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Las dos Gaticidas: juegos y tópicos

J. Ignacio Díez
p. 57-76

Resúmenes

La misteriosa La Gaticida, publicada en París en 1604, reúne en sus tres cantos algunos tópicos de la poesía de gatos en los Siglos de Oro. Pero, junto a ellos, despliega una burla más intensa de la hidalguía y las preocupaciones sociales. También manifiesta un anticlericalismo militante, que se pudo disfrutar más fuera de las fronteras españolas. Una segunda Gaticida, anónima y también en octavas reales, permite apreciar la originalidad de la impresa en París.

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Notas de la redacción

Article reçu pour publication le 20/01/2018; accepté le 28/05/2018

Texto completo

pues la furia es el goce de la vida
y altanería y odio son su fiesta
(Pablo García Baena)

  • 1 Bonneville (1977a) encuentra otro ejemplar en la Biblioteca Mazarina de París, signatura 22.126 (pe (...)
  • 2 La poco fiable Enciclopedia Universal Ilustrada Europeo-Americana recoge un Bernardino de Albornoz (...)
  • 3 El neologismo aparece ya en el Carlo famoso (1566) de Luis de Zapata (hay una batalla de gatos y ra (...)
  • 4 Bonneville, 1977b y González, 1989. No he podido consultar Álvarez-Alguacil.

1Sorprende, por su rareza en más de un sentido, un librito que se perdió y volvió a aparecer en la Biblioteca Nacional de España, procedente del fondo de Gayangos: La muerte, entierro y honras de Crespina Marauzmana, gata de Juan Crespo, un impreso de cincuenta y dos páginas, publicado en París en 1604, por «un español» llamado «Cintio Merotisso»1 y que los catálogos de la biblioteca identifican con un no menos misterioso Bernardino de Albornoz2. Este cuidado poema en octavas, habitualmente conocido como La Gaticida3, acumula tras sí diversos trabajos de autores que parecen volver obsesivamente sobre el texto, como Henry Bonneville o Alberto Acereda, aunque los versos se resisten como gato panza arriba a entregar sus secretos, comenzando por el del autor. El poema se disfruta mucho en el hermoso y mínimo impreso parisino, pero también se puede leer en las dos ediciones modernas: una muy cuidada en sentido filológico y otra que reproduce la princeps4.

  • 5 Para Bonneville hay un «Zapaquildo» en el poema (en la lectura correcta) y una Zapaquilda en Lope ( (...)
  • 6 Se interpreta como «una representación burlesca del conflicto armas vs. letras» (González, 1989, p. (...)

2La Gaticida sigue rodeada de un intenso misterio que permite afirmaciones variadas, aunque la mayor insistencia se polariza en torno a su influencia en La Gatomaquia, con un claro predominio del no5. Pero el misterio alcanza también, y de otro modo, a la interpretación del poema, pues las implicaciones de los contenidos no suelen encontrar espacio crítico para cruzar esa otra frontera que separa el resumen por complicado que sea, si debe adaptarse a los meandros de una narración que sobre todo busca divertir y quizá confundir del sentido de un texto. Es cierto que alguno de los episodios sí ha sido objeto de examen, como es la lucha del gato militar y del eclesiástico6, pero los más de mil versos de La Gaticida siguen esperando una lectura cuidadosa que valore algo más que las pistas para encontrar a su enmascarado autor, o que su tono burlesco.

3Bonneville ha dedicado dos comunicaciones a lanzar, con toda cautela, algunas de sus sospechas sobre la autoría. La historia crítica del texto, que salta desde su publicación parisina hasta la primera mención en la pluma de Ticknor un par de largas centurias después, sigue sin aclarar ni a quién corresponde el nombre que aparece en la portada, Cintio Merotisso, ni quién es el dedicatario. El juego que se puede suponer en el bautizo del oculto autor le sugiere a Bonneville una indagación también juguetona, una que no minusvalore la atribución de uno de los manuscritos a Antonio Pérez, ni que se base en ella con la ingenuidad de quien nunca haya visto variar las atribuciones de unas fuentes manuscritas a otras. Además, con mucho sentido del humor, ensaya otras aproximaciones no menos lúdicas:

  • 7 Bonneville, 1977a, p. 220.

Me di cuenta de que, sacándole a Cintio la n que le faltaba a Merotisso para conseguir todas las letras de Mentiroso, y haciendo en el nombre la misma metátesis que en el apellido, salía Ticio Mentiroso. ¿Gracioso, no? Ya sé que eso ya no es coincidencia, sino malabarismo que nada tiene que ver con la investigación científica7.

  • 8 Bonneville, 1977a, p. 220.
  • 9 Bonneville, 1977a, p. 221.

4Antonio Pérez había publicado unas Relaciones cuya última edición antes del poema era la parisina de 1598. Concuerdan los preliminares de La Gaticida, cuando el autor habla de «obras que le hacen famoso», con las «cartas y aforismos» de Antonio Pérez «que ya se habían sacado en letras de molde en 1598 y en 1603»8. Por si fuera poca prueba esta de la cercanía temporal, en Relaciones «figura un grabado que representa al gigante Ticio devorado por el buitre, siendo evidente, dice Marañón, que reproduce el grabado, “que con su misma táctica ambigua de dejar creer lo que convenía para su prestigio romántico, alude en esta estampa a su persona”»9. No afirma, desde luego, que el autor sea Pérez, pero se pregunta si sería posible que el poema lo publicara el famoso exsecretario.

  • 10 Bonneville, 1980, p. 119.
  • 11 Con una visión muy atenta al detalle se pregunta si el hecho de que la gata se entierre en una cald (...)
  • 12 Bonneville, 1980, p. 120.
  • 13 Bonneville, 1980, p. 120.
  • 14 Reconsiderado ahora como el personaje del que se burla esa parodia que sería el Lazarillo de Tormes (...)
  • 15 Bonneville, 1980, p. 122.
  • 16 Bonneville, 1980, p. 121. Se trata del manuscrito que procede de la biblioteca de Sir Thomas Philli (...)

5En su segundo artículo, Bonneville se desliza por la inevitable tentación de las lecturas en clave cuando se trata de encontrar un autor tras un seudónimo. Toponimia y linaje son los dos hilos de los que tirar ahora. Así le «sorprende la insistencia en la nobleza y valentía de la gata y las hazañas del difunto marido», como también provoca su curiosidad «esta hembra de tan recalcada nobleza»10. Si bien entre preguntas, asimila la gata a la viuda de Padilla, María Pacheco, y cita el epitafio (al final del primer canto del poema) y la octava que Diego Hurtado de Mendoza dedicó a la muerte de su hermana11: «Dentro de la hipótesis Mendoza, surge una pregunta: ¿puédese ocultar tras el valiente Ferocillo el mismo Mendoza, embajador humanista, por cierto, pero también guerrero, de ‘carácter enérgico, intrépido y valiente’ e ‘indómita arrogancia’, según lo pintan sus biógrafos?»12. El tejido de los dos estambres da para acercarse al «supuesto de una hipotética atribución a Hurtado de Mendoza o a algún allegado suyo»13, como Antonio Pérez, que tuvo acceso a los papeles del escritorio de Mendoza durante sus últimos días, o incluso como Gonzalo Pérez14, padre del famosísimo secretario de Estado, y que fue poeta y «gran bibliófilo» su colección se sumó a la de Mendoza para formar el núcleo de la biblioteca de El Escorial»15. Como editor de la poesía de Diego Hurtado de Mendoza sí puedo manifestar que la tradición manuscrita, muy rica, no se hace el más mínimo eco de esta atribución. De ser un poema de Mendoza, sería un poema que no circuló, que no se transmitió, y que solo alguien muy próximo, como sin duda lo fue Antonio Pérez, pudo encontrar entre los papeles del conocido embajador, aunque no hay ninguna prueba que pueda sostener esta hipótesis. Muy sugestivamente maneja también otros argumentos, como el que incide en uno de los manuscritos que han conservado La Gaticida: «seguramente de manera totalmente fortuita, el manuscrito de Cambridge de La Gaticida fue encuadernado en el siglo xix con otro de las poesías… de Mendoza»16.

  • 17 Iglesias Laguna, 1963a, p. 649. Otro artículo del mismo año (1963b) es un mero resumen del primero (...)
  • 18 Iglesias Laguna, 1963a, p. 652.
  • 19 «Estimo que entre 1635 y 1637, o tal vez con alguna posterioridad a esta última fecha» (Iglesias La (...)
  • 20 El autor «no “bautiza” al amante de Crispina [sic] para que el lector piense que es el felino por a (...)

6Frente a tanta prudencia y a tantas y tan interesantes posibilidades de la investigación Iglesias Laguna, en un trabajo anterior que parece desconocer Bonneville o quizá prefiera no citarlo por muy buenas razones, como se verá se lanza a suponer quién pudo ser Bernardino de Albornoz e intenta «trazar su perfil a base de conjeturas y deducciones estilísticas»: «presumiblemente aragonés y amigo o protegido de los Argensola [...] además de autor fue copista, por oficio o entretenimiento» e hipotéticamente cree que pudo copiar todo el manuscrito 2883, Poesía ms. de los Leonard. y otros, una de las fuentes que transmiten La Gaticida17. Toda la teoría sobre la identidad de Bernardino de Albornoz parte de la suposición de que es el copista del manuscrito, aunque, por desgracia, no se exhibe prueba alguna, más allá de que «también se encuentran en su Gaticida voces y giros aragoneses»18, lo que es insuficiente. Los desconocimientos son, sin embargo, más graves pues Iglesias Laguna ignora la existencia de la edición parisina y solo maneja un manuscrito; tampoco tiene idea de la fecha de composición del poema y la que arriesga en la conclusión del trabajo es muy tardía19; percibe un antilopismo cuando menos curioso, que combate con una exaltación del supuesto modelo; aunque lo más notable son sin duda las «alusiones a Lope» que discute con largueza y que se concretan en auténticas joyas: Crespina es Marta de Nevares y el gato es Lope de Vega, con un juego peculiar20.

  • 21 Merotisso, La muerte, p. 3.
  • 22 «[…] y con el dedo me mostró la ciudad sobre el monte edificada de su grandeza y la fuente de toda (...)
  • 23 Merotisso, La muerte, p. 4.
  • 24 Merotisso, La muerte, pp. 5-6.
  • 25 «Pues sus floridos años y lozanía con la discreción y nata del donaire conforman con el sujeto de l (...)
  • 26 «[…] imitando a Dios que mira lo poco para hacello mucho y con ser alto y soberano tiene puestos lo (...)
  • 27 Merotisso, La muerte, p. 7.
  • 28 «Juan Manuel Rozas y Jesús Cañas Murillo destacan la importancia de La Gatomaquia en la guerra cont (...)

7En la dedicatoria el misterioso autor o el no menos misterioso editor de un poema quizá ajeno que se oculta tras «Cintio Merotisso» justifica el inusual tema de su composición con un robo, gracias a un juego bien conocido en los Siglos de Oro: le robaron los «gatos» y espera que lo perdido se lo restituyan los gatos, lo que explicaría a su vez el «donaire» que sentirían «los que me conocen» al «verme metido en Francia y entre las manos un sujeto tan pequeño»21. Se insiste de varias formas en una estancia temporal en el país vecino, lo que a su vez explicaría la necesidad de recurrir a una ayuda, la de un «ángel», para buscar un mecenas en la vasta ciudad de París. El autor se compara con Agar —esclava egipcia que fue concubina de Abraham y que permitió al patriarca tener descendencia mientras Sara, su esposa, no era fértil— pues, igual que ella encontró una fuente en el desierto con ayuda de un ángel, el anónimo escritor ha contado con la ayuda de otro «ángel» para hallar su «fuente»: el mecenas22. No es La Gaticida su única obra, pero sí es el texto elegido: «he querido tomar de la oficina de mis estudios un pequeño trabajo ya empezado y acaballe lo mejor que yo he podido»23. El autor, a pesar de la modestia obligada en toda pieza introductoria, se mostrará orgulloso de haber «de poco […] hecho mucho con la circuición de versos y palabras y amplificación de historia contada con alguna gracia y sal»24. A partir de la evidente pequeñez del tema que también lo será de la extensión, a partir también del chiste gato (animal)-gato (ladrón)-gato (bolsa de dinero), Merotisso justifica esta obra por la necesidad de provecho, y no de honra pues ya la tiene ganada, y también la justifica por la juventud de su mecenas25, quien, en un giro final, podría incluso trasladar parte de su grandeza a esta obrita26, que es, al mismo tiempo, un juguete apto para el tema humilde y para la edad del mecenas. La Gaticida se presenta como un «juguete para hombres que entienden bien la lengua española y son curiosos en verso y prosa»27. Más allá de una para mí improbable doble lectura de ese entendimiento y de esa curiosidad el contexto impone la limitada recepción de un libro de poesía (con la escasa prosa del preliminar) publicado en París, un auténtico «juguete» que podría divertir con claves hasta ahora no descubiertas o que podría, en mi opinión, divertir con contenidos poco o nada publicables en España. ¿Se trata, pues, de una obra en clave dirigida a unos connaisseurs28? Lo dudo. ¿Cuántos de ellos podían comprar y leer este librito? ¿Es una travesura pagada con el dinero de un supuesto mecenas?

  • 29 Merotisso, La muerte, p. 7.
  • 30 Por ejemplo, Molas Ribalta (2006, p. 136) documenta un Maximiliano Lamberg, conde de Ortenegg y de (...)
  • 31 https://gw.geneanet.org/fcicogna?lang=en&pz=francesco+maria&nz=cicogna+mozzoni&ocz=1&p=johann+alber (...)

8Las investigaciones sobre el dedicatario tampoco han dado ningún fruto: Juan Alberto de Lamberg y barón (o conde) de Ortenegg y Ortenstein, un «príncipe y señor» en una dedicatoria que destaca «la luz del lustre de VS y su cristiandad»29. Los títulos sí existen: Graf von Ortenegg und Ortenstein30. El apellido Lamberg también es real, aunque próximos en el tiempo solo encuentro a un Johannes Albert von Lamberg, muerto en 1650, y a un Johannes Albertus von Lamberg (Freyherr auf Ortenegg Herr zu Ottenstein) posterior31. ¿Un joven desconocido o casi en el París del siglo xvii? Es posible. ¿Una broma con un nombre que nadie en España podría localizar en 1604 ni, por lo visto, después? ¿Un mecenas auténtico? Quizá.

  • 32 La calle está dentro de «un périmètre très restreint» donde «se trouvent réunis les gens du livre» (...)
  • 33 Hay un Sébastian Molin (1567-1590) y un homónimo en Tours (1591-1612) y un Jean Molinier en Toulous (...)
  • 34 La edición de Bonneville incluye tres octavas más: dos al final, que considera apócrifas, y una ter (...)

9Una última pista, la del impresor, se muestra también esquiva. La calle de «San Juan de Latrán», Saint-Jean-de-Latran, pertenece al barrio por excelencia de los editores parisinos en esa época32, pero no he podido localizar al impresor, a Nicolo Molinero, según el pie de imprenta, o Nicolas Munier, según el «Extrait du Privilege du Roy», de 22 de septiembre de 1604, que se imprime en la página cincuenta y dos, la última33. Queda, pues, el texto del poema como el más sólido apoyo de la peculiar enquête, con sus 146 octavas reales repartidas en tres cantos, con 67, 31 y 48 estrofas respectivamente y con un total de 1168 versos34 .

  • 35 Cebrián en su ed. de Juan de la Cueva, Fábulas mitológicas y épica burlesca, p. 86.
  • 36 Zoomaquias, p. 16.

10El poema comparte con otras aproximaciones a los gatos la humanización: los gatos hablan, visten, tienen enemigos, cultivan ritos como los funerales. Hay gatos importantes e incluso clérigos, aunque esta presencia de religiosos es un factor distintivo de La Gaticida sobre el que vuelvo enseguida. Junto a la anécdota, que se reparte sobre todo por los dos primeros cantos, aparece la burla sobre los comportamientos y actitudes de gatos que son netamente humanos, recogida bajo la máscara del funeral y la muerte de una gata muy afamada como es Crespina. Además, los gatos se presentan en la conclusión que es el «Sermón» con treinta y una octavas del último canto, como una raza diferente y maltratada, lo que podría remitir, sin perder el omnipresente tono humorístico, a otras razas en las mismas condiciones. Pero el género de La Gaticida tiene mucho de burlesco y nada de épico, y en eso se distancia de La Muracinda de Juan de la Cueva, un «poema épico de asunto burlesco en verso suelto y octavas reales que desarrolla el tema de la lucha entre los gatos y los perros», con más de mil quinientos endecasílabos, no todos agrupados en octavas35, y se distancia también del conocidísimo poema de Lope. La Gaticida no es «propiamente […] un poema épico, pues no hay escaramuzas, guerras, ni héroes»36. Este «juguete» es por encima de otras consideraciones un artefacto burlesco que parece incluir en sus burlas elementos que en la España de la época no se ofrecen con esa intensidad a la risa.

11La geografía del relato le resulta muy precisa a Bonneville, que la considera otra pista posible con la que penetrar en el laberinto de la anonimia y las bromas. Parecería, como ocurre en La Muracinda con el uso de topónimos sevillanos, que en La Gaticida los topónimos se concentraran en una región:

  • 37 Bonneville, 1977b, p. 43.

Desde luego nadie dejará de notar que se extiende en aquella misma tierra de Castilla que inmortalizaran las andanzas de Lazarillo. Es muy posible que, en esta precisión geográfica [Sotillo (de la Adrada), monasterio de Guisando, Cadalso (de los Vidrios)], se halle, si la hay, gran parte de la clave de nuestra gatesca epopeya y no tengo por qué ocultar que me estoy dedicando a averiguarlo37.

  • 38 Bonneville, 1977b, p. 80.
  • 39 Bonneville, 1977b, p. 82.
  • 40 El nombre de «Muracinda» es el de la gata de un cura que mata «saleándola» (v. 85) la podenca del m (...)

12El primer topónimo aparece bien avanzada la narración, cuando en el monasterio de Guisando se vota para que vaya al entierro el «Padre Fray Arnauto, / procurador de casa y gato cauto»38. El segundo topónimo es Ladrada y el mismo Bonneville comenta, una vez identificado el lugar, que «entre gatos suena graciosamente a ladrar»39. Creo que esta geografía obedece al mismo principio burlón: Guisando remite a la comida, Ladrada al sonido perruno por excelencia y Cadalso a uno de los castigos predilectos para acabar con la vida de los revoltosos, perros o gatos40. Cadalso o Cadahalso tiene además otras connotaciones:

  • 41 Bonneville, 1977b, p. 96.

De Cadahalso vino este letrado,
gato de unos descalzos, macilento,
y cuanto débil, flaco y descarnado
es, tanto de sutil entendimiento
41.

  • 42 Guisando también se menciona en Quevedo 971 (junto con Mazagatos), lo que remite a un más que proba (...)

13En el doble juego del uso de «Cadahalso» cuentan tanto la estrechez en la que vive este fraile-gato «descalzo» como el castigo al que se exponen los gatos ladrones. La geografía burlesca es un procedimiento bien conocido de la literatura de los Siglos de Oro y por eso la pista de la toponimia para identificar la patria chica del autor o tiene un doble valor o es más propiamente falsa42.

  • 43 Los dos rivales reivindican sus lejanos orígenes: Micifuf pretende descender «por línea recta [...] (...)

14La Gaticida se centra en la muerte y entierro de un conocido personaje en la comunidad por más gatuna que sea y ese tono necesariamente funeral si bien queda contaminado por el necesario sentido del humor que debe acompañar la no menos necesaria y característica humanización del gato permite, al mismo tiempo, entrar también burlonamente en temas como la honra y la clerecía y esas bromas alcanzan en muchos casos una libertad mayor la propia de los manuscritos en un libro publicado fuera de España, de manera anónima y sin censura. Es verdad que la honra suele ser materia de risa en otros textos, como en La Gatomaquia, pero de una forma general y poco apegada a usos concretos de la realidad de los Siglos de Oro43. Por el contrario, Crespina, antes de morir, recuerda a sus dos hijos su origen, en un discurso que llega hasta unos abuelos no perdidos en la lejana Historia como en Lope, con esa obsesión por la sangre característica de las dos centurias:

  • 44 Bonneville, 1977b, p. 69.

de la gente feroz de la montaña
vuestro valiente padre descendía
y no de muy remoto y alto grado
sino del más cercano y allegado.
Porque siendo doncella y bien graciosa
estando en una granja su alta madre,
un gran gato montés a la hermosa
por fuerza le mostró podía ser padre
44.

  • 45 Bonneville, 1977b, p. 86.
  • 46 Bonneville, 1977b, p. 65.
  • 47 Bonneville, 1977b, p. 67.

15Se constata así en el abolengo la presencia de un abuelo que fue gato montañés, una transparente broma sobre las pretensiones de los que vienen de la Montaña, que tan bien conocía Lope las pretensiones digo, como tantos otros. Los orígenes se contienen también en la declaración «pues soy notoriamente gato de algo»45, que hace de sí mismo Ferocillo, el gato soldado. Antes, cuando Crespina recupera el habla a punto de expirar, pide a sus hijos que sean atrevidos para sobrevivir; si no es suficiente su juventud, les recuerda «mirad vuestro linaje, línea y casta»46. En ese linaje burlón juega un papel importante el padre, desaparecido, y la gran cantidad de pájaros que cazaba: «Jamás comió ratón, que el que mataba / luego a algún gato pobre le enviaba»47. Las burlas continúan con el origen raro, y épico-burlesco, del padre y su muerte por saeta de un «vil villano» mientras robaba cuatro pollos. Una buena parte del humor del poema deriva, como en otros donde los gatos son protagonistas, del contraste entre el discurso elevado y la realidad de los ladrones, así como del detalle de sus humanamente nada valiosos tesoros o preocupaciones alimenticias. La herencia de Crespina no puede ser más burlesca:

  • 48 Bonneville, 1977b, p. 71.

En la concavidad del tejadillo
hacia los paredones del gallego,
junto a donde moraba hogaño el grillo,
en un rincón secreto, oscuro y ciego,
escondidas debajo de un ladrillo,
están cinco sardinas, las que os ruego
como hermanos partáis, y seáis hermanos
en cuanto más viniere a vuestras manos
48.

16Esa equivalencia entre las costumbres humanas y la pegadísima imitación gatuna encuentra un auténtico tesoro en la descripción de los bienes que Crespina transmite a sus hijos en el momento de morir:

  • 49 Bonneville, 1977b, p. 71.

alas y patas mil de aves tragadas,
de cuadrúpedes pieles y manteos,
que vuestro padre allí dejó allegadas
por victoriosas señas y trofeos.
Estas tened en más que la comida,
que el sueño, que el descanso [y] que la vida!
49

  • 50 Bonneville, 1977b, pp. 71-72.
  • 51 Como indico en otra parte (Díez, 2015), el humor de los Siglos de Oro a veces da pie a los investig (...)

17La declaración de hidalguía es tan expresa como ridícula: «¡Estas son propiamente hidalguía! / ¡Estas son verdadera ejecutoria!»50. No se le escapa ni al lector ni desde luego al autor lo que de crítica hacia la nobleza contiene el poema al situar las mismas divisiones entre animales despreciables como son los gatos. Claro que no conviene olvidar que el humor de los Siglos de Oro en este terreno permite al lector reírse de esa impropia proyección sin que tenga que poner en tela de juicio los valores humanos bien asentados51.

  • 52 «En el atrevimiento nuestra renta / está, en atrevimiento nuestra gloria, / en solo atrevimiento es (...)
  • 53 Bonneville, 1977b, p. 51.

18El poema se construye con contrastes que el medido uso de la seriedad y la broma ocasiona, ya sea dentro de la misma octava52, ya entre los componentes temáticos de una situación. Termina el canto primero con un epitafio que llena toda una octava, la 67, tras la muerte de la gata en noche de tormenta, en un poema que había comenzado elegíacamente («Deténganse a escuchar mi triste canto»53). También el canto segundo se inaugura con la elegía, para crear sin duda un contraste entre el elemento bajo de la historia y el estilo muy alto, tanto que no se distingue del tratamiento serio excepto por el tema gatuno, que aquí no aparece:

  • 54 Bonneville, 1977b, pp. 77-78.

Aliéntese mi voz con nuevo acento,
refuércese el dolor, el duelo, el llanto,
a lástima provoque mi instrumento,
a la tristeza invoco al nuevo canto.
Cantemos, Musa triste, el sentimiento,
la soledad, angustia, pena y planto,
que a los hijos causó la madre muerta,
de aquella madre antigua ya cubierta
54.

19Y el poema acaba de un modo muy intencionadamente circular pues las «honras» y el sermón final en el canto tercero se dan un día muy oscuro y tormentoso.

  • 55 Bonneville, 1977b, p. 82.

20Al publicar un libro en París, lejos de la Inquisición, el poeta goza de esa otra libertad que se encuentra en España en los manuscritos pero no en la letra impresa, para jugar sobre un terreno comprometido como lo es sin duda la burla de los frailes. Aparecen así gatos frailes en el poema —y no gatos de frailes— como fray Arnauto y fray Maucino, lo que da lugar a diversos chistes, como el empleo del título «Su Gaternidad», o la utilización de nombres gatunos junto a rótulos clericales (el prior es el «Reverendo Fray Maucino»). No hay gatos frailes o sacerdotes en el poema de Lope y en La Muracinda solo hay un gato mago. Uno de los episodios con más enjundia de La Gaticida narra la lucha entre Ferocillo, representante del «Gato Castellano del Castillo»55, y un fraile con el que discute larga y violentamente su preeminencia:

  • 56 Bonneville, 1977b, pp. 85-86.
  • 57 Bonneville, 1977b, p. 86.

vosotros, un colegio tan ocioso,
tan entregado al sueño en la ceniza,
tan cobarde y tan poco provechoso
que solo ese comer os autoriza
56.

¡O sucios, o grasientos, o hinchados,
gruesos de lomos, gruesos de razones,
sin honra, sin provecho, ni ejercicio,
teniendo el comer solo por oficio!
57.

21En este enfrentamiento entre un soldado y un clérigo no solo se resumen las ya viejas luchas de la Iglesia y los demás poderes en la Edad Media, sino otros contenidos burlescos que inciden, de nuevo, en lo risible de los religiosos. Frente al extenso discurso de Ferocillo, la lucha es corta:

  • 58 Bonneville, 1977b, p. 88.

Revueltos con horrísono ruydo,
el partido de Arnauto andaba malo,
el cual en su persona ha conocido
que aquí le fue dañoso su regalo;
porque, andando sangriento y mal herido
del seco Ferocillo como un palo,
nunca pudo sacar sola una pinta
de aquella su vital y alegre tinta
58.

  • 59 «Déjanle mayormente cuando miran / que el otro es zorra, y juntos se resuelven / de seguir la zorrá (...)
  • 60 Bonneville, 1977b, p. 89. En la «Consultación de los gatos» de Quevedo, con la que me detengo enseg (...)

22La pelea acaba atrayendo a unos perros que no se ocupan del «soldado», porque prefieren a la indefensa «zorra», es decir, al fraile, y sin duda llamar «zorra» a un clérigo entra en ese tipo de humor que el poema prodiga59. Los perros le torturan y matan y sin pretender una lectura simbólica del papel de esos perros, lo cierto es que el fraile recibe un desproporcionado castigo por su afán de conseguir un papel que el poema le niega60.

  • 61 Bonneville, 1977b, p. 63.
  • 62 Bonneville, 1977b, p. 82. Para el viaje le dan al enviado del convento queso y tocino y, adaptando (...)
  • 63 «Entre estos visitantes ha llegado / un venerable gato de una ermita, / con la barba y cabello prol (...)

23La Gaticida está repleta de referencias maliciosas a los monjes, lo que habría planteado numerosos problemas a la censura civil y eclesiástica de la península: «la Mentira se fue de allí primero / a un convento de monjas sus amigas»61. El narrador se encarga de explicar el muy expresivo contraste entre la dotación que reciben para el camino los dos personajes antes mencionados, el fraile y el soldado: «que quien de Marte sigue el duro traje / no ha de seguir la secta de Epicuro», con una evidente asimilación de los religiosos a la supuesta, en la época y mucho después, ociosa y muy lujosa vida de los epicúreos62. Los detalles a veces hoy no son tan obvios, aunque sí lo serían para un lector de los Siglos de Oro. Así, en el sermón que cierra el poema el narrador hace constar que lo pronuncia desde un púlpito un gato «doctísimo» (p. 96), que lleva «antojos» pues «la vista de estudiar gastada tiene» (v. 7) y que es muy conocido («y por tener gran fama en los sermones»). ¿Un gato en un púlpito? De hecho, todo el asunto central del poema, la muerte de Crespina, está buscado para contar con la presencia de religiosos y el primer visitante, tras la muerte de la gata, es uno de ellos63.

  • 64 Bonneville, 1977b, p. 78.
  • 65 Bonneville, 1977b, p. 79.

24Incluso en ese juego constante de unir el tono elevado y el humilde, la desnuda seriedad de los gatos es sorprendente: «La profunda y sutil melancolía / sutiliza y afina el pensamiento, / y en esto se transportan de tal arte / que ya para alentarlos nada es parte»64. Frente a los humanos que los juzgan ocupados en otras cosas, la sociedad de los gatos es, como se dice ahora, solidaria: «El uno y otro allí se consumiera, / si un piadoso gato, su vecino, / una noche al desván no les trujera / con gran amor, un pollo mortecino»65. El largo «Sermón» final es una interpretación sobre la naturaleza de los gatos donde la anécdota desaparece para hacer sitio a una ideología de liberación burlona, pues se trata de gatos pero cargada de unas bromas un tanto pesadas para algunos paladares hispanos. El discurso es también una autocrítica feroz en la que se proponen soluciones a la insatisfactoria situación subalterna en la que viven los gatos. Primero se recuerda el indigno y probable destino de acabar transformado en un bolsón:

  • 66 Bonneville, 1977b, p. 98.

Si vemos nuestros padres y parientes
andar ya convertidos en bolsones,
y al dinero en lugares indecentes
donde moraron bravos corazones,
evidencia nos es a los presentes,
sin otros argumentos y razones,
que presto serviremos de este oficio,
o en otro ministerio y exercicio
66.

  • 67 Bonneville, 1977b, p. 99.

25Pero el «Sermón» mezcla bromas y veras y propone, por ejemplo, un ideal para quedar en la fama, burlesco por sus destinatarios, pero muy serio en su factura poética: «Y, pues la muerte lleva con tal gloria / de todo el universo sus derechos, / procuremos dejar en la memoria / de las futuras gentes grandes hechos»67. Como en el elogio épico, se exaltan algunas virtudes y características, que son muy apreciadas o solo muy notadas en los gatos:

  • 68 Bonneville, 1977b, p. 100. La Gatomiomaquia de Luzán, «Canto burlesco», se inicia con el tópico: «D (...)

¡Qué uñas, qué colmillos, qué destreza!
¡Qué vista, qué prudencia, qué osadía!
¡Con qué cautela, maña y fortaleza
sujetaba las cosas que quería!
Tal gracia, tal valor y tal rareza
—hermanos y muy cara compañía—,
¿no os parece que es digna de contarse
y por mil escritores celebrarse?
68

26A los oídos sordos de los escritores hacia un tema tan irónicamente valioso hay que sumar otras condiciones de corte moral, pues desunidos, caprichosos, peleones, los gatos no se aprestan a resolver sus problemas todos juntos, como denuncia el sabio autor del sermón:

  • 69 Bonneville, 1977b, p. 104.

Mas los traidores gatos desenvueltos,
que pierden el respeto al mundo todo,
y andan en mil cuestiones siempre envueltos,
rodando, ya en las tejas, ya en el lodo
69.

27Esa unión en el comportamiento (a pesar de que se volverá clásica y nada divertida en las revueltas o motines de subsistencia de la época y sobre todo en los movimientos obreros decimonónicos) es ahora simplemente el arma de una protesta ridícula si no se olvida que va destinada a los gatos. Sin embargo, el autor del sermón sabe que unidos los que le escuchan pueden hacer daño al dejar de cumplir su principal función:

  • 70 Bonneville, 1977b, p. 105.

Mas quien nos hace tales sinrazones,
a los honrados gatos dando afrenta,
merece ser comido de ratones [...]
haced que vuestra ausencia bien se sienta,
que si su habitación dejáis desierta,
vuestra venganza luego será cierta
70.

28Pero no basta con esta huelga de patas caídas, con este ceder el terreno a la plaga de ratones que lo devore todo hasta al dueño de los gatos, sino que hay que escapar a otra tierra mejor y esa oportunidad se halla en la «libre Berbería», donde se puede comer carne en cualquier momento del año, lejos de las limitaciones católicas. Pero la hipotética huida no sería de todos: algunos gatos deben quedar atrás, en algunas casas objeto de una sátira brutal, como en las de «algunos cleriguitos» y en las de los «maricones»:

  • 71 Bonneville, 1977b, pp. 105-106. Sobre las dos últimas estrofas Bonneville simplemente indica: «Nóte (...)

Gocemos de la libre Berbería,
donde se come carne cada día.
Los gatos relegados y de cama
queden en cas de algunos cleriguitos
que dicen, en entrando a casa, al ama:
«Ama, ¿qué es de la gata y los gatitos?».
Y si acaso no vienen cuando llama,
hace luego el curita pucheritos;
collarecitos les pone a los menores,
y en las orejas borlas de colores.
Otros queden también aposentados
en las casas de algunos maricones,
que siempre andan con gatos abrazados,
diciéndoles requiebros y razones;
y, porque morirán desesperados
si no ven al gatico a sus tizones,
dejémosles acá para consuelo
algunos gatos nuevos, de buen pelo
71.

  • 72 Bonneville, 1977b, p. 106. La cursiva es mía.
  • 73 Bonneville, 1977b, p. 107.
  • 74 Bonneville, 1977b, p. 108.

29Se pretende, nada menos, que «venguen aquesta injuria que a su raza / se hace, sin respeto ni clemencia»72. Con su seriedad ridícula para los lectores sobre lo deleznable del maltrato a los gatos o sobre la práctica del adulterio entre ellos el «Sermón» escarba en la repetida evidencia de que «y por la muerte todo se destruye», una aseveración que en su apodíctica forma resulta poco cristiana. Se les propone a los gatos una muerte más dulce que la que proporciona la desagradecida frecuentación de los humanos y que al mismo tiempo sea una última venganza contra estos: «Cuando ya la vejez con paso lento / os saliere, señores, al camino, / os echaréis con grande atrevimiento / en tinaja de miel, aceite o vino»73, como una muestra de ese «atrevimiento», el decisivo, que preside la vida del animal. El final se abre a unas bodas y a una continuación: «Zautico deseaba este concierto, / porque de sus amores anda muerto»74.

  • 75 Bonneville, 1977b, p. 72.
  • 76 Vega, La Gatomaquia, ed. 1982, p. 225.
  • 77 Bonneville, 1977b, p. 73.
  • 78 Bonneville, 1977b, p. 74.
  • 79 Véase, como ejemplo, la temprana muestra en La Gatomaquia cuando Marramaquiz monta en una mona, com (...)
  • 80 «En procesión la gente iba ordenada / y con cabos de velas en las manos, / iba un gato rabón allí c (...)

30No hay que perder de vista que La Gaticida es un «juguete» culto, nada a pesar de lo que sugiere la presentación, con la supuesta anécdota o motivo de un robo: despliega, a partir de un chiste polisémico, un millar largo de endecasílabos en teoría solo para conseguir ayuda económica. Es un poema divertido, burlón, que juega con los gatos como reflejo de comportamientos humanos, como suele ocurrir con la figura de los gatos en los Siglos de Oro: el dolor que expresan los gatos en torno a la desgracia de la gata muerta, la organización del rito social de los funerales, el espejo que permite reírse de los conflictos que la preeminencia social levanta, etc., son motivos de risa. Sin embargo, en medio de la chanza, del buen humor, del juego, la inclusión de críticas a los gordos e inútiles frailes, la soflama para que los gatos se rebelen y partan a otras tierras más libres, el intento de unir a toda una raza dominada son tres elementos que dejan entrever en el autor una libertad mayor de la esperable en un impreso español. A veces el alcance concreto de la broma es problemático, como cuando el alma de Crespina abandona su cuerpo: «el ánima salió de aquella funda»75, y aunque inmediatamente se añade un chiste sobre la idea de «funda» «que ¡ojalá de doblones yo tuviera» podría dejar abierta la cuestión de si los animales tienen alma. Sin embargo, si se considerara de manera aislada, se trataría de una expresión lexicalizada, como ocurre en una sola ocasión en La Gatomaquia, en la última silva, cuando la muerte de los gatos también se describe así: «a cuál de vida y alma le despojan»76 y es perfectamente asumible en este contexto burlón. La risa sobre el duelo es similar y de otro tipo al mismo tiempo, pues los gritos, el arrancarse bigotes y barbas, el uso de mortaja y caja «todos muy brevemente se enlutaron, / sin trabajarlo [a] agujas ni tijeras, / porque sus cuerpos harto bien tiznaron / con suelos de sartenes y calderas»77 permiten esa imitación ridícula que incluso tiene sus peculiaridades, pues algunos gatos son de pelaje negro y ya están preparados para ese luto «y los que negros eran escusaron / estas señas postizas y maneras, / mas dieron a entender que lo sentían / pues su pasión y pelo convenían»78. Esta es la base constructiva del poema, un humor que se detiene en las descripciones de la imitación del comportamiento humano, con la que el autor muestra su ingenio y con la que los lectores marcan distancias humorísticas79, pero la muerte de la gata hace que ese humor que domina todo el poema se vuelva más intenso, más «religioso»80.

  • 81 Bonneville, 1977b, pp. 72 y 45.
  • 82 Acereda, 1996b, p. 90. El poema en Quevedo, Obras completas, I. Poesía original, pp. 967-973. Sobre (...)

31No es extraño, en este terreno móvil y ambiguo de la anonimia, que Bonneville insista en que en el poema hay una clave «muy probable, como lo sugirieron Ticknor y Rodríguez Marín [...] diferente, a mi parecer, de la que supone la dedicatoria de la edición de 1604», con sospechas sobre la autoría que de confirmarse «también quedaría confirmada la hipótesis de mi prólogo de que el presunto autor del poema, Cintio Merotisso (fuese o no Antonio Pérez), bien se lo pudo haber ‘hurtado’... a algún poeta muy conocido suyo»81. Por eso sitúa con probabilidad la composición de La Gaticida en la segunda mitad del xvi. Sin embargo yo creo que La Gaticida se vale de los recursos que los poemas de gatos utilizan, llevando más lejos alguno de ellos. Por otro lado, no percibo elementos que permitan una datación segura ni creo que el poema precise de una interpretación en clave necesariamente. De hecho, hay una cierta proximidad en el planteamiento e incluso en la conclusión, con diferencias profundas, entre La Gaticida y «Consultación de los gatos, en cuya figura también se castigan costumbres y aruños», de Quevedo, que es «un cuadro realista de la vida diaria de la clase media y baja, pero no enfocado desde un punto de vista serio, sino burlesco»82. En esta ocasión se trata de un «cabildo» de «grande cantidad de gatos» encima de un tejado. El hilo conductor de la hilaridad es, una vez más, la imitación de lo humano y la queja del maltrato: los gatos se sientan según un orden y varios de ellos se lamentan de los horrores que padecen. El lector contempla los daños a los que se exponen los gatos por sus costumbres ladronas para procurarse la comida, entre chistes muy quevedescos o reaprovechados (como la equivalencia de gato y ladrón): uno es «caridoliente, / por ladrón, desorejado» (vv. 33-34), otro, «un gatillo negro y manco, / que tras una longaniza / perdió un ojo entre muchachos» (vv. 50-52), otro no recibe golpes porque está destinado a convertirse en «bolsón», otro «vino con muletas; / que, por rascar cierto ganso / dio en manos de un despensero, / y dieron en él sus manos» (vv. 141-144)… y el último es «un gato afrisonado»

que hace la santa vida
en un refitorio santo,
con seis dedos de tozuelo,
más cola que un arcediano (vv. 167-170).

32La vida de este gato, que vive entre frailes pero él no lo es, ejemplifica la única forma de vivir bien («tengo paz y duermo harto», v. 176) y de evitar ese terrible destino que consiste en «que vivos nos comen perros, / y difuntos los cristianos» (vv. 179-180). La crítica a los frailes la comparten ambos textos, aunque en La Gaticida se expone con violencia y con insistencia. También propone el poema de Quevedo un escape, aunque es irónico a pesar de lo dubitativo: «Busquemos si hay otro mundo; / porque en este ¿qué alcanzamos?» (vv. 193-194). La huida a otro lugar no se concreta, mientras La Gaticida sí elige un destino posible, precisamente por más libre y quizá aquí los gatos son implícitamente asimilados a una minoría perseguida y que exhibe sus malas cualidades para el resto de la población, como son los moriscos. Así lo hace Lope, aunque solo por su lengua, en La dama boba:

  • 83 Rodríguez Marín fecha la comedia en 1613 (Vega, La gatomaquia, ed. 1935, p. xlviii). También el act (...)

que deben de ser moriscos,
porque el lenguaje que hablan
en tiple de monacillos,
si no es jerigonza entre ellos,
ni es español ni latino
83.

33Si todos fueran como él, razona el «gato afrisonado» con la evidente carga hacia una vida de «prebendado» y con un coste social, que no desdice de los otros «gatos» o ladrones como sastres, zapateros, alguaciles, jueces, etc.―, se alcanzara esa otra vida. Lo escatológico aún acude a la pluma de Quevedo para acabar con un último chiste, una vez que un alano ha puesto fin a la reunión:

Lamentando iban del mundo
los peligros y embarazos;
que aun de las tejas arriba
no pueden hallar descanso (vv. 225-228).

  • 84 Rodríguez-Moñino, 1963, pp. 344-349 («El gato de Lorente una mañana»): «No creemos, aunque lo afirm (...)
  • 85 Rodríguez-Moñino, 1963, p. 22.
  • 86 En La Gaticida parisina «Polismanda por cierta travesura, / está casi en el cabo de su vida, / que (...)
  • 87 Rodríguez-Moñino, 1963, pp. 346-347.

34Otra «junta de gatos» se da en la otra Gaticida, publicada en un pliego, que es mucho más breve: solo veinte octavas reales que siguen al título de La famosa Gaticida, la cual trata la sotileza y vigilancia que tienen los gatos en coger lo alzado, y trata de los demasiados descuidos de algunas mozas y cómo son castigadas de los gatos. También trata de una junta de gatos que puestos en un tejado cada uno contó en particular sus hazañas, compuesta por Francisco Navarro, Valencia, Pellería Vieja84: «En ellas el autor describe una junta de gatos que, reunidos en el tejado, van narrando sus fechorías y las artimañas que usan para alzarse con las presas ricas que mozas descuidadas dejan a su alcance»85. Hasta tres gatos son los protagonistas: «el gato de Lorente», «la gata de doña Ana» y «el gato del Cura», al que han escaldado y se incorpora después a la charla, que gira obsesivamente en torno al robo de comida. Intentan al final cogerles a lazo y los tres se van sin consecuencias, aunque un arriero les dispare una ballesta. Esta segunda Gaticida es mucho más costumbrista y limitada en su planteamiento que el poema homónimo publicado en París, aunque comparte con él los tópicos en el retrato de los gatos: la obsesión por la comida y la manifestación de la crueldad86. Sin embargo, resulta seguro que busca un público diferente, el de lectores poco avezados que disfrutan con un retrato que elabora el diálogo imposible de tres gatos y que muestra las crueldades de los castigos así como, indirectamente, el optimismo de unos lectores que seguramente ríen con el gato escaldado pero no quieren un castigo mortal. La humanización, próxima a la de la fábula, es evidente, sin que el relato esté cerrado aquí, pues no parece haber lección alguna que mostrar: «y para un gato es caso muy gozoso / topar un lance solo en un desvío [...] / aquestos han de ser nuestros provechos / pues no tenemos renta conocida»87. Le sigue una letra, aparentemente directa, para que la «moza» evite el robo de comida, aunque quizá vaya mucho más allá con un segundo sentido sexual:

  • 88 Rodríguez-Moñino, 1963, p. 359.

Moza guárdate del Gato
no te dé mal rato.

Es el Gato tan sotil
que si sola ve una presa
la toma aunque sea en la mesa
por la sombra del candil;
son sus tretas más de mil,
vive moza con recato,
no te dé mal rato.

Si dél te quieres guardar
cuelga la carne en el aire,
no lo tengas por donaire
mira que te hará llorar,
pues la suele descolgar
aunque esté en el garabato,
guárdate del Gato
88.

35La primera Gaticida se vale, pues, de una nueva versión del tópico de la «junta» de gatos al proponer un esquema diferente: una muerte, un entierro y un sermón. A su vez ese cambio sirve para desarrollar una panoplia de bromas en torno a los frailes, lo que podría hacer pensar en un autor erasmista o en un crítico de uno de los ejes de la cultura hispánica del momento. También le sirve al autor, que presume en la dedicatoria de su capacidad amplificadora, para llenar de sólido contenido un impreso que se publica en tierras tradicionalmente enemigas de los Austrias.

36En suma, La Gaticida, de Cintio Merotisso, alias Bernardino de Albornoz seguramente otro alias es, hasta la fecha y junto con el poema de Lope, La Gatomaquia, la expresión más lograda del protagonismo gatuno en los Siglos de Oro. No es La Gaticida un poema épico, sino funeral, aunque los dos, el anónimo y el de Lope, son burlescos. Además, la publicación fuera de España de La Gaticida le permite ampliar chistes y bromas que se encontrarán en Quevedo, por ejemplo, más tarde pero no tan desarrollados y que indican una probable pertenencia a un fondo común de buscado aire pseudopopular y burlesco. Merotisso, sin embargo, puede moverse entre ellas sin miedo a que su gracia no sea del agrado de los censores, por lo que en ocasiones fuerza los límites de lo tolerable en España, especialmente sobre los frailes. Sin batallas o luchas entre ejércitos de gatos, La Gaticida parisina se separa de la conocida fórmula de la épica burlesca y, sin perder de vista la burla que supone ver a los gatos con comportamientos humanos en este caso referidos a la muerte y al entierro fundamentalmente a veces los proyecta también hasta alcanzar, del modo que permite el humor y por eso muy pacíficamente, al edificio social y sus fricciones. Frente a La Gaticida publicada en París la otra Gaticida, también en octavas reales pero con un número mucho menor de versos, se inserta mucho mejor en la visión popular de los gatos, perseguidos por robar comida, según el estereotipo, con violentos castigos en la sociedad moderna española (y europea).

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Bibliografía

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Notas

1 Bonneville (1977a) encuentra otro ejemplar en la Biblioteca Mazarina de París, signatura 22.126 (pero no se halla en el catálogo online: http://www.bibliotheque-mazarine.fr/fr/).

2 La poco fiable Enciclopedia Universal Ilustrada Europeo-Americana recoge un Bernardino de Albornoz y un Bernardo de Albornoz. Al segundo le dedica algo más de cuatro líneas: «Poeta satírico español del siglo xiii, que se distinguió por su ingenio y estilo gracioso. Entre otras obras se le debe el poema jocoso titulado Gaticida famosa de Bernardo de Albornoz» (vol. 4, Madrid, Espasa-Calpe, 1909, p. 175), con un manifiesto error de siglo y con una interesante suposición sobre esas «otras obras» que a más de uno nos gustaría leer. Para Bonneville (1980, p. 121) Bernardino de Albornoz es solo un disfraz, un pseudónimo a su vez (de «bernardina» y «disfraz»).

3 El neologismo aparece ya en el Carlo famoso (1566) de Luis de Zapata (hay una batalla de gatos y ratones, como excurso, en el canto XXIII, de 39 octavas; ver Cebrián en su ed. de Juan de la Cueva, Fábulas mitológicas y épica burlesca, p. 93), y también lo usa Lope en La Gatomaquia («único gaticida», ed. 1982, p. 139), y en La Dorotea («Esto es tomado del poeta Magalón de Pestinaquis en su comento de la Gaticida de Gusarapo Magurnio», p. 384).

4 Bonneville, 1977b y González, 1989. No he podido consultar Álvarez-Alguacil.

5 Para Bonneville hay un «Zapaquildo» en el poema (en la lectura correcta) y una Zapaquilda en Lope (1977b, p. 44). La esforzada prueba de la relación por parte de Acereda (1996a) se concreta en el uso de un pseudónimo, en la división en tres partes que se puede «corresponder con los tres actos del teatro lopesco» y, finalmente, en la «profusa creación común de nombres propios de gatos, muy similares en su origen» (pp. 38 y 42).

6 Se interpreta como «una representación burlesca del conflicto armas vs. letras» (González, 1989, p. 544), lo que, como resultado, lleva a concluir que se trata de «un poema misterioso, posiblemente alusivo a algún hecho que hoy desconocemos» (Acereda, 1996a, p. 46).

7 Bonneville, 1977a, p. 220.

8 Bonneville, 1977a, p. 220.

9 Bonneville, 1977a, p. 221.

10 Bonneville, 1980, p. 119.

11 Con una visión muy atenta al detalle se pregunta si el hecho de que la gata se entierre en una caldera tiene algo que ver con las armas de los Pacheco, que incluyen una caldera. Por otro lado y en mi opinión, la octava del epitafio flojea en su seriedad al llegar al sexto verso: «trajo sus sueltas carnes aquí presas» (Bonneville, 1977b, p. 67). La octava a doña María Pacheco puede leerse en Hurtado de Mendoza, 2007, p. 142.

12 Bonneville, 1980, p. 120.

13 Bonneville, 1980, p. 120.

14 Reconsiderado ahora como el personaje del que se burla esa parodia que sería el Lazarillo de Tormes (Torres Corominas, 2012, p. 99).

15 Bonneville, 1980, p. 122.

16 Bonneville, 1980, p. 121. Se trata del manuscrito que procede de la biblioteca de Sir Thomas Phillipps y que hoy se custodia en la Cambridge University Library (sign GB 12 MS. Add. 7941). En la página web de la biblioteca se especifica que son dos manuscritos distintos encuadernados en un volumen: https://archiveshub.jisc.ac.uk/data/gb12-ms.add.7941

17 Iglesias Laguna, 1963a, p. 649. Otro artículo del mismo año (1963b) es un mero resumen del primero y una antología somera del poema (doce octavas).

18 Iglesias Laguna, 1963a, p. 652.

19 «Estimo que entre 1635 y 1637, o tal vez con alguna posterioridad a esta última fecha» (Iglesias Laguna, 1963a, p. 672).

20 El autor «no “bautiza” al amante de Crispina [sic] para que el lector piense que es el felino por antonomasia. Asociación de ideas: gato = felino = Félix = Lope» (Iglesias Laguna, 1963a, p. 664).

21 Merotisso, La muerte, p. 3.

22 «[…] y con el dedo me mostró la ciudad sobre el monte edificada de su grandeza y la fuente de toda la afabilidad y blandura para recibir peregrinos» (Merotisso, La muerte, p. 6). En Génesis 16:7 el ángel encuentra a Agar en una fuente mientras escapaba de Sara. Merotisso también se identifica con Agar porque ese nombre deriva de «huir».

23 Merotisso, La muerte, p. 4.

24 Merotisso, La muerte, pp. 5-6.

25 «Pues sus floridos años y lozanía con la discreción y nata del donaire conforman con el sujeto de la obra» (Merotisso, La muerte, p. 7).

26 «[…] imitando a Dios que mira lo poco para hacello mucho y con ser alto y soberano tiene puestos los ojos en lo humilde y bajo» (Merotisso, La muerte, p. 7): la comparación, por más que sea una «imitación», supone exaltar al mecenas hasta lo más alto.

27 Merotisso, La muerte, p. 7.

28 «Juan Manuel Rozas y Jesús Cañas Murillo destacan la importancia de La Gatomaquia en la guerra contra Pellicer y apuntan la posibilidad de que se trate de una obra en clave que satirice más personajes de la época, sobre todo escritores noveles» (Cuiñas Gómez en su ed. de las Rimas humanas de Lope de Vega, p. 51). ¿Podría ser la línea de cifrado de La Gaticida, con el retrato de algunos españoles en París? No me lo parece. En Lope además, como dice luego Cuiñas Gómez, también hay una parodia de los personajes de la épica, que no se da en Merotisso. Por último, está ausente la parodia del teatro de Lope, en la que Lope se autofagocita. Véanse otros gatos y más claves autobiográficas en Zamith, 2006. Sobre las limitaciones de las lecturas en clave, véase Díez, 2008.

29 Merotisso, La muerte, p. 7.

30 Por ejemplo, Molas Ribalta (2006, p. 136) documenta un Maximiliano Lamberg, conde de Ortenegg y de Ortenstein (1608-1682), posterior a la impresión de La Gaticida. Johann Maximilian von Lamberg tuvo un importante papel en la paz de Westfalia y fue embajador en España.

31 https://gw.geneanet.org/fcicogna?lang=en&pz=francesco+maria&nz=cicogna+mozzoni&ocz=1&p=johann+albert&n=von+lamberg (consulta del 10 de octubre de 2017).

32 La calle está dentro de «un périmètre très restreint» donde «se trouvent réunis les gens du livre» (Martin, 1969, p. 396).

33 Hay un Sébastian Molin (1567-1590) y un homónimo en Tours (1591-1612) y un Jean Molinier en Toulouse (Muller, 1970, pp. 83 y 112). Sobre la fortuna de los libros españoles en París, algunas décadas después de La Gaticida, véase Péligry.

34 La edición de Bonneville incluye tres octavas más: dos al final, que considera apócrifas, y una tercera que numera como 46 bis. Maneja seis testimonios, el impreso y cinco manuscritos (1977b, pp. 38-41). La atribución a Bernardino de Albornoz solo se recoge en el ms. 2883 BNE. El manuscrito que perteneció a Rodríguez-Moñino (E-41-6881), hoy en la Biblioteca de la RAE (RM 6881), puede consultarse online: http://bibliotecavirtualmadrid.org/bvmadrid_publicacion/i18n/catalogo_imagenes/grupo.cmd?path=1164362&aceptar=Aceptar.

35 Cebrián en su ed. de Juan de la Cueva, Fábulas mitológicas y épica burlesca, p. 86.

36 Zoomaquias, p. 16.

37 Bonneville, 1977b, p. 43.

38 Bonneville, 1977b, p. 80.

39 Bonneville, 1977b, p. 82.

40 El nombre de «Muracinda» es el de la gata de un cura que mata «saleándola» (v. 85) la podenca del mismo por discutirle el regalo de un hueso que le arroja su dueño. El cura la castiga por ello y pide que la ahorquen.

41 Bonneville, 1977b, p. 96.

42 Guisando también se menciona en Quevedo 971 (junto con Mazagatos), lo que remite a un más que probable fondo de tópicos en la época.

43 Los dos rivales reivindican sus lejanos orígenes: Micifuf pretende descender «por línea recta [...] / de Zapirón, el gato blanco y rubio / que después de las aguas del diluvio / fue padre universal de todo gato»; y Marramaquiz dice ser «noble al doble / de todo gato de ascendiente noble: / si tú de Zapirón, yo de Malandro / gato del macedón Magno Alejandro / desciendo, como tengo en pergamino / pintado de colores y oro fino» y describe su burlesco escudo de armas (Vega, La Gatomaquia, ed. 1982, pp. 134 y 137).

44 Bonneville, 1977b, p. 69.

45 Bonneville, 1977b, p. 86.

46 Bonneville, 1977b, p. 65.

47 Bonneville, 1977b, p. 67.

48 Bonneville, 1977b, p. 71.

49 Bonneville, 1977b, p. 71.

50 Bonneville, 1977b, pp. 71-72.

51 Como indico en otra parte (Díez, 2015), el humor de los Siglos de Oro a veces da pie a los investigadores a ver, de un modo muy discutible, críticas sociales e ideológicas.

52 «En el atrevimiento nuestra renta / está, en atrevimiento nuestra gloria, / en solo atrevimiento está la cuenta / que se hace de nos y la memoria. / En el encogimiento está la afrenta, / el encogido es bajeza, hez, escoria: / ni virote de cola de cochino, / ni de gato cobarde, ladrón fino» (Bonneville, 1977b, pp. 64-65). La octava ilustra bien un método compositivo que mezcla la seriedad más que respetable (la de los primeros seis versos), deshecha o deshilachada por las bromas de un vocabulario distinto en el dístico que cierra la estrofa.

53 Bonneville, 1977b, p. 51.

54 Bonneville, 1977b, pp. 77-78.

55 Bonneville, 1977b, p. 82.

56 Bonneville, 1977b, pp. 85-86.

57 Bonneville, 1977b, p. 86.

58 Bonneville, 1977b, p. 88.

59 «Déjanle mayormente cuando miran / que el otro es zorra, y juntos se resuelven / de seguir la zorrática apariencia / que tanto destruyó a su reverencia» (Bonneville, 1977b, p. 89).

60 Bonneville, 1977b, p. 89. En la «Consultación de los gatos» de Quevedo, con la que me detengo enseguida, «el único gato que se salva de la desgracia es el del religioso que, al final, aconseja a los allí reunidos en coloquio» (Acereda, 1992-1993, p. 6).

61 Bonneville, 1977b, p. 63.

62 Bonneville, 1977b, p. 82. Para el viaje le dan al enviado del convento queso y tocino y, adaptando las costumbres humanas, para el luto le atan «un hopo de raposa» a su rabo: «Y con esto se parte con gran gloria, / soberbia, presunción y vanagloria» (p. 81). Cuando el narrador comenta cómo se pertrecha al soldado Ferocillo con comida, anota Bonneville: «Nótese la tradicional sátira que opone la frugalidad del soldado a la vita bona de los frailes» (p. 82).

63 «Entre estos visitantes ha llegado / un venerable gato de una ermita, / con la barba y cabello prolongado / adonde la abstinencia trae escrita; / el cual con su hablar bien ordenado, / a recibir consuelo los incita» (Bonneville, 1977b, p. 80).

64 Bonneville, 1977b, p. 78.

65 Bonneville, 1977b, p. 79.

66 Bonneville, 1977b, p. 98.

67 Bonneville, 1977b, p. 99.

68 Bonneville, 1977b, p. 100. La Gatomiomaquia de Luzán, «Canto burlesco», se inicia con el tópico: «De la heroína Miza el valor canto, / y las sangrientas uñas y colmillos / que dieron muerte, grima, horror y espanto / a un gran multitud de ratoncillos» (Zoomaquias, p. 199).

69 Bonneville, 1977b, p. 104.

70 Bonneville, 1977b, p. 105.

71 Bonneville, 1977b, pp. 105-106. Sobre las dos últimas estrofas Bonneville simplemente indica: «Nótese [...] el donaire de la sátira» (p. 106). En Covarrubias se define como «el hombre afeminado que se inclina a hacer cosas de mujer, que llaman por otro nombre marimaricas». En el Diccionario de Autoridades, «el hombre afeminado y cobarde y lo mismo que marica». «Marica: se llama el hombre afeminado y de pocos bríos, que se deja supeditar y manejar, aun de los inferiores».

72 Bonneville, 1977b, p. 106. La cursiva es mía.

73 Bonneville, 1977b, p. 107.

74 Bonneville, 1977b, p. 108.

75 Bonneville, 1977b, p. 72.

76 Vega, La Gatomaquia, ed. 1982, p. 225.

77 Bonneville, 1977b, p. 73.

78 Bonneville, 1977b, p. 74.

79 Véase, como ejemplo, la temprana muestra en La Gatomaquia cuando Marramaquiz monta en una mona, como si fuera un caballo, y se explica qué calza y qué equivalente de espada lleva (silva I, vv. 99 y ss.).

80 «En procesión la gente iba ordenada / y con cabos de velas en las manos, / iba un gato rabón allí cantando, / y tres hijuelos suyos ayudando» (p. 74). La broma da pie a otra broma más a costa de los frailes cuando se explica la previa expulsión del convento del gato cantante.

81 Bonneville, 1977b, pp. 72 y 45.

82 Acereda, 1996b, p. 90. El poema en Quevedo, Obras completas, I. Poesía original, pp. 967-973. Sobre gatos en los Siglos de Oro, véase Díez, 2017.

83 Rodríguez Marín fecha la comedia en 1613 (Vega, La gatomaquia, ed. 1935, p. xlviii). También el acto II de Las almenas de Toro: «Llégase el gato atrevido / y dícele su razón, / en lengua que Salomón / no se la hubiera entendido» y «la lengua es algarabía» (p. l).

84 Rodríguez-Moñino, 1963, pp. 344-349 («El gato de Lorente una mañana»): «No creemos, aunque lo afirme la portada, que sea Francisco Navarro el autor de La Gaticida: este impresor hizo lo que tantos otros de la época, apropiarse de lo ajeno con tranquilidad absoluta» (p. 23).

85 Rodríguez-Moñino, 1963, p. 22.

86 En La Gaticida parisina «Polismanda por cierta travesura, / está casi en el cabo de su vida, / que su ama le quitó, por una polla, / el seso con el seso de una olla» (estrofa 106, vv. 5-8). En el entierro los gatos despotrican contra enemigos y dificultades: «Maldicen cualquier género canino, / maldicen clavos altos y las llaves / que suspenden y cierran el tocino, / manteca y queso, cosas tan suaves, / y maldicen el curso repentino, / con que huyendo de ellos van las aves» (estrofa 111, vv. 1-6).

87 Rodríguez-Moñino, 1963, pp. 346-347.

88 Rodríguez-Moñino, 1963, p. 359.

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Para citar este artículo

Referencia en papel

J. Ignacio Díez, «Las dos Gaticidas: juegos y tópicos»Criticón, 133 | 2018, 57-76.

Referencia electrónica

J. Ignacio Díez, «Las dos Gaticidas: juegos y tópicos»Criticón [En línea], 133 | 2018, Publicado el 22 julio 2018, consultado el 08 diciembre 2024. URL: http://0-journals-openedition-org.catalogue.libraries.london.ac.uk/criticon/4476; DOI: https://0-doi-org.catalogue.libraries.london.ac.uk/10.4000/criticon.4476

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Autor

J. Ignacio Díez

J. Ignacio Díez es Catedrático de Literatura Española en la Universidad Complutense de Madrid. En varias ocasiones ha sido Visiting Scholar y Visiting Professor en la Universidad de California en Berkeley (USA). Se ocupa de distintos temas de la literatura áurea y del siglo xx (la literatura erótica, la obra de Miguel de Cervantes, la compleja moral de Baltasar Gracián, el mercado editorial y el canon).
igdiez@ucm.es

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