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Imagen, cuerpo y representación de la mujer en Eurídice y Orfeo de Antonio de Solís

Natalia Fernández Rodríguez
p. 69-86

Resúmenes

En la comedia Eurídice y Orfeo, representada en Pamplona en 1643 y modificada para llegar a las tablas del Coliseo del Buen Retiro en 1655, Antonio de Solís confirió el protagonismo dramático a la figura de Eurídice y creó en torno a ella un conflicto de amor, honor y celos. En su caracterización para la escena barroca, se pusieron en juego cuestiones vinculadas a los límites del arte y la representación de la mujer que conectaban con algunos problemas epistemológicos esenciales a la cosmovisión del Seiscientos en lo referente a las dialécticas cuerpo-imagen y vida-arte. Las inmensas posibilidades escenográficas que pudo aprovechar Solís en la versión del Coliseo le permitieron, más allá de intensificar el visualismo de la fiesta mitológica, activar una serie de correspondencias simbólicas que abundaban dramáticamente en las tensiones en torno a la representación de lo femenino presentes también en la poesía y en las artes visuales.

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Notas de la redacción

Article reçu pour publication le 28/11/2021; accepté le 25/03/2022

Notas del autor

Este trabajo se enmarca en el proyecto Fiestas teatrales en el Coliseo del Buen Retiro (1650-1660): Catalogación, estudio, edición crítica y recreación virtual, financiado por el Ministerio de Ciencia Innovación y Universidades con la referencia PGC2018-098699-B-I00.

Texto completo

Eurídice a escena

  • 1 Esta versión se conserva en el manuscrito 16419 de la Biblioteca Nacional de España, con fecha ca. (...)
  • 2 Serralta, 1986, p. 84.
  • 3 Puchau de Lecea, 2015.
  • 4 Es la versión que se incluye en la Parte diez y ocho de comedias nuevas escogidas de los mejores in (...)
  • 5 Serralta, 1986, p. 80.

1Con toda probabilidad, el 6 de febrero de 1655 la pieza Eurídice y Orfeo, de Antonio de Solís, se representó ante los reyes en el Coliseo del Buen Retiro1. Era la primera comedia de autoría única que el dramaturgo llevaba a Palacio desde que, a partir de 1651, se convirtiera junto a Calderón en «uno de los proveedores más destacados de las fiestas reales»2. El estreno suponía un punto de inflexión en la producción del poeta, dice Mª del Mar Puchau de Lecea, porque testimoniaba la nueva concepción del hecho escénico —en la que convergieron innovaciones técnicas y expectativas del público— que había impulsado el desarrollo del teatro cortesano durante la década de los cuarenta3. Pero la del Coliseo no fue la primera versión conocida de Eurídice y Orfeo. Algunos años antes, a finales de 1643 o principios de 1644, se había representado en Pamplona con motivo de la celebración del nacimiento del primogénito del conde de Oropesa, a cuyo servicio como secretario trabajaba entonces Solís4. Repara ya Frédéric Serralta5 en que la loa que inauguraba esta fiesta daba suficientes indicios de una puesta en escena ocasional, a cargo de actores no profesionales, algo que explicó el tono de excusatio que incluía la advertencia inicial:

  • 6 Solís, Poesías, p. 263.

El deseo de proporcionarse a los sujetos que representaron la loa que se sigue (que todos eran criados de los Excelentísimos señores condes de Oropesa) en el nacimiento dichoso del que lo es al presente, obligó a nuestro autor a deprimir no poco su numen, mas, sin querer, mostró sus primores y, aún entre nubes, se ostentó sol6.

Pero, además, parece que la comedia era, en realidad, una versión aligerada de otra todavía anterior que no había llegado a estrenarse, como muestran unos versos de la misma loa:

  • 7 Solís, Poesías, p. 266.

Hagamos una comedia,
que es fiesta que no se ha hecho:
don Antonio de Solís
nos ofrece la de Orfeo,
que hasta hoy no se ha estrenado,
y la escribió con precepto
superior para una fiesta
del Retiro
7.

Sugiere a propósito Puchau de Lecea:

  • 8 Puchau de Lecea, 2017, p. 164.

Debemos plantear la posibilidad de que Eurídice y Orfeo fuera originalmente una comedia palaciega de tema mitológico que no pudo representarse en el Coliseo. Teniendo el texto ya escrito, Solís la acomodaría después a la representación pamplonesa para, en 1655, recuperar la primera versión palaciega en el escenario para el que había sido ideada8.

  • 9 Arellano, 1995, p. 506.
  • 10 La base de datos CATCOM da noticia de una representación en el corral a comienzos de 1668 por la co (...)
  • 11 Cancelliere, 2015, p. 213.

2La representación palaciega de 1655 fue, por tanto, mucho más que la consagración de Solís como dramaturgo al servicio del rey. Supuso la culminación de un proyecto iniciado más de una década antes que aspiraba a reinterpretar teatralmente el mito de Orfeo y Eurídice para llevarlo a los escenarios de Palacio, con todo lo que esto suponía desde el punto de vista dramático y escénico. Ya demostró en su momento Ignacio Arellano que el destino natural de las piezas de asunto mitológico era el teatro de corte9, sin que esto excluyera que algunas pudieran llegar a representarse después en otros espacios, incluso el corral, como sucedió de hecho con nuestra comedia10. La materia mitológica, tan del gusto de la mentalidad y la cultura áureas, podía remodelarse naturalmente desde los parámetros del arte nuevo en su doble dimensión literaria y espectacular. Tanto la fábula en sí, conflictiva en esencia, como la constelación de sentidos simbólicos asociada al mito poseían una evidente potencialidad dramática. Pero, además, la mitología constituía un campo privilegiado de la visualidad porque, como sostiene Enrica Cancelliere, «representa no el mundo empírico sino el de lo imaginario a partir del cual puede realizarse el principio del “deber ser” como metáfora que se hace concreta gracias al valor simbólico adquirido por las imágenes desde la Antigüedad hasta la edad moderna»11. La visión del mito representado abría las puertas a una reflexión epistemológica —artística, filosófica, estética— que iba mucho más allá de los motivos temáticos de la fábula aunque estuviese, claro, enraizada en ellos.

3El mito de Orfeo y Eurídice, en concreto, combinaba un trasunto amoroso con una base simbólica sobre, por un lado, el misterio de la muerte y la resurrección y, por otro, el poder de la música y la poesía:

  • 12 Gil, 1974, p. 136.

Ambos aspectos se imbrican mutuamente. Si Orfeo logra descender a los infiernos y convencer a las potencias del reino de las sombras, a Perséfone y a Plutón, a devolverle a su esposa Eurídice, es precisamente por las virtualidades de su canto. (…) El poeta, de quien es mítico compendio y cifra Orfeo, descubre en la realidad asociaciones inadvertidas a quienes carecen de sus dotes, accede por vía intuitiva a verdades que al pensamiento racional le cuesta arduo trabajo analizar; es un maestro como el filósofo o el científico y coopera, como ellos, a conformar la imagen del mundo de sus contemporáneos. Poeta y profeta, según sugiere la ambigüedad semántica del término latino vates, fueron en un principio una y la misma cosa12.

  • 13 González Delgado, 2003, p. 17.
  • 14 Urzáiz, 2006, p. 10.
  • 15 Puchau de Lecea, 2015, p. 227.

4Tras la fijación literaria del mito en las versiones de Virgilio (Geórgicas, IV), Ovidio (Metamorfosis, X) y Séneca (Hércules loco), uno de los primeros y más influyentes autores en sugerir una reinterpretación alegórica fue Boecio. En el Libro III del De consolatione Philosophiae, lo empleó con valor ejemplar abordándolo desde una óptica cristiana y poniendo el eco en el motivo de la tentación representada por Eurídice13. Cuando Solís escogió justamente este relato para adentrarse por los caminos de una de las expresiones culturales más características de la época como fue la fiesta mitológica cortesana14, no se limitó a desentrañar los sentidos simbólicos del descensus ad inferos de Orfeo, sino que privilegió precisamente el principio femenino como base para construir la acción y el conflicto dramáticos, y concedió, por cierto, a Eurídice el honor de ocupar la primera posición en el título elegido para la comedia. En la adaptación de la materia mitológica al universo del arte nuevo, el dramaturgo confirió una relevancia inédita al personaje de Aristeo —el pretendiente de Eurídice en la versión virgiliana— e hizo del conflicto de amor, honor y celos una de las claves compositivas y estructurales de su recreación, llegando incluso a relegar al propio Orfeo a un segundo plano. Pero, además, las posibilidades escenográficas con las que contó al concebir —o retomar— la versión palaciega de 1655 le permitieron, como destaca Puchau de Lecea15, amplificar visualmente algunos episodios que, en la de 1643, se configuraban de manera exclusiva a partir de la relación de los personajes. Esta preeminencia de lo visual permitió conectar teatro y representación artística y abundar, a partir de ahí, en una constelación de dialécticas sobre el cuerpo, la imagen, y la representación de lo femenino que, aparte de poseer un valor esencialmente dramático, estaban en plena efervescencia en los tiempos en que Solís abordó la composición de la pieza.

  • 16 Pueden verse por ejemplo Quintero, 2000 y 2004 y Rico, 2009.

5La expresión literaria del amor había consolidado un paradigma en el que la dama era más una obra de arte que una mujer de carne y hueso. La referencia artística en sus múltiples versiones —desde las metáforas suntuarias de la descriptio puellae, el motivo de la imagen impresa en el alma, hasta la descripción ecfrástica del retrato— se situó en la base de una representación poética de lo femenino que emergía directamente de la mirada creadora del sujeto lírico16. Era una dama-imagen estática y aprehensible que nacía y se eternizaba en los versos. La corporalidad quedaba conjurada bajo ese filtro idealizador, y el sujeto-enamorado, desdichado y todo, poseía el control sobre la imagen creada. La disolución de este paradigma desde el siglo xvi y, sobre todo, durante el xvii coincidiendo con la eclosión del barroquismo y con la crisis de la correspondencia arte-vida, pasará fundamentalmente por el desbordamiento del cuerpo sobre la imagen. En 1595, en su célebre soneto amoroso, «Herido el blanco pie del hierro breve», a una sangría en un pie, Luis de Góngora recurrió a la perífrasis mitológica para comparar hiperbólicamente la herida de la dama precisamente con la de Eurídice y, de paso, convertir al sujeto lírico en un émulo de Orfeo. Pero, esta vez, el poeta incidía no tanto —o no sólo— en el poder de la poesía como en la fuerza imparable del deseo, cuya resignada constatación cierra el soneto:

Temo aquel fin, porque el remedio para,
si no me presta el sonoroso Orfeo
con su instrumento dulce su voz clara.
Mas ¡ay! que, cuando no mi lira, creo
que mil veces mi voz te revocara
y otras mil te perdiera mi deseo.

6La composición gongorina encierra, en rigor, un ejercicio metapoético que revela las incipientes fisuras de un paradigma lírico donde mirada, deseo y voz poética iban unidos en la creación de la amada-imagen que decíamos. El drama de Orfeo —no lo olvidemos— residía en su incapacidad para reprimir el deseo de mirar a su esposa resucitada por el poder de su voz. Incapaz de contener sus ansias y acatar las condiciones de las divinidades infernales, la mirada del poeta se revelaba como mirada aniquiladora más que como impulso creador:

  • 17 Ovidio, Metamorfosis, p. 304.

El rodopeo Orfeo la recibió junto con la condición de no volver hacia atrás sus ojos hasta haber salido de los valles del Averno o el regalo quedaría sin efecto. Toman una senda en pendiente a través de mudos silencios, abrupta, oscura, llena de densa niebla. Y no llegaron lejos del límite de la parte más alta de la tierra: allí temiendo que desfalleciera y ansioso por verla, volvió el enamorado los ojos, y al punto aquella cayó de nuevo y, extendiendo los brazos y luchando por ser alcanzada y alcanzar, la desgraciada no coge nada sino las brisas que se escapan17.

Y el sujeto lírico del soneto de Góngora teme justamente que su mirada, lejos de servir para crear a la dama —imagen idealizada— como había sucedido en el petrarquismo canónico, resulte en la mirada frustrada y destructora del mito que le sirve de analogía.

  • 18 Puchau de Lecea, 2017, p. 179. Baranda Leturio, 2000, p. 59.

7Poco antes, Juan Pérez de Moya, influido por Boccaccio y, de forma directa, por el Tostado18, había situado en Eurídice una de las claves esenciales de su interpretación del mito:

  • 19 Pérez de Moya, Philosofía, p. 519. Como indica Baranda Leturio, 2000, p. 59, este pasaje y el sigui (...)

Por Orpheo se entiende el sabio; por su mujer Eurídice los deseos o apetitos naturales. Toma el sabio a esta por su mujer por cuanto por sabio que uno sea no puede dejar de tener las concupiscencias, de las cuales en tanto que se vive no podemos ser despojados19.

  • 20 Gómez, 1990, p. 530.

Más allá de la declaración moral, que se proyectaba hacia los diferentes componentes del relato, Pérez de Moya estaba estableciendo una confrontación genérica, entre la mirada masculina y la tentación esencial —y tradicionalmente— femenina. Para Pérez de Moya, como para su fuente directa, Eurídice no era únicamente la esposa perdida de Orfeo, sino un principio existencial y moral que conectaba con la esencia misma del ser humano y, en última instancia, con su vivencia del amor. No debemos pasar por alto que precisamente al Tostado se le atribuyó el Tratado de cómo al hombre es necesario amar, en el que insistía, desde unos parámetros genéricos acordes con las artes de amores20, en la inevitabilidad de la pasión carnal a pesar de sus proverbiales peligros. Su interpretación de Eurídice, que fue, como acabamos de ver, la que asumió al pie de la letra Pérez de Moya a finales del siglo xvi, iba en consonancia con ese espíritu del género sentimental que no obviaba —más bien al contrario, la priorizaba— la corporalidad. La referencia a Eurídice del soneto gongorino participa, aunque despojada de la lectura moral, de ese simbolismo de la belleza sensual y el deseo, pero lo trasciende para conectar directamente con toda la problemática sobre la creación-representación artística y poética de la mujer. Pérez de Moya, con el ascendente del Tostado, y Góngora son sólo dos ejemplos, aunque bien ilustrativos, del valor de Eurídice como epítome de una determinada visión de lo femenino en conexión con el amor, tanto en su dimensión existencial como puramente poética. Y la pieza de Solís se sitúa en esta estela matizada desde los parámetros de la visión dramática. Porque lo que en la lírica revelaba la crisis del sujeto creador podía convertirse, sobre las tablas, en eje de la acción y el conflicto dramáticos. En ambas versiones, la caracterización de Eurídice se desplegó a partir de una sucesión de escenas, poética y simbólicamente conectadas, en las que la imagen sugería el cuerpo y el cuerpo sugería la imagen creando una tensión dramática creciente. A través del vínculo entre el amor, la mujer y la creación artística, el molde del arte nuevo —amor, honor, celos, enredo— se ponía al servicio de una relectura del mito que activaba la reflexión, plenamente acorde con la sensibilidad barroca, sobre los límites del arte, su relación con la vida y la representación de la feminidad. Pero en la versión de 1655, además, esa amplificación visual que decíamos permitía enriquecer esas conexiones y convertir la puesta en escena en un reflejo anticipador de la propia acción dramática.

Las tres pinturas de Eurídice

  • 21 Citamos por la edición de Puchau de Lecea, 2016, aunque hacemos algunas modificaciones en la puntua (...)

8Desde el arranque mismo de la acción se activa la problemática de la mirada artística como clave en la caracterización de la mujer. Aristeo aparece arrebozado con su criado Fabio al que había enviado para comprobar si la hermosura de su prometida Irene se concertaba con su fama. La desconfianza de Aristeo —nada infrecuente, por cierto, en los prometidos a distancia de la comedia nueva— está justificada para el gracioso precisamente por la excesiva idealización de los casamenteros «en cuyas pinturas son / milagros los basiliscos» (vv. 59-60)21. Y, desde el filtro de la esperable comicidad, convierte explícitamente la descripción de la dama en un retrato verbal:

Yo no sé lo que me pinto,
pero vaya de retrato.
Tú repara que al oírlo
no te me mueras de amores
porque sentiré infinito
venir a pintar al muerto
queriendo pintar al vivo. (vv. 82-88)

  • 22 Sobre la hipotiposis como mecanismo retórico de persuasión, véase González García, 2015, pp. 238-24 (...)
  • 23 El denominado ‘canon largo’ se distingue del ‘canon corto’ de impronta petrarquesca por su mayor de (...)
  • 24 Tanto Serralta, 1994 como Urzáiz, 2006 insisten en la función configuradora del gracioso en la cons (...)

9Tras esta afirmación explícita del poder evocativo de la palabra y de la capacidad emotiva del arte22, Fabio construye el retrato partiendo, en lo retórico, de las convenciones del canon largo de la descriptio puellae23, pero subvirtiéndolas mediante un sistemático cuestionamiento que termina abriendo las puertas a una manera inédita de mirar y expresar la belleza. El informe de Fabio da cuenta también de la existencia de un competidor, Felisardo, que aspira a casarse con Irene. Sobre el trasfondo de la reflexión artística, Solís crea un contexto típico de la comedia nueva que confronta, desde el tono paródico empleado por el gracioso, la representación de lo femenino tal como había consolidado el paradigma poético24. Y ahí es donde se integra el entramado mitológico.

  • 25 Steiner, 1988, p. 3.

10La primera referencia a Eurídice tiene lugar in absentia, como la de Irene, a través de una descripción, en este caso por parte de Aristeo, que activa la conexión con la pintura y la iconografía a través de varios frentes. El galán confiesa a su criado el acecho de un peligro mayor que el que representa el rival por el amor de su prometida: la visión de una hermosura que le habría hecho olvidar su compromiso previo. Utilizando como resorte el tópico de raigambre folclórica en el que el héroe se encuentra con la dama mientras trata de capturar un animal fugitivo, Aristeo modela su discurso como la captación verbal de un instante, la estrategia más inmediata para verbalizar el poder eternizador de las artes visuales25. Persiguiendo a un corzo herido, el galán se interna en un arquetípico locus amoenus que, más que limitarse a enmarcar la escena descrita, se engarza plenamente con un objeto visto y, en principio, no identificado:

En medio, pues, deste hermoso
imitado paraíso,
donde más puro el Favonio
daba a entender el sentido
que discurría templado
no solo en soplar benigno,
sino en hacer con las hojas
armonía del rüido,
descubrió mi incauta vista
hacia el pabellón nativo
de un árbol un bulto hermoso
que me suspendió al principio. (vv. 236-247)

  • 26 Blanco, 2012.
  • 27 La polaridad absorción/teatralidad (absorption/theatricality) fue propuesta originalmente por Fried (...)
  • 28 Tal como comenta, a propósito, Djikstra, 1994, p. 81, «los artistas, al situar a la mujer en la nat (...)
  • 29 Blanco, 2012, p. 101 menciona la descripción verbal del movimiento o el aspecto del cabello como un (...)

11La visión, difusa al inicio, se va matizando en paralelo a las referencias a su cada vez más preciso modo de mirar: la incauta vista del primer momento (v. 244) pasa a una vista que se aplica al objeto (v. 250), a un reparar en las perfecciones (v. 252) y a un volver a ver (v. 256). Su mirada se convierte así, explícita y reiteradamente, en el prisma que filtra la primera imagen que tenemos de Eurídice: el bulto hermoso se revela «ángel dormido» (v. 250), y la descripción subsiguiente constituye una representación idealizadora a partir de una mirada que aprehende plenamente el objeto gracias al absoluto estatismo que permite el sueño. Ya en el testimonio más antiguo conocido que describe a una Venus dormida, un texto de Claudio Claudino compuesto aproximadamente en 400 d.C, se indicaba: «Ora decet neglecta sopor», que Mercedes Blanco traduce como «La embellecen el sueño y el descuido con que se nos muestra»26. La inmovilidad y la inadvertencia propias de una de las actitudes de absorción fundamentales en la representación artística27, enfatizan la hermosura de la dama al tiempo que la convierten expresamente en una proyección desdoblada de la mirada —y el deseo— del observador. Porque la descripción o representación de la mujer dormida reflejaba un estadio intermedio entre la imagen plenamente aprehensible y la huidiza corporalidad28. Aparte de la presencia ineludible de los tópicos ensalzadores propios, otra vez, de la descriptio puellae —el cabello rubio artísticamente despeinado29, el tono blanco y rosado de su rostro, los ojos que, aún cerrados, hieren con mano oculta—, Aristeo se detiene a describir la posición de la dama configurando con ello una vívida imagen mental y haciendo explícita, al final, la analogía artística:

Sobre la blanca mano reclinaba
la siniestra mejilla, en que libraba
todo lo bello y todo lo luciente
midiendo airosamente
con un solo codo que afirmó en el suelo
el trecho que hay desde la tierra al cielo.
En la diestra, arrojada sin cuidado
sobre el airoso bulto desarmado,
un arco, estatua de marfil bruñido,
blanquísima lisonja del dormido,
y en él la mano o no se distinguía
o moldura del arco parecía. (vv. 293-304)

  • 30 Carmona Muela, 2008, p. 32.

12En descripción, que podría considerarse ecfrástica en el sentido más abarcador del término, confluyen la tradición pictórica de las ninfas dormidas, como veíamos, y la iconografía de Cupido-Amor y Artemisa, a través del arco como atributo de la dama, sustratos ambos acordes con la caracterización dramática de la durmiente: el Amor, en primera instancia, como resorte de todo el conflicto dramático y Artemisa, en un sentido más oblicuo, como protectora del género femenino30. Aristeo, que afirma haber copiado la inmovilidad de la dama de pura admiración (vv. 305-310), pierde el control visual en el momento en que ella despierta. El estatismo eternizador deja súbitamente paso a la fugacidad cuando Eurídice, al tomar conciencia de que está siendo observada, se transmuta en la tradicional dama esquiva:

Y, con ademán esquivo,
engañando mi esperanza
o temiendo mi cariño,
se arrojó entre la aspereza
del impenetrable sitio
tan veloz, que la carrera
me pareció precipicio.
Y, en vez de seguir porfiado,
me detuve compasivo.
Perdido, en fin, he quedado
sin saber a quién rendido,
sin saber de quién amante. (vv. 316-327)

En la versión virgiliana de las Georgicas, la muerte de Eurídice tenía lugar justo aquí, al alejarse precipitadamente de Aristeo. Pero Solís dilata el episodio:

Fabio
¿Y en efeto has de buscarla?
Aristeo
Sí, Fabio, o perder el juicio.
Que no he de decir quién soy
hasta hallarla. (vv. 345-348)

13En una suerte de prefiguración irónica —la primera de las muchas que configuran el entramado poético-simbólico de la comedia— Aristeo busca a una dama que desaparece al tomar conciencia de estar siendo observada. Su deseo, como el de Orfeo en el relato mítico, como el del sujeto lírico del soneto gongorino que comentábamos arriba, acaba por volverse contra sí mismo y, de impulso creador, deviene fuerza destructora. La resignación inicial deja paso a la desazón, y la huida de la dama desconocida impulsa una búsqueda que se revela enseguida como resorte del conflicto dramático por encima de todo lo demás.

14Justo en la escena siguiente, Fabio y Aristeo son sorprendidos por unas voces que proceden del interior del palacio, y un objeto cae súbitamente a los pies de Aristeo:

Fabio
¿Es retrato?
Aristeo
                Y de la ninfa
que dormida me ha rendido.
Fabio
¡Raro caso!
Aristeo
               Esta es la imagen
que en el alma deposito. (vv. 365-368)

Se trata, esta vez, del retrato material de Eurídice, que Aristeo identifica como la imagen depositada en su alma —en uno de los loci visuales recurrentes en la expresión poética del amor, como adelantábamos arriba— y cuya identidad es confirmada por Fabio. La anagnórisis se produce entonces por vía indirecta, a través de la mediación de un objeto que se semiotiza asumiendo una función activa dentro del universo dramático. Sabremos enseguida que el retrato se le habría caído accidentalmente a Orfeo, y Felisardo lo había recogido despertando los celos de Irene al reparar en que su pretendiente guardaba la imagen de otra mujer. Las dos acciones paralelas se entrelazan a través del retrato de Eurídice, que funciona, previsiblemente, como semilla del enredo. Irene se deja guiar por las apariencias e interpreta la posesión del retrato como signo inequívoco del favor de Felisardo a otra dama. El hecho de que este lo arrojase antes de que ella pudiera comprobar la identidad sólo había acrecentado las sospechas, y por eso Felisardo decide batirse en duelo con Aristeo para recuperar el retrato y apaciguar así los desvelos de su amada. Como tantas veces en la comedia nueva, la acción avanza a partir de un juego de malentendidos y falsas apariencias propiciados por el periplo de un retrato que hace presente a Eurídice a pesar de su ausencia física. Pero más allá de su valor dramático, es justamente mediante el motivo del retrato como Solís sugiere desde diversas perspectivas la reflexión sobre los vínculos entre la imagen —el arte— y el cuerpo —la vida— configurados desde el filtro de la representación.

  • 31 Pinotti, 2011, p. 224.
  • 32 Delgado, 2002, p. 206.

15La consideración del retrato como primer principio de la pintura, que recorrería transversalmente la teoría del arte desde sus inicios31, se apoya no sólo en la idea de imitación del natural, que también, sino ante todo en la captación de los afectos, la ethographia de los clásicos, la pintura del alma en definitiva, a través de la representación del gesto; una preocupación artística de creciente interés con la llegada del Barroco32. Y es aquí, dice Mª Eulalia Martínez Zamora, donde tiene lugar la convergencia más intensa entre el arte pictórico y el teatro:

  • 33 Martínez Zamora, 2017, p. 7.

Si hay algo en lo que resultan coincidentes las formas de expresión donde el cuerpo y la gestualidad se involucran de una forma total, es en las artes escénicas y en la pintura. En ambas el énfasis es puesto necesariamente en el cuerpo, la gestualidad es la única herramienta de la que se dispone, tanto en ausencia de palabra como en refuerzo de esta33.

16No es casual que la irrupción de Eurídice en escena, dilatada hasta la segunda mitad de la primera jornada, se anuncie a partir de una auténtica etografía por parte de Orfeo:

¿No has reparado
en que viene el semblante demudado,
tristes los ojos, fijos en el suelo,
mirando alguna vez tímida al cielo,
retorciendo las manos apretadas
y todas las acciones barajadas? (vv. 623-628)

  • 34 Citado en Pinotti, 2011, p. 78
  • 35 Alberti, De la pintura, p. 238.

Decía Leonardo que «la pintura en sí no está viva, sino que expresa cosas vivas sin vida y si no se le añade el carácter vivo del acto, seguirá estando muerta una segunda vez»34. La aparición efectiva de Eurídice viene a configurarse como la puesta en acto de su retrato, la vivificación definitiva de lo que, hasta el momento, era únicamente imagen. Aparte de poseer un valor didascálico que se proyecta hacia la puesta en escena, la descripción de los gestos se convierte en una confirmación de la corporalidad, pues es precisamente el cuerpo el portavoz primario de los afectos o las pasiones del ánimo, como había notado ya Leon Battista Alberti en 1435: «Y para que los que miren el quadro estén con la mayor atención, es menester que las figuras inanimadas que contiene parezca que están vivas, expresando los afectos de sus ánimos. […] Estos movimientos del ánimo se conocen por los del cuerpo»35.

  • 36 Sobre la fisiognomía en la teoría artística española del Siglo de Oro es esencial Delgado, 2002. Y (...)
  • 37 Fue el propio Leon Battista Alberti en De la pintura el primero en emplear el mito de la mirada y l (...)
  • 38 Citado en Pinotti, 2011, p. 30.

17Orfeo se fija concretamente en el rostro, los ojos y la posición de sus manos que, por sus intensas cotas de expresividad, son los tres frentes esenciales desde los que la teoría pictórica abordó el estudio de la expresión gestual36. Pero no olvidemos que la descripción está mediatizada por su percepción subjetiva, desde la inquietud ante la posible reacción de su esposa en caso de haber descubierto el extravío accidental del retrato. La teoría artística del Renacimiento había situado en la autocontemplación narcisista el germen primigenio de la creación artística37. Y Lodovico Dolce, ya en el xvi, puntualizaba: «Ni puede conmover el pintor si, antes, al componer las figuras, no siente en su alma esas pasiones o afectos, digamos, que quiere imprimir en las de los demás»38. Confirmará poco después la propia Eurídice hablando del artífice de su retrato:

[…] me copió la fortuna
también su artífice, hallando
que no tuviera mis señas
si no fuera desdichado. (vv. 1468-1471)

Como Aristeo y como Orfeo, el pintor habría proyectado sus afectos hacia su ejercicio creador de tal manera que las tres pinturas quedan unidas por lo que todas tienen de recreación del cuerpo en imagen. Pero aún hay algo más.

18Durante el duelo entre Felisardo y Aristeo, Irene se esconde tras una enramada junto a su criada Sirena para espiar a los contendientes e intentar así descubrir la identidad de la mujer pintada. Herido en una mano en el fragor del duelo, Aristeo cuelga el retrato de un árbol para que no se estropee y, sin querer, lo mancha con su sangre. La reacción de Orfeo cuando, unas escenas más adelante, lo toma en sus manos es elocuente:

Imagen hermosísima de aquella
que fue dulce prisión de mi cuidado,
sol que si ahora yaces eclipsado
ha sido por contagio de mi estrella.
¿Dónde está la hermosura que atropella
con pie veloz el ímpetu del hado,
que en ti solo del paso arrebatado
me queda lo sangriento de tu huella? (vv. 1496-1503)

19El mal presagio que a ojos de Orfeo representa la sangre derramada sobre el retrato es la prefiguración simbólica de la muerte de Eurídice, que no deja de ser la confirmación extrema de la presencia de un cuerpo vivo. No era la primera vez que el destino aciago de la dama se anticipaba mediante el desbordamiento visible del cuerpo sobre la imagen. Avanzada la primera jornada, una Eurídice desazonada le contaba a Orfeo que, al preguntar al oráculo de Venus por el destino de sus amores, la estatua había comenzado a sudar sangre:

Comenzó —prodigio nuevo—
por sus poros —¡raro asombro!—
a sudar humor sangriento,
que, tiñendo infaustamente
de la diosa el bulto terso,
en lo rebelde del mármol
dejó durable el acero. (vv. 689-694)

20La sangre, como indicio incontrovertible de corporalidad —igual que sucedía en el soneto gongorino— se superponía a la imagen marmórea en una estampa que Eurídice sólo podía interpretar como mal presagio. Pero, aparte de anticipar el destino de la protagonista en una suerte de ironía cósmica, la escena, de sustrato pigmaliónico, sintetizaba las claves de un edificio dramático construido sobre esas tensiones entre una imagen femenina idealizada, estática y aprehensible y un cuerpo vivo, sangrante y, por ello, ineludiblemente mortal.

Una muerte que parece sueño

21Tras ese primer encuentro de los dos esposos en que Eurídice hacía partícipe a Orfeo de sus desvelos tras la visita al oráculo, ambos se quedaban dormidos. A través del motivo del sueño, la escena vinculaba a la Eurídice en cuerpo presente con aquella imagen inmóvil, idealizada y ausente descrita por Aristeo al comienzo de la pieza. Pero, además, abría una cadena de correspondencias simbólicas que conectaba el sueño de Eurídice con la muerte física que cerraría la segunda jornada, de tal manera que el trasvase entre el cuerpo mostrado y la imagen representada se convierte en uno de los ejes sobre el que gira la acción dramática. En la versión de 1643, los dos esposos describen verbalmente el contenido de un sueño idéntico. Pero, en la de 1655 —y aquí comienzan las amplificaciones visuales que decíamos— un Destino alegórico irrumpe para aclarar el sentido profético de la estampa de los esposos durmientes exprimiendo, hasta reformularlo, el simbolismo del sueño como imago mortis —es la muerte la que se define como imagen del sueño y no a la inversa—; y activando esa noción del sueño como autor de representaciones que diría, otra vez, Luis de Góngora:

Huid de vuestra estrella
que ya os la represento
en forma de un cometa
que amenaza una vida y dos alientos.
[…]
Pasará un cometa y dentro de la estrella Aristeo que lleva muerta a Eurídice en los brazos, a quien ha de representar otra mujer vestida en el mismo traje. (vv. 819-822)

22La imaginación onírica, al tiempo que configura una espacialidad pictórica sobre las tablas, proyecta una auténtica mise en abyme que anticipa el desarrollo de los acontecimientos. El sueño abre un pasadizo hacia la visión de una Eurídice desdoblada en una imagen que es el reflejo prefigurador de su muerte corporal. Lo que supone el punto de inflexión en el relato mitológico y la clave en la caracterización de Orfeo constituye en la comedia una secuencia que profundiza en la construcción dramática de Eurídice. Cuando reaparece Aristeo, es justamente ella quien conecta de manera explícita la visión con la escena inicial: «Este es el que vi en el viento / y el que me siguió en el bosque» (vv.868-869). Y es al final de la segunda jornada cuando se produce el engarce de ambas prefiguraciones en un clímax dramático y escénico en el que confluyen la Eurídice huidiza-viva y la Eurídice inmóvil-inerte. Aristeo irrumpe persiguiendo a Eurídice, que huye escudándose en su sentido del honor. La insistencia del adorador no logra doblegar a la dama, que, en su apresuramiento, ahora sí, pisa la serpiente y cae moribunda. En una suerte de simetría inversa respecto a su huida inicial, esta vez Eurídice no puede —literalmente, no puede— transmutarse en dama esquiva. Aristeo reaparece con ella en brazos emulando la imagen onírica que había mostrado Destino y atesorando el instante en que logra poseer, al menos visualmente, a la mujer:

Sale Aristeo y ella cae en sus brazos
Aristeo
Ahora no has de escaparte.
¡Pero qué dichoso soy!
¿A mis brazos te permites?
Sin duda te enterneció
mi ruego. Pero ¿qué veo?
¡Qué descomedido horror!
Entre obscuras palideces
esconde su perfección
sus encendidas mejillas;
apaga un frío sudor
y parece que la ahoga
su propia respiración. (vv. 1647-1658)

23Porque la muerte, remarcada con la descripción de los efectos corporales de la agonía, es la única posibilidad que tiene Aristeo de acceder a la dama y recuperar, aunque sea de manera fugaz, un cierto control sobre ella. Es, sin duda, una muerte que parece sueño, como decía el Destino, en lo que ambos tienen de actitudes de absorción. Pero, paradójicamente y en paralelo a la escena inicial en que ella desaparecía al despertar, ese instante efímero en que logra poseerla con la mirada es, en rigor, el pasaje hacia la pérdida total. Y esta, que se convierte en la anticipación definitiva, es, no lo olvidemos, la clave del mito.

24Aristeo entrega a Eurídice a Orfeo y ella muere en sus brazos mientras el vate recita unos versos que proyectan un intenso claroscuro emocional. Pero lo que en la versión de 1643 se resuelve de manera inmediata —él la reclina sobre la hierba y promete buscarla en el infierno—, se amplifica, otra vez, en la de 1655 con un alarde escenográfico:

Quítase la cortina y vese el monte. Arrójase Orfeo hacia donde está Eurídice y, al llegar, se desaparecen los árboles y queda el monte Parnaso con las Musas en diferentes peñas y, en medio, Calíope y en donde quedó Eurídice ha de hallar Orfeo la lira y ha de volver turbado. (1774Acot.)

25La estampa constituye, en rigor, una proyección del sentido alegórico sugerido en la loa compuesta por el propio Solís para preceder la representación palaciega. El texto partía del desconcierto de dos figuras alegóricas, Admiración e Ignorancia, ante un emblema en el que aparecía «un león reclinado sobre una lira», cuyo mote era un verso tomado de la Silva IV, 4 de Estacio, «Tempestiva quies: maior post otia virtus», y el epigrama rezaba «También tiene armonía y providencia / hasta en sus mismos ocios la Prudencia». El diálogo entre ambos personajes iba desenmarañando en parte el sentido del emblema hasta conectarlo con Orfeo y Eurídice a través justamente del vínculo entre el Amor y el Arte, la Música en concreto, y la afirmación de la preeminencia del primero:

  • 39 Solís, Poesías, p. 214.

Tú, Música, pues la lira
de Orfeo se destinó
para quietud tempestiva
del misterioso león,
deja que el Amor la lleve
y después sigue al Amor
39.

  • 40 Solís, Poesías, p. 214. En el Banquete platónico aparece, por boca de Agaton, una sugerente referen (...)

26El Amor se convertía en guía de las Artes Liberales, situándose en primer plano y revelándose como impulso creador primigenio: «Baja el Amor desde la nube donde ha estado al tablado y, tomando la lira de las manos de la Música, vuela a lo alto entrando por el contrapuesto lado»40. La escena anterior parte entonces de esta composición prologal para sugerir una conexión directa entre el Amor y Orfeo a través de la lira —el Arte— que sustituye a Eurídice en su lecho de muerte. Y es justamente a través del arte, inspirado en primera instancia por el amor, como se prevé la resurrección de la mujer y la restauración de su visibilidad.

27En la tercera jornada, a propósito de la secuencia final, tiene lugar la diferencia más decisiva entre ambas versiones. Solís aprovecha en los dos casos el motivo clave de la prohibición de la mirada para recuperar a Eurídice, pero la resolución se revela radicalmente distinta, llegando a cambiar la significación global de las piezas y a repercutir incluso, según Puchau, en la adscripción genérica de una y otra. En ambos casos, Aristeo, caracterizado sobre las tablas definitivamente como loco enamorado, rapta a Eurídice aprovechando justamente la no-mirada de Orfeo. Se trata de una curiosa reformulación del relato originario para adaptarlo, hasta el final, a los parámetros del arte nuevo y confirmar a Eurídice como eje del conflicto. Ahora bien: mientras en la versión de 1643, la dama vuelve efectivamente a la vida, en la de 1655 se pierde —como en el mito— definitivamente. Decía Puchau de Lecea a propósito de la primera versión:

  • 41 Puchau de Lecea, 2017, p. 170.

Es precisamente este final el que aporta el indicio definitivo para considerar la escritura de 1643 como de capa y espada en lugar de mitológica o heroica al margen de su título. Y es que el relato mitológico se altera para convertirse en un final feliz: Eurídice vive y Aristeo muere41.

28Es cierto que, a la luz del desenlace, el episodio mitológico se revela casi como una excusa para ensalzar la historia de amor de Orfeo y Eurídice situando el clímax en el reencuentro de ambos al final de la comedia una vez liberados del acoso de Aristeo. Pero en la versión de 1655 las cosas cambian. Ante el nuevo asedio de su adorador, Eurídice pide ayuda a Orfeo, aún sabiendo que esto supondrá su desaparición definitiva:

Eurídice
¡Orfeo! Mas si le llamo
rompe las fatales leyes
y le pierdo…
Aristeo
                 ¡No le llames!
Eurídice
¿Cómo no? ¡Venga la muerte!
Que antes que la vida es
el honor. ¡Orfeo, vuelve
a ampararme! ¡Esposo!
Foro. Vuelve Orfeo y, al llegar a Eurídice, vuela. (vv. 2421-2427)

  • 42 Rey Hazas, 1994.

29En la recreación del mito para las tablas, se imponen las leyes del honor como —ya lo decía Antonio Rey Hazas— sustituto funcional del destino42, que incluso se había concretado en dramatis persona, como sabemos. Pero, a diferencia del relato originario, la desaparición irrevocable de Eurídice se presenta como resultado de su propia voluntad. Orfeo vuelve a mirarla no por su incapacidad de resistir la tentación, sino porque ella, consciente de las consecuencias, decide que así sea, anteponiendo la honra a la propia vida en una asunción radical del código del honor. Porque el vuelo final de la Eurídice barroca de Solís ya no tiene, en rigor, nada que ver con el de su homónima mitológica.

Conclusiones

30En la versión teatral del mito de Orfeo y Eurídice que preparó para las tablas, Solís no se limitó a adaptar los principales episodios de la leyenda a los cauces temáticos y estructurales del arte nuevo. Es cierto que las posibilidades de reformulación ofrecidas por las fuentes se pusieron al servicio de su genio creador para integrar el trasfondo mitológico en una intriga de amor, honor y celos apuntalada, en la versión palaciega de 1655, con un sugerente aparato escenográfico. Pero la gran aportación de Solís a la historia de las versiones del mito trascendió la mera trasposición genérica.

31Situándose en la estela de algunas reinterpretaciones simbólico-alegóricas, el dramaturgo priorizó la significación de Eurídice convirtiéndola en un principio estético y existencial y activando una problemática esencial en el Barroco: la crisis de la relación arte-vida. Más que una recreación dramática del mito de Orfeo y Eurídice, la pieza de Solís encerraba, en sus dos versiones, una configuración simbólica de Eurídice en un momento en que, tanto desde la poesía como desde la pintura, se estaba dejando entrever tanto la ineficacia de la metáfora artística como la falibilidad de la mirada creadora en su función tradicional de representación de lo femenino. Es cierto que fue en la versión palaciega de 1655 donde Solís, apoyado por el aparato escenográfico, logró cerrar el círculo dramático con una mayor coherencia. La acción se desplegaba a partir de una tensión constante y creciente entre la Eurídice-imagen creada y la Eurídice-cuerpo dilatado, como diría Emilio Barba en una fórmula que conecta teatro y pintura. En paralelo al desarrollo dramático, con una trama secundaria que a veces parecía aglutinar el verdadero espíritu del arte nuevo, se activó la reflexión epistemológica. Y, tras varios guiños a la teoría artística, a la tradición pictórica y a los modos de ver, se termina imponiendo una Eurídice inédita que, por primera y última vez, decide conscientemente ser mirada aún a costa de su definitiva aniquilación, en cuerpo y en imagen.

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Notas

1 Esta versión se conserva en el manuscrito 16419 de la Biblioteca Nacional de España, con fecha ca. 1718. Se representó acompañada del sainete Las fiestas bacanales, compuesto por el propio Solís.

2 Serralta, 1986, p. 84.

3 Puchau de Lecea, 2015.

4 Es la versión que se incluye en la Parte diez y ocho de comedias nuevas escogidas de los mejores ingenios de España, Madrid, Gregorio Rodríguez, 1662, ff. 28-47v. Serralta se ocupa de la comparación de ambas versiones en cuestiones escenográficas (1984) y en el tratamiento de la comicidad (1994).

5 Serralta, 1986, p. 80.

6 Solís, Poesías, p. 263.

7 Solís, Poesías, p. 266.

8 Puchau de Lecea, 2017, p. 164.

9 Arellano, 1995, p. 506.

10 La base de datos CATCOM da noticia de una representación en el corral a comienzos de 1668 por la compañía de Antonio de Escamilla.

11 Cancelliere, 2015, p. 213.

12 Gil, 1974, p. 136.

13 González Delgado, 2003, p. 17.

14 Urzáiz, 2006, p. 10.

15 Puchau de Lecea, 2015, p. 227.

16 Pueden verse por ejemplo Quintero, 2000 y 2004 y Rico, 2009.

17 Ovidio, Metamorfosis, p. 304.

18 Puchau de Lecea, 2017, p. 179. Baranda Leturio, 2000, p. 59.

19 Pérez de Moya, Philosofía, p. 519. Como indica Baranda Leturio, 2000, p. 59, este pasaje y el siguiente están tomados prácticamente al pie de la letra de la Tercera parte del comento de Eusebio, del Tostado.

20 Gómez, 1990, p. 530.

21 Citamos por la edición de Puchau de Lecea, 2016, aunque hacemos algunas modificaciones en la puntuación.

22 Sobre la hipotiposis como mecanismo retórico de persuasión, véase González García, 2015, pp. 238-242.

23 El denominado ‘canon largo’ se distingue del ‘canon corto’ de impronta petrarquesca por su mayor detallismo frente a la tendencia a la selección y el fragmentarismo de este último. Véanse, por ejemplo, Manero Sorolla, 2005 y Muñiz, 2014.

24 Tanto Serralta, 1994 como Urzáiz, 2006 insisten en la función configuradora del gracioso en la construcción de las piezas mitológicas.

25 Steiner, 1988, p. 3.

26 Blanco, 2012.

27 La polaridad absorción/teatralidad (absorption/theatricality) fue propuesta originalmente por Fried, 1980 para distinguir las dos actitudes básicas de la figura representada respecto a la mirada del observador. Steiner, 1988, p. 47, considera que las dos actitudes primarias de absorción serían la ceguera y el sueño.

28 Tal como comenta, a propósito, Djikstra, 1994, p. 81, «los artistas, al situar a la mujer en la naturaleza en un estado de total agotamiento, intentaban indicar que, aunque ya no fuese una criatura ideal sino algo vivo, todavía no significaba una amenaza activa para el hombre».

29 Blanco, 2012, p. 101 menciona la descripción verbal del movimiento o el aspecto del cabello como uno de los motivos que, desde muy pronto, testimonian una influencia efectiva de las imágenes pictóricas en las poéticas.

30 Carmona Muela, 2008, p. 32.

31 Pinotti, 2011, p. 224.

32 Delgado, 2002, p. 206.

33 Martínez Zamora, 2017, p. 7.

34 Citado en Pinotti, 2011, p. 78

35 Alberti, De la pintura, p. 238.

36 Sobre la fisiognomía en la teoría artística española del Siglo de Oro es esencial Delgado, 2002. Y Martínez Zamora, 2017, p. 22, se refiere en concreto a las quironomías, tratados sobre la expresión de emociones a través de las manos.

37 Fue el propio Leon Battista Alberti en De la pintura el primero en emplear el mito de la mirada y la metamorfosis de Narciso como símbolo de la creación artística.

38 Citado en Pinotti, 2011, p. 30.

39 Solís, Poesías, p. 214.

40 Solís, Poesías, p. 214. En el Banquete platónico aparece, por boca de Agaton, una sugerente referencia al Amor como maestro de las Artes: «El Amor es un poeta tan entendido, que convierte en poeta al que quiere; y esto sucede aun cuando sea uno extraño a las Musas, y en el momento que uno se siente inspirado por el Amor; lo cual prueba que el Amor es notable en esto de llevar a cabo las obras que son de la competencia de las Musas,porque no se enseña lo que se ignora, como no se da lo que no se tiene» (Platón, Banquete, p. 329).

41 Puchau de Lecea, 2017, p. 170.

42 Rey Hazas, 1994.

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Para citar este artículo

Referencia en papel

Natalia Fernández Rodríguez, «Imagen, cuerpo y representación de la mujer en Eurídice y Orfeo de Antonio de Solís»Criticón, 144 | 2022, 69-86.

Referencia electrónica

Natalia Fernández Rodríguez, «Imagen, cuerpo y representación de la mujer en Eurídice y Orfeo de Antonio de Solís»Criticón [En línea], 144 | 2022, Publicado el 20 abril 2022, consultado el 13 enero 2025. URL: http://0-journals-openedition-org.catalogue.libraries.london.ac.uk/criticon/21304; DOI: https://0-doi-org.catalogue.libraries.london.ac.uk/10.4000/criticon.21304

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Autor

Natalia Fernández Rodríguez

Natalia Fernández Rodríguez es Profesora Titular en el Departamento de Literatura e Hispanoamericana de la Universidad de Sevilla. Anteriormente, ocupó diversos puestos docentes e investigadores en la Universidad Complutense de Madrid, la Universidad de Berna (Suiza), la Universidad de Lausana (Suiza), la Universidad Autónoma de Barcelona y la Universidad de Oviedo. Sus campos prioritarios de investigación son la poesía y el teatro del Siglo de Oro, la hagiografía castellana y las relaciones entre literatura e imagen.
nfrodriguez@us.es

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