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Reseñas

Cancionero de Sebastián de Horozco

Edición de José J. Labrador Herraiz, Ralph A. DiFranco y Ramón Morillo Velarde-Pérez. Toledo, Consejería de Educación, Ciencia y Cultura de Castilla-La Mancha, 2010. 902 p.(ISBN: 978-84-7788-561-0.)
Florence Dumora
p. 172-181
Referencia(s):

Cancionero de Sebastián de Horozco. Edición de José J. Labrador Herraiz, Ralph A. DiFranco y Ramón Morillo Velarde-Pérez. Toledo, Consejería de Educación, Ciencia y Cultura de Castilla-La Mancha, 2010. 902 p.(ISBN: 978-84-7788-561-0)

Texto completo

1La última edición española del Cancionero de Sebastián de Horozco acaba de salir de una imprenta de Toledo y de manos de los ya muy famosos estudiosos de la poesía cancioneril áurea, José Labrador Herraiz y Ralph A. DiFranco, acompañados en la presente labor por Ramón Morillo Velarde-Pérez. El imponente volumen de tapas azul celeste, con finos pámpanos estilizados que recuerdan la viña toledana y la bíblica, omnipresentes en las composiciones poéticas y teatrales, consta de novecientas páginas que incluyen una copiosa introducción (I, pp. 15-200, con una presentación general y una serie de estudios), las trescientas ochenta composiciones del Cancionero (II, pp. 201-773), y las piezas post-liminares numeradas de III a V (pp. 775-900: casi 40 páginas de notas, 26 páginas dedicadas a la bibliografía referida al contexto literario sobre un periodo de más de dos siglos, los índices.

2Esta es la cuarta edición (y tercera publicación) tras la de José María Asensio (Sevilla, Bibliófilos andaluces, 1874), un siglo más tarde la de Jack Weiner (Bern, H. Lang, 1975), la nuestra en 2001 (Atelier National de Reproduction des Thèses, Lille). Pero a diferencia de las anteriores es el fruto de una colaboración, lo cual se manifiesta en la minuciosidad con la que se identificaron las fuentes tras una intensa labor de investigación en nueve bibliotecas españolas y diecinueve extranjeras que cubren cinco países europeos y Estados Unidos). Y por otra parte los estudios preliminares son trabajos individuales dedicados a un aspecto en particular relacionado con el Cancionero.

3El libro es a la vez estético y agradable: tanto el color amarillento del papel, como el tamaño de las letras y la disposición de los textos centrados en las páginas permiten una lectura cómoda. Los títulos de cada composición destacan en mayúsculas, reproduciéndose de este modo la diferenciación establecida en los encabezamientos del manuscrito. Las composiciones van numeradas con cifras árabes. Ese lujo tipográfico explica el tamaño y el peso de esta edición que, por consiguiente, no se transporta ni se maneja como un libro de bolsillo.

4Esta cuarta edición, con su extensa y completa bibliografía sobre Horozco y su Cancionero, al mismo tiempo que los valora, se inscribe dentro de los ciento cincuenta años de descubrimientos, estudios, investigaciones suscitados por ese jurista, hombre de letras, de segundo rango quizás, pero que sigue representando para los hispanistas un valiosísimo informador sobre la sociedad y la cultura de su tiempo.

5Horozco, a quien su formación jurídica confirió clarividencia y perspicacia, ofrece a través de sus obras (escritos paremiológicos, crónicas, poesía, teatro religioso y profano) un terreno de investigación que dista mucho de estar agotado. Una de las claves de su atractiva riqueza es su casi exclusivo y profundo arraigo en la fascinante Toledo del Quinientos (p. 18, 24, 27): más de una vez evoca el ambiente ciudadano pero también episodios de la historia toledana, las manifestaciones culturales —aunque sean las del grupo reducido de su entorno profesional— y revela concordancias con creaciones y tradiciones literarias de mayor alcance (Lazarillo de Tormes; enigmas; problemas seudo-científicos, canciones a lo divino; mitología). Y por muy tradicionalista que parezca en sus poemas, sus escritos teatrales merecieron una especial atención de los estudiosos, como queda manifiesto en las dos publicaciones dedicadas a las obras teatrales (J. M. Asensio, 1867; F. González Ollé, 1979), y ocupan un lugar significativo en la formación del teatro español (J. M. Asensio, p. 11; F. González Ollé, pp. 30-47 y también F. Dumora, 2001, pp. 154-163).

6La impecable edición del texto conserva las características gráficas del manuscrito y, a diferencia de las anteriores ediciones, la grafía -v- por la -u- (vn, vna, avn, avnque, trivnfo, avsencia); pero no conserva las abreviaturas (al contrario de J. M. Asensio, 1874). El aparato de notas se deslinda del que ofrecían las otras ediciones al decantarse ya sea por una mera concordancia, ya sea —y son estos los casos más frecuentes— por un complemento que consiste en ilustrar la palabra anotada con una referencia literaria (así en el núm. 105, nota 269, además de justificar una lección correcta por primera vez: uvía).

7El aspecto quizás más novedoso, por lo que a las ediciones del Cancionero se refiere, es el sistema de doble anotación adoptado con fines a la vez didácticos y literarios. En efecto, las notas situadas a pie de página (con numeración continua de 1 a 807), aclaran el léxico y facilitan la comprensión inmediata del «lector moderno» (p. 49), mientras se han colocado en la sección Notas (III) todas las citas y esclarecedoras referencias a obras literarias, sean de Horozco o de otros autores o anónimas, que ofrecen puntos comunes. De ese modo se hace patente la red cultural que se despliega entre poetas de distintas épocas, comprendidas entre el siglo xv y el xvii, y de distintas áreas de la Península. Esa opción permite que el texto editado ocupe plenamente las páginas y por tanto privilegia una lectura continua, conservando «la unidad del Cancionero» (p. 50).

8El preámbulo, al cuidado de José J. Labrador Herraiz, además de presentar el Cancionero, insistiendo en su diversidad y en sus fuentes medievales y populares, asegura la coherencia de la edición: se citan en él varios fragmentos o poemas completos (unas 6 páginas en total) y remite a lo largo de sus 37 páginas, a los cinco estudios propuestos a continuación, con lo que la introducción llega a un total de 185 páginas.

9El editor abre esta presentación con la calificación prestada de Márquez Villanueva al Cancionero como «interesantísimo» y la concluye caracterizándolo como «picaresco». Este adjetivo viene justificado por una serie de temas recurrentes: el hambre (pp. 18, 23) ocupa un lugar destacado, entre otras preocupaciones ligadas a la vida cotidiana de una clase social «subalterna». No obstante, este adjetivo, sacado de un trabajo de M. Vitse sobre las Representaciones, no es aplicable, a nuestro parecer, a todo el Cancionero puesto que esa serie de cuatro piezas teatrales ofrece características propias no solo desde el punto de vista lingüístico sino también en el enfoque dado a los temas y por ende a los personajes, que parecen remitir de forma directa al contexto social, y en particular al debate sobre la pobreza y el trabajo como solución a la vez moral y económica. También el tono humorístico, burlesco o francamente licencioso contribuye en gran parte al «desenfado picaresco» (pp. 15, 27). Si bien es cierto que «toda la vida toledana entra de lleno» en muchos textos, ofreciendo así al lector varias escenas callejeras (pp. 18, 27), nos parece importante subrayar que una de las clases mejor representadas en las poesías es la de los juristas (abogados, “letrados”), sean licenciados o doctores (núms. 85-99), con intercambios poéticos entre ellos (ficticios o reales) que no conciernen solo temas profesionales (oficios: núms. 136-142, 147; sentencias y pleitos curiosos: núms.159-160, 178, 316, 359; vacantes: núm. 87; asuntos nimios: núms. 101, 290; rivalidad; núms. 104, 108). Llama la atención la necesidad para esas personas de mostrar la limpieza de su linaje: la importancia del status religioso (los ataques contra los conversos o la defensa personal: núms. 164-166, 179, 183, 338) depende plenamente del nivel social conseguido gracias a los diplomas y la ambición, no siempre deshonesta. Aquellos juristas que pertenecían a la clase media —burguesa— son poetas o pretenden serlo (núms. 81-84, 330-331) y también muchos de ellos muestran interés en el tipo de inversión más fructífero de la zona, es a saber, la explotación vitícola (compra de heredades, venta de vinos: núms. 102, 187, 191, 230, 297). Esta es una de las estructuras económicas que, además de desembocar en un tratamiento poético de la buena comida y de las reuniones festivas (núms. 111, 114, 116, 156; 167-169, 307, 311, 354) enlaza con el asunto lazarillesco. Era inexcusable evocar la posible paternidad de Horozco de la famosa obrita (a nuestro parecer insostenible si se considera tan solo el estilo de la prosa) y J. Labrador presenta de forma breve y objetiva las principales tesis al respecto, incluyendo los estudios más recientes —R. Navarro Durán (2004) defiende la autoría de A. de Valdés y M. Agulló y Cobo (2010) la de Hurtado de Mendoza (p. 33)—; pero en realidad, difiere mucho la materia argumentativa entre una y otra, de modo que las distintas autorías no ofrecen el mismo grado de probabilidad.

10Tras una tipología rápida de los textos, situados en su contexto económico y social (tanto con escritos coetáneos: Miguel Giginta, Tratado de remedio de pobres (1579), Cristóbal Pérez Herrera, Amparo de los [legítimos] pobres (1598), como con estudios modernos: A. Redondo, «Pauperismo y mendicidad en Toledo, en la época del Lazarillo», 1979 y F. Santolaria Sierra, El gran debate sobre los pobres en el siglo xvi, 2003), J. Labrador evoca de forma precisa y sintética —incluso con un claro propósito de simplicidad didáctica, como p. 25, n. 19— la biografía de S. de Horozco (con referencias a J. Gómez-Menor Fuentes, J. Weiner, Cotarelo y Mori), la descripción y el historial del “códice” (J. M. Asensio, A. Martín Gomero, A. Farell, M. Cañete), el “ambiente literario” (F. Márquez Villanueva, J. M. Cossío, M. Chevalier, F. Rico, R. Navarro Durán), la métrica (D. C. Clark), la cuestión de las fechas del Cancionero, el orden de su composición y las formas (J. C. Cummins), las Representaciones (F. González Ollé, N. Salomon) y por último los criterios de edición. En todas estas rúbricas vienen citados opiniones y análisis de un gran número de estudiosos de modo que si bien los editores no evitan alguna que otra repetición (por ejemplo acerca del «medievalismo» del escritor pp. 26, 33, 34, 35, 37-39, enfocado de distintas maneras), aportan una copiosa bibliografía esencial que abarca todos los estudios que desde el siglo xix hasta los años más recientes (¿2009?) se interesaron por el Cancionero y su autor. Asimismo el esbozo del ambiente literario, de la métrica y la descripción del contenido del Cancionero (con resúmenes de los textos de mayor extensión) dan pie a la evocación de varias obras y poetas de los siglos xv (sobre todo) y xvi — el Cancionero de Baena, las Coplas de Mingo Revulgo, el Marqués de Santillana, Juan de Mena, Jorge Manrique, Gómez Manrique, el Comendador Griego, Montemayor, Castillejo— con los que la poesía de Horozco mantiene una continuidad al cultivar preferentemente formas métricas como la copla real o tipos poéticos como preguntas y respuestas, debates, vejámenes, canciones de la antigua lírica popular. Del ambiente literario, casi exclusivamente definido como medieval y centrado en el siglo anterior, se deducen las lecturas y los gustos literarios de S. de Horozco (p. 38), definido como «castellanista tozudo» (por Cossío) ya que no adoptó el modelo italianizante que, como compatriota de Garcilaso, no podría menos que conocer. Sin embargo, no hay que dejar de subrayar que los juegos poéticos a los que Horozco y sus amigos se dedicaron en sus momentos de ocio revelan algo del ambiente literario contemporáneo, por lo cual sería pertinente apuntar que lo que hoy en día se suele llamar con el cómodo pero engañoso marbete de “tradición medieval”, evocándola como algo muy anticuado, sería percibido muy de otro modo por los ingenios del siglo xvi.

11Que el Cancionero fue la obra de toda una existencia —1546 y 1577 son, en los epígrafes, las dataciones respectivamente más temprana y más tardía que marcan aproximadamente el principio y el final—, lo muestra el irreducible desorden de sus composiciones o, mejor dicho, la ausencia de clasificación rigurosa que obstaculiza cuando no imposibilita cualquier intento de reconstruir un orden (pp. 41, 42, 48) que no sea el que naturalmente sigue el poeta según sus inclinaciones y disponibilidad. Aunque carecemos de pruebas para determinar si el manuscrito es autógrafo (p. 30), ese orden “natural” de las composiciones dispuestas cronológicamente podría considerarse como un indicio útil y, además, es comparable con el relativo desorden de la Recopilación de refranes y adagios comunes y vulgares de España (BNM, Ms. 1849), de caligrafía muy parecida.

12No podemos negar que Horozco tiene algo de cronista local (p. 15) —recordemos el Ms 9175 de la BNM, parcialmente publicado por Jack Weiner, con el título Relaciones históricas toledanas (Toledo, Instituto provincial de estudios toledanos, 1981)— y que es testigo y observador crítico de una realidad social a veces agobiante (pp. 18, 46). Pero en sus poemas —no así en las Representaciones— deja de evocar la realidad más palpable. Si lo hace, maneja el escarnio y la mofa de los que nadie se libra (p. 17), y sus ataques apuntan a objetos desencarnados, en cierto modo desprendidos de la realidad, porque muchas veces son tipos inconcretos, no individualizados, y por tanto queda reducido el alcance crítico. El caso es que Horozco no evoca la plaga de la langosta, de angustiosa recurrencia, que agrava la carestía del trigo (R. Izquierdo Benito, Anales toledanos, 20, 1984) ; ni tampoco, de forma directa, la aguda cuestión de la subsistencia y de la ociosidad. Solo se alude metafóricamente a ello (núm. 118). De modo que asentar, como lo hace J. Labrador, «que la devastadora realidad del hambre» y «otros problemas» desembocan en una única solución poética: la «exagerada ironía bufonesca» (p. 18), supone el sarcasmo, la amargura fundamental —o quizás el desengaño— de nuestro autor cuyo realismo despiadado se percibe mucho más en El libro de los proverbios glosados o en las Relaciones históricas toledanas. Si algunas composiciones del Cancionero parecen traslucir pesimismo (sobre el no tener hijos, núm. 322) o cinismo cáustico (núm. 347), lo que domina, en realidad, es la escritura jocoseria heredada de toda una tradición medieval (debate burlesco, matraca, vejamen, escarnio y también reflexiones de procedencia filosófica, proverbios y sentencias), una tradición que perduró en el periodo humanístico (y más adelante) con un florecimiento propio. Por eso, al menos a nuestro parecer, no hay que reducir excesivamente el peso de esta tradición, mucho más impactante que la propia realidad en el impulso creador de buen número de composiciones: la inicial, La cofradía del Grillimón o La vida pupilar de Salamanca (núm. 4), por ejemplo, sin olvidar las composiciones deliberadamente anti-femeninas (núms. 56, 58), hasta chocarreras (núms. 50, 61, 64, 65-69), que incluso comprometen a miembros del clero (núm. 53) y los juegos provocativos con sus amigos, rivales profesionales (núm. 16) o los vejámenes y escarnios por el modo de vestir, cualquier defecto físico o vicio, poemas todos que rebosan de gozo verbal.

13Optando por una lectura del Cancionero «eminentemente paremiográfic[a]», Julia Sevilla Muñoz hace un breve historial del interés literario, marcadamente humanístico, por las sentencias y proverbios (paremias), en el cual los Adagia de Erasmo de Rotterdam (1500) desempeñaron un papel de no poca relevancia. La autora se centra en la corriente propiamente peninsular partiendo de la obra precursora de Íñigo López de Mendoza, para detenerse, en los más destacados recopiladores del refranero clásico (así designa las compilaciones del Quinientos que se distinguen de las paremias cultas y del refranero literario): Pedro Vallés (Zaragoza, 1549), Hernán Núñez (Salamanca, 1555) y Juan de Mal Lara (Sevilla, 1568) e indica con todos los datos editoriales la cantidad de proverbios reunidos por ellos con perspectivas morales y orientaciones lingüísticas claramente diferenciadas (p. 60). Sebastián de Horozco, posible lector de Hernán Núñez, aunque no aparezca como figura de primer plano, se inscribe plenamente en el refranero clásico con sus tres principales obras paremiográficas: el Teatro universal de proverbios, el Libro de los proverbios glosados y los Refranes y consejos en verso para sus hijos que luego glosó, obras todas que la autora define como «labor de campo»: se deslindan de la vertiente latina de los adagios y sentencias cuyos recopiladores tienen plena conciencia de su misión conservatoria y transmisora, además de su preocupación pedagógica por definir el refrán. Curiosamente J. Sevilla (p. 65) no hace mención de la todavía inédita (e incompleta) Recopilación de refranes y adagios comunes y vulgares de España, la mayor y más copiosa que hasta ahora se ha hecho, MS 1849 de la Biblioteca Nacional, Madrid; se basa en las listas reproducidas por J. L. Alonso Hernández (Teatro universal de proverbios, Universidades de Groninguen y de Salamanca, 1986) y J. Weiner (Libro de los proverbios glosados, Kassel, Reichenberger, 1994), quienes a su vez utilizaron la lista de obras atribuidas a Horozco por Tamayo de Vargas.

14Por otra parte, Horozco participó también en el refranero literario, como lo ilustra su hábito de entretejer proverbios en muchos de sus poemas. Las glosas en décimas de los refranes seleccionados en Teatro universal de proverbios están destinadas a comentar el mensaje contenido en el refrán de forma entretenida para el lector y J. Sevilla subraya la polisemia de algunos de ellos desplegada a veces en las distintas glosas propuestas por Horozco. La paremióloga ve cierta continuidad familiar entre la labor paremiológica de S. de Horozco y las obras realizadas por sus dos hijos Sebastián de Covarrubias y Horozco y Juan de Horozco y Covarrubias que escribieron sendos Emblemas morales; pero destaca la obra lexicográfica del primero, el Tesoro de la lengua castellana o española, en el que recogió «las unidades lingüísticas estables empleadas en la época» (p. 67).

15María Antonella Sardelli propone un estudio pormenorizado de las paremias empleadas por Horozco (pp. 71-119). El proceso muy didáctico se asienta en varios cuadros que visualizan las explicaciones o sirven para sintetizar el resultado a que ha llegado la estudiosa (tipología). Este trabajo va seguido de una bibliografía en la que no aparece el Teatro universal de proverbios; sin embargo la autora cita esta compilación glosada una y otra vez. Se ciñe al material paremiológico del Cancionero y lo sitúa en su relación con la obra paremiográfica de Horozco y también con otros compiladores, orientación que ya habíamos tomado en nuestra edición de 2001 (índice, pp. 1325-1332 y las notas).

16M. A. Sardelli define primero las categorías paremiológicas —refrán, frase proverbial, sentencia— que sirven de base para determinar el corpus del Cancionero y distingue luego las 57 paremias completas, las 23 diluidas y las 11 aludidas, presentadas de forma sinóptica (cuadros pp. 78-80, 82-83 y 84-85). En otro cuadro da la distribución de las paremias por composición (pp. 85-87). M. A. Sardelli, por otra parte, introduce, para abrir una subcategoría paremiológica, la noción de “comparación” ya perfilada por J. M. Sbarbi en su Florilegio o Ramillete de refranes y modismos comparativos (1873); pero al mismo tiempo que considera válida esta noción, la elimina, con una explicación inadecuada en vez de indicar su débil operatividad. Inmediatamente después menciona otra subcategoría, la locución, establecida a partir de Correas, por el lexicógrafo Manuel Seco, y que no puede considerarse como paremia. Aunque sea necesario definir las categorías paremiológicas para evaluar su función y su significación, eso puede llevar a planteamientos no totalmente exactos. Por ejemplo, M. A. Sardelli se equivoca al asentar que «Cuchillo de melonero» (núm. 30) no se encuentra en las compilaciones consultadas: de hecho el propio Horozco recoge y glosa en Teatro universal de proverbios: «Cuchillo de melonero, todo lo cala malo y bueno» (núm. 618), según queda apuntado en Dumora, 2001 (II, p. 257, n. 3); y aunque la glosa no verse de forma específica sobre el tema erótico, queda muy explícita la grosera torpeza de dicho “melonero”. Además aparece en el refranero literario (véanse Cartas en refranes de Blasco de Garay, núm. 4, 1548) quedando comprobado su uso proverbial. Resulta sorprendente, pues, reconstruir un supuesto proverbio (que no suena como tal) a partir de unas obras posteriores («Hazte cuchillo de melonero: probar muchos hasta hallar uno bueno», en Diálogos apacibles de John Minsheu, 1599, y en Diálogos familiares de Juan de Luna, 1619).

17A continuación, se estudian las modalidades de inserción sintáctica de las paremias («análisis extrínseco» p. 94) y la consecutiva relación (o función) de las mismas con el resto del poema. La autora no quiso eludir el análisis onomasiológico pero en tan solo tres páginas era poco menos que imposible presentar un auténtico método o al menos elementos metodológicos; por lo tanto se limita a «destacar la presencia de enunciados relacionados con los temas que más preocupan al hombre» —Dios, Diablo, mujer, hombre, amistad, viejo, muerto, muerte, y pasando luego a las paremias moralizantes (pp. 91-94). El término «microtexto» con el que se designan las distintas adaptaciones de las paremias al texto parece muy adecuado para englobar todos los fenómenos sintácticos o metalingüísticos surgidos en el discurso con ocasión de las citas paremiológicas. En segundo lugar, M. Sardelli investiga las relaciones intertextuales, o «concordancias» (pp. 102-118), tanto con la obra paremiológica del propio Horozco (Teatro Universal de proverbios, Libro de los proverbios glosados) como con otros autores de los siglos xv a xvii: el Marqués de Santillana a través del Seniloquium y Los refranes que dicen las viejas tras el fuego, Pedro Vallés, Libro de refranes (1549), Hernán Núñez, Philosophía vulgar (1568) y Gonzalo Correas, Vocabulario de refranes y frases proverbiales, 1627. Se cotejan unas ochenta y ocho paremias clasificadas según los tipos ya definidos: íntegras, diluidas, aludidas. Tal cotejo permite desplegar las variantes, poner de manifiesto las permanencias y también mostrar que buena parte de los proverbios, o bien tiene pocas concordancias (menos de cuatro) o bien queda aislada en la obra paremiográfica de Horozco e incluso en su Cancionero. La autora optó por un procedimiento explicativo: repite las listas de refranes: así «La muerte lo iguala todo» se encuentra en la lista de concordancias (subcapítulo 3) clasificada como paremia aludida (apartado 3.2) y otra vez en las consideraciones sobre las concordancias (apartado 3.4, pp. 114-118), en la lista de las paremias encontradas únicamente en las obras de Horozco. Del mismo modo, no se incluyen en un solo grupo las distintas frases de clara procedencia bíblica: «Serán muchos los llamados y pocos los escogidos» se ve separado de «Los postreros serán los últimos», proverbio aludido en la Representación de la parábola de Sant Mateo (Cancionero, núm. 279, vv. 428 y ss). Los numerosos subgrupos tienen pues el inconveniente de diseminar un material que merecería estar reunido.

18También M. A. Sardelli hace hincapié en el proceso de identificación de las paremias por el propio autor cuando este declara explícitamente la categoría por medio de los vocablos: vulgar, refrán, proverbio. Sería de sumo interés indagar qué conciencia paremiográfica implican estas denominaciones o sugerir que la terminología quizás no correspondiera a criterios de distinción claramente establecidos. Por lo demás, la alternancia de la introducción indirecta que se hace por medio de dichas denominaciones y de la inserción directa —«de forma independiente» según palabras de M. A. Sardelli, es decir sin la mediación de estas designaciones—, podría analizarse como signo de una familiaridad y un absoluto dominio del material paremiológico que permiten variaciones literarias, más allá de la observación de que se trata de engastes «que apenas se detecta[n]» (p. 97).

  • 1 «Les proverbes actes de discours», en Rhétorique du proverbe, Revue des sciences humaines, Lille, 1 (...)

19La enumeración de unas cuantas fórmulas verbales empleadas para introducir las paremias en el discurso poemático o dramático resalta la recurrencia del verbo decir; merece la pena advertir que este fenómeno concuerda con el rasgo en el que se afianza Meschonnic1 al definir exclusivamente la esencia del proverbio como «acto de discurso».

20Destacamos la frase siguiente sobre la función de los refranes: «el autor se sirve de la autoridad del refranero para defender o atacar determinadas posturas o estereotipos de la sociedad de la época» (p. 98). Pero, al citar el poema 179, se nos ocurre cuestionar el fundamento crítico de ciertos empleos y preguntarnos si a veces el motivo esencial no es el disfrute de realizar libremente una asimilación inesperada entre un proverbio atemporal («Tres Juanes y un Pedro hacen un asno entero») y una circunstancia ocasional (el ingreso de tres Juanes y un Baltasar en la cofradía de San Pedro: precisamente ¡ahí está el Pedro que falta en el grupo paremiológico!). El vincular los dos fenómenos podría atribuirse a la agudeza y al ingenio del autor y no (solo) a su afán crítico (innegable en muchas ocasiones). Quizás, en la poesía, la función más activa de una paremia sea precisamente su potencial poético.

21Las conclusiones de Sardelli versan primero sobre una significación intrínseca de los refranes que como fórmulas atemporales y colectivas sirven para hacer críticas veladas contra la Iglesia, por ejemplo; y en segundo lugar y en concordancia con lo escrito por J. Sevilla, sobre el interés extrínseco del Cancionero como compilación que deberá ser tenida en cuenta en los futuros cotejos y estudios comparativos del refranero español de los siglos xvi y xvii.

22José Manuel Pedrosa se fija en el Qüento donoso de un vigardo y una dama y un lagarto, núm. 347 del Cancionero (pp. 123-150), que destaca por su tema y su relación, señalada y estudiada una y otra vez, con la famosa Fábula del cangrejo de Hurtado de Mendoza. Para empezar, reproduce no solo el texto sino también las notas de la presente edición, cuando, en realidad, hubiese sido suficiente remitir a las páginas 722-725 del volumen. En cambio se echa en falta la reproducción del poema sensualmente burlesco de Hurtado de Mendoza. A continuación, J. M. Pedrosa no analiza dicho poema y tampoco lo estudia en relación con el registro erótico-burlesco del Cancionero —uno de los registros predilectos de Horozco—, sino que se dedica a proponer una amplia gama de textos y cuentos orales que declinan un bestiario apto para figurar en una situación similar a la descrita por Horozco. Es a saber la intrusión, en la vagina de una mujer, de un animal rastrero —lagarto, serpiente, cangrejo, alacrán. Con vistas a librarse del importuno, la mujer acude a quien pueda ayudarla, merced a sus capacidades anatómicas: una persona del sexo masculino. Al adentrarse en este gracioso y escabroso terreno, J. M. Pedrosa parece explorar la pista de la «amplia difusión geográfica» de ese tipo de cuentos, sugerida por François Delpech en su estudio «La baigneuse et le crabe indiscret. Nouvelle contribution au folklore érotique» (1993, p. 51), citado p. 126, nota 7. Así que aporta un muy útil complemento a dicho estudio. Las 48 canciones, coplas o cuentos citados no solo despliegan un impresionante repertorio temático de bichos impertinentes (reptiles, batracios y hasta ratones) o de vegetales (espina, espiga de avena o de bromo); suponen también una muy variada bibliografía sobre el folklore hispano de varios y amplios territorios, desde la Península hasta América Latina (Nicaragua, Venezuela) al que se añaden referencias norteamericanas (sin más precisar) y africanas (de Níger concretamente). El periodo abarcado es muy extenso y sus contornos no se delinean con nitidez; pero bien se sabe que en temas folklóricos los periodos son seculares. He aquí un reducido botón de muestra: Cancionero zamorano de Haedo (ed. de Salvador Calabuig Laguna, Zamora, 1987); Cancionero de la provincia de Albacete: colección de canciones recogidas de la voz popular en su más puro ambiente (ed. y publ. de María de Carmen Ibáñez Ibáñez, Albacete, 1967); el Folklore toledano: canciones y danzas (ed. de María Nieves Beltrán Miñana, Toledo, 1982); el Cancionero secreto de Asturias (ed. de Jesús Suárez López, Gijón, 2005); 1000 juegos y deportes populares y tradicionales: la tradición jugada (eds. Pere Lavega Burgués y Salvador Olaso Climent, Barcelona, 2ª ed., 2003); el insoslayable compendio de Margit Frenk, Nuevo corpus de la antigua lírica popular hispánica (siglos xv a xvii) (México, 2003); y sitios de la web e incluso testimonios orales. Unas fuentes de estudio de gran variedad que atestiguan que el folklore es un material omnipresente, perenne, de transmisión secular, en constante proceso de variación y por eso mismo difícilmente asequible.

23Todo este interesantísimo material merecía, quizás, ser clasificado por ciclos (vagina dentada, animal tragado vivo) o por categorías culturales (circuito culto, oral, independiente de toda influencia literaria), haciendo hincapié en lo que pertenece a las distintas creencias y supersticiones (áreas africana, norteamericana, europea), pues no todas las historias son divertidas, si bien todas revelan angustias y fantasmas hondamente arraigados en la mente humana. Otro matiz se impone, a nuestro parecer, entre una canción de hechura popular y maleable y una composición de concepción culta como el poema de Cetina —que J. M. Pedrosa reproduce para mayor deleite del lector—: en los cuatro cuartetos, la invención entreteje el juego visionario del poeta narrador con el fantasma erótico que se proyecta en una naturaleza impregnada de tradición pastoril, de modo que forma un ingenioso círculo vicioso.

24Los editores científicos del Cancionero brindaron a Carmen Vaquero Serrano la oportunidad de publicar por vez tercera, según palabras de la autora, un estudio suyo que versa indirectamente sobre la autoría de Lazarillo de Tormes con el siguiente título: «Una posible clave para el Lazarillo de Tormes: Bernardino de Alcaraz, ¿el arcipreste de San Salvador?». Este trabajo es de innegable interés por el material sacado de distintos archivos; la autora recoge y completa los estudios sobre el tema (de A. Redondo, Márquez Villanueva, además de otras investigaciones de la propia autora); y sobre todo, expone, a través de un razonamiento de intachable claridad, la fascinante hipótesis de identificación del misterioso arcipreste de San Salvador con un descendiente de la ilustre y poderosa familia Zapata, de origen judeoconverso. Queda que, a nuestro parecer, se aleja mucho del propósito general de la edición, al no relacionarse una sola vez con Sebastián de Horozco, que ha sido presentado por más de un crítico como posible autor de Lazarillo de Tormes, y está vinculado a Pero Vázquez a quien dicha autora cita varias veces. Así pues, lo único que se puede retener, por lo que a nuestro asunto se refiere, es una evocación del poder eclesiástico en la ciudad toledana, con algunas destacadas fases como fue el establecimiento de los “estatutos” por el arzobispo Silíceo y la subsiguiente oleada de protestas que levantó entre los dignatarios de la catedral toledana, buena parte de lo cual queda registrado no sólo en el Cancionero sino también en las Relaciones históricas toledanas.

  • 2 «Cambios morfosintácticos en la Baja Edad Media», Historia de la Lengua española, coord. R. Cano, B (...)

25La introducción acaba por un estudio lingüístico del Cancionero (pp. 185-200) llevado a cabo por Ramón morillo-velarde pérez, uno de los editores científicos. Al principio (Generalidades) compara el conservadurismo literario y los hábitos lingüísticos de S. de Horozco (pp. 185, 190); el toledano hizo un uso notable de diversos arcaísmos, tanto en la fonética de «resabios bajomedievales» —castiello, poquiello, priesa o fingendo, mochacho— (p. 186) y parte del léxico (p. 198) como en la gramática, según el lingüista (pp. 191 y ss.) que afianza parte de sus análisis en la normativa valdesiana y en estudios modernos (Eberenz2, 1999 y 2004; F. González Ollé, ed. Representaciones, 1979; R. Lapesa, Historia de la lengua española, 1981, por ejemplo). Sabido es que Juan de Valdés, ese precursor del academismo y perspicaz lingüista, critica en su labor la vigencia de ciertas formas en aquel entonces, por muy censurables que parecieran. En ciertos casos, Horozco sigue una pauta lingüística «equidistante» entre las recomendaciones de Nebrija y las de Juan de Valdés (p. 196). Morillo-Velarde indica también el «polimorfismo» (p. 194) y el «toledanismo» (p. 195) de la lengua de Horozco —particularmente en las formas verbales (como el imperfecto -ié-). Y a la luz de los numerosos ejemplos sacados de autores de los siglos xvi y xvii, el lector percibe que el jurista toledano dista mucho de ser el único en cultivar formas heredadas del siglo xv o más antiguas; de esta manera, se puede matizar el dictamen de «acendrado conservadurismo» ortográfico de Horozco (p. 190) y arcaísmo de varios usos (pp. 191-192, 196, 198). He aquí, en suma, tres elementos analíticos que a lo largo del estudio, que queda como inconcluso (termina con puntos suspensivos), favorecen esta percepción. Primero, puede que la ortografía no siempre tuviera correspondencia con la realidad fonológica para ciertos grafemas —tratándose en particular de las consonantes africadas y sonoras de grafía z, s intervocálica, j o g (e, i) cuyo proceso de desaparición del sistema fonológico ya estaba atestiguado— (p. 189), hipótesis avanzada pero descartada por lo que a Horozco se refiere. En segundo lugar, se insiste en la pervivencia de unos rasgos ortográficos (reducción de grupos consonánticos cultos: senetud, doto, dotor, dino, manífico etc.), verbales (tiempos compuestos de verbos intransitivos con ser: es venido; futuros analíticos o escindidos: pedírselas he), sintácticos (nexo prosupuesto que) hasta bien entrado el siglo xvii, combinada con otro fenómeno de distorsión entre una ortografía que conserva estos grupos mientras la pronunciación los reduce (pp. 190-191). El tercer elemento de discusión —que concierne en gran parte a la lengua de las Representaciones— consiste en apreciar, a través de la mimesis de la oralidad, el valor relativo de los arcaísmos para determinar las características de la lengua horozquiana (pronombres medievales: ál, alyén; formas verbales medievales: do, esto; léxico arcaico: çedo, bocayuso, membrar, vegada; h aspirada en lugar de f etimológica no desaparecida: huente, huerça, hue; palatalización y conservación de vocal no adstrática de efecto vulgar: llogare, baxlare; rotacismo y lateralización: frol, fraire, pp. 187, 191-192, sobre todo 199). Así pues estos empleos aparecen claramente como opciones estilísticas que permiten jugar con registros contrastivos de personajes funcionalmente diferenciados: Ruth y Bobo (núm. 300) por ejemplo.

26Conviene señalar el cuidado puesto en ciertos análisis, como el de las tres formas de nadie, naide, nayde (p. 193), donde se atisba un «posible cambio de hábito lingüístico» de Horozco, o el yeísmo que da lugar a una pertinente observación tocante a la independencia de los códigos literarios respecto de las realidades lingüísticas (p. 190). Asimismo se establece con sagacidad una relación entre el tipo de artículo con palabras iniciadas por h resultante de una f latina, y el uso fonético propio de Horozco tal y como se puede inducir de las observaciones de su hijo, el autor del Tesoro (pp. 188-189). Lamentablemente, una errata perturba la explicación sobre el artículo femenino que actualiza los nombres iniciados por -Ha derivada de -Fa, aunque F. González Ollé (1979, p. 48), a quien Morillo-Velarde remite (p. 188), da una indicación correcta y también es correcto el texto de la presente edición (núm. 279, v. 169, p. 523). Por último, tenemos una observación que hacer sobre los imperfectos medievales en - (p. 194): nos sorprende leer que esta forma existió desde «los orígenes del idioma» y es de origen desconocido. Si bien el origen no se puede determinar, es de recordar que M. Molho propuso una explicación que tiende a situar el fenómeno particularmente en el siglo xiii, y poner de manifiesto su funcionamiento semiótico («Verbe et personne en espagnol», Cahiers de linguistique hispanique médiévale, 5, 1980).

27Para terminar con el estudio lingüístico, diríamos, sin traicionar el análisis de Morillo-Velarde, que la lengua de Horozco parece ilustrar un periodo de transición y seguramente es parecida a otros muchos modos de expresión escrita de la misma época: en ella las huellas medievales permanecen presentes sin que ello signifique una actitud de particular resistencia a los cambios.

28A pesar del esmero con que se hizo esta edición, hemos apuntado algunos descuidos que no afectan casi al texto de Horozco y en todo caso no empañan el logro de conjunto ni mucho menos. Señalemos algunos: p. 40, n. 60: engalandas; p. 44: mesaje, viene siendo siendo considerada; p. 45: intrascente; p. 49, n. 75: litertura; p. 114: no siempre las paremias empleadas [...] está ; p. 55, n. 7: [fecha] 156 [en vez de] 1536; p. 59: entrabas lenguas; Eberenz 1992, parece ser un error bibliográfico puesto que las dos referencias son de 1999 y 2004; p.189: un palabra; p.193: estos dato; 194: restingido, intimamente; 195: e[n] los futuros; p. 196: los perfectos fuerte; construciones; 198: bcayuso; 199: las oralidad; pp. 190-191-192: vacilación en el tamaño de las cifras romanas; p. 116: dismunuyendo.

29En suma, nos parece que esta edición es muy interesante por el cuidado que han tenido los editores en diferenciarse de las anteriores. Su propósito ha sido la exploración de nuevos temas evitando los ya muy manidos (antifeminismo, intolerancia religiosa, acatamiento de la ortodoxia, registros léxicos, poesía moral, crítica social, relación con los géneros poéticos). A la vez que invita a la lectura, este bello volumen es un reto o mejor dicho una punzante incitación dirigida a todos aquellos que se interesan por Horozco, o por los ámbitos en los que participa, para que sigan investigando.

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Notas

1 «Les proverbes actes de discours», en Rhétorique du proverbe, Revue des sciences humaines, Lille, 163, 1976, pp. 419-430.

2 «Cambios morfosintácticos en la Baja Edad Media», Historia de la Lengua española, coord. R. Cano, Barcelona, Ariel, 2004, pp. 616-641 y «Sebastián de Covarrubias y las variedades del regionales del español. Sobre las precisiones geolingüísticas del Tesoro de la lengua castellana o española», en Actas del II Congreso Internacional de Historia de la Lengua Española, eds. M. Ariza, R. Cano, J. Mendoza y A. Narbona, Madrid, Pabellón de España, 1992, pp. 987-995.

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Para citar este artículo

Referencia en papel

Florence Dumora, «Cancionero de Sebastián de Horozco»Criticón, 113 | 2011, 172-181.

Referencia electrónica

Florence Dumora, «Cancionero de Sebastián de Horozco»Criticón [En línea], 113 | 2011, Publicado el 15 junio 2016, consultado el 08 diciembre 2024. URL: http://0-journals-openedition-org.catalogue.libraries.london.ac.uk/criticon/2373; DOI: https://0-doi-org.catalogue.libraries.london.ac.uk/10.4000/criticon.2373

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Autor

Florence Dumora

(Universidad de Reims)

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Derechos de autor

CC-BY-NC-ND-4.0

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