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Notas
Para la colocación de este soneto en el poemario de Garcilaso, véase Cruz, 1988, pp.66 y 69.
Véanse Poesías castellanas completas, ed. de Rivers, 1972, p.52 (esta edición nos sigue pareciendo excelente). También es excelente la de Morros, 1995, de cuyos comentarios nos beneficiamos. El texto del soneto carece de dificultades ecdóticas: véanse Rosso Gallo, 1990, p.191, y Morros, 1995, p.308.
En el soneto XXV el poeta sueña con el encuentro de la amada, después que «aquella eterna noche escura / me cierre aquestos ojos que te vieron, / dejándome con otros que te vean» (12-14). La consolatio en la elegía I es compleja. Podemos distinguir los siguientes elementos: 1) consolatio estoica: es preciso fortaleza, recomienda el poeta a su hermano don Fernando, por mantener el buen nombre que «has ganado entre la gente» (185), pues, de otro modo, se enflaquecería la virtud; y es que el varón fuerte, ante cualquier caso no se ha de mostrar «espantado y comovido» (201) —véase Ramajo 2006: pp.82 y 593—; 2) diversos ejemplos de la antigüedad muestran cómo el dolor no ha de ser eterno —»No fue el troyano príncipe llorado / siempre del viejo padre dolorido» (214-215): ver Horacio, II, ix «… nec inpubem parentes / Troilon aut Phrygiae sorores / fleuere semper» (15-16: ‘y no siempre lloraron al adolescente Troilo sus padres y sus hermanas frigias’); 3) el difunto don Bernardino se encuentra «en la dulce región del alegría» (261); allí pisa el «immenso y cristalino cielo» (268), y, desde allí, «mira la tierra, el mar que la contiene, / todo lo cual por un pequeño punto / (…) tiene» (280-282) —véase Ramajo 2006, p.55. Véase, para las fuentes de la elegía, Rico, 1991, pp.280-286.
Para la consolatio en la elegía I, vv. 394-407, véase Ramajo, 2008, p.179. Para la consolatio de la égloga III, véase Ramajo, 2008, pp.177-179.
Para un buen panorama sobre la elegía funeral en España, véase Camacho Guizado, 1969, que no se ocupa de nuestro soneto.
Véase el buen panorama de Alcina, 1993. Véase también Pascual Barea, 1993.
Don Fernando debió de nacer en tono a 1508. Véase, para la fecha propuesta para el soneto, Vaquero Serrano, 2002, p.187. Véanse las palabras de Lapesa, 1985, p.182, interesantes también para el estudio estilístico del soneto, no sólo para la cronología: «… la maestría y corte clásico del poema [s. xvi] inducen a colocarlo no en una época de tanteos e iniciación en los metros italianos, como sería 1528, sino cuando el poeta era dueño absoluto de su arte; esto es, entre los años 1533 y 1536, estando en Nápoles, donde reposaban los restos de su hermano».
Posteriormente, hablaremos de Catulo.
Para el influjo de Horacio en la poesía del siglo xvi español, véase Ramajo, 2001, p.445, cuyo trabajo acaso sea útil por la bibliografía allí adjunta, pese a las sintéticas referencias que aporta. Para Horacio en fray Luis de Léon, véase Ramajo, 2006, pp.xlii-xlviii; y para sus ecos en Fernando de Herrera, véase Herrera Montero, 1998.
El término de «epicedio» se refiere a un poema funeral que contiene laudatio, consolatio y lamentatio, sin hacer referencia al metro en el que está escrito. Para este subgénero, ver Laguna, 1992, p.251. La elegía latina, como es sabido, se escribía en dísticos elegíacos. Pero la elegía latina se especializa paulatinamente en temas amorosos, y conserva el dístico. Los poemas de asunto fúnebre van adoptando otros metros, como en el caso de Estacio (véanse González Rolán y Saquero, 1994, pp.12-25). En cuanto a las elegías en español, el metro tradicional suele ser el terceto encadenado: véase ya la relación que entre el dístico y el terceto elabora Díaz Rengifo, en su Arte poética…, 1592, cap. LXVII, pp.60-61. Pero la elegía hispana, en su diacronía, trasvasará ese marco métrico para tocar otras combinaciones: véanse Estévez Molinero, 1996, y Martínez Ruiz, 1996. Ver el ingente material que presenta la Tesis de Casas Agudo, 2010.
Ovidio en la elegía citada se muestra cauto al respecto: «Si tamen a nobis aliquid nisi nomen et umbra / restat, in Elysia valle Tibullus erit» (59-60).
Ver Cancionero, I, nº. XCII, p.371. Para poemas, en el Cancionero, que no tocan el tema amoroso, véase Mann, 1989, p.73. Fernando de Herrera, el Petrarca español, incrusta, a veces, en su cancionero (1582) poemas de aliento épico, para mostrar al lector y mostrarse a sí mismo el camino de la virtud, lejos del error amoroso (véanse las aclaraciones de Ramajo Caño, 2002, pp.13-14).
Ver, en Epigrammata los siguientes números, con las páginas de la edición de Perosa (1951): lib. I, 8 (p. 6), 14 (p. 8), 20 (p. 10), 24 (p. 11), 27 (p. 12), 33 (p. 14), 36 (p. 15), 39 (p. 16), 42 (p. 17), 52 (p. 23), 57 (p. 25); lib. II, 7 (p. 32), 11 (p. 33), 13 (p. 34), 17 (p. 36), 22 (p. 38), 36 (p. 48), 43 (p. 51; lib. III, 16 (p. 61), 24 (p. 69); lib. IV, 5 (p. 83), 12 (p. 87), 20 (p. 92), 23 (p. 93), 29 (p. 97), 31 (p. 98) y 33 (p. 100). Morros, 1995, p.393, señala el epitafio que incluye Poliziano, Epigrammata, XCII. En la poesía española posterior a Garcilaso no faltarán ejemplos de inserción de epitafios en los poemarios. Baste citar el caso de Diego Hurtado de Mendoza, Poesía completa, nº. XXXIX, p.84, y el de Lope de Vega, Rimas (1609), que llega a dedicar un buen segmento «A diversos sepulcros epitafios fúnebres», Obras poéticas, pp.242-254.
Para esta técnica, véase Ramajo, 1993, p.317.
Pascual Barea, 1993, II, p.735, señala que en el epitafio latino renacentista «rara vez encontramos expresa la causa de fallecimiento…».
Para la dialéctica entre estas dos musas, es fundamental el trabajo de Fontán, 1994.
Para los aspectos épicos de la Égloga II de Garcilaso, véase Ramajo, 1996a.
El epíteto odïosas se corresponden con el ferae horaciano. Son epítetos de sabor épico: véase una escasa muestra de la tradición literaria: oullomevnhn (Ilíada, I, 2: ‘funesta’); saevae… Iunonis (Eneida, I, 5: ‘de la cruel Juno’); castra inimica (Eneida, IX, 315: ‘campamentos fatales, funestos’); pulchram… per vulnera mortem (Eneida, IX, 401: ‘una hermosa muerte, merced a las heridas’).
Para las recusationes en Horacio, véase Hinojo, 1985-1986 y 1994. El esquema de la recusatio es antiquísimo. Véase este fragmento de Estesícoro (s. vi a. C.): «Musa, deja las guerras a un lado, y canta conmigo / las bodas de los dioses y los banquetes / de los hombres y las fiestas de los felices...» (Líricos griegos arcaicos, p.189). La recusatio consiste en una dialéctica de estilos, conforme ya hemos señalado, que puede resumirse en la oposición horaciana tenues grandia (Carm., I, 6, v. 9: ‘nosotros, que somos débiles, los temas elevados no los intentamos’), según quiere Fontán, 1964, p.205. Para esta figura, véase Ramajo, 1998 y 2000a, pp.325-329, quien aporta bibliografía oportuna. Véanse también Montes Cala, 1999, y Rodríguez Rodríguez, 2004.
Véase, para la recusatio en este soneto, el importante trabajo de Dubois, 1997, p.52.
Dice Margot Arce, 2001, p.321: «el lamento por haber muerto de muerte natural, no gloriosa […] determina las formas negativas del lenguaje en la octava».
Véase Lattimore, 1942, pp.151-152.
El primer terceto está dedicado, esencialmente, a manifestar los esfuerzos del difunto por haber alcanzado una muerte honrosa.
Véase también soneto XI: «Hermosas ninfas… (v. 1) / dejad un rato… (v. 9)».
En el primer cuarteto brota un quiasmo: las francesas armas… + complemento; complemento + los tiros y saetas…
Las traducciones de Calino y Tirteo son de Juan Ferraté, 1966, pp.43 y 51, respectivamente. Y Horacio se hace eco de Tirteo, en un verso famoso, que, sin duda, conocía Garcilaso: «Dulce et decorum est pro patria mori» (Odas, III, ii, 13). Véase Marullo: «... honestam / pugnando mortem quaerere, non tumulum» («Mortui pro patria», Epigrammaton libri, I, 6, 3-4, Carmina, p.5).
El destino es incierto y misterioso para los hombres: Eneas puso su pecho delante de los griegos, dispuesto a morir, pero no fue ese su destino (Eneida, II, 432-434). Garcilaso anota la miseria del destino humano, que, en todo caso, arrastra a la muerte, en su Elegía I: «¿A quién ya de nosotros el eceso / de guerras, de peligros y destierro / no toca, y no ha cansado el gran proceso? ¿Quién no vio desparcir su sangre al hierro / del enemigo? ¿Quién no vio su vida / perder mil veces y escapar por yerro?» (vv. 82-87). Véase, por otro lado, un cierto desencanto bélico en estos versos, que contrasta con la aspiración heroica del soneto que comentamos, aunque en este mismo soneto el epíteto odÏosas marca el rechazo al destino de la dedicación bélica (véase Arce, 2001, p.321). Pero no hay contraposición entre la conciencia de los desastres de la guerra y el cumplimiento de lo que el guerrero considera un deber y, por tanto, la búsqueda de la heroicidad en las empresas guerreras. La propia vida, o mejor, muerte de Garciso lo ejemplifica.
Véase CIL, VIII, suppl. 20288: «Causa meae mortis partus fatumque malignum…» (Mauritania). Apud Iscrizioni funerarie romane, p.220. Aunque citaremos siempre por este muy útil volumen, dejaremos constancia de las siglas y significado de beneméritas publicaciones: CIL: Corpus Inscriptionum Latinarum, Berlín, 1863-1959 (con suplementos); CLE: Carmina Latina Epigraphica, ed. de F. Buecheler, Leipzig, 1895-1897 (con un suplemento, en 1926, de E. Lommatzsch); ILS: Inscriptiones Latinae Selectae, Berlín, 1892-1916. Damos, cuando constan, el lugar y fecha de tales epitafios, tomada de las citadas Iscrizioni funerarie romane.
Es sintagma que aparece frecuentemente en los autores latinos: véanse Virgilio, Eneida, XI, 166-167, y Propercio, III, xviii, 15-16; IV, xi, 17. Véase Ramajo, 2000b, p.21. Véase también Ramajo, 1996b, p.450.
Es de Antípatro de Sidón (s. ii a. C.): véase Poemas de amor y muerte en la Antología Palatina, p.183. Para la distinción entre «Antología Griega» y «Antología Palatina», y la recepción de ambas en España, véase López Poza, 2005.
GV, 1795. Esta sigla, que repetiremos, equivale a Grichische Vers-Inschriften I, Grabepigramme, ed. de W. Peek, Berlín, 1955. Pero siempre citamos por Epigramas funerarios griegos (véase p.157). La datación e información del locus de los epigramas grecolatinos las tomamos de las obras de las que recogemos los textos. La omisión de alguno de estos datos responde a ausencia en dichas obras.
GV 835. En Epigramas funerarios griegos, p.138.
‘Que, al morir, no se me permitió gozar de la gloria del circo, ni que la piadosa multitud vertiera lágrimas por mí. Morbos ardientes abrasaron hasta lo más profundo de mis vísceras, morbos que las manos de los médicos no pudieron domeñar’. Véanse CLE, 1279; CIL II, 4314; ILS, 52999: en Iscrizioni funerarie romane, p.158.
La sorpresa por extraña muerte aparece en un burlesco epitafio de Lope de Vega, «De Filonte, bravo»: «Hendí, rompí, derribé, / rajé, deshice, rendí, / desafié, desmentí, / vencí, acuchillé, maté. / Fui tan bravo, que me alabo / en la misma sepultura. / Matome una calentura, / ¿cuál de los dos es más bravo?» (Rimas, 1609, en Obras poéticas, p.254).
Clarín, se ha apartado de la batalla entre los partidarios de Segismundo y los del rey Basilio, con la esperanza de salir indemne. Todo en vano, como él comenta, cercano a la muerte tras ser herido. Y, por ello, aconseja a Basilio y otros personajes: «… tornad, tornad / a la lid sangrienta luego; / que entre las armas y el fuego / hay mayor seguridad / que en el monte más guardado; / que no hay seguro camino / a la fuerza del destino / a la inclemencia del hado» (La vida es sueño, III, vv. 3084-3091).
‘Por estos o similares versos serás famoso: Demofón dio muerte a Filis, que lo amaba y le regaló hospedaje; él ofreció el motivo de su muerte; ella prestó su propia mano’.
Existe una traducción atribuida a Garcilaso de los últimos versos de esta Heroida: «El peor de los troyanos / dio la causa y el espada; Dido, a tal punto llegada, / no puso más de las manos» (5-8: Rivers, p.33). Pero también se le atribuye a Diego Hurtado de Mendoza (véase Morros, 1995, p.8).
Véase Ariosto, Orlando furioso, IX, lxxxviii, 8 («ch’ al fulmine assimiglia in ogni effetto»: es apunte del Brocense, Anotaciones, 1574 —en Garcilaso de la Vega y sus comentaristas, p.268—, y de Fernando de Herrera, Anotaciones, p.391; véase también Morros, 1995, p.393). Para una narración de la actividad de los cíclopes, véase el propio Ariosto, Orlando furioso, II, viii, 5-8 (véase Morros, 1995, p.393).
‘De repente una peste putrefacta y terrible y un año mortífero, por la corrupción del aire del país, se abatió sobre nuestros miembros, sobre los árboles y sembrados. Los hombres dejaban la dulce vida o arrastraban los cuerpos enfermos’.
Marcial cantaba la brevedad de la vida de los seres extraordinarios, que no suelen alcanzar la vejez: «Inmodicis brevis est aetas et rara senectus. / Quidquid amas, cupias non placuisse nimis» (Epigramas, VI, 29, 7-8). Véase Petrarca, Cancionero, nº. 248, vv. 5-8, II, p.743, y nº. 268, vv. 23-28, II, p.792. Véase Ramajo, 1993, p.322.
El caballero de Olmedo, p.118. Aunque Fabia no se puede consolar tras la expresión del tópico citado, sin embargo, en algunos casos se constituye en solamen ante lo irreparable. Así, en este epitafio latino: «… tam dulcem obisse feminam / puto quod deorum est uisa coetu dignior» (CLE, 94, CIL, VI, 25580, Roma, en Iscrizioni funerarie romane, p.99: ‘que muriese tan dulce mujer creo que solo se explica porque pareció más digna de la compañía de los dioses’).
Véanse textos apropiados en Ramajo, 1993, p.321.
Véase Garcilaso, oda latina a Antonio Tilesio: «Sirenum amoena iam patria iuvat / cultoque pulchra Parhenope solo / iuxtaque manes consedere / vel potius cineres Maronis» (21-24: ‘Pero ya me agradan la amena patria de las sirenas y la hermosa Parténope, con su vega sembrada, y sentarme me agrada junto a los manes, o mejor, junto a la cenizas de Marón’). Véase el texto latino en Obra poética y textos en prosa, p.248.
‘Mantua me engendró; me arrebataron los moradores de Calabria; ahora me abraza Parténope: canté praderas, campos y caudillos’. En casi todas las Vitae que conocemos el autor del epitafio es el propio Virgilio: así, en la «Vergilii vita de commentario Donati sublata» (el epitafio de Virgilio, en p.68): véase Hermannus Hagen, ed., Scholia Bernensia ad Vergilii Bucolica atque Georgica, pp.64-75; en Donatus auctus» (es una ed. aumentada, siglo xiv, de autor anónimo, de la Vida de Suetonio-Donato: Donato es un comentarista del s. iv d. C., que reelabora un texto de Suetonio): «hoc ipse epitaphion fecit»: véase Die Vitae Vergilianae und ihre antiken quellen, ed. de Ernst Diehl, pp.26-37; véase el epitafio en la p.32; en «Servius» (iv-v d. C), Die Vitae, pp.40-43 (epitafio, en p.43); en «Filargirius» (ix o x d. C.), en Die Vitae p.45 (epitafio, p.45); y en «Vita Noricensis s. Pauli» (sin datar), en Die Vitae, pp.49-50 (epitafio, p.49). Pero en la Vita atribuida a Probo (gramático I. d. C.; sin embargo, el texto no es de Probo: es del v o vi d. C.), en Die Vitae, pp.43-44 (epitafio, en p.44), se dice «cuius sepulcro […] hoc legitur epigrama», sin especificar el autor.
Véase el texto en Pease, 1940, p.181, quien aporta otros testimonios. Véase además, y en particular, Cugusi, «El tema della morte in luogo straniero», en Cugusi, 1985, pp.200-217. Para algún testimonio epigráfico más, véanse González Ovies, 1995, pp.233-236, y Bailey Thigpen, 1995, p.103.
Véanse Saquero y González, 2000, pp.80 y 82.
Pero es bien virgiliano el uso de abundantes vocativos, que intensifican la temperatura emocional del poema, y que, en algún caso, aluden a nombres de lugar, en los que se esconde un antiguo personaje mítico: «Tu quoque litoribus nostris, Aeneïa nutrix, / aeternam moriens famam, Caieta, dedisti» (Eneida, VII, 1-2: ‘Tú, al morir, Cayeta, nodriza de Eneas, también diste eterna fama a nuestras costas’). Para el virgilianismo, intenso, de Garcilaso, véase Ramajo Caño, 2008; para la devoción por el poeta latino en los Siglos de Oro, véanse Blecua, 1981; y Ramajo Caño, 2011, pp.56-87.
El difunto ficticiamente se dirige a la ciudad, pero también a quien, imaginariamente, lee el epitafio, el viator, pues.
‘En esta tierra tiburtina yace Cintia, la dorada; Anio, ella acreció el honor de tu ribera’.
Pero al Garcilaso de carne y hueso —«o poeta é um fingidor» (Pessoa)—, no parece interesarle el lugar de la sepultura, pues dice en su Testamento: «Entiérrenme en San Pedro Mártil, en la capilla de mis agüelas, y, si muriere pasado la mar, déjenme donde me enterraron» (Obra poética y textos en prosa, p.282).
Esa despreocupación por el lugar de la sepultura se encuentra también en Marullo: «Una eadem terra est...», dice en el epitafio a su tío Paulo, enterrado lejos de la patria, como consolatio; y aclara que la distancia al cielo es idéntica desde cualquier lugar (Epigrammata, IV, 29, v. 3). En Lope de Vega se aprecia una cierta insensibilidad ante el lugar de la sepultura. En el epitafio al desaparecido en combate rey Sebastián de Portugal, dirá por boca del difunto: «pero tierra o mar me oprima, / yo estoy donde está mi fama» (vv. 7-8, Obras poéticas, p.245). Y es que Lope se pregunta por cuál es la verdadera patria, que no siempre es la del nacimiento, pues, como muestra en su teatro, la patria puede ser el lugar donde se encuentra el amor. En El genovés liberal, 1599-1608, acto I, Leonato dice: «Aquella patria se llama / donde dicen que está el bien, / su centro los ojos ven, / descansa el alma en quien ama» (acto I, Comedias, XV, p.290). En ellos sigue probablemente a Ovidio, Amores, II, xvi.
‘A quien ahora, tan lejos, yaciente no entre conocidos sepulcros ni entre las cenizas de los parientes, sino en la aciaga Troya, en la maldita Troya, una tierra extranjera retiene, en el confín del mundo’. Catulo dedica otro poema, el 101, a las cenizas de su hermano, ante cuya sepultura, dirigiéndose al difunto, se lamenta, al tiempo que realiza un sacrificio fúnebre (Alcina, 1989, p.64, cita este poema, como ejemplo de inserción de poemas fúnebres en un cancionero amoroso). Véase Chinchilla, 2010, para el influjo de Catulo en Garcilaso, muy hondo, según la estudiosa, aunque no anota lo referente al poema que estamos comentando.
Ciertamente, el morir en la tierra patria sirve de consolatio: Ovidio, en su elegía a Tibulo, anota que mejor le ha sido al poeta morir en Italia, que no en la tierra de los feacios, en Corcyra, donde en otro tiempo estuvo a punto de morir (Amores, III, 9, 47-48). Tibulo cuenta tal experiencia en una elegía (I, 3). Por cierto, Ovidio, en Tristia, I, ii, se ve cercado de olas y tempestad en pleno mar, y lamenta no tanto la posible muerte cuanto el «genus… miserabile leti» (v. 51); y envidia el poder morir en tierra, rodeado de los suyos.
Véanse Poemas de amor y muerte en la Antología Palatina, p.147. Véase otros ejemplos en Morros, 1995, p.393.
Véanse Anotaciones, p.397.
Citado por Moya del Baño, p.214. Para textos en que se expresa la nostalgia por la muerte lejos de la patria, véanse los que proporciona el erudito Manuel de Faria y Sousa, en su comentarios a las Rimas varias de Luis de Camoens, p.190 (cita los versos 12-14 del soneto XVI de Garcilaso). Faria dice que Garcilaso imita el epitafio de Domicio Foranio (sic), en el que figura el sintagma de tam longe a patria (p. 191). Nos preguntamos si será el Domicio Torano que citamos nosotros enseguida, en el cuerpo del texto.
Véase la ed. de Ramón Freire Gálvez, cap. II.
El final de un epitafio, que ya hemos citado antes, es el siguiente: «Nam meum ad caeli transiuit spiritus astra» (CIL, VIII, suppl., 20288). En él, obviamente, sí existe una consolatio.
Palabras semejantes dice imaginariamente Livia ante su difunto hijo Druso Nerón: véase Consolatio ad Liuiam de morte Drusi Neronis, vv. 95-98.
Sancho Panza, al regresar del gobierno de la Ínsula, cae, con su asno, en una sima, donde piensa que ha de morir. Y a su jumento dirige estas palabras, en las que se resumen bien algunos de los tópicos que estamos estudiando: «¡Miserables de nosotros, que no ha querido nuestra corta suerte que muriésemos en nuestra patria y entre los nuestros, donde ya que no hallara remedio nuestra desgracia, no faltara quien dello se doliera y en la hora última de nuestro pasamiento nos cerrara los ojos!» (Don Quijote, II, cap. IV).
Véase el planto de Nemoroso en la Égloga I: «El desigual dolor no sufre modo; / no me podrá quitar el dolorido / sentir si ya del todo / primero no me quitan el sentido» (vv. 348-350).
Son frecuentes los epitafios grecolatinos en los que se ofrecen elementos de la biografía del difunto. En el que copiamos, brevísimo, se esconde el tema virgiliano y horaciano de elogio de la vida del campo: «Agresti vita felix fuit» (CIL, X, 4923, Venafro, Iscrizioni funerarie romane, p.289: ‘fui feliz en la vida del campo’: véase Virgilio, Georgicas, II, 458-459: «O fortunatos nimium, sua si bona norint / agrícolas!»: ‘¡Oh dichosísimos agricultores, si tuvieran conciencia de sus bienes!’).
Es frecuente en los epitafios clásicos el tema del carpe diem. Con rotundidad se exclama en este epitafio, deteriorado, de los siglos i-ii d. C, Acmonia, Frigia: «La vida es comer y beber […], el resto está de más […]», GV, 1956: en Epigramas funerarios griegos, p.337. Véanse todavía unos versos de otro de Janto, Licia, i-ii d. C.: «…Diviértete y goza, caminante, al ver que tú también has de morir», GV, 621, Epigramas funerarios griegos, p.339.
«Es figura anástrofe […], cuando se trueca el orden de las palabras sin necessidad alguna». Y pone como ejemplo virgiliano: «Carthago, Italiam contra...» (Eneida, I, 13). Véase Herrera, Anotaciones a la poesía de Garcilaso, p.382.
Véase Eneida, II, 663: «Natum ante ora patris, patrem qui obtruncat ad aras» (Pirro, hijo de Aquiles, es ‘quien degüella ante las aras al padre —Príamo—, y quien degüella al hijo —Polites—, ante la vista del padre’). Para el poliptoton en Virgilio, véase Jeffrey Wills (1996: 189-268. El poliptoton ovidiano, muy frecuente, probablemente tiene ecos virgilianos. Véase, por ejemplo, Tristia, I, 3, 82: «Te sequar et coniunx exulis exul ero» (‘te seguiré y, exiliada, de un exiliado seré la esposa’).
Para este sentimiento en Garcilaso, véase Orobitg, 1997. Para la propensión elegíaca de los versos de Garcilaso, véanse las observaciones de Ramajo, 2008.
Es edición de Jesús Gómez y Paloma Cuenca. Los editores no numeran los versos, y ello nos obliga a nosotros a la misma omisión.
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