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Reseña

Antonio Carreira, Nuevos Gongoremas, Córdoba, UCOPress (Editorial Universidad de Córdoba), 2021, 605 pp.

Antonio Azaustre Galiana
p. 485-493
Référence(s) :

Antonio Carreira, Nuevos Gongoremas, Córdoba, UCOPress (Editorial Universidad de Córdoba), 605 pp. (ISBN: 978-849-9276-05-2.)

Texte intégral

1En 1998, se publicaba en la editorial Península de Barcelona el libro de Antonio Carreira titulado Gongoremas, un conjunto de diecinueve trabajos que hoy constituye un clásico referente para los estudios sobre el poeta cordobés. Veintitrés años después, destilados con la pausa que requiere el trabajo de un filólogo, se edita una nueva recopilación de treinta trabajos, cuya procedencia se señala al comienzo del volumen (pp. 15-16). Tras su lectura, a quien escribe estas páginas no le quedan dudas de que estos Nuevos Gongoremas seguirán el mismo destino que su predecesor.

2El libro se abre con un prefacio (pp. 11-13) donde el autor muestra su postura contraria a algunos enfoques del gongorismo en el último siglo, lo que a su vez supone una definición de su trayectoria: la labor de un filólogo de corte clásico, que prima la comprensión del sentido literal y literario del texto en su tiempo, para, desde ahí, enfocar correctamente otras vertientes que pueda sugerir. El prefacio se completa con una divisio que explica y resume la organización del libro en cinco grupos de trabajos «que guardan cierto orden cronológico: los tres primeros analizan el lenguaje gongorino, en general o en obras concretas. Los dos últimos examinan la obra de varios gongoristas, o la influencia de Góngora en distintos autores, países y épocas, hasta llegar al siglo xx» (p. 11). Se ha procurado actualizar conceptos y bibliografía, pero sin perder la esencia de cada trabajo, pues «cada cosa es hija de su tiempo» (p. 11).

3El primero de los treinta capítulos («La especificidad del lenguaje gongorino», pp. 19-40) analiza el lenguaje poético de Góngora desde el punto de vista de sus primeros lectores, a fin de explicar las razones de su temprano éxito. Unas certeras pinceladas biográficas muestran que la erudición no basta para explicar la calidad de la poesía de Góngora, genio dotado de un talento especial para el verso; ello explica también que muchos de sus detractores fuesen sesudos eruditos incapaces de apreciar esta peculiaridad. Este primer capítulo muestra ya la que será una constante a lo largo del libro, pues lo es del proceder de su autor: el minucioso análisis de los textos que desentraña su construcción y sentido, lo que en Góngora supone un desafío que el propio poeta diseñó complejo. Así sucede con el análisis de varios poemas construidos sobre la alegoría, donde se precisa su mayor o menor perfección. Ese mismo detalle se observa, por ejemplo, cuando, al ocuparse de los conceptos, el análisis de las correspondencias lleva a sutiles matices en la edición de un poema, como la necesidad de editar Flores con mayúscula en el estribillo de la letrilla «Aprended, Flores, de mí» por la alusión al marqués de Flores de Ávila. A este se añaden otros casos que muestran «ese cuidado extremo en la construcción del concepto» (p. 29) que se observa en los versos de Góngora. Ese cuidado se extiende más allá del Polifemo y las Soledades, como se observa en los ejemplos que se analizan en las páginas finales.

4El capítulo dos («Algunos aspectos del humor gongorino», pp. 41-62) estudia varios romances, letrillas y sonetos, y revela una mirada humorística que Góngora no solo dirige a su persona, sino que también alcanza a convenciones poéticas, usos sociales y acontecimientos históricos. Es este un Góngora cercano a la realidad de su tiempo y lectores, sobre los que proyecta una inteligente sonrisa con la que también se ve a sí mismo.

5Quien conoce a Antonio Carreira sabe de su amor a la naturaleza. No se trata de un amor de moda o impostado, sino de aquel que proviene del nacimiento en un entorno rural (A Terra Chá) y de su infancia en parajes costeros tan idílicos como Vilarrube; hoy mismo, su refugio cercano a los acantilados de A Garita de Herbeira es testigo de ese sentimiento, que supone una manera de entender la vida.

6Desde esa privilegiada atalaya, Antonio Carreira reflexiona al comienzo del tercer capítulo («El sentimiento de la naturaleza en Góngora», pp. 63-79) sobre la influencia de la naturaleza en manifestaciones artísticas de diferentes lugares y épocas. Como los paisajistas de los Países Bajos, que supieron apreciar la belleza de la naturaleza que les rodeaba a diario, la pluma de Góngora captó ese mismo sentimiento, y las páginas de este capítulo dibujan la trayectoria de esa pintura poética en la vida y los versos del poeta cordobés; señaladamente, en sus Soledades.

7El cuarto capítulo («El conceptismo de Góngora y Quevedo», pp. 81-105) se abre con unas interesantes reflexiones sobre las historias de la literatura española y la negativa influencia que la opinión de Menéndez Pelayo —que se reconoce tan rica en otros aspectos— ha tenido en la consideración enfrentada de Góngora y Quevedo y, por extensión, de culteranismo y conceptismo, con una consideración generalmente más positiva de este último frente a los mayores juicios negativos que ha suscitado la poesía del primero. Como en casos anteriores, el examen de los textos demuestra la identidad estética de ambos poetas sobre la base común del concepto. La comparación de poemas de ambos escritores revela sutiles matices en el uso del concepto: mientras el poeta cordobés usa más habitualmente el concepto complejo, que se prolonga a lo largo de todo el poema, Quevedo no se maneja con tanta soltura en esta modalidad, y los construye de manera más fragmentada, acumulando agudezas simples. Estas conclusiones se obtienen tras una cabal explicación de las agudezas que ambos poetas crean para, a partir de ese examen, concluir con la valoración de Góngora como un maestro del conceptismo al que, en no pocas páginas de nuestra historia literaria, se le opuso erróneamente.

8La consideración de Góngora dentro del canon poético del Siglo de Oro es la materia que centra el capítulo cinco («Góngora y el canon poético», pp. 109-125). Con detallado acopio de informaciones, se demuestra la gran difusión de sus poemas, solo superada en el Siglo de Oro por Garcilaso, aunque Carreira considera mayor la influencia del cordobés. Ambos poetas comparten el rasgo de haber sido innovadores en su momento, íntimamente vinculado a la estética de los genios creadores (cfr. p. 110).

9Es este uno de los capítulos que mejor muestran la exhaustividad con la que Antonio Carreira agota el examen de los asuntos que aborda. En este caso, se trata de probar la influencia de Góngora en diversos metros, temas y géneros en los que fue imitado por otros poetas. Con un profundo conocimiento de los poetas y los poemas, y una sustanciosa información sobre difusión de poemas, colecciones, rastros métricos y de estilo, el análisis llega a incluir estribillos recogidos en vocabularios como el de Correas. El recorrido señala la influencia de los sonetos —menor que la de romances y letrillas—, canciones (pp. 120-121); la del Polifemo en la fábula mitológica (pp. 121-123), las imitaciones de las Soledades (pp. 126-128) y la del lenguaje gongorino (pp. 126-128), que enriqueció rasgos y tendencias previas y destacó en la maestría para crear conceptos que se desarrollaban armónicamente a lo largo del poema, virtud que Gracián reconoció en el poeta cordobés, uno de los protagonistas de su Agudeza y arte de ingenio.

10De la transmisión textual y la difusión de la poesía gongorina se ocupan los capítulos seis y siete. El capítulo seis («Formación del canon en la transmisión de la poesía gongorina», pp. 131-145), se inicia con un valioso conjunto de datos que vuelven a mostrar la temprana fama que adquirieron los poemas del cordobés. Se estudian testimonios manuscritos y ediciones de la poesía de Góngora y, de manera especial, se presta atención al Manuscrito Chacón, codex optimus de su poesía. Se da cumplida cuenta de las ventajas que ofrece este testimonio frente al estado en que se ha transmitido la poesía de otros contemporáneos, y también se examinan los errores que en él existen, lógicos en un proceso de acopio y ordenación de materiales dispersos.

11El capítulo siete («Difusión y transmisión de la obra gongorina», pp. 147-157) organiza en tres etapas la transmisión de su obra poética: una primera (1580-1612) donde predomina la difusión en impresos, de los que se hace un detallado repaso; una segunda (1612-1620) marcada por la composición de sus grandes poemas, la polémica que generaron y la definitiva consagración de Góngora; una tercera que abarca sus últimos años de vida y los primeros de su fama póstuma, caracterizada por «el afán de reunir su obra y comentarla, tanto en manuscritos como en impresos» (p. 149). Tras establecer esta cronología, se estudia el tipo de transmisión manuscrita en esas tres etapas y se va desgranando, con el habitual detalle, la difusión de los poemas integrados en ellas, para finalizar con una recopilación de los códices y ediciones que reúnen la obra gongorina (pp. 153-157). Este recorrido permite sostener, con una sólida base de datos y documentos, que la transmisión, difusión e influencia de la poesía de Góngora no tiene parangón en nuestras letras.

12Transmisión textual y ecdótica son las protagonistas del capítulo 8 («Manuscritos y ecdótica: en torno al corpus de las décimas», pp. 159-176), que constata ya desde su comienzo la dificultad textual que ofrece este grupo de poemas, diferente a la de los poemas extensos a causa de su metro. Una vez más, debe aparecer en esta reseña el sintagma detallado examen, pues este es el que se lleva a cabo de los epígrafes de las décimas y sus variantes en diferentes testimonios, enriqueciendo la collatio con la información que ofrecen diversas circunstancias históricas. El minucioso cotejo al que se someten permite aclarar errores y aciertos en su redacción, así como no pocos datos e identidades valiosos en relación con los poemas que encabezan. El capítulo examina también los escolios y anotaciones a las décimas, y lleva a cabo una collatio externa de su orden en diversos testimonios. Todo ello permite a Carreira establecer diversas estrategias para perfilar grupos en la filiación de las décimas. El capítulo se cierra con un examen del manuscrito 20.620 de la BNE, que contiene cinco décimas de Góngora y tres atribuidas. Se transcribe, además, el texto de algunas décimas que no son de autoría gongorina pero que resultan de interés por diversas razones (en uno de los casos, por estar inédita), y también de un romance que, aunque se presenta como anónimo en el manuscrito, «le viene como anillo al dedo» (p. 174) a Quevedo por los tipos sociales de los que se burla.

13Me detendré algo más en el capítulo nueve («Cuestiones filológicas relativas a algunos poemas gongorinos del periodo 1609-1615», pp. 179-199) porque es un muy buen ejemplo del perfil investigador de Antonio Carreira, y, en concreto, de su afán por agotar la cabal interpretación de los textos. Así lo muestra el exhaustivo análisis de los poemas de los que aquí se ocupa, de los que señalo algunos: en «Señora doña Puente Segoviana», calibra las diferentes posibilidades de locutores poéticos y, en consecuencia, las opciones tipográficas que puede manejar quien edite el poema. Continúa aclarando el contexto del soneto «De chinches y de mulas voy comido»: salva las imprecisiones de la nota aclaratoria de Chacón con la consulta de otros testimonios, y resuelve los lugares difíciles que ofrece el poema. Propone una nueva y remota fuente del poema de 1609 «Mal haya en que en señores idolatra», la Diana de Montemayor y, tal vez, algunos versos de un poema del autor portugués dirigido a don Jorge de Meneses y recogido en el Cancionero de 1562. Otro de los poemas analizados es el soneto «Señores corteggiantes, ¿quién sus días?» (1610); palabra a palabra, sin obviar dificultades ni pasajes oscuros, precisamente porque el objetivo es aprehender totalmente su sentido. En el soneto «Si ya al griego orador la edad presente», dedicado a la Retórica del padre Francisco de Castro, Carreira se detiene en la correcta interpretación de la lectura canal, que examina para justificar la conjetura caudal. Modélico resulta el estudio del soneto «No de fino diamante o rubí ardiente» (1611), donde se ocupa de su sintaxis, significado y puntuación, y amplía las pesquisas a testimonios históricos (una Relación de las honras escrita por Juan de Guzmán) para mejorar su comprensión. Precisiones similares se hacen en otros poemas donde se valoran las diferentes dificultades y decisiones que el editor debe tomar ante las diversas opciones que plantea la interpretación de los versos. En consecuencia, este trabajo es un excelente ejercicio filológico que parte de la atenta y pausada lectura, para aclarar las varias dificultades que encierran las composiciones, que requieren de su editor esa cabal comprensión del texto y sus circunstancias para poder adoptar las decisiones oportunas. De esta forma, se advierte de la necesidad de una exhaustiva collatio de testimonios, a fin de corregir los errores escondidos bajo aparentes lecturas válidas.

14Tomando como título el de un trabajo publicado por Colin Smith en 1961, el capítulo 10 («La musicalidad del Polifemo», pp. 201-210) cuestiona cuáles son los elementos que imprimen musicalidad al poema, una pregunta compleja que ha tenido y tiene respuestas diversas según las épocas, lenguas y gustos. Desde esas premisas, se revisa la validez de las cualidades asociadas a los sonidos de las letras y al carácter rítmico de las bimembraciones, aspecto este que lleva a proponer una atinada corrección en la puntuación del v. 384 del Polifemo. Se corrigen y matizan asonancias y esquemas rítmicos señalados por Colin Smith en el mencionado trabajo, y se añaden otros que no figuraban en él. La intención de este capítulo es prevenir sobre los peligros de basar el análisis de la musicalidad y el ritmo del verso en rasgos impresionistas, y la necesidad de sustentarlo en un examen de los recursos métricos que el poeta maneja en la disposición de los sonidos. Así, en el Polifemo se advierte una especial abundancia de vocales y de vocales en contacto (estas últimas, muy frecuentes en posición de rima), para lo que Góngora recurre a recursos métricos como la sinalefa. A ellas se unen otros rasgos como bimembraciones, quiasmos, hipálages, aliteraciones y consonancias internas. Tras este examen, el capítulo se cierra con una llamada a la lectura sonora de los versos, y a manejar un concepto de ritmo amplio que traspase el ámbito acentual, actitudes que permitirán apreciar en todas sus dimensiones la musicalidad de los versos de Góngora.

15El capítulo once («Fuentes históricas del Panegírico al duque de Lerma», pp. 211-231) se inicia con una sección introductoria sobre la diversa presencia de la historia en la poesía de Góngora y las circunstancias históricas que rodearon la composición del Panegírico. Ya dentro del texto, se lleva a cabo un rastreo de fuentes históricas y genealógicas para identificar las referencias a personajes históricos, lo que lleva a aclarar y documentar casos problemáticos, como el de Diego Gómez, conde de Castrogeriz hasta 1426, en los vv. 25-28. Ese minucioso rastreo de documentación se entrevera de menciones de otros poemas coetáneos sobre los personajes y hechos históricos recogidos en el Panegírico, las cuales permiten corregir algunos errores en su interpretación.

16No obstante ese análisis, Carreira advierte de la escasez de fuentes anteriores al poema, y de cómo el rugir de noticias lleva en ocasiones al baile de datos y la falta de seguridad en su interpretación. Entre esas prevenciones, debe tenerse en cuenta, sobre todo, que Góngora ha compuesto un panegírico, no un libro de historia (p. 231), y que a esa intención responde, en buena lógica, su selección y manejo de las fuentes e informaciones.

17Su magna edición crítica de los Romances de Góngora (Barcelona, Quaderns Crema, 1998, 4 vols.) exime de cualquier otra valoración sobre el capítulo doce («Forma y función del romance en el teatro de Góngora», pp. 233-249), que contextualiza los romances de la Isabela y el Doctor Carlino en los argumentos de estas dos piezas para así precisar su función.

18El capítulo trece («El Conde-Duque de Olivares y los poetas de su tiempo», pp. 251-274) acoge un documentado trabajo que compendia con finura crítica las relaciones del privado con los poetas de su tiempo: la fidelidad de Rioja (pp. 252-253), los vaivenes de Quevedo (pp. 253-255), o la controvertida figura de Villamediana (pp. 255-257), sobre el que se previene de las cautelas que han de despertar muchas de las sátiras a él atribuidas, y se suaviza el supuesto enfrentamiento frontal con el valido a una falta de cordialidad, que, según Carreira, no debió de ser la causa de su asesinato. Otros nombres son los de Juan Antonio de Vera y Zúñiga (pp. 257-258), a quien considera «uno de los poetas más leales al Conde-Duque» (p. 257), y Virgilio Malvezzi (pp. 258-259), de quien se traza un perfil lisonjero y se revela su «refrito» de un RitrattoK, dedicado doce años antes a Giovan Battista Ciampoli, para agasajar a Olivares.

19El recorrido avanza con una selva de poetas menores, que reúne un amplio bagaje de informaciones históricas y literarias, así como interesantes matices y precisiones sobre juicios de la crítica y tareas pendientes (pp. 260-262). Se señalan a continuación varias obras que Lope de Vega dedicó a Olivares sin obtener la esperada recompensa, probablemente por sus avatares biográficos y su relación con el duque de Sessa. En el ámbito del teatro, se registran obras dramáticas del periodo sobre la caída de príncipes (pp. 265-266), con especial atención a la figura de Tirso. Cierra este catálogo la figura de Góngora (pp. 266-274), con una minuciosa relación de sus encuentros y buen trato con el valido. Como sucede otras veces a lo largo del libro, el examen de documentos permite discutir con profusión de datos que Olivares sea el destinatario del soneto satírico atribuido a Góngora «Lugar te da sublime el vulgo ciego». El final del capítulo juega con la abundancia de datos, reflejo de la cantidad de poemas y obras dedicadas al valido, para concluir (pp. 273-274) con la razonable duda de que Olivares hubiese tenido tiempo para haber leído toda esa literatura.

20El libro se adentra a partir de ahora en una sección que pasa revista a la obra y trayectoria de diversos colegas, sección que se inicia en el capítulo catorce con el «Significado de Robert Jammes en los estudios gongorinos» (pp. 277-294). La figura de este maestro de gongoristas, a quien se homenajea en el volumen de Criticón que acoge esta reseña, es objeto de alabanza y admiración por parte de quien, como Antonio Carreira, lo conoció bien. El capítulo examina algunos de sus trabajos menos difundidos, con especial atención a los escritos en francés. Esa lógica alabanza se acompaña de algunas apostillas que, desde la referida admiración hacia quien Carreira considera su maestro, examinan o matizan algunas aportaciones de Jammes. Completan este tributo interesantes reflexiones sobre cuestiones centrales en los estudios gongorinos, y un diálogo con las opiniones de diversos críticos que, en torno a la obra de Jammes, se han ocupado de ellos.

21En esa misma línea laudatoria se mueve el capítulo quince (pp. 295-302), que reseña el libro de Mercedes Blanco Góngora o la invención de una lengua (2015). Con la minuciosidad característica de todos sus trabajos, Carreira examina y comenta los detalles de un libro y una estudiosa fundamentales en el gongorismo.

22También constituye una reseña el capítulo dieciséis (pp. 307-313); en este caso, del libro de Andrés Sánchez Robayna Nuevas cuestiones gongorinas (Góngora y el gongorismo) (2018). Se examinan aquí los trabajos más complejos o problemáticos del volumen, que merece una valoración laudatoria. Muestra de este aprecio, no solo filológico, es que Antonio Carreira ha dedicado a Sánchez Robayna sus Nuevos gongoremas. Se recomiendan de manera especial los dos capítulos iniciales del libro y, junto a las valoraciones, Carreira incorpora interesantes reflexiones sobre la traducción en poesía (pp. 308-309), tanto más difícil cuanto más cuidada es la forma de la expresión poética. También creo que deben destacarse las observaciones de Carreira sobre el Hommage à Góngora (1953) de Jean Cocteau, por su trascendencia y aplicación a cierto tipo de arte donde forma y contenido resultan caóticamente interpretables. Es una veta que se explorará más en capítulos posteriores.

23En efecto, el capítulo 17 («¿Qué hacer con Góngora?», pp. 315-327) contiene diversas reflexiones sobre el libro de Julio Baena Quehaceres con Góngora (2011). Constituyen una crítica de opciones interpretativas deconstructivistas y posmodernas vinculadas a los Cultural Studies, y, al mismo tiempo, una defensa de la filología positivista: aquella que parte de la correcta lectura del sentido literal del texto, lo que exige conocer los usos lingüísticos de la época y el autor, así como el universo y conceptos que maneja. El capítulo interesa no solo como prevención de errores, sino también como definición de una manera de entender la Filología dentro de las Humanidades.

24Parecida intención es la del capítulo dieciocho («Las Soledades y la crítica posmoderna», pp. 329-361), reseña crítica de cinco trabajos de estudiosos norteamericanos que parten de las visiones interpretativas arriba mencionadas. En sus páginas podrá el lector encontrar los argumentos detallados con los que Carreira rechaza dichas interpretaciones y corrige los errores a los que conducen sus lecturas. Con el clásico trabajo de Bataillon al fondo (Défense et illustration du sens littéral), el siguiente párrafo sintetiza el punto de vista de Antonio Carreira en esta crítica reseña: «La exégesis tiene que contar con la Filología, y la labor de esta consiste en establecer un sentido literal, del que siempre hay que partir si se quieren luego buscar otros figurados» (p. 337).

25La disparidad de opiniones está también presente en el capítulo diecinueve («Crítica de la edición crítica. Respuesta a Margit Frenk», pp. 363-373), donde Carreira responde a las objeciones que la estudiosa había hecho a la edición de los romances de Góngora a propósito del poema La más bella niña. Sin embargo, y frente al anterior capítulo, aquí no se trata de un rechazo frontal al enfoque con que Margit Frenk aborda los textos, pues este es también filológico. Podríamos hablar de una discrepancia dentro de la propia Filología sobre el papel que la tradición musical de los poemas debe tener en la elaboración de una edición crítica. Frente a la opinión de Margit Frenk, Carreira defiende que las versiones musicales no pueden tener un peso decisivo para establecer el texto crítico de los romances, pues sufren alteraciones y reducciones muy notables del texto, precisamente en virtud de su finalidad, ya que los músicos «privilegian la música sobre la fidelidad al texto» (p. 369). El trabajo reflexiona sobre diversos enfoques ecdóticos (neolachmmannismo, bedierismo, elogio de la variante…) en la edición de los romances, con precisos comentarios sobre lugares concretos. Se trata, pues, de una discusión entre ambos filólogos sobre el peso de la tradición musical en la edición crítica, que continuaría en escritos posteriores.

26Los once capítulos siguientes, que conforman la quinta y última parte del libro, se dedican a explorar la influencia de la poesía de Góngora en diversos autores. El veinte (pp. 376-389) se centra en Pedro Espinosa. Se estudia la relación entre Espinosa y Góngora y se analizan con el habitual detalle los textos que muestran la influencia de Góngora en los poemas de aquel. Lo que pienso sobresale del trabajo es el minucioso examen de los lugares gongorinos que no habían sido señalados en la obra de Espinosa, no solo en verso, sino también en prosa, «donde la presencia del modelo se hace más continua y sorprendente» (p. 385). En mi opinión, es un ejemplo de literatura comparada y estudio de fuentes en el estricto sentido filológico, el que hace avanzar sobre los saberes previos de los textos.

27La «Presencia de Góngora en la poesía de Quevedo» es el objeto del capítulo veintiuno (pp. 391-409). Retrata a un Quevedo más joven que Góngora y que, cuando irrumpe en el panorama literario, encuentra al cordobés como modelo ya consagrado. Analiza varias deudas con poemas de Góngora y, con las cautelas debidas al no estar fechados los poemas de Quevedo, señala huellas «que apuntan casi siempre a un Góngora anterior a 1615, lo que bien puede indicar que don Francisco se dejó influir más en sus años mozos, como es natural» (p. 397). Es, una vez más, ejemplo de preciso trabajo con los textos en busca de fuentes e influencias.

28El capítulo veintidós («Un quevediano gongorino: Francisco Manuel de Melo», pp. 411-436) es otro de los que condensa el espíritu de este libro; su esencia es el minucioso cotejo y examen de los versos de ambos poetas, que muestra la influencia de Góngora en el Pantheon, la Silva fúnebre primera en la muerte de don Manuel de Meneses y otros poemas de Melo (pp. 426-436). Entre otras deudas, se identifica la costumbre de Melo de «citar versos, frases o imágenes de los romances gongorinos» (p. 433). Este análisis explica el sintagma que abre el título («Un quevediano gongorino»), pues matiza con datos la opinión de que la influencia mayor de Melo era la de Quevedo, acaso basada en traspasar su amistad a influjo literario.

29Francisco Manuel de Melo es también protagonista del capítulo veintitrés («El romance español y portugués de Francisco Manuel de Melo», pp. 437-451). Podríamos dividir este capítulo en dos grandes secciones: en la primera se historia la circulación del romancero nuevo en Portugal, con valiosas informaciones sobre diversas ediciones de Flores de romances, y se lleva a cabo un rastreo de posibles romancistas en Portugal desde fines del xvi hasta el tiempo de Melo. Se trata de un espléndido recorrido por la historia literaria de la poesía portuguesa, con detenida mención de ediciones, difusión de textos y romances concretos incluidos en ellas. La segunda sección se centra en el examen comparativo que precisa deudas de Melo con Quevedo y, sobre todo, con Góngora, en la línea de la influencia mostrada en el capítulo anterior.

30Siguiendo con la estela de las influencias de Góngora, el capítulo veinticuatro («Antonio de Solís o la poesía del divertimento», pp. 453-471) se ocupa de Antonio de Solís, poeta y, sobre todo, dramaturgo, que cultivó un conceptismo de corte humorístico y centrado en la agudeza verbal. Señala Carreira con gran tino un rasgo que es común a los poetas que siguieron en el tiempo a grandes autores: el problema de buscar la novedad; en este caso, tras la obra de Góngora y Quevedo. En esa tesitura, Solís «se devana los sesos buscando márgenes de originalidad», aunque «no puede evitar caer en repeticiones» (p. 455). El examen de los textos muestra la estética de Solís y, cuando procede, señala las deudas con Góngora y otros poetas.

31En el capítulo veinticinco («La mímesis conceptista de Ovando y Santarén», pp. 473-482) se parte de un examen de la edición de los Ocios de Castalia llevada a cabo por Cristóbal Cuevas, que merece a Carreira una valoración muy positiva, en especial el prólogo y la fijación del texto. A partir de ahí, Antonio Carreira lleva a cabo un minucioso acopio de deudas con diversos poetas y obras, entre los cuales destaca la figura de Góngora. A continuación, se hace un examen similar de los Poemas lúgubres, editados también por Cristóbal Cuevas. El conjunto del trabajo enlaza perfectamente con la mímesis que se señala en el título, y muestra a Ovando y Santarén como un poeta que «es en la imitación donde se encuentra como pez en el agua» (p. 481).

32«Pros y contras de la influencia gongorina en el Triunfo parténico (1683) de Carlos Sigüenza y Góngora» (capítulo veintiséis, pp. 483-496) se ocupa de esta obra donde se evocan los fastos y el certamen poético que tuvieron lugar en la ciudad de México entre 1682 y 1683, una de las muchas celebraciones en honor de la Inmaculada Concepción. Se constata el detallismo y menudencia de la prolija prosa de Sigüenza, una de las direcciones por las que discurrió la prosa barroca, bien por la vía de la descripción, bien por la de la digresión moral (la otra gran dirección sería el laconismo de Quevedo o Gracián). Amén de ello, se señalan huellas de la poesía gongorina, que resultan inadecuadas al cauce de la prosa y redundan en su escasa fluidez: citas o alusiones a versos de Góngora, profusa adjetivación, superlativos. Si bien es cierto que todo ello constituye un lastre para el curso de la prosa de Sigüenza, también debe considerarse que el panegirista, condicionado por su finalidad amplificadora, tiene pocas salidas para evitar la acumulación y suele tender a ella, salvo que posea un talento extremo. Otro aspecto de interés en el trabajo es el estudio del desarrollo de los diversos certámenes, sus bases y convocatorias, donde menudean forzadas analogías propias del conceptismo de la segunda mitad del xvii e incluso del xviii, cuando serán objeto de parodia por el Fray Gerundio del padre Isla. Se observa en estos certámenes la huella de la poesía de Góngora, negativamente marcada por la exageración con que los imitadores tardíos suelen emular a sus modelos en busca de novedad. Ese es el envés de la gran influencia de Góngora, que se ilustra al final del trabajo con una oportuna cita de T. S. Eliot sobre Milton: «Un hombre puede ser un gran artista y no obstante ejercer una influencia nociva» (p. 496).

33El capítulo veintisiete («Góngora en los orígenes de la poesía brasileña: el caso de Gregório de Matos», pp. 497-512) explora el influjo del poeta cordobés en este brasileño cuya poesía ha sido poco estudiada hasta la segunda mitad del xx, desinterés que Carreira atribuye a una «gongorofobia» que llegó a afectar también a Portugal y sus colonias. Tras una semblanza biográfica, se destaca en su obra poética el virtuosismo retórico y métrico, y se señala la imitación de versos de Góngora y, sobre todo, de Quevedo, incluidos a menudo en poemas de enfoque diferente al de sus modelos. A pesar de ser Quevedo el modelo más imitado, aparecen notables ecos del Góngora de «las letrillas, décimas y romances, junto con el de algunos sonetos encomiásticos o satíricos» (p. 512). A la nómina de casos ya señalados por la crítica, se añaden otros nuevos ejemplos de estilemas gongorinos que muestran el proceder de Matos. De nuevo destaca la minuciosa atención a los textos para: 1) captar el eco o imitación; 2) precisar el modo de proceder de Gregório de Matos con respecto a su modelo.

34El capítulo veintiocho («La décima de Guillén en honor de Góngora: un significado a dos luces», pp. 513-518) se pregunta «qué relación puede existir entre el Guillén gongorista y el gongorino» (p. 515). En esta cuestión se adentra Carreira analizando la décima El Ruiseñor, dedicada por Jorge Guillén a Góngora en su edición de 1928. Propone Carreira una posible lectura alegórica de este poema que se adentra en la biografía de Góngora y, en la línea de otros trabajos, analiza exhaustivamente aspectos como su fonética o el uso del arcaísmo.

35Continuando con la huella de Góngora en poetas del 27, Manuel Altolaguirre es el autor del que se ocupa el capítulo veintinueve («El Poema del agua de Manuel Altolaguirre y su deuda con Góngora», pp. 519-535). Además de señalar su amistad con Emilio Prados y la posible influencia de su poema El misterio del agua (pp. 519-521), se lleva a cabo un minucioso análisis de los ecos gongorinos en el Poema del agua, con oportunos lugares paralelos de otros poetas que también pudieron estar presentes en la inspiración de Altolaguirre. El trabajo concluye con una valoración final de esa imitación: de haber dedicado Altolaguirre más tiempo al ejercicio poético, «el poema que hoy tenemos imperfecto en los varios sentidos del término podía haberse convertido en uno de los mejores logros del tricentenario gongorino» (p. 535). No es poco para un poeta que no alcanzó la fama de sus compañeros de grupo.

36El recorrido por la influencia de Góngora ha seguido en esta sección final del libro un orden cronológico que concluye en la poesía contemporánea (capítulo 30, «Reflexiones sobre la influencia gongorina en la poesía contemporánea. A propósito de Cisne andaluz, de Carlos Clementson (2011), pp. 537-554)»). Se examina la antología poética que Clementson subtituló Nueva antología poética en honor de Góngora (de Rubén Darío a Pere Gimferrer); en palabras de Antonio Carreira, «el conjunto permite afirmar que los ecos de Góngora en la poesía del siglo xx son, aun con ciertas rebajas, más audibles que los de ningún otro poeta» (p. 540). Toda antología supone un complejo trabajo de selección que corre el riesgo de omitir nombres o señalar algunos menos relevantes de lo que correspondería a dicho repertorio. Partiendo de esa base, el examen de esta antología se organiza en dos partes: en primer lugar, se señalan los poetas y poemas que podrían haberse añadido, y se ofrece el detalle de los versos y su modelo gongorino; en segundo lugar, se examinan y clasifican los poetas y poemas incluidos en el libro. El trabajo valora muy positivamente la labor de este poeta antólogo, y ofrece, tanto en acuerdos como en discrepancias, una muestra más de esa constante que ha presidido este libro: la lectura pausada y reflexiva de autores, poemas, versos y recursos, que permite calibrar con precisión deudas, influencias, ecos o meras alusiones circunstanciales. Creo que deben valorarse también las reflexiones que concluyen el capítulo, y que atañen a la influencia y repercusiones que los grandes poetas, músicos y demás artistas tienen en sus epígonos, colofón a esta sección que ha estudiado el fenómeno a propósito de Góngora.

37El libro se cierra con un apéndice sobre la edición de las Soledades de Góngora y el Primero Sueño de Sor Juana Inés de la Cruz, que Antonio Alatorre y Antonio Carreira publicaron en 2009 (México, Fondo de Cultura Económica). El apéndice contiene reflexiones varias y de gran interés, de las que señalo algunas de las más destacadas. Una de ellas, constante en el volumen, es la reivindicación del valor de Góngora (y, en este caso, también de Sor Juana) y la crítica del ostracismo al que se le sometió durante mucho tiempo en nuestra historia literaria; aspecto que pienso hoy está superado, en buena medida por trayectorias como la de Antonio Carreira. Otra, seguramente relacionada con la anterior, es la falta de respeto por las convenciones que caracteriza el quehacer poético de Góngora y Sor Juana. Finalmente, el análisis de la prosodia de Góngora y Sor Juana, que exige minuciosidad extrema para captar la intención y el ritmo buscados por el poeta, se combina con reflexiones generales sobre la lectura y los lectores de poesía en el siglo xvii y en la actualidad, y concluye con una invitación al disfrute de esta poesía tal y como la concibieron sus creadores; esto es, como «música vocal» (p. 561).

38Como se habrá observado, en estas páginas se ha hecho un recorrido por todos los capítulos de los Nuevos gongoremas de Antonio Carreira. Adjetivos como minucioso, detallado o exhaustivo se han repetido a menudo a lo largo de sus páginas; lo mismo sucede con nombres como análisis y examen. También habrá advertido el lector que tal vez habría podido buscarse un esquema diferente, un esquema que agrupase los rasgos más sobresalientes de los diferentes trabajos y ofreciese una visión del libro de forma más breve y conjunta. Haberlo hecho de esta otra forma responde a una actitud deliberada; hacer justicia al que creo es el mérito más destacado de la trayectoria de filólogo que el libro atestigua: la atención al texto y su sentido literal. Parece, dicho de esta forma, un objetivo simple y obvio. Sin embargo, esconde la esencia de la Filología, pues exige escudriñar voces, sintaxis, referencias contextuales que, según el verso o el pasaje, atañen a disciplinas varias. Todo ello en busca de aclarar el significado del texto y su construcción artística, indisolublemente ligada a aquel. De esta forma pausada se ha ido desgranando la labor artesana de Antonio Carreira a lo largo de los trabajos que recoge este libro, y de una trayectoria que, en mi modesta opinión, hace de él uno de los maestros de los gongoristas.

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Pour citer cet article

Référence papier

Antonio Azaustre Galiana, « Antonio Carreira, Nuevos Gongoremas, Córdoba, UCOPress (Editorial Universidad de Córdoba), 2021, 605 pp. »Criticón, 145-146 | 2022, 485-493.

Référence électronique

Antonio Azaustre Galiana, « Antonio Carreira, Nuevos Gongoremas, Córdoba, UCOPress (Editorial Universidad de Córdoba), 2021, 605 pp. »Criticón [En ligne], 145-146 | 2022, mis en ligne le 30 novembre 2022, consulté le 11 décembre 2024. URL : http://0-journals-openedition-org.catalogue.libraries.london.ac.uk/criticon/23083 ; DOI : https://0-doi-org.catalogue.libraries.london.ac.uk/10.4000/12dly

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Antonio Azaustre Galiana

Universidade de Santiago de Compostela

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