1Durante el reinado de los Austrias mayores la figura de don Fernando Álvarez de Toledo brilló como pocas en el campo de batalla, en la corte y en los más complejos escenarios de la política internacional. Las luces y sombras que rodearon al gran duque de Alba harían correr por aquel entonces ríos de tinta: frente al perfil benévolo del prudente estadista y valeroso capitán de armas perpetuado por algunos relatos históricos, la imagen pública del personaje acabaría asociándose indefectiblemente al reverso oscuro de la medalla, al perfil tiránico y sanguinario acuñado por la Leyenda Negra1. Lejos de analizar aquí los trazos más negativos en la dilatada carrera de este prócer castellano, a lo largo de las páginas siguientes centraremos la atención en un poema de alabanza del dominico fray Jerónimo Bermúdez de Castro: el Panegírico al excelentísimo don Fernando Álvarez de Toledo, duque de Alba. Para calibrar correctamente las coordenadas histórico-culturales de este elogio quinientista, el presente estudio se articulará en tres grandes bloques. La sucinta biografía del olvidado escritor gallego ocupará la sección inicial. Seguidamente se ofrecerá una breve noticia acerca de la transmisión manuscrita e impresa de un texto laudatorio escasamente conocido. Por último, en el apartado tercero se llevará a cabo el análisis de la estructura del encomio, prestando especial atención a algunos de sus rasgos formales más llamativos.
- 2 Pardo Villar, 1937, pp. 272-273. Sánchez Cantón, 1965, pp. 226-227. Triwedi, 1967, pp. 2-3. Los doc (...)
- 3 Pardo Villar, 1937, p. 274.
2Pese al indudable interés que presenta el perfil de Jerónimo Bermúdez de Castro (¿San Tirso de Abres, hacia 1530?-Tuy, hacia 1605-1606), la biografía de este ingenio del Siglo de Oro continúa envuelta en el misterio, pendiente todavía de la exhumación de documentos que permitan reconstruir sus pasos con mayor detalle. Desafortunadamente brillan por su ausencia todos los datos que atañen a su lugar y fecha de nacimiento, vínculos familiares, formación académica, viajes por Europa, carrera militar e ingreso en la Orden de Predicadores. Los pocos estudiosos que se han ocupado de este raro escritor quinientista situaron hipotéticamente su nacimiento en torno al año 1530, en un lugar impreciso de Galicia2. El padre Aureliano Pardo conjeturaba que «hubo de tomar el hábito en el año 1570 y hacer la profesión al año siguiente» en el convento de San Esteban de Salamanca3.
- 4 Sánchez Cantón, 1965, p. 232. De ser atendible dicha información, Bermúdez de Castro pudo haber for (...)
- 5 «Bien veo, Ilustrísimo Señor, que el mundo no llevará bien lo que no es suyo, ni admitirá los desen (...)
3A través de algunas declaraciones testificales se sabe con certeza que antes del ingreso en la orden religiosa el autor emprendió la carrera militar bajo el nombre de Antonio de Silva y que sus andanzas en el ejército lo llevaron a distintos enclaves de Portugal, el norte de África e Italia. Diversos testigos en una pesquisa judicial desarrollada en 1581-1582 sostienen que oyeron «al mesmo fray Jerónimo» afirmar «que él fuera maese de campo de la caballería jineta en la Primera Jornada que hizo el rey de Portugal Don Sebastián la primera vez que fue a África»4. Abundando en esta faceta marcial, el aristócrata gallego don Diego Parragués de las Mariñas, señor de la Torre de Junqueras, sostenía además que conocía al personaje «desde hace muchos años; la primera vez pasando —yendo o viniendo— de Roma, en las galeras de don Sancho de Leiva […] y que en aquel año le conoció la primera vez en hábito de soldado y que le llamaban el capitán Antonio de Silva». El nombre “civil” del autor resulta de especial interés para la historia literaria, ya que fue el que empleara para publicar su primera obra conocida: las Primeras tragedias españolas. Nise lastimosa y Nise laureada. Encabezando el tomo, el escritor firmaba la carta-dedicatoria a don Fernando Ruiz de Castro y Andrade, conde de Lemos, datada en Madrid el ocho de mayo de 1575. Desde las líneas iniciales de la misiva el literato gallego hacía gala de legítimo orgullo por ser uno de los primeros ingenios en acometer la escritura de tragedias en español, al tiempo que declaraba que su lengua materna no era el castellano5.
- 6 Pardo Villar, 1937, p. 274.
- 7 Resumo en las líneas siguientes la información vertida por Sánchez Cantón, 1965, pp. 228-236.
4Algunos legajos del archivo del monasterio coruñés de Santo Domingo arrojan luz en su trayectoria vital como miembro de la orden de predicadores. «En el año 1580» figura ya como «sacerdote» en el citado monasterio, pues su firma aparece entre la de «los padres capitulares que otorgan una escritura en nombre de la comunidad dominicana. Allí continuaba en 1582, como se ve por otra escritura de fecha de 20 de enero del mismo año, en virtud de la cual se le confiere poder por la Comunidad de Santo Domingo de Santiago, para cobrar de la Real Audiencia de Galicia los veinte ducados anuales del alquiler del local que tenía destinado para archivo de sus legajos en dicho convento»6. Por otra parte, una gavilla de documentos exhumados por Sánchez Cantón en el Instituto de Valencia de don Juan recogen puntualmente varias noticias sobre el temperamento arriscado del personaje y sus encendidas convicciones políticas7.
5En diciembre de 1581 el licenciado Bernaldino Arias, abogado de la Real Audiencia de Galicia, departía en su domicilio coruñés con varios invitados: don Diego Parragués de las Mariñas; el canónigo de la colegiata don Agustín García Lozano; el alguacil Diego de Mena; el médico Laynez y la dama orensana Isabel de Espinosa. A la sobremesa se unió a ellos fray Jerónimo Bermúdez, en compañía de otro miembro de la orden dominica. La conversación entre los contertulios comenzó a adquirir tintes peligrosos cuando el escritor abordó el tema de la reciente anexión de Portugal a los dominios de Felipe II y «dijo que él sustentaría por leyes divinas y humanas que el reino de Portugal no pertenecía al rey Felipe, nuestro señor, ni convenía a la república cristiana que lo fuese, por el gran daño que le venía de serlo». El licenciado Arias recriminó al religioso por unas afirmaciones que podrían considerarse algo subversivas, mas éste lejos de desistir en su parecer «se volvió al dicho licenciado con mucha cólera y dijo que lo que decía era mucha verdad; que no sustentaba él lo que muchos letrados cata-francias que habían engañado al rey don Felipe con sus consejos y pareceres; y que daría autores muy graves que sentían del alma y corazón de las leyes que decían lo que él decía; que era grandísimo daño y perjuicio a toda la república cristiana que el rey Felipe de Castilla fuese rey de Portugal y el que otra cosa dijese que lo haría quemar públicamente». No satisfecho con ello, Bermúdez de Castro llegó además a tachar a los portugueses de pusilánimes por no haber defendido con bríos suficientes los derechos del candidato más firme al trono luso, Don Antonio de Avís, Prior de Crato: «y dijo que si los portugueses no fueran traidores a don Antonio y le faltaran, que no entraría el rey don Felipe a reinar en Portugal tan fácilmente como entró». Los ánimos del jurisperito Arias y el escritor fueron encendiéndose durante el debate hasta el punto de que el fraile amenazó a su anfitrión con arrojarle al mar.
6Como era esperable, las escandalosas declaraciones de Bermúdez de Castro acerca de la posesión ilegítima del reino de Portugal por parte de Felipe II y las inequívocas simpatías que mostró por el Prior de Crato desencadenaron una investigación judicial. Tras ponerse en marcha la maquinaria de la justicia, los efectos no tardaron en llegar: a comienzos de abril de 1582 el escritor fue detenido en el convento dominico de la Coruña y trasladado por orden regia a Santiago de Compostela. El Alcalde de la Audiencia, el licenciado Gudiel, refiere así el lance: «Prendiose al fraile y porque no convenía estar en la Coruña, se trajo a Santiago, habiéndole dado al Vicario los hombres que para su custodia me pidió». La autoridad civil aconsejaba además que el preso se trasladara a Castilla, alejándolo del «reino [de Galicia] por los muchos deudos y apasionados que él tiene».
7La documentación exhumada sobre el primer encarcelamiento de Bermúdez de Castro culmina en la primavera de 1582 y nos deja sin ulteriores noticias sobre las andanzas del andariego y colérico dominico. A través de una referencia textual podemos suponer algo sobre su paradero en los años sucesivos. Un manuscrito, presumiblemente autógrafo, del Panegírico al duque de Alba aparecía datado y firmado en el monasterio salmantino de la Peña de Francia el 6 de diciembre de 1589. De ser atendible tal dato, cabe suponer que el escritor gallego fuera enviado forzosamente a la Provincia de Castilla, tal como se recomendaba en la documentación del proceso que se le incoó por sus comentarios sediciosos. Algunos años más tarde, ya rebasada la década, podemos intuir que los problemas con la justicia real se dilataron por motivos que, nuevamente, desconocemos, ya que el 22 de enero de 1594 el conde de Pliego, don Pedro Carrillo de Mendoza, en calidad de Asistente de la ciudad de Sevilla, le entregó al escribano Juan Vázquez una cédula real en la que se le ordenaba «que ha de prender y prenda a fray Jerónimo Bermúdez […] y preso lo entregue al provincial de la Orden o al prior del monasterio de San Pablo y luego lo envíen con prisiones y a muy buen recaudo al convento de nuestra señora de Atocha de la villa de Madrid». En dicha cédula se explicita que el escritor «se halla al presente en esa provincia del Andalucía, huido de esta de Castilla por delitos que ha cometido y con ánimo de pasarse a las Indias». Además se proporcionan instrucciones «a los generales de la armada y flota que hagan reconocer con mucha diligencia si se ha metido en alguno de los navíos de su cargo para que por ninguna vía lo dejen pasar a Indias». Los intentos de escapar a la justicia real pasando a América fueron infructuosos, ya que el mismo 22 de enero el escribano regio acudió al monasterio de San Pablo y prendió a fray Jerónimo Bermúdez de Castro. Cuando el funcionario llegó allí, el subprior había recibido del Provincial «un precepto y excomunión» para que «tomase la llave de la celda de fray Jerónimo y viese los papeles que en ella había y luego lo llevase a la cárcel y lo echase en el cepo; y ansí lo puso luego en ejecución, en presencia de algunos religiosos graves. Y yo, el escribano, con el Padre Subprior, entré en el aposento y carcelería donde estaba preso».
- 8 Pardo Villar, 1937, pp. 274-275.
- 9 Quetif, O.P., Scriptores Ordinis Praedicatorum, t. II, p. 994.
8El segundo encarcelamiento de Bermúdez de Castro no sabemos por cuánto tiempo se prolongó, ya que no se ha hallado aún ninguna otra fuente documental que permita esclarecer los detalles del caso. La última noticia referida al panegirista da cuenta de su regreso a Galicia y del óbito en su tierra natal. En efecto, tal como se infiere de una breve necrológica dada a conocer por el Provincial de España a todas las sedes de la orden, el inquieto escritor falleció en la localidad pontevedresa de Tuy, en el Convento de Santo Domingo, en una fecha indeterminada entre el 4 de junio de 1605 y el 7 de febrero de 1606: «[Obiit] in conventu de Tui, Frater Hieronymus Bermudez S. et P. A»8. Un siglo más tarde, un repertorio erudito de autores que pertenecieron a la orden de predicadores dedicaba a este ingenio gallego una sucinta entrada: “Hieronymus Bermudez: poeta suis vulgaribus linguis”9.
9Tal como hemos visto en el apartado precedente, la historia del capitán Antonio de Silva, en religión fray Jerónimo Bermúdez de Castro, tiene numerosas lagunas, que nos vedan conocer cuáles fueron las circunstancias de composición de sus únicas obras conservadas: las tragedias Nise lastimosa y Nise laureada, el Panegírico a Fernando Álvarez de Toledo, duque de Alba. Frente a la fortuna editorial que tuvieron, en vida del autor, las dos piezas trágicas, debemos subrayar ahora cómo en el caso del elogio consagrado al poderoso aristócrata y estadista, la situación puede considerarse algo más compleja, ya que la transmisión del poema laudatorio resultó bastante accidentada.
10Aproximadamente, a lo largo de dos siglos y medio, pueden espigarse varias noticias sobre los códices que custodiaban copia del panegírico y en torno a la primera edición (póstuma) del texto. En los escritos del licenciado Luis Muñoz (1639), el bibliógrafo Nicolás Antonio, el antólogo López de Sedano (1773) y el erudito decimonónico William I. Knapp (1875) pueden espigarse varios datos de interés, que seguidamente hemos de valorar.
11La primera noticia impresa sobre este encomio nobiliario data de 1639 y se localiza en una biografía de fray Luis de Granada, impresa por el licenciado Luis Muñoz. Allí se recogía una información escueta sobre la autoría de la composición así como acerca del paradero de un códice en el que se copiaba el Panegírico. El biógrafo del autor de también ofrecía en dicho tomo la transcripción de una glosa encomiástica compuesta por Bermúdez de Castro y destinada a ensalzar la inspirada escritura de su compañero de orden, el dominico fray Luis de Granada:
El padre fray Jerónimo Bermúdez, varón docto en letras divinas y humanas, en un poema que llamó Hesparoida [sic], en alabanza del duque de Alba don Fernando, escribiole en latín y tradujo en verso suelto castellano con algunas glosas adornadas de lugares santos y filósofos, está en poder de un caballero de la ciudad de Santiago. Sobre estos dos versos, pone esta glosa: «“Fray Luis digo el famoso de Granada, / honra de Hesperia, lámpara del mundo”. Aunque yo voy con cuidado de no rezar de vivos, no puedo dejar de calendar aquí al Ángel humano de la Guarda del Duque, aunque para decir algo de él sería menester su lengua y Dios y ayuda, que el primor de las palabras dijese con la sombra de su idea. Pero dejando a Dios la balanza y el fiel de los espíritus, corto será de vista quien no echare de ver que fray Luis de Granada es el Mercurio y el oráculo que ha traído a nuestra edad el siglo dorado de las buenas letras de aquellos grandes Basilios, de aquellos grandes Naciancenos, Crisóstomos, Jerónimos, Agustinos; porque de tal manera los ha imitado que también ellos le pudieran imitar a él en muchas cosas si de días le alcanzaran, mayormente en estos postreros cuando ya como el cisne le van afilando las vías para cantar más dulcemente las alabanzas del Verbo Eterno encarnado y las obras de la Creación y Redención del mundo, que son los dos polos sobre que juega todo el cielo de la Sagrada Escritura. Y así como lengua del Paraíso y Cornamusa de Dios vase volviendo y discantando todos los misterios de la Ley, todos los secretos de la profecía, toda la fe de la Iglesia, toda la predicación de los apóstoles, gustando y viendo cuán suave es Dios y perdiéndose de vista en el monte de la Mirra y collado del Incienso que es la Cruz de Cristo, libro de toda la sabiduría de Dios».
- 10 Alcina, 1995, p. 49.
- 11 Muñoz, Vida y virtudes…, f. 191 r.-v.
12Como puede apreciarse, el licenciado Muñoz cita al comienzo de este pasaje los versos 355-356 del Panegírico al duque de Alba y, lo que es más significativo, señala que el poema fue compuesto originariamente en latín, atribuyéndole el título —algo inexacto— de «Hesparoida»10. Tal como se infiere de la misma cita, Bermúdez de Castro realizaría posteriormente una segunda versión del elogio, esta vez en lengua vernácula, valiéndose de los endecasílabos blancos. Esta composición laudatoria iba adornada con diversas «glosas» de naturaleza erudita. Para acreditar la buena fama de fray Luis de Granada entre los miembros de su orden, el biógrafo recoge la amplia nota en loor del predicador dominico que compuso el panegirista. Igualmente, parece desprenderse de este testimonio impreso que durante la primera mitad del siglo xvii una copia manuscrita del poema neolatino, acompañada de la versión castellana y de las glosas del autor obraba «en poder de un caballero de la ciudad de Santiago»11.
- 12 Antonio, Biblioteca Hispana Nova, tomo II, p. 661. http://www.uhu.es/revista.etiopicas/num/10/ art_ (...)
13A lo largo de la edad barroca puede rastrearse alguna otra noticia sobre la identificación del escritor gallego como autor de una composición laudatoria en latín humanístico. Nada menos que el príncipe de los bibliógrafos españoles, el erudito Nicolás Antonio, se hace eco de tal dato entre las páginas de la imprescindible Bibliotheca Hispana Nova: «Hieronymus Bermudez. Hesperois in laudem Ferdinandi Toletani Albae Ducis»12. Tal como hemos podido apreciar, en la brevísima entrada que se dedica al poeta queda recogido el título latino correcto del elogio (Hesperois / ‘Hesperoida’) y la identificación del prócer al que se destina la alabanza (In laudem Ferdinandi Toletani Albae Ducis / ‘En alabanza de Fernando [Álvarez] de Toledo, duque de Alba’).
- 13 En este punto es obligado citar también las breves referencias al autor que hizo Agustín de Montian (...)
14Según parece inferirse de tan escuetas noticias, desde finales del Quinientos la difusión del texto de la Hesperois junto a la versión castellana del Panegírico al duque de Alba quedó restringida a la circulación manuscrita y las noticias sobre ambas composiciones se limitan exclusivamente a los citados testimonios del licenciado Muñoz y de Nicolás Antonio. El rescate editorial del curioso texto laudatorio habría de llegar mucho más tarde, durante el siglo ilustrado, de manos de Juan José López de Sedano13. El famoso antólogo daba la siguiente noticia en 1773 sobre la composición neolatina y la poesía vernácula en endecasílabos blancos:
Este poema […] lo compuso originalmente en dísticos latinos y trasladó en verso suelto castellano, pero no por eso le podemos dar el título de rigurosa traducción, porque siendo obra de un mismo autor más bien se debe tener por escrito en dos diferentes lenguas que por traducido de una a otra, a que se agrega que así en la extensión de la obra como en muchos de los pensamientos y en el modo de explicarlos todos, hay no poca distancia de una a otra, aun supuesta la que naturalmente reina en el índole de ambos idiomas.
15Con toda pulcritud, Sedano también se hizo eco de los testimonios secentistas de Luis Muñoz y Nicolás Antonio, al tiempo que proporcionaba otra interesante noticia sobre un códice localizado en el Madrid de la Ilustración:
El licenciado Luis Muñoz en la Vida del V. P. M. fray Luis de Granada, citando a nuestro autor, a quien da el mismo epíteto que don Nicolás Antonio de ‘varón docto en letras divinas y humanas’, asegura que en su tiempo para el códice original de la Hesperodia en poder de un caballero vecino de la ciudad de Santiago y alega los versos en que elogia la virtud del Venerable Maestro e incluye parte de la glosa que corresponde a aquel texto. No podemos asegurar que aquel códice sea el mismo que hemos tenido presente y es propio de don Benito Martínez Gómez Gayoso, Archivero de la Secretaría del Despacho Universal de Estado. Pero lo cierto es que éste tiene todas las circunstancias y señales de ser el original de nuestro Bermúdez, como son la letra y firma del autor, las enmiendas y notas, lo maltratado que se halla del tiempo y de la polilla y, sobre todo, la nota que añade al fin de su misma letra, que dice: «Para Fernando Freijomil y que doña Ana, su mujer, lo lea, que en pago de mi trabajo de habelle trasladado no quiero otra cosa, porque es materia que no se pierde el sueño en leerla». De la cual nota no solo se manifiesta el fin que tuvo en hacer esta traslación y aun de laterarla, como dejamos advertido que fue en obsequio del dicho Fernando Freijomil y que le pudiese leer su mujer, si no que se deduce igualmente la identidad de nuestro códice, pues no parece verosímil que el autor escribiese dos tomos de una misma obra y tan prolija y difusa como la presente. Lo cierto es que la compuso y finalizó en el Convento de la Peña de Francia después de haber corrido, como asegura en la citada glosa, toda España y gran parte de Francia y África, sin que explique las causas y así está firmado por él al fin de la obra en dicho «Monasterio a seis de diciembre de 1589».
- 14 Baste recordar a este propósito cómo tanto Juan José López de Sedano como Tomás Antonio Sánchez con (...)
16A la luz de estas líneas, podemos apuntar cómo el texto castellano que Sedano dio a las prensas a finales del siglo xviii —privado de las sustanciosas glosas e, infortunadamente, ya emancipado de los dísticos neolatinos de la Hesperois— se basaba en el testimonio de un códice que pertenecía a un intelectual ilustrado de la talla de Benito Martínez Gómez Gayoso, miembro de la Real Academia de la Historia, especialista en gramática y poseedor de una biblioteca famosa en su tiempo por la riqueza de sus fondos, especialmente, en cartapacios poéticos antiguos14.
- 15 No carece de interés apuntar ahora cómo los Bermúdez de Castro y los Freijomil eran dos familias bi (...)
17En el citado párrafo, Sedano recalcaba la idea de que el texto que sirvió de base a su edición ha de identificarse como un autógrafo («tiene todas las circunstancias y señales de ser el original de nuestro Bermúdez»), dado que aparece ratificado por la «letra y firma del autor» así como por «las enmiendas y notas, lo maltratado que se halla del tiempo y de la polilla». La información que el antólogo tomara del manuscrito incluía asimismo el lugar donde se realizó la copia (el monasterio dominico de la Peña de Francia, en tierras salmantinas) y la datación exacta del mismo: «a seis de diciembre de 1589». A juicio del mismo Sedano, el detalle que refrendaría la indiscutible autoridad de tal testimonio es «la nota que añade al final de su misma letra, que dice “Para Fernando Freijomil y que doña Ana, su mujer, lo lea, que en pago de mi trabajo de habelle trasladado no quiero otra cosa”». Tan escueta dedicatoria permitiría suponer que Bermúdez de Castro envió a tierras gallegas desde la provincia de Salamanca una copia del panegírico neolatino, acompañada de la versión castellana del mismo, lo que facilitaría la lectura del poema a la esposa del dedicatario15.
18Casi cien años después de que la primera edición del Panegírico al duque de Alba saliera de las prensas madrileñas de Antonio de Sancha, en 1875, el erudito anglosajón William I. Knapp volvió a interesarse en el escurridizo texto laudatorio, proporcionando una información mucho más precisa sobre el mismo:
- 16 Introducción a Las obras de Juan Boscán, pp. xi-xiii (en nota).
El señor don José Sancho Rayón posee un manuscrito del siglo xvi que confirma lo propio. Es un códice en folio, de cien hojas útiles, parte de las cuales lleva foliación. Su título es Panegírico del excelentísimo don Fernando Álvarez de Toledo, duque de Alba, que Dios haya. Compuesto en verso latino y rima castellana con glosa del mismo Auctor. A instancia y devoción de un ínclito Prelado en estos reinos de España. Año 1585. A la segunda hoja está el Prólogo del auctor, y a la tercera se lee este epígrafe Albani Ducis Panegyris Politropo Thyrsigero Authore. Sigue el Panegírico de tres hojas en ciento diez versos latinos; hoja sexta en blanco; a la séptima emplea la traducción al castellano en 401 versos y ocho hojas; una Tabla por su A, B, C de algunas sentencias y cosas de notar en este Panegírico, fuera de las que tocan al duque, que no se reducen a compendio; seis hojas y al fin El mismo Panegírico glosado por el mismo Auctor. Al folio 67 de este códice se lee: «Monsignor Cardenal de la Casa escribió un tratado en que quiso formar la idea de un buen cortesano y llamó a este libro Galatheo, pero bien me atrevería yo a probar que el duque [de Alba] excedió muy al vivo aquella Idea, así en su juventud y lozanía como en su vejez, cuando ya parecía en la corte hombre que traía la vida a cuestas. En su mocedad tuvo por ayos a Garcilaso de la Vega y a Mosén Boscán, de los cuales el uno era un gentil caballero toledano, heredero en la fortuna —aunque no en la hacienda— de aquel gran Garcilaso que el rey don Fernando el emplazado degolló; y el otro ciudadano de Barcelona, de los que aquella ciudad puede privilegiar y poner en espera de caballería; pero entrambos de los mejores y más cortesanos ingenios que en España florecieron en su tiempo». Con todo eso, está bien hecho el divorcio de las obras de los dos, porque las de Garcilaso bien pueden sin miedo andar por sí16.
19La detallada descripción del códice R incluye, por vez primera, la transcripción de un título bastante exacto en castellano (Panegírico del excelentísimo don Fernando Álvarez de Toledo, duque de Alba, que Dios haya) y su equivalente latino (Albani ducis Panegyris). Según recogen tales líneas, la composición neolatina tenía una extensión de cincuenta y cinco dísticos («Sigue el Panegírico de tres hojas en ciento diez versos latinos») y la versión castellana en endecasílabos blancos se desarrollaba a lo largo de «401» versos.
20Por cuanto ahora nos atañe, en tales páginas el profesor Knapp afirmaba haber cotejado el testimonio del manuscrito datado en 1585 con la versión impresa por Sedano en 1773. La comparación de ambos textos movería al estudioso anglosajón a plantear los reparos siguientes:
Sedano en el tomo VII de su Parnaso español llama a la versión castellana de este poema La Hesperodia y dice que su autor fue fray Jerónimo Bermúdez, mas las pruebas que alega Sedano solo hacen constar que fray Jerónimo copió nuestro Panegírico «para Fernando Freijomil y que doña Ana su mujer lo lea, que en pago de mi trabajo de habelle trasladado no quiero otra cosa, porque es materia que no se pierde el sueño en leerla». La fecha es de 1589 y el códice del señor Sancho lleva la de 1585. Además la impresión de Sedano tiene 414 versos, trece más que nuestro códice, y en muchos pasajes se diferencia bastante aquel de este.
21Las dudas que subrepticiamente plantea Knapp acerca de la autoría de Bermúdez de Castro parecen infundadas, a tenor de las aseveraciones tempranas del licenciado Luis Muñoz y del príncipe de los bibliógrafos hispanos. Ahora bien, a la luz de estos datos parece plausible sospechar que existió una primera versión manuscrita del elogio, datable acaso en torno a 1585, y una segunda redacción, con variantes en «muchos pasajes» y con la adición de varios versos, presumiblemente copiada en 1589. En definitiva, desconocemos cuántas copias manuscritas del Panegírico al duque de Alba pudieron circular a partir de la última década del siglo xvi. Atendiendo a los varios testimonios aquí recogidos quizá pueda plantearse la existencia de dos o tres copias manuscritas diferentes, hoy lastimosamente perdidas (S, G, R): el códice conservado en Santiago de Compostela (mencionado por Luis Muñoz en 1639), el códice Martínez Gómez Gayoso (localizado en Madrid, en 1773) y el códice Sancho Rayón (que pudo ver en Madrid en 1875 William I. Knapp). Por prudencia no cabe seguir especulando sobre las posibles características de unos testimonios de los que hoy apenas quedan vestigios. Hasta el momento en el que se localice alguna de dichas copias, el único documento al que podemos remitir es el texto impreso por Sedano en 1773.
22El óbito de don Fernando Álvarez de Toledo se produjo en Lisboa el doce de diciembre de 1582, tras una dilatada existencia coronada de éxitos y honores. Según la información del manuscrito Rayón, recogida por Knapp, no mucho después, en el año 1585, Jerónimo Bermúdez de Castro culminaba una versión de su Panegírico, un elogio póstumo del noble personaje y su esposa, redactado «a instancia y devoción de un ínclito prelado en estos reinos de España». La estructura de la composición encomiástica respondía claramente a los principios organizativos del antiguo género del basilikòs lógos. En ella podríamos distinguir los siguientes apartados:
1. Proemio: breve noticia de la defunción del prócer (vv. 1-9)
2. Campaña de Alemania: favor imperial, victoria de Mühlberg (vv. 10-43)
3. Estancia italiana: gobierno de Lombardía, virreinato de Nápoles, campaña militar contra el Sumo Pontífice en defensa de los Colonna (vv. 44-61)
4. Embajada en París, consecución de la Paz y alianzas matrimoniales (vv. 62-70)
5. Etapa cortesana: Mayordomo mayor del príncipe Felipe (vv. 71-77)
6. Gobierno de Flandes: crónica de guerra en los Países Bajos (vv. 78-190)
7. Honores concedidos por el pontífice Pío V (vv. 191-211)
8. Regreso de Flandes: pérdida del favor real, destierro en Uceda (vv. 212-219)
9. General de la Campaña de anexión de Portugal (vv. 220-342)
10. Consejero real en Lisboa, dirección espiritual de fray Luis de Granada, defunción (vv. 343-361)
11. Elogio de doña María Enríquez, duquesa de Alba (vv. 362-399)
12. Epílogo: alabanza de la Casa de Alba como sustento del poderío hispánico (vv. 400-413)
23Si hacemos caso omiso de los apartados primero y último, podemos apreciar cómo el encomiasta se centra en la cuestión capital de la pragmatografía, desgranando en su elogio las principales acciones protagonizadas por el duque de hierro tanto en la guerra (secciones 2, 3, 6, 9) como en la paz (apartados 4, 5, 7, 10). Como suele ser habitual en este tipo de composiciones, un pequeño apartado se reserva para ensalzar la figura de la duquesa consorte, doña María Enríquez, descendiente de otra rama de la casa de Alba (sección 11).
24Los versos iniciales conforman una suerte de proemio, en el que se da cumplida noticia de la defunción del prócer castellano y su ascenso a la gloria celestial (vv. 1-9):
El Héspero a la Hesperia se ha eclipsado,
mas del Alba el lucero soberano
allá alborea en el tercer Olimpo
do el almo y trino Dios consigo tiene
quien acá los sacros templos honran.
Muriose el duque de Alba, el cual viviendo
bien como lo decía su renombre
mostraba ser el más resplandeciente
lucero que en el orbe amanecía.
- 17 El verso primero además plantea la afinidad nominal entre Héspero (el luciente astro matutino) y el (...)
- 18 Como apunta Maltby, tras la conquista de Lisboa, «Alba se halló virrey sin título del imperio portu (...)
- 19 Por lo general, el encomio suele consagrarse a personajes contemporáneos vivos que, a menudo, manti (...)
25Según las pautas habituales de la poesía laudatoria, el encomiasta se vale de la interpretatio nominis para identificar al duque con el luciente astro matutino («del Alba el lucero soberano», «el más resplandeciente lucero que en el orbe amanecía»). Prosigue esta pequeña arquitectura conceptual con un sencillo juego de contrastes lumínicos, en el que se plantea el duro trance de la muerte y la consecución de la gloria prometida al varón cristiano: si bien la parte mortal del magnate ha fenecido («El Héspero […] se ha eclipsado»), su alma inmortal ha ascendido al Empíreo para gozar del Paraíso junto a su creador («allá alborea en el tercer Olimpo / do el almo y trino Dios consigo tiene / quien acá los sacros templos honran»)17. La identificación del gran capitán de armas con un verdadero miles christianus se aprecia desde los endecasílabos iniciales y se erige en uno de los puntales que sustenta la entera composición18. La cristalización de la imagen de don Fernando como un fiel devoto que gracias a su virtud ha merecido el paraíso obedece, por otro lado, a una configuración genérica, ya que la pieza se inserta asimismo en una línea encomiástica tan codificada como la laudatio funebris19.
26Podría decirse que el panegírico se dispone casi a la manera de una composición en anillo, ya que volvemos a encontrar una mixtura semejante de referentes piadosos y simbología astral en el epílogo, referida allí a la doble presencia de don Fernando Álvarez de Toledo y su esposa, doña María Enríquez, que gozan en el cielo de la visión beatífica de Dios (vv. 388-413):
Por señas que los dos tan para en uno
al bien universal siempre aspirando
en esta estéril vida florecieron
y de ella se partiendo nos dejaron
con un albor y olor tan soberano
de sus excelsos y cristianos pechos,
de sus raras virtudes y grandezas,
de sus grandes empresas y venturas,
de sus altas conquistas y trofeos,
que sobre las troneras de la Fama,
donde no llega el arco de la Envidia,
pusieron sus escaques y banderas.
Tal que debe esperarse que la rueda
del mundo, que Dios hizo a pro y servicio
del hombre, parará con tanto estruendo
y allá en el cielo donde Dios se goza
el Alba Venus con sus greñas de oro
y sus faldas de rosas y de lirios,
de grado dejará la retaguardia
del sol cuando se pone y la vanguardia
cuando alborea y vuelve a consolarnos
primero que en la excelsa casa de Alba
falte quien sea el Héspero, el lucero,
la idea del valor, la fortaleza,
la guardia, la virtud y la pujanza
de la cándida Hesperia y de sus reinos.
27Además de los elementos del encomio referidos al plano espiritual, motivados acaso por la conexión con la alabanza funeral, se percibe en el decurso del poema la secuencia lineal propia de una pequeña biografía, casi a la manera de la ‘historiografía’ en verso20.
- 21 Así se evoca la conocida decapitación de ambos aristócratas en la Gran Plaza de Bruselas, acaecida (...)
28El relato de las gestas cumplidas por el heroico Albano se detiene, especialmente, en los dos episodios cruciales del cursus honorum del aristócrata: los polémicos años al frente del gobierno de los Países Bajos (1567-1573) y la anexión de Portugal (1580). A la etapa flamenca Bermúdez de Castro consagra poco más de cien endecasílabos (vv. 78-190), en tanto que reserva para la campaña de Portugal el apartado más extenso del poema, con un total de ciento veintidós versos (vv. 220-342). A diferencia de Calvete de Estrella, que optó por eludir en su Encomium toda referencia a la ejecución sumaria de los condes de Egmont y Horn, el fraile dominico no tuvo empacho alguno en exaltar la sangrienta persecución de herejes y disidentes, auspiciada por el Tribunal de Tumultos21. En cuanto a la campaña de Portugal, el encomiasta ponderaba cómo la incorporación de los territorios ibéricos y ultramarinos de la corona lusa a los dominios de Felipe II aseguraba al monarca un verdadero imperio sin confines (vv. 334-342):
Ganada la ciudad [de Lisboa], quedó perdido,
y echado a los desiertos el rebelde [prior de Crato].
El mundo quedó atónito y Castilla
tomó los cetros que se le debían
por títulos legítimos y claros.
Plus Ultra —por ventura— y más allende
el lábaro de Albano campeara,
pero también aquí se acaba el mundo,
aquí sus lindes y remates tiene.
29Justo es señalar cómo la sección del Panegírico al duque de Alba dedicada a la anexión de Portugal podría asumir una significación especial a la luz de la biografía del poeta. Si se considera que el elogio de don Fernando pudo componerse en torno a 1585 y que muy poco antes, en 1582, Bermúdez de Castro había sido encarcelado por haber sostenido públicamente «que el reino de Portugal no pertenecía al rey Felipe, nuestro señor, ni convenía a la república cristiana que lo fuese, por el gran daño que le venía de serlo», sorprende un tanto que el citado fragmento refleje una opinión diametralmente opuesta.
30Atendiendo al viraje que suponen tales versos, parece lícito suponer que la disidencia del colérico fraile dominico acabó siendo mitigada por la prudencia y el cálculo. Se percibe de forma bastante clara la palinodia en la afirmación de dos endecasílabos: Castilla «tomó los cetros que se le debían / por títulos legítimos y claros». Ahora bien, a través de la figura de la antonomasia, casi de soslayo, el escritor gallego parece apuntar hacia el pretendiente a la corona de Portugal, don Antonio, prior de Crato, proclamado rey por sus partidarios en junio de 1580. Así se narra el episodio decisivo de la batalla de Alcántara, que garantizaba a Alba la toma de Lisboa, el 14 de agosto de aquel mismo año (vv. 299-320):
En el campo le está aguardando el Luso,
con quien juega y se burla la Fortuna,
el cual manda a los suyos que sin miedo
las armas tomen contra el enemigo.
Habla a los capitanes que el Oriente
en guerras y peligros ejercita
y a los que la africana Tánger cría
a los pechos de Palas la guerrera.
A todos pide quieran acordarse
del militar valor de sus pasados
y de la lusitana nombradía,
para que el enemigo castellano,
que paso a paso ya se le avecina,
de sus abuelos siga las pisadas
y renueve de Troya los mojones,
pues aún Lisboa guarda bien enteras
de la rota Castilla las aljubas.
Sus escuadrones pone en ordenanza,
banderas a banderas contrapone,
en rumbo de frontarse con Albano,
mas las primeras piezas mal caladas,
las espaldas le vuelve al Santïago.
Perdona Albano a los que van huyendo
y la puente de plata les hiciera
por la ciudad tomar tan a su salvo.
31Casi se tendría la tentación de afirmar que la figura de don Antonio de Avís queda de alguna manera engrandecida en el pasaje gracias al uso del discurso en estilo indirecto. De hecho, soterradamente estos endecasílabos parecen mostrar que el autor gallego no había modificado en un punto concreto la opinión que manifestara en 1582 sobre lo acaecido: «si los portugueses no fueran traidores a don Antonio y le faltaran, que no entraría el rey don Felipe a reinar en Portugal tan fácilmente como entró».
32No podemos extendernos aquí en el balance de la crónica vital (cortesana y guerrera) elaborada por el inquieto fraile. Con todo, resulta ineludible apuntar que uno de los aspectos más llamativos en el panegírico de Bermúdez de Castro es la inclusión de varias referencias alusivas al momento más crítico en la trayectoria vital de don Fernando. Así esboza en una de las secciones finales la pérdida del favor regio y la prisión a la que fue sometido por Felipe II en el castillo de Uceda (vv. 212-226):
- 22 Bajo el senhal clásico de «Polítropo Tirseo» el panegirista se refiere a sí mismo. En la minuciosa (...)
En ella vuelto, se le marchitaron
como al poner del sol las maravillas,
volviendo la Fortuna y revolviendo
como lo suele hacer su instable rueda.
(Aquí quiere Polítropo Tirseo22,
de habla mudo y de sagrado nombre,
pasar ligeramente por las iras
de que celestes ánimos se tocan).
Mas por merced del cielo, de este encuentro
que no merece nombre de caída,
se supo levantar con mejoría,
como quien escogido y destinado
estaba en la semblea de sus hados
para lucero y sol de los alcores,
así de oriente como de occidente.
33Tras el regreso de la calamitosa estancia en Flandes, donde la rebelión de varias provincias había culminado en un proceso de guerra abierta, Felipe II se mostró airado con el poderoso aristócrata. La impaciencia del monarca se debía no solo a la gestión, bastante discutible, que había hecho Alba de los asuntos septentrionales de la corona, sino también a otro episodio desafortunado: siguiendo el consejo de su padre, el heredero del título ducal había contraído matrimonio en secreto con una pariente suya, doña María de Toledo, sin contar con la debida autorización regia. La reacción del monarca no se hizo esperar: el 8 de diciembre de 1578 don Fadrique de Toledo fue recluido en la fortaleza de la Mota, en Medina del Campo, y poco después el anciano don Fernando fue condenado al exilio y prisión en la fortaleza de Uceda en enero de 1579. El embajador de Lucca se hacía eco de este brusco cambio de fortuna y del estupor de la entera corte:
[El duque de Alba] es casi el mayor personaje que hay en la España de hoy, que ha siempre servido a este rey y la gloriosa memoria de Carlos V, su padre, en todos aquellos mayores grados que se podía haber de esta corona, junto que es de sangre y de parentesco muy estrecho a casi todos los grandes de este reino. Pero en su vejez se halla confinado en prisión, cosa que ha hecho maravillar toda esta corte […]. Verse la gloria de un señor tan potente puesta en fortuna tan miserable ha dado terror a los grandes23.
- 24 En el ciclo de romances tradicionales sobre don Álvaro de Luna y su abrupta caída se puede localiza (...)
34En los versos de Bermúdez de Castro el oscuro episodio se compara con la flor de la maravilla, cuya hermosura radiante apenas dura una jornada, ya que se marchita con la puesta de sol: «se le marchitaron [las esperanzas], como al poner del sol las maravillas»24. Como recalca el panegirista, se trata de uno de los característicos giros de la «instable rueda» impulsada por la tornadiza y voltaria diosa «Fortuna», que con sus vueltas y revueltas («volviendo y revolviendo») a veces ensalza, a veces abate a sus elegidos. Mediante el uso del inciso parentético el encomiasta se vale de una figura tan elusiva como la praeteritio, ya que no desea demorarse en el relato de las justificadas «iras» de Felipe II. Para el dominico gallego, las consecuencias de aquel choque (o «encuentro») entre la voluntad del soberano y los designios del duque para su linaje «no merece nombre de caída», aunque gracias a la providencia divina el noble personaje «se supo levantar con mejoría».
- 25 Menandro, Dos tratados de retórica epidíctica, p. 149.
35La razón por la que nos hemos detenido un tanto en este pasaje es su relativa rareza en el marco amplio de un género tan codificado como el panegírico, desde la preceptiva de la Antigüedad. De hecho, según los consejos de Menandro, el discurso regio o imperial ha de contener «una amplificación convencional de las buenas cualidades que son propias» del gobernante y se advierte explícitamente que «nada admite ambiguo ni discutible por ser ilustre la persona en grado sumo»25. Quizá no sea exagerado afirmar que al incluir este breve relato alusivo de la pérdida del favor real y el confinamiento en Uceda, episodio «ambiguo» y «discutible» donde los haya, Bermúdez de Castro estaba, de alguna manera, quebrantando una de las normas esenciales del basilikòs lógos. Si bien es cierto que ese detalle redundaría en la veracidad del elogio como pequeña crónica de historia contemporánea, supone una falla en la concepción del panegírico mismo.
36Antes de cerrar esta primera valoración de un encomio nobiliario tan interesante como olvidado conviene subrayar que, ya en el siglo xviii, López de Sedano había puesto algunos pequeños reparos tanto al poema latino como a la versión castellana:
- 26 Bermúdez de Castro, La Hesperoida, pp. xiii-xiv.
Este poema en el idioma latino tiene su mérito por la concisión más que por la elegancia y pureza y manifiesta bien el talento de nuestro autor para la poesía latina. Pero mucho más se manifiesta para la castellana en su composición, o sea, traslado en esta lengua, pues allí hace ver que era poeta y gran versificador por la propiedad y grandeza de los pensamientos y la mucha elegancia, armonía y sonoridad de sus versos, con que desempeña el título de Panegírico que da a su obra, de suerte que es un nuevo y clásico documento que se puede alegar en favor de esta versificación libre de rimas y prisiones, aun para los asuntos más graves y más heroicos. Sin embargo de estas ventajas, la composición tiene algunos pensamientos más bajos de lo que conviene a la grandeza del argumento y ciertas vulgaridades y frases humildes que desdicen también de la calidad de este poema. También se encuentran no pocos lugares oscuros o de muy remota inteligencia, algunos de los cuales se han ilustrado con tal cual nota que ha parecido oportuna, en virtud de lo que ya se tiene advertido, pero no se ha podido ejecutar con todos los que necesitaban de este auxilio, porque siendo muchos sería traspasar una de las primeras reglas del proyecto de esta colección, atestándola de glosas y notas y ocupando con ellas el lugar que deben llenar otras cosas más deleitosas e importantes al público26.
37Al tiempo que pondera en estas líneas la vena poética de Bermúdez de Castro, la «grandeza de los pensamientos», la pulcra factura de sus endecasílabos y la acertada elección del verso suelto para desarrollar los asuntos «graves» y «heroicos» propios del más arduo género del elogio, López de Sedano no tiene empacho alguno en censurar la ruptura del decoro que percibe en algunos pasajes (donde se introducen «pensamientos más bajos de lo que conviene a la grandeza del argumento») y en señalar la presencia de algunas fallas estilísticas, ya que atentarían contra la uniformidad exigida en una dicción sublime («ciertas vulgaridades y frases humildes que desdicen también de la calidad de este poema»). Si bien no podemos realizar aquí el listado exhaustivo de los posibles errores cometidos por el panegirista en cuanto atañe a la copia verborum, es obligado apuntar brevemente alguno de los mismos. A la luz de las palabras del editor, intuimos que algunas voces como «garbullas» (v. 184) o «semblea» (v. 224), la presencia de sintagmas poco afortunados del tenor de «vedrana alcuña» (‘veterana alcurnia’, v. 51), el empleo de giros lexicalizados como «dar alboradas a los sordos» (v. 112) o el uso alusivo de refranes («Perdona Albano a los que van huyendo / y la puente de plata les hiciera / por la ciudad tomar tan a su salvo», vv. 321-323) pudieron suscitar los recelos del estudioso del siglo ilustrado.
38El Panegírico al duque de Alba constituye una significativa muestra de pieza poético-laudatoria concebida para dorar la imagen pública de un gobernante y caudillo militar que había participado activamente en la consolidación de la monarquía hispánica como primera potencia global. Pese a las pequeñas fallas que pueden apreciarse en su concepción, a pesar de las varias caídas estilísticas que en él se han advertido, el encomio nobiliario concebido por Jerónimo Bermúdez de Castro en torno a 1585-1589 puede considerarse hoy una de las piezas laudatorias más relevantes escritas durante el reinado de Felipe II. Sin duda, el testimonio de este poema en endecasílabos blancos resulta capital a la hora de trazar la historia de un género tan olvidado en las letras españolas como el panegírico, ya que la crítica ha tendido a pasar por alto casi todos los textos anteriores a la gran floración encomiástica barroca, impulsada por el admirable Panegírico al duque de Lerma de Luis de Góngora. Esperamos que estas páginas puedan servir para paliar un tanto la damnatio memoriae que durante varias centurias ha sufrido el curioso elogio póstumo de don Fernando Álvarez de Toledo.