Robert Jammes, torre de honor, de majestad, de gallardía
Notas de la redacción
Article reçu pour publication le 26/04/2022; accepté le 15/07/2022
Texto completo
1Visité tres veces la hermosa ciudad de Toulouse, donde tan buenos amigos he conocido, empezando por el maestro de todos nosotros, Robert Jammes. Mis primeras visitas fueron muy seguidas: la primera en julio de 1993, con ocasión del tercer congreso de la AISO; la segunda el 25 de noviembre de 1994, para participar en el homenaje que se le tributó a Jammes por la aparición de su monumental edición de las Soledades. Acababa yo de cumplir 30 años. La última visita fue en septiembre de 2018, en que fui invitado para participar en la conmemoración de los cuarenta años de la revista Criticón en una jornada celebrada en el Instituto Cervantes. Había pasado mucho tiempo desde mi juventud, pero algunas cosas no habían cambiado: si en los años noventa sentía el entusiasmo de la edad y el ansia de relaciones con la Universidad de Toulouse, brillante foco de investigadores, en 2018, con mi más de medio siglo a cuestas, llegaba invadido por los recuerdos y la emoción. Un poco antes de llegar a la ciudad, supe que se frustraría la palpitación mayúscula que me acompañaba desde Córdoba, volver a encontrarme personalmente con Roberto tras 21 años sin verlo, pero mantuve entonces mi latido porque volví a estar lo más cerca de él que las circunstancias permitían en aquel momento, a tan solo unos kilómetros de la clave de bóveda del gongorismo de las últimas siete décadas y, si me permiten la confidencia, muy próximo a una persona significativa en varios lances de mi vida. Muchas cosas tengo que agradecerle, pero empezaré por la última, que fue sugerir que yo pudiera estar presente en aquel acto.
2He creído conveniente rescatar ahora, tras su fallecimiento el 12 de octubre de 2020, algunas de las palabras que pronuncié en 2018. Mi propósito es trazar un recorrido emotivo, y más bien personal, por aquellas ocasiones en que coincidí con Jammes, principalmente en Córdoba, y recordar también algunas de nuestras colaboraciones. Es una historia sencilla y subjetiva que quizá no interese a los filólogos, pero que tiene la utilidad de arrebatar del olvido algunas de las facetas más fascinantes de Robert. No esperen, por tanto, ninguna aportación científica, ni observaciones críticas, ni reflexiones literarias. Esperen solo algo que solo existe de un modo único e intransferible, sustentado en una experiencia individual.
3La primera vez que vi a Robert Jammes fue en Córdoba hace más de 35 años, entre el 9 y el 16 de noviembre de 1986, como le recordé a él mismo mucho más tarde cuando le escribí la primera carta que cruzamos en 1992 (nuestro año más epistolar, como se verá luego). A finales de 1986 yo estaba comenzando el último curso de carrera y en Córdoba se celebraba uno de esos congresos fastuosos de aquellos años: El barroco andaluz y su proyección hispanoamericana. Robert coincidió en Córdoba con ponentes como John Elliott, Emilio Orozco, Antonio Domínguez Ortiz y otros muchos expertos en la materia. En aquella ocasión, conocí también a los jóvenes gongoristas José María Micó y Antonio Pérez Lasheras. Congeniamos muy pronto y les serví de guía por la Córdoba sensual donde proliferaba una «infame turba de nocturnas aves» (ya se sabe, los locos ochenta de una España que llegaba con prisa y retraso a muchas cosas). En nuestras conversaciones, Robert Jammes aparecía con mucha frecuencia: era el ídolo. No sé si ellos lo conocían ya en persona, pero para mí, unos años más joven, era alguien a quien contemplaba con la distancia de un estudiante provinciano. Seguro que ellos habían leído sus trabajos en francés; yo, concentrado en superar el último año de la licenciatura, había leído más a Dámaso Alonso y a Emilio Orozco, de modo que aún no me había iniciado en la obra del maestro, cuya monografía sobre Góngora aparecería traducida justo al año siguiente y que compré y leí en cuanto llegó a las librerías. Así que no recuerdo si hablé con Jammes o me lo presentaron brevemente (lo más probable es que así fuera), pero sí me resultaron inolvidables sus frecuentes reacciones críticas, fundamentadas y combativas contra los disparates de algunos conferenciantes cuyos nombres me van a permitir que no mencione. Todo ello expresado, más en corrillos que abiertamente, con una endiablada y graciosa mezcla de sorna y elegancia. Fue mi primera visión deslumbradora del gran fustigador de inepcias, del autor de «Retrogongorismo», trabajo que leería unos años más tarde.
4Poco después tuvo lugar la fundación de la Asociación Internacional Siglo de Oro (AISO) y la celebración de sus concurridos congresos. A este respecto, siempre me ha llamado la atención algo que creo que dice mucho sobre el carácter y personalidad de Roberto. Sin duda, él fue, junto a Marc Vitse, una pieza fundamental en la génesis de esta asociación y en su primer desarrollo, pero por voluntad propia, por temperamento o por alguna razón que desconozco y que ahora aparece engrandecida en mis recuerdos, nunca estaba en una posición claramente visible, lo que no quiere decir que no fuera influyente. Es muy significativo que en aquellos primeros congresos Jammes no apareciera entre el plantel de ponentes, cuando sus contribuciones científicas y su relevancia en el estudio del Siglo de Oro así lo reclamaban. Tampoco figuraba entre los numerosos participantes, muchos de ellos de su edad, que presentaban comunicaciones. Pero el maestro de gongoristas sobrevolaba por allí, sin duda. Desconozco si estuvo en el congreso fundacional (29 de junio a 5 de julio de 1987) celebrado en el Ateneo de Madrid, donde yo vi por primera vez a Francisco Rico hablando del Lazarillo, aunque me dormí en su conferencia, porque llegué de Córdoba después de mi último examen de carrera y habiéndolo celebrado como merecía. Claro que eso no impidió que aprendiera muchas cosas, no tanto de las que tienen que ver con las ediciones críticas sino con ciertos chismorreos filológicos, ridículamente sobredimensionados con mucha frecuencia, pero caldo de cultivo de toda sociedad humana desde nuestra época de cazadores-recolectores. Ese congreso concluyó en Córdoba, en unos tórridos días de comienzos de julio, y apostaría algo a que Roberto no anduvo por allí.
5Lo que sí recuerdo con claridad es que ese encuentro estuvo vinculado a la fuerza de la Universidad de Toulouse y de la revista Criticón, pues sirvió para reclutar a muchos jóvenes que estábamos empezando para que figuráramos en el benemérito Anuario áureo, una red social impresionante cuando aún no existían ni Facebook, ni Twitter, ni Linkedin, ni correo electrónico.
6Así que en mi memoria sentimental está siempre Toulouse, Vitse, Jammes y, por supuesto, ese suplemento II del Anuario áureo, en el que apareció mi primera ficha social como investigador, aunque en las páginas finales, porque la envié fuera de plazo.
7Volviendo a los congresos de la AISO, sí recuerdo a la perfección que Robert estuvo en el segundo de ellos, celebrado del 23 al 27 de julio de 1990 entre Salamanca y Valladolid. Por aquellas fechas yo ya estaba trabajando en mi tesis doctoral y, como era de rigor, me había leído prácticamente todo lo que había publicado Robert Jammes, desde sus primeros artículos de los años 50 hasta sus estudios sobre Gracián de los 80. Pasando, claro está, por sus ediciones de las Letrillas, la Isabela o la Floresta de poesía erótica del Siglo de Oro. Obviamente, para el tema de mi tesis fueron fundamentales tanto la suya sobre Góngora como sus hermosos trabajos de los años 60: el dedicado a Nicolás Antonio, el delicioso artículo sobre el ejemplar del Antídoto de Jáuregui anotado por los amigos de Góngora o la seminal aproximación a Juan de Espinosa Medrano.
8Ya sabía, verdaderamente, negro sobre blanco, quién era Robert Jammes. Me había impresionado el cambio de paradigma que había forzado en la aproximación crítica a Góngora, tal y como quedaba explicitado en el prefacio a su monumental monografía: la atención a los temas. También quedé cautivado porque de mis lecturas deducía que Jammes no era un frío erudito encerrado en su torre libresca, sino alguien comprometido con su tiempo, con la sociedad y con la realidad material. Por eso no me extrañó nada que, en Salamanca, después de hablar yo de la «Ariadna» de Salcedo Coronel, me hiciera una pregunta tan obvia como pertinente: «todo esto de la mitología y de las características formales hay que estudiarlo, muy bien, pero ¿cuál es la razón por la que Salcedo Coronel elige ese mito y no otro, qué relación tiene esto con la política de su tiempo?». Jammes había asistido a mi comunicación e incluso me había formulado una pregunta. Para mí aquello suponía una bendición, pero si soy sincero lo que de verdad no recuerdo es cómo salí del atolladero de esa pregunta tan directa y necesaria, aunque sospecho que no me quedé en silencio.
9Por aquellas fechas estaba a punto de salir, o quizá ya había salido, mi primer artículo publicado en Criticón, en el número 49. ¡Qué maravilla de corrector es Marc Vitse, aprovecho para escribirlo ahora, aunque todo el mundo lo sabe! Me ayudó mucho en ese artículo y en el proceso de edición del siguiente. Y a eso voy: a Salamanca me llevé la transcripción de la Apología en favor de Góngora, de Francisco Martínez de Portichuelo, porque quería preparar la edición del texto que saldría luego en el número 55 de Criticón. Jammes tuvo la paciencia, la humildad y el coraje de leerse allí mismo, en Salamanca, la transcripción completa. No contento con ello me dio unas claves valiosísimas para la anotación de la Apología. En esa primera carta a Jammes de 24 de febrero de 1992 que cité antes, yo le recordaba todo esto y le prometía enviar cuanto antes a Vitse el archivo (entonces se utilizaban los discos de tres pulgadas y media) o incluso entregárselo en mano en Madrid, en la decimosegunda edición de Edad de Oro, donde Micó y Carreira iban a hablar de Góngora. El caso es que, en su carta en respuesta de fecha 29 de marzo, Jammes me insta a que «no atrase el envío de [mi] artículo a Criticón». No pude leer esa carta porque estuve en Madrid hasta el 8 de abril, así que fue finalmente el 22 de abril cuando le envié las dos copias de rigor al profesor Vitse.
10Un recuerdo más del congreso de Salamanca, que a algunos les puede parecer trivial e inane, pero que por alguna extraña razón se me quedó grabado, fue cómo tras la clausura y despedida festiva posterior, un pequeño grupo de admirados profesores de Toulouse se acercó a una furgoneta o monovolumen para iniciar el regreso a su país y a su ciudad. Tengo en la retina la imagen de Roberto sentado en uno de los asientos del coche, con las piernas hacia afuera, cambiándose los insufribles zapatos formales del congreso por un calzado de viaje más cómodo. Esa fue también para mí una instantánea que parecerá banal pero que se me reveló como un sello vital del gran Roberto, quien por muy prestigioso que fuera no iba por la vida vestido de congresista insigne.
11Y entramos en la década más fértil de la relación de Jammes con Córdoba y más cercana a mi propia trayectoria profesional, la última del siglo xx. Jammes no solo colaboró con su artículo sobre el pasaje «Vulgo lascivo erraba» en la revista de Córdoba Glosa (1991), al objeto de rendirle homenaje a mi malograda profesora Ana Gil, sino que volvió a visitar Córdoba al menos tres veces más.
12De ellas, aunque todas fueron inolvidables, la más importante para mí tuvo lugar en enero de 1992. Sufría yo mi único periodo de desempleo (un año) mientras esperaba que el Ministerio, con gran lentitud, me homologara el título de doctor obtenido en Estados Unidos, y ya había padecido algunos de los vicios españoles que podríamos resumir con el nombre de «dedocracia». Robert fue invitado a hablar en la Universidad de Córdoba. Tras su conferencia, antes del almuerzo, evitando la presencia de colegas, me acerqué a él en la plaza donde está la fachada principal de la Facultad, y allí mismo, de pie, de manera tímida y precipitada, como si estuviera traficando con droga y atropellada-mente, intercambiamos varias palabras y le entregué la versión impresa original de mi Tesis doctoral que había defendido en Brown University en 1991 y que ya había enviado a varias editoriales para su consideración.
13Un mes después de aquello le remití la susodicha carta donde me disculpaba por el modo abrupto de abordarlo y le confesaba todas mis peripecias en Estados Unidos. Así que le pedía sugerencias, observaciones y censuras y me atrevía incluso a solicitarle un prólogo, porque ya el CSIC había mostrado interés en la publicación. Le comentaba también mi preocupación por los resultados electorales en Niza, pero esa es otra historia de las que a veces se intercalaban en nuestra correspondencia.
14Jammes me contestó el 29 de marzo diciéndome que no tuviera remordimientos, que había leído el impreso nada más volver a Francia, que le había gustado y que aceptaba hacerme el prólogo. No menciono aquí las frases textuales porque me sonrojaría y, aunque ya no es un principio moral en el deleznable mercado filológico, yo sí sigo respetando al maestro.
15Como dije antes, le contesté el 22 de abril, después de mi viaje a Madrid donde me había entrevistado, entre otros, con Charles Davis y John Varey. Además del CSIC y otras dos editoriales, Támesis aceptaba publicar el libro y Robert fue de los primeros en saberlo. Otras consideraciones sobre la demora en la publicación del mismo (terminó apareciendo en 1994) están aquí fuera de lugar. El caso es que Jammes me envió sus dos hojas de sugerencias en carta del 7 de mayo y me adelantaba cómo pensaba plantear el prefacio a mi libro. Sus observaciones fueron excelentes y las tuve en consideración. Alguna la recuerdo con una sonrisa, como la recomendación de que el artículo de Severo Sarduy publicado en Tel Quel y luego en Mundo Nuevo sobre la metáfora en las Soledades no figurara en la bibliografía. Y yo lo quité, cómo no, aunque eso no me impidió dedicarme más tarde a la poesía del cubano.
16En mi respuesta del 18 de junio le agradecía todas sus atenciones y me interesaba por la elaboración de su edición de las Soledades, cuyo catálogo de la polémica estaba cotejando con algunos capítulos de mi tesis. Esto último me resultó sorprendente, alentador e inesperado. El 13 de agosto, Jammes me respondía dándome la buena noticia de que Criticón iba a publicar mi edición de la Apología en su número 55 y me sugería algunas correcciones al artículo, más dos nuevas al original de mi tesis. Allí mismo me anunciaba que estaba terminando el catálogo de la polémica, que el prólogo tendría que esperar algo más, pero con esa generosidad que lo caracterizaba seguía tratándome como un igual cuando se refería a mi manuscrito. Hay una frase en esa carta que indica claramente la relevancia, la profundidad y el esfuerzo realizado por Roberto en ese apéndice a su edición: «no recuerdo haber emprendido nunca una tarea más ardua». Hasta hace bien poco, con su antología bilingüe publicada a los 82 años y su edición bilingüe de las Soledades publicada a los 90, nuestro amigo ha estado demostrándonos que aquella frase escrita a los 65 era una exageración síntoma de su humildad y que podía afrontar con excelencia cualquier reto intelectual que se le presentara.
17El 9 de septiembre, demasiado tarde porque yo había estado fuera de Córdoba, le respondí comunicándole que, después de un largo año de desempleo, no de inactividad, había conseguido una modesta plaza de profesor contratado en la Universidad de Córdoba. Meses después me enviaba por fax y con su hermosa letra el prólogo completo a mi libro. No solo lo guardo como oro en paño (un rollo de papel continuo, así era la técnica entonces) sino que lo conservo fotocopiado antes de que sus caracteres se desvanezcan «en los anales diáfanos del viento».
18Este intercambio epistolar y vínculo profesional entre nosotros es para mí inolvidable. Era desigual e injusto, pues él siempre daba más de lo que yo podía aportarle. Me llenó de alegría su prólogo, pero aún hubo algo que me conmovió profundamente, que me llegó al alma. Por aquellas fechas, ya había sufrido yo en demasía el asalto de los ladrones de oídos. Un antiguo compañero al que le había dejado mis fotocopias de unos artículos para él inencontrables, con mis anotaciones y redacciones de ideas al margen, se dejaba caer con un artículo que vendimiaba en abundancia mis ideas. Otro colega, que sabía el tema de mi tesis desde que era un proyecto, había propuesto el mismo tema con el mismo título para su asignatura de doctorado de años posteriores que, azares de la vida y espada de la justicia, terminé impartiendo yo porque acabé incorporándome al departamento y la cosa iba a exceder los límites del decoro. Esto es básico para entender por qué nuestro amigo me tocó el corazón. Acostumbrado a la sevicia y la traición innoble no es extraño que me sintiera agradecido, emocionado y reconocido cuando en el catálogo de la polémica que acompañaba a su edición de las Soledades, Robert Jammes citaba mi tesis elogiosamente y con una nobleza que desapareció hace tiempo de nuestra profesión. Nuestros libros salieron el mismo año, 1994, y Jammes iba más allá de la cita y, con soberana voluntad, sin estar obligado a ello, reconocía la datación que yo había propuesto para algún documento de la polémica. Francia me salvaba de la deslealtad de España. Esa profunda y enaltecedora humildad, esa modestia inmensa propia del carácter de Roberto no la olvidaré nunca. Con sus laureles y en ese monumento a la filología, no era necesario citar a un joven. Muchos otros no lo hubieran hecho, pero él pertenecía a otra galaxia, a un mundo más antiguo y más firme, como decía Borges.
19Del mismo modo, yo fui el primer sorprendido cuando en el III Congreso de la AISO celebrado en Toulouse del 6 al 10 de julio de 1993, donde con clase insuperable Jammes no estuvo entre los ponentes, recibí una nota de organización interna elaborada por Marc Vitse donde me encomendaba la presidencia de la sesión de comunicaciones sobre la polémica. En ella participaron gongoristas que ahora son mis amigos, como José Manuel Rico o Saiko Yoshida, y tuve la ocasión de conocer también a Javier Pérez-Bazo. Es cierto que había publicado ya dos artículos en Criticón, pero ese obsequio quizá era desmedido. Seguro que al fondo estaba la sugerencia, de nuevo, de Robert Jammes.
20Volviendo a todos los favores que Roberto me hizo, debo decir que no se limitó a regalarme el prólogo, el mejor escudo que podía tener ante cualquier impugnación, sino que aceptó mi invitación a Córdoba para presentar mi libro y, de paso, dictar una inolvidable conferencia sobre «La génesis textual de las Soledades» que volvió a ser un modelo para mis investigaciones. Aquello fue en las «X Jornadas de Literatura» celebradas en abril de 1994. En la presentación coincidieron Robert Jammes, John Varey y José Lara Garrido.
21Dije públicamente de Jammes en aquella ocasión que el camino que va desde la tesis hasta su conversión en libro lo recorrí de su mano, porque desde enero de 1992 hasta enero de 1993, «sin lazos académicos que nos unieran, sin relaciones oficiales que nos coartaran» fue para mí «un auténtico maestro y un albergue sólido y seguro en tiempos de abatimiento, cuando me sentía naufragar en mi propia tierra». Pronostiqué allí que «hay viajes que no se olvidan y ese fue uno de ellos». La negación de ese olvido augurada entonces se hace presente hoy.
22También tengo algunos recuerdos graciosos de esa tarde. Tras la presentación del libro, Jammes insistía con cierta sorna, pero también con absoluta seriedad, en que estaba harto de los artículos donde las notas a pie de página ocupaban más espacio que el propio texto. Juraba y perjuraba que en los jóvenes que tenían la ansiedad de demostrar sus conocimientos y sentirse seguros tenía cierto, solo cierto, sentido, pero que en un investigador bragado era insufrible.
23A esas alturas yo ya me creía el hijo adoptivo de Roberto, pero mi agradecimiento se incrementó cuando fui invitado a participar no solo en el homenaje general en tres tomos que sacó la editorial universitaria de Toulouse, sino en la jornada restringida del 25 de noviembre de 1994. Fue mi segundo viaje a Toulouse, donde coincidí con Antonio Carreira, con quien, tras una breve conversación de pie en los pasillos del lugar en que se celebraba el acto y una más sosegada en el sofá de la casa de Roberto, comencé entonces a relacionarme sobre la firme base de la sinceridad, con nuestros vaivenes, pero siempre con admiración hacia su persona.
24Esa visita a «Las rocas floridas» fue inolvidable y la recuerdo ahora, en este momento, con una conmoción que llega a ser punzada por la imposibilidad de volver a repetirla. Fue el llorado Francis Cerdan quien nos llevó a Angelina Costa y a mí hacia la casa de Jammes, si mal no recuerdo. Hablamos allí de todo un poco. Roberto estaba eufórico. Nos enseñó la casa entera y nos explicó con deleite el proceso de elaboración de su vino, muy suave, de baja graduación, tanto que, como decía él mismo, nos permitía beber más sin embriagarnos.
25En las décadas siguientes, intenté compensar la balanza de nuestros favores e intercambios profesionales. Tres años más tarde, Córdoba y yo gozamos de una inmensa fortuna, la de celebrar un cumpleaños en cifras redondas de Robert Jammes. Fue el 26 de abril de 1997, cuando cumplió sus setenta. Aquel año fundé en Córdoba el «Foro Anual de Debate Góngora Hoy», que continuó funcionando hasta el año 2007 y del que se han publicado todas sus actas en la primera década de este siglo. No dudé ni un segundo de que la primera persona que tenía que abrir la boca en Córdoba para hablar de Góngora era Robert Jammes. El 24 de abril impartió una hermosa ponencia que se publicó con el título «Presentación de las Soledades». Y dos días después, el 26, tras la clausura de las jornadas, celebramos su cumpleaños junto a José Lara Garrido, Amelia de Paz y Antonio Carreira entre otros amigos y conocidos: bebimos, charlamos, comimos, dejamos pasar el tiempo apaciblemente. Ahora que recuerdo aquellos momentos me doy cuenta de que el carácter irónico, agudo y finísimo de Roberto continuaba incólume a sus setenta años. Y esa fue la última vez que lo vi, hace ahora veintisiete años.
26Hubo una vinculación más atenuada de una década en que yo le enviaba regularmente los tomos que iban saliendo de la «Colección de Estudios Gongorinos», a cuyo comité editorial perteneció desde su fundación. Por desgracia, ya en la segunda década de este siglo, mis invitaciones posteriores para que acudiera a Córdoba no pudieron ser atendidas. Por gentileza de Marc Vitse (siempre presente junto a Jammes) y a través de su correo electrónico, a principios de 2011 le envié un proyecto de contrato para escribir un texto para el catálogo de la exposición que se celebró en la Biblioteca Nacional de Madrid a mediados de 2012 y lo invité a que inaugurara el primer congreso internacional dedicado exclusivamente a Góngora, El universo de Góngora: orígenes, textos y representaciones, que se celebró en Córdoba del 14 al 19 de noviembre de 2011. Jammes contestó a ambas propuestas el 20 de febrero de 2011. Dio su dulce sí a la primera, porque, como él decía (son palabras muy objetivas que puedo escribir aquí sin traicionar la confidencialidad del documento), le «permitiría decir en libertad, sin investigación previa ni bibliografía, lo que me gustó y me sigue gustando en la poesía de don Luis: breve mirada retrospectiva, y discreta incitación a leerlo, para buscar alegría y cobrar ánimo, cosas más que nunca necesarias». Y así, fue él, por justicia, quien abrió el catálogo de la exposición Góngora: la estrella inextinguible. Magnitud estética y universo contemporáneo con ese texto hermoso titulado «Góngora, poeta para nuestro siglo». Otra vez consiguió que sintiéramos escalofríos al leer su visión universal, luminosa y galáctica de Góngora, poeta para este tiempo, poeta vivo.
27La segunda propuesta, ¡cuánto lo lamento ahora!, no fue aceptada. No terminaba de animarse a viajar, ya que pensaba que en adelante era mejor para él, son palabras suyas, «acogerme a los consejos del peregrino al pescador anciano».
28Como yo quería que estuviera presente en ese congreso de algún modo, le encargué un prólogo a la edición facsímil de la obra de González y Francés y a un opúsculo suyo menos accesible. El 14 de abril Jammes me contestaba diciendo que sí, que escribiría 4 o 5 páginas. Siempre cerraba las cartas con un abrazo, pero en esta ocasión (la fecha era la de la proclamación de la Segunda República Española) Roberto anteponía al abrazo un sonoro «¡salud!». La carta posterior, del 25 de abril, un día antes de su cumpleaños, no tiene desperdicio. Es una joya. Embarcado en la redacción del breve prólogo comparte conmigo entonces una serie de reflexiones y propuestas sobre González y Francés y otros impresos y documentos que se hallan en Córdoba que pensaba mencionar en el mismo. Algunas de estas observaciones y sugerencias se quedaron en ideas, y la carta posee más valor por ello. El 22 de junio me envía manuscrito el texto para que le dé mi opinión, acompañado de una nota graciosa donde me dice que no me asuste, que Nathalie Vitse lo estaba digitalizando y lo recibiría listo para la impresión a la semana siguiente.
29El 7 de noviembre, unos días antes de la celebración del congreso, Roberto me escribe una carta breve solicitándome un ejemplar de un libro de la «Colección de Estudios Gongorinos» que le faltaba y quería consultar para un artículo que estaba escribiendo. En otra cuartilla todavía me indica algunas erratas que ha detectado en su artículo para el catálogo de la exposición del que ya se estaban corrigiendo pruebas. Infatigable.
30El libro y el opúsculo de Manuel González y Francés se presentaron en el congreso de noviembre y los lectores pudimos comprobar que sí, que Roberto había decidido moverse menos de su casa, pero que su inteligencia crítica seguía dando pasos de gigante contra la inepcia.
31Llevo años reclamando muchas cosas en Córdoba. De ellas no es la menor un reconocimiento oficial a Robert Jammes como autor de excelentes ediciones de Góngora y estudios sobre su obra realizados en una época en que era más difícil que ahora investigar sobre sus textos. Las tormentas políticas y la ignorancia o la desidia de ciertos gestores no han ayudado demasiado.
32Hace dos años, Amelia de Paz y yo creímos que era de justicia hacer algo en Córdoba durante el año 2016 para celebrar con antelación los noventa años de nuestro maestro, así que la Cátedra Góngora, fundada en 2014, puso manos a la obra y organizó un ciclo de conferencias. Como es historia más reciente que también tiene que ver con Criticón abrevio esta parte. Con el homenaje ya en marcha y ansioso por saber algo de Roberto, le escribí un mail a su correo electrónico el 22 de octubre donde le anunciaba algo que seguramente sabría de primera mano, que su amigo Marc Vitse y la revista permitían que esas conferencias, que están grabadas en vídeo y alojadas en nuestro canal de YouTube, pudieran ser ofrecidas en un formato más científico a los investigadores. Así sucedió en el número 129 de Criticón.
33Para mi sorpresa, Jammes me contestó al siguiente día en formato electrónico, una línea, pero adjuntaba un pdf. Aunque es impreso, es el último documento que tengo de su mano. Compruebo al leerlo y releerlo que Roberto no había perdido su sentido del humor ni su modestia, pero no puedo desvelar detalles. Y me sirve también para comprobar que tampoco había perdido su espíritu combativo, pues anunciaba aquí estar dando las últimas puntadas a su arma más mortífera para entablar una última batalla contra el retrogongorismo en los campos de París. Se refería al prodigioso postfacio a su edición bilingüe de las Soledades que el propio Jammes me remitió el 19 de octubre de ese año pasado y cuya dedicatoria tengo guardada para siempre en mi corazón.
34Todos los lectores de Góngora sabemos que Córdoba recibió su homenaje más hermoso en el soneto que don Luis le dedicó. En la realidad imaginada de ese soneto y en la realidad imaginada que es la Córdoba de hoy, Robert Jammes se erige, al haber dedicado su vida a su poeta mayor, como fundamento vivo de su imaginario verbal. En “Robert” está escondida la palabra que designa una poderosa pieza del juego del ajedrez, porque él es para Córdoba la más firme de sus torres.
35Hoy he querido prolongar con estos recuerdos dispersos la memoria que Córdoba, en el corazón de mi propia memoria, tiene de ti, Roberto, torre de honor, de majestad, de gallardía. Y quisiera que los homenajes se acrecentaran y que todo fuera siempre bello, preciso y radical, como la poesía de Góngora que tanto amaste.
Para citar este artículo
Referencia en papel
Joaquín Roses, «Robert Jammes, torre de honor, de majestad, de gallardía», Criticón, 145-146 | 2022, 45-53.
Referencia electrónica
Joaquín Roses, «Robert Jammes, torre de honor, de majestad, de gallardía», Criticón [En línea], 145-146 | 2022, Publicado el 30 noviembre 2022, consultado el 08 noviembre 2024. URL: http://0-journals-openedition-org.catalogue.libraries.london.ac.uk/criticon/21755; DOI: https://0-doi-org.catalogue.libraries.london.ac.uk/10.4000/12dm4
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