- 1 Todas las citas proceden de Zayas, Novelas amorosas y ejemplares, 2020. Solo se indicará la página (...)
- 2 Para la teoría y la práctica de la intertextualidad, con buena bibliografía, se remite a Rabau, 200 (...)
- 3 Es la terminología propuesta por Genette, 1982.
1El objetivo de las siguientes páginas es el de intentar sistematizar las relaciones que las diez ‘maravillas’ de la novelista madrileña mantienen con algunos textos y autores de su época1. Intentar, en primer lugar, dar cuenta de las principales influencias que se pueden constatar a la lectura del volumen de 1637, en las pautas de los estudios sobre la intertextualidad2; a continuación, estudiar la manera en la que la autora utiliza dichos hipotextos3, o sea profundizar en su trabajo de reescritura. De entrada, cabe precisar que este acercamiento no quiere, ni pretende, ser exhaustivo: bien sabemos, trabajando en estos campos, que las influencias son múltiples y que otras pistas pueden encontrarse que hoy, sin duda, se nos ocultan. A los investigadores futuros se dirige pues este acercamiento, ofreciéndoles algunos elementos de análisis para que lleven a cabo su propia investigación en un corpus textual, a lo que parece, aún relativamente virgen. Además, las propuestas intertextuales que aquí se exponen solo se refieren a algunos aspectos de las novelas tomadas en consideración, a veces unos motivos narrativos, otras veces unos personajes, literarios o históricos. Ni que decir tiene que la nómina de textos y demás referencias puede alargarse mucho más, y esto es lo que desea ante todo el que esto escribe. El objetivo final es el de dibujar el mapa de las referencias textuales e históricas que le sirvieron a María de Zayas para construir su obra y, sobre todo, el de obtener una visión más clara de su originalidad a través del estudio de su peculiar reescritura.
2En esta ‘maravilla’, la primera de la serie de 1637, nos parece advertir la presencia de Lope de Vega, como poeta y dramaturgo y como personaje histórico. No se olvide la honda admiración que sentía doña María por Lope de Vega, su modelo literario absoluto, quien acababa de morir (1635). Y Lope la había incluido en su Laurel de Apolo, dedicándole unos versos laudatorios.
- 4 Para una interpretación psicoanalítica de esta y de otras novelas, ver Greer, 1995.
3Como se recordará, la joven Jacinta, en las peñas de Montserrat, le cuenta su historia amorosa a Fabio. En la primera parte, le expone sus vicisitudes amorosas con don Félix (notemos de entrada el guiño al segundo nombre de Lope Félix de Vega Carpio). Su historia amorosa se basa en un enamoramiento a través de un sueño, en el que le apareció un hombre embozado, muy elegante, quien, al tratar ella de quitarle el rebozo, saca su espada y le traspasa el corazón a la joven. Al despertar de esta pesadilla, Jacinta se enamora perdidamente de aquel caballero que solo existió en el sueño. Notemos ante todo la fuerte dimensión erótica de la escena, con el evidente simbolismo fálico de la espada, y con la muerte simbólica de la mujer, llevada por un éxtasis erótico que recuerda el de Santa Teresa de Jesús esculpida por el Bernini entre 1647 y 1652 en Santa Maria della Vittoria en Roma4.
- 5 Véase Tomillo y Pérez Pastor, 1901.
4Tras este primer ‘encuentro’ onírico, el encuentro real con don Félix viene a confirmar la identidad de aquel caballero de los sueños con el joven noble, ¡nada menos que un Ponce de León! ¿Acaso un homenaje póstumo a las pretensiones nobiliarias de Lope de Vega, nunca satisfechas? Pero en la novela es ante todo la nobleza de ánimo y la virtud de don Félix las que se destacan, en particular su firmeza. El enamoramiento es recíproco, y lo expresa don Félix en un soneto que imita claramente uno de los más famosos del poeta: «Amar el día, aborrecer el día», hasta el último verso: «si aquesto no es amor, no sé qué es» (p. 184). Ningún lector de la época podía pasar por alto el vínculo muy estrecho de este soneto con el famoso «Desmayarse, atreverse, estar furioso» de Lope, que termina con el verso «esto es amor, quien lo probó lo sabe» (Rimas, 1609). El homenaje es patente, pues. La principal virtud de don Félix, como se ha dicho, es la firmeza. Como se recordará, a su regreso de Flandes, donde había huido tras matar al hermano de Jacinta, vuelve a buscar a su amada, quien había entrado en un convento, tomando el hábito. Los dos acabarán recibiendo la dispensa del papa para desposarse, pero don Félix morirá como un héroe en la batalla de la Mamora (1614) antes de terminar el plazo de castidad un año impuesto por el papa. Ahora bien: esta situación, si la comparamos con los datos que conocemos de la biografía de Lope de Vega, ofrece algunos elementos comunes que hacen pensar en una reescritura de la vida del ‘héroe’ y modelo literario de María de Zayas con vistas a su rehabilitación. Como sabemos, la firmeza en amores no fue la calidad principal de Lope. Nos parece que en esta primera parte de su ‘maravilla’, Zayas trata de reconstruir la primera, y fundamental experiencia amorosa de Lope de Vega: sus amores con Elena Osorio, que había sido reconstruida artísticamente en una de últimas obras de Lope, La Dorotea (1632). Como se recordará, los amores correspondidos entre el joven poeta y la hija de un representante y autor de teatro se interrumpieron bruscamente debido a la negativa de los padres de Elena a casarla con el joven poeta, prefiriendo entregarla en matrimonio a un hombre más maduro y sobre todo más rico, el noble Francisco Perrenot de Granvela, sobrino del poderoso cardenal Granvela, que será el ‘indiano’ don Bela de la Dorotea. Para vengarse, Lope envió al padre de Elena, en forma anónima, los famosos libelos, ofensivos e insultantes, que le costaron el destierro a Valencia5. Ahora bien: también en la novela de Zayas las cartas desempeñan un papel narrativo fundamental: Ariadna, la prima de don Félix, igualmente enamorada de su primo, le escribe a los padres de Jacinta una carta diciéndoles que alguien le está quitando el honor a su hija, lo cual determinará la muerte del hermano de Jacinta a manos de don Félix y su ‘destierro’ a Flandes. Para vengarse, el padre de Jacinta le hace creer, en una carta, que don Félix había muerto, lo cual ocasiona la entrada al convento de la joven y su profesión. Además, no le había entregado a su hija la carta de don Félix, en la que le anunciaba su partida a Flandes. Si los libelos difamatorios llegaron a su destinatario (el padre de Elena Osorio) y causaron el destierro de Lope, las cartas de don Félix no llegan a su destinatario (Jacinta) y causan el retiro al convento de Jacinta, supuestamente definitivo, puesto que toma el hábito de religiosa. Además, las cartas que llegan a sus destinatarios contienen noticias falsas (la del padre de Jacinta) o bien tienen consecuencias trágicas (la de Ariadna, quien se suicida). Frente al desenlace negativo de los amores entre Lope y Elena, que se terminan con una separación forzada y definitiva, en la ‘maravilla’ Jacinta y don Félix acaban reuniéndose y consiguen la licencia papal para casarse, a pesar de encontrarse en una situación casi desesperada, siendo ella una monja profesa ya. Es el desquite del admirado Lope Félix de Vega, al que Zayas le otorga, en la ficción, lo que tanto él había anhelado en su vida: el cumplimiento feliz de su primer amor, que como sabemos, Lope va a sublimar a lo largo de toda su obra, hasta su vejez, pues compone la Dorotea tres años antes de su muerte.
5En la segunda parte de la ‘maravilla’, tenemos una situación que puede tener unas relaciones con una comedia lopesca famosa: El perro del hortelano. En efecto Jacinta, que está enamorada de Celio, con el que quiere casarse, decide declararle su amor y procurar enamorarlo mediante un artificio que encontramos en la comedia lopesca: el soneto amoroso escrito a nombre de otra persona. Es la figura del secretario, Teodoro, de quien se enamora Diana, la condesa de Belflor, y al que le dicta sonetos amorosos supuestamente dirigidos a otras mujeres. Como sabemos, la condesa y su secretario plebeyo, acabarán casándose gracias al engaño del criado, quien se hace pasar por el padre noble de Teodoro, quien anda en busca de su hijo. El engaño, como se recordará, es sabido y aceptado por Diana, quien prefiere callarlo para poder casarse con su secretario. No así en la ‘maravilla’ zayesca, donde se invierten los papeles, ya que es Jacinta la que escribe el soneto a petición de Celio —«fue pedirme que hiciera un soneto a una dama que, mirándose en el espejo, dio en él el sol, y se deslumbró», p. 202)—, pero manteniendo los mismos nombres, ya que la dama se llama Jacinta y el caballero Celio. Sin embargo, la solución lopesca, muy atrevida, no puede llevarse a cabo en la ‘maravilla’, ante todo porque Celio y Jacinta son nobles, pero también porque Celio decide hacerse sacerdote, y Jacinta respeta esta elección, entrando en un convento y aceptando una relación de hermanos, como se lo promete Fabio —«yo haré que Celio te visite, trocando el amor imperfecto en amor de hermanos», p. 209.
6En esta segunda aventura amorosa, parece traslucirse otra faceta del gran dramaturgo, quien a partir de 1614, como es bien sabido, abrazó el estado sacerdotal, lo cual no le impidió seguir manteniendo relaciones amorosas sacrílegas. Pues bien: en Celio se cifra esta otra cara, menos positiva, del mentor zayesco. Salta a la vista que Celio es la antítesis de don Félix, firme éste, inconstante aquél. Las múltiples aventuras amorosas de Celio, que su amigo Fabio trata de disculpar «por ser ésa su condición, y tan sujeto a ella que jamás en eso se valió de su entendimiento ni se inclinó a vencerla» (p. 207) podrían reflejar las vivencias del Lope de la madurez, como es bien conocido. Solo el estado sacerdotal es lo que «le conviene», porque «si tuviera mujer propia, a puros rigores y desdenes la matara, por no poder sufrir estar siempre en una misma parte ni gozar una misma cosa» (p. 208). En la ficción, pues, las órdenes sagradas frenan y canalizan los impulsos desordenados de Celio, hasta convertirse en «amor de hermanos» (p. 209). En efecto, hablando del estado sacerdotal de su amigo Celio, Fabio declara a Jacinta que «él [Celio] tiene ya las puertas cerradas a estas pretensiones y a cualesquiera que sean de esta calidad, por tener ya órdenes, impedimento para casarse, como sabes» (p. 208, la cursiva es nuestra). No así en la realidad histórica, donde Lope, tras ordenarse sacerdote, continuó teniendo relaciones sacrílegas, en particular con Marta de Nevares. Dicho de otro modo: las órdenes sagradas son las que deberían imponer a Lope la castidad y la temperancia, como en Celio, lo cual distó mucho de ser cierto. Pero es otra vez la manera que tiene Zayas de desquitar a su maestro desde la ficción, sin dejar de expresar su desacuerdo con su conducta. Al final de la ‘maravilla’, encontramos una declaración significativa de Jacinta, quien reúne a sus dos amores (don Félix y Celio) en una misma oración, como si fueran las dos caras de una misma persona y que, además, contiene una conocida imagen que remite a Lope de Vega: «Soy fénix de amor: quise a don Félix hasta que me le quitó la muerte; quiero y querré a Celio hasta que ella triunfe de mi vida» (p. 210, la cursiva es nuestra). Como se recordará, Lope era conocido con el apodo de ‘Fénix de los ingenios’. ¿Y será mera casualidad que don Félix muera justo en el mismo año en que Lope se ordenó sacerdote, o sea en la batalla de la Mamora ocurrida en 1614?
7En esta ‘maravilla’, pues, la reescritura de la vida de Lope se lleva a cabo en dos partes: don Félix es la recuperación del Lope joven virtuoso y fiel amante de Elena Osorio; Celio es el Lope maduro, cuyos amores sacrílegos quedan sublimados en el amor de hermanos con el que se conforma Jacinta frente a la nueva condición de eclesiástico de Celio, un nombre elegido quizás por la elocuente paronomasia: Celio-cielo.
- 6 «Tirso de Molina, que con el don Juan de El burlador de Sevilla inspira el personaje de Fenisa de L (...)
- 7 Por ejemplo, en Tirso de Molina, El burlador de Sevilla, ed. 1989. El nombre de este personaje, ade (...)
- 8 Tirso de Molina (atribuida a), El burlador de Sevilla, ed. 1996, p. 244. Todas las citas proceden d (...)
8En esta segunda ‘maravilla’, se trasparenta desde el título una referencia a una de las comedias más famosas de la época: El burlador de Sevilla, atribuida a Tirso de Molina, que se publicó en 1630 y que influyó en la composición de la única comedia de Zayas, La traición en la amistad6. En efecto, como se recordará, una de las cuatro mujeres burladas por don Juan es precisamente la aldeana Arminta (que en otras ediciones es llamada Aminta)7. Se trata de la tercera mujer burlada, y es el caso más difícil de resolver para el burlador, todo un reto —«la burla más escogida / de todas ha de ser ésta», vv. 1991-19928—: cómo sustraer una mujer a su legítimo esposo justo en el día de su boda, para burlarla y abandonarla con la falsa promesa de matrimonio. Es significativo que doña María elija precisamente esta burla, que es la única en la que la mujer burlada es una novia que está a punto de casarse. Como se recordará, don Juan consigue engañar primero a su novio, Batricio, haciéndole creer que ha gozado a Arminta, y luego a su padre Gaseno, gracias a su condición de noble. Tanto el novio como el padre, o sea el sistema patriarcal, no oponen resistencia alguna a la pretensión de don Juan, y le ofrecen a Arminta en una bandeja: Batricio, porque cree que Arminta le ha sido infiel con don Juan, porque «al fin, al fin es mujer» (v. 1899), o sea con un argumento misógino tradicional fundado en la ‘mudanza’ de la mujer, negando pues la posibilidad de su ‘firmeza’; y el padre, Gaseno, porque se le abre la posibilidad de medrar de manera tan inesperada, como se lo dice a don Juan, expresando su alegría: «Acompañaros querría / para darle de esta ventura / el parabién a mi hija» (vv. 1977-1979). Ahora bien: frente a esta usurpación sacrílega, Zayas reacciona en su novela al presentar primero una situación comparable, aunque estamos entre nobles: Aminta es una joven doncella, que ha quedado huérfana y es acogida por su tío. Está prometida a su primo, quien se encuentra en Italia, y a su vuelta se han de celebrar las bodas. Se enamora de ella don Jacinto, caballero segoviano, quien ya estaba casado y además vivía con una mujer, Flora, a quien hacía pasar por su hermana, y que en realidad era su amante. Vemos pues cómo, a pesar de no poder emplear el argumento social, que era el que había utilizado don Juan, Zayas se empeña en construir un personaje especialmente perverso, como don Jacinto. Este actúa como el burlador de marras, y consigue enamorar a la inexperta y joven Aminta, y gozarla bajo promesa de matrimonio, que no piensa cumplir. Añádase a esto la complicidad de Flora, quien se convierte en tercera de su propio amante. Carga las tintas Zayas, pero es precisamente para preparar y justificar, por justicia poética, la venganza terrible que llevará a cabo Aminta en la segunda parte de la ‘maravilla’. Matará a los dos, haciéndose pasar por un paje que ha entrado al servicio de la pareja de ‘hermanos’ y que se hace llamar ‘Jacinto’, como su amo. La elección del mismo nombre de su antiguo amante y novio para su papel de vengadora significa que es el propio don Jacinto el principal responsable de su muerte, al haber actuado de tal manera con una doncella. Otro indicio de la derivación de esta novela de este episodio de la obra atribuida a Tirso lo tenemos en la frase de don Jacinto cuando, al encontrarse con Aminta disfrazada de paje y al no reconocerla le dice: «Parece que os he visto […] o es que os parecéis a una persona que yo quise veinticuatro horas» (p. 239, la cursiva es nuestra). Como se recordará, este era el plazo que necesitaba don Juan para llevar a cabo sus engaños, como en el caso de Aminta, ya que llega al pueblo de Dos Hermanas por la mañana (vv. 1727-1770), lleva a cabo su burla por la noche (vv. 2076-2184) y se marcha por la mañana del día siguiente.
- 9 Sobre esta ‘maravilla’, véase el estudio de Micouleau, 2019.
9Y no es ninguna casualidad que Aminta, cuando ya se casa al final con don Martín, se haga llamar ‘Victoria’: es en efecto su victoria, la de haberse vengado de su burlador sin sufrir castigo por el doble asesinato, sino todo lo contrario: el premio del matrimonio, o sea el final feliz propio de las comedias. Es pues la victoria de las mujeres burladas por el arquetipo del burlador, el de Sevilla, quienes quedan vengadas por Aminta en esta ‘maravilla’9.
- 10 Véase Rodríguez Mansilla, 2021, pp. 328-330.
10Esta ‘maravilla’, como ha observado la crítica10, se escribe bajo el signo cervantino, en particular el de una de las Novelas ejemplares de 1613, El casamiento engañoso, primera parte del Coloquio de los perros. Nos parece además perceptible también un eco de un sonado episodio quijotesco. Pero vayamos por partes.
- 11 «y precisamente el dómine Cabra de esta novela picaresca es el modelo del retrato de don Marcos, el (...)
11El castigo del hombre avariento, de orígenes humildes además, es un tópico de la sátira de costumbres. Pensemos tan solo en el clérigo del tratado segundo del Lazarillo de Tormes o en el Dómine Cabra del Buscón quevediano11.
- 12 Cervantes, Novelas ejemplares, p. 533.
- 13 Véanse al respecto las observaciones de Rodríguez Mansilla, 2021, pp. 329-330.
12En el caso de la ‘maravilla’ que nos ocupa, sin embargo, creemos que la derivación más evidente es la cervantina antes apuntada. En efecto, como en aquella novela, aquí también se trata de un hombre de orígenes modestos, un «hidalgo […] humilde en bienes de fortuna» (p. 253), o sea don Marcos. En la novela cervantina, como se recordará, el protagonista masculino es el alférez Campuzano, quien padece sífilis y se está curando en el hospital de la Resurrección de Valladolid. En los dos casos los protagonistas masculinos sufren la misma desventura, o sea que son víctimas de la burla de sendas mujeres: doña Estefanía en Cervantes y doña Isidora en Zayas. El paralelismo del desarrollo narrativo es notable: como en la novela cervantina, en la ‘maravilla’ zayesca don Marcos es víctima de su avidez y queda burlado por la falsa viuda, quien consigue casarse con él aparentando una riqueza que no tiene y quitándole la suya para marcharse a Barcelona, dejándolo ‘en camisa’. Es en el desenlace, creemos, donde se percibe una diferencia: mientras que las joyas del baúl de Campuzano, de las que es despojado por Estefanía, son de alquimia, el pobre don Marcos se encuentra en la miseria más negra, al haberle quitado su mujer todos sus ahorros. Si en el caso de Campuzano, como resume su amigo Peralta, «entre vuesa merced y la señora Estefanía pata es la traviesa»12, ya que el robo no supuso ninguna pérdida, al ser falsas las joyas, no es así en el caso de don Marcos, quien busca la manera de encontrar a su mujer y a su hacienda, acudiendo a los servicios de un astrólogo, evidentemente fingido, al que le entrega sus últimos reales. Y es aquí donde Zayas introduce otro episodio cervantino, sacado de la segunda parte del Quijote, en el capítulo 4613. En efecto, el astrólogo, para llevar a cabo su «solemne burla al miserable» (p. 284) se sirve de la misma traza que inventaron los duques en su palacio para burlarse de otro hidalgo, don Quijote: encerrar a un gato en un estrecho aposento dejándolo sin comida y dándole latigazos para que, el día de la aparición del demonio, que debía proporcionar a don Marcos toda la información acerca de la localización de su mujer y de su hacienda, el ambiente demoniaco fuera más verosímil. Como se recordará, don Quijote en el momento de cantar su romance es atacado por una legión de cien gatos que estaban encerrados y que se lanzan sobre él con sus cencerros infernales. Acabará el ingenioso caballero guardando cama por cinco días. Este episodio queda reelaborado en la ‘maravilla’, al inventar Zayas un desenlace más cruel para don Marcos. En efecto, tras la salida del gato en el momento del conjuro, don Marcos se desmaya de miedo, y no puede oír la información tan anhelada, que además era falsa, como no podía ser menos. Además, la magia negra de este encantador es descubierta y castigada por la justicia, con un toque de humor muy cervantino y quijotesco: se descubre que el libro en el que leía sus conjuros el ‘astuto mágico’ era el Amadís de Gaula, uno de los libros de caballerías que más influyeron en la locura de don Quijote, como es bien sabido, siendo el primero que el cura y el barbero encuentran en la biblioteca del ingenioso hidalgo en el famoso episodio del escrutinio (I, 6).
- 14 Cervantes, Novelas ejemplares, p. 531. La cursiva es nuestra.
- 15 Yllera, 2000, pp. 827-836.
- 16 Olivares, 2020, p. 98.
13Pero creo que hay otra correspondencia oculta entre las dos novelas ejemplares: me refiero al final suprimido por María de Zayas en la segunda edición, en el que don Marcos acaba suicidándose, colgándose de un árbol. En la versión final, don Marcos muere por unas calenturas. La crítica se ha preguntado acerca del motivo por el que la escritora madrileña suprimió el primer desenlace. Creo que, ante todo, cabe recolocar aquel desenlace en la órbita de la novela cervantina, donde Campuzano, una vez que ha descubierto el engaño del que ha sido víctima, piensa en el suicidio, como se lo dice al licenciado Peralta: «yo di principio a desesperarme», pero renuncia a ello por motivos religiosos, porque «el mayor pecado de los hombres era el de la desesperación, por ser pecado de demonios»14. He aquí, nos parece, el núcleo inicial e inspirador de la primera versión del desenlace: en efecto, cuando la justicia acude a descolgar los cuerpos de don Marcos y del casamentero, solo encuentra el de don Marcos. Se colige, pues, que el otro ahorcado, cuyo cuerpo no se encontró, tenía que ser el demonio, quien habría tomado las facciones del casamentero para inducir a don Marcos al suicidio —«el tal era el demonio que, por desesperar a don Marcos, había venido con aquel engaño» (p. 290, n. 56). Como se ve, la versión primitiva, sin duda inspirada por un pasaje de la novela cervantina, era mucho más cruel para con don Marcos, y es quizás por ello por lo que, como afirma Alicia Yllera «es posible que la autora pensase que su miseria había sido suficientemente expiada en esta vida sin necesidad de recurrir a un castigo eterno»15. Otra explicación, que me parece más convincente, es la que se apoya en la justicia poética, o sea en una muerte debida a la avaricia, como castigo de su pecado. Es lo que defiende Julián Olivares cuando afirma: «Marcos moriría a causa de su propia debilidad y de su propio desengaño»16.
- 17 Sobre esta novela, ver el estudio de Paba, 2017.
14Al final de la tercera ‘maravilla’, don Alonso así presenta el núcleo argumental de la novela que se dispone a contar, El prevenido engañado17: «pues, al fin, una mujer discreta no es manjar de un necio, ni una necia empleo de un discreto» (p. 293). Nos parece bastante evidente que se nos está invitando a orientar nuestra recepción de la novela teniendo en mente, para cotejarla, una de las obras dramáticas lopesca más exitosas y populares: La dama boba (compuesta en 1613 y publicada en la Parte IX de 1617). Como se recordará, en la comedia lopesca la oposición entre la discreción y la necedad se encarna en dos hermanas, Nise y Finea. Ya desde la onomástica se percibe, en la ‘maravilla’, un guiño a la comedia lopesca. En efecto, Nise es el nombre de una mujer que despierta los celos de doña Ana, cuando la vio hablar con su amado don Fadrique en una iglesia (p. 314). Pero Nise es también, y sobre todo, el nombre de una de las narradoras del marco, ‘la hermosa Nise’, al lado de ‘la discreta Matilde’ y de la ‘sabia Filis’ (p. 167). Notemos, pues, una sutil inversión de los papeles, ya que Nise es ‘hermosa’, mientras que la “sabia” es Filis, un nombre que se acerca al de “Finea”, por aliteración. Nise es también la narradora de la quinta ‘maravilla’, La fuerza del amor, donde aparece otra Nise, la amante de don Diego, que comparte pues el mismo nombre de la narradora, y que tiene un papel negativo. En cuanto al polo opuesto, o sea el de la mujer ignorante, encarnado por Finea en Lope, la que representa este papel en esta novela zayesca es Gracia, la hija escondida de Serafina, quien, sin embargo, tendrá la virtud de abrirle los ojos a Fadrique gracias a su ‘docta ignorancia’. Percibimos en esta novela, pues, una voluntad de reescritura de la comedia lopesca en un sentido positivo: en efecto, como se recordará, en La dama boba, es Nise, la discreta, erudita y pedante hermana la que, al final, tendrá que casarse con Liseo, el novio prometido de su hermana boba, Finea, a la que un tío le había dejado una importante dote, para que pudiera casarse. Finea acabará casándose con Laurencio, del que estaba enamorada Nise, y lo hará tras recuperar su juicio y manifestar a todos su gran discreción. Esta inversión de los papeles es la que encontramos también en esta novela de Zayas, donde don Fadrique quiere casarse con una mujer necia, porque dice temer «a las mujeres que son tan sabias más que a la muerte, que quisiera hallar una que ignorara las cosas del mundo», porque «todas saben amar y engañar, y así me tienen tan escarmentado las discretas que deseo tener batalla con una boba» (p. 317). Dicho de otro modo, don Fadrique teme ser engañado por una mujer, lo cual es posible, según él, solo en el caso de una discreta, quien empleará su inteligencia para urdir y llevar a cabo su engaño amoroso. Es efectivamente lo que va a experimentar con tres mujeres: Serafina, Beatriz y la duquesa, mientras que Violante se niega a casarse con él porque no quiere perder su libertad. Pero será precisamente Gracia, la mujer boba, la que le engañará, sin saberlo, demostrando así la falsedad de su teoría. En efecto, don Fadrique decide casarse con la joven Gracia precisamente por su condición de necia ya que, «tanta era su hermosura y, al paso, su inocencia y su simplicidad, tanto que parecía figura hermosa, mas sin alma, milagro nuevo para haberse criado entre monjas, que no ignoran nada» (p. 334). Cuando la encuentra, «conoció don Fadrique haber hallado el mismo sujeto que buscaba» (p. 334). Pero no por más ignorante será Gracia menos tramposa, antes todo lo contrario: su infidelidad inconsciente será a la vez el mejor desquite del cruel tratamiento que le reserva su esposo, al obligarla a velar toda la noche sobre el sueño de su marido, armada de punta en blanco, creyendo que en ello consistía ‘la vida de los casados’, como se lo había explicado su esposo. Es posible ver en esta extraña conducta una referencia a la ceremonia de la vela de armas que aparece en los libros de caballerías, y en particular a su versión paródica en el Quijote (I, 3). Sin embargo, como ocurre a menudo en la reescritura de Zayas, hay una inversión de papeles: no es el futuro caballero el que vela las armas en homenaje a su dama, sino al revés es la dama quien vela a su caballero, y no para rendirle pleitesía, sino para obedecerle ciega y mecánicamente. En los dos casos, además, el caballero hace voto de castidad, pues al actuar de esta manera, don Fadrique renuncia a tener relaciones matrimoniales con su esposa. Pero el tiro le va a salir por la culata: al tener que marcharse don Fadrique a la corte, Gracia es cortejada por otro caballero que está de paso y este le va a enseñar otra ‘vida de casados’, mucho más agradable para ella, desde luego. Desde su ‘inocencia’, Gracia no tiene ningún reparo en aceptar esta nueva manera de vivir, sin darse cuenta de la infidelidad conyugal y de los problemas de la honra. La ignorancia de Gracia acerca de la vida de los casados recuerda bastante de cerca la actitud de Finea en la comedia de Lope, cuando acoge a su novio, al que solo ha visto en un naipe y de medio cuerpo. Como se recordará, Finea desconoce por completo en qué consiste el amor y la vida matrimonial, y es Laurencio el que se lo tiene que explicar (acto I, vv. 746-750). El escarmiento de don Fadrique es pues total, y cuando se entera de lo ocurrido en su ausencia, al ver que su mujer ahora se mete desnuda en la cama en lugar de armarse de punta en blanco, «viendo que no había remedio, disimuló su desdicha, pues por su culpa le sucedió, que si en las discretas son malas las pruebas, ¿qué pensaba sacar de las necias?» (p. 340). Como en la comedia lopesca, de la que esta novela puede considerarse un homenaje, hay una inversión de los papeles impuestos por el patriarcado: el padre de las dos hermanas, quien había casado a sus dos hijas en función de sus intereses, acaba viendo sus planes frustrados y al final la que parecía discreta, pero que no era sino una bachillera quien se expresaba en una ‘culta latiniparla’, como diría Quevedo, tendrá que conformarse con el novio previsto para su hermana boba. Esta, gracias al amor que descubre con Laurencio, acaba demostrando su discreción y como premio se casa con su amado, de acuerdo con la ley natural. Los representantes del sistema patriarcal, el padre y los dos pretendientes, ven defraudadas sus expectativas, pero el doble matrimonio viene a sellar el final feliz, de acuerdo con la ley del género. En Zayas, como se ha visto, se insiste mucho más en el escarmiento del representante de la mentalidad patriarcal, don Fadrique, quien tiene que aceptar la ley natural que le impone su esposa. Gracia termina recibiendo la rica herencia de su marido e ingresando en el convento donde conoce, por fin, a su madre Serafina. La anagnórisis, pues, más allá de su valor tópico, es la victoria final de las mujeres, así reunidas en aquel lugar protector de la “sororidad” que es el convento.
- 18 Ver en particular Salstad, 1998; Hernández Pecoraro, 2002; Cruz, 2013; Grieve, 1991; Hoffman, 2006.
- 19 Julián Olivares (2020, p. 83) apunta que hay aquí una clara alusión a un episodio bíblico veterotes (...)
- 20 La novela cervantina, como apunta Forcione (1982, pp. 317-397) se compuso al calor del traslado de (...)
15Esta ‘maravilla’ es sin duda la que dispone del mayor número de estudios, debido a la evidente derivación cervantina18. Ya desde el título se trasluce con bastante claridad su relación con una de las novelas ejemplares de Cervantes. El cambio de complemento: de ‘sangre’ a ‘amor’ es un primer indicio de la reescritura del texto cervantino que se lleva a cabo en la versión zayesca. De entrada, la situación no puede ser más dispar: frente a la violación rápida y abrupta de Leocadia que encontramos en la versión cervantina, en la ‘maravilla’ de Zayas el encuentro amoroso entre Laura y don Diego es muy formal, y tiene lugar en un ámbito tan previsible y codificado como la sala de baile, donde Laura acudió «a ver y a ser vista […] aunque a acordarse de Dina no se fiara de su recato» (p. 346)19. Cuando, tras mucho dudar, Laura «se halló esposa de don Diego» (p. 353), empieza el largo sufrimiento de la joven esposa. Como a menudo en estas ‘maravillas’, el matrimonio se sitúa al principio de la narración, al contrario de la comedia, donde constituye el final feliz, y representa el punto de partida, no de llegada, de la narración. Más que un happy end es un unhappy beginning… Así ocurre en esta novela, puesto que nada más casarse, don Diego deja de ocuparse de su esposa, y vuelve a reanudar relaciones amorosas con Nise, una antigua amante suya. Llega su infidelidad hasta los extremos de la violencia: Don Diego, en efecto, empieza «no solo a tratarla mal de palabra, mas a poner las manos en ella» (pp. 354-355). Si nos fijamos en la onomástica, que es un tema muy sugerente y que merecería un trabajo aparte, podemos advertir, una vez más, una inversión de los papeles, según las coordenadas literarias. En efecto, Laura es el nombre de la amada de Petrarca y por lo tanto el de la “donna angelicata”, la mujer idealizada por su amante, quien se pone a su servicio según las leyes del ‘fin’amor’, como es bien sabido. Aquí, pues, don Diego sería el anti-Petrarca, al comportarse con su amada de una manera totalmente opuesta a la del famoso poeta italiano. Pero en Zayas, Laura es también el nombre de la madre de Lisis, y es la que preside el sarao y que va a contar la última ‘maravilla’. Es pues, la figura de la autoridad moral, como lo fue Laura para Petrarca. En Cervantes, en cambio, el nombre de Leocadia es conforme a su historia, puesto que se trata de una de las más antiguas santas españolas, que murió virgen y mártir en el siglo iv. Su violación, en la novela ejemplar, sirve pues para encarecer su ‘santidad’ y preparar la conversión final de su agresor, mediante la presencia del crucifijo, un recuerdo del martirio de la santa, como se puede ver aún hoy en día en la iglesia de Santa Leocadia de Toledo20.
- 21 Sobre la magia en Zayas, véanse Zamora Calvo, 2021 y Copello, 2015.
16Volviendo a nuestra ‘maravilla’, Laura, tras una tentativa estéril de recuperar a su legítimo esposo de los brazos de Nise, presa de la más honda desesperación, decide acudir a una hechicera21. Esta nueva Celestina es tan embustera y codiciosa como su ilustre antecesora y, tras embolsar los cien escudos de oro, le dice a Laura que los ingredientes para fabricar el hechizo los tiene que ir a recoger ella misma, ya que en esto consiste la virtud del filtro de amor. Como vemos, Zayas hace bajar a su personaje al infierno, en sentido no solo figurado: Laura, en efecto, tendrá que vencer el terror y el peligro de la pérdida de la honra. Decide pues salir de noche hacia un humilladero para sacar a los ahorcados cuyos cuerpos se amontonaban en él, los pelos de barba, los dientes, etc., exigidos por la hechicera. El humilladero, como se recordará, está situado en un lugar medio enterrado, es decir en una tierra ‘inferior’, antecámara del ‘infierno’.
- 22 Cervantes, Novelas ejemplares, p. 322.
17En la novela cervantina, la bajada al infierno de Leocadia se materializa con el embarazo, consecuencia de la violación sufrida. Pero será su hijo, Luisico, el que permitirá, gracias a su sangre derramada a consecuencias del atropello, provocar el final ‘feliz’. Su abuelo, atraído por aquella sangre, recoge al niño y lo lleva a su casa para cuidarlo, en la misma habitación, como se recordará, en la que Leocadia había sido brutalmente forzada por Rodolfo. Y cuando llegan los ‘tíos’ de Luisico, Leocadia reconoce la habitación y descubre su identidad a la madre de Rodolfo, quien manda llamar a su hijo, que se encuentra en Italia, para presentarle a su novia. Cuando llega, Rodolfo queda prendado de Leocadia, la novia prometida, y acabará casándose con ella, con lo cual la mujer forzada recupera su honra. Como se ve, este ‘final feliz’ se debe a la ‘fuerza de la sangre’, que no sabe mentir. La violación de Leocadia apenas si vuelve a mencionarse al final, casi de pasada —«supieron … que Leocadia era la doncella que en su compañía su hijo había robado, de que no menos suspenso quedó Rodolfo»22. He subrayado los dos términos que, sin duda, debieron de resultar sumamente chocantes cuando los leyó doña María, ya que suponían un escandaloso e inaceptable eufemismo.
- 23 Cervantes, Novelas ejemplares, p. 322.
18A partir de ahí, creemos, construye Zayas el final de su ‘maravilla’, donde Laura es socorrida por su hermano Carlos, quien era, de los dos hermanos, «el que más se señalaba en querer a Laura» (p. 346). Es otra mención de la ‘fuerza del amor’ —fraterno en este caso—, que es la que permite el rescate de Laura del infernal humilladero. Nótese la importancia del aviso sobrenatural que supone el «riguroso y cruel sobresalto» (p. 366) que despierta en plena noche a Carlos, y que afecta incluso a su cabalgadura, que se para justo delante del humilladero y se niega a seguir adelante. Esta intercesión sobrenatural viene a contrarrestar el maleficio de la transgresión maléfica, y es el enviado del cielo —Carlos— el que rescata de su tierra inferior a la mujer pecadora —Laura. No se olvide el papel salvífico del crucifijo en la novela de Cervantes, que Leocadia se había llevado tras ser forzada y que viene a dar fe de la verdad de la violación. El final de la novela cervantina debió de parecerle a doña María demasiado favorable al patriarcado, desde luego, ya que aquel ‘final feliz’ de comedia de hecho no hacía sino restablecer un orden social en el que el matrimonio borraba las afrentas y le devolvía la honra a la mujer burlada. Es por ello por lo que el final de la ‘maravilla’ se opone diametral y simétricamente al de la narración del manco de Lepanto. En efecto, Laura no le concede el perdón a su marido Diego, y se retira a un convento, a pesar de las promesas de arrepentimiento de su marido —«Don Diego […] tomó por medio al virrey, suplicándole pidiese a Laura que volviese con él, prometiéndole la enmienda de aquí en adelante, pues ya estaba enterado de la fuerza del amor» (p. 369; la cursiva es de la edición). Laura se niega porque «temerosa de lo pasado, no fue posible que lo aceptase» (p. 369). Don Diego, «desesperado, se fue a su casa y […] se partió sin despedirse de nadie de la ciudad, donde a pocos meses se supo que en la guerra […] le voló una mina» (p. 369). Al contrario de Rodolfo, quien también fue a la guerra, pero volvió airoso para casarse con la mujer a quien había forzado, Diego paga con su vida la violencia y el desprecio que le había causado a su legítima esposa. Laura, «viéndose libre» prefiere retirarse a un convento donde «tomó el hábito de religiosa, y a su tiempo profesó» (p. 369), o sea que hace uso de su libertad para elegir la que quizás fuera la única opción que tenía una mujer en aquella época para sustraerse a los atropellos de los hombres, y de los maridos en particular: el convento, «sagrado poderoso para valerse de las miserias a que las mujeres están sujetas» (p. 368). Leocadia, en cambio, no solo acepta casarse, sino que ve en el matrimonio la única forma de recuperar su honra perdida, incluso si ello supone casarse con el que la había violado. En efecto, al despertar de su desmayo, en los brazos de Rodolfo, y ya casada con él, Leocadia exclama: «Cuando yo recordé y volví en mí de otro desmayo me hallé, señor, en vuestros brazos sin honra, pero yo lo doy por bien empleado, pues al volver del que ahora he tenido, ansimismo me hallé en los brazos de entonces, pero honrada» (cursiva nuestra)23.
- 24 Olivares, 2020, p. 90.
- 25 Olivares, 2020, p. 90.
- 26 Olivares, 2020, p. 90.
- 27 Olivares, 2020, p. 90.
- 28 Véase Pedraza Jiménez, 2006.
19Como se recordará, la ‘maravilla’ zayesca discurre en la ciudad de Nápoles, en la época del gobierno del Conde de Lemos, don Pedro Fernández de Castro, a cuyo servicio estuvo el padre de doña María en calidad de mayordomo entre 1610 y 1616. Los biógrafos discuten acerca de la posibilidad de que la familia le siguiera a la ciudad virreinal, dejando abierta la opción de la estancia de la novelista en esta ciudad. Sea como fuere, lo que nos interesa aquí es la intervención del virrey en esta quinta ‘maravilla’. En efecto, cuando Laura vuelve con su padre, tras ser rescatada del humilladero por su hermano Carlos, le cuenta a su padre todo lo ocurrido y en particular las repetidas infidelidades y el comportamiento violento de su marido. Don Antonio decide apelar directamente a la justicia del virrey de Nápoles. La intervención del virrey es totalmente favorable al patriarcado, puesto que apoya la petición del marido de Laura, don Diego, quien hace un acto de contrición y quiere volver a vivir con su esposa: «Bien estuvo el virrey con esto, y lo mismo don Antonio y sus hijos» (p. 369). Vemos aquí reunidos los pilares de la autoridad patriarcal: virrey, padre y hermanos. Pero Laura no acata esta petición, como se ha visto, y prefiere retirarse a un convento, porque «quería hacer por Dios, que era amante más agradecido, lo que por un ingrato había hecho» (p. 369). Nótese que el virrey aparece en el texto con su nombre histórico y su título —don Pedro Fernández de Castro, Conde de Lemos (p. 368)—, señal de la importancia que tenía para la novelista su figura histórica. Ahora bien: en el contexto cervantino de esta novela, la mención de tal personaje no puede ser baladí, ni mucho menos. En efecto, el conde de Lemos, como bien sabemos, fue el dedicatario no sólo de las Novelas ejemplares de 1613, sino de otras obras mayores de Miguel de Cervantes: la segunda parte del Quijote (1615), las Ocho comedias y entremeses nunca representados (1615) y El Persiles (1616). Según Julián Olivares, al conde de Lemos «lo utiliza [Zayas] para desacreditar la novela cervantina»24, puesto que «al rechazar Laura el consejo del conde de volver a su esposo, Zayas rechaza el tema del matrimonio feliz de La fuerza de la sangre, desacredita la novela y refuta la tergiversación de la realidad femenina»25. Todo ello es cierto, sin duda. Sin embargo, me pregunto si este rechazo no va más allá de la novela ejemplar, y si no se extiende a la obra cervantina ampliamente patrocinada por el Conde de Lemos, como lo demuestran las dedicatorias múltiples. En este sentido, es interesante la propuesta de Julián Olivares de interpretar al conde de Lemos en esta ‘maravilla’ como «una figura metonímica de Cervantes»26, al compararlo con don Álvaro Tarfe: el personaje de Avellaneda recuperado por Cervantes en la segunda parte del Quijote (II, 72) —dedicada al conde de Lemos, no se olvide—, para desautorizar al autor apócrifo, como se recordará. Como resume Olivares, «Zayas se apropia de este artificio para manipularlo contra su creador»27. Dicho de otro modo: el conde de Lemos–Alvaro Tarfe viene a afirmar la inautenticidad de Cervantes–Avellaneda. Como se ve, esta interpretación conlleva una extensión de la relación bastante conflictiva entre Zayas y Cervantes que va más allá de la novela en cuestión, puesto que abarca la identidad real e histórica del autor del Quijote, a través de la recuperación narrativa y la desautorización de su principal mentor, el conde de Lemos. Como se recordará, Lope de Vega, el modelo incuestionable de María de Zayas, había emitido unos juicios muy severos en contra del Quijote y de su autor28.
- 29 Véase Zamora Calvo, 2021.
20En esta ‘maravilla’, a cargo de «la sabia Filis», tenemos un planteamiento narrativo en dos partes, como ocurre en varias novelas y como se transparenta desde el título bimembre. Nuestra aproximación intertextual se concentra sólo en un episodio, el protagonizado por Lucrecia «natural de Roma, mas tan ladina y españolada, como si fuera nacida y criada en Castilla»(p. 380). Se trata de una dama ya entrada en años —«mujer de más de cuarenta y ocho años», p. 379— y «grandísima hechicera» (p. 380). Sus hechizos, como se recordará, los despliega para atraerse el amor de don Fernando, en particular cuando este se ha casado con doña Clara, atraído por su rica dote, ya que tiene que pagar sus deudas de juego29. Lucrecia se lo lleva a Sevilla y lo mantiene hechizado, gracias a su gallo mágico. Cuando doña Clara consigue entrar a su servicio, sin cambiar siquiera su nombre, don Fernando no la reconoce. Lucrecia le entrega las llaves de la casa, pero le prohíbe entrar en un aposento —«la oficina de los embustes»— (pp. 401-402). Cuando cae enferma se ve obligada a darle a Clara las llaves de aquel aposento, porque tiene que alimentar al gallo, pero le prohíbe quitarle los anteojos. Clara no obedece, y le quita las ojeras al gallo y de pronto don Fernando la reconoce y hace su mea culpa (p. 404), o sea que recobra la razón. Entonces Lucrecia, para contrarrestar la pérdida del gallo, hace un último hechizo —el hombre de cera al que le pasa un alfiler grande por la cabeza y lo tira al fuego— pero, al ver que no funciona, «tomó un cuchillo y con la mayor crueldad que se puede pensar, se le metió por el corazón, cayendo junto a la mesa muerta» (p. 404). Así muere pues la Lucrecia romana de Zayas. Parece evidente el enlace con la figura de la Lucrecia de la antigüedad romana, precisamente, quien se apuñaló mortalmente tras ser violada por Sexto, el hijo del rey Tarquinio. Este famoso episodio fue contado por Tito Livio en el primer libro de su historia de Roma Ab urbe condita (I, 58). Como se sabe, Lucrecia se convirtió en el símbolo de la castidad. Ahora bien: si comparamos la historia antigua con su reescritura en esta novela de Zayas, salta a la vista, una vez más, la inversión de los papeles. En efecto, Lucrecia aquí es todo lo contrario de su ilustre tocaya: es una vieja celestina y su suicidio no se debe, ni mucho menos, a la pérdida de su honra a causa de una violación sino, todo lo contrario, a la pérdida de los poderes mágicos que le permitían alimentar su lujuria. El contraste no puede ser más claro. En cambio, la que desempeña el papel de la Lucrecia clásica es doña Clara, quien se mantiene fiel a su esposo incluso más allá de lo que parecería razonable al rechazar las propuestas, muy honestas, del marqués don Sancho, quien se enamora de ella y de su virtud. El marqués es un hombre muy virtuoso y generoso, quien se hace cargo de los gastos fúnebres cuando muere don Fernando, pero es sólo después de enviudar cuando doña Clara acepta casarse con él. Si doña Clara es pues un trasunto de la Lucrecia romana, Don Sancho puede considerarse como el anti-Tarquinio. Apreciamos, pues, la inversión de los papeles narrativos —en el episodio del suicidio— y el desplazamiento de los roles —Lucrecia-doña Clara; don Sancho–anti-Tarquinio).
- 30 Sobre esta obra, véanse los estudios de Gómez Rubio, 2003 y de Tropé, 2013.
21La figura y la leyenda de Lucrecia habían sido el objeto de varias reescrituras justo en la época de la composición del Honesto y entretenido sarao de Zayas. Ante todo, cabe señalar la versión de la leyenda que compuso el historiador italiano Virgilio Malvezzi en su Tarquinio Superbo, publicado en italiano en 1632 y traducido al castellano por Francisco Bolle Pintaflor en 1635. En el campo literario, hay una tragedia de Rojas Zorrilla sobre este tema, titulada Lucrecia y Tarquinio, que se compuso entre 1635 y 1640, o sea justo en el momento de la escritura de estas novelas30.
22En la octava ‘maravilla’, se asiste a la reescritura de uno de los mitos más conocidos de la antigüedad, el de Píramo y Tisbe, recogido y sin duda divulgado por Ovidio en el cuarto libro de las Metamorfosis, en el que las moras del moral blanco se vuelven de blancas a negras, por la sangre de los dos trágicos amantes. Es de notar que es la única vez que la presencia de un hipotexto es anunciada de manera explícita por la narradora de la ‘maravilla’: «los dos amantes habían nacido en la estrella de Píramo y Tisbe» (p. 447). En la narración mítica, los dos jóvenes están enamorados desde la infancia, por haber crecido juntos como vecinos. Pero los padres se oponen a estos amores, y los jóvenes llevan a cabo una transgresión al citarse de noche bajo un moral blanco. Tisbe llega primero, y ve a la leona que acaba de devorar su caza. Tiene miedo y al huir se le cae el velo, que la leona va a ensuciar con su sangre. Cuando llega Píramo a la cita, al no ver a Tisbe y al apercibir la leona y el velo ensangrentado de Tisbe, deduce que ha sido devorada por la fiera, y decide matarse traspasándose el pecho con su espada. Tisbe, cuando sale de su escondite, encuentra a Píramo bañado en su sangre y, al ver que se había dado la muerte, toma su daga y se da la muerte ella también. La sangre de los dos amantes sube al moral por las raíces y cambia el color de los frutos, volviendo las moras blancas en moradas.
23En la ‘maravilla’ de Zayas, podemos encontrar un paralelismo en el comienzo de la narración. En efecto, a la par de los amantes míticos, también Leonor y Rodrigo se han criado juntos y se aman desde la infancia. Son los padres de Leonor los que impiden su unión, ya que ella es hija única, «heredera de un riquísimo mayorazgo» (p. 447), mientras que él es «segundo en su casa» (p. 447). Como vemos, este primer cambio pone de realce la crítica de las convenciones sociales de la época y en particular el tema de la dote, que estaba a cargo de la familia de la novia, como sabemos, en gran parte —el novio sólo aportaba la décima parte, las ‘arras esponsalicias’. Dicho de otro modo: los padres no quieren malgastar su hacienda con un segundón, como se deduce claramente por su respuesta a los requerimientos de los padres de Rodrigo: «que su hija era única heredera de su casa y que, aunque don Rodrigo merecía mucho, no era [Leonor] prenda para un menor [Rodrigo] y que esto sólo hacía estorbo a sus deseos, los cuales, si el mayor [el hermano de Rodrigo] no fuera casado, se lograran con mucho gusto de todos» (p. 449).
24Como en la historia antigua, la prohibición no hace sino aumentar la pasión amorosa, que acabará en la cita nocturna bajo el moral en la narración mitológica y en la separación de los amantes en la ‘maravilla’, ya que los padres de Rodrigo deciden enviarle a Flandes como soldado. En un caso, tenemos un encuentro de carácter transgresivo, y en el otro, una separación impuesta por los padres. La estructura especular no podía ser más lograda.
25Píramo cree que Tisbe ha muerto, al ver a la leona y el velo ensangrentado. En la ‘maravilla’, Leonor, tras la partida de Rodrigo, sufre un desmayo tan fuerte que «ya estaba en su cama cercada de médicos y criadas, que con remedios procuraban darle la vida que creían tener perdida» (p. 451). Píramo, como se ha dicho, se da la muerte; Rodrigo se separa de Leonor y con ello le provoca un desmayo casi mortal. Tisbe, al ver que su amante ha muerto, hace lo mismo, de manera que la historia mitológica acaba con un doble suicidio. En la ‘maravilla’, la larga ausencia de Rodrigo y su silencio —ya que está ocupado con su vida militar— provocan la desesperación de Leonor, en un monólogo que su madre escucha a escondidas. Para impedir ya de una vez por todas el matrimonio de su hija con Rodrigo, los padres de Leonor la engañan cruelmente, al escribir una carta falsa en la que, a nombre de un criado de don Rodrigo, se anuncia que aquel se ha casado con una dama flamenca. Creyendo Leonor ser verdad, y para vengarse de su ingrato amante, acepta «rendirse a un tirano dueño» (p. 471), casándose con don Alonso. Pero Píramo-Rodrigo vuelve de su muerte-separación y va a buscar a su Tisbe-Leonor, quien se encuentra en su casa-escondite ya casada. Al ver a Píramo-Rodrigo, no ya muerto-casado, sino vivo y soltero, Tisbe sufre otro desmayo más fuerte, que se parece a la muerte hasta tal punto que la llevan a enterrar y la meten en su ataúd en una capilla. Píramo-Rodrigo no sólo no ha muerto, sino que será el que rescatará a Tisbe-Leonor de la muerte, tras su «devota y fervorosa oración» (p. 475). Los dos acabarán casándose, como se recordará, venciendo lo que parecía imposible. La ‘maravilla’ se cierra pues con un final feliz de comedia que se opone al de la historia mitológica, que se cerraba con dos muertes. Pero el final feliz de la ‘maravilla’ es una reivindicación del amor puro y verdadero contra las convenciones sociales, mientras que el desenlace trágico del mito era la consecuencia de estas convenciones sociales, puesto que el impedimento de sus amores es el que impulsa a los dos amantes a llevar a cabo la transgresión (la cita nocturna) que acabará con su muerte. Claro que en la historia antigua, lo que se quiere demostrar es el poder del amor más allá de la muerte, de manera que un simple indicio (la leona y el velo) es suficiente para provocar la doble muerte por amor. La reescritura de Zayas, por lo tanto, conlleva una importante carga crítica contra la sociedad patriarcal, que es la que impide la realización del natural impulso vital amoroso, anteponiéndole el artificio de las normas sociales basadas en el rango y en el dinero. Para ello, el patriarcado está dispuesto a la mentira y al engaño (la carta) y a sacrificar la vida del sujeto femenino.
26Esta novela de Zayas, narrada precisamente por don Lope, podría guardar una relación también con una comedia de Lope de Vega publicada póstuma en la Parte XXV en Zaragoza en 1647, pero cuya composición se remonta a 1615, y que figura en la segunda lista del Peregrino en su patria (1618) siendo, por lo tanto, de autoría segura. Aparece en la primera jornada una situación que tiene bastantes similitudes con el marco de nuestras novelas. La acción discurre en el cenáculo de la reina de Nápoles, Antonia, en una época indeterminada pero que puede situarse en los años de la dominación aragonesa. Los nobles caballeros se dedican a realizar unas justas poéticas en esta academia literaria patrocinada por la reina Antonia. Esta les lanza un desafío: determinar cuál es el mayor imposible. Un caballero nombrado Lisardo afirma que es hacer del necio un discreto: se habrá notado la importancia de la onomástica (Lisardo) y de la temática escogida por Lisardo, que refleja la de la cuarta novela, El prevenido engañado, como se ha visto. Sin embargo, la reina sentencia que el verdadero mayor imposible es guardar a una dama. Otro caballero, Roberto, disiente de la reina, y quiere demostrarlo al poner a prueba a su propia hermana, Diana. Esta acabará cediendo al propio Lisardo, quien emprende su seducción por encargo de la reina. Buena parte de la comedia se concentra en esta operación de seducción, que parecía imposible. Para conseguirlo se utilizan las armas consabidas, como las cartas falsas —como en esta novela—, el cambio de identidad bajo el disfraz para conseguir el encuentro amoroso nocturno —como en el episodio de Rodrigo y de don Beltrán con doña Blanca, en Flandes. La comedia se cierra con dos bodas, la de los nobles Diana y Lisardo y la de los criados de ambos, como de costumbre. Como se ve por este breve resumen, la conexión con la ‘maravilla’ zayesca empezando por los títulos, parece indicar que Zayas leyó esta comedia de Lope y aprovechó algunos elementos para su novela. No se olvide además que Diana es el nombre de la protagonista lopesca de otro famoso caso de imposible vencido: el matrimonio de la condesa de Belfor, Diana, con su secretario Teodoro, en El perro del hortelano.
27La identificación del narrador de esta novela, don Lope, con el Fénix de los ingenios parece corroborarse con las afirmaciones de poética que hace este mismo personaje al final de la ‘maravilla’ anterior —Al fin se paga todo—, cuando se dispone a presentar la novela que va a contar a continuación, o sea El imposible vencido. Dice lo siguiente: «No quiero, noble auditorio, encareceros de la maravilla que he de contar, ni la traza ni los versos ni la moralidad, porque, de lo más que en todas las que se han referido estas alegres noches se ha preciado quien las compuso, es de un estilo llano y una prosa humilde, huyendo la exageración, dejándola a los que quieren granjear con ella opinión de cultos» (p. 445. La cursiva es nuestra.) Parece bastante evidente ver en estas palabras el reflejo de la poética de la llaneza —«estilo llano y prosa humilde»— propugnada por Lope y los conceptistas, contra los que «quieren granjear opinión de cultos», una alusión a Góngora y a los culteranos. ¿Será solo mera casualidad que el personaje que tiene un papel negativo en la novela que acaban de escuchar, Al fin se paga todo, se llama precisamente don Luís, el cuñado perverso de Hipólita, del cual ella se venga matándole «para lavar con su sangre la mancha de [su] afrenta»? (p. 440). ¿No será también una venganza literaria de los partidarios de la llaneza lopesca contra los culteranos de don Luís de Góngora?
28La novena y penúltima ‘maravilla’, contada por don Juan, presenta a unos personajes que se mueven entre España y tierra de moros (Marruecos), pasando por Túnez en la época de las guerras de Carlos V contra el pirata Barbarroja. La protagonista, Estela, se convierte al final en «el juez de su causa», en su cargo de virrey de Valencia, un título eminente que le había sido otorgado por el mismo emperador, como recompensa de sus hazañas militares a su servicio, disfrazada de hombre. Como se ve, esta ‘maravilla’ supone el empleo del disfraz varonil y, en particular, de la transformación de la mujer en un valiente soldado. Hay otro caso de disfraz varonil en esta novela, el de Claudia quien está enamorada de don Carlos, el galán de Estela. Para acercarse a su amado, Claudia se hace pasar por un paje y entra al servicio de don Carlos, lo cual le va a permitir convertirse en su confidente. Como se recordará, Claudia y Estela serán engañadas por el moro Amete, quien se las lleva a su patria, en Fez, ya que estaba enamorado de Estela y pensaba casarse con ella en su tierra. Claudia terminará casándose con un hermano de Amete y, para no sufrir la esclavitud que sufre Estela, acepta renegar de su religión cristiana para abrazar la fe musulmana, al contrario de Estela, quien se niega a casarse con su raptor por no querer renegar de su fe cristiana. Claudia traiciona a su antigua rival, al entregársela de noche a Amete, en el campo, pero Estela es socorrida por Jacimín, el príncipe de Fez, que andaba cazando por aquellas tierras. Al oír los gritos de una mujer, interviene y manda apresar a Amete y a Claudia, quienes serán ajusticiados por su padre, el rey de Fez, y morirán empalados. Estela, al recobrar la libertad, vuelve a España, pero durante el viaje de regreso se alista en el ejército imperial, que estaba combatiendo contra el pirata Barbarroja en las costas de Túnez, bajo el mando del emperador Carlos V. Se trata de la famosa expedición de la Goleta, a la que participó también el poeta Garcilaso de la Vega, ocurrida en 1535, en la cual el ejército imperial, al mando de Andrés Doria, derrotó a la flotilla de los piratas al mando de los hermanos Barbarroja y liberó a más de 20 000 cautivos cristianos. Estela se convierte en un valiente soldado, con el nombre de don Fernando —el del abuelo del emperador Carlos V— y, tras encontrar al propio don Carlos, su antiguo amante, quien no la reconoce, regresa a Valencia como nuevo virrey, junto con don Carlos, a quien nombra su secretario. Entra triunfalmente en Valencia, y la primera causa que tiene que resolver es la suya. Terminará dando a conocer su verdadera identidad y el emperador, admirado de que fuese mujer «como quien la había visto hacer valerosas hazañas» (p. 511), le concede el título de princesa de Buñol y transmite el cargo de virrey a don Carlos, su esposo.
- 31 Para el tema de la ‘mujer juez’, se han propuesto como antecedentes la patraña 15 de Timoneda, a su (...)
- 32 Senabre, 1963. Nótese que el mismo Lope compuso entre 1608-1610 una comedia de tema similar y titul (...)
29Esta narración, como se ve, teje una serie de relaciones intertextuales, bastante obvias algunas, quizás más escondidas otras31. Ante todo, como ha demostrado Ricardo Senabre32, el vínculo con la primera de las Novelas a Marcia Leonarda (1621) de Lope de Vega, titulada Las fortunas de Diana, es indudable y muy fuerte, como puede verse por el resumen de esta que reproducimos en la versión del mismo Senabre:
Diana y Celio, jóvenes enamorados, han llegado a entrevistarse varias veces en secreto. Celio no puede pedir a Diana en matrimonio, porque ambos son de distinta condición social. Por ello deciden fugarse una noche. Cuando llega el momento, Celio no puede acudir, y Diana, viendo a un hombre que pasa ante su puerta, cree reconocer en él a Celio. Le arroja un cofre con joyas y dinero. Cuando baja Diana a la calle, el hombre ha desaparecido. Diana abandona la ciudad y vaga durante varios días por los campos. Es recogida por unos pastores y, luego, disfrazada de hombre, llega a servir a los Reyes Católicos, que se encuentran en la reconquista de Granada. Los Reyes acaban nombrando a Diana gobernador y capitán general de los territorios conquistados en Indias. Mientras tanto, Celio, que se encaminaba a Indias con la esperanza de encontrar a Diana, descubre por casualidad al hombre que huyó con el cofrecillo. En un acceso de ira, Celio lo mata. Es encadenado y así llega a Indias. Allí lo encuentra Diana, convertida en gobernador. Habla con el preso, sin darse a conocer, y se informa de toda la historia. Al cabo de algún tiempo, Diana, que ha hecho grandes demostraciones de afecto por Celio, vuelve a España y se lo lleva consigo, siempre en calidad de preso. Ante los reyes pide perdón para Celio y, finalmente, descubre su verdadera identidad, con gran sorpresa por parte de todos33.
30Nos remitimos a la comparación muy exhaustiva de Senabre, del que sacamos la conclusión:
Muy diversas, como vemos, son las posturas de Lope y doña María de Zayas. Esta aprovecha parte de lo externo que hay en Las fortunas de Diana, pero confiere al relato otra orientación: suprime pasajes que le resultaban accesorios y da más amplitud a la parte final, que se convierte en eje de la obra y de la actitud feminista. De este modo transforma el divertimento lopesco en la ilustración novelesca de una postura ideológica. No cabe mayor separación en el tratamiento de un asunto que ofrecía tan numerosos puntos de contacto34.
31Además de este fuerte vínculo intertextual, una vez más con el admirado Lope de Vega y con su única colección de novelas, la primera parte de la ‘maravilla’ se inscribe dentro de la tradición de las historias de cautivos, como las que leemos en el Quijote (I, 37-41), o en algunas comedias del mismo Cervantes, como Los baños de Argel. Pero aquí también apreciamos la inversión de papeles que parece ser una de las constantes de la reescritura de María de Zayas. En efecto, las historias de cautivos cervantinas presentan siempre a unos cautivos cristianos varones, como el capitán Ruiz de Viedma en el Quijote o don Fernando, Vivanco, don Lope y el sacristán en la comedia. Son las moras las que rescatan a los cristianos y reniegan de su fe musulmana para abrazar la fe cristiana por amor a los cautivos: es el caso tanto de Zoraida en el Quijote como de Zahara en Los baños de Argel, como se recordará. En tierra de moros, además, al lado de las prácticas abominables contra los cristianos —malos tratos y situación de esclavitud sufrida por Estela a manos de Amete—, también existen príncipes bondadosos y magnánimos, con una verdadera nobleza de ánimo, como Jacimín, el príncipe de Fez y su padre, el rey. Estos moros representan sin duda la corriente literaria de la ‘maurofilia’, encabezada por el moro Abindarráez, protagonista de la novelita que se publicó en la primera edición de los Siete libros de la Diana de Jorge de Montemayor en 1561 y fue luego publicada de nuevo en el Inventario de Antonio de Villegas en 1565. El tema fue tratado por Lope en su comedia El remedio en la desdicha (Parte XIII, 1620).
- 35 Véase Pérez Villanueva, 2002.
32En la segunda parte de la ‘maravilla’, que cuenta las empresas militares de Estela-don Fernando, en cambio, nos parece ver la transposición de otra historia, real, que sin duda impresionó a doña María por tratarse de una mujer de su época: la de Catalina de Erauso, la “monja alférez”. Son varios los indicios que permiten sostener esta conjetura. Ante todo, el disfraz varonil militar. En el caso de la monja alférez, se sabe que consiguió hacerse pasar por un hombre y un soldado valiente durante muchos años, y en su carrera militar en las tierras de América recorrió un territorio muy amplio, desde Cartagena de Indias hasta el sur de Chile, lo que le valió el reconocimiento oficial del mismo Felipe IV, quien le otorgó el título de ‘monja alférez’. Otro aspecto que posiblemente debió de atraer a Zayas es la huida del convento, donde sus padres la habían encerrado desde la infancia, y la vida de rebelde al poder patriarcal de la joven Catalina. No es muy aventurado, creemos, ver un paralelismo entre esta figura histórica y el personaje de Estela-don Fernando, tanto por sus proezas militares como por el título con el que los máximos representantes del poder de su época —el rey de España Felipe IV en la realidad histórica y el emperador Carlos V en la ficción novelesca— le concedieron, máxime cuando ya sabían que se trataba de una mujer. La historia de la monja alférez la pudo conocer María de Zayas a través de dos fuentes: su autobiografía, posiblemente publicada en 1626, y una comedia de Pérez de Montalbán, Comedia famosa de la Monja Alférez de 1625. La segunda fuente parece más probable y más concreta, pues la autoría del texto de la autobiografía es cuestionada por la crítica35, mientras que la comedia de Pérez de Montalbán, uno de los principales discípulos de Lope de Vega y gran amigo de María de Zayas— y que además escribió uno de los poemas preliminares de las Novelas amorosas y ejemplares—, es un hecho incontrovertible.
- 36 «Como es bien sabido, el modelo de esta novela es la 5.ª de la jornada X del Decamerón de Boccaccio (...)
- 37 Paba, 2013.
33La última ‘maravilla’, contada por Laura, la madre de Lisis, presenta varios niveles de intertextualidad y de reescritura, tanto con textos literarios como con el contexto cultural compartido por los lectores de la época. La crítica se ha concentrado en la derivación de una ‘novella’ del Decamerón de Boccaccio (X, 5), sin duda pertinente36. El éxito de esta última ‘maravilla’ queda refrendado, además, por la existencia de una ‘relación de sucesos’ en versos, de mediados del siglo xviii, que ha estudiado Antonina Paba37.
34Quisiéramos insistir aquí en otros hipotextos, que han pasado desapercibidos. Hay ante todo una serie de referencias bíblicas, en particular al Antiguo Testamento. Como se recordará, don Jorge y Federico son hermanos, y el primero mata al segundo por celos, debido a las mentiras de Teodosia. En este episodio es donde encontramos una primera referencia bíblica: la historia de Caín y Abel. Como en el relato del Génesis (4, 1-16), don Jorge es el mayor de los dos hermanos; su hermano menor le quita lo que le corresponde, en un caso a su amada Constanza —así lo cree él— y en el relato bíblico la consideración de Yahvé, quien prefiere las ofrendas de Abel a las suyas. Se trata pues, en ambos casos, de una ofensa a las prerrogativas del mayorazgo. De la misma manera se lleva a cabo el fratricidio: como en el Génesis, donde Caín le pide a su hermano salir al campo, donde tendrá lugar el fratricidio (4, 8), en la ‘maravilla’ dice el narrador: «[don Jorge] se fue a Federico y le dijo que tenía ciertas cosas que hablar con él, para lo cual era necesario salir hacia el campo» (p. 519), y lo mata traspasándole el corazón con su espada. Don Jorge tiene que huir y se va a Italia por cuatro años (p. 523); Caín «se estableció en el país de Nod, al oriente de Edén» (4, 16). Otra correspondencia llamativa está en el destino de don Jorge-Caín: en los dos casos el fratricida acaba casándose y teniendo descendencia: «vivieron muchos años con hermosos hijos» (p. 533), dice Laura a propósito de don Jorge y de su esposa Teodora; la descendencia de Caín ocupa un capítulo entero en el Génesis (4, 17-24). No se olvide además que Caín era el hijo primogénito de los primeros hombres, Adán y Eva, y que nació después de que sus padres fueron echados del Edén (4, 1). Su figura está pues estrechamente vinculada con el jardín edénico, que permanece como una referencia constante en su peregrinación («se estableció en el país de Nod, al oriente de Edén» 4, 16. La cursiva es nuestra). Ahora bien: en la ‘maravilla’, como se recordará, el demonio le otorgará a don Jorge, a cambio de su alma, el jardín maravilloso que Constanza le había exigido. Este jardín, creado ex nihilo por el diablo, puede interpretarse pues como el anti-Edén, en el que la serpiente tentadora le concede a don Jorge el don del conocimiento de Constanza (en el sentido bíblico de la palabra) a cambio de su alma, lo que le valdrá la caída infernal. Constanza es la que ha cometido el pecado original, que consiste en haber «puesto precio a su honra» (p. 530), aunque fuera con la intención de pedir algo imposible para conseguir un fin honesto, o sea el casamiento de don Jorge con su hermana Teodosia. Cuando descubre el jardín, Constanza se desmaya y quiere morir a mano de su esposo, al que había afrentado con la intención, al poner precio a su honra, y no como Lucrecia, ya que su fe cristiana le impedía cometer un suicidio (p. 530). Nótese la repetición de la referencia a esta mujer romana, paradigma de la castidad, que ya habíamos encontrado en El desengaño amando. Como se recordará, don Carlos no solo se niega a ello, sino que se dispone a darse la muerte para que su esposa pueda cumplir su palabra con don Jorge, de acuerdo con el valor sagrado de la palabra dada, propio de la nobleza, como se puede apreciar en estas palabras que le dirige a su esposa:
Vos prometistes dar a don Jorge el premio de su amor si hacía este jardín. Él ha buscado modo para cumplir su palabra. Aquí no hay otro remedio sino que cumpláis la vuestra, que yo, con hacer esto que ahora veréis, no os podré ser estorbo a que vos cumpláis con vuestras obligaciones, y él goce el premio de tanto amor (p. 531).
35Nótese la repetición acusada del verbo “cumplir”. En el momento en el que está a punto de traspasarse el corazón con la espada, llega don Jorge y le intima: «Tente, Carlos, tente.» (p. 532). Nos parece posible ver aquí otra referencia intertextual con el mismo libro del Génesis: la historia del sacrificio de Isaac por su padre Abraham (Gén. 22). Como se recordará, en el momento de empuñar el puñal y con el brazo ya levantado para sacrificar a su hijo, obedeciendo a Yaveh, apareció un ángel que le llamó dos veces con su nombre para decirle que no matase al niño. Aquí la reduplicación no es la del nombre, sino del verbo: “Tente, Carlos, tente”. Don Jorge, pues, desempeñaría el papel del ángel de Dios, quien evita el sacrificio de la víctima inocente. Notable inversión de papeles, una vez más: don Jorge, quien había vendido su alma al diablo, se transforma en el ángel salvador, mientras que don Carlos, aferrado a las leyes del honor, queda a salvo in extremis. Con ello está denunciando doña María, nos parece, lo absurdas y mortíferas que pueden llegar a ser estas leyes del honor —el respeto a la palabra dada, en este caso. Dicha inversión de los papeles alcanza su cumbre con la aparición del demonio, quien devuelve a don Jorge la cédula por él firmada y en la cual le vendía su alma afirmando: «no quiero alma de quien tan bien se sabe vencer» (p. 532). El rescate, la salvación del alma de don Jorge procede del propio demonio quien viene a desempeñar pues, en la historia de la redención cristiana, el papel de Jesucristo, ‘el nuevo Adán’. En efecto, don Jorge ya estaba resignado a la condena eterna, porque había perdido “la joya que le costó a Dios morir en una cruz” (p. 532), o sea el alma. Pero su arrepentimiento sincero, aunque fuera in articulo mortis, al haber declarado a Constanza ‘libre de su obligación’ (p. 532), es lo que le vale la salvación de su alma, como le ocurre a Paulo en el Confiado por desconfiado (1635) de Tirso, por ejemplo. La ironía es que el que le salva es el demonio. Se trata, también, de una invención de Zayas para causar asombro, para maravillar a sus oyentes y lectores con algo nunca visto. Como se recordará, al final de la ‘maravilla’, lo que más se pondera es precisamente la actuación del demonio «por ser en él cosa nunca vista el hacer bien» (p. 534).
36Al lado de esta importante intertextualidad bíblica, el motivo de la venta del alma al diablo es común en la literatura de la época, por supuesto. Este tema es de raigambre medieval, y se encuentra en el milagro 25 de Berceo, en la tercera cantiga de Alfonso X el Sabio y en el ‘Enxiemplo del ladrón que fizo carta al diablo de su ánima’, que aparece en el Libro de Buen amor, estr. 1454 y ss. En la época de Zayas lo encontramos en particular en una obra teatral de Mira de Amescua, El esclavo del demonio (1612) y en otra de Guillén de Castro, Prodigio de los montes (sin fecha, pero su autor murió en 1631). La obra más famosa en este ámbito es sin duda El mágico prodigioso de Calderón, que es justo de 1637, por lo que es poco probable que Zayas tuviera conocimiento de ella al componer sus textos.
37Particularmente llamativas son las correspondencias con la obra de Mira de Amescua: El esclavo del demonio, en la que también encontramos cuatro personajes, dos hombres (Gil y Diego) y dos mujeres, que son hermanas (Lisarda y Leonor). Diego está enamorado de Lisarda, y decide raptarla. Se encuentra con Gil en el camino, y este se enamora también de Lisarda. Gil y Lisarda se convierten en bandoleros y capturan a Leonor, la hermana de Lisarda, de la cual se enamora Gil. Para alcanzar su amor con Leonor firma Gil un pacto con el diablo, en el que le vende su alma, pero obtiene a cambio solo el esqueleto de su amada, lo cual provoca su desengaño y su voluntad de anular el pacto diabólico, confesando además que él ha sido la causa de todos los sufrimientos que han padecido los demás. La lucha del ángel de la guarda de Gil con el demonio acaba con la victoria del primero y con la devolución de la cédula. Se elevan al cielo las almas de Gil y de Lisarda. Leonor se casa con el príncipe don Sancho de Portugal y a don Diego se le perdona la vida. En este breve resumen saltan a la vista las notables similitudes entre las dos obras, que se extienden también a la onomástica del marco de la colección de las novelas zayescas (Lisarda, Diego). No hay espacio aquí para llevar a cabo un estudio más pormenorizado de esta posible correspondencia, pero ahí queda la propuesta para futuros estudios.
- 38 Özmen, 2021b.
- 39 Özmen, 2021a.
38A lo largo de este estudio se ha intentado trazar un mapa de los principales hipotextos que subyacen a la composición de las diez ‘maravillas’ de Zayas. Como se ha podido apreciar, destaca, sobre todos, la figura tutelar de Lope de Vega, verdadero mentor de la novelista madrileña. Las múltiples referencias al Fénix de los ingenios abarcan todas las facetas de su inmensa obra: las comedias, la poesía y las novelas, cuyos textos se tratan como modelos a imitar, como ocurre con La dama boba, por ejemplo, con la notable excepción de Las fortunas de Diana, como se ha visto en el caso de El juez de sí mismo. Pero no se limita doña María a beber de las fuentes lopescas, sino que su admiración se extiende también al hombre, del que rescata y rehabilita la biografía en la primera ‘maravilla’. Frente a esta imponente presencia lopesca, la de otros grandes autores áureos es menor, pero no menos importante. En particular, se ha observado la relación particular, y a veces conflictiva, que estas ‘maravillas’ mantienen con el modelo del género: las Novelas ejemplares cervantinas. El tratamiento del marco narrativo que encontramos en estas ‘maravillas’, frente a su ausencia en la colección cervantina, es muy original y puede considerarse como su superación, como bien ha observado Emre Özmen en un trabajo reciente38. En este caso también, la confrontación con el autor del Quijote desborda los límites de la obra, y se extiende a su biografía, mediante las referencias al conde de Lemos en La fuerza del amor. Como se ha visto, Zayas muestra una actitud crítica hacia el manco de Lepanto, quizás a la zaga de la actitud lopesca. Esta consideración del marco histórico, más allá del campo literario, se confirma con la referencia a un personaje histórico, el de la “Monja Alférez” en El juez de sí mismo. En los casos de hipotextos clásicos o bíblicos, la principal característica de la reescritura zayesca se sitúa en la inversión de los papeles con respecto a las narraciones míticas (El imposible vencido), bíblicas (El jardín engañoso) y clásicas (El desengaño amando). También es posible advertir la presencia de otros autores de la época, en particular los discípulos de Lope de Vega, como Pérez de Montalbán (El juez de sí mismo) y Rojas Zorrilla (El jardín engañoso). En el caso de Aventurarse perdiendo, novela cuyo papel central en el sistema narrativo del Entretenido y honesto sarao ha sido puesto en evidencia por Emre Özmen39, el célebre hipotexto se utiliza para lanzar un grito de venganza y de solidaridad con las mujeres burladas, más allá del mensaje moral vehiculado por la obra dramática, en la que, como se recordará, don Juan termina siendo condenado a los infiernos, y sin confesión. El manejo de todas estas referencias, textuales e históricas, demuestra bien a las claras la habilidad compositiva de la novelista, quien incorpora en sus textos estos materiales para darles una nueva vida y para afirmar su propósito didáctico.