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La criada «que hurtó la taça o perdió el anillo»: Alfonso X, Fernando de Rojas, Lope de Rueda

José Manuel Pedrosa
p. 5-17

Resúmenes

La Cantiga 212 de Alfonso X el Sabio, un episodio de La Celestina de Fernando de Rojas y el Décimo paso de Lope de Rueda recrean el tópico literario de los criados acusados del robo de los bienes de sus amos. Este artículo analiza la vieja e internacional tradición de este motivo narrativo, que tiene raíz folclórica y que ha sido muchas veces tratado en la literatura, en la ópera, el cine, el cómic.

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Notas del autor

Este artículo ha sido redactado en el marco del proyecto de investigación Historia de la métrica medieval castellana, concedido por el Ministerio de Educación con referencia FFI2009-09300, y del proyecto de investigación Creación y desarrollo de una plataforma multimedia para la investigación en Cervantes y su época, concedido por el Ministerio de Educación con referencia FFI2009-11483; y dentro de las actividades del grupo de Investigación de la Universidad de Alcalá-Comunidad de Madrid «Seminario de Filología Medieval y Renacentista» con referencia: CCG06-UAH/HUM-0680. Agradezco sus consejos e indicaciones a José Luis Garrosa y Josemi Lorenzo.

Texto completo

Para Stefano,
diez siglos después

  • 1 Pedrosa, 2007.

1En un artículo anterior y complementario de éste1 analicé la estructura literaria y los paralelos orales y escritos (e incluso los cinematográficos y los operísticos) de la Cantiga 212 de Alfonso X el Sabio, que entonces resumí de este modo:

En versos de gran finura y emotividad describe cómo la madre de una novia pobre pide (ésa era la práctica más o menos común en el Toledo de la época, según advierte cuidadosamente el narrador de la Cantiga) a una señora de elevada condición que le preste un sartal (un collar) con el fin de que su hija lo exhibiera durante la ceremonia de su boda. La rica dama vacila, porque su marido le había prohibido ceder el collar para tales menesteres. Pero, al escuchar que en los ruegos de la mujer era invocada la Virgen María, cede a ellos y presta la joya. Durante el baño que (también por tradición) precedía a las celebraciones nupciales, el collar fue robado por una ladrona que se apresuró a escapar sin ser vista. Al enterarse la señora que había hecho el préstamo (a través de una criada mora), temerosa de la reacción del marido, se dirigió a la iglesia para pedir el auxilio de la Virgen. Y sucedió, entonces, que la ladrona, mientras se dirigía furtivamente hacia su casa, hubo de pasar frente a la iglesia, ante la cual estaba también, entre dormida y desmayada, la angustiada propietaria del collar. Una especie de repentina inspiración le advirtió de que la mujer que justo entonces pasaba por allí era la ladrona: de ese modo pudo interceptarla y arrebatarle el collar que llevaba escondido.

2En el artículo que dediqué a esta Cantiga 212 alfonsí traje a colación una serie de relatos que mostraban analogías o paralelismos que permitían entender los versos del rey Sabio como un conglomerado de motivos de raíz esencialmente folclórica —aunque hayan sido ocasionalmente reciclados en la literatura escrita— que orbitan en torno a un conflicto tan específico como lleno de posibilidades dramáticas: el de la pérdida o robo de algún objeto valioso del ajuar doméstico en el que se ve implicado algún criado (culpable o no), el cual ha de afrontar la reclamación o el castigo del amo. El paralelo en el que más hice hincapié en aquella ocasión fue el célebre cuento La parure (El collar), de Guy de Maupassant, con toda la abundante descendencia de versiones (incluso cinematográficas) que ha engendrado. Analicé también en aquel artículo unas cuantas de las distintas soluciones y desenlaces (felices o infelices, cómicos o trágicos, convencional-mente previsibles o psicológicamente sofisticados) que tal especie de conflicto entre siervos y señores ha recibido en unas cuantas obras de ficción más.

3No es mi intención recuperar en este nuevo trabajo todos los vínculos y paralelos textuales que mencioné en aquel extenso artículo, aunque sí será forzoso que reproduzcamos o que resumamos más adelante algunos de ellos (un cuento ceilandés y otro judío asquenací, y un libreto de ópera italiana y una película india) que no solo se nos muestran como parte de la gran familia narrativa a la que pertenece la cantiga alfonsí, sino que se revelan además como astros de la misma constelación de relatos en la que orbitan también cierto episodio del auto IX de La Celestina y el Décimo Paso (el conocido como La generosa paliza) de Lope de Rueda, que son dos obras que no tuve en cuenta al redactar aquel primer artículo.

4Conozcamos, para empezar, la vibrante reivindicación que de las pobres criadas acusadas de manera abusiva de pérdidas o de robos (entre otros agravios) por sus tiránicas amas hace la apasionada Areúsa celestinesca. Por más que, en su apicarada boca, esta soflama no pueda dejar de sonar a ambigua e irónica, por no decir cínica:

  • 2 Rojas, La Celestina, auto IX, pp. 232-233.

Jamás me precié de llamarme de otrie sino mía. Mayormente destas señoras que agora se usan. Gástase con ellas lo mejor del tiempo, y con una saya rota de las que ellas desechan, pagan servicio de diez años. Denostadas, mal tratadas las traen, contino sojuzgadas, que hablar delante [de] ellas no osan, y quando ven cerca el tiempo de la obligación de casallas, levántales un caramillo, que se echan con el moço, o con el hijo, o pídenles çelos del marido, o que meten hombres en casa, o que hurtó la taça o perdió el anillo; danles un ciento de açotes y échanlas la puerta fuera, las haldas en la cabeça, diziendo: «¡Allá yrás, ladrona, puta, no destruyrás mi casa y honrra!». Assí que esperan galardón, sacan baldón, esperan salir casadas, salen amenguadas, esperan vestidos y joyas de bodas, salen desnudas y denostadas. Éstos son sus premios, éstos son sus beneficios y pago. Oblíganse a darles marido, quítanles el vestido. […] Nunca oyen su nombre propio de la boca dellas, sino puta acá, puta acullá. «¿A dó vas, tiñosa? ¿Qué heziste, vellaca? ¿Por qué comiste esto, golosa? ¿Cómo fregaste la sartén, puerca? ¿Por qué no limpiaste el manto, çuzia? ¿Cómo dixiste esto, necia? ¿Quién perdió el plato, desaliñada? ¿Cómo faltó el paño de manos, ladrona? A tu rufián le havrás dado. Ven acá, mala mujer, la gallina havada no parece; pues búscala presto; si no, en la primera blanca de tu soldada la contaré».2

5El Décimo passo, muy gracioso, agora nuevamente compuesto por Lope de Rueda —el conocido con el título de La generosa paliza— es de los que vio la luz no en la compilación principal de El Deleitoso de 1567, sino en la más limitada del Registro de Representantes de 1570. Sus protagonistas son cinco: el amo Dalagón, de cuyo escritorio desaparece una libra de turrones de Alicante; su criado, el simple Pancorvo, que es acusado en primer lugar de la pérdida y que, tras la oportuna lluvia de amenazas y de golpes, intenta echar la culpa y derivar la paliza primero hacia el paje Periquillo; luego, ante las protestas de éste, hacia el gascón Peyrutón; y finalmente, ante la rebelión de éste, hacia otro paje, Guillemillo. Tras no pocas zurras, amenazas, ayes y palinodias, el entuerto queda felizmente resuelto cuando se descubre que ningún criado había sido culpable de ningún robo y que los preciados turrones habían estado simplemente guardados por orden del amo sin que hubiese mediado malicia de ninguna parte. El alegre colofón lo pone el señor cuando, sinceramente avergonzado, intenta compensar a sus siervos por las vejaciones sufridas:

  • 3 Rueda, Pasos, pp. 216-217.

Guillemillo.— ¿Qué cosa?
Dalagón.— ¿Qué cosa? Dime, desvergonçado: ¿y los turrones que estavan encima del escriptorio? ¿Qué's d'ellos?
Guillemillo.— ¿Los turrones, señor? ¿No me los pidió él que se los diese, y los encerró de su propia mano dentro del escriptorio?
Dalagón.— ¡Por vida mía, que dize verdad! ¿Havéis visto qué gran descuido que ha sido el mío?
Guillemillo.— ¿Y paréscele bien haverme dado sin culpa?
Pancorvo.—¿Y a mí molerme aquestas espaldas, que no parescía sino molino batán, según descargava?
Periquillo.— ¡Y a mí, pajas!
Gascón.— ¿E qué vo paresce de acró, de aquestos neguecios o facendas, mustramo?
Dalagón.— ¿Qué me paresce? Ea, porque no estéis quexosos de mí, que se partan los turrones en cuatro partes, y en pago de la disciplina se lleve cada uno su pedaço.3

6Cada uno de estos tres textos de nuestra literatura más clásica (Alfonso X, Fernando de Rojas y Lope de Rueda, nada menos) aborda y resuelve de un modo distinto el conflicto de las acusaciones de robo de que, de forma justificada o no (y los tres textos insisten en la falta de justificación, o al menos en la falta de premeditación y de malicia), solían ser víctimas los criados por parte de los amos. Solo por esa coincidencia, argumental e ideológica, merece ya la pena analizarlos a la misma luz comparativa, tanto entre ellos tres como en relación a otras obras de la literatura internacional.

  • 4 Ladero Quesada, 1990, p. 108. La costumbre de que las mujeres con recursos contribuyesen a la dote (...)

7Podemos señalar, para ilustrar las posibilidades que ofrece la comparación entre ellos, que tanto la Cantiga 212 alfonsí como el episodio celestinesco han de ser entendidos desde la costumbre que había de que los señores adinerados ayudasen a casar a los pobres, prestándoles el ajuar, como nos informa la cantiga gallega o, según nos muestra el texto celestinesco, asumiendo la norma casi consuetudinaria de que los amos entregasen, por lo regular al cabo de diez años de servicio, la dote de bodas a sus criadas. Lo cual solía provocar no pocos conflictos, envueltos a menudo en acusaciones de robo y en despidos intempestivos que tenían el objetivo de ahorrar a los señores aquella gravosa obligación, que muchos consideraban intolerable dispendio4.

8Pero centrémonos ahora en el análisis de la estructura narrativa del más extenso y novelizado de nuestros relatos, el Décimo passo, muy gracioso (La generosa paliza) de Lope de Rueda, en relación con alguna otra obra de la literatura internacional. Retengamos, aunque sea a riesgo de parecer redundantes, la imagen de ese amo Dalagón que echa las culpas de la pérdida de unos turrones de Alicante al simple Pancorvo, el cual acusa al paje Periquillo, después al gascón Peyrutón y finalmente al paje Guillemillo, que es quien descubre que los turrones habían estado siempre intactos en el escritorio donde los había tenido distraídamente guardados el amo. El cual, una vez comprobado su error, compensa generosamente a los criados.

9Comparemos tan elaborada anécdota con la que protagonizan los personajes del siguiente cuento tradicional ceilandés que puede ser resumido, en sus grandes líneas, de este modo: una reina pierde en el baño su collar (recuérdese que en la cantiga alfonsí otro collar había sido robado también en un baño), a lo que sigue una serie de investigaciones, careos y acusaciones primero a un pobre, el cual acusa al tesorero de la ciudad, el cual acusa a una mujer de la corte, la cual acusa al astrólogo, antes de que se descubra que el collar había estado escondido por una mona en el interior de un tronco de árbol, del que al final es posible recuperarlo.

10El cuento ceilandés concluye, como el paso de Lope de Rueda, con la reconciliación entre las partes y con la recompensa que entrega el poderoso a sus injustamente acusados siervos:

  • 5 Parker, 2006, núm. 12.

Cuentan que, en una ciudad, había un rey y una reina. Un día, la reina fue a bañarse en el estanque del jardín del rey, acompañada por su esclava. Al llegar, la reina se quitó las prendas que llevaba, y puso sobre ellas su collar de perlas. Le dijo a la esclava que permaneciera en aquel lugar, y se introdujo en el baño. Pero la esclava se puso a bañarse también. Una hembra ladrona de mono gris que estaba en el jardín tomó el collar y, poniéndolo en el hueco de un árbol, se quedó en silencio.
Cuando la reina terminó de bañarse, llegó a la orilla y, mientras se vestía, buscó el collar. No estaba allí. Entonces le preguntó a la esclava:
—¿Dónde está el collar, bola?
La esclava respondió:
—Yo no he visto que nadie viniera y se lo llevara.
Al llegar ambas al palacio, la reina le dijo al rey que unos ladrones se habían llevado su collar. Entonces el rey hizo que viniesen los ministros y dijo:
—Id prestos y buscad el collar.
Los ministros se ciñeron rápidamente sus ropas y se echaron a correr en su busca. En aquel momento, un hombre pobre de tierras lejanas estaba internándose en la selva en busca de palos y de varas. Los ministros, que estaban al acecho, gritaron:
—¡Atrapadlo! ¡Está escabulléndose por ahí!
El hombre pobre, al escucharlos, pensó para sí: «Si me quedo aquí, me atraparán. Lo mejor será escapar e irme a mi aldea». Pero, en plena huida, fue alcanzado y atrapado por los ministros. Le dieron golpes y más golpes con las manos y con los pies, y lo llevaron ante el rey.
Entonces el rey le preguntó al hombre:
—¿Fuiste tú quien se llevó un collar de oro y perlas de tal y tal forma?
El hombre pensó para sus adentros: «Si digo que no me llevé ese collar, el rey me decapitará; por lo tanto, debo decir que sí lo tomé». Y, estando en aquel pensamiento, dijo:
—Yo lo tomé.
El rey preguntó:
—¿Dónde está ahora?
—Se lo di al tesorero de esta ciudad —dijo el hombre.
Entonces el rey hizo que compareciera ante él el tesorero y le preguntó:
—¿Te dio este hombre un collar?
El tesorero pensó para sí: «Si digo que no me lo dio, el rey decapitará a este hombre. Por lo tanto, debo decir que sí me lo dio». Y, estando en aquel pensamiento, dijo:
—Sí me lo dio.
—¿Dónde está el collar ahora? —preguntó el rey.
Entonces el tesorero dijo:
—Se lo di a una mujer de la corte.
Así que el rey hizo que le trajeran a la mujer de la corte.
—¿Te dio este tesorero un collar? —le preguntó.
Entonces la mujer de la corte pensó para sí: «¿Qué es lo que habrá detrás de todo esto? ¿Que el tesorero de la ciudad ha dicho que me dio un collar? Si ha dicho tal cosa, debe ser malo decir que no me lo dio. Es mejor que diga que sí me lo dio». Y, estando en aquel pensamiento, dijo:
—Sí me lo dio.
—¿Dónde está ahora? —preguntó el rey.
La mujer de la corte dijo:
—Se lo di al hombre que sabe de la ciencia de la astrología, al gandargaya.
Entonces el rey hizo que le trajeran al gandargaya y le preguntó:
—¿Te dio esta mujer de la corte un collar?
El gandargaya pensó para sí: «¿Qué es lo que ha dicho esta mujer? Debe tratarse de algún asunto del que le resulta imposible salvarse por sus propios medios, y ha de ser por eso que dijo que yo lo tomé. Por lo tanto, no será bueno decir que no me lo dio. Es mejor que diga que sí me lo dio». Y, estando en aquel pensamiento, dijo:
—Sí me lo dio.
El día había llegado para entonces a su fin, y estaba cayendo la noche. Ya no quedaba tiempo para seguir adelante con el caso. Entonces los ministros dijeron:
—Encerremos a estas cuatro personas dentro de una misma habitación y escuchemos desde afuera lo que dicen los acusados.
El rey dio permiso para hacerlo, así que los ministros los condujeron hasta una habitación, cerraron la puerta y permanecieron afuera escuchando.
El tesorero fue el primero en preguntarle al hombre pobre:
—¿Cuándo me diste tú un collar? ¿Qué es esto que has dicho?
Entonces el hombre pobre le contestó:
—¡Ane! ¡Oh, tesorero! Yo soy un hombre muy pobre, y vuestra Excelencia es una persona muy rica. Es por eso que, para salvarme, dije que le había dado el collar. Ésa fue la única razón. De otra manera, ¿de qué modo podría yo haberle dado un collar a vuestra Excelencia?
Luego la mujer cortesana le preguntó al tesorero:
—¡Oh, tesorero! ¿Cuándo me diste tú un collar? ¿Qué es esto que has dicho?
El tesorero le respondió:
—Tú posees grandes riquezas, igual que yo. Dije eso porque entre los dos podríamos librarnos de esta desgracia que se ha abatido sobre nosotros. De otra manera, ¿cuándo te habría dado yo un collar?
Después, el gandargaya le preguntó a la mujer:
—Mujer, ¿qué es esto que has dicho? ¿Cuándo me diste tú a mí un collar?
La mujer cortesana le contestó:
—¡Ane! ¡Oh, gandargaya! Usted, que dice la verdad, es una persona que gana muchas riquezas. Dije eso porque nosotros podemos librarnos si pagamos la deuda: el valor del collar. De otra manera, ¿cuándo le he dado yo a usted un collar?
Los ministros, que estaban acechando a escondidas, oyeron cuanto decían aquellas cuatro personas. Al amanecer del día siguiente, las condujeron ante el rey y le dijeron:
—Ninguna de estas personas es el ladrón.
El rey preguntó a los ministros:
—¿Cómo habéis averiguado que no son ellos los ladrones?
—A escondidas los escuchamos hablar —respondieron—; así fue como lo averiguamos.
El rey dijo:
—Entonces, ¿quién ha robado el collar?
Los ministros respondieron:
—A nuestro parecer, puede haberlo robado una hembra ladrona de mono gris que vive en el jardín. Debe poner en libertad a estas cuatro personas.
Entonces el rey las liberó y dejó que se marcharan. A continuación, los ministros fueron al jardín, atraparon a un mono gris macho y, llevándolo a palacio, donde habían confeccionado para él un saco y unos pantalones, lo vistieron y lo adornaron con guirnaldas de flores. Lo condujeron de regreso al jardín, lo liberaron y se pusieron al acecho de lo que pudiera acontecer.
Cuando la hembra ladrona de mono gris que había tomado el collar descubrió al mono vestido, se dirigió hacia el hueco del árbol en el que había escondido el collar y lo sacó. Se lo puso y regresó con él.
Al descubrir aquello, los ministros se pusieron a dar palmas para asustarla. Gritaron «¡hu!» hasta que el collar cayó al suelo, mientras la mona andaba dando saltos de árbol en árbol. Los ministros lo recogieron, regresaron al palacio real y se lo entregaron al rey.
Éste, muy complacido, les otorgó muchos dones.5

11Es evidente que el Décimo passo, muy gracioso de Lope de Rueda, el de La generosa paliza, debió de estar inspirado o moldeado sobre algún avatar de un cuento folclórico del tipo que ejemplifica muy bien nuestro relato ceilandés: las estructuras narrativas (encadenadas, con una crisis inicial y un desenlace equivalentes), las funciones de todos y cada uno de los personajes, la secuencia argumental (la pérdida no dolosa que se confunde con un robo, el reparto de acusaciones en serie, los castigos injustos, la averiguación de la inocencia de los siervos, la reconciliación y la compensación final), las moralejas (la defensa de la inocencia de los criados frente a las sospechas infundadas y los castigos injustos y habituales de los amos) del paso escénico español y del cuento tradicional ceilandés se asemejan tanto que es imposible que sean casuales.

12El propio subtítulo del passo de Lope de Rueda, agora nuevamente compuesto, apunta hacia alguna fuente que no podemos ahora identificar de manera concreta, pero que debió ser, sin duda, algún relato folclórico, migratorio, variable, sobre el que la mayor duda que nos puede caber es la de si en la España del xvi correría en versiones esencialmente orales o si habría ya conocido algún reflejo escrito (en algún pliego de cordel o en alguna compilación barata de cuentos, chistes o novelle de las que circulaban profusamente en su época) antes de caer en el punto de mira de aquel reconocido reciclador de cuentos y de chistecillos populares, tanto orales como escritos, que fue Lope de Rueda.

13Es muy posible que en la cuerda de tales cuentecillos estuviese también el relato que inspiró al hoy olvidado escritor Giovanni Gherardini el libreto de La gazza ladra (La urraca ladrona), la ópera de Gioacchino Rossini estrenada en 1817 que presenta la anécdota de una urraca que roba ciertas piezas de cubertería de cuya desaparición es acusada la desventurada criada Ninetta, la cual se libra de la ejecución urdida por el perverso juez que la pretende cuando se descubre que había sido una urraca la autora de aquellos latrocinios, cuyas pruebas habían estado hasta el último momento ocultas en lo alto de un campanario. Su casual localización fue lo que libró a la injustamente acusada criada del peor de los castigos.

14Modelada sobre la estructura narrativa de esta ópera está, sin duda, una de las aventuras cómicas más célebres de Tintín, Les Bijoux de la Castafiore (Las joyas de la Castafiore), el célebre aventurero creado por Hergé, que vio la luz por entregas entre 1961 y 1962, y como álbum independiente en 1963. Se trata de una especie de relato detectivesco, en que el robo de las preciadas joyas es atribuido injustamente a una partida de gitanos que habría estado ayudada por su inquieto mono, hasta que el avispado Tintín demuestra que la ladrona era en realidad una urraca que escondía los objetos que robaba en su nido del cercano bosque. ¿Cómo pudo llegar el ingenioso joven a tal conclusión? Pues porque la Castafiore era cantante de ópera, reputadísima intérprete de Rossini… y de La gazza ladra, naturalmente.

15Las analogías entre el argumento de la ópera de Rossini, el relato de Hergé, el paso de Lope de Rueda y el cuento ceilandés son, sin duda, impresionantes.

16Ahora bien: no todos los relatos que podemos considerar pertenecientes a esta familia tipológica son de tipo cómico y de final feliz como estos que parecen formar una subrama específica. Hay otros que se acercan a la oscura angustia que domina casi todo el desarrollo de la Cantiga 212 de Alfonso X el Sabio, o al airado (aunque cínico) tono reivindicativo del parlamento de la Areúsa celestinesca. Los hay, incluso, decididamente trágicos. El mejor ejemplo nos lo proporciona este cuento judío jasídico que ha corrido de viva voz, en letra impresa, en Internet, entre los judíos asquenacíes. La protagonista vuelve a ser una joven en edad de casarse, y el robo afecta esta vez no a una joya, sino a una cantidad de dinero:

Soy un próspero comerciante de una gran ciudad lejos de aquí. Sucedió una vez que una suma bastante importante de dinero desapareció de un cajón de mi estudio privado. Mi sospecha cayó sobre una joven judía que era empleada por mi esposa como ayudanta en la casa. Yo la conocía como una joven honesta, proveniente de una familia pobre pero respetable. Ella estaba en edad de casarse, pero como sus padres eran muy pobres y no tenían posibilidades de proveerla de una dote, ella tomó el trabajo. Se me ocurrió pensar que cuando estaba limpiando mi estudio se topó con el dinero y la tentación debe haber sido demasiado para ella. Quizás sólo lo «tomó prestado». Como sea, yo estaba seguro de que ella había tomado el dinero, y así se lo dije en privado. Ella negó vigorosamente la acusación y comenzó a llorar y a gritar indignada. De alguna manera su excesiva negativa me hizo pensar que estaba actuando. Eso me hizo enojar y la amenacé con que si continuaba negando haber tomado el dinero, la echaría de mi casa con el merecido bochorno. Por otra parte, si devolvía el dinero, no se lo contaría a nadie, y le permitiría conservar su trabajo. La joven se puso histérica y apenas si podía hablar claramente a causa de su llanto. Pero yo me mantuve impasible. Conté a mi esposa todo lo sucedido, y entre ambos arrastramos a la joven a la casa del Rabino. Ella continuó insistiendo acerca de su honestidad, y protestó por su inocencia. El Rabino dispuso que no habíamos traído una verdadera prueba de su culpabilidad, pero que dependía de nosotros decidir si deseábamos mantenerla en nuestra casa o no. El resultado fue que la enviamos de regreso con sus padres, donde enfermó gravemente y poco después murió. La gente dijo que su temprana muerte había sido un castigo por su maldad, y tanto yo como mi mujer preferimos creer lo mismo.
Un par de semanas más tarde, sucedió que al tratar de retirar un cajón contiguo en mi escritorio, que estaba trabado, ¡hallé la desaparecida billetera con el dinero! Mi corazón se detuvo. «¡Dios mío! Qué he hecho con esa pobre e inocente joven!», me dije. El pensamiento no me dio descanso. Inmediatamente comencé a hacer averiguaciones acerca del paradero de sus padres que, entretanto, se habían ido del pueblo por la vergüenza de lo que había sucedido con su hija. Cuando averigüé dónde vivían, tomé una considerable cantidad de dinero, varias veces superior a la suma que yo creí que había sido robada, y fui a verlos. Les dije cuán miserable me sentía por la espantosa cosa que había hecho. Sabía que ninguna cantidad de dinero en el mundo podría compensarlos por la pérdida de su refinada y preciosa hija, pero les rogué que de todos modos aceptaran el dinero que había traído conmigo como alguna forma de compensación, si bien inadecuada, por la tristeza que involuntariamente les había ocasionado. Los afligidos padres no dijeron nada, salvo: «Que Dios te perdone». Puse el dinero sobre la mesa y partí...

17El desenlace del cuento judío describe el exilio y la peregrinación de tres años que se obliga a cumplir el dueño de la billetera como penitencia por el criminal error que tan caro costó a su pobre sierva6.

18Un ejemplo más, otra vez trágico, de las muy plurales piezas que componen este fascinante mosaico de relatos: la película india Pather Panchali, el primer título de la célebre Trilogía de Apu que dirigió Satyajit Ray entre 1955 y 1959. La película (que está inspirada en la novela del mismo nombre de Bibhutibhusan Bandopadhyay) tiene como protagonista a Durga, la hermana de Apu, que cuando es muy niña es acusada de robar fruta y, siendo ya más mayor, de robar un collar, hecho que ella niega con desesperación. Una vez muerta ella, su hermano, el desdichado Apu, descubrirá el collar entre las pertenencias de ella. Ese hecho tan perturbador (aunque opuesto a otros que hemos conocido antes) resultará decisivo en el proceso de maduración del joven.

19Las historias de súbditos o siervos acusados falsa o injustamente de robo por sus amos llevan corriendo en la tradición literaria universal desde que el bíblico ministro José escondiera (en Génesis 1:44) una copa en el equipaje de sus hermanos, urdió una aviesa denuncia contra ellos y designó como rehén del fingido robo a su hermano Benjamín. Y seguramente desde antes, porque la historia de José hunde sin duda sus raíces en tradiciones orales que se pierden en la noche de los tiempos.

20Al discurrir de los siglos, este tipo de conflictos domésticos entre señores y criados ha dado a la literatura muchos más relatos memorables, algunos sumamente complejos y articulados, en que el criado se revela incluso como activo ladrón de los bienes de sus amos y se aparta así del modelo narrativo (el exculpatorio) que hemos percibido hasta ahora como dominante. Una muestra ilustre es todo el Tratado Primero del Lazarillo de Tormes, que pone énfasis sobre las muy repetidas sisas que el criado le hacía al amo, sobre los insistentes recelos y castigos del desconfiado ciego y sobre el explosivo desenlace que tuvo aquella feroz competencia entre el siervo y el señor.

21El mismo Lope de Rueda, en el Paso de Los criados, da una visión de las mañas sisadoras de los criados mucho más cínica que la que dominaba el Paso de La generosa paliza:

  • 7 Rueda, Pasos, p. 99.

Alameda.— ¿A cuánto llegó el gaudeamos de hoy?
Luquitas.— A más de veinte y dos maravedís.
Alameda.— ¡Qué bien te das a ello! ¡Bendita sea la madre que te parió, que tan bien te apañas a la sisa! Todo mochacho que sisa no puede dexar de ser muy honrado. Honrados días bivas, que honrado día me has dado.7

22En tiempos mucho más recientes no han dejado de alcanzar gran resonancia avatares tan desenfadados y representativos del tópico como el famoso Tango de la Menegilda (de íncipit famosísimo: «Pobre chica, la que tiene que servir...»), la inmortal criada de la zarzuela La Gran Vía (con libreto de Felipe Pérez y González y música de Federico Chueca y Joaquín Valverde), que lleva un siglo cantando aquello de:

... Cuando yo vine aquí,
lo primero que al pelo aprendí
fue a fregar, a barrer,
a guisar, a planchar y a coser;
pero viendo que estas cosas
no me hacían prosperar,
consulté con mi conciencia
y al punto me dijo: «Aprende a sisar».
Salí tan mañosa, que al cabo de un año,
tenía seis trajes de seda y satén.
A nada que ustedes discurran un poco,
ya saben, o al menos
se habrán enterado,
de dónde saldría...
para ello el parné.

Yo iba sola
por la mañana a comprar,
y me daban
seis duros para pagar;
y de sesenta reales
gastaba treinta, o un poco más,
y lo que me sobraba,
me lo guardaba un melitar.
Yo no sé, cómo fue
que un domingo después de comer,
yo no sé qué pasó
que mi ama a la calle me echó...

23Versos, por cierto, a los que responderá el simétrico Tango de Doña Virtudes:

  • 8 Transcribo los versos del libreto acompañante de la edición de Chueca, 2005, pp. 46-48.

Pobres amas
las que tienen que sufrir
a esas truchas
de criadas de servir;
porque si una no tiene
por las mañanas mucho de acá,
crea usted, caballero,
que la dividen por la mitad...
8

24El tópico ha conocido reciclajes aún más modernos, y enormemente populares. En la película La ciudad no es para mí (1965), de Pedro Lazaga, una de las más célebres y representativas del cine español de la época franquista, hay una escena enormemente interesante para nosotros, por cuanto desarrolla en secuencia encadenada un conflicto que nos sonará ya a algo familiar: la señora de la casa echa en falta 3.000 pesetas. Acusa, ante su marido, su hija y su suegro, a la criada de la casa, Filo (papel que encarna la popularísima Gracita Morales), la cual se deshace en lágrimas y justificaciones. El bienintencionado abuelo (papel encarnado por el no menos célebre Paco Martínez Soria) confiesa entonces que ha sido él quien ha robado las 3.000 pesetas, para enviarlas a su pueblo con el fin de ayudar a varios paisanos que pasaban estrecheces. Momento en que reaparece en escena la hija adolescente, proclamando que acaba de encontrar las 3.000 pesetas, que habían estado caídas entre un mueble y la pared. Todos celebran, así, el feliz desenlace del suceso. Pero, tras la celebración, el avispado abuelo acude a la cocina y hace confesar a la criada, que sigue deshaciéndose en lágrimas, el robo de las 3.000 pesetas, que ella se había apropiado porque se había quedado embarazada y las necesitaba para preparar la llegada de su retoño. La siguiente jugada del abuelo será lograr que el padre de la criatura, que no quería responsabilizarse de sus actos, se case con la llorosa sirvienta.

25De algún modo, este tipo de relatos acerca de criados y de criadas ladrones (Lázaro de Tormes, el Luquitas de Lope de Rueda, la Menegilda de La Gran Vía, la Filo de la película de Lazaga) viene a ser parte de otro tipo de relatos que han conquistado un espacio emblemático dentro de nuestra literatura (y de nuestro cine) más popular y de nuestro imaginario más común, que es el de las ficciones policíacas que identifican al mayordomo con el ladrón o el asesino. Y si al final no lo es, seguro que sobre él ha tenido que recaer primero todo un rosario de sospechas e incomprensiones no muy distintas de las que han pesado sobre las espaldas de muchos de los criados que han pasado por estas páginas. De hecho, las tramas con mayordomo sospechoso, o con mayordomo culpable, podemos decir sin exageración que forman casi un subgénero bien reconocible dentro de las ficciones detectivescas.

26Hablar de mayordomos sospechosos obliga a hablar también de amas de llave siniestras, del tipo de la inolvidable Mrs. Van Hopper que preside toda la trama de la Rebecca (1940) de Alfred Hitchcock (película basada en una novela de Daphne Du Maurier), la cual llegó a fijar en el imaginario popular internacional un estereotipo imborrable de ama de llaves ladrona, asesina y psicópata sobre cuya posible inocencia o culpabilidad giraron todo tipo de oscuras y agobiantes tramas de ficción, aunque ninguna fuera tan influyente como la de Hitchcock. Una modalidad, en fin, definitivamente oscura y radical del tópico tan viejo y tan común de la criada infiel.

  • 9 Véase al respecto Pedrosa, 2000.

27No hay que olvidar, finalmente, el inmenso complejo literario, indudablemente anejo al nuestro, de las nodrizas y cuidadoras de niños que resultan sospechosas de robos, malos tratos, crímenes, etc., sobre las que se ha erigido una impactante tradición de rumores, mitos, literaturas o películas, que parten del mito de Démeter, la nodriza enigmática y sospechosa que acabó abrasando al príncipe Demofón, y alcanzan hasta las leyendas urbanas de hoy en día, que siguen previniendo contra cierto tipo de baby-sitters tan extrañas como nocivas9.

28Sobre todas estas múltiples pero conectadas entre sí constelaciones de relatos planea una cuestión sumamente perturbadora, que es sin duda lo que explica su perdurabilísima y dramática eficacia narrativa: un criado es o debe ser, en el esquema lógico del relato y en el entramado de las relaciones sociales, un auxiliar en el que se debe poder depositar toda la confianza. Si su lealtad se ve comprometida por sospechas, recelos, pruebas de infidelidad o de traición, una parte clave del edificio de la realidad y de la ficción (la relación entre el sujeto actante y su auxiliar) sufre un daño muy serio, y todas las expectativas de futuro quedan en suspenso. Es difícil imaginar un tipo de conflicto que afecte de manera más directa que éste a uno de los nervios mismos de la estructura de lo real y de lo imaginario.

29Apuntemos, para terminar, que dentro de tan ancho, variopinto y cruzado océano de prosas y de versos que dan cuenta literaria de los conflictos entre amos y señores por causa de algún bien que unos consideran robado y que otros niegan haber distraído, ocupan seguramente un lugar especial y relativamente compacto los tres relatos clásicos españoles que hemos relacionado aquí (el de Alfonso X, el de Fernando de Rojas y el de Lope de Rueda) y que hemos vinculado además con algunos de sus presumibles paralelos pluriculturales. No solo porque son, los tres relatos españoles, obras rigurosamente clásicas de nuestra literatura, sino también porque guardan, entre sí y con algunos otros relatos nacionales e internacionales que hemos traído a colación, muchos de ellos folclóricos o inspirados en el folclore, relaciones argumentales más o menos reconocibles, que, en estos tres casos, coinciden en la reivindicación del criado como víctima inocente, sorprendida, angustiada, de acusaciones injustas por motivos diversos: porque la ladrona era otra en el caso alfonsí, porque el robo supuesto suele ser maligna invención del amo según la Areúsa de Rojas, o porque la pérdida no había sido por robo sino por descuidado olvido en el paso de Rueda.

30Por encima de matices y de diseños argumentales distintos, los textos de Alfonso X y de Fernando de Rojas mantienen una ligazón especialmente estrecha entre sí, pues sitúan el conflicto entre amas y criadas (en femenino, en ambas obras) en el marco de la costumbre de que las primeras dotasen el matrimonio de las segundas, e insisten en lo injusto de ciertas acusaciones de robo de algún objeto valioso (el collar alfonsí, la taza, el anillo, el plato, el paño de manos celestinesco) que se hacía recaer sobre criadas que no eran ni maliciosas ni culpables. El paso de Lope de Rueda propone unos turrones de Alicante como alternativa de esos objetos cuyo extravío es injusto achacar a un comportamiento tramposo por parte de los criados. Pero se abre también, esa pequeña obra maestra de nuestro teatro del xvi, hacia horizontes narrativos de mucho mayor alcance, por cuanto su esquema argumental se nos muestra estrechamente conectado con un tipo de cuento folclórico internacional, de estructura seriada o encadenada (el cuento ceilandés que hemos reproducido podría ser un paralelo emblemático), del que resulta ser una reescritura tan afortunada como evidente.

31En cualquier caso, no es posible interpretar cabalmente estos tres hilos específicos de nuestra literatura clásica, tan enraizados todos en un común sustrato de hechos sociales, de ideas y de representaciones, fuera de ese otro gran tapiz que hemos intentado pergeñar con unos cuantos hilos más, orales y escritos, de aquí y de allá, sacados de unas realidades o tomados de unas ficciones en que los conflictos entre amos y criados han tenido el estatus de fenómeno y tópico común. Solo la contemplación del conjunto, con la perspectiva añadida de sus vínculos y proyecciones, puede permitirnos entender la extraordinaria profundidad cultural e ideológica del horizonte en que operan y dialogan (entre sí, con otros textos, con su contexto social) nuestros relatos.

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Bibliografía

Chueca, Federico, La Gran Vía y El Bateo, dir. Víctor Pablo Pérez, Madrid, Deutsche Gramophon, 2005.

Jabad Lubavitch, colección de relatos jasídicos: http://www.jabad.org.ar/

Ladero Quesada, Miguel Ángel, «Aristócratas y marginales: aspectos de la sociedad castellana en La Celestina», en Espacio, tiempo y forma, serie III, 3, 1990, pp. 95-120.

Limón Delgado, Antonio, Costumbres andaluzas de nacimiento, matrimonio y muerte, Sevilla, Excma. Diputación Provincial, 1981.

Parker, Henry, La princesa de cristal y otros cuentos populares del viejo Ceilán, eds. Luisa Helen Frey, Santiago Cortés y José Manuel Pedrosa, Madrid, Páginas de Espuma, 2006.

Pedrosa, José Manuel, «Del Himno a Démeter pseudo-homérico al romance de La nodriza del infante: mito, balada y literatura», en Historia, reescritura y pervivencia del romancero. Estudios en memoria de Amelia García-Valdecasas, Valencia, Universitat de València, 2000, pp. 157-185.

Pedrosa, José Manuel, «La Cantiga 212 de Alfonso X el Sabio (La buena mujer de Toledo, que prestó un collar a una mujer pobre, y se lo robaron) y El collar de Guy de Maupassant», Boletín de la Biblioteca de Menéndez Pelayo, 73, 2007, pp. 33-48.

Rojas, Fernando de, La Celestina, ed. Dorothy S. Severin, Madrid, Cátedra, reed. 1998.

Rueda, Lope de, Pasos, eds. Fernando González Ollé y Vicente Tusón, Madrid, Cátedra, 1984.

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Notas

1 Pedrosa, 2007.

2 Rojas, La Celestina, auto IX, pp. 232-233.

3 Rueda, Pasos, pp. 216-217.

4 Ladero Quesada, 1990, p. 108. La costumbre de que las mujeres con recursos contribuyesen a la dote matrimonial de las que no los tenían ha pervivido a lo largo de los siglos. Incluso han funcionado hasta el siglo xx cofradías o hermandades católicas que se ocupaban de estos casos, y que contribuían incluso al matrimonio de las jóvenes no vírgenes: «La que tiene amores muy íntimos con el que ha sido su único amor, se suele casar al cabo y mucho más si las madres cristianas lo llegan a saber y pagan los gastos y aún la dote» (Limón Delgado, 1981, p. 113).

5 Parker, 2006, núm. 12.

6 Tomo el cuento de la colección de relatos jasídicos publicada en http://www.jabad.org.ar/, página web de Jabad Lubavitch, «uno de los movimientos judaicos más dinámicos y en expansión, con casi 2.000 instituciones en todo el mundo. Fiel al tronco judaico de la Torá y la Halajá, es parte del Movimiento Jasídico, fundado por el Baal Shem Tov (1698-1760). Jabad fue fundado hace alrededor de 230 años, por Rabí Schneur Zalman de Liadí, autor del Shulján Aruj Harav y del Tania (1740-1812). En la actualidad está inspirado y dirigido por las enseñanzas del Rebe de Lubavitch, Rabí Menajem Mendel Schneerson».

7 Rueda, Pasos, p. 99.

8 Transcribo los versos del libreto acompañante de la edición de Chueca, 2005, pp. 46-48.

9 Véase al respecto Pedrosa, 2000.

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Para citar este artículo

Referencia en papel

José Manuel Pedrosa, «La criada «que hurtó la taça o perdió el anillo»: Alfonso X, Fernando de Rojas, Lope de Rueda»Criticón, 113 | 2011, 5-17.

Referencia electrónica

José Manuel Pedrosa, «La criada «que hurtó la taça o perdió el anillo»: Alfonso X, Fernando de Rojas, Lope de Rueda»Criticón [En línea], 113 | 2011, Publicado el 20 junio 2016, consultado el 01 diciembre 2024. URL: http://0-journals-openedition-org.catalogue.libraries.london.ac.uk/criticon/2311; DOI: https://0-doi-org.catalogue.libraries.london.ac.uk/10.4000/criticon.2311

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José Manuel Pedrosa

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