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«Un oficio real»: el Lazarillo de Tormes en la escena de la Corte

Eduardo Torres Corominas
p. 85-118

Resúmenes

A partir de los estudios sobre la Corte en España, el presente trabajo desarrolla una nueva lectura e interpretación del Lazarillo de Tormes. Tras exponer las nociones de Corte, sociedad cortesana y cortesano sobre las que se apoya, el artículo analiza tanto el marco narrativo de la carta-novela (el prólogo, el «caso», «Vuestra Merced», etc.), como el contenido de la obra. La conclusión del estudio es la siguiente: el Lazarillo de Tormes constituyó, a mediados del siglo xvi, una cruenta sátira anticortesana que, con intención moral, cuestionó —desde las filas de la oposición política— todo un modelo de civilización, el cortesano, donde se imponía ya claramente a la altura de 1550 (al menos en el caso español) el ideario de las facciones cortesanas más intransigentes.

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Notas del autor

Este trabajo ha sido realizado dentro de los proyectos de investigación: «Creación y desarrollo de una plataforma multimedia para la investigación en Cervantes y su época», concedido por el Ministerio de Ciencia e Innovación, con referencia: FFI2009-11483; y «Las contradicciones de la Monarquía Católica: la Corte de Felipe IV (1621-1665)», también del Ministerio de Ciencia e Innovación, con referencia: HAR2009-12614-C04-01.

Texto completo

  • 1 Lazarillo de Tormes, p. 135. Desde este punto, cito por la edición de Francisco Rico.
  • 2 Es más, como prolongación natural de aquel proceso de integración y ascenso en la sociedad cortesan (...)
  • 3 Segunda parte de Lazarillo de Tormes, p. 23. Sigo en adelante la edición de Florencio Sevilla.

1Cuando el autor anónimo, al comienzo de la Segunda parte de Lazarillo de Tormes (1555), presentó al pregonero toledano, casi como uno más, entre los servidores tudescos del séquito de Carlos V, reveló con elocuencia el universo con el que muchos de sus contemporáneos —desde una perspectiva de lectura semejante a la suya— relacionaron, probablemente sin dificultad, la figura de Lázaro de Tormes una vez situado, al final de su primera autobiografía, «en la cumbre de toda buena fortuna»1. Ese universo era, no cabe duda, el de la Corte del Emperador, en cuyo entramado de oficiales, aposentados por aquellos días en la Ciudad Imperial, Lázaro de Tormes, pregonero, aparece integrado con una naturalidad propia de quien se hallaba ya, como beneficiario de un oficio real, plenamente familiarizado con la vida cortesana2. En compañía de aquella gente liberal y festiva, «hecha muy a mi gusto y condición»3, vive Lázaro, pues, días de vino y carnes, favorecido hasta tal extremo por «amigos y señores» que —como él mismo afirma— «si entonces matara un hombre, o me acaeciera algún caso recio, hallara a todo el mundo de mi bando» (p. 23). No está mal, ciertamente, para quien se decía «nascido en el río» (p. 14).

2El ascenso de Lázaro, por tanto, al menos a ojos de este segundo autor, deja a quien fuera en otro tiempo mozo de ciego en una posición lo suficientemente elevada como para confundirse, en el seno de un cuadro realista, con esos nuevos y «grandes amigos» que, como se apuntaba en la data del Lazarillo, llegaron junto al «victorioso Emperador» (p. 135) a Toledo para la reunión de Cortes. Baste este apunte, en fin, para llamar la atención sobre un aspecto que —a nuestro juicio— no ha sido hasta el presente suficientemente considerado por la crítica y que, sin embargo, condiciona de forma decisiva la interpretación de la epístola. Nos referimos, claro es, al hecho de que Lázaro de Tormes, al final de su carrera, cuando declara hallarse en la cima de su «prosperidad» (p. 135), desposado con la manceba del arcipreste de San Salvador y, sobre todo, en posesión de un oficio real, no sólo ha completado su progresión personal y “profesional” —de la que toda su carta da cuenta con evidente propósito de ostentación—, sino que ha logrado dar un salto cualitativo de primer orden al penetrar, gracias a la ayuda de «amigos y señores» (p. 128), en la sociedad política del momento, esto es, en la sociedad cortesana, cuyos valores y forma de vida asume —y esto es lo que, precisamente, le permite integrarse en su seno— al final de un arduo proceso de aprendizaje, de una cuidada institutio dirigida por ciegos crueles, clérigos mezquinos e hidalgos presuntuosos, cuyo resultado es la configuración del discreto cortesano que con tanta gracia y elocuencia dirige su epístola a Vuestra Merced para dar «entera noticia» de su persona.

  • 4 Los principios que inspiran los estudios sobre la Corte quedan descritos en Martínez Millán, 2006.

3Vayamos por partes. Para sustentar una nueva lectura del Lazarillo de Tormes a partir de los estudios sobre la Corte en España4 —labor a la que nos entregamos en el presente artículo— es preciso aclarar determinados principios teóricos y metodológicos que sitúen en su justo término nuestra argumentación. La tarea consiste, por tanto, en definir —por necesidad, de manera sucinta— las nociones de Corte, sociedad cortesana y cortesano de las que nos serviremos de aquí en adelante.

  • 5 Véanse, al respecto, las explicaciones de Álvarez-Ossorio, 1998, p. 299 y ss.
  • 6 Álvarez-Ossorio, 2001, p. 45 y ss.; y Martínez Millán, 2009, p. 686, describieron los caminos de ac (...)
  • 7 Sobre el sistema de la gracia en la Monarquía hispana, consúltese el trabajo de Álvarez-Ossorio, 20 (...)

4Desde su definición en las Siete Partidas, la palabra «Corte», el lugar donde se hallaba el rey junto con sus consejeros, servidores y súbditos, reunía las acepciones latinas de curia (lugar) y cohors (grupo de personas), dualidad que se mantendría vigente en la Edad Moderna, cuando la compleja Corte del Antiguo Régimen5 aglutinó en su seno los órganos de gobierno de la Monarquía, las casas reales y el heterogéneo grupo de oficiales que, desde finales del Medievo, logró infiltrarse en los más recónditos espacios de actuación política conforme la Corona fue consolidando su hegemonía sobre la aristocracia feudal, la jerarquía eclesiástica y las oligarquías urbanas. Establecido, pues, en España, el sistema político de Corte, comúnmente llamado Estado moderno, aquellos virreyes, embajadores, capitanes, capellanes, corregidores (y también pregoneros) que representaban la autoridad real y conformaban, por tanto, el cuerpo político de la Monarquía, lograron, por esta vía, ocupar una distinguida posición social y acceder a las altas esferas del honor6, mientras obtenían por sus servicios unos provechosos emolumentos. Aquella compleja organización se regía internamente por medio del sistema de la gracia7, esto es, a través del patronazgo real y señorial, que se canalizaba, de arriba abajo, a través de poderosas redes clientelares dominadas por los grandes patronos de la Corte. En torno a ellas se cohesionaron, a partir de relaciones personales, aquellos oficiales y servidores que compartían un mismo origen, interés, ideología o sensibilidad religiosa, de manera que los más importantes debates y controversias del período pueden comprenderse bien a la luz del enfrentamiento protagonizado por las distintas facciones en litigio.

  • 8 Los fundamentos de la mentalidad tradicionalista y la identidad “cristianovieja” fueron aclarados y (...)
  • 9 Esta segunda línea de pensamiento, que acabó siendo desplazada y condenada desde la cúspide del pod (...)

5La expansión del poder monárquico —junto con los grandes descubrimientos geográficos, las nuevas técnicas militares y el auge de la economía mercantil— dio lugar a la transformación de la vieja sociedad feudal en sociedad cortesana, cuyas contradicciones, desde luego, no se hallaban plenamente resueltas a mediados del siglo xvi. Como consecuencia de este complejísimo proceso, por tanto, han de entenderse diversos fenómenos sociales y culturales vinculados con el Lazarillo, como la aparición de una incipiente mentalidad individualista, el florecimiento de un fecundo debate sobre la nobleza o el establecimiento de nuevos y rigurosos mecanismos de exclusión social, como los estatutos de limpieza de sangre. Aquellos conflictos, latentes en el contexto de escritura de la novela, ilustran el cruento enfrentamiento ideológico —al que el Lazarillo de Tormes no fue ajeno— librado en la Corte española durante la primera mitad del siglo xvi. Si, de una parte, se hallaban los grupos de poder anclados en los valores de la vieja nobleza hispana que, por lo general, se identificaban con el ideal de cruzada, la pertenencia a la casta de los “cristianos viejos” y la práctica de una religiosidad externa y formalista8, de otra, se posicionaban las facciones que, desde el humanismo político, compartían las aspiraciones de los “hombres nuevos” procedentes tanto de la periferia del Imperio Habsburgo, como de los sectores ciudadanos más dinámicos, cuyo ideario, frente al de los anteriores, se fundamentaba, a grandes rasgos, en la exaltación del individuo frente a la casta, en la profesión de una fe vivencial e interiorista, y en la defensa de una concepción más abierta y plural de la Monarquía9.

  • 10 Como explica Álvarez-Ossorio, 1998, p. 289, n. 2, la sociedad política («aquellos grupos organizado (...)
  • 11 Las relaciones de servicio establecidas en el Antiguo Régimen quedaron descritas en Maravall, 1990.
  • 12 Reproduzco en estos párrafos las observaciones de Álvarez-Ossorio, 1998, p. 301 y ss.
  • 13 Sobre la aspiración personal de medro, véase el capítulo de Maravall, 1986, pp. 350-408.
  • 14 La configuración del llamado discurso cortesano y el florecimiento de la literatura áulica en las d (...)

6La configuración, a partir de las coordenadas descritas, de una nueva sociedad política que gravitaba en torno a la Corte real dio lugar a la llamada sociedad cortesana10, conformada no sólo por los órganos centrales de la Monarquía, sino también por las cortes virreinales, señoriales y eclesiásticas donde se reproducía, a pequeña escala, el modelo áulico. Un modelo que, debido a su prestigio, llegó a penetrar de tal modo en el tejido social que, también en el ámbito de lo privado, fue emulado por la pequeña nobleza, el clero medio y las oligarquías mercantiles, los cuales, paulatinamente, fueron asumiendo un sistema de valores de raíz cortesano-aristocrático. Esto se hizo sentir en el desprecio por las actividades mecánicas, la ostentación pública de riqueza y lujo o el incremento desmesurado de las relaciones de servicio11, eslabón del sistema clientelar, con cuya generalización el sentido de cohors se impuso definitivamente al de curia tanto en la Corte como en una sociedad que mimetizaba, incluso en sus microcélulas, las estructuras y forma de vida cortesanas12. Bajo estas premisas, se comprende bien que el código del servicio-merced y la lógica del medrar13 fuesen las estructuras ideológicas de fondo sobre las que se asentó el funcionamiento de la sociedad cortesana; así como el hecho de que la literatura áulica se ocupase prioritariamente —siempre entre ética, política y economía— de mostrar el camino para conquistar el favor del superior, obtener mercedes y acceder, en última instancia, a los canales de distribución de la gracia14.

  • 15 Sobre la formación humanística del moderno gentiluomo, véase Quondam, 2006.
  • 16 Como producto derivado de la institutio humanística destinada a la educación de la joven aristocrac (...)
  • 17 Esta es una de las principales ideas defendidas por Elías, 1987, p. 229 y ss.
  • 18 Véanse al respecto las reflexiones de Elías, 1993, p. 314 y ss.
  • 19 Sobre el particular, son esclarecedores los comentarios de Guillén, 1988, pp. 93-97.

7Desde luego, cualquier individuo que desease beneficiarse del favor del rey o de algún señor debía acreditar un comportamiento y unas maneras que lo distinguiesen, en tanto que “hombre de bien” y cortesano, de otros elementos de la sociedad. De ahí la necesidad de adquirir, a través de una cuidada institutio inspirada en los principios del humanismo15, ciertos conocimientos y habilidades imprescindibles para la vida en Corte, tales como el saber caminar y vestirse con decoro, cabalgar y bailar con elegancia, o conversar y escribir con propiedad. El aprendizaje generalizado en Occidente del arte de la cortesanía16, en consecuencia, constituyó un paso decisivo en el proceso de civilización que, mediante la imposición de rígidas normas sociales y la exigencia del autocontrol, dio paso a modos de relación (y de sometimiento) más sutiles y menos violentos17. Con ello, se impuso en sociedad el empleo de una máscara civilizatoria que, en el plano del individuo, evidenciaba la distancia existente entre la interioridad del “yo” y su apariencia externa18, asunto sobre el que redundaría, incluido el Lazarillo de Tormes19, una parte sustancial de la cultura áurea. Situado sobre el tablado, en fin, aquél que quisiese, como Lázaro, «arrimarse a los buenos», estaba obligado a participar en la comedia humana que se desarrollaba sobre la escena de la Corte, donde, además de mostrar buenas maneras, habría de moverse con discreción y prudencia para salir a «buen puerto», medrar a la sombra del poderoso y, quizás algún día, alcanzar la «cumbre de toda buena fortuna».

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8Pertrechados con estos instrumentos, es posible volver ya la mirada al enigmático Lazarillo de Tormes con el fin de dilucidar si, a la luz de la historia, pueden resolverse algunos de los problemas que, desde hace tiempo, dificultan la interpretación de la obra. En ese sentido, lo primero es aclarar cuáles son los elementos básicos de la comunicación epistolar trabada entre Lázaro de Tormes y Vuestra Merced, pues sólo en el seno de dicho marco narrativo adquieren sentido los distintos episodios que conforman la seudo-autobiografía. Para ello resulta imprescindible descifrar el sentido del prólogo, así como su relación con el tratado VII, desde donde Lárazo de Tormes proyecta su punto de vista sobre el relato.

  • 20 Según Rico, 1988b, pp. 57-58, el pregonero actuaría como aquellos autores que componían epístolas p (...)
  • 21 Adviértanse los dislates acumulados en «un exordio escrito con una técnica cercana a la de algunas (...)
  • 22 Lázaro adopta así la actitud propia de un historiador —no de un fabulador— que escribe para que los (...)
  • 23 El sentido de estas líneas prolonga el carácter paródico del “heroico” título (Ayala, 1971, pp. 22- (...)
  • 24 Véase Rico, 1988b, p. 58.
  • 25 En la sociedad cortesana, el honor no era un valor restringido al ámbito de la consideración social (...)
  • 26 La puesta en escena de los atributos personales, como elemento clave del arte de la cortesanía, fue (...)
  • 27 Este aspecto fue ya resaltado por Gilman, 1966, pp. 150-151.
  • 28 El deseo de honra y alabanza es lo que explica, internamente, la difusión pública de la carta y la (...)
  • 29 El «grosero estilo» de Lázaro ha sido considerado por Joset, 1998, como propio de un hombre humilde (...)

9Ciñámonos, pues, en principio, a la letra del prólogo, cuya problemática particular tampoco está definitivamente resuelta. Si, como pensamos, siguiendo los planteamientos de Francisco Rico20, es Lázaro —y no el autor real dirigiéndose a los lectores— quien enuncia las primeras líneas del mismo, puede afirmarse que el pregonero presenta su obra a través de un peculiar manejo de los elementos clásicos del exordio, cuyo tratamiento y engarce revela ya entre líneas las deformaciones irónicas y paródicas con que el autor caricaturiza a su criatura21. Así, Lázaro escribe para que no caigan en el olvido «cosas tan señaladas, y por ventura nunca oídas ni vistas»22 (p. 3) —su extraordinaria epopeya23, sabremos después24—, de modo que, en imperfecta alusión al principio horaciano, «agrade» a quienes ahondaren en él, y a quienes no, al menos los «deleite». De mayor interés para nuestro propósito, no obstante, resultan los comentarios que Lázaro inserta a continuación, cuando describe, una vez decantada la intencionalidad del texto hacia el delectare, la pragmática de su escritura, de la que espera sacar «algún fructo. Porque, si así no fuese, muy pocos escribirían para uno solo, pues no se hace sin trabajo, y quieren, ya que lo pasan, ser recompensados, no con dineros, mas con que vean y lean sus obras y, si hay de qué, se las alaben» (pp. 5-6). De manera que, literalmente, Lázaro toma la pluma con intención de ganar honra —«la honra cría las artes», dice Tulio— y acrecentar su prestigio entre los lectores. Por ese camino, el pregonero se sitúa en una posición análoga a la del soldado que se somete a los mayores peligros para ser loado o a la del predicador que es celebrado por sus brillantes sermones. Unos y otros, pues, pugnan por ascender en las esferas del honor25 gracias a unos méritos —de armas y letras— que deben ser ponderados por los otros, por el ojo que mira, una vez puestos en escena26, bien sobre la escala, bien desde el púlpito. Y a quien faltare el mérito, si es poderoso, nunca faltará el adulador, célebre en un universo cortesano donde el honor dependía de la opinión común, dispuesto a obtener algún provecho, como un «sayete de armas», del desfile de máscaras representado sobre el tablado. Inserto en esta dinámica y tras ofrecer un primer apunte de su desengaño27, por consiguiente, Lázaro salta a escena —en tanto que autor literario28 y personaje— con esta «nonada» (p. 8) escrita en «grosero estilo»29 (p. 9), para que se huelguen todos los que «en ella algún gusto hallaren, y vean que vive un hombre con tantas fortunas, peligros y adversidades» (p. 9).

  • 30 Así lo hizo Ife, 1992, p. 47, quien habló de un primer prólogo dirigido por el autor real a los lec (...)
  • 31 Sobre el particular, véanse los argumentos de Navarro Durán, 2003, pp. 14-24.
  • 32 Como un «acto de obediencia» lo calificó en su día Guillén, 1957, p. 268.
  • 33 Sobre el caso existen dos corrientes interpretativas fundamentales, la primera, encabezada por Rico (...)
  • 34 Para Ynduráin, 1992, pp. 478-479, Lázaro procede como un historiador que cuenta ordenadamente, es d (...)

10Concluida la primera parte del prólogo con una cesura muy acusada —hasta el punto de que parte de la crítica ha postulado la existencia de dos prólogos30 e, incluso, de una laguna textual31—, Lázaro se dirige ya directamente al destinatario de la epístola, el misterioso “Vuestra Merced”, a quien suplica «reciba el pobre servicio de mano de quien lo hiciera más rico, si su poder y deseo se conformaran» (pp. 9-10). El pregonero, por tanto, concibe la escritura de la obra como un acto de servicio32 dirigido a un personaje de superior alcurnia que, previamente, ha pedido ser informado sobre el caso: «Y pues Vuestra Merced escribe se le escriba y relate el caso muy por extenso» (p. 10)… Un caso33 que, sin embargo, a pesar de remitir a alguna circunstancia concreta del presente, Lázaro decide «no tomalle por el medio, sino del principio, porque se tenga entera noticia de mi persona»34 (pp. 10-11), de modo que, fuera lo que fuese, es utilizado como excelente excusa por el pregonero para explayarse acerca de su deslumbrante biografía. Así queda confirmado en las últimas líneas del prólogo, donde Lázaro, orgulloso de sí, proyecta su historia de lo particular a lo general, al erigirse en paradigma de homo novus, en ejemplo de aquéllos que, a pesar de sus oscuros orígenes, lograron triunfar gracias a su esfuerzo y habilidad: «y también porque consideren los que heredaron nobles estados cuán poco se les debe, pues fortuna fue con ellos parcial, y cuánto más hicieron los que, siéndoles contraria, con fuerza y maña remando salieron a buen puerto» (p. 11).

  • 35 Así lo cree Rico, 1988c, p. 81.
  • 36 Ynduráin, 1992, p. 479: «Para mí, lo que Vuesa Merced pregunta a Lázaro es cómo ha llegado a la cum (...)
  • 37 Como exige Rico, 1988c, p. 76.
  • 38 Al contrario opinan quienes, como Cabo, 1995, explican la estrategia retórica de Lázaro como una in (...)

11En esto consiste la tesis del narrador, quien, de principio a fin, selecciona, organiza y manipula la materia narrativa para demostrar que Lázaro de Tormes, pregonero de Toledo, bien puede considerarse a la altura del tratado VII en la «cumbre de toda buena fortuna» (p. 135). La recreación de dicha trayectoria ascendente, de cualquier modo, tendría un sentido muy distinto dependiendo de la pregunta inicial formulada por Vuestra Merced. ¿Se trata de una respuesta elusiva que no aborda de lleno el sospechoso caso matrimonial por el que Lázaro ha sido interrogado?35, o, en cambio, ¿es sencillamente la ostentosa contestación de un servidor de la Corona que se ve abocado a desvelar los jalones de su progresión social? Aunque no existe una respuesta definitiva sobre el particular, pues la carta de Vuestra Merced no está en el texto y se ha de deducir su contenido por conjetura, desde nuestro punto de vista aciertan quienes, como Domingo Ynduráin36, consideran que Vuestra Merced se interesa por cómo ha llegado Lázaro a la cumbre de toda buena fortuna (algo concreto y referido al presente37, pero que posee proyección diacrónica), y no por otra cosa. De este modo, Lázaro respondería, simplemente, a lo que se le pregunta38, tomándose como única licencia la de retrasar —y así lo declara— el punto de arranque de su relato. En resumen, pues, la epístola sería al mismo tiempo un acto de servicio hacia un personaje de mayor alcurnia; la meritoria creación literaria de un escritor deseoso de verse honrado; y, ya en el terreno del argumento, la ostentosa presentación de un caso de ascenso social protagonizado por quien, como hombre nuevo, ha logrado, con «fuerza y maña remando», «arrimarse a los buenos» hasta integrarse en la sociedad cortesana.

  • 39 La tradición epistolar en la España del siglo xvi ha sido descrita, en sus líneas maestras, por Gar (...)
  • 40 Al respecto, véase Lázaro Carreter, 1972a, pp. 41-46.
  • 41 Véanse las observaciones de Rico en Lazarillo de Tormes, 1987, p. 10, n. 22.
  • 42 El género epistolar, por tanto, participó del movimiento general que llevó al clasicismo a erigirse (...)
  • 43 Como los de Juan de Yciar (1547), Gaspar de Texeda (1547 y 1549) o Antonio de Torquemada, en el sen (...)
  • 44 Empleando como apoyo la retórica clásica, se han vertido muy diversas opiniones acerca de la modali (...)
  • 45 Comparto, en este sentido, las explicaciones de García de la Concha, 1981, pp. 67-70, quien certera (...)
  • 46 El hecho de que Lázaro penetre, al final del relato, en la sociedad cortesana resulta fundamental p (...)

12Como se aprecia, tanto el deseo de alabanza y honra, como el servicio a Vuestra Merced o la exhibición de sí mismo son elementos consustanciales al universo cortesano del que Lázaro de Tormes ya forma parte al final del tratado VII. Y es precisamente en el ámbito de la cortesanía donde la crítica más erudita ha rastreado los modelos genéricos de nuestra novela. En efecto, el Lazarillo de Tormes —en tanto que carta autobiográfica— fue concebido en un período particularmente fecundo para la epistolografía39, en el que vieron la luz, una vez consagrada la modalidad humanística con la obra de Erasmo y Vives, importantes colecciones de epístolas literarias que, de un modo u otro, parecen tener relación con la génesis del Lazarillo, tales como las epístolas latinas y castellanas de doctor Villalobos40, médico del Emperador, o las Epístolas familiares del ínclito tratadista áulico fray Antonio de Guevara41 (1539). Por los mismos años, igualmente, florecieron numerosos repertorios epistolares, los llamados manuales de escribir cartas mensajeras, que, si bien no alcanzaron las cotas estéticas de la vertiente anterior por estar orientados hacia la praxis, resultaron de gran utilidad para quienes, en la sociedad cortesana, necesitaban exhibir una buena retórica (conforme a unas normas y reglas extraídas del legado clásico)42 a la hora de solicitar una merced, recomendar a un familiar, consolar a un amigo, dar relación de un hecho e, incluso, cortejar a una dama. Esta segunda veta, surgida para satisfacer las necesidades pedagógicas del hombre de la Corte, alcanzó su apogeo, significativamente, en los años centrales de la centuria, cuando se agolparon las ediciones de aquellos manuales43. A través de las mismas, pues, se percibe el interés suscitado por el género en el momento de escritura del Lazarillo, y aunque quedaba todavía un largo trecho para la novela, puede afirmarse que aquellos epistolarios44 facilitaron al anónimo autor, junto a la forma autobiográfica y la estructura episódica del Asno de oro, el molde apropiado para verter unos materiales jocosos y entretenidos destinados a amenizar, en última instancia —como esas cartas que iban y venían, en el ámbito de la cortesanía, llenas de donaires—, las horas de Vuestra Merced45. Que sea Lázaro de Tormes quien tome la pluma para probar su ingenio con la escritura de una brillante carta mensajera, por tanto, no sólo resulta coherente con su postrera condición de cortesano, sino que difícilmente podría explicarse al margen de dicho entorno de sociabilización, aquél donde regían, incluso para el ocio, las buenas maneras literarias46.

  • 47 Sintetizo en las líneas que siguen las explicaciones contenidas en García de la Concha, 1981, pp. 7 (...)

13Conocidos, al menos en sus rasgos esenciales, tanto la persona del emisor como la naturaleza de su carta, es preciso detenerse un instante en la figura del destinatario, «Vuestra Merced», con el fin de concluir sin más dilación la primera fase del análisis. Para ello, consideramos fundamentales las aportaciones de Víctor García de la Concha47, quien supo fijar con rigor unas nuevas bases de lectura para el Lazarillo. Según su exposición, Vuestra Merced, por la fórmula de tratamiento empleada, sería un personaje sólo ligeramente superior a Lázaro y el arcipreste; no conocería al pregonero, pues éste ha de describirle absolutamente todas las circunstancias concernientes a su oficio y situación personal; ni tampoco viviría en Toledo, tal y como parece deducirse de la data. Aunque sus apariciones, por mención explícita del narrador, son muy irregulares, cabe señalar que, en el tratado I, guardan estrecha relación con el propósito de ostentación antes reseñado, tanto al comienzo del mismo, «Pues sepa Vuestra Merced, ante todas cosas, que a mí llaman Lázaro de Tormes» (p. 12) —donde el pregonero hace alarde de su nombre—, como, más adelante, tras el episodio del toro de piedra, en un comentario que apuntala el sentido del prólogo: «Huelgo de contar a Vuestra Merced estas niñerías para mostrar cuánta virtud sea saber los hombres subir siendo bajos, y dejarse bajar siendo altos cuánto vicio» (p. 24). Para ilustrar ese arduo y laborioso proceso de transformación y ascenso, por tanto, cuenta Lázaro de Tormes su vida a Vuestra Merced, a quien se menta en páginas posteriores, todavía en el propio tratado I, para llamar la atención sobre las dificultades superadas por el protagonista: «Mas también quiero que sepa Vuestra Merced que, con todo lo que adquiría y tenía, jamás tan avariento ni mezquino hombre no vi; tanto, que me mataba a mí de hambre, y así no me demediaba de lo necesario» (p. 27).

14A partir de tratado II, sin embargo, la figura de Vuestra Merced se diluye, quizás por las dificultades técnicas que entrañaba el paso de la carta a la novela. Así, tras una fugaz mención en el tratado III, no será hasta el postrero cuando su presencia vuelva a sentirse. Y lo hace en dos pasajes esenciales para confirmar la tesis planteada en el prólogo: en primer lugar, cuando explica la obtención del oficio real «en el cual el día de hoy vivo y resido a servicio de Dios y de Vuestra Merced» (p. 129) y, poco después, al recordar cómo conoció al «señor arcipreste de Sant Salvador, mi señor, y servidor y amigo de Vuestra Merced» (p. 130). El destinatario de la epístola, por tanto, deja de constituir, casi a la conclusión del Lazarillo, un ente abstracto o un mero pretexto para la escritura —como sucedía en los manuales de cartas mensajeras—, para convertirse en un personaje más que emerge en el entorno personal del arcipreste de San Salvador, también dado a conocer en las postrimerías del relato. Es precisamente la presentación del caso matrimonial —un caso que, de ningún modo, puede identificarse con el mencionado en el prólogo— lo que permite apuntalar la credibilidad y coherencia de la petición de noticias, pues con el clérigo en escena, y conocida su relación con emisor y receptor, se ilumina y cierra el círculo enunciativo de la carta, aquél que conforman Lázaro de Tormes, Vuestra Merced y el eslabón que, sin duda, propicia y explica su comunicación epistolar, esto es, el arcipreste.

  • 48 Muy plausibles, a este respecto, nos parecen los argumentos de Navarro Durán, 2003, pp. 28-31, quie (...)
  • 49 La doble perspectiva que rige el discurso de Lázaro fue descrita por Rey Hazas, 2001, pp. 283-284.
  • 50 Esta ironía primaria, proyectada por Lázaro sobre la materia narrada, además de desvirtuar el siste (...)
  • 51 En términos reveladores expresó esta idea García de la Concha, 1981, p. 242: «A contrapunto de otra (...)

15Puestos los datos esenciales sobre la mesa —y antes de pasar a la lectura del cuerpo del relato— parece posible dibujar ya con cierta nitidez la situación comunicativa que, según nuestra hipótesis, constituye el marco de la carta-novela. Así las cosas, el Lazarillo de Tormes habría sido concebido, en el ámbito general de la cortesanía, como una carta mensajera escrita en respuesta a otra anterior en la que un personaje de mayor alcurnia —quizás una dama48— solicitaba a Lázaro de Tormes noticias sobre su llamativo “encumbramiento”. Dicho personaje ni vivía en Toledo ni apenas sabía nada del pregonero, de modo que difícilmente pudo haber escuchado las hablillas y murmuraciones que sobre el ménage à trois circulaban a orillas del Tajo, ni menos conocer unos supuestos indicios que motivasen una pesquisa judicial. No, sólo pudo ser el arcipreste de San Salvador, «servidor y amigo de Vuestra Merced», quien le hablase, en el transcurso de una conversación familiar, de la «habilidad y buen vivir» de Lázaro de Tormes, su servidor, cuya singular figura habría suscitado pronto la curiosidad de aquél o aquélla que, poco después, demandaría al protagonista de la historia nueva y copiosa información acerca de su llamativo caso de ascenso social. Conocedor de las leyes que regían la comunicación epistolar en la sociedad cortesana, nuestro pregonero habría tomado entonces papel y pluma para satisfacer cortésmente los deseos de Vuestra Merced, decidido a no defraudar las expectativas de quien se hallaba en tan buenos tratos con el arcipreste, su señor y protector. En este contexto, se entiende bien la doble perspectiva que rige sobre el discurso de Lázaro: si, por una parte, el de Tormes escribe su autobiografía para justificar, dignificar y aun ensalzar su situación final (su hipotético triunfo), no es menos cierto que, por otra, el punto de vista de Vuestra Merced —un personaje de elevada posición instalado en una moral al uso— condicionaría, desde el silencio, el curso de la historia —tal y como explicó Antonio Rey Hazas49— toda vez que, en su presencia, Lázaro no estaría legitimado para mostrar abiertamente, sino a través de engaños y manipulaciones del lenguaje (he ahí el origen de gran parte de la ironía)50, una realidad vergonzosa que, por decoro, ha de permanecer tan sólo insinuada. En el mismo sentido, tampoco puede extrañar ni que su relato pretenda entretener a un destinatario ávido por conocer «muy por extenso» «cosas tan señaladas, y por ventura nunca oídas ni vistas» como las que allí se narran; ni mucho menos que el asendereado Lázaro de Tormes aproveche la ocasión para promocionarse exhibiendo ante Vuestra Merced tanto sus habilidades literarias como personales. Movido precisamente por este impulso, el pregonero extrema su pericia en el cultivo de las letras hasta trabar todos los elementos narrativos en una divertida carta mensajera cuyos elementos constitutivos se orientan, de principio a fin, hacia un mismo propósito: ilustrar —con gracia y desenvoltura— el caso, esto es, el arduo proceso que llevó a Lázaro González Pérez a convertirse en el ínclito Lázaro de Tormes, ejemplo y paradigma —según su tesis— de aquellos hombres nuevos que «con fuerza y maña remando salieron a buen puerto». Así, por tanto, la carta no sería sino la puesta en escena de un Lázaro cortesano51 que, a través de la palabra, esbozaría los rasgos fundamentales de su propio autorretrato con el fin de mostrar a Vuestra Merced la valía de quien, quizás algún día, pudiera poner tales habilidades a su servicio.

  • 52 Sobre la significación del nombre y oficio de los padres de Lázaro, véase Redondo, 1987, p. 83 y ss
  • 53 Así lo interpretó con acierto Wardropper, 1961, p. 442.

16El comienzo propiamente dicho de la autobiografía se inicia en el tratado I, cuyo contenido se organiza en torno a dos partes bien diferenciadas. En la primera, Lázaro da cuenta de su nacimiento y primera infancia (al cuidado de la madre); en la segunda, narra las andanzas vividas al servicio del ciego. El primer bloque, en lo sustancial, sirve para informar al destinatario acerca de las raíces familiares del protagonista —es hijo de unos humildes molineros, nace en una aceña del río Tormes52—, en cuya memoria, no obstante, quedará grabada a fuego la experiencia vital de sus mayores. En ese sentido, resulta particularmente relevante, para la lectura “social” sugerida en el prólogo, la trayectoria de Antona Pérez, madre de Lázaro, quien, tras el destierro y muerte de Tomé González, el primer condenado «por justicia» (p. 14) de la novela, tomará el camino de Salamanca llevando consigo a un joven Lazarillo de apenas ocho años: «Mi viuda madre, como sin marido y sin abrigo se viese, determinó arrimarse a los buenos, por ser uno dellos, y vínose a vivir a la ciudad» (p. 15). De modo que, empujados por la necesidad, madre e hijo dejan atrás el campo y se trasladan al espacio urbano —espacio de civilización y de riqueza— donde esperan mejorar su estado al amparo de «los buenos», de los que tienen53, es decir, de quienes conformaban la sociedad cortesana establecida en las principales ciudades del reino.

  • 54 Aquel hogar representa para Lázaro un espacio de amparo y protección frente a la frialdad de su ace (...)
  • 55 Sobre el peso en la educación de Lázaro del sistema de valores y los modelos de conducta aprendidos (...)
  • 56 Lázaro Carreter, 1972b, pp. 89-97; y Rico, 2000, pp. 31-33, describieron las simetrías que vinculan (...)

17Los medios que Antona Pérez pone en práctica para alcanzar dicha aspiración, sin embargo, son poco edificantes y marcan desde un principio la formación moral de Lazarillo, quien da cuenta entre líneas de cómo su madre, además de guisar para algunos estudiantes y lavar la ropa a ciertos mozos de caballos del Comendador de la Magdalena, «fue frecuentando las caballerizas» (p. 15) como prostituta. Por esa vía, la mujer vino «en conoscimiento» (p. 16) con un hombre moreno de aquellos que las bestias curaban, de manera que, entre los muros de la casilla alquilada en Salamanca, se constituye clandestinamente el nuevo hogar de Lázaro54, al que no tarda en sumarse un «negrito muy bonito» (p. 17) fruto de aquel amor. El tiempo de bonanza y tranquilidad al amparo del Zaide, sin embargo, termina bruscamente cuando el mayordomo del Comendador descubre los robos efectuados por el negro para el mantenimiento de su casa, análogos —en palabras de Lázaro, sufrido conocedor del asunto— a los que clérigos y frailes cometen por culpa de sus «devotas» (p. 19). El propio Lazarillo es interrogado en tan grave ocasión y su confesión resulta definitiva para terminar con aquella vida: «Y probósele cuanto digo y aun más; porque a mí con amenazas me preguntaban, y, como niño, respondía y descubría cuanto sabía, con miedo» (p. 20). Lázaro no olvidará desde este punto el valor del silencio. La justicia, implacable, castiga cruelmente a los dos amancebados, que reciben los acostumbrados azotes y penas. Fracasado su intento de integrarse en la ciudad de Salamanca, «por evitar peligro y quitarse de malas lenguas» (p. 20), Antona Pérez se aleja del núcleo urbano para servir en el mesón de la Solana, donde Lázaro será entregado al ciego, quien «no por mozo, sino por hijo» (p. 22) lo recibe. Atrás quedan los años de la inocencia, recorridos en apenas cuatro trazos por la pluma de Lázaro, quien ha tenido tiempo, en todo caso, de contemplar la corrupción moral de sus progenitores, de conocer sus aspiraciones de medro, de familiarizarse con un equívoco sistema de valores, de padecer el poder de la justicia, de descubrir el peligro de una verdad desvelada e, incluso, de sentir el peso ejercido por la opinión común55. En lo concerniente a la estructura, pues, este primer bloque, además de mostrar los bajísimos orígenes del pregonero (en sintonía con el discurso del homo novus), actúa como contrapunto del caso de ascenso social presentado en el tratado VII, toda vez que Lázaro de Tormes, al final del relato, saldrá airoso de los mismos pasos en que Antona Pérez vio truncada su carrera56.

  • 57 La ciudad constituyó el ecosistema “natural” del pícaro: un espacio amplio, rico y civilizado donde (...)
  • 58 Dicho proceso ha quedado descrito en Maravall, 1986, pp. 245-293, quien explica la pérdida de los l (...)
  • 59 La relación entre los avisos del ciego y la tratadística —en particular, los manuales de comportami (...)
  • 60 La obra de fray Antonio de Guevara —en especial, la de temática áulica— resulta esencial para el co (...)
  • 61 Este ideal antropológico surgió como consecuencia de las decisivas alteraciones sufridas en su códi (...)
  • 62 Así lo reconoce Maravall, 1986, p. 440.

18Tras pasar un tiempo en Salamanca, y viendo que la ganancia no era a su contento, el ciego decide abandonar la ribera del Tormes. Lázaro se despide entonces de la madre: «—Hijo, ya sé que no te veré más. Procura de ser bueno, y Dios te guíe. Criado te he y con buen amo te he puesto; válete por ti» (p. 22). Desde el momento de la separación, por tanto, el protagonista inicia en soledad un camino semejante al tomado por Antona Pérez tras la pérdida de la protección masculina. Así, del campo (o de los caminos, si se quiere) a la ciudad57 (Toledo), el movimiento de Lázaro adquiere idéntica significación que el de la madre, cuyas aspiraciones de medro reproducirá miméticamente en las páginas finales. Antes de culminar su empresa, sin embargo, el protagonista habrá de experimentar dos procesos que, en paralelo, darán como resultado la forja de Lázaro de Tormes. El primero de ellos conduce al aprendizaje de las habilidades cortesanas necesarias para sobrevivir y ascender en el sistema de la gracia. El segundo, de sentido inverso, consiste en una absoluta desvinculación de su entorno social —en palabras de José Antonio Maravall58— que hará de Lázaro un solitario, un individuo incapaz de mostrar solidaridad hacia nada ni hacia nadie que no redunde en su propio interés. En esa línea, una vez rotos los vínculos familiares y geográficos, la primera y más importante lección —bien lo sabemos— llega cuando el ciego estampa la cabeza del muchacho contra el toro de piedra. Es en ese momento cuando el protagonista reconoce su soledad y la necesidad de luchar por la vida —«Verdad dice éste, que me cumple avivar el ojo y avisar, pues solo soy, y pensar cómo me sepa valer» (p. 23)— a través de una expresión que remite inequívocamente al universo de los libros de avisos59, manuales en los que se reunían consejos prácticos para la vida en sociedad. Ése será el terreno que explore Lázaro junto al ciego, el de la tecnificación de la conducta —como enseñaban las obras de fray Antonio de Guevara60 o, más adelante, las de Baltasar Gracián— una vez orillados aquellos principios morales que, en el modelo de Castiglione, o en la pedagogía erasmiana, acompañaban siempre la acción del individuo. Un hombre avisado, pragmático y prudente representa, pues, desde un principio, el ideal antropológico61 hacia el que tiende Lázaro adiestrado por el ciego en la carrera de vivir62: «—Yo oro ni plata no te lo puedo dar; mas avisos para vivir muchos te mostraré» (p. 23).

  • 63 Véase al respecto, Torres Corominas, 2010, pp. 1219-1220.
  • 64 Ya García de la Concha, 1981, pp. 242-243, advirtió que, desde un punto de vista retórico, el modo (...)
  • 65 La dinámica de asedio al espacio vedado del fardel fue explicada por Casanova, 1980, p. 522.
  • 66 Al respecto, véase Maravall, 1986, p. 475.

19El modus vivendi del ciego no tarda en ser descrito: sabía oraciones de efectos diversos, echaba pronósticos y daba remedios para toda clase de males. Lo fundamental para triunfar en su oficio, no obstante, era una cuidada puesta en escena: «Un tono bajo, reposado y muy sonable, que hacía resonar la iglesia donde rezaba; un rostro humilde y devoto, que con muy buen continente ponía cuando rezaba, sin hacer gestos ni visajes con boca ni ojos, como otros suelen hacer» (p. 26). Representar un arte que no parezca arte —en palabras de Castiglione63— es a lo que, en definitiva, se dedica el ciego para ganarse el sustento64. Lázaro, que bien conoce la farsa, aprende, en consecuencia, desde muy niño, la distancia que separa apariencia y realidad, así como la necesidad de emplear una máscara civilizatoria que, mediante el engaño a los ojos, conduzca al éxito. Los beneficios de aquella vida, sin embargo, no alcanzan al mozo —cuya fidelidad dependía del respeto a la lógica del servicio-merced por parte de su amo—, de manera que Lázaro, acuciado por el hambre, inicia desde muy pronto una sorda lucha contra su mentor —de la que nos ofrece sólo algunos episodios— con el fin de penetrar en el espacio vedado del fardel65, las blancas, el jarrillo, las uvas o la longaniza. A lo largo de esta secuencia se escenifica, pues, un juego de astucia en el que Lázaro ha de aguzar su ingenio y trabajar con industria para vencer a su adversario. En ese contexto, la disimulación —en las sangrías del fardel, en el trueque de las blancas, en la profanación del jarrillo— y la observación —en el ejemplo de las uvas— constituyen, junto a la simulación antes descrita, el instrumento propicio para el combate social que el individuo ha de librar contra el otro66. Aquella espiral de violencia concluye, finalmente, con la venganza de Lázaro, quien, tras el pasaje de la longaniza, demuestra con elocuencia a su instructor, arrojado despiadadamente contra el poste, los progresos de su aprendizaje. Así las cosas, cuando abandona a su primer amo, Lázaro es ya consciente de la soledad que padece, de la lucha que habrá de mantener contra un mundo hostil, de la distancia que separa apariencia y realidad, y —quizás lo más trascendente— de los atajos que deberá tomar, en adelante, para salir a puerto.

  • 67 Así lo han calificado, entre otros, Ayala, 1971, pp. 42-43; y Ruffinatto, 2000, pp. 328-333, quien (...)

20Huyendo de Escalona, y tras parar fugazmente en Torrijos, Lazarillo va a dar con sus huesos en Maqueda, ya en la comarca de Toledo, donde pasa al servicio de un cura rural que lo acoge por saber «ayudar a misa» (p. 46). A través de los ojos del muchacho, la figura de este mezquino sacerdote no tarda en quedar retratada: más avariento aún que el pecador del ciego, adereza su ruindad con una sangrante hipocresía al entregarle la llave de la cámara donde guarda una horca de cebollas: «—Toma y vuélvela luego y no hagáis sino golosinar» (p. 48) o al darle los restos de una cabeza de carnero: «—Toma, come, triunfa, que para ti es el mundo. Mejor vida tienes que el Papa». Durante la misa, más atento estaba a las blancas que a su ministerio; mientras en cofradías y mortuorios, a pesar de su cacareada templanza, «a costa ajena comía como lobo y bebía más que un saludador» (p. 52). Un clérigo avariento, hipócrita y falto de caridad67, en definitiva, es lo que pinta el pregonero mediante estas selectas pinceladas en las que el anticlericalismo del Lazarillo entronca con una larga y fecunda tradición medieval reverdecida entonces por el humanismo cristiano.

  • 68 Sobre la simbólica expulsión de Lázaro, véanse los comentarios de Casanova, 1980, pp. 526-527.
  • 69 Con ella, García de la Concha, 1972, pp. 251-252, define a ese Dios instrumentalizado y utilitario (...)

21Mediado el tratado II, la acción se focaliza en el arca donde el clérigo de Maqueda custodiaba los bodigos de pan que, tras la venida del angélico calderero, encarnan, para el muchacho, un paraíso prohibido. Una vez más, la lucha entre amo y criado gravita en torno a un espacio protegido —el arcaz— al que Lázaro sólo puede acceder a través del ingenio y la industria. Por esta vía, se reproduce el esquema del tratado anterior —cargando la mano en irreverentes y jocosas alusiones a la religión— con el consabido desenlace: Lázaro, tras ser golpeado en la cabeza y descubierto en su engaño, es puesto en la calle por el mezquino sacerdote, quien, simbólicamente, lo repudia y expulsa fuera de la casa68 (y, por extensión, de la Iglesia): «Y santiguándose de mí, como si yo estuviera endemoniado, tórnase a meter en casa y cierra su puerta» (p. 71). Tras la escena, Lázaro quedará definitivamente desvinculado de la religión cristiana, cuyos preceptos, en ningún caso, servirán en adelante para encaminar sus pasos. La vacuidad de sus ceremonias, el escaso respeto guardado a los sacramentos y, en general, la falta de caridad de que adolecen los sacerdotes resulta, en este sentido, demoledora para la mente de un joven Lazarillo que apenas puede ocultar su descreimiento tras una espiritualidad convencional y una concepción de Dios —en expresión de García de la Concha— ad usum Lazari69.

  • 70 Baste recordar las palabras con que Andrea Navagero describió la ciudad en los años 1525-1526: «los (...)
  • 71 Así lo reconoce Ynduráin, 1975, pp. 508-509.
  • 72 Lázaro llega por fin al espacio propicio para la vida picaresca, un espacio urbano y cortesano, com (...)
  • 73 El escudero del Lazarillo ha sido juzgado desde muy distintos puntos de vista: Lázaro Carreter, 197 (...)
  • 74 Sobre el sentido eminentemente desenmascarador que manifiestan los apartes del tratado III con resp (...)

22Con la llegada de Lázaro a Toledo, se completa el movimiento que lo ha llevado de los caminos a Maqueda, y de Maqueda a la sede primada de España, donde los clérigos eran los verdaderos señores de la Corte eclesiástica70 creada a la sombra de su catedral. Frente a todo lo que ha visto con anterioridad, Toledo representa para el muchacho un mundo nuevo71, urbano y civilizado, donde gentes de distinta condición, refugiadas en el anonimato, pululan por sus calles y participan, con sus galas, modales y aderezos, en la escena de la sociedad cortesana72. Lázaro, sin embargo, a pesar de su experiencia, no conoce todavía los entresijos de ese mundo, y cae fácilmente en el engaño ante la distinguida apariencia de un escudero73 que, con dos palabras, lo toma a su cargo: «topóme Dios con un escudero que iba por la calle con razonable vestido, bien peinado, su paso y compás en orden» (p. 72). Con un cortesano aseado y elegante, en principio, parece haber dado el bueno de Lázaro, quien, «según su hábito y continente» (p. 73), considera por fin a este tercer amo «ser el que yo había menester» (p. 73). A través de sus ojos, contemplamos el paseo del escudero por plazas y mercados, su entrada en la catedral para oír misa y, finalmente, su regreso a la «obscura y lóbrega» casa (p. 74), el particular panteón de sus desdichas. A la hora de comer, sin embargo, cuando su nuevo amo le anima a pasar hasta la noche como pudiere, Lázaro cae en la cuenta —observa a la luz de su experiencia— de su desdicha. Desde ese momento, entre amo y criado se establece un juego de simulación y disimulación, con el contrapunto de los apartes74 del protagonista, destinado a mantener las apariencias. Lázaro, en todo caso, es ya capaz de descodificar certeramente las hipócritas afirmaciones del hidalgo, por ejemplo, en lo tocante a la virtuosa frugalidad.

  • 75 Como contraste entre la moral mundana (del escudero) y la moral divina calificó Wardropper, 1961, p (...)

23En paralelo a esta incruenta comedia donde, paradójicamente, se han trocado los papeles —es el criado quien posee la comida a la que el amo trata de acceder manteniendo el decoro— se desarrolla un proceso de aprendizaje decisivo para la postrera vida en sociedad de Lázaro de Tormes. Nos referimos, claro es, a su instrucción en el arte de la cortesanía a la sombra del escudero, quien, además de enseñarle los rudimentos del servicio doméstico —cómo hacer una cama, cómo limpiar la ropa del señor, cómo ayudarlo a vestir o cómo auxiliarlo en su higiene diaria—, constituye para el joven el primer y más completo ejemplo de la forma de vida que el pregonero tratará de imitar en el tratado VII. De ahí que la pluma de Lázaro, tan ágil y presurosa en otras ocasiones, se sosiegue ahora para describir con precisión los usos observados en su tercer amo: su modo de vestir, de pasear, de gesticular, de conversar, de aparentar y aun de mentir con sutileza. Avivado el ojo y llegada la mañana del segundo día, Lázaro penetra ya con agudeza en la interioridad del pobre hidalgo, pues al verlo partir «calle arriba con tan gentil semblante y continente» (p. 82) no puede dejar de asombrarse al constatar la distancia que separa apariencia y realidad: «quien no le conociera pensara ser muy cercano pariente al Conde de Arcos, o a lo menos camarero que le daba de vestir» (p. 82). Y todo aquel padecimiento, en suma, por conservar y enaltecer un extravagante orgullo mundano ajeno en todo punto —y aquí parece oírse, de forma excepcional, la voz del autor— a la visión del mundo de un verdadero cristiano: «¡Oh, Señor, y cuántos de aquestos debéis Vós tener por el mundo derramados, que padecen por la negra que llaman honra lo que por Vós no sufrirán!»75 (p. 84).

  • 76 Su inverosimilitud, dado el grado de madurez de Lázaro, fue reseñada por Lázaro Carreter, 1972b, pp (...)
  • 77 Véanse las explicaciones de Ynduráin, 1975, pp. 510-512.

24Al final de aquella segunda jornada al servicio del escudero, y tras haber contemplado sus fallidas correrías amorosas a la orilla del Tajo, acontece la escena del pan, las tripas y la uña de vaca. Lázaro muestra entonces compasión y solidaridad hacia su amo —un hecho insólito en el relato— al allanarle el camino para satisfacer su apetito sin menoscabo de su honra. Tras alargar un tanto el asunto con la expulsión de los pobres extranjeros de Toledo e insertar algunas reflexiones —en sintonía con el humanismo cristiano— acerca de la molesta «presumpción» (p. 92) y «fantasía» del escudero, el tema del hambre queda agotado y debe dar paso a otras asuntos más pertinentes para explicar el caso. En ese sentido, el denostado episodio del entierro y las plañideras76 sirve para articular la transición hacia otros derroteros77, pues, a su conclusión, Lázaro demuestra, asustado, su plena conciencia de la desgraciada existencia que viven en «la casa donde nunca comen ni beben» (p. 97).

  • 78 La difícil encrucijada vivida por los escuderos tras el ocaso de la caballería fue descrita por Red (...)

25Una vez desvelada la verdad, no tarda en llegar el día en que, tras haber comido razonablemente, se entable entre amo y criado una larga conversación, casi de igual a igual, con la que Lázaro completa, a través de la experiencia ajena, su conocimiento de la sociedad cortesana y de las aspiraciones de medro que, en su seno, alberga un pobre escudero castellano. La primera lección ilustra a las claras el carácter ritualista de aquel universo, que Lázaro contempla, con ironía, desde la distancia: el hidalgo, natural de Castilla la Vieja, explica que salió de su villa natal «por no quitar el bonete a un caballero su vecino» (p. 98), pues «un hidalgo no debe a otro que a Dios y al rey nada» (p. 99); así como por no sufrir a un villano insolente que lo saludaba con un irreverente «Mantenga Dios a Vuestra Merced» (p. 100). Por no verse respetado por el otro, por el que al fin y al cabo determina su honra, marchó, pues, el escudero, de su tierra, donde un «solar de casas» (p. 102) derruidas y un viejo «palomar» (p. 103) constituían las tres cuartas partes de su hacienda. Venido a menos a causa del declive de su oficio78, propio del feudalismo, el escudero se ve, por tanto, obligado a reubicarse en el seno de la sociedad cortesana, de ahí que abandone las cercanías de Valladolid para probar fortuna en la ciudad de Toledo, en la que trata de hallar «asiento» (p. 103) al servicio de algún señor. No obstante, no desea servir a «canónigos y señores de la Iglesia» (p. 103) por ser gente «tan limitada» y poco liberal; ni tampoco a «caballeros de media talla» (p. 103), que pagan tarde y mal y emplean a sus criados como comodín o «malilla». No, su intención es entrar a servir como «privado» (p. 104) a un «señor de título», a cuya sombra ejercería como “perfecto cortesano”:

… yo sabría mentille tan bien como otro y agradalle a las mil maravillas; reílle ya mucho sus donaires y costumbres, aunque no fuesen las mejores de el mundo, nunca decirle cosa con que le pesase, aunque mucho le cumpliese; ser muy diligente en su persona en dicho y hecho; no me matar por no hacer bien las cosas que él no había de ver; y ponerme a reñir donde él lo oyese, con la gente de servicio, porque pareciese tener gran cuidado de lo que a él tocaba. Si riñese con algún su criado, dar unos puntillos agudos para le encender la ira, y que pareciese a favor de el culpado; decirle bien de lo que bien le estuviese y, por el contrario, ser malicioso mofador, malsinar a los de casa y a los de fuera, pesquisar y procurar de saber vidas ajenas para contárselas, y otras muchas galas de esta calidad que hoy día se usan en palacio y a los señores dél parecen bien, y no quieren ver en sus casas hombres virtuosos, antes los aborrecen y tienen en poco y llaman necios y que no son personas de negocios ni con quien el señor se puede descuidar. Y con éstos los astutos usan, como digo, el día de hoy, de lo que yo usaría; mas no quiere mi ventura que le halle (pp. 104-106).

  • 79 Véase Torres Corominas, 2010, pp. 1223-1226, donde queda de manifiesto la rectitud moral que alient (...)

26Toda una lección de cortesanía ofrece, pues, el escudero en este pasaje; pero no conforme al modelo de Castiglione, donde una rigurosa moral regía el comportamiento del cortesano79 (en su compromiso con la verdad, en la rectitud de sus consejos o en la censura de los vicios ajenos), sino a la zaga de quienes, ya por esos días, ponderaban en obras de naturaleza diversa una pragmática tecnificación de la conducta (haciendo uso de la mentira, la adulación, el fingimiento o la burla) destinada a la consecución, en la escena de la Corte, del triunfo personal. Lázaro no olvidará esta lección capital —de ahí la minuciosidad de su recuerdo— cuando, guiado por el ejemplo del hidalgo, tome la vía picaresca para buscar acomodo al servicio de un generoso señor, el arcipreste.

  • 80 Lázaro representa así la víctima “purificada” de su tercer amo (Ynduráin, 1975, pp. 513-515).
  • 81 A partir de este punto, Lázaro se convertirá definitivamente en un individuo insolidario, pragmátic (...)

27Expuesta ya la lección, el episodio se dirige vertiginosamente hacia su desenlace con la huida del amo ante el acoso de los acreedores y el paradójico abandono del mozo80. Con ello, Lázaro rompe los últimos lazos —de orden social, esta vez— que lo unían a su comunidad política. Desde entonces, ya en absoluta soledad —en tanto que individuo desvinculado— no mirará sino por su interés, inmerso en un universo hostil (al que despertara con el ciego) donde la religiosidad cristiana y la honra aristocrática —encarnadas, respectivamente, por su segundo y tercer amo— no constituyen sino el ornamento (hipócrita y falaz) de una misma mascarada. Para enfrentarse al mundo, sin embargo, Lázaro dispone ya de nuevas y poderosas armas —su conocimiento del alma humana, su dominio de la escena social o su instrucción en el arte de la cortesanía—, legadas por una dolorosa institutio casi concluida al cerrarse el tratado III81.

  • 82 Las connotaciones psicológicas del cambio de ritmo fueron señaladas por Guillén, 1957, pp. 275-278.
  • 83 Como afirma García de la Concha, 1981, pp. 205-206, con la experiencia del buldero culmina el proce (...)

28Clausurado, por tanto, el cuerpo central de la estructura, el tríptico que conforman los tratados IV-VI —articulado en torno al V, de mayor extensión— aborda la etapa de transición entre la infancia y la juventud del protagonista, durante la que entra “en conocimiento”, ya en primera persona, con la sexualidad, el mundo del hampa y el trabajo manual. Apenas necesario para explicar el caso, Lázaro recorre velozmente este trecho para dar cuenta de los años que precedieron al oficio real y al patronazgo del arcipreste82. Así, en unas pocas líneas, las que ocupa el tratado IV, despacha los ocho días vividos al servicio de su cuarto amo, un fraile de la Merced mundano y trotador, que emplea a Lázaro en sus correrías fuera del convento, sin que sepamos hasta qué punto y de qué forma el criado participa —activa o pasivamente— en aquellas empresas amorosas, pues por pudor silencia esas «otras cosillas» (p. 111) que, junto a las anteriores, lo movieron a salirse de su obediencia. Ya en el tratado V, Lázaro pasa a servir a un buldero, que emplea toda clase de artimañas para embaucar a los feligreses de la comarca toledana con intención de venderles la bula que predica. La selección del tema, obviamente, entronca con las críticas generalizadas que desde antaño el humanismo cristiano vertía contra la mercantilización de la fe. En esa línea, el echacuervos del Lazarillo es pintado como un truhán, como un timador profesional que sobrepasa con creces —hacia el ámbito de la delincuencia— los límites alcanzados por las trapacerías, mezquindades, aposturas y pecadillos de los anteriores amos. Como muestra, Lázaro narra el fabuloso milagro acaecido por su mano en la Sagra de Toledo, donde los parroquianos del lugar son engañados —como el mismo protagonista— por el histriónico montaje urdido entre el buldero y un alguacil corrupto. Ajeno a aquel universo, y ya completado definitivamente su aprendizaje83, a los cuatro meses Lázaro decide probar fortuna por otras veredas tras cerciorarse de que no era éste seguro camino para medrar.

  • 84 Dicha hipótesis sostiene Molho, 1985, pp. 77-78.
  • 85 Véase García de la Concha, 1981, p. 107.
  • 86 Sobre la significación de la vestimenta y la espada de Lázaro, véanse Márquez Villanueva, 1968, pp. (...)

29Tras sufrir otros «mil males» (p. 125) asentado con un maestro de pintar panderos —un artesano dedicado, quizás, a preparar afeites femeninos84 en ambientes poco edificantes—, Lázaro, ya «buen mozuelo» (p. 125), acierta a dar con una capellán de la catedral de Toledo, que lo pone a trabajar como aguador por la ciudad «con un asno y cuatro cántaros y un azote» (p. 126) a cambio de un mísero jornal. Con todo, Lázaro reconoce que «éste fue el primer escalón que yo subí para venir a alcanzar buena vida, porque mi boca era medida» (p. 126), esto es, porque se mostraba comedido, parco y prudente tanto en el ejercicio de su oficio como en el disfrute de sus escasos emolumentos85. Gracias a dicha disciplina y autocontrol, en todo caso, pasados cuatro años acumula el suficiente caudal como para adquirir el disfraz que lo catapulte a otras esferas sociales, de manera que, a imagen y semejanza del escudero, Lázaro cuenta que «ahorré para me vestir muy honradamente de la ropa vieja, de la cual compré un jubón de fustán viejo y un sayo raído de manga tranzada y puerta y una capa que había sido frisada» (p. 127), prendas a las que se une el símbolo externo del noble oficio de las armas: «y una espada de las viejas primeras de Cuéllar» (p. 127). Adquirido el atuendo y puestas las miras en más altas cotas, Lázaro, en última instancia, abandona despectivamente su deshonroso empleo: «Desque me vi en hábito de hombre de bien, dije a mi amo se tomase su asno, que no quería más seguir aquel oficio»86 (p. 127).

  • 87 Como tal fue considerado el oficio por Bataillon, 1968, p. 67 y n. 57, quien apoyó su opinión en nu (...)
  • 88 Al respecto, véanse los comentarios de García de la Concha, 1981, p. 150.
  • 89 Si se considera que la Corte del Antiguo Régimen, en tanto que sistema político, estaba configurada (...)

30Desde este punto, ya camuflado bajo la apariencia de un «hombre de bien», el protagonista iniciará una nueva trayectoria transitando por la vía picaresca con objeto de servir o alcanzar un oficio honrado y distinguido —no manual, naturalmente— que le encamine de «manera provechosa» (p. 128) «por tener descanso y ganar algo para la vejez», como reconoce algo más adelante. No es aquel oficio, por peligroso, el de ayudante del alguacil, del que Lázaro reniega, al comienzo del tratado VII, tras mostrar su cobardía —el hábito no hace al monje— y falta de solidaridad para con su octavo amo, a quien desampara en la lucha contra unos «retraídos» (p. 127). No, lo que Lázaro desea para conquistar esa anhelada forma de vida es integrarse en las redes clientelares que articulan el sistema político de Corte con objeto de obtener para sí un oficio real —aun el más ínfimo y denostado87— que, a su vez, certifique tanto su ingreso en la sociedad política88 como su consecuente acceso a las esferas del honor: «Y con favor que tuve de amigos y señores, todos mis trabajos y fatigas hasta entonces pasados fueron pagados con alcanzar lo que procuré, que fue un oficio real, viendo que no hay nadie que medre, sino los que le tienen» (p. 128). De este modo, Lázaro manifiesta su pleno conocimiento de aquel universo áulico que, extendido sobre el territorio, lo dominaba todo, así como su inequívoca voluntad, fruto de tal estado de conciencia, de medrar en su seno por medio del servicio a la Corona, esto es, convertido, literalmente, en cortesano89. Aquel oficio «en el cual el día de hoy vivo y resido a servicio de Dios y de Vuestra Merced» (p. 129) consiste en pregonar los vinos que en la ciudad se venden, anunciar almonedas y cosas perdidas, y acompañar a los que padecen por justicia: «pregonero, hablando en buen romance» (p. 129). Por este portillo, pues, pasa Lázaro, gracias al favor de «amigos y señores», a formar parte del orden establecido, a colaborar con la misma «justicia» que otrora persiguiera a sus mayores. Para la consecución de tal “hazaña” social, para el nacimiento mismo de Lázaro de Tormes, ha sido necesaria tan sólo la puesta en práctica, llegado el momento oportuno, de las diversas enseñanzas adquiridas durante su infancia; en particular, aquellas buenas maneras y habilidades escénicas, imprescindibles para la vida en Corte, aprendidas a la sombra del escudero.

  • 90 Aquella casilla, que se levanta apoyada en la del arcipreste, protector de la pareja, encarna para (...)

31El éxito de Lázaro en el oficio es arrollador, hasta el punto de que se jacta, casi al modo de un influyente secretario, de su diligencia y valía en la gestión de negocios ajenos: «el que ha de echar vino a vender, o algo, si Lázaro de Tormes no entiende en ello, hacen cuenta de no sacar provecho» (p. 130). Concluidas las líneas que dan cuenta de su ascenso “profesional”, el pregonero enlaza sin dilación con el caso matrimonial que, de manera complementaria al oficio real, apuntala, en el ámbito “personal”, su “encumbramiento”. Como en el caso anterior, los pasos de Lázaro vienen condicionados y dirigidos por individuos poderosos que, mediante su patrocinio, lo utilizan —como un peón en el tablero— para satisfacer sus propios intereses. Así, «el señor arcipreste de Sant Salvador, mi señor, y servidor y amigo de Vuestra Merced, porque le pregonaba sus vinos, procuró casarme con una criada suya. Y visto por mí que de tal persona no podía venir sino bien a favor, acordé de lo hacer» (pp. 130-131). Así que, por esta angosta vía, Lázaro accede al matrimonio, de lo que «hasta agora no estoy arrepentido» (p. 131), no sólo por ser su esposa «buena hija y diligente servicial» (p. 131), sino porque el arcipreste, su noveno amo, sabe pagar muy bien, con diversos favores y mercedes, este particular servicio: «Y siempre en el año le da, en veces, al pie de una carga de trigo; por las Pascuas, su carne; y cuando el par de los bodigos, las calzas viejas que deja» (p. 131). Por último, para facilitar el camuflaje de aquella farsa ante el ojo que mira, «hízonos alquilar una casilla par de la suya» (pp. 131-132), que constituye, al modo de su primer hogar en Salamanca, un refugio caliente para Lázaro90.

32No obstante, sobre aquella casa, cuyos secretos son guardados celosamente, pende la amenaza de la justicia, alertada por la murmuración: «Mas malas lenguas, que nunca faltaron ni faltarán, no nos dejan vivir, diciendo no sé qué y sí sé qué de que veen a mi mujer irle a hacer la cama y guisalle de comer» (p. 132). Ante la inquietud del pregonero, en fin, el arcipreste le da la última y más cruda lección de “cortesanía”:

—Lázaro de Tormes, quien ha de mirar a dichos de malas lenguas nunca medrará; digo esto porque no me maravillaría alguno, viendo entrar en mi casa a tu mujer y salir della. Ella entra muy a tu honra y suya. Y esto te lo prometo. Por tanto, no mires a lo que pueden decir, sino a lo que te toca: digo a tu provecho (pp. 132-133).

  • 91 Como explicó Wardropper, 1961, la degradación moral de Lázaro, consistente en confundir lo bueno co (...)

33De este modo, el arcipreste aclara, de una vez por todas, la estructura del sistema de valores al que Lázaro ha estado expuesto desde su más tierna infancia. Si su objetivo es medrar y obtener provecho —siempre en el ámbito de lo útil—, no ha de entrar en disquisiciones morales, ni atender a dichos de malas lenguas. Al fin y al cabo, en la sociedad cortesana, en realidad, es honrado el que tiene y ocupa una posición distinguida, no el hombre virtuoso y honesto, así que si Lázaro desea conservar su “honrado” y “provechoso” puesto, dependiente en gran medida de los favores del arcipreste, su patrón, ha de colaborar en la empresa de las “entradas y salidas” y defender con uñas y dientes la limpieza y legitimidad del matrimonio promovido por el clérigo. Lázaro, quien hace tiempo determinó —siguiendo los pasos de su madre— «arrimarse a «los buenos» (p. 133), no tarda en comprender, tras unas débiles alegaciones que desencadenan la ira de su esposa, los pormenores del negocio y su verdadero papel en la trama, de ahí que asuma sin dilación —aunque sólo lo reconozca entre líneas ante Vuestra Merced— su provechoso estado de cornudo consentido91:

Mas yo de un cabo y mi señor de otro tanto le dijimos y otorgamos, que cesó su llanto, con juramento que le hice de nunca más en mi vida mentalle nada de aquello, y que yo holgaba y había por bien de que ella entrase y saliese, de noche y de día, pues estaba bien seguro de su bondad. Y así quedamos todos tres bien conformes (p. 134).

  • 92 En este punto, coincido plenamente con la interpretación ofrecida por Carrasco, 1993.
  • 93 Alcanzar el nivel de la honra, aparejado a la riqueza, a una cómoda forma de vida y a cierto presti (...)

34Acordado el silencio de puertas adentro -«Hasta el día de hoy nunca nadie nos oyó sobre el caso»92 (p. 134)— sólo queda desplegar, de puertas afuera, la máscara que proteja y dé esplendor al pregonero en su nueva vida —al modo de sus primeros amos— con objeto de ofrecer al otro una apariencia decorosa propia de su honrada posición93. De ahí que, frente a los comentarios maliciosos, Lázaro, con una vehemencia desconocida, llegue a jurar «sobre la hostia consagrada que [la suya] es tan buena mujer como vive dentro de las puertas de Toledo» (pp. 134-135). Así consigue que lo dejen tranquilo y tiene paz en su casa. Lázaro, en consecuencia, gracias a una excelente puesta en escena, triunfa allí donde la madre, carente de toda institutio, por no guardar con celo el secreto de su morada, fue sin piedad punida por la justicia.

  • 94 Maravall estudió la casa como símbolo de medro en la novela picaresca (1984, p. 322) y, en general, (...)
  • 95 Según nuestra lectura, Lázaro dejaría la pluma en este punto —a pesar de que el tiempo de la enunci (...)

35Y así, erigido en cortesano, unido en matrimonio con una buena esposa y cómodamente instalado en una honrada casa94 —siempre conforme a su tesis—, el ínclito Lázaro de Tormes —un truhán, un farsante, un paniaguado—, adoptando una pose hipócrita y falaz como los otros, cierra su epístola, algún tiempo después de culminar su ascenso95, precisando en la data no sólo el tiempo de aquellos hechos, sino señalando también —con un punto de orgullo por parte de Lázaro, de ironía por parte del autor— a quien, desde la cúspide del poder, auspiciaba los usos de aquel lodazal, mientras en el tablado de su Corte se representaba una farsa de sueños y gestas imperiales:

«Esto fue el mesmo año que nuestro victorioso Emperador en esta insigne ciudad de Toledo entró y tuvo en ella Cortes, y se hicieron grandes regocijos, como Vuestra Merced habrá oído. Pues en este tiempo estaba en mi prosperidad y en la cumbre de toda buena fortuna» (p. 135).

*

  • 96 Véase García de la Concha, 1981, p. 83.
  • 97 Al respecto, véase Lázaro Carreter, 1972b, pp. 65-67; García de la Concha, 1981, pp. 192-193; y Ric (...)
  • 98 A través de los “apartes”, Lázaro desvela su interioridad a lo largo de la novela, bien para dar cu (...)

36Tal y como anunció en el prólogo, Lázaro concluye su autobiografía en la «cumbre de toda buena fortuna» (p. 135) tras dar entera noticia del caso de ascenso social que culmina en el tratado VII, cuando queda de manifiesto su integración en la sociedad cortesana. Para explicar dicho proceso, Lázaro ha querido remontarse a sus orígenes y, amparado en la poética del homo novus, dibujar una trayectoria ascendente96, de Tejares a Toledo, deteniendo su pluma en aquellos pasajes que marcaron su educación, cincelaron su punto de vista y determinaron, a la postre, las decisiones adoptadas hacia el final del relato97. De ahí que, de su niñez, recuerde ante todo el caso de su madre, y que, de las experiencias posteriores, seleccione y recree con delectación sólo aquéllas vividas al servicio de sus tres primeros amos. Pasada aquella etapa, durante la que padece una perversa institutio plagada de malos ejemplos y carente de cualquier adoctrinamiento moral, Lázaro marcha deprisa hacia el desenlace de su historia, narrando muy brevemente —y guardando significativos silencios98— lo acontecido durante el período en que, sirviéndose de los avisos recibidos del ciego y de sus amplios conocimientos acerca de la clerecía y el universo áulico, se dirigió a la consecución de los objetivos sociales que su madre y el escudero grabaron en su mente.

  • 99 Maravall, 1986, p. 360 y ss., describió el proceso de usurpación protagonizado por el pícaro cuando (...)
  • 100 En términos muy semejantes lo expresó Maravall, 1986, pp. 474-475.
  • 101 Sobre la ostentosa exhibición por parte de Lázaro, como primer pícaro, de la forma de vida que trat (...)
  • 102 Frente a Truman, 1969, p. 65, que consideraba a Lázaro como una parodia del homo novas, otros autor (...)

37Entregado a aquel propósito, sus primeras experiencias resultan fallidas, pues ni resiste el trote del fraile de la Merced, ni se adapta a la vida de engaño y latrocinio del buldero. Será ya en el tratado VI cuando, tras un fugaz contacto con la artesanía, suba su primer escalón por medio del trabajo manual, gracias al que consigue vestirse como «hombre de bien». Ya disfrazado —y una vez devuelto el asno al capellán— Lázaro encamina definitivamente sus pasos hacia la «cumbre» por la vía picaresca, paralela (pero no idéntica) a la establecida en los tratados de cortesanía para triunfar y salir a «buen puerto» tanto en la Corte como en la sociedad política del Antiguo Régimen. Dicha vía de ascenso, en efecto, inspirada en la del cortesano —con la que compartía un mismo objetivo, el medro personal—, constituía, sin embargo, frente a la misma, un atajo fraudulento al que Lázaro se ve abocado como individuo carente de méritos suficientes para satisfacer, al modo del homo novas, por medio de la virtud aquellas aspiraciones99. Desde este punto de vista, Lázaro de Tormes, en tanto que pícaro, no sería, por definición, sino una falsificación del cortesano, que trata de aparentar ante el ojo que mira, a través de una cuidada escenografía, la posesión de unos atributos que le son ajenos100. Esa es, exactamente, la estrategia que emplea para alcanzar un oficio real, y la que traza —esta vez ante el ojo que lee— en la epístola enviada a Vuestra Merced, con intención de usurpar el lugar del perfecto cortesano101, erigirse en arquetipo de los que supieron subir siendo bajos y hacerse pasar por verdadero homo novus102. Por eso la carta puede considerarse, desde la óptica del narrador, como un tratado práctico de cortesanía que, en última instancia, formaría parte —como advierte el lector avisado— de la mascarada urdida por el pregonero para sobrevivir y darse tono al final del tratado VII.

  • 103 El discurso enunciado por Lázaro de Tormes imita el discurso cortesano de un homo novus, mas, sobre (...)
  • 104 Esta lectura “crítica” de la epístola, aunque inducida y privilegiada por la perspectiva de Vuestra (...)
  • 105 A través de esta segunda clase de ironía, el autor busca la connivencia del lector, a quien supone (...)
  • 106 En el marco de una sociedad en transición que favorecía las aspiraciones individuales de medro, Mar (...)

38Una vez constatado que el discurso picaresco enunciado por Lázaro de Tormes no es sino una versión apócrifa del discurso cortesano103, el lector de la epístola, sea quien fuere, situado en la “honrada” y “honesta” posición de Vuestra Merced, se hallaría ya en disposición de revisar —y las más veces refutar— su tesis, reduciendo a escombros el magnífico oficio real, el ventajoso matrimonio y la bien abastecida casa como elementos simbólicos de la forma de vida exaltada en la epístola104. De la misma manera, acertaría a comprender que los desmanes del prólogo o el imperfecto modo de ocultar la ignominia, eran consecuencia de la impericia de un farsante —cuya educación cojeaba al menos en lo tocante a la moral y las buenas letras— que se atrevía a tomar la pluma, como “otro Tulio”, para escribir una carta mensajera dirigida al protector (o protectora) de su señor… No es difícil imaginar, por este camino, la connotación paródica que tal personaje adquiriría para el común de los contemporáneos, quienes verían en la irrisoria figura de Lázaro de Tormes —sobre el que se proyectaba un segundo nivel de ironía, esta vez debida al autor real105— una caricatura grotesca y jocosa del arquetipo de cortesano establecido en años precedentes por el architexto de Castiglione106, cuya vigencia era plena en la España de 1550.

  • 107 Los elementos paródicos desplegados en el Lazarillo de Tormes fueron estudiados detalladamente por (...)
  • 108 Los atributos originales del perfecto cortesano a partir de los que se realiza la deformación paród (...)
  • 109 Aquellas habilidades prácticas que habían de desplegarse en la escena de la Corte fueron descritas (...)
  • 110 Véanse las observaciones de Maravall, 1986, pp. 371-372; 477-487 y 623-630.

39Dicha parodia107 se configuró a partir de la fusión de elementos deformantes108, como la alta cuna (el río Tormes), el buen manejo de las armas (junto al alguacil), la elegancia en el vestir (la ropa vieja), el conversar (mediante juramentos) o el escribir (la relación de su deshonra); y elementos desnaturalizados109, como aquellas habilidades prácticas, ya citadas, derivadas de la prudencia —la observación, la simulación y la disimulación— que, una vez desgajadas del modelo y carentes de toda orientación moral, convertían la tecnificación de la conducta en mero instrumento al servicio de un sujeto maquiavélico. Esta es la razón de que el pícaro del siglo xvii, al extremar estos caracteres, se parezca tanto —como en cierto modo le acontece ya a Lázaro— al discreto cortesano dibujado por Baltasar Gracián, quien pondrá el acento, precisamente, frente al modelo humanístico, no en el perfeccionamiento integral del hombre, sino en la depuración de aquellos elementos estratégicos y escenográficos que, sobre el tablero de la Corte, contribuían con mayor eficacia al éxito del individuo110. Como consecuencia de dicho movimiento, nos las habremos, pues, llegado el tiempo del desengaño, con un cortesano pragmático y calculador, agudo y penetrante, hermético e histriónico; con un cortesano, en fin, apicarado.

  • 111 Sobre la perspectiva de lectura y sus connotaciones morales, véase Ayala, 1971, pp. 31-35.
  • 112 Como certeramente apunta Vilanova, 1989a, p. 220: «es evidente que la intención primordial en que s (...)
  • 113 Sobre la deshonra e hipocresía de los otros, véanse los comentarios de Maravall, 1986, p. 603.

40Y sin embargo, Lázaro (a su manera) triunfa, es acogido y patrocinado por «amigos y señores» que lo sitúan graciosamente en posesión de un oficio real; más tarde encuentra esposa, habita una casa, frecuenta la morada de un arcipreste… Es uno más, en definitiva, de aquella sociedad cortesana, pero, ¿a costa de qué?, ¿dónde ha quedado la dignidad de Lázaro?, ¿a qué ha tenido que renunciar para ser uno de los «buenos»? Es evidente que, aunque la respuesta depende del punto de vista del lector, el Lazarillo invita, a través de la perspectiva del narratario, a una lectura crítica111 de la autobiografía, que, a modo de contraejemplo, serviría para mostrar, con crudeza, qué camino había de tomar en realidad un hombre humilde —víctima en principio, cómplice después— para mejorar su estado112. Pero, más allá de esto, ¿cómo era la sociedad que terminó adoptándolo?, ¿qué tipo de principios la sustentaban?, ¿cómo puede explicarse la promoción de Lázaro? No hay duda al respecto: la sociedad cortesana configurada a la sombra de Carlos V —según el cuadro esbozado por el autor anónimo— no representaba sino un piélago de intereses en el que, unos contra otros, combatían sin piedad (en la trastienda) por ganar bienes y honra, mientras, sobre la escena, en un universo ritualizado, representaban su papel ante la mirada del otro —el soldado, el predicador, el noble, el escudero, el arcipreste o el pregonero— conforme a un sistema de valores (la gloria, la fama, la honra, el medro, la privanza) eminentemente cortesano. Una sociedad, en suma, sin Dios y sin moral, descarnada e hipócrita, mundana en extremo, donde lo útil (el provecho) había desterrado a lo honesto, y en la que, desde luego, no se premiaba ni la virtud ni el mérito, sino al adulador y al complaciente, a aquél que, como Lázaro, acertase con la farsa en un mundo de comediantes113.

  • 114 Ya Gilman, 1966, p. 151, consideró al Lazarillo como una sátira; pero fue Parr, 1979, p. 378, quien (...)
  • 115 Con acierto, Piñero Ramírez, 1990, pp. 599-601, situó al Lazarillo en la línea del humanismo crític (...)

41Si se considera, en fin, que aquella sociedad plasmada en la obra —por delante y por detrás— emanaba y era parte constituyente del sistema político de Corte, del que recibía sus elementos culturales primarios, no puede dudarse ya de que el Lazarillo de Tormes representó, ante todo, una cruenta sátira anticortesana114 que, en la línea del menosprecio de Corte115, no se limitó a recrear los infortunios y miserias de quienes componían el séquito real —como era costumbre—, sino que, ampliando el ángulo de visión a través de la mirada de Lázaro, se propuso cuestionar, desde la cúspide hasta la base, en sentido general y absoluto, los fundamentos de un modelo de civilización, el cortesano, moralmente inaceptable. A partir de aquella idea troncal es posible, ya sí, encuadrar debidamente los diferentes temas que, subordinados a la misma, enriquecen y diversifican, sin necesidad de juicio alguno por parte del autor, el sentido crítico de la novela, tales como la falta de caridad (no hay amor en el mundo, sino lucha entre los hombres), la ausencia de Dios entre la clerecía (mal disimulada por una religiosidad externa y formalista), el ridículo sentido de la honra exhibido por la nobleza, el despótico y vicioso ejercicio del poder (a través de sutiles instrumentos de dominación como la justicia o el patronazgo) o la consabida mascarada social.

42En conjunto, por tanto, dichos asuntos conformaron un incisivo y coherente discurso crítico, plenamente vigente a la altura 1550, dirigido contra los principios ideológicos sobre los que se erigía, por entonces, la cultura de Corte en España; unos principios que venían definidos, frente a la utópica propuesta del humanismo —basada en la construcción interior y exterior de un hombre nuevo, más instruido y virtuoso, para la vida en Corte—, por el ideario de las facciones cortesanas más intransigentes, aquéllas que, ante la emergencia del protestantismo y el incipiente problema de la diversidad, optaron por imponer paulatinamente desde la cúspide de la Monarquía, a partir de la década de 1530, un rígido sistema de ideas y creencias destinado al control y sometimiento de los súbditos. Como consecuencia de aquel movimiento de fondo —que se manifestó, sin ir más lejos, en la persecución de los erasmistas españoles— se fue desvaneciendo, pues, en la Península, el sueño del humanismo, tanto en su vertiente clásica (con la reorientación confesional del legado antiguo) como cristiana (con su desplazamiento hacia la heterodoxia). Lo fundamental, bajo la perspectiva de los nuevos grupos dominantes, a los que inspiraba un decidido pragmatismo político, no era ya ser un verdadero cristiano —mediante la interiorización del mensaje evangélico y la imitación de Cristo—, sino parecerlo cumpliendo con los ritos y la obediencia debida a la Iglesia; no era ya ser un hombre virtuoso, cultivando aquella honra interior que acrecentaba la grandeza y dignidad del hombre, sino parecer honrado en la escena social alegando pureza de sangre y adoptando externamente la forma de vida de los estamentos privilegiados; no era ya ser, en definitiva, un perfecto cortesano, sino parecer un avisado servidor dispuesto a aceptar las mayores vilezas para integrarse, medrar y llegar a ser, quizás algún día, «uno de los buenos». No es difícil concluir, por consiguiente, a la luz de estos breves apuntes, que el Lazarillo de Tormes, en tanto que discurso ideológico, fue dirigido, a mediados del siglo xvi, contra el ideario impuesto en España por las facciones cortesanas más intansigentes, y que, sin duda, dicho discurso fue concebido por un humanista perteneciente a la oposición política, donde se refugiaron quienes no compartían aquel modo de concebir el mundo.

  • 116 Sobre el confesionalismo católico en España, véase Martínez Millán, 2001.
  • 117 Esta hipótesis fue sustentada, en origen, por Castro, 1957.
  • 118 Asensio, 1959, defendió esta posibilidad en un sugerente trabajo que vinculaba al Lazarillo con el (...)
  • 119 A partir de las antiguas teorías de Morel-Fatio, han seguido esta opinión numerosos hispanistas com (...)

43Más difícil resulta, naturalmente, saber con exactitud quién fuera el autor de la obra e incluso discernir desde qué círculo o facción se disparó aquella saeta. No eran pocos quienes, en efecto, hostigados por el grupo de poder encabezado por Francisco de los Cobos y Juan Tavera, primero, y Fernando de Valdés, después, podían compartir una visión tan descarnada de la España que, bajo el dominio de aquellos patronos, se dirigía ya con firmeza, al paso del medio siglo, hacia el confesionalismo católico116. Con certera intuición, la crítica ha barajado a lo largo del tiempo la posibilidad de que hubiera sido un converso117 —truncadas sus vías de ascenso por los estatutos de limpieza de sangre—, un alumbrado118 —perseguido y condenado por la Inquisición— o un erasmista119 —acorralado ante el descrédito de la vía media— el misterioso padre del Lazarillo, pues todos ellos, de algún modo, formaban parte de la oposición política. No obstante, aunque transitamos por arenas movedizas, pues el Lazarillo no es un tratado moral ni una obra doctrinal, sino una novela, un texto de ficción que dificulta en extremo su interpretación, sí parece posible, a la luz de los estudios sobre la Corte, situar a su autor en el panorama político de 1550, una vez constatada la relación que tanto el contenido como la forma del relato guardan con la particular encrucijada vivida entonces por el humanismo cristiano.

  • 120 Como le acontece al “mundano” Lázaro de Tormes, en opinión de Márquez Villanueva, 1968, p. 92.
  • 121 Así lo piensan, con diversos matices, Márquez Villanueva, 1968, p. 136; Ayala, 1971, pp. 94-98; Ric (...)
  • 122 Comparto plenamente en este punto la impresión de Márquez Villanueva, 1968, p. 136, quien calificó (...)
  • 123 El origen medieval de la sátira anticortesana, como parte de la sátira dirigida contra el Mundo por (...)
  • 124 Esta idea fue defendida originalmente por Wardropper, 1961, p. 446; y, más adelante, suscrita por V (...)
  • 125 La sátira anticortesana contenida en la obra de Erasmo fue comentada por Márquez Villanueva, 1968, (...)
  • 126 Sobre el coloquio erasmiano Ementita nobilitas, véase Vilanova, 1989b, pp 257-269.
  • 127 Aunque el anticlericalismo del Lazarillo no parezca específicamente “erasmista” (García de la Conch (...)
  • 128 Véanse las reflexiones de Vilanova, 1989a, p. 182, acerca de la corrupta educación del protagonista

44Recapitulemos. Si el Lazarillo de Tormes, según nuestra interpretación, constituye, antes que nada, una crítica general a la civilización de Corte, genética y genuinamente mundana, propia de la modernidad, en la que el hombre ha sido despojado de su dimensión trascendente —ya no vive para la salvación, sino inclinado al disfrute terreno120—, es lógico postular que el cuestionamiento de todo aquello procediera de un individuo que, espiritual, ideológica y personalmente, se estuviese quedando fuera o hubiese sufrido ya cierto desplazamiento o exclusión en el interior de la sociedad cortesana; un individuo, en fin, como un humanista cristiano121 —pesimista y escéptico dado el tren de los tiempos122— que, con intención moral, hubiese querido censurar los errores y desviaciones del Mundo123 (hecho Corte) a través de una sátira. A partir de una concepción teocéntrica —renovada, ciertamente, pero de raíz medieval124, se habría concebido, por tanto, paradójicamente, el modernísimo Lazarillo de Tormes, cuyo sentido último parece iluminarse al calor del pensamiento erasmiano, donde abunda, junto a la sátira anticlerical, otra de índole anticortesana. Así, en el Enchiridion y el Elogio de la locura, el humanista holandés denuncia los vicios y defectos de la sociedad política de su época125 —adoptando un punto de vista que nos resulta ya familiar— al reflexionar sobre la verdadera nobleza (que reside en la virtud y en las obras, no en la sangre); la vanagloria aparejada al linaje; la ociosidad, adulación y servilismo propios de la vida cortesana; el desprecio del hombre virtuoso en casas nobiliarias y palacios; el vicioso ejercicio del poder llevado a cabo por reyes y señores; el mal ejemplo que éstos representan para sus súbditos y criados; el hipócrita imperio, en sociedad, de las apariencias y honras externas; o el ridículo culto a los ritos, ceremonias y tratamientos guardado en la Corte. Junto a tales planteamientos, en el coloquio Ementita nobilitas Erasmo describe, por vez primera en la literatura europea, la vía picaresca al dibujar, en medio de aquella confusión, el camino que habría de seguir para medrar un plebeyo ambicioso y sin fortuna126. Si a esto —lo principal, entendemos— se añade el consabido anticlericalismo127 o la preocupación manifestada por Erasmo hacia la recta educación de los jóvenes128 —ya sobradamente estudiados por la crítica—, tendremos sobre la mesa el humus ideológico del que, sin duda, bebió el autor anónimo del Lazarillo mediado el Quinientos.

  • 129 La necesidad de abrir nuevos espacios de libertad para canalizar tanto el pensamiento crítico como (...)
  • 130 El hecho de que la novela no defienda abiertamente, al modo de un texto doctrinal, una cierta moral (...)

45Pero sólo eso, el humus, el sustrato, la materia prima, porque el Lazarillo de Tormes no era en sí mismo un panfleto erasmista, ni podía serlo abiertamente —bien mirado— tras los sucesos acaecidos en España desde la década de 1530. No, para quien se sintiese simpatizante, afín o heredero de aquella corriente de pensamiento era preciso, a la altura del medio siglo, ir más allá, superar las formulaciones de Alfonso de Valdés o el propio Erasmo e internarse por veredas no transitadas hasta la fecha con el fin no sólo de preservar la existencia y difusión de aquellas ideas —latentes, subrepticiamente, en la ficción— sino también de abrir un nuevo espacio de libertad, en el plano formal, por donde las mismas (u otras) pudiesen circular en adelante a resguardo del ojo que miraba, censuraba y condenaba proposiciones desviadas129. Por ese camino, el autor del Lazarillo, entre la autobiografía y la epístola, dio con la fórmula de la novela moderna, donde los personajes viven y cambian en el tiempo, donde su complejidad se manifiesta en multitud de planos, donde la realidad es equívoca, confusa y ambigua, y donde el lector (sin guía) ha de enfrentarse al texto juzgando —como individuo— desde su particular punto de vista130… ¿No era esto revolucionario?, ¿no era éste, en tanto que postulado antidogmático, el mayor atentado que podía cometerse contra la homogeneización ideológica promovida por la Monarquía?, ¿no constituyó la novela, en años venideros, un excelente cauce para canalizar el pensamiento crítico en la Europa del confesionalismo?, ¿cómo no considerar, pues, al Lazarillo, como un sutilísimo artefacto dirigido temática y formalmente contra la visión del mundo encarnada por los sectores más intransigentes?

  • 131 A este respecto, suscribo plenamente lo expuesto por Rico, 1987, pp. 13*-29*, quien da sobrados arg (...)
  • 132 Con agudeza, Brenes, 1986 y 1992, descubrió en el Lazarillo de Tormes lo que parece ser un código c (...)
  • 133 Aquel contexto cortesano ha quedado descrito en Martínez Millán, 1998, pp. 31-55. En particular, so (...)
  • 134 La trayectoria editorial del Lazarillo en relación con su condena y posterior expurgación inquisito (...)
  • 135 Tras la desastrosa campaña militar en Provenza (1536), Carlos V, agotado económicamente, hubo de fi (...)
  • 136 El período 1551-1553, en que situamos la fecha de escritura del Lazarillo de Tormes, coincidió con (...)
  • 137 Márquez Villanueva, 1968, pp. 91-92, situó al Lazarillo de Tormes como punto culminante de una fecu (...)

46De vuelta, en fin, a la escena de la Corte, hacia los años centrales de la centuria, cuando muy probablemente fue compuesta la obra131, se hace posible deducir ya, a la luz del conflicto latente entre las distintas facciones en litigio, la filiación cortesana de nuestro misterioso escritor132. Sería, según nuestra hipótesis, un maduro humanista cristiano que, tras haber padecido el acoso de los grupos de poder más intransigentes en décadas anteriores, habría encontrado acomodo, mediada la centuria, entre los sectores de oposición, esto es, en las proximidades del príncipe Felipe y el círculo cortesano portugués133, donde se abanderaba por entonces un proyecto político de inspiración humanista decidido a desplazar en la Corte española, una vez consumada la sucesión al trono, a la red clientelar —hegemónica hasta aquellas fechas— encabezada, tras la muerte de Cobos (1547), por el inquisidor general Fernando de Valdés, quien, pocos años después, incluiría en su Catálogo de libros prohibidos (1559) al mismo Lazarillo134. Desde aquella atalaya, ya sí, resulta plenamente coherente tanto la sátira anticortesana como la irónica referencia al «victorioso Emperador» —ni victorioso en Niza (1538)135, ni victorioso en Innsbruck (1551-1552)136—, señalado en la data, inequívocamente, como máximo responsable de que aquélla y no otra —más justa, más auténtica, más caritativa y más humana— fuese la sociedad cortesana erigida a sus pies. En conclusión, por tanto, el Lazarillo de Tormes se perfila, bajo estas coordenadas, como un texto polémico, conflictivo y mordaz —como literatura de oposición137, en otras palabras— que, desde la disidencia política, fue proyectado a la España de su tiempo, a las puertas del proceso confesional, para poner en entredicho, a través de una sátira, un modelo de civilización, el cortesano, que, sin Dios ni moral, a pesar de su grandilocuente escenografía, condenaba inexorablemente al individuo, a ese hombre nuevo ensoñado por el humanismo —medida de todas las cosas— que, por esos derroteros, muy pronto sería, quebrado en su interior y llegada la hora del desengaño, un lobo para el hombre.

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Notas

1 Lazarillo de Tormes, p. 135. Desde este punto, cito por la edición de Francisco Rico.

2 Es más, como prolongación natural de aquel proceso de integración y ascenso en la sociedad cortesana, el autor de la Segunda parte convierte a Lázaro, una vez transformado en atún, en mayordomo de la Casa del rey de los atunes, oficio donde pone en práctica las enseñanzas del escudero de la primera parte, tal y como describen Piñero Ramírez, 1990, y Núñez Rivera, 2003, p. 351 y ss.

3 Segunda parte de Lazarillo de Tormes, p. 23. Sigo en adelante la edición de Florencio Sevilla.

4 Los principios que inspiran los estudios sobre la Corte quedan descritos en Martínez Millán, 2006.

5 Véanse, al respecto, las explicaciones de Álvarez-Ossorio, 1998, p. 299 y ss.

6 Álvarez-Ossorio, 2001, p. 45 y ss.; y Martínez Millán, 2009, p. 686, describieron los caminos de acceso a la nobleza y el honor abiertos en la sociedad cortesana por el patronazgo regio.

7 Sobre el sistema de la gracia en la Monarquía hispana, consúltese el trabajo de Álvarez-Ossorio, 2006.

8 Los fundamentos de la mentalidad tradicionalista y la identidad “cristianovieja” fueron aclarados y deslindados por Martínez Millán, 2007, p. 50 y ss.

9 Esta segunda línea de pensamiento, que acabó siendo desplazada y condenada desde la cúspide del poder político conforme avanzaba el siglo xvi, dio aliento a las distintas facciones que, desde finales de la centuria anterior, abogaron en la Corte española por la práctica de un humanismo político y cultural. Entre ellos se contaron los servidores afines a Isabel la Católica, los erasmistas del séquito de Carlos V y, más adelante, los miembros del partido de Éboli, tal y como se detalla en Martínez Millán, 1998.

10 Como explica Álvarez-Ossorio, 1998, p. 289, n. 2, la sociedad política («aquellos grupos organizados capaces de influir regularmente en la toma de decisiones que les afectan») del Antiguo Régimen, estaba conformada, con ciertas variaciones según los territorios de la Monarquía, por «los rangos medianos-superiores y más operativos de la nobleza, el alto y medio clero y los grupos de plebeyos cuyo trabajo les permitía una cierta acumulación de capital y el acceso a la esfera del honor».

11 Las relaciones de servicio establecidas en el Antiguo Régimen quedaron descritas en Maravall, 1990.

12 Reproduzco en estos párrafos las observaciones de Álvarez-Ossorio, 1998, p. 301 y ss.

13 Sobre la aspiración personal de medro, véase el capítulo de Maravall, 1986, pp. 350-408.

14 La configuración del llamado discurso cortesano y el florecimiento de la literatura áulica en las distintas tradiciones europeas recibió tratamiento en el estudio clásico de Quondam, 1980.

15 Sobre la formación humanística del moderno gentiluomo, véase Quondam, 2006.

16 Como producto derivado de la institutio humanística destinada a la educación de la joven aristocracia europea, el arte de la cortesanía tuvo como objeto la formación integral del individuo para la vida en Corte. Saber leer, escribir, conversar, gesticular, danzar o montar a caballo fueron sólo algunas de las destrezas que conformaron la nueva forma de vida descrita y definida por aquel arte, del que se ocupó una copiosa literatura que tuvo desde un principio su referente universal en El cortesano de Castiglione. Con la expansión del modelo áulico al conjunto de la sociedad política, la cortesanía, las buenas maneras, se impusieron también en su seno, fuera de palacio, de tal modo que el ingreso en dicho entorno de sociabilización privilegiada llevó aparejado el aprendizaje —las más veces, como en el caso de Lázaro, a través de la observación y la emulación— de unas habilidades prácticas imprescindibles para moverse con gracia y desenvoltura en el proceloso laberinto de la Corte (y de la sociedad cortesana). Fruto de esta necesidad pedagógica, pronto surgieron, en lengua vulgar, libros de institutio especializados en la modelización de ciertas figuras (el secretario, el capitán, la viuda) o circunscritos a determinados temas (como los manuales de escribir cartas mensajeras), que, junto a los libros de avisos y la literatura anticortesana, conformaron el llamado discurso cortesano, mal estudiado todavía en la tradición española.

17 Esta es una de las principales ideas defendidas por Elías, 1987, p. 229 y ss.

18 Véanse al respecto las reflexiones de Elías, 1993, p. 314 y ss.

19 Sobre el particular, son esclarecedores los comentarios de Guillén, 1988, pp. 93-97.

20 Según Rico, 1988b, pp. 57-58, el pregonero actuaría como aquellos autores que componían epístolas privadas haciendo un uso literario de la lengua y considerando su posible difusión pública.

21 Adviértanse los dislates acumulados en «un exordio escrito con una técnica cercana a la de algunas sátiras de Horacio o Juvenal, en donde la voz, pese a su buena intención, dice involuntariamente una cosa por otra, se contradice y se trabuca, rompe la lógica del discurso o trangrede, por torpeza, las convenciones retóricas y literarias al uso» (Madrigal, 2001, p. 404).

22 Lázaro adopta así la actitud propia de un historiador —no de un fabulador— que escribe para que los hechos no caigan en el olvido y sirvan de ejemplo a la posteridad (Ramajo Caño, 2001, pp. 354-355).

23 El sentido de estas líneas prolonga el carácter paródico del “heroico” título (Ayala, 1971, pp. 22-24).

24 Véase Rico, 1988b, p. 58.

25 En la sociedad cortesana, el honor no era un valor restringido al ámbito de la consideración social, sino que se relacionaba, al mismo tiempo, con la idea de utilidad y provecho (Mozzarelli, 1980).

26 La puesta en escena de los atributos personales, como elemento clave del arte de la cortesanía, fue magistralmente explicada por Quondam, 1987, pp. xix-xx.

27 Este aspecto fue ya resaltado por Gilman, 1966, pp. 150-151.

28 El deseo de honra y alabanza es lo que explica, internamente, la difusión pública de la carta y la irrupción de Lázaro como autor literario, tal y como señaló Rico, 1988b, pp. 58-59.

29 El «grosero estilo» de Lázaro ha sido considerado por Joset, 1998, como propio de un hombre humilde, cuya existencia literaria no era concebible fuera del registro cómico y el estilo burlesco.

30 Así lo hizo Ife, 1992, p. 47, quien habló de un primer prólogo dirigido por el autor real a los lectores, y un segundo —ya dentro de la ficción— enunciado por Lázaro de Tormes para Vuestra Merced.

31 Sobre el particular, véanse los argumentos de Navarro Durán, 2003, pp. 14-24.

32 Como un «acto de obediencia» lo calificó en su día Guillén, 1957, p. 268.

33 Sobre el caso existen dos corrientes interpretativas fundamentales, la primera, encabezada por Rico, 1988a, pp. 13-16; 1988c, pp. 76-77; y 2000, pp. 22-26, y Lázaro Carreter, 1972b, p. 85, considera que el caso del prólogo coincide con el del tratado VII, de manera que no sería otra cosa que el famoso ménage à trois; la segunda, por el contrario, surgida a partir de los comentarios de Sobejano, 1975, pp. 30-32, rechaza tal identificación y prefiere, con García de la Concha, 1981, p. 80 y ss., a la cabeza, vincular el caso con algún aspecto general concerniente a la propia vida de Lázaro de Tormes, como, por ejemplo, «el proceso de sus cambios de fortuna» (Sobejano, 1975, p. 31), el status fortunae meae (Carrasco, 1987), el modo en que alcanzó la cumbre de toda buena fortuna (Ynduráin, 1992, p. 479) o su llamativa y equivocada concepción de la honra (Rey Hazas, 2001, pp. 281-282).

34 Para Ynduráin, 1992, pp. 478-479, Lázaro procede como un historiador que cuenta ordenadamente, es decir, por y desde el principio, acontecimientos verdaderos sucedidos en realidad.

35 Así lo cree Rico, 1988c, p. 81.

36 Ynduráin, 1992, p. 479: «Para mí, lo que Vuesa Merced pregunta a Lázaro es cómo ha llegado a la cumbre de toda buena fortuna».

37 Como exige Rico, 1988c, p. 76.

38 Al contrario opinan quienes, como Cabo, 1995, explican la estrategia retórica de Lázaro como una insinuatio, en la que, para protegerse, el narrador se ocuparía principalmente de un asunto (su ascenso social) por el que no ha sido preguntado, para venir al caso sólo al final, muy brevemente y de soslayo.

39 La tradición epistolar en la España del siglo xvi ha sido descrita, en sus líneas maestras, por García de la Concha, 1981, pp. 47-70; Rico, 1987, pp. 66*-77*; e Ynduráin, 1988.

40 Al respecto, véase Lázaro Carreter, 1972a, pp. 41-46.

41 Véanse las observaciones de Rico en Lazarillo de Tormes, 1987, p. 10, n. 22.

42 El género epistolar, por tanto, participó del movimiento general que llevó al clasicismo a erigirse en tipología cultural dominante durante el Antiguo Régimen, tal y como explica Quondam, 2005.

43 Como los de Juan de Yciar (1547), Gaspar de Texeda (1547 y 1549) o Antonio de Torquemada, en el seno de su Manual de escribientes (1552). Sobre los mismos, véanse los comentarios de García de la Concha, 1981, pp. 63-69; e Ynduráin, 1988, pp. 61-67.

44 Empleando como apoyo la retórica clásica, se han vertido muy diversas opiniones acerca de la modalidad epistolar a la que se adscribe el Lazarillo de Tormes. Quienes, como Rico y Lázaro Carreter, consideran que el caso del prólogo coincide con el del tratado VII, entienden que la carta tendría una intención esencialmente expurgativa —caería, en cierto modo, dentro del genus iudiciale— (Rico, 1988c, p. 82), pues estaría escrita como defensa para justificar el ménage à trois, Por el contrario, aquéllos que, como García de la Concha, 1981, p. 84 y ss., no aceptan tal identificación, tienden a considerar el asunto de la epístola como de genere humili, puesto que se trataría de un caso insignificante —la biografía de un pregonero— con matices plebeyos y vulgares.

45 Comparto, en este sentido, las explicaciones de García de la Concha, 1981, pp. 67-70, quien certeramente situó la carta de Lázaro en el ámbito de la cortesanía.

46 El hecho de que Lázaro penetre, al final del relato, en la sociedad cortesana resulta fundamental para apuntalar la ilusión realista —descrita por Lázaro Carreter, 1972a, pp. 50-57; y Rico, 1987, pp. 73*-77*— destinada a hacer pasar la carta por verdadera creación del pregonero.

47 Sintetizo en las líneas que siguen las explicaciones contenidas en García de la Concha, 1981, pp. 71-79.

48 Muy plausibles, a este respecto, nos parecen los argumentos de Navarro Durán, 2003, pp. 28-31, quien, además de recordar el uso del pronombre «ella» en referencia a Vuestra Merced y subrayar las disculpas introducidas por Lázaro al relatar las indecorosas hablillas que corrían sobre su mujer (acusada de haber parido tres veces), da cuenta de la aparición, en el manuscrito B del Buscón, de un destinatario femenino (“Señora”), escogido, casi con seguridad, por emulación del Lazarillo. Este hecho reforzaría la hipótesis que mantenemos, al alejar la epístola del campo judicial y situarla en el ámbito general de la cortesanía.

49 La doble perspectiva que rige el discurso de Lázaro fue descrita por Rey Hazas, 2001, pp. 283-284.

50 Esta ironía primaria, proyectada por Lázaro sobre la materia narrada, además de desvirtuar el sistema de valores encarnado por sus distintos amos (la caridad del clérigo de Maqueda, la honra del escudero) y de crear interesada ambigüedad mediante dobles sentidos («[mi padre] padesció persecución por justicia»), sirve para difuminar una realidad demasiado descarnada (esas «otras cosillas» que calla Lázaro) para ser mostrada abiertamente al respetable Vuestra Merced. Al respecto, véanse García de la Concha, 1981, pp. 218-229; Maravall, 1986, pp. 631-638; y Bueno, 2003, pp. 290-291.

51 En términos reveladores expresó esta idea García de la Concha, 1981, p. 242: «A contrapunto de otra moda, denunciada, como se recordará, por Erasmo en su coloquio “Ementita nobilitas” —la de fingir cartas en demanda de noticias de la propia vida, a fin de conseguir honra—, un anónimo humanista español introduce a su criatura, el pobre Lázaro González Pérez, en el mundo de la cortesanía, convirtiéndole para ello en el donoso, facecioso, hablador, el cortesano Lázaro de Tormes que presenta y recita su carta autobiográfica en demanda de honra». En la misma línea, Ynduráin, 1988, p. 56, puso de manifiesto el vano cultivo de las cartas mensajeras por parte de quienes trataban de mostrarse, sin serlo, como buenos cortesanos.

52 Sobre la significación del nombre y oficio de los padres de Lázaro, véase Redondo, 1987, p. 83 y ss.

53 Así lo interpretó con acierto Wardropper, 1961, p. 442.

54 Aquel hogar representa para Lázaro un espacio de amparo y protección frente a la frialdad de su aceña natal y la hostilidad de las fuerzas externas, en palabras de Casanova, 1980, pp. 518-521.

55 Sobre el peso en la educación de Lázaro del sistema de valores y los modelos de conducta aprendidos de sus progenitores, véanse los comentarios de Maravall, 1986, pp. 440-449.

56 Lázaro Carreter, 1972b, pp. 89-97; y Rico, 2000, pp. 31-33, describieron las simetrías que vinculan el tratado I con el Lázaro triunfante del tratado VII.

57 La ciudad constituyó el ecosistema “natural” del pícaro: un espacio amplio, rico y civilizado donde sus habitantes se desconocían entre sí y era, por tanto, posible suplantar, desde el anonimato, la identidad de los privilegiados con el fin de integrarse y medrar. Al respecto, véase Maravall, 1986, pp. 698-753.

58 Dicho proceso ha quedado descrito en Maravall, 1986, pp. 245-293, quien explica la pérdida de los lazos familiares, geográficos, religiosos y socio-políticos padecida por el pícaro.

59 La relación entre los avisos del ciego y la tratadística —en particular, los manuales de comportamiento destinados a los “hombres nuevos”— fue ya apuntada por García de la Concha, 1981, pp. 194-196.

60 La obra de fray Antonio de Guevara —en especial, la de temática áulica— resulta esencial para el conocimiento del contexto referencial del Lazarillo, tal y como intuyó Ruffinatto, 2000, pp. 375-376; y ha demostrado después Rodríguez Mansilla, 2006, pp. 119-123.

61 Este ideal antropológico surgió como consecuencia de las decisivas alteraciones sufridas en su código genético por el arte de la cortesanía conforme avanzaba el siglo xvi: si en el modelo humanístico de Castiglione la perfección ética y estética del individuo representaba el único medio aceptable para alcanzar el favor del poderoso dentro del sistema de la gracia, en la corriente que arranca de Guevara y culmina en Gracián —a la que nos remitimos para entender a Lázaro— se observa, por el contrario, el predominio de lo útil frente a lo honesto, de manera que la literatura áulica inspirada en tales principios, antes que cincelar la figura del perfecto cortesano, trata de transmitir, como las enseñanzas del ciego, un elenco de avisos y consejos prácticos destinados a la supervivencia y el triunfo del discreto en la escena social mediante la tecnificación de su conducta.

62 Así lo reconoce Maravall, 1986, p. 440.

63 Véase al respecto, Torres Corominas, 2010, pp. 1219-1220.

64 Ya García de la Concha, 1981, pp. 242-243, advirtió que, desde un punto de vista retórico, el modo de hablar del ciego concordaba con el propuesto por Castiglione para su cortesano. Acerca de esta decisiva expansión de la cultura áulica a todos los estamentos sociales, véase Maravall, 1986, p. 624.

65 La dinámica de asedio al espacio vedado del fardel fue explicada por Casanova, 1980, p. 522.

66 Al respecto, véase Maravall, 1986, p. 475.

67 Así lo han calificado, entre otros, Ayala, 1971, pp. 42-43; y Ruffinatto, 2000, pp. 328-333, quien destaca las reminiscencias judaicas tanto del avaro personaje como de su “sagrada” arca.

68 Sobre la simbólica expulsión de Lázaro, véanse los comentarios de Casanova, 1980, pp. 526-527.

69 Con ella, García de la Concha, 1972, pp. 251-252, define a ese Dios instrumentalizado y utilitario que colabora con Lázaro, por ejemplo, en la venganza perpetrada contra el ciego o en la profanación del arca.

70 Baste recordar las palabras con que Andrea Navagero describió la ciudad en los años 1525-1526: «los amos de Toledo y de las mugeres precipue son los clérigos, que tienen hermosas casas y gastan y triunfan, dándose la mejor vida del mundo sin que nadie les reprenda» (García de la Concha, 1981, p. 27).

71 Así lo reconoce Ynduráin, 1975, pp. 508-509.

72 Lázaro llega por fin al espacio propicio para la vida picaresca, un espacio urbano y cortesano, como muy claramente lo describe Maravall, 1986, p. 717: «el pícaro es un personaje de ciudad, más aún de capital y más de Corte. No será su lugar de origen, pero sí su centro de atracción […] Se ha dicho que Lázaro nunca estuvo en la Corte, no se acogió a ella. En principio esto no desmiente mi tesis sobre el ecosistema urbano del pícaro, porque para ello basta con moverse atraído por la gran ciudad, como en aquel momento lo era Toledo, que no había iniciado su declive demográfico. Lázaro no estuvo, ciertamente, en Madrid, pero en las fechas de su composición no era capital ni sede de la Corte, que en tiempos del Emperador es itinerante. Es más, si hay alguna ciudad que pueda aproximarse a lo que en otras partes era una corte real, podía ser precisamente Toledo».

73 El escudero del Lazarillo ha sido juzgado desde muy distintos puntos de vista: Lázaro Carreter, 1972b, pp. 140-141, destacó su carácter pintoresco e incipientemente folklórico; Redondo, 1979, p. 435, su semejanza con el pobre escudero de la realidad; Casanova, 1980, p. 534, su naturaleza fantasmal; Maravall, 1986, pp. 429, 565 y 567, su verdadera condición de pícaro; Vilanova, 1989b, pp. 246-247, su dependencia con respecto a la sátira anticortesana de raíz erasmiana; y, finalmente, Rodríguez Mansilla, 2006, p. 123, lo consideró una ridiculización de los modos cortesanos.

74 Sobre el sentido eminentemente desenmascarador que manifiestan los apartes del tratado III con respecto a la honra externa y a la forma de vida cortesana, véase Bueno, 2003, pp. 291-293.

75 Como contraste entre la moral mundana (del escudero) y la moral divina calificó Wardropper, 1961, p. 445, la exclamación de Lázaro, tras cuyas palabras se intuye la sensibilidad religiosa del autor (Ayala, 1971, pp. 91-92).

76 Su inverosimilitud, dado el grado de madurez de Lázaro, fue reseñada por Lázaro Carreter, 1972b, pp. 151-152; y Ayala, 1971, pp. 62-65, entre otros.

77 Véanse las explicaciones de Ynduráin, 1975, pp. 510-512.

78 La difícil encrucijada vivida por los escuderos tras el ocaso de la caballería fue descrita por Redondo, 1979, pp. 422-423, quien recuerda la presión a la que, en sus aldeas, estuvieron sometidos (pp. 425-427).

79 Véase Torres Corominas, 2010, pp. 1223-1226, donde queda de manifiesto la rectitud moral que alienta al perfecto cortesano de Castiglione, «maestro de virtud» para su príncipe o señor. Acerca de las enseñanzas del escudero, véase también Torres Corominas, 2014.

80 Lázaro representa así la víctima “purificada” de su tercer amo (Ynduráin, 1975, pp. 513-515).

81 A partir de este punto, Lázaro se convertirá definitivamente en un individuo insolidario, pragmático y prudente, conforme a la descripción que Maravall, 1986, p. 315, ofrece del arquetipo: «La soledad del pícaro es un estado de ruptura de solidaridad, de lazos altruistas con los demás, con los cuales, no obstante, se sigue coexistiendo o, quizá mejor, coestando, pero transformando a los acompañantes en instrumentos para los móviles de la conducta picaresca. […] Es una situación social en la que el individuo opera inspirado por el principio fundamental de la sociedad barroca: la prudencia».

82 Las connotaciones psicológicas del cambio de ritmo fueron señaladas por Guillén, 1957, pp. 275-278.

83 Como afirma García de la Concha, 1981, pp. 205-206, con la experiencia del buldero culmina el proceso de “avivamiento” de la visión de Lázaro, a quien, en adelante, ya no confundirán las apariencias.

84 Dicha hipótesis sostiene Molho, 1985, pp. 77-78.

85 Véase García de la Concha, 1981, p. 107.

86 Sobre la significación de la vestimenta y la espada de Lázaro, véanse Márquez Villanueva, 1968, pp. 93-94; y Maravall, 1986, p. 555.

87 Como tal fue considerado el oficio por Bataillon, 1968, p. 67 y n. 57, quien apoyó su opinión en numerosos testimonios de época. No obstante, sus afirmaciones quedaron matizadas por García de la Concha, quien, ya en 1972, p. 273, dudaba al respecto: «Y, sin embargo, los datos objetivos quizás nos engañen. No se puede perder de vista la creencia común de que cualquier oficio real bastaba para dar honra». Años más tarde, en 1981, pp. 114-115, confirmaría que «el cargo era fuente de buenos ingresos», y explicaría que, para acceder al mismo, conforme señalaban las Ordenanzas municipales, era necesario que los aspirantes fuesen «hombres buenos y de buena vida y fama y no viles personas ni mal infamados; hábiles y pertenecientes para usar del dicho oficio, que tengan voces altas y claras y elegibles a vista y examinación de los mayores». Si a esto se añade que los pregoneros eran recibidos por el justicia y los regidores de cada ciudad, se entiende bien que Lázaro, para su ascenso, haya necesitado vestirse como «hombre de bien» y ser patrocinado por «amigos y señores», o que, más adelante, defienda públicamente, con inusitada agresividad —le iba el empleo en ello—, la honra y buena fama de su esposa.

88 Al respecto, véanse los comentarios de García de la Concha, 1981, p. 150.

89 Si se considera que la Corte del Antiguo Régimen, en tanto que sistema político, estaba configurada, más allá del lugar donde se hallase el rey (curia), por un grupo de personas (cohors) que, unidas a través de redes clientelares y distribuidas sobre el territorio, servían a la Corona y representaban, junto a sus instituciones, el cuerpo de la Monarquía, entonces no cabe duda de que Lázaro de Tormes, tras obtener un oficio real con la ayuda de «amigos y señores», pasa a ser, en toda regla, un cortesano, aun ocupando el último escalón dentro del sistema de la gracia. Todos estos oficiales, en fin, debido a su carácter representativo, debían estar versados en el arte de la cortesanía, que les permitía desenvolverse con gracia, naturalidad, dignidad y decoro en los círculos de sociabilización privilegiada.

90 Aquella casilla, que se levanta apoyada en la del arcipreste, protector de la pareja, encarna para Lázaro valores de amparo y protección frente al mundo exterior (Casanova, 1980, pp. 536-539).

91 Como explicó Wardropper, 1961, la degradación moral de Lázaro, consistente en confundir lo bueno con lo provechoso, conducirá al protagonista a sacrificarlo todo por sobrevivir y medrar, hasta adoptar, en última instancia, una actitud hipócrita ante la vida semejante a la de sus distintos amos.

92 En este punto, coincido plenamente con la interpretación ofrecida por Carrasco, 1993.

93 Alcanzar el nivel de la honra, aparejado a la riqueza, a una cómoda forma de vida y a cierto prestigio social, era el objetivo último del pícaro (Maravall, 1986, p. 420), de ahí que Lázaro defienda con tanto ahínco la honradez de su esposa y, con ella, el terreno conquistado gracias a su ingenio e industria.

94 Maravall estudió la casa como símbolo de medro en la novela picaresca (1984, p. 322) y, en general, de status en el Renacimiento (1986, pp. 575-579).

95 Según nuestra lectura, Lázaro dejaría la pluma en este punto —a pesar de que el tiempo de la enunciación se sitúa en un momento posterior, como apuntara en su día Ayala, 1971, pp. 80-81, y explicase después Carrasco, 1991— por ceñirse estrictamente a la pregunta de Vuestra Merced (¿cómo ha llegado a la cumbre de toda buena fortuna?), para quien, desde luego, resultaría impertinente el relato de acontecimientos posteriores una vez aclarado el caso de ascenso social.

96 Véase García de la Concha, 1981, p. 83.

97 Al respecto, véase Lázaro Carreter, 1972b, pp. 65-67; García de la Concha, 1981, pp. 192-193; y Rico, 2000, pp. 30-37.

98 A través de los “apartes”, Lázaro desvela su interioridad a lo largo de la novela, bien para dar cuenta de las enseñanzas aprendidas con cada experiencia, bien para desenmascarar a los hipócritas con quienes se topa (Bueno, 2003, pp. 287-294). Llegado el tratado VI, sin embargo, los apartes cesan y el silencio, hacia el que ya apuntaba el tratado IV, se hace absolutamente predominante: ya no es tiempo de desvelar la realidad oculta tras la farsa de sus distintos amos, ni tampoco de adquirir nuevos conocimientos, sino de enmascarar su personaje (y su discurso) camino de la “cumbre” (Bueno, 2003, pp. 293-295).

99 Maravall, 1986, p. 360 y ss., describió el proceso de usurpación protagonizado por el pícaro cuando, bloqueadas sus aspiraciones de medro, ha de tomar caminos desviados (basados en el engaño y el fraude) para alcanzar la forma de vida cortesano-aristocrática propia de los privilegiados.

100 En términos muy semejantes lo expresó Maravall, 1986, pp. 474-475.

101 Sobre la ostentosa exhibición por parte de Lázaro, como primer pícaro, de la forma de vida que trata de emular (vestido, espada, oficio, casa, riqueza y honra), véase Maravall, 1986, pp. 530-541.

102 Frente a Truman, 1969, p. 65, que consideraba a Lázaro como una parodia del homo novas, otros autores, como García de la Concha, 1981, p. 152, han juzgado con acierto que la obra no participa propiamente —Lázaro no es, en rigor, un “hombre nuevo”— en la polémica sobre la nobleza.

103 El discurso enunciado por Lázaro de Tormes imita el discurso cortesano de un homo novus, mas, sobre el mismo, el pícaro realiza una sistemática inversión de valores (lo bueno es lo provechoso, la virtud es la industria, etc.) destinada a camuflar y justificar su conducta (Maravall, 1986, pp. 372-375 y 428-429). De ahí que, para demostrar su tesis, la voz del pregonero se torne falaz: «Lázaro-narrador debe utilizar el reverso de los signos y explotar oportunamente los mecanismos de la ficción narrativa haciendo creer que la luz procede de la ceguera, la caridad cristiana de la avaricia, la honra del deshonor, la capacidad del engaño, y la felicidad, finalmente, de la aceptación de los cuernos» (Ruffinatto, 2000, p. 337).

104 Esta lectura “crítica” de la epístola, aunque inducida y privilegiada por la perspectiva de Vuestra Merced (desde la que contempla también el lector como receptor secundario de la carta), no viene impuesta en el texto —claro síntoma de su modernidad— de manera dogmática o doctrinal, sino que, antes al contrario, la fórmula empleada permite a cada lector contrastar su propio punto de vista con el de Lázaro, para, desde el mismo, aprobar o refutar su tesis. De ahí la consabida ambigüedad y polisemia de la obra —recalcada, entre otros, por García de la Concha, 1981, pp. 206-212; Rico, 2000, pp. 47-59; Ruffinatto, 2000, pp. 336-339; o Rey Hazas, 2001, pp. 298-300— que no impide, en cualquier caso, a pesar de la complejidad y sutileza del artificio, interpretar el sentido del Lazarillo a la luz de la historia.

105 A través de esta segunda clase de ironía, el autor busca la connivencia del lector, a quien supone la capacidad de descubrir el juego literario (el carácter falsario y paródico de Lázaro) y la verdad última que se esconde tras el discurso triunfante del pregonero (García de la Concha, 1981, p. 216).

106 En el marco de una sociedad en transición que favorecía las aspiraciones individuales de medro, Maravall, 1986, p. 365, describió al pícaro como «contrafigura, versión en un espejo deformador, esperpéntico, del individuo que el Renacimiento exalta».

107 Los elementos paródicos desplegados en el Lazarillo de Tormes fueron estudiados detalladamente por Ruffinatto, 2000, pp. 316-339.

108 Los atributos originales del perfecto cortesano a partir de los que se realiza la deformación paródica en el Lazarillo se concentran en el libro I de El cortesano. Véase Torres Corominas, 2010, pp. 1209-1217.

109 Aquellas habilidades prácticas que habían de desplegarse en la escena de la Corte fueron descritas en el libro II de El cortesano. Han sido estudiadas en Torres Corominas, 2010, pp. 1217-1220

110 Véanse las observaciones de Maravall, 1986, pp. 371-372; 477-487 y 623-630.

111 Sobre la perspectiva de lectura y sus connotaciones morales, véase Ayala, 1971, pp. 31-35.

112 Como certeramente apunta Vilanova, 1989a, p. 220: «es evidente que la intención primordial en que se inspira [el autor anónimo] es la de mostrar a qué precio consiguen evadirse de su humilde estado y escalar puestos más altos quienes, al no haber sido educados en el culto de la piedad y la virtud, se han visto forzados por la imperiosa necesidad de subsistir, a buscar sólo la ganancia y el provecho»

113 Sobre la deshonra e hipocresía de los otros, véanse los comentarios de Maravall, 1986, p. 603.

114 Ya Gilman, 1966, p. 151, consideró al Lazarillo como una sátira; pero fue Parr, 1979, p. 378, quien identificó con lucidez el objeto de aquel incisivo discurso: «En el Lazarillo no puede ser sino la política imperialista del emperador, la que ha contribuido a la creación de una sociedad de valores invertidos».

115 Con acierto, Piñero Ramírez, 1990, pp. 599-601, situó al Lazarillo en la línea del humanismo crítico que tan profusamente cultivara el tópico del menosprecio de Corte. Recientemente, Rodríguez Mansilla, 2006, pp. 118-119, ha reafirmado el sesgo anticortesano de la obra, oculto por su ruidoso anticlericalismo.

116 Sobre el confesionalismo católico en España, véase Martínez Millán, 2001.

117 Esta hipótesis fue sustentada, en origen, por Castro, 1957.

118 Asensio, 1959, defendió esta posibilidad en un sugerente trabajo que vinculaba al Lazarillo con el círculo de alumbrados de Escalona, del que formó parte Juan de Valdés a mediados de la década de 1520.

119 A partir de las antiguas teorías de Morel-Fatio, han seguido esta opinión numerosos hispanistas como Márquez Villanueva, 1968; Ricapito, 1976; o Vilanova, 1989.

120 Como le acontece al “mundano” Lázaro de Tormes, en opinión de Márquez Villanueva, 1968, p. 92.

121 Así lo piensan, con diversos matices, Márquez Villanueva, 1968, p. 136; Ayala, 1971, pp. 94-98; Ricapito, 1976; Redondo, 1987, pp. 109-110; Vilanova, 1989; o Navarro Durán, 2003.

122 Comparto plenamente en este punto la impresión de Márquez Villanueva, 1968, p. 136, quien calificó la actitud espiritual que alienta el Lazarillo como propia de un «cristianismo desesperanzado».

123 El origen medieval de la sátira anticortesana, como parte de la sátira dirigida contra el Mundo por los moralistas cristianos, fue recordado por Ayala, 1971, pp. 88-89, quien, sin embargo, atribuye el desprecio por la forma de vida cortesana a una mentalidad “moderna”, defensora del esfuerzo y mérito personales.

124 Esta idea fue defendida originalmente por Wardropper, 1961, p. 446; y, más adelante, suscrita por Vilanova, 1989b, p. 255.

125 La sátira anticortesana contenida en la obra de Erasmo fue comentada por Márquez Villanueva, 1968, pp. 84-87; y Vilanova, 1989b, pp. 238-248.

126 Sobre el coloquio erasmiano Ementita nobilitas, véase Vilanova, 1989b, pp 257-269.

127 Aunque el anticlericalismo del Lazarillo no parezca específicamente “erasmista” (García de la Concha, 1972), no cabe duda de que, en líneas generales, sintonizaba con la perspectiva crítica desde la que Erasmo y sus seguidores contemplaban la corrupción de la Iglesia, de modo que no es ilícito emplearlo, a modo de indicio complementario, a la hora de deslindar la “familia ideológica” de procedencia.

128 Véanse las reflexiones de Vilanova, 1989a, p. 182, acerca de la corrupta educación del protagonista.

129 La necesidad de abrir nuevos espacios de libertad para canalizar tanto el pensamiento crítico como el sentimiento de hastío frente a la civilización de Corte, ha sido estudiada en Torres Corominas, 2013.

130 El hecho de que la novela no defienda abiertamente, al modo de un texto doctrinal, una cierta moral o visión del mundo, y que, antes al contrario, obligue al lector a contrastar su particular punto de vista con el de Lázaro —como ya se dijo— desacredita formalmente, por medio de la ambigüedad y la polisemia, la imposición de una verdad absoluta sobre la materia narrativa, que por esta vía adquiere entidad propiamente “novelesca”.

131 A este respecto, suscribo plenamente lo expuesto por Rico, 1987, pp. 13*-29*, quien da sobrados argumentos para postular una fecha de composición tardía, entre 1551 y 1553, para el Lazarillo. Esto obligaría a situar el tiempo de la acción en el marco cronológico que establecen la expedición a los Gelves de Hugo de Moncada (1520) y las Cortes de Toledo de 1538-1539. El autor, por tanto, situado a una media distancia, estaría narrando unos hechos concluidos (en la ficción) doce o trece años antes.

132 Con agudeza, Brenes, 1986 y 1992, descubrió en el Lazarillo de Tormes lo que parece ser un código cifrado destinado a señalar con qué cortesanos de Carlos V habría que identificar a los principales personajes de la novela: Lázaro de Tormes sería el alter ego de Gonzalo Pérez, mientras que, tras el arcipreste de San Salvador, se escondería la figura del todopoderoso secretario Francisco de los Cobos. Años después, Ruffinatto, 2000, pp. 378-381, daría crédito a la posibilidad de que nos hallásemos, en efecto, ante una “novela en clave” procedente de ambientes cortesanos, si bien reseñaba la necesidad de revisar a fondo las conclusiones de Brenes. A la luz de los estudios sobre la Corte y de la presente lectura, finalmente, aquellos datos cobran pleno sentido, tal y como exponemos en Torres Corominas, 2011.

133 Aquel contexto cortesano ha quedado descrito en Martínez Millán, 1998, pp. 31-55. En particular, sobre el círculo portugués y la facción ebolista: Martínez Millán, 1992; y Martínez Millán, 1994. Sobre los autores espirituales que se movieron en aquel entorno, véase también Torres Corominas, 2008.

134 La trayectoria editorial del Lazarillo en relación con su condena y posterior expurgación inquisitorial mereció el análisis de Bataillon, 1968, p. 71 y ss.; y Ruffinatto, 2000, p. 298 y ss.

135 Tras la desastrosa campaña militar en Provenza (1536), Carlos V, agotado económicamente, hubo de firmar con Francisco I de Francia la poco ventajosa tregua de Niza (1538), tras la que se celebraría, pocos meses después, la reunión de Cortes en Toledo (1538-1539) a la que parece aludir la data del Lazarillo. Calificarlo en aquella coyuntura de «victorioso Emperador», por tanto, no dejaba de resultar irónico.

136 El período 1551-1553, en que situamos la fecha de escritura del Lazarillo de Tormes, coincidió con una etapa particularmente difícil para Carlos V (véase Rodríguez Salgado, 1992, pp. 72-85), quien, acosado en el Imperio por los príncipes alemanes y Enrique II de Francia, hubo de huir precipitadamente de Innsbruck a comienzos de 1552 dejando quebrantada su reputación. De ahí el sentido irónico de un texto elaborado entonces que lo calificaba, aun remitiéndose a otro período, de «victorioso Emperador». Oportunamente, Lázaro Carreter, 1972b, p. 170, recordó cómo por aquellos días hasta los pliegos sueltos denunciaban el desastre español tras el «año de cincuenta».

137 Márquez Villanueva, 1968, pp. 91-92, situó al Lazarillo de Tormes como punto culminante de una fecunda corriente literaria, la «primera picaresca» —semejante, en cierto modo, a lo que desde los estudios sobre la Corte denominamos literatura de oposición—, en la que se incluirían obras de naturaleza diversa compuestas entre 1517 y 1559 por autores críticos, atrevidos e inconformistas que compartían una misma influencia, la de Erasmo.

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Para citar este artículo

Referencia en papel

Eduardo Torres Corominas, ««Un oficio real»: el Lazarillo de Tormes en la escena de la Corte»Criticón, 113 | 2011, 85-118.

Referencia electrónica

Eduardo Torres Corominas, ««Un oficio real»: el Lazarillo de Tormes en la escena de la Corte»Criticón [En línea], 113 | 2011, Publicado el 15 junio 2016, consultado el 12 diciembre 2024. URL: http://0-journals-openedition-org.catalogue.libraries.london.ac.uk/criticon/2350; DOI: https://0-doi-org.catalogue.libraries.london.ac.uk/10.4000/criticon.2350

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Autor

Eduardo Torres Corominas

Universidad Complutense de Madrid

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