1A pesar de que aproximadamente la mitad de su teatro está dominado por enredos amorosos de vertiente cómica, la imagen de Calderón que ha pasado a la historia literaria está teñida de seriedad, y la figura del dramaturgo ha quedado asociada a sus autos sacramentales y a sus dramas de honor y religiosos. Una consulta a las colecciones de clásicos más habituales (Letras Hispánicas de Cátedra, Clásicos Castalia, Austral, Clásicos y Modernos, Biblioteca Clásica, Biblioteca Nueva...) confirma esta impresión y muestra cómo se repiten títulos de contenido grave: La vida es sueño, El alcalde de Zalamea, El médico de su honra, A secreto agravio secreta venganza, El gran teatro del mundo, El príncipe constante, El mágico prodigioso, La hija del aire..., de manera que el lector interesado en la faceta más cómica de Calderón tiene que acudir a ediciones descatalogadas, tomos de obras completas o colecciones más pensadas para especialistas y de elevado precio (Reichenberger, Iberoamericana/Vervuert...).
- 1 Ver Valbuena Briones, 1976; Antonucci, 1999, 2005 y 2006; Otal Piedrafita, 2003; Iglesias Feijoo, 2 (...)
2La única obra cómica que se escapa de esta tendencia y que forma parte de pleno derecho del canon calderoniano es La dama duende, que cuenta con ediciones más o menos recientes como las de Cátedra (Valbuena Briones), Biblioteca Clásica y Clásicos y Modernos (Antonucci), Castalia Prima (Otal Piedrafita), Biblioteca Castro (Iglesias Feijoo) y la de Clásicos Planeta, ya descatalogada, junto a Casa con dos puertas mala es de guardar (Sevilla Arroyo y Rey Hazas), sin voluntad de ser exhaustivo1. Pero cabría incluso preguntarse si este lugar predominante de La dama duende no habrá tenido que ver con la lectura tragedizante que parte de la crítica, particularmente norteamericana, hizo de esta obra, que llegó a ser considerada una suerte de preludio de El médico de su honra en las lecturas más extremas.
3Un nuevo eslabón en esta canonización de La dama duende puede verse en la reciente edición para la editorial Cátedra, profusamente anotada y comentada, de Jesús Pérez Magallón, quien también acaba de publicar una edición en la misma editorial de otro texto mayor calderoniano: El médico de su honra2. Esta nueva edición de La dama duende sustituye a la de Valbuena Briones de la misma colección cuya primera edición (1976) databa ya de hace más de treinta años, de tal manera que se ponen al día tanto el texto de la comedia, sobre el que ha habido importantes avances en los últimos años, como las interpretaciones a que ha dado lugar.
- 3 Pérez Magallón solo tiene en cuenta la edición de Antonucci de 1999, y no la revisión de esta publi (...)
4En cierto modo la edición de Pérez Magallón puede verse como respuesta a la publicada por Fausta Antonucci en 1999 en la Biblioteca Clásica, entonces en la editorial Crítica, edición que marcó un hito en cuanto a la fijación del texto y a la ordenación de los acercamientos críticos a la comedia3. La estudiosa italiana criticó en su edición las posturas tragedizantes y en general las que situaban la obra en coordenadas de preocupaciones sociales más bien contemporáneas de los estudiosos, pues, de acuerdo con Antonucci, le atribuyen al dramaturgo «preocupaciones probablemente ajenas al ideario y a la visión del mundo de un hombre de letras del siglo xvii, tan cercano como lo era él a la poderosa díada trono-altar» (citado por Pérez Magallón en p. 18). De acuerdo con Pérez Magallón, sin embargo, «el género [de la comedia de capa y espada] como marco no implica convertirlo en determinante absoluto de lo que una obra puede presentar o no» (p. 19). Así, no se puede negar «que preocupaciones similares pueden aparecer en la reflexión del dramaturgo articuladas en géneros diferentes y que tales preocupaciones, en un género u otro, manifiestan ciertas constantes» (pp. 19-20), de tal manera que, según Pérez Magallón, Calderón «se interroga una y otra vez sobre la realidad, los criterios para determinarla, las dudas que surgen ante sus manifestaciones, la incertidumbre que se instala ante la falibilidad de los sentidos e incluso de la razón» (p. 20).
- 4 Por ejemplo Arellano, 2001, o la citada edición de Antonucci, 1999. Se echa en falta el excelente a (...)
5Pero el editor también tiene en cuenta algunas importantes aportaciones de los últimos años que han insistido en el carácter cómico de La dama duende4, por lo que rechaza las lecturas tragedizantes que se han hecho de ella al contravenir los presupuestos del género al que pertenece. De acuerdo con esto, nuestra comedia «es una obra cómica que, por encima de todo, pretende entretener y divertir al público que asiste a su representación» (p. 21), lo que no es sinónimo de superficialidad intrascendente, de tal manera que «Calderón construye en La dama duende una trama, una intriga y unos personajes que, teniendo ese objetivo en mente, cobran vida, se encarnan, en torno a una problemática que también aborda en otras obras» (p. 22).
6Esta voluntad de reivindicar un cierto sentido serio de La dama duende, no reñido con su primaria finalidad cómica, pero sin caer en excesos tragedizantes, será un objetivo primario de la edición que aquí reseñamos y permeará la introducción y la extensa anotación en un difícil equilibrio que puede llegar a resultar ambiguo, pues se da cabida en ocasiones a algunas interpretaciones que solo muy forzadamente se ajustan a los versos que comentan.
7Pérez Magallón abre su edición con un extenso estudio de 95 páginas repartidas en diferentes apartados un tanto desordenados. El primero de ellos consiste en un «apretado resumen» de la vida de Calderón (pp. 11-15) en el que se repasan algunos datos básicos de la vida del dramaturgo, de su contexto histórico y de su carrera literaria, lamentablemente sin haber llegado a tener en cuenta la reciente biografía de 2009 dedicada por Don Cruickshank a los cincuenta primeros años de vida del poeta5.
- 6 Cabría revisar la taxonomía que se atribuye a Arellano en la p. 16, pues no aparece en el artículo (...)
- 7 Expuesta originalmente en Parker, 1959.
8Sigue un apartado titulado «La dama duende» (pp. 15-24). En él se ve la obra como comedia de capa y espada, género sobre el que se recogen algunas opiniones y cuyos rasgos fundamentales se exponen6. A continuación siguen la crítica a la postura de Antonucci y las consideraciones del editor ya mencionadas (pp. 18-22) y un excurso sobre la opinión de Parker7 en torno a la primacía de la acción sobre la pintura de personajes en el teatro español, opinión rechazada por Pérez Magallón. Al final del apartado, y sin cambiarse de párrafo, se pasa a señalar que La dama duende «se cuenta entre las piezas del joven Calderón» (p. 24), a las que se atribuyen características como «su experimentalismo intelectual», «su arriesgada reflexión sobre temas candentes» o «su toma de posición crítica e incluso rebelde».
- 8 Honig, 1962; Mujica, 1969; Stroud, 1977. El artículo de Honig se publicó en primer lugar en la revi (...)
9El apartado siguiente lleva el epígrafe «Una aproximación general a La dama duende» (pp. 25-47). Comienza Pérez Magallón tratando del conflicto central de la comedia, que sitúa en el de doña Ángela, «una joven y bella viuda que no vive pero quiere vivir, que no tiene identidad y quiere tenerla» (p. 27, cursiva en el original), un conflicto planteado en términos no trágicos ni dramáticos, «sino cómicos» (p. 27). Siguen unas consideraciones sobre el papel del honor en la comedia. Recuerda Pérez Magallón las opiniones sobre las tendencias incestuosas de los hermanos de Ángela, que parece no rechazar, al menos explícitamente, y comparte la opinión de Honig, Stroud o Mujica8 de que «la comedia articula una visión crítica del código del honor» (p. 29), pero en registro cómico, que no invalida esa crítica. Tal visión se vehicularía a través del impulso interior de doña Ángela hacia la reconstrucción de su identidad, proceso que «no es particularmente diferente del de personajes como Rosaura; lo radicalmente distinto es el marco genérico» (p. 31), nueva muestra de su interés por incidir en que en La dama duende se recogen preocupaciones de Calderón comunes a obras de géneros más graves, aunque cabría preguntarse en qué medida afecta entonces el marco genérico a esas preocupaciones.
10Se trata a continuación el importante papel que desempeña el amor en la trama, plasmado en el paralelismo entre las parejas don Manuel-doña Ángela y don Juan-doña Beatriz, con las respectivas alusiones al papel de las estrellas y del libre albedrío en el nacimiento del amor, temas frecuentes en Calderón. Siguen unas consideraciones (de nuevo en un mismo párrafo y sin solución de continuidad) sobre detalles que manifiestan los afectos de los personajes y las opiniones de algunos críticos en torno a la naturaleza jungiana del amor de Manuel y Ángela y la victoria o no de Eros que supone el final (pp. 33-34).
- 9 Wardropper, 1966 y 1967.
- 10 Ruano de la Haza, 1994.
11Este amor conduce a un final cuya inestabilidad se ha discutido, lo que no debe llevar a lecturas tragedizantes —insiste Pérez Magallón—, contaminadas por la lectura de otras obras, particularmente El médico de su honra; es una cuestión de género literario. El editor revisa y critica la interpretación tragedizante iniciada fundamentalmente por Wardropper9 (pp. 36-38), pues este crítico, se nos dice, olvida la independencia del género cómico y de su específica comicidad, perceptible sobre todo en la representación (a este respecto podría haberse tenido en cuenta el esclarecedor artículo de Ruano de la Haza «La comedia y lo cómico»10). Así, la obsesión por el honor de don Luis es de carácter cómico, como su conducta durante el duelo con don Manuel de la tercera jornada (pp. 37-38).
12Siguen unos apuntes sobre posibles fuentes e hipotextos de la comedia, particularmente La viuda valenciana, La celosa de sí misma, Por el sótano y el torno y El soldado Píndaro, así como sobre la obra hermana de La dama duende: Casa con dos puertas mala es de guardar (pp. 39-43). Estos paralelos serán retomados en detalle por el editor en la anotación a la comedia.
13Se pasa a continuación a tratar del espacio y del marco temporal (pp. 43-45), y se concluye el apartado con unos apuntes sobre la comicidad de la obra (pp. 45-47) en los que se repasan las opiniones de algunos críticos.
14El apartado siguiente lleva el epígrafe «El duende, los duendes, las supersticiones y otros inconformismos» (pp. 47-54). En él critica Pérez Magallón la postura de Antonucci, según la cual la curiosidad de Manuel hacia el duende «tiene más de juego que de una voluntad de racionalización ilustrada de lo irracional» (citado en p. 47), pues, aunque coincide parcialmente con ella, no cree que se pueda reducir su actitud «a una curiosidad relacionada con los mecanismos previsibles del género» (pp. 47-48). Sitúa el autor la postura de don Manuel en la tradición hispana de raíz humanista que critica creencias supersticiosas como las de Cosme, y considera que «La dama duende es un alegato de los más radicales contra las creencias supersticiosas [...], lo que no quiere decir que el objetivo de la obra sea ese» (p. 49). También entiende, de nuevo en respuesta a Antonucci, que «asociar automáticamente clases inferiores con superstición es una lectura demasiado rápida y simplista. Por lo tanto, explicar la diferencia de actitudes entre amo y criado solo por su pertenencia a distintas clases sociales [...] es infravalorar las claras afirmaciones que hace Don Manuel en un sentido puramente filosófico» (pp. 50-51).
15Se tratan a continuación otras «actitudes críticas de Calderón respecto a la sociedad de su tiempo» (p. 51), como la situación de las viudas (a través de algunos versos de doña Ángela) o la práctica del duelo (en el personaje de don Luis), de tal manera que «Es, por tanto, evidente que La dama duende articula, desde el género cómico, una visión desenfadada y crítica de ciertos aspectos de la vida social del momento» (p. 53).
16Analiza Pérez Magallón los diferentes personajes de la obra en el siguiente apartado: «Personajes, personas, personalidades» (pp. 54-74). Insiste en el protagonismo de doña Ángela y su búsqueda de la identidad y de su propia libertad (no se trata de una heroína que luche por el derecho de la mujer al amor); es la desencadenante de la acción y la que controla lo que sucede en el ámbito de la casa (frente al espacio público, dominio del varón); es la que toma la iniciativa, la seductora (no la seducida) y también la representada en el título (p. 58); destaca el editor la pulsión erótica y, sobre todo, lúdica que mueve a la protagonista. Pérez Magallón insiste a continuación en su rechazo de la interpretación tragedizante del final: se trata de un final feliz; pensar en un después es ir más allá de lo que plantea la obra (p. 63).
17Sobre don Manuel, «Quijote de la legua» (v. 254), se destaca su sentido del honor, al que sabe imprimir cierto humor; también sus cualidades de racionalista y empirista, aunque comete errores de cálculo, básicos en el enredo. Carece de iniciativa, que recae en doña Ángela. Cierran el apartado algunas consideraciones sobre don Juan, don Luis, Cosme y, más breves, sobre Beatriz e Isabel.
- 11 Ferrer, 2008, y Reichenberger, 2008.
18El siguiente se titula «Vida y recepción de La dama duende: algunas calas» (pp. 74-79). Comienza con un repaso a las ediciones de la comedia a partir de la de Vera Tassis de 1685, que fue la que determinó el texto transmitido hasta el siglo xx, y llega hasta la de Hartzenbusch (no se mencionan las ediciones anteriores a Vera en esta vida de la comedia, a pesar de que no fueron pocas, particularmente para lo habitual en el siglo xvii). Repasa a continuación las representaciones de la comedia de que hay noticia, sin acudir al DICAT ni al volumen IV del Manual de los Reichenberger11 (pp. 76-77), los escasos comentarios sobre la comedia en el siglo xviii, y finalmente incluye unos párrafos generales sobre la lectura de Calderón en los siglos xix y xx, sin detenerse en las diferentes valoraciones de La dama duende entre la crítica del xx, que habría sido interesante sistematizar en este lugar.
19Al estudio textual, bajo el epígrafe «Esta edición», dedica seis páginas (pp. 81-86), a pesar de la complejidad textual de la comedia. Es evidente que a Pérez Magallón le interesaba más en su edición atender a la interpretación de la comedia que a la dificultad de fijar su texto, lo que es comprensible después del hito que supuso la edición de Antonucci, como el propio editor señala en un breve repaso inicial de importantes ediciones modernas, entre las que no llega a tener en cuenta la reciente de Iglesias Feijoo, muy fiel al texto de la Primera parte de Calderón de 1636.
- 12 Ver Antonucci/Vitse, 1998, y Pedraza Jiménez, 2000, pp. 212-213.
- 13 Hesse, 1941, y Shergold, 1955.
- 14 Puede verse un estado de la cuestión en Rodríguez-Gallego, en prensa.
20Este será también el que tome como texto base Pérez Magallón, al igual que los últimos editores de la comedia. Menciona otros testimonios (a las partes 29 y 30 de Diferentes autores de Valencia y Zaragoza, respectivamente, las denomina extravagantes) que dice haber consultado. No incluye un estudio textual propiamente dicho, sino que resume las conclusiones alcanzadas por Antonucci. Edita como apéndice la tercera jornada de la comedia según el texto de las ediciones de Valencia, Zaragoza y Lisboa, dadas las grandes alteraciones que presenta con respecto al de la Primera parte y sus descendientes. Resume las principales diferencias entre ambas versiones, y acepta la opinión de Vitse de que el texto de la Primera parte es refundición del de Valencia, aunque apenas menciona la opinión contraria de Antonucci (p. 84), compartida por Pedraza Jiménez12. Siguen unas notas sobre las ediciones de Vera Tassis, basadas en los antiguos trabajos de Hesse y Shergold13 y que no tienen en cuenta la compleja casuística que se ha ido poniendo de relieve en los últimos años14. No llega a señalar Pérez Magallón qué lugar ocupa Vera Tassis en la tradición textual de La dama duende, aunque, afirma, «hemos tenido presente[s] sus correcciones conjeturales en algunos casos» (p. 85).
21A continuación indica que «En nuestra edición hemos separado las jornadas en cuadros y no en escenas, que carecen de sentido en la dramaturgia aurisecular» (p. 85). No dice más al respecto (solo da la definición de cuadro en la p. 99, n. 2) para justificar esta decisión, y cabría preguntarse por qué hay que separar las jornadas en unidades menores y no limitarse a respetar el texto base, pues incluir entre corchetes los lugares de la acción, no siempre evidentes (ver, por ejemplo, p. 124, n. 106), dadas las peculiaridades de los textos teatrales áureos, resulta en parte un retorno a las mediatizadoras prácticas de editores como Hartzenbusch, por mucho que la división en cuadros esté estructural y filológicamente más autorizada. El problema de la segmentación de la comedia áurea es muy complejo y ha adquirido en los últimos años una justificada relevancia (puede verse, por ejemplo, el número 4 de 2010 de la revista Teatro de palabras15, dedicado de manera monográfica al asunto), por lo que merecería el caso de La dama duende un apartado de la introducción.
22Cierran la introducción el esquema métrico (en el que se dan los datos de cada jornada, no los totales ni los porcentajes) y la bibliografía. Sigue el texto de la comedia, del que debe destacarse la pulcritud con que ha sido presentado, lo que se acompaña de una cuidada puntuación, que facilita la lectura. Solo he localizado un pequeño error de lectura en el verso 3058 («no me hacéis [la] puerta franca», verso presente en M1, M2, V y Z, y no solo M1, frente a lo que da a entender el editor en nota), así como una errata (quie por quien) en el 2597 de la versión de Valencia; en la nota 558 se desliza un leve error por omisión de no. Hay algunas tildes en palabras que de acuerdo con las últimas ortografías académicas no deben llevarla (creerásme, v. 2000; vestíme, v. 2449; volvióse, v. 2563; vestíme, v. V2570; déis, v. V3196), y falta tilde en algunos como que sí deberían tenerla (vv. 2017, 2026, 2177, 2204, V3056). También se le escapan al editor sendas diéresis en los versos 319 y 1058, a pesar de que en los criterios de edición se especificó que no se señalarían.
23En la fijación del texto Pérez Magallón intenta ir más allá que Antonucci en el respeto por el Primera parte (P). Así, rechaza algunas de las enmiendas que inserta la estudiosa italiana en su edición, en ocasiones me parece que con razón (vv. 2252 y 2312), aunque de manera más discutible en el v. 2812 por un problemático cambio de tratamiento, no advertido. En los versos 1588-1590 acepta Pérez Magallón la lectura de P («Como a los dos nos ha muerto / la luz el duende de un soplo, / y a mí de un golpe»), que resulta discutible y no parece encajar sintácticamente, en lugar de la aparentemente mejor de V, Z, VT, M1 y M2 (y no solo M1, frente a lo que señala Pérez Magallón): «Como a los dos nos ha muerto / el duende, la luz de un soplo / y a mí de un golpe», que altera el orden de «el duende, la luz» y parece dar sentido al pasaje, aunque el editor justifica su decisión así: «la lectura de P es perfectamente comprensible y lógica, pues el duende les ha matado la luz a los dos de un soplo, y solo a Cosme lo ha matado de un golpe» (p. 196, n. 420).
24En los versos 466 y 751 también mantiene el editor acertadamente lecturas de P que habían sido enmendadas por Antonucci en su edición de 1999, aunque en este caso no tiene en cuenta Pérez Magallón que la estudiosa italiana había rectificado en su edición de 2005, en la que también edita P en esos lugares. En el v. 2027, al contrario, enmienda el editor una lectura de P respetada por Antonucci. Pérez Magallón también señala un par de errores de lectura de P de Antonucci (vv. 2938 y 2992) que no afectan al texto editado por la profesora italiana sino a su aparato crítico.
25En todo caso, lo más llamativo de la edición de Pérez Magallón son las abundantes y extensas notas que acompañan al texto, pues existen 752 para los 3114 versos de la comedia en su versión de la Primera parte, lo que da una media de una nota cada cuatro versos. El volumen de notas es tal que, estructuradas de otras manera, podrían haber dado lugar a una monografía sobre la comedia; sin embargo, se echa de menos en los criterios de edición alguna explicación sobre las pautas que han guiado esta anotación, dado que en ella se cuentan notas de índole muy variada.
26Así, algunas parecen explicitar elementos suficientemente claros ya en el texto: en los versos 549 y siguientes, Ángela recuerda algunos lances acaecidos hasta ese momento y Pérez Magallón anota: «Otra recapitulación sintética de lo acaecido hasta ahora» (p. 135, n. 158). En los versos 1227-1231, Ángela dice a Beatriz que don Manuel se persuade «A que debo de ser dama / de don Luis, juntando partes / de haberme escondido dél / y de tener otra llave / del cuarto», versos que no parecen necesitar la siguiente nota: «Al ignorar el secreto de la alacena, para Don Manuel la dama solo puede entrar por la puerta y para ello le hace falta una llave» (p. 176, n. 341). Algo similar puede decirse de la nota 343 (p. 177), de la 724 (p. 271), en la que se indican diferentes tipos de telas compuestas de seda para anotar las palabras de doña Ángela sobre que sus sentidos «prisión hallan de seda mis vestidos» (v. 2932, n. 724), o de la 81 (p. 118), en la que se anota un término evidente como desmayo quizá por la curiosa etimología que apunta Covarrubias.
27Pero frente a este perfil de anotación detallista y que prefiere pecar por exceso, a veces las notas no parecen suficientemente aclaratorias, o bien dejan de anotar sentidos o pasajes oscuros. Muchos de los términos difíciles se explican mediante definiciones de Covarrubias, aunque en ocasiones quizá hubiese resultado más práctico y clarificatorio acudir a sencillas paráfrasis. En otros casos no se anota lo verdaderamente pertinente, como sucede en la nota que acompaña a los versos 24-25: «si era bien hecho o no era / echarse Hero de la torre», en la que se explica quién era Hero y en qué textos se trata del mito, aunque sin mencionar su suicidio al tirarse desde una torre, que es lo necesario para explicar las palabras de Cosme (p. 102, n. 17); algo parecido sucede en la nota 12, sobre Tarquino y Lucrecia, notas ambas que contrastan con la muy detallada sobre el mito de Píramo y Tisbe (n. 8). En las pp. 170-171, en las que se incluye la carta de don Manuel escrita en estilo caballeresco (tras el verso 1122), anota Pérez Magallón la presencia en el Quijote de algunos de los términos empleados en la carta, pero no su significado, cuando resulta oscuro en más de un caso. Tampoco anota términos o usos cuyo significado en el texto se le puede escapar a un lector actual, como aparejo (v. 761), rendimientos (v. 1558), embelecos (v. 1562), el anómalo empleo de se prefiere (v. 1809) o salvilla (v. V2317acot). En el v. 216 se anota el uso habitual de huésped como si fuese extraño a la lengua de hoy. No se anota tampoco una oscura expresión en los versos 1659-1660 («y en una bolsa pon estos / papeles, que son el todo / a que vamos»), ni se aventura una interpretación para los versos 747-752, bastante oscuros: «Que, aunque tengo / llave maestra por si acaso vengo / tarde, más que las dos otra no tiene, / ni otra puerta tampoco. Así conviene, / y en el cuarto la deja, y cada día / vendrán a aderezarle» (solo en nota al verso 751, en el que se mantiene la lectura de P, dice el editor que P «nos parece tener pleno sentido»). En los versos 757-760 («que, como en las posadas / no se hilan las cuentas tan delgadas / como en casa, que vive en sus porfías / la cuenta y la razón por lacerías»), únicamente se explica el término lacerías, cuando la oscuridad de los versos 759-760 parecen aconsejar una nota más detallada, incluso para justificar el mantener la lectura de P.
28Las notas más abundantes actúan a manera de comentario del texto, bien debido a Pérez Magallón, bien citando algún trabajo de otro estudioso. Buen ejemplo del primer tipo lo constituyen los vv. 1269-1282, puestos en boca de doña Ángela, y pautados con tres notas del editor con comentarios sobre la psicología del personaje, como los de la nota 348: «Retoma aquí puntualmente Doña Ángela esa sensación de aislamiento y dolor que apuntaba en la primera jornada, realzando la caracterización compleja del personaje» (p. 178). Algo similar sucede con la nota 45 (p. 109) o la 291 (p. 164), entre otras.
29Algunos de estos comentarios parecen ir más allá de lo que propiamente está diciendo el texto. Así, en el diálogo más bien cómico entre don Manuel y don Luis de cerca del final en el que don Manuel niega algunas cosas que don Luis dice haber visto («Don Luis. Cuando / yo te he visto esconder, ¿quieres / que mientan mis ojos? Don Manuel. Sí, / que ellos engaños padecen / más que otro sentido», vv. 2775-2779), anota Pérez Magallón: «Por el modo en que don Luis establece la asociación entre los sentidos (ojos y oídos) y la realidad, Don Manuel no tiene otra alternativa que aceptar lo dicho por su rival. Parece cuestionarse así radicalmente la viabilidad de los sentidos como fuente de conocimiento o principio de certeza en un mundo en el que el escepticismo todavía sigue manifestando su atractivo intelectual» (p. 264, n. 699). Lo mismo sucede con la nota 704 (p. 266), entre otras.
- 16 Pasaje que se corresponde con Schizzano Mandel, 1983, pp. 641-642.
30Con más frecuencia da el editor cabida a opiniones de otros estudiosos. Ejemplo de ello lo encontramos en la nota a los vv. 669-677, en los que don Luis entrega a don Manuel su espada, con la que antes le había herido. Anota el editor: «La entrega de la espada ha sido interpretada así por E. Honig, “Flickers of Incest”, pág. 80: “the free surrender of his weapon smacks of an admission that he is yielding up his potency and his libidinous designs on Angela to a rival. He appears thereby to be transferring incestuous blame to ‘this miscreant sword’ ”» (p. 141, n. 186). Al no comentarse esta opinión, cabe preguntarse si Pérez Magallón la aduce porque la comparte, duda que también asalta al lector en la nota 466 (p. 208) o en la 622 (p. 245). En la 40 (p. 107), que comenta la acotación que señala la entrada en escena de doña Ángela e Isabel, tapadas (v. 100acot), anota el editor en primer lugar el significado de tapada, recuerda a continuación las implicaciones de la costumbre de taparse y las consecuencias legales a que dio lugar, y cita después alguna interpretación concreta sobre este lugar de La dama duende, como la de Schizzano Mandel —de nuevo sin comentario alguno—, quien señala que el manto «tiene una relación de semejanza con el velo, y suele atribuírsele un contenido sexual. El manto encubre e inhibe la sexualidad y llega a representarla por identificación referencial»16.
31Son muy abundantes asimismo las notas que apuntan paralelos con otras obras que han sido señaladas por los estudiosos como posibles hipotextos de La dama duende, en particular La viuda valenciana, de Lope, y Varia fortuna del soldado Píndaro, de Céspedes y Meneses. Algunas de estas notas atienden incluso a expresiones de algún personaje o a lances que parecen bastante habituales, por lo que quizá fuesen prescindibles (por ejemplo la nota 49 o la 377). Se señalan también paralelos con otras obras y autores, particularmente con Cervantes (aunque el editor no parece haber conocido el trabajo de Anthony Close sobre Cervantes y La dama duende17), en muchas ocasiones de manera aguda, en otras quizá no tanto, como al comparar el relato que hace don Manuel de su viaje en silla de manos (vv. 2263 y ss.) con el de don Quijote sobre Clavileño (n. 571, p. 234).
32Como detalles menores, puede señalarse que a veces no se menciona la edición que se sigue de algunos textos, ni se indica página o verso (así en p. 208, n. 465; p. 217, n. 498, o p. 221, n. 517), o la cohabitación de Don Manuel, Don Luis o Doña Ángela en prólogo, notas y acotaciones, con don Manuel o don Luis en el texto editado (vv. 81, 218, 227, 238...).
33En conclusión, nos hallamos ante una nueva edición de La dama duende que intenta ser lo más fiel posible al texto de la Primera parte de 1636 sin aportar novedades textuales sustanciales y que destaca por sus apuestas interpretativas, pues quiere reivindicar, a través de su extensa introducción y de la prolija anotación, un sentido de la comedia más serio o profundo, sin olvidar su vertiente cómica y sin incurrir en excesos tragedizantes, por lo que en ocasiones se mueve en inestables equilibrios quizá un tanto ambiguos.