataluña (véase Deias, 2016a y 2016b); y en El discreto, IV, p. 121, se rememora la pacificación del Principado por Juan II de Aragón (véase B. Gracián, Obras completas, ed. 1960, pp. cxliv-cxlv). Tan solo en Agudeza, XXVIII, pp. 552-553, con ocasión del elogio del «valeroso caballero portugués Pablo de Parada», se mencionan varios hechos de armas de la guerra de Cataluña.

23 La alusión permanece en Agudeza, XLVI, p. 682.

24 Modernizamos la ortografía y la puntuación en las citas del Arte de ingenio. El fragmento pasó intacto a Agudeza, XLVII, pp. 687-688.

25 Soledades, II, v. 379.

26 Recuérdese la siguiente observación de Egido: «El gusto de Gracián por las letras portuguesas merecería consideración aparte, así como sus relaciones con esa nación, como prueba la misma dedicatoria de la Primera Parte de la obra que nos ocupa [i.e., El criticón] a don Pablo de Parada, así como las numerosas ediciones de sus libros en tierras lusas» (2009, III, p. cxxxix).

27 En Agudeza, p. 309.

28 Así, por ejemplo, Lope de Vega escribe el soneto 112 de sus Rimas como un centón de versos de Horacio, Ariosto, Petrarca, Camões, Tasso, Aquilano, Boscán y Garcilaso, cada uno en su propio idioma; y compone «en cuatro lenguas» el soneto 195, cuya distribución resulta significativa: en los cuartetos, cada verso pertenece a un idioma (por este orden: latín, portugués, italiano, castellano); en los tercetos, cuyo esquema de rimas es CDE CDE, los versos de la primera rima son latinos y los de la tercera son italianos, mientras que los versos de rima D se reparten entre el portugués (primer terceto) y el castellano (segundo terceto). Véase Lope de Vega, Obras poéticas, pp. 89-90 y 140.

29 Véase Larsen, 1981, así como Viqueira, 1961, pp. 63-79, y Periñán, 1999, pp. 478-482. Los tres estudiosos señalan también la relevante presencia de Jorge de Montemayor (sobre la cual debe leerse Egido, 2009, III, pp. cxxxviii-clviii, quien, además de estudiar los ejemplos del portugués en los tratados sobre la agudeza, explora la relación intertextual entre El criticón y La Diana) y de Diogo Lopes de Andrade, el predicador más citado por Gracián (véase Smith, 1986, p. 328, y Cerdan, 1988, p. 179), a lo que debe sumarse el ejemplo tomado de Sebastián de Barradas (Arte, XXXIII, p. 315; véase la nota del editor, E. Blanco).

30 Larsen (1981, p. 5) recuerda el comentario de Dámaso Alonso: «El chiste no es muy bueno, pero es muy revelador: la Poesía, que ha formado algunas censuras a poetas como Góngora, Ariosto, Lope de Vega, Petrarca, tiene como su amado o preferido a “Camoes”, y la expresión de su amor es el mismo nombre del poeta» (1973, p. 52). Por su parte, Jammes destaca la independencia y originalidad del escrutinio de Gracián, a la vista de la reacción indignada de Mateu y Sanz en su Crítica de reflexión (1988, p. 83).

31 Merece la pena anotar la mención de Agostinho Manuel de Vasconcelos y la discreta alusión a su infortunio, que lo es, de paso, al conflicto de la Restauración. Como se sabe, se trata del autor de la obra titulada Sucesión del señor rey don Felipe Segundo en la Corona de Portugal (Madrid, 1639), tomada erróneamente como manifiesto precursor de la rebelión por autores como Quevedo y Pellicer (véase Arredondo, 2011, pp. 281-282), cuando se trataba de una «obra de indubitável sentido agregacionista, a qual valeu ao historiador a cruel condenação dos restauradores» (Bouza, 2000, p. 194; véase también Schaub, 2001, pp. 105-109). En nota a la Respuesta al manifiesto del duque de Berganza, de Quevedo, Arredondo informa de que el historiador «participó en la conjuración del verano de 1641, que pretendía matar a Juan IV y reponer a la virreina, duquesa de Mantua, y fue ajusticiado con el resto de los conspiradores en la plaza del Rocío el 20 de agosto de 1641» (p. 392).

32 Véase Herrero, 1966, pp. 163-167.

33 Sobre la tópica de los caracteres nacionales y sus fuentes en El criticón, véase Vaíllo, 2004, pp. 117-123; sobre su vigencia en la preceptiva poética, véase Coenen, 2006.

34 No compartimos la idea de «la radical y agria desesperación de Gracián frente a España», defendida por Américo Castro (1972, p. 270), para quien «Gracián, más aragonés que español, contemplaba la triste España de Felipe IV como la escombrera en que había venido a parar el gran monumento erigido por el monumental Fernando el Católico» (p. 278). Por otra parte, el eurocentrismo de la mentalidad de Gracián resulta evidente. Entre otros indicios, Avilés (1998, pp. 42-43) destaca con acierto la advertencia sobre el origen europeo de Andrenio antepuesta a su aprendizaje lingüístico: «Dudara con razón el más atento ser inculto parto de aquellas selvas, si no desmintieran la sospecha lo inhabitado de la isla, lo rubio y tendido de su cabello, lo perfilado de su rostro, que todo le sobreescribía europeo; del traje no se podían rastrear indicios, pues era sola la librea de su inocencia» (I, 1, p. 809); inocencia, sí, pero que solo hasta cierto punto puede ser identificada con la del «salvaje» y «las gentes bárbaras» (Egido, 2014, p. 236). Más adelante (p. 45), Avilés llama la atención (como también Pelegrin, 1998, p. 105) sobre un intercambio concluyente, que tiene lugar, no por casualidad, en Roma, centro del catolicismo, o, lo que es lo mismo para Gracián, de la civilización: «—¿Cómo decís que habéis andado todo el mundo, no habiendo estado sino en cuatro provincias de la Europa? —¡Oh, bien! —respondió Critilo—, yo te lo diré: porque así como en una casa no se llaman parte de ella los corrales donde están los brutos, no entran en cuenta los redutos de las bestias, así lo más del mundo no son sino corrales de hombres incultos, de naciones bárbaras y fieras, sin policía, sin cultura, sin artes y sin noticias; provincias habitadas de monstruos de la herejía, de gentes que no se pueden llamar personas, sino fieras» (III, 9, p. 1437).

35 Véase Periñán, 1999, pp. 468-469.

36 Tanto era así, que no se puede dejar de pensar en los portugueses al leer el siguiente párrafo de El discreto: «Ponen otros su capricho en una vanísima hinchazón, nacida de una loca fantasía y forrada de necedad; con esto afectan una enfadosa gravedad en todo y con todos, que parece que honran con mirar y que hablan de merced. Hay naciones enteras tocadas deste humor; que si para uno destos no tiene espera la risa, ¿qué será en tan ridícula pluralidad?» (XVI, p. 165).

37 Periñán no percibe la atenuación y entiende que a Artemia «la disuade ese carácter de “fantástica nacionalidad” de los lisboetas» (1999, p. 472). Por otra parte, es posible que en este fragmento la palabra «confusión» tenga doble sentido y, además de referirse al desorden característico de una gran urbe y centro comercial, aluda también a la circunstancia de la Restauración, juzgada como ofuscación política (véase El criticón, ed. 2016, I, p. 157, en nota). En todo caso, la alusión sería muy discreta, en consonancia con la actitud mantenida al respecto a lo largo de todo el libro, que contrasta con las abundantes referencias a protagonistas y lances de la guerra de Cataluña. Resulta significativa la contraposición de las actitudes de Artemia hacia Lisboa y hacia Barcelona: «Barcelona, aunque rica cuando Dios quería, escala de Italia, paradero del oro, regida de sabios entre tanta barbaridad, no la juzgó por segura, porque siempre se ha de caminar por ella con la barba sobre el hombro» (I, 10, p. 939).

38 Véase Herrero, 1966, pp. 171-172, y Pelegrin, 1998, pp. 112-113. La interpretación de Periñán es más matizada: afirma primero que en este lugar «la inquina queda velada por la comicidad» (1999, p. 472) y advierte después que «por encima de los tonos negativos, ha reconocido el jesuita al hombre portugués auténtica audacia» (p. 473).

39 En El criticón, ed. 2016, el enunciado «Cierto que serían famosos, si no fuesen fumosos» constituye una réplica independiente (t. I, p. 710). Véase Sánchez Laílla, 2001, p. 173.

40 La crítica ha reconocido en dicha anatomía el tema principal de la obra. Véase Egido, 2014, pp. 229-348, speciatim pp. 249-255 (sobre El criticón, I, 5).

41 Desde otro punto de vista, M. Blanco entiende que la naturaleza alegórica y el valor abstracto de Andrenio y Critilo impide su evolución como personajes, de manera que «queriendo trazar el proceso que lleva de un término a otro, del hombre a la persona, de la vanidad al desengaño, de la necedad al juicio, el libro no hace más que presentar simultáneamente, en todo momento, las dos caras en una alternativa reiterada e inmóvil» (1986, pp. 28-29). En todo caso, lo que conviene tener presente en el análisis del pasaje que nos ocupa es que Andrenio se caracteriza por «cometer todos los yerros», mientras que Critilo «no yerra jamás» (p. 28), y que el errar o acertar se vincula sobre todo a su actitud hacia las figuras que, como el fantástico y el holgón, actúan como guías (no siempre dignos de confianza) en las sucesivas etapas de su viaje.

42 No lo ve así Checa, para quien las connotaciones básicas de «la oposición situación elevada / situación baja» (1986, p. 136) y de «los motivos del ascenso y del descenso» (p. 132) resultan modificadas en este episodio, donde se produce «su mutua neutralización axiológica»: «Ambos dominios son en sí negativos, mas asumen conjuntamente una misión educativa […], en la medida en que cada espacio advierte a los protagonistas de los peligros del restante». Representan, como los dos guías contrapuestos, «dobles degradados de ideales positivos: la fama y el legítimo orgullo por un lado, la modestia por otro». Añade el crítico que «frente a lo que sucede en episodios como el del viaje a la Corte del Saber (III, 6), no existe aquí una imagen o figura central que contrarreste los extremos desaconsejables y señale el medio de la virtud». Y lo interpreta como sigue: «Esta ausencia de un centro material sugiere que en el proceloso mundo civil los modelos ejemplares de conducta no siempre están a la mano; deben ser deducidos mentalmente a través del rechazo de alternativas pecaminosas de signo distinto» (1986, pp. 136-137). Conforme. Pero cabe matizar que, aunque tanto el palacio del fantástico como la cueva del holgón encarnan extremos rechazables, no por ello resulta necesario concluir que se trata de extremos rechazables en la misma medida: la afinidad espontánea de Critilo con el primero y de Andrenio con el segundo indican la diferencia cualitativa, como también lo hacen «la oposición situación elevada / situación baja» y «los motivos del ascenso y del descenso», cuyas valencias habituales aparecen aquí mitigadas, pero no anuladas. Así sucedía también en la alegoría de la Venta del Mundo (I, 10). Si bien todo su edificio remitía a la esfera del vicio y sus siete estancias representaban los siete pecados capitales, las diferentes alturas de los cuartos, en cuyos extremos se hallaban el de la soberbia («el más eminente y superior a todos» —p. 948) y el de la pereza («el más cómodo de todos» y «el más llano» —p. 948), establecían una jerarquía valorativa: el primero era «el más arriesgado», pero «no obstante eso, la gente más grave quería subir a él» (p. 948), mientras que «los que rodaban por las espaldas del descanso» en el cuarto de la pereza eran «gente muy para nada» que «solo sirven para hacer número y gastar los víveres» (p. 953). De manera semejante, pero adaptada a las condiciones de «la varonil edad», los obstáculos que los protagonistas han de superar en la subida hacia del monte de Virtelia (II, 10) se ordenan jerárquicamente, siendo el último el de los «dos disformes gigantes, jayanes de la soberbia», que impiden la entrada al palacio. El propio Andrenio se da cuenta de la diferencia cualitativa: «hasta ahora habíamos peleado con bestias de brutos apetitos, mas éstos son muy hombres»; y el varón alado que los guía ratifica esa impresión: «Así es […], que ésta ya es pelea de personas» (p. 1195) (véase Pelegrin, 2003, p. 86). Parece evidente que, aunque se trate en todos los casos de tentaciones, errores y extravíos, su naturaleza y su valor no son idénticos, porque unos son vicios de hombres y otros de brutos, unos son errores nobles y otros vulgares, de manera que la vía media de la prudencia no puede discurrir por un trazado equidistante de unos y otros.

43 Lo que no significa negar la conciencia graciana de la complejidad del proceso de la elección moral, en función de la heterogeneidad interna del individuo y del aspecto confuso y ambiguo del entorno social (en especial, del entorno social moderno: véase B. Gracián, Obras completas, ed. 1960, pp. clvii-clix), que se expresan mediante la transformación de las bifurcaciones en encrucijadas y laberintos, según explica Egido: «El jesuita dio […] un nuevo sentido al bivio heraclida, particularmente en el complejo tejido de El Criticón, al insertar la imagen al principio de la peregrinación de Andrenio y Critilo. Esta sin embargo se irá convirtiendo en un laberinto de laberintos, según avanza la edad de los protagonistas. Gracián dirigirá además al lector hacia el centro de sí mismo, para que finalmente encuentre por sí mismo la salida». La alegoría representa de este modo la convicción que había regulado «los aforismos del Oráculo», los cuales «señalaban un camino lleno de prevenciones y avisos para vivir y sobrevivir a lo prudente. Pero más que de un sendero estrecho, en relación con los postulados del bivio clásico, la obra mostraba infinidad de atajos aplicables a cada ocasión en el laberinto vital. Las vías formaban así parte de una prudencia acomodaticia a tenor de los tiempos, e incluso se plasmaba la idea de que los caminos son tan infinitos como las circunstancias. El Oráculo se alza como el arte de alcanzar un equilibrio y un centro, según la circunstancia y la ocasión, habida cuenta de que todo es mudable y cambiante, y que los símbolos espaciales, como el del bivio heraclida o el del laberinto anímico y social en el que el hombre vive, carecen de trazado geométrico y los dibuja el viento o la imaginativa». Así, en El criticón, I, 5, «más allá de la senda ascendente y descendente de las dos madres, el belmontino introduce una tercera vía con la que sin duda pretendió avanzar en el interés de los lectores y en la complejidad de la vida», porque «la simplicidad del bivio moral no bastaba en la era de Gracián»; y, a partir de I, 7, «vemos cómo del bivio heraclida, la Tabula Cebetis y la triple vía, se llega a un laberinto de confusiones y a una maraña de retorsiones» (2014, pp. 17, 96, 251-253 y 259). De acuerdo. Pero conviene recordar que, como condición previa a las delicadas operaciones de acomodación a la complejidad de las situaciones, se requiere siempre una elección primera y radical, que exige escoger entre la actitud razonable y valerosa de quien aspira a «ser algo y valer mucho» y el descuido de quien renuncia, consciente o inconscientemente, a ello.

44 Recuérdese cómo se introduce esta última noción en el arranque mismo de la anatomía moral, ante el misterio planteado por el hecho de que el ser humano comience siendo un «casi insensible, torpe y inútil viviente» y pueda convertirse en un individuo «tan entendido a veces, tan prudente y tan sagaz como un Catón, un Séneca, un conde de Monterrey»: «Todo es extremos el hombre —dijo Critilo—. Ahí verás lo que cuesta el ser persona. Los brutos luego lo saben ser, luego corren, luego saltan; pero al hombre cuéstale mucho, porque es mucho» (I, 5, p. 854). Desde un punto de vista complementario, llama la atención sobre el pasaje M. Blanco, 1986, p. 24. La idea de la democratización o universalización del ideario ético es una de las tesis mayores de Egido en su fecunda atención crítica al escritor aragonés. Recuérdese, por ejemplo, el siguiente lugar: «El discreto […] supone un avance extraordinario respecto a los caminos a seguir para alcanzar la excelencia, habida cuenta de que los modelos de la nobleza podían extenderse al común de los lectores que imitaran sus virtudes» (2014, p. 32). Por su parte, Pelegrin observa, con acierto, que dicho proceso de universalización conlleva otro de revisión del ideario («si no hay revolución, sí que hay evolución, y grande, entre este Gracián novelista y el tratadista» —2003, p. 71), que pasa de una orientación político-pragmática a otra más propiamente moral y crítica.

45 La crítica ha llamado la atención sobre el pasaje, que reúne nociones fundamentales del pensamiento graciano. Así lo hace, por ejemplo, Senabre, aunque sobrevalora el «fundamento religioso» de «la relación entre virtud e inmortalidad» (1979, p. 19). Egido también destaca el fragmento, pero insiste sobre la voluntad del autor de ceñir su reflexión al ámbito de los «medios humanos»: «Semejante aseveración, junto a la proclama de la honra y de la fama, no deja lugar a dudas sobre el sentido ortodoxo que Gracián daba a las últimas palabras, soslayando sin embargo cuanto se refiere a la salvación eterna» (2014, p. 329); de tal modo, el pensador jesuita permanecía fiel a la línea apuntada en El héroe, donde «más que las cuestiones teológicas sobre la eternidad del mundo […], le interesaba sobre todo la capacidad del hombre para eternizar y eternizarse en este mundo por sus obras» (2014, p. 32).

46 Recuérdese, por ejemplo, este pasaje de la reforma universal en el paso de la juventud a la edad adulta: «Hasta el material gusto les reformaban, ordenándoles que en adelante no mostrasen apetecer las cosas dulces, so pena de niños, sino las picantes y agrias, y algunas saladas. […] De modo que aquí no está vedada la pimienta, antes se estima más que el azúcar; mercadería muy acreditada, que algunos hasta en el entendimiento la usan, y más si se junta con la naranja. La sal también está muy valida y hay quien la come a puñados, pero sin lo útil no entra en provecho. Salan muchos los cuerpos de sus obras porque nunca se corrompan; ni hay tales aromas para embalsamar libros, libres de los gusanos roedores, como los picantes y las sales. Están tan desacreditados los dulces, que aun la misma Panegiri de Plinio a cuatro bocados enfada; ni hay hartazgo de zanahorias como unos cuantos sonetos del Petrarca y otros tantos de Boscán; que aun a Tito Livio hay quien le llama tocino gordo, y de nuestro Zurita no falta quien luego se empalaga» (El criticón, II, 1, p. 1039).

47 Para otras notas de la caracterización de lo italiano en El criticón, véase Garzelli, 1997, y Pelegrin, 1998, pp. 115-119.

48 Américo Castro llamó la atención sobre este lugar y señaló con acierto la asociación establecida por Gracián entre la soberbia y el carácter español (1972, pp. 270-274). Ahora bien, el ilustre historiador de la cultura española (como también Pelegrin, 1998, pp. 107-109) olvida la ambivalencia del término, que, si en ocasiones representa uno de los pecados capitales, en otras funciona como concepto afín a otros de indudables connotaciones positivas en el escritor aragonés, como los de señorío y ostentación, presentados a su vez como característicos de los españoles. Así, en El discreto, II, p. 115, se lee: «Hay naciones enteras majestuosas, así como otras sagaces y despiertas. La española es por naturaleza señoril; parece soberbia lo que no es sino un señorío connatural. Nace en los españoles la gravedad del genio, no de la afectación; y así como otras naciones se aplican al obsequio, ésta no, sino al mando»; y en El discreto, XIII, p. 154: «Hay sujetos bizarros en quienes lo poco luce mucho, y lo mucho hasta admirar; hombres de ostentativa, que, cuando se junta con la eminencia, forman un prodigio; al contrario, hombres vimos eminentes que, por faltarles este realce, no parecieron la mitad. Poco ha que aterraba todo el mundo un gran personaje en las campañas, y metido en una consulta de guerra, temblaba de todos, y el que era para hacer no lo era para decir. Hállanse también naciones ostentosas por naturaleza, y la española con superioridad; de suerte que la ostentación da el verdadero lucimiento a las heroicas prendas y como un segundo ser a todo». A la luz de pasajes como estos, no parece sostenerse la conclusión de que, en Gracián, «la visión de España y de los españoles es de un nihilismo descorazonante» (Castro, 1972, p. 277), o de que «la España presente en la obra gracianesca es vista como una aglomeración de conjuntos humanos, por una u otra razón inconvivibles y agrupados bajo la enseña de la Soberbia» (p. 287).

49 A propósito del pasaje que vamos comentando, Milhou escribe: «il y présente des Portugais plus espagnols que les Espagnols eux-mêmes, guettés par le vice le plus lucéferien, le plus noble aussi: l’orgueil et la vanité» (1987, p. 187; la cursiva es nuestra).

50 La crítica ha subrayado este aspecto del equilibrio formal de la obra desde diferentes puntos de vista. Así, Senabre escribe: «el designio alegórico de la novela ha exigido que la razón teológica desplazase a la razón narrativa y se instalara en su lugar» (1979, p. 15). M. Blanco, por su parte, señala que el discurso de El criticón se caracteriza por la tendencia a «la eliminación de lo contingente» (1986, p. 31). Ocurre, sin embargo, que «esta reducción no puede llevarse más allá de cierto límite», de modo que «Gracián se enfrenta en un determinado momento con una serie de aporías, se ve llevado a tener en cuenta exigencias contradictorias» (p. 32) y debe asignar algunos rasgos concretos al espacio, el tiempo y los protagonistas del relato: esto es, debe pergeñar una trama narrativa, por muy esquemática y rudimentaria que sea, y por mucho que su valor, e incluso su coherencia, estén siempre subordinados a la arquitectura alegórica, como demuestra la estudiosa en las pp. 32-35 de su ensayo. También González Rovira analiza con precisión los componentes del relato (según defiende, bizantino) (1996, pp. 357-363), sin olvidar que «los elementos didácticos de la alegoría y la yuxtaposición de cuadros se imponen a la construcción de una trama de peripecias en torno a los dos amantes ejemplares, la estructura característica del género desde la Antigüedad» (p. 351).

51 A este propósito, Cardim escribe: «las “conquistas” lusas fueron debidamente protegidas en el proceso de ingreso en la Monarquía Católica, pues los portugueses obtuvieron la garantía de que sus territorios ultramarinos permanecerían separados de los territorios extra-europeos bajo jurisdicción castellana. La principal preocupación consistió en garantizar que tales tierras no se verían “inundadas” por naturales de otros territorios que también se hallaban bajo el dominio del Monarca Católico. En el fondo se trataba de una medida proteccionista relativamente poco original», pero que en este caso se observó con tal exactitud que no dejaría de provocar descontento entre los demás vasallos de la Monarquía: «También era frecuente escuchar quejas sobre el rigor de los portugueses al expulsar a españoles, italianos y flamencos de sus territorios ultramarinos, al contrario de lo que sucedía en la América española con ellos mismos» (2014, pp. 103 y 140).

52 Como hemos escrito en el prólogo de este ensayo, Milhou hace notar que la isla «était sur le chemin de la carreira da Índia portugaise», cuyo destino era Goa (la ciudad donde su ubica la prehistoria de la acción), «et non de la carrera de Indias», de modo que el comienzo del relato contiene una clara evocación de la geografía y la historia lusitanas, que podría haberse evitado fácilmente (situando el punto de partida del itinerario en América, por ejemplo) y que resulta sorprendente en una obra que parece escrita bajo el designio de silenciar la rebelión de Portugal (1987, pp. 185-187). Desde nuestro punto de vista, conviene recordar la siguiente glosa de Egido: «la isla de Santa Elena, inicial e iniciática, era además una piedra preciosa [“o perla del mar o esmeralda de la tierra”] engastada en el anillo del mundo, como símbolo de perfecta utopía y encarnación de la corona de Felipe IV que lo abrazaba» (2014, p. 235). Es probable que esa descripción «lapidosa» de la isla no sea ajena al valor político del «diamante de Oriente» y las «piedras orientales» en las obras anteriores de Gracián. En la misma página, la estudiosa recuerda la tradición previa del motivo literario de la isla de Santa Elena en las letras portuguesas y remite a A. del Hoyo, 1944, como había hecho también Pelegrin, 1984, p. 7. En efecto, completando la nota de Romera Navarro sobre la dependencia de Gracián respecto de la Introducción al símbolo de la fe, de fray Luis de Granada, en lo relativo a la localización del arranque de El criticón (p. 104 de su edición), A. del Hoyo demostró que el dominico, a su vez, aprovechaba un motivo elaborado por la historiografía lusitana de los Descubrimientos (João de Barros, Damião de Goes y Jerónimo Osório), en la que «la isla de Santa Elena —escala en la ruta de las Indias— era tema obligado»: «El tema, indudablemente, es de origen portugués» (1944, p. 258), escribía, y señalaba el hecho de que el jesuita mantiene el tono celebrativo de las fuentes al recrearlo, en contraste con el espíritu desengañado dominante en El criticón: «Santa Elena para Gracián es el punto de arranque de su genial alegoría barroca. Optimista punto de arranque. […] Pocas fases de la obra de Gracián poseen la entonación, el ritmo, la redondez de los períodos, llena de majestad luminosa y optimista con que el sagaz jesuita describe Santa Elena… […] Gracián inicia el Criticón con unas líneas —cuajadas de recuerdos heroicos y felices— tensas y como domadas» (1944, pp. 260-261). Las connotaciones del tema no serían diferentes si la fuente directa del autor hubiese sido el Botero (Le relationi universali) o Juan de Aranda (Lugares comunes), posibilidades aducidas en la anotación de Cuartero, Laplana y Sánchez Laílla (B. Gracián, El criticón, t. II, pp. 17-18).

53 Compartimos con Pelegrin su rechazo de que la obra presente «une géographie absolument arbitraire» así como su negación a «considérer l’itinéraire de Critilo et Andrenio comme fantaisiste, dénué de toute cohérence, voire de la plus simple logique», pero no su convicción contrapuesta sobre «sa logique géographique absolue» (1984, pp. 3-4), que conduce a asignar un referente geográfico real a cada emplazamiento y cada detalle espacial de la ficción alegórica. Como es sabido, Pelegrin sostiene que «Il est probable que, dans ses deux “Babilonias” [las dos ciudades de los capítulos I, 6 y I, 7], Gracián a voulu dépeindre deux villes andalouses aux qualités semblables, et qui peuvent être Cadix et Séville ou Séville et Triana, considérée comme une cité différente à l’époque» (1984, p. 113) y que Milhou se inclina en favor de la primera posibilidad (1987, pp. 160-161). Por nuestra parte, pensamos que la identificación de la primera ciudad con Lisboa, sugerida por el planteamiento de la trama narrativa y la ruta de los personajes hasta el momento, pero no impuesta por el narrador (véase Kassier, 1976, p. 34), es compatible con su significado alegórico-moral como introducción al «estado del siglo» (I, 6, p. 865), representado por la sociedad urbana: «La llegada a la Babilonia de España —ya se identifique con Madrid, Sevilla o Lisboa— significa, en cualquier caso, la entrada a la urbe, cualquiera que esta sea, donde los vicios y costumbres se hacinan y multiplican como las personas que la pueblan, lejos ya del paraíso de la isla solitaria que los protagonistas dejaron atrás» (Egido, 2009, I, pp. cxcv-cxcvi). En cuanto a la corte de Falimundo (I, 7), no parece necesario relacionarla con un referente geográfico real, como tampoco es necesario hacerlo con el lugar que le sirve de complemento, la corte en aldea de Artemia (I, 8). Podría argumentarse incluso que tal identificación no es conveniente. El propio Pelegrin observa que la segunda ciudad, donde reina Falimundo, aparece como «l’intensification, l’amplificatio réthorique, des traits allusifs de la première» (1984, p. 34); en realidad, se pasa de una descripción satírica tópica, suficiente para avisar a Andrenio sobre el «estado del siglo», pero no ofensiva para ninguna ciudad populosa (porque se daba por supuesto que toda urbe brillante ocultaba tal suerte de mundo al revés), a un análisis implacable del núcleo y de las causas de la corrupción de la vida social, simbolizadas por la corte de Falimundo, con un rigor que no podía relacionarse de manera verosímil ni decorosa con ciudad real alguna. Recuérdese la afirmación de Kassier: «The protagonists’ pilgrimage through life ostensibly unfolds in the real and entirely prosaic locales familiar to the Criticón’s readers (Spain, Madrid, Aragon, France, Germany, Vienna, Italy, and Rome), although for the most part Andrenio and Critilo move among wholly imaginary allegorical courts, palaces, kingdoms, and the like (courts of Falimundo, Artemia […])» (1976, pp. 26-27).

54 Véase Baltasar Gracián, El criticón, ed. 1938-1640, I, p. 358, y ed. 1980, p. 252. Pelegrin acepta la identificación de Romera-Navarro y entiende que los «negocios de extraordinaria grandeza» del diplomático en Roma («personnage clé du Criticón puisque c’est justement pour retrouver Felisinda qui est de sa cour que Critilo et Andrenio parcourent l’Europe») están relacionados con «la guerre jésuitico-janséniste»: «Et que faisait Castel-Rodrigo à Rome? Il obtenait la condamnation de l’Augustinus en 1653» (1985, pp. 12 y 29).

55 No le faltaban razones, en efecto, a don Francisco para recordar al valido don Luis de Haro, en carta de 1654, que «naide duda que mi abuelo trujo Portugal a Castilla» (apud Bouza, 2000, p. 274).

56 Véase Valladares, 2000, pp. 52-53. Milhou valora de manera muy negativa esta actitud de Gracián, que califica como «politique de l’autruche», coincidente con la del propio Felipe IV, quien también «refusait de reconnaître la réalité de la sécession portugaise» (1987, p. 186). Pero en su descargo cabe aducir que la pregunta con la que el crítico abre la discusión de este asunto («Pourquoi Gracián, qui écrit bien après la sécession du Portugal en 1640, situe-t-il le point de départ de l’aventure de Critilo dans une ville qui était redevenue portugaise?» —p. 185) no está bien planteada: en primer lugar, porque la secesión de Portugal no se había consolidado todavía cuando escribe Gracián; en segundo lugar, porque la ciudad de Goa y el Estado da Índia no habían vuelto a ser portuguesas tras el Primero de Diciembre de 1640, por la sencilla razón de que nunca habían dejado de serlo. También Periñán señala que Gracián «refleja en el epistolario» el conflicto portugués, «pero no deja constancia en ninguna de sus obras»; omisión que interpreta como «una instrumental negación de su importancia» (1999, p. 468), compatible con el «souci politique d’apaisement» apuntado por Pelegrín (1998, p. 115).

57 Véase Ares Montes, 1991. Esa tradición convivió con otra de orientación satírica y burlesca, según muestra Pedrosa, 2007.

58 Véase Valladares, 2002, pp. 47-78.

59 Véase Valladares, 1998, pp. 87-96 y 2000, 53-55; Bouza, 2008, pp. 131-158.

60 Según escribe Gracián a Lastanosa en carta de 22 de febrero de 1652, en B. Gracián, Obras completas, ed. 2011, p. 1401.

61 Véase Egido, 2009, I, pp. xciii-c. En el mismo trabajo, se lee: «Dicha dedicatoria conforma un capítulo más de la devoción que Gracián sentía por los portugueses»; y se propone una investigación sobre la recepción portuguesa del autor que no hemos podido acometer por el momento: «asunto sobre el que valdría la pena insistir más, ya que sus obras tuvieron […] una rica y temprana proyección en tierras lusas» (p. lxxxiv), «tal vez a impulsos de algún amigo jesuita en tierras lusas o de su amistad con portugueses de pro» (p. xcix).

62 En la célebre relación escrita por Gracián el 24 de noviembre de 1646 sobre el socorro de Lérida, destinada al Colegio Imperial de Madrid, el autor describe y ensalza la actuación decisiva del militar lusitano, maestre de campo, y señala de manera significativa que «es portugués, hermano del corregidor de Lisboa, a quien los portugueses en sus relaciones llaman “el traidor Parada”, y los nuestros “el más leal y valeroso al rey nuestro señor”» (en Obras completas, ed. 2011, p. 1392). Naturalmente, la dedicatoria a don Pablo de Parada desapareció en la edición lisboeta de la primera parte de El criticón, por Henrique Valente de Oliveira, en 1656, y el mismo destino correrían las dedicatorias de la segunda y tercera partes, a Don Juan José de Austria y a don Lorenzo Francés de Urritigoiti, en las ediciones del mismo lugar e impresor, de 1657 y 1661 respectivamente (véase B. Gracián, El criticón, ed. 2016, pp. xxxii, xxxviii-xxxix, xliii-xliv y lxvii).

63 Véase Valladares, 1998, p. 90.

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Para citar este artículo

Referencia en papel

José Javier Rodríguez Rodríguez, «Gracián, Portugal y la Restauración»Criticón, 133 | 2018, 117-143.

Referencia electrónica

José Javier Rodríguez Rodríguez, «Gracián, Portugal y la Restauración»Criticón [En línea], 133 | 2018, Publicado el 22 julio 2018, consultado el 07 diciembre 2024. URL: http://0-journals-openedition-org.catalogue.libraries.london.ac.uk/criticon/4671; DOI: https://0-doi-org.catalogue.libraries.london.ac.uk/10.4000/criticon.4671

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Autor

José Javier Rodríguez Rodríguez

José Javier Rodríguez Rodríguez es profesor de literatura española en la Universidad del País Vasco (UPV-EHU). Como investigador, estudia la literatura española de la Edad Moderna, en dos campos principales y relacionados entre sí: el del teatro y el de las relaciones culturales entre España y Portugal. Colabora con el grupo de investigación PROLOPE (Universitat Autònoma de Barcelona) y con el Centro de Estudos de Teatro (Universidade de Lisboa).
josejavier.rodriguez@ehu.eus

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