- 1 Una edición del prólogo puede encontrarse en la edición de la obra de Giuseppe Di Stefano, El libro (...)
- 2 En opinión de Marín Pina, lejos de presentar indicios de una lectura codificada, en la obra tan sol (...)
- 3 Como explicó Martín de Riquer, el libro debió de gozar de una actualidad que quedó malograda por ha (...)
- 4 Un panorama de esta cuestión puede encontrarse, para la ficción sentimental, en Aybar Remírez, 1994 (...)
1Resulta especialmente reveladora la convicción con la que el escritor y editor Francisco Delicado afirma la existencia de una lectura presuntamente codificada en el exitoso Amadís de Gaula y en los primeros libros del ciclo hispano-portugués de los palmerines, ofreciendo el correlato histórico de los protagonistas de estas obras en el prólogo a la edición italiana del Primaleón por él corregida (1534)1. Ciertamente, en su empeño por encontrar correspondencias historiográficas en estos relatos fabulosos puede reconocerse el testimonio de un gusto de época, también observable en la voluntaria ambigüedad con la que el anónimo autor del Palmerín de Olivia (1511) sugería ya la presencia en su obra de referencias encubiertas al ilustre linaje de su dedicatario, Luis Fernández de Córdoba2. A este propósito, conviene no olvidar que el desarrollo de la materia caballeresca en la Península cuenta con el paradigmático ejemplo del Tirant lo Blanch (ca. 1464), en cuya construcción puede apreciarse una temprana querencia por las creaciones en clave3. La misma que las ficciones sentimentales, primero, y los libros de pastores, después, iban a consolidar en el marco de la literatura de entretenimiento renacentista4.
- 5 Cervantes, Don Quijote, capítulo 1, primera parte.
- 6 Acerca de este tema pueden consultarse los estudios de Marín Pina sobre la proyección del ideario p (...)
- 7 Nos servimos aquí del oportuno marbete propuesto por Guijarro Ceballos para definir «el mecanismo p (...)
- 8 Así lo reconoce abiertamente el propio autor del Polismán en los preliminares de su obra: «Estando (...)
- 9 La única referencia a la autoría de la obra figura en el soneto laudatorio inserto al final del man (...)
2Así las cosas, no parece sorprendente que el prolífico género de los libros de caballerías terminara por hacer verdaderamente suyo este ingrediente de innovación narrativa. Antes bien, el estudio detenido de este olvidado corpus literario ha logrado poner al descubierto, en los últimos años, la significativa presencia de alusiones a la realidad del momento que esconden estas «soñadas invenciones»5. En la mayor parte de ocasiones, las referencias a circunstancias políticas coetáneas en el marco de la fábula revisten una considerable amplitud6, que, en cualquier caso, otorga a la trama una inesperada dimensión «pseudohistórica»7. En otras, sin embargo, esta proyección del argumento sobre la realidad más inmediata alcanza la plena formulación de un roman à clef, como sucede en la narración de Don Polismán de Nápoles de Jerónimo de Contreras (compuesto entre 1560 y 1571) y en la del anónimo Claridoro de España (ca. 1560), en cuyas andanzas puede rastrearse la presencia deliberadamente cifrada de un buen número de personalidades de la España Imperial8. Títulos ambos a los que ahora cabe sumar el del Caballero de la Fe: obra compuesta por el clérigo seguntino Miguel Daza en las postrimerías del exitoso género caballeresco; concretamente, en diciembre de 1583, según reza el colofón del codex unicus que conserva el texto en los fondos de la Biblioteca Nacional de España (ms. 6602)9.
- 10 Véase Martínez Muñoz, 2017, pp. 273-352.
3En efecto, La corónica de don Mexiano de la Esperança, el Caballero de la Fe, esconde el correlato novelesco de numerosos personajes, lugares y acontecimientos contemporáneos al autor. Atractivo este que fue tempranamente percibido por el propio artífice de la copia del manuscrito, por cuanto este introduce numerosas marginalia que resuelven el juego de identidades propuesto por el padre Daza, a partir de una onomástica ligeramente desdibujada que, como se verá, queda siempre esclarecida en virtud de oportunas referencias toponímicas y heráldicas con entidad histórica. De esta forma, la descodificación de la fábula nos revela cómo el itinerario de los caballeros en tierras españolas se desarrolla fundamentalmente en torno a los dominios de tres poderosas familias, todas ellas con título de grandes de España: la casa de Medinaceli, la de Benavente y la del Infantado. La participación activa en la acción de algunos de sus titulares, así como la pormenorizada descripción de sus fastuosas posesiones, sirven, en los dos últimos casos, para construir y ensalzar en la esfera literaria la imagen nobiliaria de estas casas10. No ocurre así, por el contrario, con la de Medinaceli, cuya recreación literaria sirve de soporte a la crónica social más descarnada, como las siguientes páginas se proponen demostrar.
Imagen . Miguel Daza, El Caballero de la Fe, BNE, mss. 6602, f. 152v (Biblioteca Digital Hispánica)
4A causa de la pérdida de los folios iniciales del manuscrito, la obra de Miguel Daza comienza abruptamente en mitad del capítulo tercero del primer libro, donde, precisamente, encontramos al padre del Caballero de la Fe en el castillo de la duquesa Camilina; personaje este al que, como ahora veremos, cabe relacionar con el ducado de Medinaceli. Tras este protagonismo inicial, Camilina no aparecerá de nuevo hasta el capítulo 13 del segundo libro (en adelante, citaremos como sigue: 13, II), en el que los caballeros españoles Feridano y Ardoniso rescatarán a esta dama del poder de unas fragatas moras que la llevaban cautiva. Allí el narrador nos revelará cómo este último caballero había sido amante de la duquesa antes de que esta contrajese matrimonio, sugiriendo con notable ironía que su hija Camiliana era en realidad fruto de esta relación. Seguidamente, bajo la protección de estos dos caballeros, Camilina emprenderá el camino de regreso «hacia las faldas del Moncayo», donde se reunirá muy a su pesar con su marido, quien aguarda con urgencia su regreso a causa de una grave enfermedad (19, II). Después, la duquesa no volverá a intervenir en la acción, pero su hija Camiliana participará plenamente en el tercer y el cuarto libro de la obra, en los que, bajo una identidad falsa, se convertirá en la principal ayudante del Caballero de la Fe, siendo conocida como el Caballero de la Castidad Enamorada (27, III).
5Tenemos, pues, que el ducado de Camilina sirve de escenario a la acción durante los primeros siete capítulos de la obra, volviendo a aparecer esta dama fuera de su territorio desde el capítulo 13 hasta el 19 del segundo libro; episodios en los que realmente tendrá lugar su actuación más relevante en la trama. Seguramente por esta razón, el autor aguarda hasta este segundo núcleo narrativo para proporcionarnos las conexiones verdaderamente determinantes de este personaje con la realidad histórica. De este modo, es en el pasaje en que el narrador se dispone a revelar la identidad de las damas rescatadas por Ardoniso cuando el cronista saca a relucir dos datos fundamentales, aclarando:
Que sabed que era la hermosa y discreta duquesa Camilina y las otras dos, la una era Suranisa su prima y la otra era otra deuda suya llamada Ornasina, y la niña era hija de la duquesa Camilina; la cual era casada con un muy buen caballero español llamado Gastoncrio y era suyo el Gran Puerto (el subrayado es nuestro; 13, II, f. 147r).
6Más adelante, cuando la reina de España relate su largo viaje hasta Constantinopla ante la pastora Belisandra, aquella reiterará la vinculación de la duquesa con el «Gran Puerto», diciendo que su marido y ella venían «del Gran Puerto de la duquesa Camilina a Hispalia» (16, IV; f. 353v).
- 11 «Al fin, al piloto le pareció que convenía según el viento de torcer la proa y ir caminando a otro (...)
- 12 Sobre la anexión de este señorío al linaje de la Cerda y su posterior ascenso a la dignidad de cond (...)
- 13 A este respecto, Marín Pina demostró hace unos años que el duque recompensó a Páez de Ribera con el (...)
7Como el propio narrador precisa justo antes de relatar la liberación de Camilina, con la mención al «Gran Puerto» pretende señalarse a la villa de Santa María del Puerto, cuyo señorío jurisdiccional fue conocido desde antiguo bajo este nombre11. Por sí misma, esta mención de un estado con entidad tan próxima y real como la del sur de la Península resulta harto novedosa en un género que privilegió los espacios fabulosos, lejanos y exóticos, como Gaula, Trapisonda, Hircania y tantos otros. Pero, además, sabemos que dicho territorio se vincula a los dominios de un ducado, como realmente aconteciera con este señorío, que, desde el siglo xiv hasta su posterior incorporación a la Corona en el año 1729, perteneció a la casa de Medinaceli12. Coincidencias que, sin duda, hubieron de bastar para que el lector avisado se interrogara acerca de la posible conexión entre el personaje de la duquesa y esta casa nobiliaria —cuya relación con los libros de caballerías tiene un conocido precedente en el Florisando de Páez de Ribera, dedicado al segundo duque de Medinaceli13.
8Felizmente, esta hipótesis puede confirmarse con notable facilidad gracias a la existencia de una apostilla marginal en la que el artífice de la puesta en limpio del manuscrito indica la identidad del marido de Camilina, mediante una referencia muy concreta que dice: «duque de Medinaceli» (14, II; f. 152v). Identificación que queda reforzada por la descripción de las armas de uno de los caballeros del castillo de Camilina, a quien se le otorga el nombre de «Caballero de las Armas Azules y los Lirios de Oro», de acuerdo con los componentes heráldicos que representaban a los duques de Medinaceli (5, I). Así puede apreciarse, por ejemplo, en el escudo que figura al frente de la fachada del palacio de Cogolludo, donde alternan los cuarteles con las armas de Castilla y León que remiten a la figura de Fernando de la Cerda, con las tres flores de lis que su esposa, Blanca de Francia, aportó a la heráldica familiar.
Imagen 2. Palacio de los duques de Medinaceli en Cogolludo, Guadalajara (fotografía de Mariano García Díez)
- 14 El linaje de la Cerda parte del príncipe don Fernando —conocido precisamente con el sobrenombre de (...)
- 15 Un estudio detallado del proceso de expansión territorial de la Casa Ducal de Medinaceli puede enco (...)
9Todos estos datos invitan a sospechar que Camilina y Gastoncrio puedan encarnar el correlato novelesco de una de las familias nobiliarias más importantes de Castilla desde el siglo xv: la casa de la Cerda, la cual, como sabemos, encuentra su origen en la rama desheredada de los antiguos reyes de Castilla y León, siendo conocida desde mediados del siglo xiv por su condado de Medinaceli, que en 1479 se elevaría a la categoría de ducado14. No obstante, la completa verificación de esta lectura se logra mediante la confrontación de las posesiones de la duquesa Camilina con la base territorial de los Medinaceli en el siglo xvi, en la medida en que ambos dominios manifiestan una esclarecedora correspondencia. Así, conviene recordar cómo, desde su creación, la casa ducal de Medinaceli se había expandido en torno a tres grandes núcleos, a saber: un gran estado señorial fronterizo con Aragón, comprendido entre las actuales provincias de Soria y Guadalajara, con centro en la villa de Medinaceli (de unos 2.500 km2); otro estado de menor envergadura, también en la provincia de Guadalajara, con la villa de Cogolludo a la cabeza (de unos 1.000 km2); y, por último, el señorío meridional del Puerto de Santa María, el más antiguo de la casa y el de más modestas dimensiones (tan solo 150 km2)15. Estados que, como ahora comprobaremos, encuentran una deliberada representación en la obra.
10Al margen de las referencias ya anotadas al señorío de la costa de Cádiz, la primera pista relativa a los núcleos del interior peninsular se nos facilita cuando el narrador explica que Ardoniso conocía a Camilina porque «su principado de las altas sierras de Moncayo y el estado de la duquesa confinaban» (13, II; f. 147r); información que se reitera poco después, cuando el Caballero de la Fe cuenta al rey Ofrasio de España cómo la duquesa se halla de regreso «hacia las faldas del Moncayo» (20, II; f. 171v). Con ambas referencias, el autor dibuja los límites septentrionales del estado de la duquesa, confiriéndoles unas características que se ajustan significativamente a la definición de los territorios de los duques de Medinaceli: concretamente, al fin de sus dominios en el extremo nororiental de la provincia de Soria, en la frontera entre el reino de Castilla y el de Aragón. Cartografía que se completa con el apunte por el que el narrador esclarece el límite meridional de estas posesiones de Camilina, al decir que el conde de Cifuentes tenía sus estados «junto a los de la duquesa, que los unos con los otros confinaban y aun eran algo deudos» (19, II; f. 168r).
- 16 La referencia al Arroyo de las Dueñas nos da la clave de identificación del río Henares, pues se di (...)
11Otros datos confirman este mapa de las jurisdicciones de Camilina. Así, la referencia explícita a las montañas de Luzón, en las que la joven Camiliana sale a cazar —porque, según se afirma, allí «la duquesa tenía mucha y muy hermosa montería» (22, III; f. 272r)—, nos sitúa nuevamente en la mitad septentrional de la provincia de Guadalajara. Del mismo modo, el itinerario seguido por Feridano y Ardoniso, desde el castillo de Camilina —situado cerca de la frontera soriana con Aragón— hasta una ciudad cercana al Arroyo de las Dueñas —a la que debemos identificar con Guadalajara—, reproduce explícitamente una ruta de tres jornadas por la ribera del Henares, para la que necesariamente hemos de reconstruir un camino comprendido entre las actuales provincias de Soria y Guadalajara (19, II; f. 168v)16. De manera que, desde Santa María del Puerto hasta las faldas del Moncayo, todas las indicaciones geográficas referentes a los dominios de la duquesa permiten al lector superponer el ducado de Camilina al de Medinaceli.
- 17 Véase Fernández de Béthencourt, 2001, vol. V, pp. 171-187 y 194-198.
12Corroborada la conveniencia de una lectura en clave para el linaje de Camilina, parece oportuno proceder, en segundo lugar, a la posible identificación de los duques que se retratan en la ficción. En contraste con la profusión de datos con los que se acota geográficamente el ducado de Medinaceli, solo contamos con una única puerta de acceso al correlato histórico de estos personajes. Nos referimos a la segunda de las pistas aportadas por el cronista Nictemeno en el citado pasaje del rescate de la duquesa, por la que este nos informa de que Camilina estaba casada «con un muy buen caballero español llamado Gastoncrio» (13, II; f. 147r). Más allá de la novelesca transformación de la onomástica, el de Gastón constituye un nombre recurrente tanto en la casa de Foix —emparentada con el linaje de la Cerda desde 1370— como en la de Medinaceli: Gastón se llamaba el padre de Bernardo de Bearne, fundador del condado soriano, como también el segundo y el cuarto conde de Medinaceli17.
- 18 Fernández de Béthencourt, 2001, vol. V, pp. 226-228.
13Sin embargo, resulta muy revelador que, en la larga nómina de duques de esta villa que se prolonga hasta la actualidad, solamente pueda recuperarse uno con este nombre: el tercer duque de Medinaceli, Gastón de la Cerda, hijo del segundo duque de Medinaceli, don Juan de la Cerda (1485-1544), y de su primera esposa, doña Mencía Manuel de Portugal (1480-1504)18. Lo cual nos coloca ante la inequívoca existencia de un único candidato susceptible de ser reconocido en el marido de Camilina, al que no por casualidad podemos situar como contemporáneo de Miguel Daza. Tan solo estas concomitancias bastarían por sí solas para proponer la asimilación del personaje de Gastoncrio a la figura del tercer duque, si la compleja reconstrucción de la historia de don Gastón de la Cerda no viniera a reforzar todavía más esta hipótesis, en la medida que el seguimiento de su biografía nos devuelve unos testimonios historiográficos en estrecha coherencia con la desfavorable valoración del marido de Camilina ejecutada por la pluma del padre Daza.
14Efectivamente, el personaje de Gastoncrio recibe un tratamiento marcadamente negativo, que constituye un caso aislado en el conjunto de nobles españoles registrados en la obra; razón por la que cabe suponer que su lectura en clave histórica debía de resultar doblemente estimulante para el lector de la época. A este respecto, llama poderosamente la atención, en primer término, su escasa participación en la trama —tan puntual como indirecta—, que difiere abiertamente del notable protagonismo concedido a Camilina: no en vano, del duque solamente tendremos noticias cuando este reclame la presencia de su esposa en el castillo, por medio de una carta en la que se declara aquejado de una terrible dolencia (14, II). En relación con lo anterior, su condición achacosa, su edad avanzada, contrastan también sobremanera con el vigor y la picardía de la duquesa, a la que se presenta como una mujer aventurera y amiga de divertimentos cortesanos. Pero, sobre todo, es su controvertida condición de marido engañado el elemento que resulta más determinante en la caracterización del duque, en la medida en que este queda notablemente ridiculizado no solo por el sostenido rechazo de su mujer, sino por su desconocimiento de la verdadera paternidad de quien él tiene por única hija, que nació en realidad de los amores de la duquesa con otro caballero llamado Ardoniso, detalle que, de paso, nos ofrece una sugerencia nada ingenua acerca de su virilidad.
15Muy perspicazmente, el autor hace descansar toda la responsabilidad de tan comprometida confesión en la multiplicidad de las fuentes manejadas por el traductor de la crónica de Nictemeno, haciendo uso de su característica ironía:
La Fama parlera decía que siendo la duquesa recién casada y Ardoniso muy mozo se habían mirado con muy buenos y tiernos ojos, y aun algunos maliciosos decían que hurtaban sus ciertos ratos para parlar a solas. Mas Nictemeno nada d’esto cree, qu’es buen hombre; mas en otro autor antiguo me acuerdo haber leído que Camiliana la Bella, hija de la duquesa Camilina, parecía algo a Ardoniso, y no sé qué más se murmuraba […] (13, II; f. 147r).
16Distanciamiento que queda reforzado poco después mediante el descrédito cargado de humor que el traductor echa sobre la labor del cronista, mientras continúa proporcionando hábilmente jugosos datos acerca de la infidelidad de la duquesa:
Que no era tan mentirosa la Fama, que ya que no en todo en algo decía verdad de los pasados amores. La dificultad está en que algunos (y aun los más) dicen que fueron antes que fuese casada, y otros dicen que duraron aun después de haberlo sido. Nictemeno, qu’es un malicioso, apunta una cosa delgada, y dice que la niña Camiliana era muy hermosa y crecida y que se había criado muy robustica y sana, y dice él: «Y espántome, porque nació sin días y aun casi antes que entrase en los siete meses, a lo menos a la cuenta del duque». Es un malicioso, no hagáis caso de lo que dice, que común opinión fue salvo de su madre que la niña era sietemesina... (13, II; f. 148v).
17Tal es el retrato, ofrecido al lector, de un duque enfermizo, víctima de una sostenida infidelidad, al que ni siquiera se le concede el privilegio de participar en la acción. En vista de lo novelesco de todos estos ingredientes, parecería más plausible atribuir la confección de tan estrambótica experiencia vital exclusivamente a la inventiva de Miguel Daza. Sin embargo, como ya avanzamos, los datos recabados acerca de don Gastón de la Cerda permiten entender tanto el “delicado” diseño de su álter ego en la ficción, como el controvertido carácter de los sucesos en los que este aparece implicado.
18Curiosamente, la noticia más temprana acerca de la figura de este tercer duque de Medinaceli nos la brinda otro autor de libros de caballerías, el conquistador Gonzalo Fernández de Oviedo, en sus conocidas Batallas y Quincuagenas (ca. 1550), obra compuesta apenas unos años antes de que se produjese el fallecimiento del susodicho Gastón (1504-1552). Allí, en la quincuagena primera, los interlocutores del diálogo noveno acometen una dura crítica de este personaje histórico, a causa de su presunto empeño por hacerse a toda costa con la herencia del ducado. Según nos informan el Alcaide y Sereno, los dos interlocutores, don Gastón, hijo segundogénito del duque don Juan (1485-1544), habiendo profesado como fraile jerónimo en el monasterio de San Bartolomé de Lupiana, habría abandonado los hábitos tras seis años en el monasterio y, a la muerte sin sucesión de su hermano mayor, don Luis de la Cerda (1503-1536), habría contraído matrimonio con el objetivo de sucederle en el mayorazgo.
- 19 Fernández de Oviedo, Batallas y quinquagenas, p. 78.
- 20 María de la Cueva casó en realidad con Juan Téllez-Girón «el Santo», IV conde de Ureña, junto a qui (...)
19De acuerdo con la versión defendida en el diálogo, estos desposorios habrían tenido lugar, a espaldas de su padre, con una dama de alta alcurnia a la que el propio autor prefiere mantener parcialmente en la sombra. Probablemente por ello se nos proporciona tan solo su apellido y su linaje, junto a un intencionado blanco en el manuscrito en el lugar que ocuparía el nombre de este enigmático personaje: «Casose con la hija del duque de Alburquerque, doña … de la Cueva, sin lo saber el padre»19. Con todo, las referencias anteriores son lo suficientemente concretas como para que quepa relacionar certeramente a esta mujer con la hija del II duque de Alburquerque, doña María de la Cueva y Toledo, futura dama de compañía de Isabel de Valois20. Unas líneas más abajo, sin que se ofrezcan más detalles sobre el resultado del precipitado enlace de Gastón, se nos relata abruptamente el desenlace final del litigio: con el favor de Papa y con el amparo de su tío, el arzobispo de Zaragoza, el que fuera fraile jerónimo habría conseguido la dispensa de sus votos, así como su posterior ingreso en la orden de San Juan, bajo cuyo estado habría obtenido el gobierno del ducado.
- 21 «El Papa dispensa cómo y según es informado; e algunos, pensando engañar al Sumo Pontífice quedan e (...)
- 22 «Mirad: cuando el Papa dispensó e le dio esa cruz que decís para que no fuese fraile ni conyugado, (...)
- 23 Fernández de Oviedo, Batallas y cinquagenas, p. 79.
20Afortunadamente, los comentarios que estas decisiones merecen a los protagonistas del diálogo desentrañan el orden lógico de los acontecimientos mencionados: así, por un lado, se asegura que la profesión inicial del duque en la orden jerónima constituía un hecho cierto, por lo que su anulación desde la Santa Sede es justificada por Sereno en los falsos testimonios que la facción de Gastón habría hecho llegar al Papa, el cual «dispensa cómo y según es informado»21. Mientras que, por otro lado, se confirma que la decisión de otorgarle la cruz de la Orden de Malta obedecía al fin de ponerle en un nuevo estado de celibato que imposibilitase su acceso al gobierno del ducado, premisa en la que encuentra su origen la controversia por su nombramiento final como tercer duque22. Informaciones que se cierran con una intervención de Sereno, en la que, sin duda, Fernández de Oviedo condensa su posición ante tan polémico caso: «La más nueva cosa que he oído: sobre seis años de fraile profeso de Sanct Jerónimo, e teniendo otros hermanos, quitarles la sucesión. No sé qué os diga»23.
- 24 Seguimos los datos contenidos en los escritos de este historiador a través de Fernández de Béthenco (...)
21Una versión absolutamente coherente con la que se expone en las Quincuagenas nos la ofrece también contemporáneamente el historiador Esteban de Garibay (1533-1600). De acuerdo con lo expuesto por Garibay, sabemos que don Gastón de la Cerda habría hecho profesión en el referido monasterio de Lupiana en seguimiento de los deseos de su difunta madre, quien habría muerto precisamente a consecuencia del parto de su segundo hijo. El historiador mondagronés refiere las mismas motivaciones para la salida de la clausura de don Gastón, precisando, además, que el poderoso Fadrique de Portugal habría promovido conscientemente unos intereses contrarios a los del duque; quien, al parecer, prefería como nuevo heredero al hijo mayor de su segundo matrimonio con Doña María de Silva y Toledo, don Juan de la Cerda. Para Garibay, la voluntad del segundo duque se justificaría no solo en el impedimento evidente que representaba la condición religiosa de su segundogénito, sino, especialmente, en el hecho de no ser don Gastón «muy libre de su entendimiento, y cojo, y pequeño, y flaco»24. Del mismo modo que en el diálogo de Fernández de Oviedo, en los escritos de Garibay se corrobora cómo tras la consecución de una dispensa otorgada por el nuncio apostólico, Gastón de la Cerda habría contraído matrimonio en 1540. Ahora bien, en esta segunda fuente se nos brinda un nombre diferente para la esposa, nombre que posee una mayor credibilidad en términos históricos, por su perfecta sintonía con los intereses del arzobispo de Zaragoza, pues dicha esposa de don Gastón no habría sido sino la hija del conde de Salinas, María Sarmiento, descendiente de uno de los principales enemigos del segundo duque de Medinaceli.
22Asimismo, en los manuscritos de este historiador se nos informa por primera vez de un episodio intermedio en el desarrollo del litigio, por el que el hermanastro de don Gastón habría iniciado con el apoyo de su padre un decidido pleito contra el recién desposado. Esta intensa querella habría terminado en 1542, cuando con la aquiescencia de Paolo III y la aprobación de Carlos V se habrían sancionado unas escrituras de concordia y concierto que habrían resuelto definitivamente la disputa entre los dos hermanos. En ellas se estipulaba que Gastón de la Cerda podría heredar el ducado a la muerte de su padre, siempre y cuando promoviese la anulación de su matrimonio —según se da a entender, todavía no consumado—, así como su ingreso en la Orden de Malta, en la que renovaría el voto de celibato que le incapacitaría para tener descendencia. Toda vez que se hubiese producido su fallecimiento, la sucesión recaería en la persona de su hermano Juan y de sus hijos, quienes con anterioridad a este momento habrían de conformarse con el marquesado de Cogolludo y los señoríos de las villas de Deza y Enciso. En cumplimiento de estas disposiciones, tan solo dos años después, don Gastón habría heredado el título de duque de Medinaceli, del cual habría de gozar poco más de siete años.
23Como puede apreciarse, el historiador mondragonés ofrece una versión más pausada de los hechos, pero —a excepción de la mención a María Sarmiento— absolutamente coherente con la polémica referida por Fernández de Oviedo. De los datos expuestos por sendos historiadores parecen descollar dos hechos relevantes: el primero, que la legitimidad de don Gastón de la Cerda para conseguir ser tercer duque de Medinaceli, así como su derecho a obtener una sucesión directa mediante un posible matrimonio, distaban mucho de presentarse libres de impedimentos; el segundo, que las peculiares andanzas de este personaje histórico debían de ser vox populi en la época, a tenor de su pronta plasmación en la historiografía contemporánea.
24Frente a estas noticias iniciales, en la centuria siguiente nos encontraremos con algunos testimonios que se presentan en abierta contradicción con estas primeras fuentes, ya que en ellas este intrincado episodio aparece deliberadamente simplificado. Así, Alonso López de Haro, en su Nobiliario genealógico de los reyes y títulos de España (1623), refiere un perfil del tercer duque libre de controversias:
- 25 López de Haro, Nobiliario genealógico de los reyes y títulos de España, vol. I, f. 83.
Don Gastón de la Cerda, hijo segundo del duque don Juan y de la duquesa Mencía Manuel, su primera mujer, fue tercero duque de Medinaceli, marqués de Cogolludo, conde del Puerto de santa María, que primero había sido fraile de la orden de San Jerónimo y caballero de la orden de San Juan, cuya cruz traía de ordinario en el pecho como caballero d’esta orden. Murió sin sucesión, y le sucedió en la casa el duque don Juan, su hermano25.
- 26 López de Haro, Nobiliario genealógico de los reyes y títulos de España, vol. I, f. 532.
25Como parece deducirse de la omisión del casamiento del duque, en el texto de esta entrada del Nobiliario, las desavenencias entre hermanos y la consiguiente anulación de unos desposorios eran cuestiones peliagudas que se prefería silenciar. En esta dirección, resulta muy revelador que, en la entrada del Nobiliario correspondiente a María Sarmiento, hija de don Diego Sarmiento de Villandrado, tercer conde de Salinas y Rivadeo, y doña Brianda de la Cerda, hermanastra de Gastón, sí se indique que aquella estuvo casada con el tercer duque de Medinaceli, su tío26. Nótese, además, que la discrepancia existente entre los nombres de las damas mencionadas tanto por Fernández de Oviedo como por López de Haro da cuenta, indirectamente, de lo oscuro de un suceso que debió de ser tan comentado por la sociedad como disfrazado y disimulado por la casa de Medinaceli. Nos encontramos pues ante un caso muy criticado en el momento, sobre el que debieron de circular informaciones contradictorias y del que finalmente se intentó ofrecer una versión menos problemática.
26Un caso extremo de esta actitud de ocultamiento se detecta en la obra manuscrita de Baltasar Porreño, compuesta también en la primera mitad del siglo xvii y titulada: Elogios de los ínclitos condes y duques de Medinaceli. En este trabajo genealógico, elaborado expresamente para esta casa nobiliaria, el tono laudatorio que caracteriza sus páginas implica la absoluta deformación de la biografía de don Gastón. Allí, Porreño no vacilará en alterar el orden de los sucesos, refiriendo para ello, como primer episodio de la vida del duque, un matrimonio que finalmente sería anulado —sin indicación alguna de la identidad de la esposa—, ni más ni menos que a causa del ingreso de Gastón de la Cerda en la orden de San Juan —acontecido con oportuna anterioridad a la consumación del matrimonio. Nada se dice de su pasado como profeso jerónimo ni de las disputas con su hermano Juan; antes bien, con esta selección interesada de los datos el origen del problema queda convertido descaradamente en la justificación del mismo:
- 27 Porreño, Elogios, p. 93.
Aquí será bien que digamos cómo el duque se casó, y antes de consumar el matrimonio se entró en la religión de San Juan, y por su profesión solemne se disolvió el matrimonio. Ventilose el caso en España y se resolvió ser religión la orden de San Juan, con que quedó aprobado el caso del duque (el subrayado es nuestro)27.
- 28 El pleito, conservado en el citado archivo vallisoletano (Pleitos civiles, Alonso Rodríguez [D], Ca (...)
27Al margen de lo interesado de su versión, el propio reconocimiento de que esta cuestión había sido «ventilada» en toda España, así como la acusada necesidad que Porreño manifiesta de justificar «el caso» mediante una extensa y erudita disertación teológica relativa a la anulación de los desposorios, constituyen pruebas evidentes de la existencia de unos acontecimientos cuestionables ante los que el historiador debe interrogarse. Como puede observarse, en los Elogios se da un paso más en el proceso de omisión, construyéndose una versión mucho más favorable para don Gastón: un relato que resulta acorde con el desenlace final del caso, pero que se revela absolutamente falaz con respecto a su desarrollo. Los datos ofrecidos por la documentación de archivo conservada así lo confirman, en la medida en que esta concuerda en todos los detalles con la relación de Garibay. Tal es el caso de un pleito conservado en el Archivo de la Real Chancillería de Valladolid, interpuesto por los hermanastros de don Gastón a causa de los bienes dotales adeudados a su hermana mayor, Isabel de la Cerda —toda vez que este ya gozaba de la titularidad del ducado—, en el que se da cuenta tangencialmente de la profesión inicial de este como fraile jerónimo, de sus nupcias posteriormente anuladas con María Sarmiento y de la resolución final del conflicto mediante la ratificación de unas escrituras de concordia por parte del Emperador Carlos en 1542, bajo las condiciones detalladas por don Esteban de Garibay28.
- 29 Pecha, Historia de Guadalaxara, ff. 214r-214v. Es importante advertir que existe una transcripción (...)
- 30 Parafraseando al padre Pecha, comenta Francisco Layna: «Petronila (algún autor dice que era no hija (...)
28Expuesto el intrincado litigio que el ducado vivió a propósito de su tercer titular, conviene abordar ahora un detalle de la biografía de don Gastón de la Cerda, de extraordinaria importancia en la trayectoria vital de su trasunto literario: la existencia de una amante del duque, con la que al parecer este vivió amancebado hasta su muerte tras la anulación de su matrimonio. La noticia más temprana de esta relación nos la brinda el padre Hernando Pecha en su Historia de Guadalaxara, escrita igualmente apenas un siglo después de los sucesos narrados (pues el único manuscrito que la conserva puede fecharse con anterioridad a 1623)29. Allí se nos cuenta cómo Petronila de Salazar, hija del montañés Antonio Proaño y de doña Alberta de Salazar, viuda del escribano de Guadalajara Sancho Dávila, mantuvo una relación sentimental con el tercer duque de Medinaceli. Su historia se refiere a propósito de la de su hermanastra, conocida como «la Maldonada», fruto del primer matrimonio de Proaño con María de Maldonado, a la que curiosamente también se le atribuye una relación con Diego Hurtado de Mendoza y Luna (1461-1531), tercer duque del Infantado. En cualquier caso, lo importante para nuestro propósito es que el historiador jesuita asegura que este amancebamiento le granjeó a la tal Petronila los honores y el tratamiento de una duquesa hasta la muerte de don Gastón30.
- 31 Citamos a través de Fernández de Béthencourt, 2001, vol. V, p. 228.
- 32 El documento, que puede consultarse digitalizado en el portal PARES (http://pares.mcu.es), responde (...)
29En la misma línea que este religioso se pronuncia cuasi simultáneamente Luis de Salazar y Castro, pues en sus manuscritos se registra igualmente esta relación entre Petronila de Salazar y el duque, si bien se afirman sus desposorios con ella y se aportan unos progenitores discordantes con los datos de Hernando Pecha —según refiere, a su vez, Fernández de Béthencourt, quien trabajó con los materiales inéditos de este ilustre genealogista—: «[Don Gastón] estuvo asimismo desposado con doña Petronila de Salazar y Ávila, hija de Alonso Dávila y Alberta de Salazar, su mujer, que estaba casada en segundas nupcias con el alcaide Antonio de Proaño, vecino de Guadalajara»31. Idilio amoroso que nuevamente confirma la documentación conservada, por cuanto el Archivo de la Real Chancillería de Valladolid custodia también otro pleito fechado en 1554, esta vez litigado por una tal Petronila de Salazar, a propósito de unas joyas que le adeudaba el difunto don Gastón de la Cerda32.
30Pero todavía cabe aportar un último detalle acerca de esta historia, puesto que la investigadora Mª Pilar Manero Sorolla ha propuesto recientemente la vinculación de la escritora María de Salazar, conocida por su nombre conventual de María de San José, con esta relación extramatrimonial entre el duque y Petronila de Salazar. Su hipótesis se fundamenta en los misteriosos lazos que unieron a esta religiosa con el duque de Medinaceli, en virtud de los cuales esta fue criada en casa de una hermanastra de don Gastón, doña Luisa de la Cerda, tal y como se afirma en una crónica carmelitana de la época. Partiendo de esta constatación, la coincidencia de su apellido con el de la amante del duque lleva a Manero Sorolla a proponer entre otras la posibilidad de que la religiosa fuese hija de estos amantes o, al menos, de Petronila:
- 33 Manero Sorolla, 2005, vol. I, p. 445.
Ya sea como descendiente de don Gastón de la Cerda, ya de su mujer o amante, Petronila de Salazar, ya como familiar de las ramas colaterales pertenecientes a las casas de Medinaceli o del Infantado, es la relación familiar de los padres o el vínculo de la madre con el «duque de Medinaceli» lo que determina la crianza de María de Salazar en casa de doña Luisa de la Cerda33.
- 34 El pleito se conserva en el Archivo de la Real Chancillería de Valladolid, Escribanía de Cieza, env (...)
31Sea como fuere, a estos sonados amores de Gastón de la Cerda con la hija de un humilde hidalgo debe sumarse, en último lugar, su no menos controvertido contacto con la que habría de convertirse en la mujer del dramaturgo Lope de Rueda: la histrionisa Mariana de Rueda. En esta ocasión, las fuentes que nos ofrecen los detalles de su estrafalaria relación pueden recuperarse gracias a la existencia de un tercer pleito conservado en el mismo archivo vallisoletano, por el que esta mujer demanda a los herederos del duque los pagos correspondientes a los seis años en que habría estado a su servicio como bailarina y cantante34. Estos documentos, que fueron estudiados en profundidad por el profesor Narciso Alonso Cortés, proporcionan algunos detalles interesantes acerca del de Medinaceli, a quien una vez más se presenta como un hombre enfermizo, retirado prácticamente del ejercicio político en su palacio de Cogolludo, en el que se habría dedicado fundamentalmente al ocio y el descanso. De especial interés resultan las declaraciones de los testigos que refieren el particular favor del que gozaba Mariana por parte del duque, justificado en las grandes cualidades artísticas que a esta se le atribuyen:
- 35 Alonso Cortés, 1903, p. 10.
Satisfecho con quien de esta manera endulzaba sus horas, don Gastón reveló bien a las claras su predilección hacia Mariana. Admitíala en su cámara, donde no entraban sino contadas personas; le daba de comer en su propio plato; le regalaba joyas de plata y oro, y, en su afán de nunca separarse de ella, la llevaba consigo a las cacerías. Acaso con este último fin, hizo que se vistiera de hombre y se cortara el cabello, regalándole sus propios trajes o mandando que el sastre de palacio le confeccionase otros nuevos. En esta disposición, Mariana acompañaba a su amo, unas veces a pie y otras a caballo, a las demás villas del señorío, o le seguía como lacayo de camino en sus excursiones de caza. Alguna vez se despojaba del traje masculino para vestir el suyo propio, pero parece que usaba aquél con mayor frecuencia35.
- 36 Alonso Cortés, 1903, p. 11.
32Pero tan llamativas como sus entretenidas estancias junto al duque se presentan las largas escapadas durante las que al parecer esta dama desaparecía del palacio con fines varios, de acuerdo con los distintos testigos: algunos aseguran que corría por las aldeas cercanas presenciando fiestas y espectáculos; otros afirman que se marchaba a su tierra; mientras no falta quien afirme maliciosamente «que se estaba en Sigüenza con los canónigos»36. Rumorología a la que, finalmente, deben añadirse los nada sorprendentes testimonios que sugieren una relación sentimental entre Mariana y el duque.
33Llegados a este punto, resulta evidente que el conjunto de noticias aquí recabadas acerca de don Gastón de la Cerda nos permite reconstruir una biografía notablemente controvertida, jalonada nada menos que de una polémica dispensa eclesiástica, una oportuna anulación matrimonial, una profesión forzada y un par de amores ilícitos. Como habrá podido apreciarse, algunos de los detalles mencionados en nuestra aproximación a su trayectoria vital ofrecen fuertes coincidencias con el personaje de Gastoncrio. Así, la descripción que de él hace el padre Daza, atribuyéndole una dolencia que le deja mermado el entendimiento hasta el fin de sus días (19, II), se aviene de modo exacto a las noticias que nos revelan cómo el duque parecía ser de naturaleza débil y de una salud mental cuestionable. De igual modo, la presentación de la mujer del duque como una dama casquivana y libertina, dispuesta a retomar sus amores pasados con el príncipe Ardoniso, encuentra un gran acomodo en el perfil de cualquiera de las amantes del don Gastón, quienes a tenor de su categoría de amancebadas no debieron de gozar de muy buena fama. Por último, la falta de descendencia legítima del duque Gastoncrio resulta igualmente reveladora, por cuanto quien llegó a ser el Gran Prior de la Orden de Malta no podía en ningún modo aspirar a lograr sucesores directos. Asimismo, el hecho de que a este se le atribuya una hija que tiene por suya sin serlo recuerda a la propuesta de Manero Sorolla, por la que María de San José podría haberse situado bajo la protección del duque como hija de Petronila; tanto más si tenemos en cuenta que, en la ficción, la hija de la duquesa Camilina decidirá convertirse en el «Caballero de la Enamorada Castidad», haciendo voto personal de no contraer matrimonio jamás.
34En cualquier caso, más allá de estas posibles dependencias pormenorizadas entre la biografía del duque y la construcción del personaje de Gastoncrio, consideramos que es la negativa valoración global que este personaje merece al padre Daza la prueba más determinante de la conexión entre ambos personajes. Porque el tratamiento desfavorable de su persona entra en plena sintonía con el cariz de otras opiniones coetáneas, como las testimoniadas por los personajes de la obra de Fernández de Oviedo. En este sentido, habida cuenta de que la narración de su trayectoria trascendió a los cauces de la historiografía —mereciendo la crítica de sus detractores y el silencio de sus benefactores—, no puede sorprendernos que el eco de acontecimientos tan comentados llegase a las páginas de una ficción en clave. Antes bien, la coincidencia en la construcción de una trama de acusada morbosidad da cuenta nuevamente de un diálogo indiscutible de la obra del padre Daza con la historia del momento. De acuerdo con ello, la marcada presencia de la murmuración y de los chismorreos en las fuentes manejadas por Nictemeno podría ser algo más que un recurso a la ironía y la autoconciencia narrativa, ofreciendo así las auténticas fuentes de la historia de Gastoncrio.
- 37 Véase Martínez Muñoz, 2017, pp. 35-54.
- 38 Como apuntamos más arriba, Francisco Layna recoge la narración realizada por el padre Pecha de las (...)
35En apoyo de lo anterior viene el contacto directo que el padre Daza mantuvo con algunos de los referentes presentes en la historia del tercer duque de Medinaceli: tal es el caso de la orden de San Juan, que participa en la ficción como integrante de una «santa liga» en la gran guerra de la cristiandad contra el Turco (1, III, f. 202v) —seguramente inspirada en aquella que actuara en 1571 en el golfo de Patrás. Pero también es el caso de la diócesis de Sigüenza, en la que transcurrió la vida de don Gastón: no por casualidad, tierra natal del seguntino Miguel Daza, en la que este clérigo ejerció como examinador de la Facultad de Cánones de la Universidad de Sigüenza37 —ciudad en la que, no lo olvidemos, se decía aviesamente que Mariana de Rueda pasaba algunas temporadas con los canónigos. Teniendo esto en cuenta, cabe suponer que si para el común de sus contemporáneos los amores de don Gastón debieron de ser considerados como una «historieta bufa» y su protagonista un «ejemplar típico de viejo verde» —en palabras de Francisco Layna38—, tanto más furibunda debió de ser la reacción de quien, como era el caso del padre Daza, pronunciara el mismo voto de celibato del que posteriormente habría de renegar el duque.
- 39 Recoge este dato Javier Sanz en su estudio sobre las Facultades de Cánones y Leyes de la Universida (...)
36Así pues, encontramos una cercanía espacial, temporal y estamental entre las figuras de Miguel Daza y don Gastón, que justifica sobradamente el interés de nuestro autor por condenar en el orden de la ficción la intrincada historia del tercer duque de Medinaceli. Lo cual se muestra perfectamente coherente con el arco cronológico de la vida del padre Daza, quien hubo de conocer —al menos de oídas— al tercer duque en sus años de juventud, habida cuenta de que el primero se doctoró en el mismo año en que don Gastón heredó el ducado: esto es, en 154439. Si aceptamos esta propuesta interpretativa, el padre Miguel Daza se presentaría también como autor de una crónica social que se oculta bajo el velo de la inventiva caballeresca. Por lo que, en consecuencia, podría afirmarse que El Caballero de la Fe constituye un nuevo testimonio literario para la reconstrucción de la desconocida biografía del III duque de Medinaceli.
- 40 Un magnífico estudio del corpus de los libros de caballerías manuscritos puede encontrarse en Lucía (...)
- 41 Soriano Romero, 2016, p. 356.
37En segundo lugar, la aparición en la fábula caballeresca de un personaje tan afamado como el tercer titular del ducado de Medinaceli, junto a otros muchos nobles —como, por ejemplo, el conde de Cifuentes, el de Barajas, el de Lemos o el Marqués de Santacruz, a quienes se menciona en una carta enviada por Lupocaldo a los caballeros Feridano y Ardoniso (14, II; f. 153r)—, puede explicar por sí misma la condición manuscrita de este libro de caballerías, que, probablemente, estaba dirigido a un reducido círculo de lectores cercano al padre Daza y poco simpatizante con la casa de Medinaceli. Asimismo, esta relación entre ficción en clave y difusión manuscrita puede contribuir a iluminar la importancia de este cauce de transmisión del género caballeresco en la segunda mitad del siglo xvi40, por cuanto encontramos esta misma coincidencia entre formato y lectura cifrada en los mencionados títulos de Polismán de Nápoles y Claridoro de España. Volúmenes manuscritos a los que podrían añadirse otros, como Bencimarte de Lusitania (finales del xvi), donde encontramos entre sus personajes a la «hermana del gran Duque de Alba», a quien de acuerdo con Mª Teresa Soriano Romero cabría relacionar con la persona del III duque de Alba41.
38En tercer lugar, la aparición en la ficción de Daza de una geografía marcadamente peninsular viene a matizar la ausencia del territorio español en la cartografía caballeresca, acertadamente apreciada por Marín Pina en su estudio panorámico y exhaustivo de la geografía en los libros de caballerías:
- 42 Marín Pina, 2018, en prensa.
La presencia de España como espacio geográfico propicio para la aventura y de héroes nacionales en los libros de caballerías españoles es muy escasa y, aunque se aprecia un intento de darle cabida, España no llega a ser un enclave especialmente relevante en la cartografía caballeresca42.
- 43 Comenta ajustadamente este silencio Gómez Moreno (2018, p. 83 y ss).
39Así, frente a esta significativa preponderancia de los espacios supranacionales en el género editorial caballeresco, el protagonismo de la toponimia castellana por el que apuesta el padre Daza se encontraría estrechamente relacionado con la alabanza y el vituperio de diversas casas nobiliarias. Algo que, necesariamente, allana el camino a la peculiar andadura de don Alonso Quijana, escarnio para sus contemporáneos de aquel lugar de la Mancha que Cervantes tuvo a bien silenciar43, sin correr el riesgo de ofrecer siquiera su nombre veladamente. Todo lo contrario de lo que aconteciera a la ciudad de Sigüenza, de quien fue natural, para su desdicha, el cura Pero Pérez; quizá no por azar, graduado en su universidad, como aquel que fuera compañero suyo en la realidad extraliteraria: el padre Miguel Daza.