J. Ignacio DÍEZ, Juegos cervantinos. Madrid, Sial (col. Prosa Barroca), 2019, 178 p.
J. Ignacio Díez, Juegos cervantinos. Madrid, Sial (col. Prosa Barroca). 178 p.
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1Es en el prólogo de sus Ejemplares donde Cervantes reconoce que su intento fue poner una «mesa de trucos» en la república; ha sido un reto conceptual para la crítica descifrar este pequeño enigma; el Diccionario de Autoridades nos aclara que se trata de un «juego de destreza y habilidad, que se ejecuta en una mesa dispuesta a este fin con tablillas, troneras, barra y bolillo». Y de destreza y habilidad va la partida. En el Quijote aparece también citado este juego por el cura, para justificar la difusión de libros de entretenimiento: «[…] ello se hace para entretener vuestros ociosos pensamientos; y así como se consiente en las repúblicas bien acertadas que haya juegos de ajedrez, de pelota y de trucos, para entretener a algunos que ni quieren, ni deben, ni pueden trabajar, así se consiente imprimir y que haya tales libros, creyendo, como es verdad, que no ha de haber alguno tan ignorante que tenga por historia verdadera ninguno de estos libros» (cap. XXXII).
2Conocemos por tanto el sentido primario del concepto (un ‘billar’, diríamos hoy), pero no creo que Cervantes, tan atento siempre a las cuentas, renunciase a la disociación del sintagma; dicho de otro modo, Cervantes también juega a la suma de significados individuales (‘mesa’ + ‘truco’). Y aquí el concepto inopinadamente se redimensiona y nos conduce a la trampa, al artificio (ético, estético, poético o como mejor consideremos). En este prólogo que quisiera no haber escrito, pero que escribe, se muestra tan convincente como ambiguo, tan humorístico como austero (no se olvide de que él mismo quisiera —«quizá», dice— aclararnos «el sabroso y honesto fruto que se podría sacar, así de todas juntas [las novelas] como de cada una de por sí», pero, «por no alargar este sujeto», lo disculpa).
3El libro que presento en estas líneas precisamente aborda algunos de los juegos cervantinos: juegos de conceptos, de silencios, de personalidades, de plagios, de ambigüedades, etc. El amplio dominio del juego irrumpe en una parte de la mejor literatura cervantina, el Quijote y las Novelas ejemplares, para enaltecer lo que en otros contextos podría parecer frívolo. Ningún lector olvida, en el contorno perimetral del Quijote, los juegos tan brillantes como el laberíntico de los narradores fingidos (en el que incluso llegó a enredarse el propio novelista), el del show de Sancho en la ínsula de Barataria (donde está todo organizado para su desesperación), o el de la paradoja del mentiroso que se incluye en este episodio (una variante ingeniosa del relato clásico que cifró Pedro de Mejía en su Silva de varia lección, reescritura a la letra del que encontramos en la Historia natural de Plinio). Cervantes se balancea con admirable equilibrio entre el homo ludens y el homo ridens, y el autor de esta monografía ha sabido percibirlo mejor que bien en este volumen que nos brinda. Profesor de literatura española en la Universidad Complutense de Madrid, y sin embargo apasionado de la literatura (y no solo, como demuestra la variedad de citas que abre cada capítulo), cervantista y cervantino, J. Ignacio Díez lleva trabajando en Cervantes y sus cosicosas durante más de veinte años.
4Publicado en la colección Prosa Barroca —que dirige otro gran homo ridens: R. Bonilla— de la editorial Sial, en este libro ha reunido una decena de estudios publicados con anterioridad (a excepción de uno, inédito), pero ahora cada uno cobra un sentido quizá más profundo puesto en consonancia con el resto. A menudo trabajamos sobre círculos concéntricos y difundimos de forma aislada —revistas, actas de congresos, conferencias—esas indagaciones que con el tiempo, bien armonizadas, entendemos que pueden cumplir una nueva función en un discurso de perspectivas más amplias. Un estudio humanístico es palabra viva, palabra en discurso y, por tanto, palabra en transcurso. En este sentido, en los trabajos que se hilvanan en este libro percibimos una ósmosis de ideas, de hipótesis, de temas, que de forma independiente no podríamos ver con la misma facilidad. A su modo, la ordenación de los capítulos (publicados originariamente todos entre las celebraciones quijotescas: 2005 y 2015) propone sabiamente otra manera de leer a Cervantes, empezando por el paratexto.
5Me centraré en algunas de esas ideas que nos transmite cada trabajo de este volumen, que, aun siendo colectivo, está perfectamente concebido como monográfico. Los dos primeros trabajos guardan relación con los alrededores del texto (caps. 1 y 2): la dedicatoria al duque de Béjar y el prólogo (en relación con el «donoso y grande escrutinio»). Estos dos textos han sido motivo de largo debate para la crítica, pues la abulia con la que Cervantes se dirige al duque ha sido contrastada con la originalidad que despliega en su prólogo. Desde que Hartzenbusch descubrió hace más de un siglo que ese prólogo «es en gran medida un plagio […] a base de seis remiendos: cinco frases de otra dedicatoria, la de Fernando de Herrera al marqués de Ayamonte, en sus Anotaciones, y una más del largo prólogo de Francisco de Medina en la misma obra» (pp. 14-15), este texto se ha convertido en un campo de Agramante.
6Aunque existen teorías muy elegantemente construidas que consideran esta dedicatoria como un texto apócrifo organizado en el interior de la imprenta y a espaldas de Cervantes, Díez Fernandez desarticula con una batería de interrogantes diseminados a lo largo de varias páginas la serie de arbitrios heurísticos que sostiene esta complicada y extraña operación editorial y defiende que la dedicatoria es un juego, como puede serlo el de las seudonimias (casos de las segundas partes del Guzmán y del Quijote), heteronimias (Lope y Tomé Burguillos) o plagios (como el que perpetró Quevedo en los preliminares de los Sueños). Es un juego, repito, que se entiende cabalmente cuando lo ponemos en relación con el prólogo (en el que se explica cómo escribir un prólogo, recurso muy propio de Cervantes: no se olvide que en la novela-coloquio de los perros también nos explica cómo se compone una novela) y los textos encomiásticos (que no son de los amigos, sino en su mayoría de personajes caballerescos). En este sentido, lo que realmente le interesa —y trata de explicar en este lúcido ejercicio interpretativo— es «valorar la intención de la pieza, su disposición en relación con los demás elementos liminares del libro o en correlación con ellos» (p. 18). Y toda su explicación, sostenida en el juego de paralelos y contrastes del paratexto, de antitradicionalidad y originalidad(es), «se aviene particularmente bien con el reconocido carácter experimentador de Cervantes y con su extendido sentido del humor» (p. 29).
7En el segundo trabajo se fija Díez Fernández precisamente en el prólogo, «una pieza maestra de la ironía, de la retórica más refinada, que permite jugar con el lector, con el “desocupado lector”, desde el mismísimo comienzo de la pieza […]. El “Prólogo” anticipa los juegos de la novela, o, más propiamente, el “Prólogo” continúa los juegos que están ya presentes en la dedicatoria “Al duque de Béjar”» (p. 41). Se propone Díez Fernández «analizar el contenido y la importancia del motivo central que vertebra el primer párrafo del “Prólogo”, y discutir la posible identificación de Cervantes con las opiniones que se vierten» en el escrutinio del capítulo VI (p. 33). En ese primer párrafo existe una serie de duplicidades que guarda relación con el binomio padre/hijo (minuciosamente explicado, sin dejar ángulo por examinar), como también se puede percibir en «los comportamientos y actitudes de los cuatro personajes» (p. 52) del «procedimiento pseudoinquisitorial» o «parodia de un auto de fe» (pp. 44 y 49) del «donoso y grande escrutinio». Con su habitual destreza, Cervantes, en ambas partes del libro, ensaya una suerte de discurso múltiple en el que narrador y personajes asumen y difunden ideas que pueden resultar enigmáticas, irónicas y hasta contradictorias. Pero es imprescindible «apreciar el juego oscilante, la diversión, los puntos de vista enfrentados y su interaccción» para entender mejor «un texto de la intencionada riqueza del Quijote (p. 52).
8Los siguientes artículos que giran sobre el Quijote se centran en aspectos parciales, que son iluminados con la maestría del fino lector y comentarista. En el primero, «El peso del pasado en don Quijote: un silencio de cincuenta años» (cap. 3), rastrea todos los lugares que apuntan al escurridizo pasado del protagonista, centrados principalmente en el primer capítulo de la obra y los últimos; para Díez Fernández, «cabe hablar de un borrado consciente del pasado», en el que «narrador y personaje funcionan como cómplices […] para enterrar a Alonso Quijano durante todo el transcurso de la narración de las aventuras de don Quijote» (p. 61). En este caso, se da un juego de duplicidades entre Alonso Quijano y don Quijote, en el que el segundo procede «de la transformación de una personalidad anterior», «mantiene firmemente su nueva identidad y no muestra atisbos de debilidad a la hora de mostrarse como caballero andante» (pp. 68 y 69).
9Otro de los capítulos —y no sigo la secuencia lineal del libro, pues persigo otras líneas de agrupación— se centra en la «confusión lingüística y generación narrativa» del Quijote (cap. 5), tomando «uno de los hilos que forman» la historia: «la incomunicación». Díez Fernández selecciona «un aspecto: el que provoca la confusión lingüística en algunos pasajes de las obras cervantinas», que en última instancia supone un resorte para «desarrollar o generar su narración» (p. 90). Los momentos en los que Sancho trabuca términos en sus conversaciones con don Quijote y el divertidísimo episodio de los galeotes (donde aparece la potencialidad del lenguaje y el conflicto entre los sentidos) dan lugar a diferentes momentos narrativos —en los que se oponen lo culto y lo iletrado— que provocan un ritmo discontinuo y apasionante en la historia. El trabajo se cierra con una adenda sobre lo que ocurre en el patio de Monipodio, donde cervantes experimenta con las valencias de las palabras aisladas y en conjunto, y crea una de las novelas más recordadas de la colección.
10El capítulo inédito (el sexto) de este libro está referido a un espacio, Sierra Morena, en el que ocurre un hecho significativo en la historia —la penitencia de don Quijote, que pretende imitar a Amadís— que genera a su vez otro: la novela corta intercalada y entrecortada de los amores cruzados entre Cardenio, Luscinda, Fernando y Dorotea. Para Díez Fernández, «[p]arece claro que Sierra Morena juega un papel complejo en el Quijote, pues sirve para varios propósitos: es el escape natural para dos prófugos de la justicia que han atacado a los guardianes de una cadena de galeotes y han liberado a los presos […]; para el memorioso lector que es don Quijote» y, «al mismo tiempo», es el lugar donde «confluyen las acciones y destinos de una multitud de personajes que buscan la felicidad en forma de matrimonio y que se superponen sobre la historia de don Quijote y sus consecuencias», lo que convierte este lugar en «un signo auténticamente complejo» (pp. 108-109).
11El resto de capítulos (cinco en total) se centran en personajes femeninos de la novela, cuyos comportamientos y discursos han ocupado buena parte de la atención de Díez Fernández; su libro Tres discursos de mujeres. (Poética y hermenéutica cervantinas), publicado en 2004, es buena muestra de esta fecunda dedicación. Dos trabajos tienen como objeto de análisis personajes del Quijote (los demás están referidos a las Novelas ejemplares). Se da la curiosa coincidencia de que en todos los capítulos se analizan dos personajes, pues Díez Fernández busca a menudo patrones de similitud y contraste en una producción donde existen numerosos «juegos y duplicaciones, insólitos espejos y repeticiones» (p. 165). Reconoce que «[s]ería interesante, una vez que la crítica preste la debida atención a las mujeres del Quijote, comparar esos personajes (sus descripciones, sus caracteres, sus historias, sus funciones, etc.) con los que aparecen en otros relatos de los Siglos de Oro para determinar si Cervantes otorga un tratamiento especial a las mujeres (por su número, importancia, etc.) y si sus personajes femeninos poseen o no profundas raíces en la literatura» (p. 122).
12A falta de que llegue ese momento, las contribuciones que se recogen en este volumen sirven para perfilar la configuración de estos personajes en manos de Cervantes. Dos personalidades como la sobrina y el ama son objeto del primer estudio (cap. 4), en el que rastrea sus apariciones, sus parlamentos, sus acciones, en definitiva, las «duplicidades y dobleces de un dúo» que forma «una sola unidad de comportamiento» (p. 85). El otro trabajo consagrado a las mujeres del Quijote se centra en Luscinda y Ana Félix (cap. 7), consideradas tradicionalmente opuestas; Díez Fernández ensaya un análisis centrado en «algunos problemas» que pueden funcionar como «“correcciones” de un planteamiento» que siempre ha reconocido las oposiciones que definen a estos personajes (p. 113); dentro de las divergencias que existen, ambas «están unidas» por una serie de rasgos, como los condicionantes sociales o el final feliz de las historias que protagonizan, en el que «el orden quebrado ha sido restablecido y la mujer supuestamente pasiva así como la más activa son reconducidas hacia un tipo de vida más acorde con el papel que esa sociedad reserva a las mujeres» (p. 123).
13A estas oposiciones de personajes femeninos se suman otras en las Novelas ejemplares, a las que Díez Fernández dedica los tres capítulos que cierran el volumen. Estamos ante una colección que genera el contraste en sus propios títulos (La española inglesa) o en la naturaleza de los protagonistas (Preciosa es gitana pero virtuosa, y los cofrades de Rinconete y Cortadillo se cifran entre la picaresca y la devoción). En esta ocasión, Díez Fernández se detiene en el estudio de algunos aspectos femeninos, pues las novelas de la colección ofrecen «un mosaico ambiguo de dibujos fluctuantes» que está poblado «por mujeres que comparten varias y muy visibles características: muy jóvenes, rubias y blancas, inteligentes y luchadoras» (p. 142). En el primero se detiene en el único personaje femenino con voz propia que aparece en el díptico —Casamiento engañoso/Coloquio de los perros— con el que se clausura la colección: doña Estefanía. Aquí ensaya una inteligente lectura de este resbaladizo personaje —sobre el que volverá en el capítulo último— desde su condición de prostituta hasta las razones que conducen a Campuzano —narrador y personaje de una historia que él mismo enhebra— a contraer matrimonio con ella; sugiere Díez Fernández que el lector debe cuestionar el relato de un narrador implicado en los acontecimientos para no caer en el truco cervantino, el posible juego de filtros, pues podríamos estar ante «un relato minuciosamente manipulado» (p. 140).
14En el capítulo noveno (en cuyo título se cifra el final de Hamlet, «the rest is silence», que Borges y Bioy aprovecharon en un cuento inolvidable: Una tarde con Ramón Bonavena), Díez Fernández revisa los finales —controlados por los narradores— de la Gitanilla y de La española inglesa. La tópica que repasa guarda relación con las virtudes de Preciosa e Isabela, y sus acciones e intervenciones; a las oportunas notas de Díez Fernández, podemos añadir unas curiosidades sobre un término que Cervantes resobó: ‘honestidad’ (y que en el título primitivo de la colección ya aparecía: Novelas ejemplares de honestísimo entretenimiento). De Preciosa resalta una y otra vez el narrador esta cualidad (se dice que era tan honesta; se insiste en que sus cantarcillos todos son honestos; ella es honesta y recatada; se deleita en entretenimientos honestos…), al igual que de Leonisa, de El amante liberal, un modelo raro de honestidad, o de Isabel, de La española inglesa, que es un modelo de virtud, tanto que con su honestidad se abrasaba el Conde Arnesto. Pero incluso en Cornelia y Teodosia (La señora Cornelia y Las dos doncellas), que se entregan al amor con la sola promesa de casamiento, también sobresale la honestidad. No es momento de resolver este exceso, pero resulta cuando menos llamativo esta retórica, que puede unirse a las «paradojas preciosas» que hábilmente comenta Díez Fernández.
15Se cierra el libro con un capítulo en cuyo título aparece el contraste que analizará en Leonisa y doña Estefanía: «hablar y callar». En el caso de la protagonista de El amante liberal, Díez Fernández cuestiona su proclama de libertad en el final de la novela, pues, aunque hace uso de su palabra y utiliza su habilidad oratoria para dejar enmudecido incluso a Ricardo, realmente elige «lo único que puede»: contraer matrimonio (p. 160). En el caso de doña Estefanía, cuyos comentarios están filtrados por Campuzano, pondera que le faltan las palabras, pues es el narrador quien domina el relato, pero también hace un uso (diferente) de su «libertad», al poner pies en polvorosa cuando la situación se complica. Con este ensayo Díez Fernandez da cuenta de que en el Casamiento engañoso y en El amante liberal se percibe cómo a través del narrador Cervantes logra un mismo «sentido constructor, organizador, dispositivo», de las narraciones (p. 166).
16En esta colección también Cervantes dispuso un prólogo que supone todo un juego de habilidad narrativa y retórica: el narrador (Cervantes, ¿no?) se muestra autocomplaciente (no se perfila del todo mal en su autorretrato), irónico (si las novelas de Straparola traducidas por Truchado eran de honesto entretenimiento, los amores que se encuentran en las suyas son «tan honestos, y tan medidos con la razón y discurso cristiano», que es imposible que muevan a mal pensamiento), humorístico (sin renunciar a veces a cierto soniquete cáustico, sobre todo cuando se ofrece para cortarse «la mano [la que le queda útil] con que las escribí»), provocativo («he sido el primero en novelar en lengua castellana»), propagandístico (inserta en las últimas líneas el listado de próximas publicaciones) y finalmente enigmático («algún misterio tienen [las novelas] escondido que las levanta»). Y todo rodeado con una imperfección de subjuntivo («quisiera», «pudiera», «quedara», «levantara», «mostrara») que presenta al narrador moviéndose continuamente entre la probabilidad y la prudencia. Finalmente, como la idea del juego le resulta atractiva, acaba reconociendo su edad y aludiendo misteriosamente a otro extraño juego: «al cincuenta y cinco de los años»: ¿a qué juego de naipes alude o con qué se juega aquí? Solo este prólogo merecería un buscapié, de Cervantes o de Castro (o de ambos), para explicar muchos de sus sentidos.
17Con este libro, magníficamente escrito, con una frescura estilística —cargada de adjetivos inesperados y sorprendentes— que se echa de menos en la consuetudinaria y en ocasiones grisácea escritura académica, Díez Fernández pone a prueba su maestría interpretativa (y nos pone a prueba a los lectores: a los cervantistas y a los que no lo somos). Y lo hace contradiciendo, confirmando o matizando las opiniones de tantos estudiosos congregados, cuyo discurso crítico intercala con una pericia realmente envidiable. No obstante, con permiso de los cervantistas (y de los que dicen no serlo), el punto de partida y de llegada para Díez Fernández es siempre el mismo: el texto literario. Y con toda naturalidad señala —a propósito de uno de los trabajos, pero se puede extrapolar al resto— que su lectura «no se encuadra propiamente en una metodología o teoría» (p. 142). Díez Fernández se encuadra en la tradición filológica más añeja, y por tanto más estable; la tradición que no rinde pleitesía a escuelas, corrientes o teorías; porque no hay más tratamiento serio de la interpretación filológica que la restauración del texto literario, el cual se logra, no por misteriosas y complicadas reglas técnicas, sino poniendo al lector en contacto con los mejores profesores de lectura: los libros (y si son buenos, mejor). El filólogo, en esto de la interpretación, ha de ser fiel y convencido mediador entre el lector y el texto. Porque todo escrito —desde el Quijote hasta esta reseña—lleva su secreto consigo, dentro de él, no fuera como algunos creen, y solo se encuentra adentrándose en él y no andando por las ramas.
Para citar este artículo
Referencia en papel
David González Ramírez, «J. Ignacio DÍEZ, Juegos cervantinos. Madrid, Sial (col. Prosa Barroca), 2019, 178 p. », Criticón, 140 | 2020, 337-341.
Referencia electrónica
David González Ramírez, «J. Ignacio DÍEZ, Juegos cervantinos. Madrid, Sial (col. Prosa Barroca), 2019, 178 p. », Criticón [En línea], 140 | 2020, Publicado el 10 diciembre 2020, consultado el 13 diciembre 2024. URL: http://0-journals-openedition-org.catalogue.libraries.london.ac.uk/criticon/18691; DOI: https://0-doi-org.catalogue.libraries.london.ac.uk/10.4000/criticon.18691
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