La novela picaresca. Concepto genérico y evolución del género (siglos xvi y xvii)
La novela picaresca. Concepto genérico y evolución del género (siglos xvi y xvii). Eds. Klaus Meyer-Minnemann y Sabine Schlickers. Madrid/Frankfurt am Main, Iberoamericana/Vervuert, 2008. 608 p.(ISBN: 978-8489-422-3; Biblioteca Áurea Hispánica, 54.)
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1Pese a su importancia y a su influencia absolutamente fundamentales, equiparables durante siglos a las que se le reconoció y a las que ejerció el Quijote en la conformación de la novela occidental moderna, la literatura picaresca española ha seguido siendo, hasta hoy, un repertorio muy irregularmente leído por el público y aún más irregularmente estudiado por la crítica. Por más que su elenco de títulos presuntos sea relativamente limitado, muchos de ellos (la mayoría posiblemente) no han sido apenas reeditados (aún menos en ediciones aceptablemente críticas) en tiempos modernos, unos cuantos no han sido objeto casi de atención en las historias de nuestra literatura, y su conjunto va siendo muy pausadamente iluminado por estudios (que culminan de momento en el libro que ahora reseñamos) que van contribuyendo a que el género pueda ser visto desde nuevas aunque nunca definitivas atalayas (utilizando una palabra muy guzmanesca) críticas.
2Desde hace décadas ha sido la picaresca española, por la abundancia de marcas metapoéticas que sus autores diseminaron en sus textos, y por muy insistente empeño de quienes hoy la estudian, un repertorio en busca de definición crítica, una irregular y discutida amalgama literaria de perfiles difusos y aun confusos que unos cuantos estudiosos se han propuesto como meta, cada uno por su cuenta y riesgo, acotar y delinear de manera clara y precisa como género. Este libro sobre su Concepto genérico y evolución del género es un nuevo eslabón de esa cadena, de solidez y significado, eso sí, muy singulares, y de alcances seguramente más ambiciosos y sistemáticos que los que en momentos diferentes del pasado alcanzaron las muy diversas y agudas lentes eruditas de Bataillon, Lázaro Carreter, Maravall, Cabo Aseguinolaza y unos cuantos estudiosos más.
3No es que el libro que ahora reseñamos traiga consigo un avance ni global ni definitivo, porque no dedica capítulos completos ni atención profunda a unas cuantas obras españolas (cierto que de refinamiento literario evidentemente menor) de las que en su momento se miraron en el espejo del género y se titularon o se reclamaron a sí mismas como picarescas. Pero sí que estamos ante un salto cualitativo muy importante en los estudios sobre la configuración del género picaresco, que atiende (o se propone atender) a sus títulos más indiscutibles, a las cuestiones más sustanciales de su articulación y a la influencia que ejerció, desde muy al principio, en la literatura europea de su época, todo ello hecho con el objetivo primordial de contestar a la pregunta de «qué es, pues, la (auténtica y legítima) novela picaresca».
4Esta muy contundente (en densidad, en profundidad, en número de páginas) exploración sobre La novela picaresca. Concepto genérico y evolución del género (siglos xvi y xvii) que reseño es el resultado del trabajo en equipo, durante largos años, de un escogido ramillete de investigadores alemanes que han estado dirigidos por los profesores Meyer-Minnemann y Schlickers. Sus páginas no desmienten, desde luego, la fama de sólido positivismo y de apego a la claridad y al orden que tiene la escuela filológica alemana, porque todo en ellas está muy razonado y muy escrupulosamente argumentado, y todas las citas y referencias metaliterarias que era posible extraer de las obras escogidas se hallan perfectamente localizadas, analizadas y, lo que resulta más iluminador, articuladas en un edificio discursivo muy bien trabado. Téngase en cuenta que cada uno de los críticos que participa en el volumen tiene a su cargo, la mayoría de las veces, varias obras analizadas y varios capítulos del libro. Y que todos trabajan en estrecho contacto y con similares método y programa. El libro es, por ello, mucho más compacto y sistemático que cualquier libro colectivo convencional o que cualquier volumen de actas al uso.
5El hecho de que los autores sean alemanes especialistas en literatura española está sin duda detrás del sesgo profundamente traductológico que tiene su exploración. Traductológico no solo en cuanto que incluye una serie de capítulos muy originales y sustanciosos que están dedicados a las traducciones, adaptaciones e influencias de la novela picaresca española en la novela francesa, alemana e inglesa del xvii; traductológico también en el seguimiento que hace de los conceptos y estrategias cruciales de intertextualidad, imitación y parodia que operaron en el corazón mismo de la novela picaresca española, y que a los autores de este libro les sirve para afirmar, matizar o descartar la adscripción de cada uno de los títulos elegidos y analizados a lo que sería el género más propia y auténticamente picaresco.
6Y ahí es donde se adentra el libro por los territorios más comprometidos, incluso más resbaladizos. Seguir afirmando, con nuevos y seguramente más trabados argumentos, eso sí, que La pícara Justina se adscribe más a la literatura satírica que a la picaresca, o que El Buscón de Quevedo es, más que una novela picaresca en sentido puro, una parodia del género picaresco, y que por eso no puede ser considerada una novela picaresca legítima, es algo que se inscribe dentro de una larga tradición crítica discriminadora de la picaresca de verdad y de la picaresca apócrifa, lo cual confiere indudable normalidad académica al empeño. Es, también, algo que puede llegar a ser argumentado con las citas y los datos ajustados y brillantes (aunque siempre selectivos, lo que puede derivar en sesgados) con que se argumenta en estas páginas.
7Pero normalidad crítica no es garantía de verdad metafísica, ni solvencia en la elección de las citas es sinónimo de objetividad en el cuadro general. Nunca hubo acuerdo (explícito) entre sus cultivadores del xvi y del xvii, y ningún crítico del xxi puede restaurar lo que nunca existió, acerca de lo que era o debía ser la novela picaresca. Nunca existió un manual autorizado ni canónico que definiese su ser o esencia. Se fue haciendo, y además de manera irregular, polifónica, conflictiva. Nació de unas tradiciones literarias orales anteriores y contemporáneas, retoñó, se dispersó y atomizó, se volvió sobre o contra sí misma, emigró, desaguó en direcciones distintas, se metamorfoseó más que se agotó. Todo ello a tientas, sin un guión unívoco que seguir, en un paisaje de desacordado guirigay metaliterario en que cada autor se reclamaba picaresco a su modo y en que es muy difícil discernir un hilo seguro o una monodia troncal. Es por ello que andar buscando ahora, cinco siglos después, la Ur-picaresca, el código fuente que nunca anduvo formulado como tal, la cuadratura si no perfecta sí al menos aproximada de su anárquico amorfismo, es una labor que no puede más que encontrar serias dificultades y que corre el riesgo de quedarse encerrada dentro de un bucle tautológico excesivamente forzado.
8En su formidable capítulo introductorio, el profesor Meyer-Minnemann traza un muy detallado y pedagógico estado de la cuestión y repasa las opiniones de Eisenberg, Dunn, Cavillac o Manuel Montoya, escépticas y alguna hasta contraria a la posibilidad de que pueda ser bien o convincentemente definido un género picaresco; revisa luego con perspicacia (matizándolos y refutándolos a veces) los argumentos de Cabo Aseguinolaza a favor de que sí hubo una literatura (más que una novela) picaresca; y concluye que sí es posible definir el género de la novela picaresca, y hacerlo desde la trayectoria vital del pícaro y desde su presentación narrativa autobiográfica, cuyos complejos entresijos disecciona él con técnica minuciosa. Cierto que no deja de matizar e incluso de poner cautelosamente en condicional algunas de sus propuestas, pues, por ejemplo, nos dice, «la concreción de la trayectoria vital del pícaro depende del significado que en cada época se adscribe al vocablo pícaro». Firmeza, sí, pero también algo de sanos prudencia y relativismo.
9Desde este puerto salen y a este puerto vuelven a llegar el propio Meyer-Minnemann en sus capítulos sobre el Lazarillo y sus continuaciones (incluida la de Juan de Luna) y sobre el Marcos de Obregón (que comparte con la profesora Schlickers), sobre los pícaros cervantinos (que comparte con la profesora Niemeyer), sobre el Simplicissimus y su Continuatio (que comparte con Daniela Pérez y Effinger) y sobre la primera traducción francesa del Buscón (que escribe él en base a un trabajo inédito de Dieter Reichardt); itinerarios similares siguen Schlickers en sus capítulos sobre los Guzmanes de 1602 y 1604, sobre El Guitón Honofre, sobre La vraie histoire comique de Francion de Sorel, Le page disgracié de L’Hermite y Le roman comique de Scarron; Katharina Niemeyer en sus capítulos sobre el Guzmán de 1599, sobre el Guzmán de Silva e Castro y sobre La pícara Justina; Tilmann Altenberg, en sus capítulos sobre El Buscón y sobre el Gusman alemán de Albertinus; e Inke Gunia sobre el Discurso de Contreras, los Comentarios de Duque de Estrada, el Estebanillo González y los pícaros ingleses de Head y Kirkman.
10A los argumentos del profesor Meyer-Minnemann y de sus compañeros de aventura crítica no les falta audacia, coherencia, sensatez ni capacidad de persuasión. Y las ideas que lanzan y los hallazgos a los que llegan hacen de este libro la summa más profunda e importante, y también la más articulada y sistemática, entre las que han sido publicadas hasta el día de hoy sobre la historia y la (meta)poética de la novela picaresca española de los siglos xvi y xvii.
11Y, sin embargo, yo sigo contándome entre los escépticos acerca de la posibilidad de que sea posible poner contornos a las sombras (y más aún a las sombras de las sombras que se cruzan en el sutil entramado de intertextualidades que operan en el seno y en los márgenes, hacia dentro y hacia fuera, de este repertorio) y alcanzar una definición convincente del género de la literatura picaresca apoyada esencialmente sobre la consideración del pícaro como personaje específico de novelas y sobre las marcas metapoéticas también específicas que hay en esas novelas. Creo que falta mucho camino por recorrer, en particular en lo que se refiere a su sociología (en la que desde Maravall o Cros algo se ha avanzado ya) y a su etnografía y antropología (que están prácticamente por hacer), y que sin ellas o antes de ellas no se puede alcanzar ninguna definición suficiente del género.
12Un concepto de sesgo folclorístico-antropológico como el de trickster, «tramposo» o «burlador», sinónimo también (en mi opinión), aunque sea parcial, de «pícaro», que no asoma prácticamente en las páginas de este libro, creo que debiera ser de referencia en la consideración del protagonista de la novela picaresca, porque lo vincula con sus indudables y complejísimos ancestros, paralelos y continuadores folclóricos, y porque le presta al pícaro sus rasgos y funciones narrativas primordiales, de alcance prácticamente universal. El concepto de trickster y su tradición y bibliografía (esta última básicamente foránea) fue, de hecho, eje de un libro audaz y renovador, aunque haya calado poco o nada en los horizontes de los filólogos españoles, de Francisco Márquez Villanueva, Orígenes y elaboración de «El burlador de Sevilla» (1996), que dio al otro gran mito español contemporáneo del pícaro y del Quijote, el de don Juan, unas proyecciones transversales densísimas, que apuntan hacia horizontes difusamente mitológicos, insolentemente elusivos de cuadrículas de tiempo, lugar, casta y género, imposibles de aprehender en su pluricultural devenir, como marco no exclusivo pero sí indispensable para entender la esencia del personaje transgresor de las normas morales y sociales, que es lo que es, también, el pícaro.
13Desde el ángulo siempre dinámico e inestable del folclore, que es la fuente de donde han manado el pícaro (uno de los avatares del trickster) y la literatura (incluida la novela) picaresca, y que nos ha acostumbrado a los folcloristas a ser extraordinariamente cautos en las definiciones y en las clasificaciones, a contradecir y reorganizar nuestros propios guiones y prejuicios ante cada nuevo repertorio de relatos al que nos toca enfrentamos, a maravillarnos ante la pasmosa facilidad con que un tipo de personaje o de argumento salta del molde del cuento al de la novela, o del mito a la épica, el género picaresco y la figura del pícaro no pueden ser comprendidos desde cerradas o convencionales cuadrículas de género, sino desde posiciones mucho más abiertas, transversales, radiantes.
14Asomémonos a algún folclore que podamos conjugar de manera práctica y fácilmente contrastable con la teoría que desgrana este libro, para ilustrar mejor la idea de cómo la tradición oral puede incitarnos a reconsiderar algunas de las más abstrusas cuestiones metapoéticas que presenta el género. Léase con atención, por ejemplo, el denso análisis que dedica el profesor Meyer-Minnemann al yo autodiegético, a las relaciones no correferenciales pero sí muy cercanas (lo suficiente para insuflar verosimilitud en el relato) entre el autor y el narrador, y a las aún más estrechas relaciones (aunque a veces se guarden ciertas distancias de orden moral) que se establecen entre el narrador que habla y el personaje que dice ser o haber sido. Y léase enseguida, analizando el uso del yo en el plano del autor, del narrador y del personaje, y con la sutilísima distancia irónica y autoparódica que establecen, los rústicos y seguramente folclóricos versos del Cancionero de Upsala (sigo la edición del Nuevo corpus, 1991B, de Margit Frenk), contemporáneo estricto del Lazarillo de Tormes, que comenzaban así:
Falalalán, falalalán, falalalera,
falalalán, de la guarda riera.
Quando yo me vengo
de guardar ganado,
todos me lo dicen:
«Pedro el desposado»:
¡a la hé!, sí soy,
con la hija de nostramo,
qu’esta sortijuela
ella me la diera…
15No contamos con espacio para reproducir aquí las dos estrofas continuadoras de la composición. Sí para decir que muestran al pastor tonto o que se hace el tonto, en ayunas de comida, de consideración social y de esposa (aunque oficialmente la tenga), condenado aunque resignado al encierro en la casta sempiterna del vulgo. Poca distancia le separa, pues, del Lázaro maduro y casado, el que al final de su relato pone voz de tonto para contarnos que no lleva la evidente cornamenta que luce, que habla desde un yo autodiegético, desde una distancia irónica y desde una condición biográfica (la de cornudo que pretende no darse cuenta de que lo es) que emparenta del modo más sugerente a los dos mansos personajes.
16Avancemos otro paso más: aún recuerdo cómo en el año 1989 registré, de la viva voz de un cabrero del pueblo de Herrera del Duque (Badajoz) que había nacido en 1908, un cuento muy extenso y complejo, que alguna vez editaré y estudiaré con la unción que se merece, que hablaba (como Lázaro) en primera persona a un narratario indeterminado y engastaba una serie de anécdotas y peripecias risibles protagonizadas por un cabrero tonto al que todo le salía mal y que, pese al empeño de los suyos para que saltase de su casta a la superior mediante un casamiento ventajoso, como tan reiteradamente intentan hacer los pícaros, se quedaba siempre sin mujer y de cabrero:
Pues como le iba diciendo, mi padre me llevó a mí al campo de nueve o diez años de edad, de mancebo, que es un oficio que hoy no hay quien le conozca. Me entregó doce machos cabríos con un buen cacho de cuerno cada uno, y cada uno un cencerro, y aquellos tenían que dir bajo de mi mando. Me llevó a un sitio que le llaman Majavieja. Pues una vez estaríamos allí y otra vez estaríamos más acá, otra vez estaríamos más allá, total, yo llegué a tener dieciocho o veinte años y no había vuelto al pueblo. Ya mi madre la pobre iba, nos llevaba la muda, nos llevaba el suministro, y una de las veces que fue mi madre a la majá, decía mi padre, dice:
—Este muchacho había que llevarle al pueblo.
Porque otras veces el que se quedaba soltero era un desgraciao, ni había residencias, ni había Seguridad Social ni ná. Quien se muriera soltero y no tuviera ni un familiar, aquel se moría de asco. De mó que dijo mi padre:
—Bueno, pues yo ya te digo.
Y me cogió mi madre del brazo, y me trajo como un kilómetro o así me trajo. La mujer se cansó de guerrear conmigo y me soltó…
17Reléanse una vez más las páginas (nucleares aunque diseminadas por muchos de sus capítulos) de este grueso volumen sobre La novela picaresca. Concepto genérico y evolución del género que hablan de las singulares relaciones que el género picaresco establece entre autor, narrador, personaje, narratario y receptor, o las que glosan el modo en que la novela picaresca maneja la ironía, la parodia y la autoparodia ácidamente ridiculizadoras del narrador mismo, o las que confirman la cerrazón insalvable de la estratificación social propios de la época y del género. No será difícil apreciar las concomitancias con este cuento folclórico que acabará, muchas peripecias catastróficas después, en el mismo punto y en la misma casta en que se inició: «me fui otra vez a mis cabras. Y hasta ahora», son sus palabras conclusivas.
18En definitiva, que encontrar, en el folclore del siglo xvi o en el del xx (y en el que queda entre medias, pues no son relatos absolutamente excepcionales), y en el molde de la canción o del cuento oral, criaturas de ficción que despliegan sus yoes y sus túes, la confesión de sus mansedades y sus infortunios con las mujeres, su incapacidad para cambiar de casta social, sus parodias de sí mismos y sus guiños irónicos hacia los demás, de maneras que tanto recuerdan a los que operan en la novela picaresca obliga posiblemente a reconsiderar las estrictas cuadrículas de época, de género, de recursos supuestamente privativos o exclusivos en que quizás no sea justo encerrar un género que no solo mira metapoéticamente para dentro de sí mismo, sino que también está atravesado por lo que viene de fuera.
19Queda, a la luz de todos estos datos y relatos que llegan por el lado del folclore, y de muchos más que aduciremos en alguna ocasión futura, cierto trecho por recorrer en la exploración de las funciones, los rasgos, los recursos de dicción y las estrategias de ficción del pícaro y de lo picaresco, dentro y fuera de la novela picaresca. De las cuestiones de metapoética interna o de las marcas de autorreferencialidad que hay sembradas por sus textos es poco lo que, después de este libro, se podrá ya decir. Pero caracterizar tan minuciosamente la parte no es garantía de conocimiento suficiente del todo, sobre todo cuando fuera de esa parte tan escrupulosamente estudiada se quedan cuestiones no de metapoética, pero sí de poética (empezando por la larga parentela intergenérica del pícaro y de sus recursos verbales) fundamentales. El mejor modo de avanzar hacia una definición de su género quizás no sea, por eso, estrechar el cerco y operar mediante descarte riguroso, sino aflojarlo y mirar hacia horizontes más amplios y flexibles en que se aprecian ideas y caracteres parecidos, siguiendo para ello el mejor hilo que se nos tiende: el hilo enredado pero resistente del folclore.
20Todos los autores que han contribuido a este libro monumental han sido no solo lo suficientemente eruditos, sino también lo suficientemente prudentes como para no cerrar ninguna puerta y para no dejar de aludir al folclore (aunque sin profundizar en esa dirección, puesto que no son folcloristas) como sustrato básico, paisaje fundamental y llave potencial para entender muchas de las penumbras que quedan adheridas a la novela picaresca. Su libro está afablemente abierto al diálogo con otras ideas y opciones, y de algún modo alienta y sustenta hasta a quien pueda mantener tesis diferentes en tal o cual punto, ya que la profundidad de su análisis, el rigor de su exposición, la sistematicidad en su acopio de referencias metaliterarias nos han entregado a todos un instrumento científico de primer orden y un puntal que perdurará en los estudios sobre picaresca y que será de referencia para cualquier opción u orientación que sigan los estudios sobre el género en el futuro.
21Una línea última acerca de la edición: hermosa, intachable, escrupulosísima, como son siempre las ediciones de Iberoamericana/Vervuert.
Para citar este artículo
Referencia en papel
José Manuel Pedrosa, «La novela picaresca. Concepto genérico y evolución del género (siglos xvi y xvii)», Criticón, 113 | 2011, 181-186.
Referencia electrónica
José Manuel Pedrosa, «La novela picaresca. Concepto genérico y evolución del género (siglos xvi y xvii)», Criticón [En línea], 113 | 2011, Publicado el 17 junio 2016, consultado el 12 diciembre 2024. URL: http://0-journals-openedition-org.catalogue.libraries.london.ac.uk/criticon/2376; DOI: https://0-doi-org.catalogue.libraries.london.ac.uk/10.4000/criticon.2376
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