1Las características y particularidades de la colección de autógrafos epistolares de Lope están estrechamente vinculadas a las vicisitudes históricas por las que han atravesado. En las presentes páginas trazaré un breve recorrido por ellas, para detenerme después en algunos de los rasgos o curiosidades de estos documentos, especialmente a través del primer códice de la colección que, tras ser recientemente adquirido por la Biblioteca Nacional de España, nos ofrece datos hasta ahora desconocidos.
- 1 Hasta el presente se ha ubicado la residencia del Duque en distintos lugares que no son correctos; (...)
2Entre 1610 y 1635, un trasiego de cartas casi diario atravesaba el centro de Madrid desde la casa de Lope de Vega, en la calle Francos, hasta el palacio del Marqués de Poza, en la calle de las Rejas1, donde residía el VI Duque de Sessa, don Luis Fernández de Córdoba, protector del Fénix [imagen 1].
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3El contacto entre ambos se había iniciado unos años antes, en el verano de 1605, aunque es probable que ambos se conocieran con anterioridad sin que hubiesen llegado a estrechar lazos de ningún tipo.
4El aún entonces Conde de Cabra, porque no heredaría el ducado de Sessa hasta unos meses después, era veinte años más joven que Lope y, a pesar de la grandeza de su linaje, carecía de las buenas aptitudes de sus antepasados. En un tiempo en que la nobleza hacía de la corte madrileña un campo abonado a la corrupción, el dispendio y los placeres, pero en el que también se afanaba con vanidoso ahínco a la defensa y celebración de la literatura, el joven Duque de Sessa destacaba por su falta de talento político y diplomático, una clara tendencia a la concupiscencia y la inseguridad en sí mismo y en sus facultades para la escritura. A esto último se debió que al entrar en contacto con Lope quisiese agenciarse de la experiencia y el éxito que podía ofrecerle la voz de enamorado del poeta y por eso le encomendó la redacción de varias cartas y versos destinados a Flora, su amante por aquel entonces. Lope aceptó el encargo viendo en ello la posibilidad de promocionarse y recibir su protección, y gracias a su diligencia, su buen hacer y la confianza que se estableció entre ambos, lo que inicialmente fueron trabajos puntuales pasó a convertirse en una colaboración más estrecha a partir de 1607, que incluso con el devenir de los años llevó a Lope a ocuparse no solo de la correspondencia amorosa del Duque, sino también de una parte de los despachos regulares de la casa nobiliaria sobre asuntos que concernían o comprometían los intereses particulares de Sessa y de sus familiares más allegados.
5El trabajo de Lope se desempeñaba del siguiente modo: Sessa le hacía llegar una lista con indicaciones en la que especificaba las cartas que debía redactar o a las que debía dar respuesta, adjuntando en este último caso las cartas originales. El poeta cumplía con lo encomendado y a través de un portador o de un criado del Duque se las remitía nuevamente, para que los secretarios de la casa ducal, o el mismo Sessa, las pasasen a limpio y las enviasen a sus destinatarios definitivos. Sin embargo, a ese conjunto de cartas que, a modo de borrador, Lope hacia llegar a su señor, también solía adjuntar otra más de su puño y letra en la que le hacía alguna aclaración o advertencia sobre los textos que había redactado, y aprovechaba la ocasión para trasladarle alguna petición, expresarle su gratitud, mostrarse interesado por su salud, transmitirle toda suerte de consejos o sencillamente hacerle partícipe de cualquier pormenor suyo o de su familia.
- 2 No se trata de borradores propiamente dichos, con las correcciones, cambios y tachaduras que cabría (...)
6Las cartas que han llegado a nosotros en mayor número son precisamente estas últimas: la correspondencia personal de Lope dirigida a don Luis Fernández de Córdoba. En un número menor, pero nada desdeñable, conservamos algunas de esas otras cartas que, como encargo, Lope redactó en nombre del Duque y a las que la crítica, para distinguirlas de las anteriores, ha dado en llamar «borradores»2.
7En total, suman un conjunto de más de ochocientos textos de los que medio millar son epístolas o billetes personales del dramaturgo escritos a lo largo de 30 años, entre 1604 y finales de 1633.
- 3 Carta 68 del primer códice (BNE Res/298). En la epístola Lope menciona el traslado de los príncipes (...)
8Apenas unos años después de conocerse, creció en el Duque el interés por recopilar para su propio archivo todos los escritos de Lope que lograba reunir, ya fueran literarios o no. En carta del 15 octubre de 1611 y no del 9 de ese mismo mes, como anotan todos los editores del epistolario encontramos el primer testimonio de esa actividad: «No sé si es sobra de tiempo o falta de gusto juntar vuestra excelencia estos papeles que me escribe, pero, de cualquiera suerte, quisiera que fueran, ya que inorancias mías, en su original por lo menos, porque aunque tengan los nombres, no serán las mismas, pues de partos y adulterios ya no tendrán la primera forma que les di en sus principios»3.
9El Duque, que estaba en esas fechas desterrado en Valladolid, andaba ya reuniendo comedias de Lope y de otros autores, pero también toda suerte de manuscritos afines de carácter especialmente literario con los que seguramente se entretendría en sus horas de ocio mientras permanecía alejado de la Corte. Pudo ser entonces, en 1611, enfrascado en la tarea de lograr manuscritos lopeveguescos, cuando Sessa consiguió una copia de una de las cartas más célebres del epistolario, la número 32 del primer códice, aquella en que se hace una envenenada alusión a Cervantes y al Quijote.
- 4 Carta 139 del tercer tomo, que conocemos solo a través del apógrafo de Isidoro Rosell (BNE Ms. 1202 (...)
10Sabemos que en 1617 el Duque no solo estaba interesado en recopilar las obras de Lope, sino que se preocupaba también por preservarlas, y precisamente para facilitar su conservación y manejo empezó a encuadernar muchos de aquellos materiales. El Fénix estaba al corriente de ello, por eso, ese mismo año, a propósito de unas cartas de amor que el poeta había dirigido a Marta de Nevares y de las que el Duque le había pedido copia, Lope le escribe: «A la tal [Marta] pediré los papeles esta tarde; pero, señor, no los encuaderne vuestra excelencia; que no son para tanta publicidad, ni es justo que nadie sepa que yo escribo así, porque en tercera persona es cosa indigna»4.
- 5 En la carta 84 del tercer tomo (BNE Ms. 1202) escribe Lope: «Marcela va sacando los papeles, y ya n (...)
- 6 Es posible establecer la fecha tentativa de aquella primera encuadernación, porque la carta más tar (...)
11Siendo entonces Lope sacerdote y Marta una mujer casada, las cartas que el poeta dirigía a su amada eran notablemente comprometedoras. De ahí el recelo del Fénix a entregárselas, aunque acabase accediendo y no dudase en encargar a su hija Marcela, de unos doce años, la tarea de recuperarlas y trasladarlas5. Desgraciadamente, desconocemos que haya llegado hasta nuestros días el preciado códice que pudo contener textos tan interesantes. De lo que no tenemos duda es de que el Duque, lejos de atender los ruegos del poeta, no solo encuadernaría las cartas de amor que este había escrito, sino que mandó hacer lo mismo con la correspondencia personal que Lope le dirigía a él. Emprendió la tarea en esa misma época. De hecho, mediante el análisis de los autógrafos y su contenido, nos es posible precisar que el Duque empezó la encuadernación del epistolario en 1618, reuniendo en un solo volumen los dos centenares de cartas que había conservado hasta ese momento6. Y posteriormente, hacia 1635, tal vez animado por el renovado interés que despertó la figura de Lope tras su fallecimiento, encuadernó el resto de cartas que había guardado en sus gavetas desde 1618, formando para ello tres volúmenes más y reservando el último para los borradores. Aprovechando la ocasión que le brindaba la creación de esos nuevos códices, decidió dividir el primitivo de doscientas cartas que había hecho años atrás, seguramente por resultar excesivamente voluminoso. Al numerar cada uno de los tomos que compondrían la colección, a estos dos resultantes de la división les correspondieron, por ser los más antiguos, los primeros puestos.
12Los vestigios de aquella primera encuadernación son evidentes aún. Originariamente las cartas habían sido numeradas de manera correlativa en el margen superior izquierdo del folio, muy cerca del comienzo. Sin embargo, tras dividirlo, esa numeración primitiva aparece siempre tachada en lo que actualmente es el tomo segundo, de manera que la antigua carta 112, por ejemplo, pasó a ser la número 12, y la actual 13 había sido la 113 con anterioridad, y así sucesivamente. También se tachó la foliación de este tomo por resultar inútil, estableciendo una nueva desde el inicio del volumen. El mismo colector que abordó la tarea en 1635 se encargó de rubricar el título frontal que figura en cada uno de los tomos y de fijar al final del tomo cuarto un índice de las cartas de ese volumen anotando la primera línea de cada una de ellas.
13En todos los códices de la colección las cartas se agruparon sin seguir una ordenación cronológica, porque realmente la extensa mayoría carecían de datación y solo cincuenta y dos, del más de medio millar de cartas privadas del Fénix, indican el lugar y la fecha de redacción.
14Al frente de los cuatro primeros cartapacios, Sessa mandó escribir a modo de título: Cartas y billetes de Belardo a Lucilo sobre diversas materias. Belardo hacía referencia al mismo Lope, siendo uno de sus sobrenombres poéticos más famosos, y Lucilo escondía a Sessa, rememorando al gobernador de Sicilia, Lucilo, a quien Séneca dirigió sus Epístolas. En el quinto tomo, que contiene los borradores, figura acertadamente por título: Cartas de Lucilo a diferentes personas, porque, efectivamente, se reunían en él las epístolas y minutas que el Duque dirigió a distintos personajes de su tiempo, desde humildes frailes hasta el mismísimo rey, pasando por una considerable lista de parientes y amigos de notable distinción.
- 7 Declara Lope en la dedicatoria de la Novena parte: «De los papeles que Vuestra Excelencia tiene mío (...)
15Debió de ser por aquel entonces cuando el Duque logró sumar a su biblioteca los cuadernos de trabajo de Lope, con multitud de composiciones poéticas del ciclo de senectute. Formó con ellos otros tres cartapacios que hoy conocemos por los apellidos de los que fueron o aún son sus propietarios: el códice Daza, que se conserva en la Biblioteca Nacional de España, el Durán-Masaveu, en manos de la Corporación Masaveu, y el códice Pidal, actualmente desaparecido. El archivo de autógrafos lopeveguescos que Sessa reunió fue tan rico que el propio dramaturgo no dudó en recurrir a él cuando se vio apurado y necesitó los manuscritos de algunas de sus comedias para imprimirlas. Así lo confiesa Lope en la Parte IX, la primera de la que él se responsabilizó de manera pública y notoria7.
16Tras la muerte del Duque en 1642, todos aquellos códices permanecieron en el archivo sepultados por el olvido en que los tendrían las sucesivas generaciones ducales, que probablemente desconocían quiénes se ocultaban bajo los pseudónimos de Belardo y Lucilo.
- 8 Sobre la dispersión de estos fondos véanse Andrés, 1986, Alvar y Díez, 2017.
17En 1750 se extinguió la estirpe de Sessa al terminar su línea sucesoria masculina con el fallecimiento del noveno Duque. El mayorazgo pasó entonces a su hija doña Buenaventura María, que estaba casada con el Conde de Altamira, de forma que la riquísima biblioteca y archivo de la casa de Sessa pasó a formar parte de la de este aristócrata, sumándose y confundiéndose los libros y documentos de uno y otro archivo, para constituir en su conjunto uno de los fondos documentales más importantes de la historia de nuestro patrimonio. Sin embargo, apenas unos años después de la unificación, la mala situación económica de la casa nobiliaria, acuciada por su endeudamiento, y distintas vicisitudes históricas, como la invasión francesa durante la Guerra de la Independencia, dieron pie a una paulatina dispersión y expolio del archivo-biblioteca a lo largo del siglo xix, escribiéndose así uno de los episodios más vergonzosos que se recuerdan sobre nuestro legado patrimonial8. Poco antes de que se produjera el periodo álgido de ese desfalco, que tuvo lugar entre 1869 y 1871, cuando en 1863 se dio a conocer públicamente la existencia de una colección de cartas de Lope en el archivo de los Condes de Altamira, ya solo quedaban en él los tres primeros tomos, porque el cuarto y quinto habían sido sustraídos previamente. Pero, ¿en qué momento y bajo qué circunstancias fueron sacados de los anaqueles del Conde? En la historia de estos autógrafos trazada por sus distintos editores nunca se ha abordado esa pregunta, ni se ha atendido al único medio a nuestro alcance que podría arrojar cierta luz sobre el asunto: los inventarios de la biblioteca ducal. Antes y después de la unificación de las Casas de Sessa y Altamira se inventarió en varias ocasiones, con mayor o menor rigor, el fondo de impresos y manuscritos que tenían en propiedad.
- 9 Biblioteca Zabálburu, Colección Altamira, 49, D. 1.
18El inventario más antiguo tras la muerte del Duque que he logrado consultar es de 1656, y lleva por título Tabla de diferentes papeles curiosos fecha por mandato del Duque de Sessa y Baena mi señor en Madrid Año de 16569. Sobre la presencia de uno de los tomos del epistolario en él, valga como ejemplo esta sucinta anotación: «libro de cartas de Lope de Vega al Duque mi señor» [imagen 2].
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19El resto de registros no es mucho más específico, aunque el inventariado sí recoge la ubicación de los códices en los anaqueles y pone de relieve que su ordenación en los mismos no parecía responder a criterios relacionados con la materia de los manuscritos. Hay anotaciones tan vagas como aquella en que figuran «dos libros manuscritos de Lope de Vega», que podrían, o no, hacer alusión a alguno de los códices de cartas.
20En cualquier caso, incluso más allá de la información que nos ofrecen sobre el epistolario, resulta interesante verificar que el archivo albergaba otras piezas de gran valor como «unas comedias de Lope de Vega manuscritas» o «un borrador de versos» del mismo autor, que tal vez se correspondan con alguno de los tres códices poéticos del Fénix que conocemos, ya sea el Durán-Masaveu, el Pidal o el Daza [imagen 3].
- 10 Véase supra el artículo de Sònia Boadas.
21Al margen de nuestros propósitos, el inventario nos ha permitido también constatar de manera irrefutable la existencia de borradores de comedias entre la colección de escritos del Fénix que poseía Sessa. En el mismo inventario se consignan «dos borradores de comedias de Lope de Vega», confirmándose así, por primera vez, la creencia de que también este tipo de manuscritos lopianos circularon y fueron conservados; con la probabilidad de que algunos de los autógrafos que han llegado a nuestros días sean en realidad borradores y no obras definitivas destinadas a su venta10. También se ratifica mediante esta vía lo que tantos estudiosos de los autógrafos de Lope han sostenido: la existencia de un manuscrito-borrador previo, que se contrapone a la leyenda romántica del autor que compone una enorme cantidad de versos de forma directa y concluyente.
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- 11 Prospecto en general a los libros y papeles manuscritos que tiene en su biblioteca el excelentísimo (...)
22Teniendo en cuenta que la Tabla de diferentes papeles se llevó a cabo apenas catorce años después de la muerte del Duque, conviene ver qué sucedió a partir de 1750 cuando tuvo lugar, tras sucesivas generaciones, la unificación de su archivo con el de los Condes de Altamira. Para ello disponemos de un inventario realizado en 178411 en el que continuamos constatando la presencia de varios tomos de cartas entre los fondos documentales. En él figura, por ejemplo, la referencia al primer códice de la colección que hoy para en la Biblioteca Nacional de España: «El tomo número 162 contiene 100 cartas originales de Lopez (sic) de Vega para el Conde Duque desde Toledo, se deben extractar para conocimiento de ellas» [imagen 4].
23No nos consta que las cartas fueran extractadas, como aquí se propone, pero la descripción es muy significativa, tal y como veremos más adelante.
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24Es interesante advertir cómo el paso del tiempo contribuyó a sepultar en el olvido cualquier mero conocimiento sobre las figuras que se escondían bajo los pseudónimos de Lope y el Duque. Así, en uno de los registros se recoge: «Y de un libro de cartas de Belardo a Luçilo y de Lope de Vega». Se entiende que el responsable de inventariar los fondos habría visto algunas cartas firmadas por Lope dentro del volumen, pero desconocía que el Belardo que figuraba en el título del tomo era el propio poeta.
25Desgraciadamente, en este caso, como en el inventario de 1656, el archivero fue a veces tan impreciso que resulta imposible, o cuanto menos extremadamente difícil, distinguir los códices epistolares a los que hace referencia o el número preciso de tomos, impidiéndonos concretar si efectivamente a finales del siglo xviii todavía permanecían dentro del palacio condal todos y cada uno de los códices de cartas encuadernados por Sessa. Varios indicios me hacen sospechar que realmente sucedió así y que los tomos cuarto y quinto fueron sustraídos del conjunto a principios del siglo xix y no antes.
- 12 He tenido ocasión de consultar detenidamente uno de esos inventarios en un archivo particular. Desg (...)
26No puedo precisar si fue voluntad de los Condes desprenderse de ellos para paliar en la medida de lo posible su precaria situación económica, muy acuciada ya a inicios del novecientos, o si el motivo fue ajeno a su voluntad. Cuanto menos, cabe contemplar la posibilidad de lo segundo, y que fuera el resultado de los daños colaterales auspiciados por la Guerra de la Independencia. Sabemos que en 1807 el palacio del Conde, en el número 8 de la calle Flor Alta de Madrid, donde radicaba todo su archivo-biblioteca, fue ocupado por las tropas francesas y que, además, estas llevaron a cabo un ingente expolio apropiándose de todo lo que consideraron de valor: 234 cuadros, varias esculturas, multitud de joyas y enseres del hogar e incluso los retretes de madera de la familia. La biblioteca no permaneció ajena al saqueo, y se llevaron una considerable cantidad de legajos, cajas de libros y manuscritos. Una vez acabada la contienda, los inventarios que se hicieron para dar cuenta de las cosas que habían sido sustraídas recogieron con cierto detalle algunas de esas piezas y en concreto se señalaron los legajos que estaban relacionados con la administración de los distintos títulos nobiliarios (la Casa de Baena, de Sessa, de Astorga, etc.). Sin embargo, no se anotaron los datos relativos a los libros ni a los a los códices manuscritos que se conservaban en arcas, por la dificultad que suponía determinar con precisión qué documentos se habían saqueado, limitándose a dar constancia de su extravío de manera general12. No es descabellado pensar, por lo tanto, que esos dos tomos, el cuarto y quinto, entre otros distintos al epistolario, fueran fruto de ese mismo expolio. Lo que podría explicar que, apenas unos años después, una vez fuera de palacio y tras cauces que desconocemos —en caso de ser cierta esta hipótesis—, el tomo cuarto y dos códices poéticos (el Durán-Masaveu y el Pidal) acabaran en manos de Miguel de Espinosa, un bibliófilo y racionero de la Catedral de Sevilla, quien en 1814, justo al acabar la guerra, se los vendió a Agustín Durán. La suerte que pudo correr el quinto tomo sigue siendo una incógnita: sabemos apenas que debió de adquirirlo hacia 1870-1871 Pascual de Gayangos para el museo británico, pero ignoramos quiénes habían sido sus anteriores propietarios.
27Según cálculos de González de Amezúa, en la década de 1830-1840 Agustín Durán, que para entonces ya poseía el cuarto tomo de cartas, logró acceder al archivo del Conde y, viendo allí la colección del epistolario lopiano, se animó a copiar 62 cartas del primer tomo. No informó ni compartió su descubrimiento con sus colegas españoles, pero sí con el Conde de Schack, que en 1854 reprodujo fragmentos de algunas de esas cartas entre los Apéndices al tercer tomo de su Historia de la literatura y del arte dramático en España.
- 13 Manuel Machado había heredado todos los papeles de Durán, por ser este un antiguo pariente suyo, co (...)
28Pasados los años, Durán acabó cediendo su copia manuscrita a Juan Eugenio Hartzenbusch, y éste a su vez se la prestó al joven Cayetano Alberto de la Barrera. También Amezúa se valió de ella para su edición del epistolario, en la medida en que le permitía restituir ciertos pasajes. Tras utilizarla volvió supuestamente a manos de su propietario, Manuel Machado, sin que hayamos vuelto a tener noticia de ella, por lo que desconocemos su paradero13.
- 14 Las signaturas correspondientes son: tomo primero, Ms. 1200; tomo segundo, Ms. 1201; tomo tercero, (...)
29Pese a todo ese trasiego de copias que se produjo en la década de 1850, el lugar del que Durán había copiado las cartas seguía siendo un misterio para el común de los estudiosos y las dudas no se despejarían hasta 1863. A principios de ese mismo año, el oficial mayor del archivo de la Casa de Altamira, el joven abogado don Luis Buitrago y Peribáñez, examinando papeles antiguos sin clasificar, descubrió aquellos tres códices de cartas autógrafas que restaban en el archivo. Tras salir a la luz el hallazgo y con el beneplácito del Conde, se procedió por iniciativa de Hartzenbusch, entonces director de la Biblioteca Nacional de España, a hacer una transcripción de los códices en otros tantos tomos que pudieran custodiarse en los fondos de la Biblioteca Nacional. El encargo no lo llevó a cabo un paleógrafo profesional, como cabría esperar, sino un jovencísimo artista, Isidoro Rosell, que entonces apenas tenía 18 años. La copia que realizó de esos tres tomos aún se conserva en dicha institución14.
- 15 Lope de Vega, Epistolario, vol. III, p. 28.
- 16 Los descendientes de Aureliano Fernández Guerra regalaron esa copia del epistolario a González de A (...)
- 17 A esa conclusión llegó Marín tras cotejarlos con el segundo códice original, y lo propio he podido (...)
30Poco después de que Rosell transcribiera todas aquellas cartas, los tres códices originales desaparecieron de la biblioteca ducal. Desde 1863 no volvió a saberse nada de ellos, salvo del segundo códice, que compró en 1934 José Lázaro Galdiano, sin que conozcamos por qué medios llegó hasta él ni quién había sido su anterior propietario. El paradero del primer códice lo hemos conocido recientemente, tras adquirirlo el Estado en 2018. Pero ¿cuándo salieron aquellos tres tomos del archivo de los Condes de Altamira? Amezúa pensó que habían permanecido en palacio al menos hasta 1869 y que salieron de él justamente al iniciarse la gran dispersión de todos sus fondos15. Llegó a esa conclusión porque existió otro supuesto apógrafo más, fechado precisamente en diciembre de 1868. Fue una copia encargada por Aureliano Fernández Guerra, que en ese momento era responsable de la biblioteca del Conde16. Es decir, que si en 1868 el archivero mandó hacer una copia de ellos, es que tenía a mano los originales, porque estaban todavía allí. Eso pensó y le hicieron creer a Amezúa; sin embargo, no era cierto. La copia de Fernández Guerra no se hizo a partir de los autógrafos de Lope, sino a partir de los apógrafos de Isidoro Rosell que estaban en la Biblioteca Nacional17. De manera que llegamos justo a la conclusión contraria que Amezúa: si en 1868 el responsable de la biblioteca del Conde no pudo hacer una copia de los originales, podría deberse a que esos autógrafos ya no estaban allí. Pero si eso es cierto, entonces ¿cuándo salieron del archivo? Los datos que manejamos en la actualidad, a raíz de la compra del primer tomo, apuntan a que esos códices salieron poco después de que fueran copiados. El 22 de febrero de 1864 falleció el XIV Conde de Altamira, Vicente Pío Osorio de Moscoso y Ponce de León. Para el reparto de su herencia y de sus muchos títulos el gobierno estableció una comisión testamentaria. Sin embargo, parece ser que en lo que respecta al archivo sus descendientes se repartieron parte de él de manera arbitraria, al margen de los fondos que decidieron vender por distintos cauces. A su hija María Rosalía y su yerno José María Ruiz de Arana, Duques de Baena y testamentarios del Conde, les correspondió al menos el primer códice de cartas de Lope, que pasaría a sus descendientes, concretamente a su yerno Alfonso de Bustos y Bustos, y de él a sus sucesivos herederos hasta llegar a sus tataranietos, la familia Bustos y Pardo Manuel de Villena, que tuvieron a bien venderlo al Estado. Existe la posibilidad de que otros tomos corrieran la misma suerte y acabaran formando parte del legado de otros miembros de la familia.
31En cualquier caso, esa nueva adquisición fue un eslabón más que contribuyó a que tengamos ubicados la práctica totalidad de los códices conocidos, estando ahora más cerca de cerrar el círculo. Veamos a continuación, siquiera someramente, la situación actual en que se encuentran los distintos tomos del cartulario lopiano en lo que respecta a su contenido.
32El primer tomo fue adquirido por la Biblioteca Nacional en 2018 (Res/298). Inicialmente contenía un centenar de cartas de las que, antes de 1863, ya habían sido sustraídas dos, las cartas 83 y 88. Actualmente alberga 117 epístolas, agrupadas las últimas 19, según la numeración, en un cuadernillo copiado en el siglo xviii.
33El segundo tomo se custodia en la biblioteca de la Fundación Lázaro Galdiano (Ms. 15652) y originariamente contenía 114 cartas. Actualmente solo conserva 93. Sabemos que en 1863 solo le faltaban dos, por lo que las veinte restantes se perdieron con posterioridad. Todas las cartas del tomo son autógrafas a excepción de dos: la 25 y 26, que son copias del Duque de Sessa.
- 18 Concretamente faltan las cartas número 11, 43, 56, 57, 58 y 102.
34El tomo tercero es el único que sigue perdido (y que, con toda probabilidad, se encuentra en manos privadas). Contenía 157 cartas cuando se encuadernó, pero le faltaban seis la última vez que se vio en 186318. Cabe apuntar que veinte de esas 151 que quedaban eran borradores de cartas del Duque a terceras personas.
35El cuarto tomo pertenece a la biblioteca de la Real Academia Española (ms. 389). Tiene actualmente 145 cartas, porque le faltan dos de las que tenía cuando se encuadernó: la 63 y la 67. Las epístolas están dirigidas mayoritariamente al Duque de Sessa, salvo cinco de ellas destinadas a diversas personas. Del conjunto total de textos únicamente dos son borradores para el mecenas y no cartas personales de Lope. Es el único de los códices que tiene al final del volumen un índice de la época.
- 19 Son las cartas: 130 (f. 93), 168 (f. 117), 172 (f. 119), 175 (f. 120v), 178 (f. 122), 210 (f. 141), (...)
- 20 Es la carta 35, en el f. 31v.
36El quinto tomo se encuentra en la British Library (Add. 28.438). Contiene la correspondencia del Duque a otras personalidades y que Lope redactaba a petición suya. Se trata de un total de 260 minutas, de las que tan solo ocho están realmente dirigidas por el Fénix a su protector19. Traspapelada entre ellas hallamos la única muestra autógrafa que conocemos de las cartas amatorias que el dramaturgo escribió para Flora, la amante de Sessa20.
37Lope empleaba para la escritura de su correspondencia el tradicional papel de barba en un tamaño de 307 por 215 milímetros. Solía dejar un amplio margen a la izquierda de la caja de texto, ocupando su escritura un poco más de la mitad del ancho de la plana, especialmente en las cartas extensas, para que las marcas de tinta del reverso del folio no dificultasen la lectura del anverso, y viceversa. Los billetes personales escritos con premura, y en gran medida también las minutas del quinto tomo, presentan una letra grande, de rasgos sueltos y vivaces e interlineados amplios, en las que abundan las abreviaturas por estar redactados de forma acelerada. La caligrafía se vuelve comedida en las cartas más meditadas, pero igualmente limpia y clara, propia de una escritura reposada y serena, con unos interlineados mucho más pequeños, economizando el espacio en las cartas de mayor extensión y cuidando los márgenes de la caja de texto para que adquieran una presentación formal y rigurosa. Son muy pocas las correcciones del propio Lope y es posible que en las epístolas tocantes a temas comprometedores para el dramaturgo y que requerirían una redacción cavilada pudiera existir un borrador previo.
38Más allá de estos rasgos comunes, hay otras características singulares en las que vamos a detenernos a continuación, centrándonos mayoritariamente en el primer códice de la colección por tratarse de una novedad para nuestros intereses. Comentaba antes que originalmente el tomo contenía 100 cartas, como atestigua el inventario de 1784 consultado. Tras esa fecha se añadió un breve cartapacio al final de la encuadernación con 19 cartas copiadas de distinta procedencia y con caligrafía del siglo xviii. Así se encontró Rosell el volumen cuando sacó la copia para la Biblioteca Nacional en 1863. Con posterioridad a ese año, sin que podamos precisar el motivo ni la fecha, arrancaron la cubierta de la encuadernación original, lo que motivó el desprendimiento del cartapacio de 19 cartas que habían añadido al final. Ante el riesgo de extraviarse, alguien lo cosió nuevamente, pero esta vez intercalándolo entre las cartas 86 y 87, donde lo encontramos en la actualidad.
- 21 Hasta el presente, ningún editor del epistolario ha visto la carta autógrafa, ni siquiera Menéndez (...)
39En 1863 al códice ya le faltaban 2 cartas: la 83 y la 88. Contrariamente a lo que han recogido los distintos editores del epistolario, la ausencia de estas dos misivas en la copia del códice realizada por Rosell no se debió a que los Condes hubiesen prohibido su transcripción, sino a que el propio Conde las había desgajado previamente para entregarlas como obsequio o venderlas a distintas personalidades. Eso explica que la carta 88 se encontrase en poder de los marqueses de Valdeterrazo, a quienes el Conde de Altamira debió venderla o, como sospecho, regalarla. Conocíamos el texto porque fue publicada por Menéndez Pelayo en los «Apéndices» a la Nueva Biografía de Cayetano Alberto de la Barrera21. Pero es hoy cuando podemos confirmar lo que varios editores del epistolario supusieron: que efectivamente se trata de la carta 88 arrancada del primer tomo. La epístola formó parte de la exposición Velázquez y los velazqueños celebrada en Madrid en 1960, y fue subastada en esa misma ciudad en diciembre de 1996.
- 22 La carta 21 es de mediados de marzo de 1612, como bien fechó Amezúa, y no de finales de febrero de (...)
40En el conjunto de la colección de volúmenes que conforman el epistolario de Lope hay cartas encuadernadas que no son de su puño y letra. El primer códice, por ejemplo, de las 117 cartas que reúne no son autógrafas las 19 cartas del cartapacio del siglo xviii, ni las cartas 32, 21, y 57. Pero estos tres últimos casos son muy diferentes entre sí. De la carta 32, del 14 de agosto de 1604, en la que se dice que no hay nadie «tan necio que alabe a don Quijote», desconocemos el destinatario y no me ha sido posible identificar la caligrafía. Se trata de una copia de la época que consiguió el Duque, probablemente hacia 1611, y no esta refrendada por Lope. El caso de las cartas 21 y 57 es muy distinto. Ambas fueron escritas con apenas unos días de diferencia, en marzo de 1612, y dirigidas al Duque de Sessa22. En esas fechas Lope se había lastimado un brazo a causa de una caída y no podía escribir, pero fue él mismo el que dictó y firmó como buenamente pudo ambas cartas. La número 21 fue escrita por su buen amigo Gaspar de Barrionuevo, por lo que disponemos por primera vez de un testimonio de su caligrafía, hecho que viene a sumarse y enriquecer el enorme valor que ya tenía en sí mismo el códice. Por el contrario, desconocemos quién fue el amanuense de la carta 57, aunque barajo la posibilidad de que pudo tratarse de Fernando Bermúdez de Carvajal, camarero del Duque, criado de su máxima confianza y buen aficionado a las letras, quien se encargaba de lidiar con el trasiego de la correspondencia entre Sessa y Lope ejerciendo de portador.
41Siendo estas cartas un tipo de texto de carácter privado y de naturaleza efímera —pese a su conservación, ajena en todo caso a la voluntad del dramaturgo—, podría parecer inoperante el marco de la tradición ecdótica para su análisis. Y es cierto que la transmisión manuscrita e impresa posterior al descubrimiento de la colección carece de complejidad a nivel textual, más aún comparándola con la que se desprende del estudio de muchas de sus obras puramente literarias. En cualquier caso, no es necesario encarecer la importancia que tiene disponer finalmente de los autógrafos de estas cartas y, pese a que no son excesivamente significativas las enmiendas que suponen respecto a las copias de Rosell manejadas hasta el momento, podemos, a modo de ejemplo, subrayar algunas de este primer códice. Siguiendo con la carta 57 de la que hablábamos, una de las más comentadas del epistolario, en la que el dramaturgo recuerda que Cervantes le había prestado unos anteojos que parecían huevos estrellados, según la copia de Isidoro Rosell la epístola está fechada el 2 de marzo de 1612. Sin embargo, cuando uno empieza a investigar sobre el contenido de esa carta, hay algo que llama poderosamente la atención. Escribe Lope en ella: «Ya sabrá Vuestra Excelencia el fin del pleito del condado de Alba». Anotando la carta, antes de disponer del original autógrafo, logré encontrar la fecha exacta en la que se dictó la sentencia de ese pleito: fue el 17 de marzo de 1612. Por lo tanto, no es posible que la carta sea del día 2, como trae la copia de Rosell, porque Lope no podía conocer un dictamen que no se produciría hasta quince días después. Haciendo cálculo de las cartas de esas semanas y teniendo presente un detalle inadvertido por todos los editores del epistolario, esto es, que durante el tiempo que el Duque permaneció desterrado en Valladolid, entre 1611 y 1612, Lope le escribía habitualmente dos de las tres veces a la semana que había correo ordinario, concretamente los miércoles y los sábados, según mis conclusiones la carta debió ser escrita el sábado 21 de marzo de ese año. Pero, ¿corrobora eso el autógrafo? La respuesta es afirmativa, efectivamente se trata del día 21. Ahora bien, es fácil incurrir en el error que cometieron tanto Rosell como Durán al transcribir el texto, porque tal y como aparece escrito es muy sencillo confundir la segunda cifra con una coma, y de ahí el error [imagen 5]. Afortunadamente, en este caso las pesquisas fruto de la investigación ayudan a disipar cualquier resquicio de duda.
Imagen 5
42También Rosell confundió de manera generalizada, tanto en este primer tomo como con los restantes, el signo de cierre que Lope hacía al final de los textos, con lo que, a consideración suya, era realmente una «L», la inicial de Lope con la que habría firmado las cartas [imagen 6].
Imagen 6
43Ese mismo signo aparece también en otros códices de Lope, como el Durán-Masaveu o el Daza, pero basta utilizar el propio cartulario para distinguir dicho símbolo de cómo trazaba verdaderamente Lope su inicial. Podemos ver dos ejemplos muy claros en las cartas 44 y 57 en las que figuran ambas cosas, el signo de cierre y la inicial de Lope o su propia firma [imagen 7].
- 23 Es el caso, por ejemplo, de las ediciones de McGrady, 2013, y Carreño, 2018.
44El error se ha reproducido en todas las ediciones, incluidas las más recientes, cuyos autores sí han podido manejar algunos de los autógrafos23.
45Desde el punto de vista textual, los originales de Lope también nos permiten restituir algunas pérdidas, poco significativas en número e importancia, del texto de las copias (en ocasiones se trata simplemente de la restitución del sobrescrito de la carta).
46Las variantes al texto, que en la gran mayoría de los casos no comportan un cambio trascendental de significado, ofrecen lecturas curiosas en determinadas cartas.
47Veamos como ejemplo la número 3. En ella, donde la copia dice: «a mí me ha parecido lo que se cuenta de doña María de Padilla y la putina del Rey don Pedro», en el autógrafo se lee: «a mí me ha parecido lo que se cuenta de doña María de Padilla y la pretina del Rey don Pedro». Se hace aquí referencia a una leyenda según la cual María de Padilla embrujó el cinturón —la pretina— que doña Blanca le había regalado a su marido el rey don Pedro, para que se convirtiera en una serpiente ante los ojos del rey y éste rechazase a su esposa. Evidentemente, la lectura del apógrafo nos puede conducir a interpretaciones erróneas y de lo más variopintas.
Imagen 7
48La carta 42 es del 7 de septiembre de 1611 y está dirigida a Sessa que se hallaba entonces en Valladolid sumido en una profunda melancolía. Lope le informa de las novedades de la Corte y con la intención de animarlo se vale de ellas para sacar a colación diversos chascarrilos, entre ellos la alusión tópica y burlona a la longevidad proverbial de los suegros. En esa carta la copia de Rosell trae: «Acá se hace lindo agosto, porque mueren que es cosa lastimosa, si bien un amigo mío no lo cree, porque dice que nunca Madrid tuvo más salud, pues vive sin suegro», y en el original leemos: «Acá se hace lindo agosto, porque mueren que es cosa lastimosa, si bien un amigo mío no lo cree, porque dice que nunca Madrid tuvo más salud, pues vive su suegro». Si la lectura de Rosell es proclive a la sorna de manifestar lo saludable que es vivir sin suegro, la del autógrafo esgrime justo lo contrario: que el suegro siga con vida es señal de que la Villa goza de buena salud, pese a las muchas muertes que hubiese ese verano.
49Podríamos continuar sumando ejemplos, pero lo cierto es, como decía, que, más allá de la génesis del epistolario y de los avatares por los que haya pasado, el primer tomo del epistolario no presenta problemas ecdóticos de consideración. Aunque sí es conveniente tener en cuenta las circunstancias de transmisión de cada uno de los testimonios, ya que el número y la calidad de los documentos con los que se trabaja no es el mismo en cada caso pese a estar agrupados en volúmenes colecticios.
50Por el contrario, resultan mucho más perturbadoras las huellas que han dejado en los autógrafos epistolares los muchos vericuetos por los que han pasado y el uso que han tenido o que se ha hecho de ellos históricamente. Unas huellas o rasgos que alcanzamos a apreciar, pero para los que no siempre tenemos una explicación clara. La más evidente a simple vista es la presencia de numerosos subrayados en el texto que no son de la mano de Lope, porque no se realizaron, salvo contadas excepciones, cuando las cartas estaban sueltas, sino tras ser encuadernadas. Así lo prueban las marcas que la tinta dejó en la cara opuesta del folio precedente. Amezúa, al verlas en el cuarto volumen, pensó que eran obra del Duque de Sessa. Coincido con él ya que, como iremos viendo, son varias las intervenciones que hizo directa y activamente sobre estos autógrafos. Sin ir más lejos, parecen deberse también a su pluma unos amplios asteriscos, unas cruces o unas «a» mayúsculas que encontramos en el margen izquierdo de varias cartas [imagen 8].
Imagen 8
51Son señales que figuran a modo de indicación, advertencia o llamada de atención al texto. Sin embargo, desde mi perspectiva, los pasajes señalados mediante estos símbolos me resultan absolutamente triviales. Del mismo modo que les sucedió a otros editores, no hallo en ellos información alguna que pueda entender como relevante, que sea digna de destacarse o pudiera en modo alguno responder a los intereses de Sessa; aunque no cabe duda de que debieron de ser fragmentos importantes en algún sentido, o esas advertencias no tendrían razón de ser. Sea como fuere, por no poder dilucidar a qué objetivos responden, tampoco nos es posible distinguir si cada uno de los distintos tipos de marcas empleados cumplían una función diferente o sencillamente se empleaba cualquiera de ellas de forma arbitraria.
52Más interesantes son aún las anotaciones que el propio Duque hizo en las cartas. No son abundantes, pero podemos encontrar muestras en cualquiera de los cinco tomos de la colección. A veces se trata simplemente de la palabra «ojo» escrita junto a algún pasaje del texto. Su función debe de ser similar a la de los símbolos anteriores, aunque más explícita si cabe. Mientras que en la mayoría no es sencillo vislumbrar con claridad cuáles son sus intenciones o dilucidar su motivación, en algún que otro caso puntual sí podríamos imaginar a qué obedece esa advertencia. En cualquier caso, Sessa, lejos de limitarse a subrayar o resaltar algún pasaje, también dejó constancia escrita de su valoración del texto y en todos los casos en que lo hace es negativa. Con su letra inconfundible, vemos en algunas cartas escrito «inojosa» (‘enojosa’). Generalmente lo hace en el encabezamiento de la carta, junto a la numeración, como si quisiera dar a entender que toda la carta le merece ese juicio. Con menor frecuencia, la anotación figura al margen de un pasaje refiriéndose solo a él [imagen 9].
Imagen 9
- 24 Marín, 1988, pp. 369-389.
53Leyendo esos fragmentos o las epístolas completas así calificadas cuesta adivinar la causa de tan triste valoración. No hay en ellos, por supuesto, nada que pueda juzgarse como ofensivo al Duque, o al menos aparentemente, porque como lectores hay ciertos aspectos que se nos escapan por más que conozcamos los condicionantes de la relación epistolar que se está estableciendo. Existe un código implícito entre el emisor y el destinatario por el que ambos reconocerían las emociones que subyacen en los textos y que forman parte del devenir de su relación y el punto en que esta se encuentra, pero esos son detalles que por lo general van más allá de los datos de los que disponemos como lectores. Con todo, parece inconcebible que Lope fuera consciente de que algunos de sus comentarios o sus cartas aparentemente inofensivas causaran enojo a su protector. Incluso cuando se vio obligado a transmitir el parecer de algo que pudiera incomodarlo fue sumamente cuidadoso en sus palabras, apartando toda sombra de acritud, justificándose e incidiendo en la benevolencia de sus motivaciones. Aun así, Nicolás Marín, al consultar el segundo códice del epistolario, creyó ver un denominador común en esas cartas o pasajes así censurados por el Duque24. Advirtió que en todos ellos se recalaba en una lisonja exacerbada del criado, en comentarios esbozados para mostrar una rendida pleitesía a su señor. Es probable que a Sessa le resultase molesta tanta fingida reverencia, aunque me inclino a pensar que su intención era imitarla en sus propias cartas. Los casos de este tipo de censuras que he advertido en el primer códice, ahora que podemos disponer de él, también se ajustan a esa hipótesis señalada por Marín. Sin embargo, conviene precisar que el criterio de Sessa al establecer estos juicios fue tan mudable como su propio ánimo, porque no es extraño ver que en algunos casos él mismo tachó sus propias anotaciones, en un claro cambio de opinión que lógicamente no podemos explicar a qué pudo deberse. Seguramente serían en vano los intentos de adentrarnos en la psicología del Duque para hallar respuestas a este punto y, dejando a un lado la valoración que hiciese de los textos, lo que resulta llamativo en sí mismo es el hecho de que se molestase en anotarlo. ¿Cuál era la finalidad de escribir al margen «inojosa»? ¿Iba tal anotación dirigida a una tercera persona, quizás a un colaborador suyo? Es posible que así sea, como demuestran otras observaciones que Sessa dejó apostilladas en algunas cartas. Por ejemplo, en la carta 61 del primer volumen apuntó: «no se ha escrito», es decir, «no se ha copiado»; o en la epístola número 6 del segundo volumen: «esta tampoco se escriba», poniendo en evidencia que contaba con un ayudante encargado de copiar parte de la correspondencia [imagen 10].
Imagen 10
- 25 Véase Marín, 1988, pp. 388-389.
54Ahora bien, ¿con qué objetivo se hacía? El propio epistolario podría darnos una respuesta. La carta 26 del segundo volumen es una copia del Duque hecha a partir de un original de Lope hoy desaparecido, pero del que conservamos un segundo apógrafo del siglo xviii entre las 19 cartas del cuadernillo que se adjuntaron al final del tomo primero. Pues bien, la comparación del texto escrito por Lope y el de Sessa revela que el Duque trasladó con notable fidelidad la carta que el Fénix le había escrito, cambiando únicamente lo indispensable para convertir lo que era una carta íntima que le dirigía su criado en un billete amoroso destinado a una dama. Con ese objetivo sustituyó, por ejemplo, el «V. Ex.», esto es, «Vuestra Excelencia», por «V.», abreviatura de lo que podría ser «Vuestra merced» o «Vuestra señoría». Y añadió entre líneas alguna frase más con la que personalizar el texto y ajustarlo a sus propias circunstancias. De ese modo, utilizando como texto base una carta de Lope, el Duque convertía las lisonjas que el poeta le hacía en requiebros dirigidos a una de sus conquistas25.
- 26 Marín, 1988, pp. 392-394.
55La afición del Duque por utilizar la correspondencia de su secretario para escribir la suya propia no se circunscribió únicamente a los billetes amorosos. Marín también demostró que Sessa seguía el mismo procedimiento para sus despachos personales no estrictamente íntimos. Quedó en evidencia a partir de una carta que el Duque remitió al Conde de Gondomar en la que podían leerse fragmentos que originariamente pertenecían a una carta privada de Lope a su mecenas26.
56Mediante este procedimiento el Duque lograba arrogarse un talento, unas cualidades y una brillantez que no le correspondían. Eso explica en gran medida su interés por conservar el epistolario lopiano, y justifica las anotaciones y subrayados que vemos en las cartas, producto de la lectura, relectura y revisión de los textos. Pero ¿hasta qué punto era preciso sacar más copias de unos documentos que ya poseía en su archivo perfectamente encuadernados? Quizá haya una utilidad práctica que lo explique, por ejemplo, la voluntad del Duque de utilizar los apógrafos para trabajar libremente sobre ellos sin la necesidad de emborronar los originales. Ese o motivos similares podrían justificar el traslado de tantos textos en tiempos de Sessa, pero es más difícil hallar una explicación a la copia que se produjo en el siglo xviii de las cartas recogidas en el cuadernillo. No son documentos notables, sino billetes insignificantes por su contenido y que en ciertos casos fueron manipulados, ya que al copiarlos se sustituyó misteriosamente alguno de los nombres propios que aparecían en ellos por una escueta «N.», tal vez abreviatura de «nombre», con una curiosa voluntad de ocultación que no es posible precisar a qué obedece. Resulta fácil imaginar que lo más probable es que fueran copiados para preservar los textos, porque los billetes originales estaban sueltos en el archivo y podían extraviarse. Lo extraño es que los autógrafos de cinco de esos billetes sí estaban encuadernados en el segundo tomo y no corrían ese riesgo. Sea como fuere, esta es una más de las muchas curiosidades que depara el conjunto del epistolario. Téngase en cuenta que son documentos que han tenido una larga vida textual que escapa a los fines para los que esta correspondencia fue escrita. Lope no debió imaginar que, tal y como sucedía con otros textos suyos, su carteo íntimo con el Duque también sería objeto de lectura, relectura y copia; que sus cartas serían censuradas por su mecenas, compartidas con terceras personas o reescritas para enviarlas a otros destinatarios usurpando su voz y convirtiéndolas en meros despachos cancillerescos o en cartas amatorias. Ni siquiera que años después, incluso siglos, continuaría despertando tanto interés y siendo objeto de tratos semejantes; hasta el punto de ser censuradas en pleno siglo xx, en la magna edición de Amezúa, la primera en sacar a la luz el conjunto de todos los documentos de la colección, y en la que, por considerarlas poco decorosas, se eliminaron varias frases y palabras en un ejercicio de purga impropio del rigor que merecía el trabajo y la profesionalidad que caracterizaba a su editor.
- 27 Carta 150 del tercer tomo (BNE Ms. 1202).
57Tal vez a Lope, buen conocedor del poder de la palabra escrita, le habría parecido vertiginoso y comprometedor el celo con que su correspondencia era conservada. Precisamente él escribió en 1617: «No hay quien hable más temerosamente que la pluma, aunque dicen muchos que es la que más libremente habla, pero esos creo que son los temerarios, que los hombres cuerdos más miran lo que escriben que lo que hablan, porque lo que escriben queda firme y lo que hablan se lleva el viento»27.