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¡Fuego suena en partes varias! Una convención dramática áurea, la escena de incendio

José Enrique López Martínez
p. 265-301

Resúmenes

En este trabajo se analiza el desarrollo, en el primer cuarto del siglo xvii, de una secuencia espectacular que tuvo un gran éxito en el teatro español, la escena de incendio. Originado en algunas comedias amorosas de la primera época de Lope de Vega, este motivo se extendió mayoritariamente a comedias hagiográficas en la segunda década del siglo, y a comedias históricas y de hechos recientes en los años veinte, sobre todo a través de la obra de Tirso de Molina. En este transcurso, la escena pasó de ser apoyada esencialmente en efectos sonoros, sin ninguna utilización de fuego real, a incluir también otros elementos de actuación y de aprovechamiento del espacio teatral, como el rescate de la dama por el galán, los criados que llevan y rompen cántaros, o el uso de los balcones para simular el lugar del incendio.

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Notas de la redacción

Article reçu pour publication le 22/09/2020; accepté le 02/11/2020

Texto completo

1En el Tranco IV de El diablo cojuelo (1640), Vélez de Guevara presenta una breve escena cómica en la que un mediocre poeta de comedias ocasiona el terror de los pasajeros del Mesón de la Sevillana de Toledo al gritar, en plena noche, una alarma de fuego. Como se aclara de inmediato, los tales gritos se debieron a que el poeta, llevado del furor de la escritura, había llegado a la secuencia del incendio en una comedia en la que estaba trabajando a esas horas, acaso dedicada al tema de la guerra de Troya. En el final de este pasaje, el protagonista Cleofás, con el fin de sosegar la ira del mesonero, obliga al poeta a jurar que no volverá a escribir más comedias de ruido, sino solo comedias de capa y espada, en el sobreentendido de que estas últimas no presentan escenas de incendio. No sabemos exactamente a qué se pudo referir Vélez con la mención de las comedias de ruido, categoría inédita y que no se detalla más en el relato, si bien los títulos de las obras del poeta nocturno y los pasos específicos de ellas que se recogen en el mismo pasaje parecerían remitir a escenas de armas en comedias de tema histórico o legendario (Troya abrasada, El marqués de Mantua, Saco de Roma, Las tinieblas de Palestina, Tragedia troyana, astucias de Sinón). Pero al margen de ello, lo que es más seguro es que el episodio de El diablo cojuelo debió de remitir inmediatamente a los lectores de la época a una compleja tradición de representación teatral de escenas de incendio, en esos momentos ya con más de tres décadas de existencia, excepcional tanto por el volumen de obras y el amplio espacio de tiempo en el que se desarrolló como por las características concretas con que fue aplicado dicho esquema.

  • 1 Entre los estudios clásicos al respecto, pienso entre otros en la copiosa documentación reunida en (...)

2Desde hace ya varios años, los estudiosos del teatro han ido notando cada vez con más detalle diversos aspectos de la práctica escénica del siglo xvii, más allá de las meras características literarias de los textos. Una parte significativa de esa atención se ha dado, entre otros temas, al uso del espacio en la ficción teatral y a los recursos utilizados por las compañías para representar en las tablas motivos determinados por el argumento de sus obras, con lo que se ha ampliado notablemente el conocimiento hasta ahora reunido sobre la infraestructura escénica de los corrales y la aplicación dramática de sus elementos concretos1. En tal perspectiva, se han hecho notar ciertas convenciones dramáticas, unidades breves de acción y representación que fueron aplicadas de forma recurrente y con gran flexibilidad en los argumentos teatrales durante amplios periodos de años, al margen de géneros dramáticos, espacios o recursos de representación. En este trabajo proponemos analizar el origen y desarrollo inicial de una de esas convenciones, la escena de incendio, cuya aparición en los tablados debemos situar en los inicios del siglo xvii en el marco de la comedia nueva y el teatro de Lope de Vega.

  • 2 En el acto III de la obra de Tárrega, el rey Audalla entra a la cárcel con la intención de violenta (...)
  • 3 Ruano y Allen, 1994, dedican muy poco espacio a los efectos escénicos del teatro barroco hechos con (...)

3Específicamente, en la obra del Fénix y de otros ingenios seguidores de su escuela dramática veremos el desarrollo progresivo de una serie de códigos, tanto escenográficos como literarios, que formaron una estructura muy bien definida de representación de incendios en el teatro de corrales, y que fue reproducida en esencia de la misma forma en el teatro español durante los siguientes dos siglos. En principio, parece difícil señalar antecedentes directos de las secuencias dramáticas de fuego en el teatro del siglo xvi anterior a Lope. A falta de escenas en las que se haga referencia a un incendio, lo que más se aproximaría al recurso comentado en la dramaturgia previa fue el uso de lo que parece haber sido fuego real en los teatros, en una proporción muy pequeña, para caracterizar determinados motivos, especialmente hechos milagrosos o demoníacos, y grandes batallas, en el teatro histórico-legendario. Es lo que sucede respectivamente, por mencionar solo un par de ejemplos, en La fundación de la Orden de la Merced del canónigo Tárrega y la Numancia de Cervantes, y en la también cervantina Los baños de Argel2. Pero en ninguno de esos casos y otros análogos de utilización escénica de fuego real —cuya aplicación continuó además en el teatro de épocas posteriores— los dramaturgos del xvi y del xvii, hasta donde sabemos, intentaron representar incendios de edificios particulares3.

  • 4 Henri Recoules, 1975, ofreció uno de los pocos estudios hasta la fecha sobre el uso de efectos sono (...)

4En contraste con esa dramaturgia y con aquel tipo de secuencias específicas, la escena de fuego barroca fue, como veremos en numerosos casos, mayoritariamente desarrollada a partir de complejos elementos sonoros, la mayor parte de ellos en segundo término, y por otros aspectos de actuación; elementos apoyados en segunda instancia por descripciones orales o, en una etapa más avanzada del esquema teatral, por una representación sinecdótica, mediante el recurso al balcón. Todo ello sin apenas utilización de humo y de fuego real, que en efecto formaban parte de los recursos escenográficos habituales del teatro al menos desde la segunda mitad del siglo xvi. La razón principal de esa realización es que el incendio teatral barroco no ocurrirá, según la ficción, en el espacio del escenario, sino casi siempre en un espacio referido, en el ámbito del décor verbal —según el término sugerido por P. Pavis—. Es decir, más que un efecto visual o una tramoya de gran aparato, se trató sobre todo de un efecto dramático análogo a otros efectos offstage habituales de la comedia como el «ruido de guerra», «de batalla» o «de tormenta», no especificados pero descritos en numerosas acotaciones teatrales, que presuponían también el despliegue de una serie concreta de recursos de actuación y de ejecución escénica por parte de la compañía, sin apenas intervención de otros recursos materiales. Pero a diferencia de varios de estos recursos sonoros de la época, la escena de incendio no será solo un efecto especial sino también, como veremos, una compleja construcción dramática con parámetros literarios específicos4.

  • 5 A los casos de posibles antecedentes en comedias de Lope, cabe añadir también el de la obra Los loc (...)
  • 6 La comedia se publicó en la Parte XXI, 1635, y solo había sido mencionada en la segunda lista de co (...)
  • 7 En este aspecto concreto, la escena presenta una cierta analogía con el relato de la guerra que hac (...)

5Como hemos indicado, no parece haber ningún antecedente o influencia directa de este tipo de escenas, que habrían aparecido por primera vez, hasta donde alcanzamos a ver en este momento, en dos obras de Lope de Vega, una de ellas atribuida, escritas probablemente a finales del siglo xvi o principios del xvii, en una etapa temprana de desarrollo de la comedia nueva: las piezas Los bandos de Sena y El lacayo fingido5. La primera de estas obras, de autoría segura, fue situada por Morley y Bruerton entre los años 1597 y 16036, y presenta lo que parecería una breve versión primitiva del motivo del incendio, con el rasgo excepcional de que no hay sonidos de apoyo a la relación verbal que los personajes hacen en escena, ya que en este caso el incendio referido ocurre en un espacio lejano y no ante los ojos de los personajes presentes, como será más habitual7. En el marco de una comedia de enredos nocturnos y de familias enemistadas, en el acto III el personaje de Leonardo decide por venganza quemar las casas del senador Faustino y del caballero Pompeyo, cuyo resultado va a referir versos adelante el gracioso Donato. Como rasgo notable, esta escena, situada a pocos versos del final de la obra, anuncia un rasgo estructural que será muy frecuente asimismo en comedias posteriores: el uso de la secuencia de incendio como cierre de acto, con lo que el motivo adquirirá una importancia literaria mayor y se dotará asimismo de una cierta tensión trágica el desenlace de las respectivas unidades narrativas.

  • 8 Estos cuatro versos aparecieron en muchas otras composiciones poéticas y teatrales de la época, y s (...)
  • 9 A falta de más elementos en las acotaciones y diálogo, podemos suponer que la grita y demás ruidos (...)

Entre Donato alborotado
Donato
¿Qué hacéis, señores, aquí?
¿No veis la grita que suena?
¿No veis corriendo la gente,
que unos con otros se encuentran?
¿No veis que dan voces: «¡Fuego!»,
y que hasta las mismas lenguas
de las campanas repiten:
«¡Que se quema, que se quema!»?
Lisandro
¿Qué se quema, qué das voces?
Donato
Quémase la casa y huerta
de Pompeyo.
Pompeyo
                  ¿Hay más fortunas?
¿Qué desventuras son estas?
Lisandro
Dime, amigo, ¿y ha llegado
a las de mi padre?
Donato
                         Quedan
las llamas haciendo Troya
torres, cimientos y almenas.
Ya van quemando las salas
de oro y pinturas cubiertas,
de bufetes y escritorios,
de brocados y de telas.
De suerte crecen las llamas,
y por todas partes vuelan,
que, como no caben dentro,
salen por rejas y puertas;
los caseros y hortelanos,
con sus mujeres a cuestas,
van por aquellos jardines,
hechos rústicos Eneas.
«¡Fuego, fuego!», dan voces,
füego suena,
y solo Paris dice:
«Abrase a Elena».
8
Lisandro
Allá me parto, señores,
por ver si algo se remedia.
Ya que quedo sin mujer,
no es bien quedar sin hacienda,
que si con ella no pude
gozarte, Angélica bella,
pobre, ¿qué valor tendré?
Vase
Donato
Tarde vas, todo se quema.
«¡Fuego, fuego!», dan voces,
füego suena,
Faustino la mamó,
y alguien se huelga.
(Lope de Vega,
Los bandos de Sena, f. 138)9

  • 10 La comedia se publicó en los volúmenes de Cuatro comedias de diversos autores [...] recopiladas por (...)

6En contraste con esa breve relación de un incendio ocurrido en tiempo presente respecto al argumento dramático, pero en un espacio remoto, en la comedia atribuida a Lope de Vega El lacayo fingido, probablemente escrita también a finales del siglo xvi según Morley y Bruerton, el autor desarrolla con más detalle la secuencia para ofrecer la primera de las realizaciones modernas de esa convención dramática en lo que serán varios de sus rasgos más constantes10. También en el marco de una comedia de argumento amoroso central, el cuadro del incendio es utilizado aquí para dar inicio a toda la pieza, lo que le confiere asimismo una importancia estratégica en el desarrollo argumental. Pero, más que ello, son las características específicas de esta escenificación las que adquirirán después un carácter formulario y reconocible entre el público de los corrales, o acaso las que garantizarán un rasgo de espectacularidad e intensidad dramática exigido por ese mismo público. El inicio del motivo se hará invariablemente con gritos desde el fondo, por parte de personajes innominados, y con una frase concreta que se convertirá en el preludio arquetípico de este tipo de secuencias: ¡Fuego, fuego! En el caso de El lacayo fingido, todavía no tendremos una descripción de los sucesos directos del desarrollo del incendio, pero se crea por primera vez en nuestro teatro la ilusión de que el fuego está en el espacio contiguo al de los personajes, lo que va a permitir la realización de otro aspecto convencional: los protagonistas de la obra y otros personajes secundarios aparecerán corriendo alternativamente por el tablado, mostrando sus esfuerzos por apagar el incendio. Junto a ello, apreciamos aquí otro elemento que determina en buena medida la posterior importancia del cuadro dentro del desarrollo argumental de las piezas que la incluyen, sobre todo en argumentos amorosos: el rescate de la dama. Un gran número de galanes mostrará durante décadas el amor que sienten por sus damas, como el lacayo Leonardo de esta comedia, arriesgando su vida para rescatarlas de un incendio que el público casi nunca ve con sus propios ojos y volver al escenario del corral con ellas en brazos, sanas y salvas. En esta escena fundamental de El lacayo fingido veremos finalmente otro tema menor pero que tendrá cierta fortuna en el teatro posterior: una breve secuencia cómica de dos graciosos que chocan entre sí y rompen los cántaros con los que pretendían ayudar a apagar el incendio. Al inicio de nuestra comedia, lo que se representa es un incendio nocturno originado por el propio Leonardo, con el fin de aprovechar la confusión para llevarse a la dama Rosarda, como se aclara después:

  • 11 Estos versos probablemente indican que la escena pudo haber incluido también el sonido de las campa (...)
  • 12 Como se puede observar, en el texto conservado de la obra no hay indicaciones sobre el espacio, per (...)

Dicen desde dentro dos Guardas
Guarda 1
(¡Fuego, fuego!
Guarda 2
                    ¿Dónde, dónde?
Guarda 1
¡Fuego en casa del Marqués!
Guarda 2
¿Y hacia qué parte es?
Guarda 1
En lo que al muro responde.)
Sale un Mayordomo medio desnudo
Mayordomo
Id y haced que toque a fuego
luego la Iglesia Mayor
porque anda el fuego mayor.
¡Id corriendo, luego luego!
11
Dentro
Guarda 1
(¡Fuego, fuego!
Guarda 2
                     En la cocina
es donde se emprendió más.)
Sale el Bobo, cargado de asadores, gatos y perros.
Bobo
¡Válate San Nicolás!
Camina, hijo, camina.
Dentro
Guarda 1
(¡Vinagre, vinagre, hola,
que esto es lo que más importa!
Guarda 2
¡Corta aquesa viga, corta,
que el toque está en ella sola!)
Mayordomo
Vaya todo ese arco al suelo,
y no irá el fuego adelante.
Vase. Sale Leonardo con Rosarda en brazos
Leonardo
Hecho voy segundo Atlante,
pues llevo sobre mí el cielo.
Vase. Dentro
Guarda 1
(¡Socorro, presto!
Guarda 2
                       ¿Qué quieres?
Guarda 1
¡Todo lo alto es una fragua!
Guarda 2
¡Agua, agua!
Guarda 1
                  ¡Agua, agua!
Guarda 2
¡Al cuarto de las mujeres!)
Salen con dos cántaros, cada uno por su parte, rómpense y quiébralos
Guarda 1
¡Agua, agua, válate Dios!
Guarda 2
¡Más te valga a ti el diablo!
Guarda 1
¡Hame muerto, por San Pablo!
Guarda 2
¡Derrengome, vive Dios!
(Lope de Vega,
El lacayo fingido, pp. 23-26)12

  • 13 Cabe mencionar también el caso de la comedia La noche toledana, 1605, en la que Lope representa la (...)
  • 14 El santo negro se publicó en la Parte III de Lope, 1612, pero como han señalado varios estudiosos, (...)

7En el largo recorrido que tendrá esta forma específica de representación de incendios, y antes de comenzar a ser reproducida por otros autores, Lope ofrecerá diversas variaciones de interés sobre los elementos centrales ya reseñados. Ello sucede en particular con el traslado de esta secuencia a su teatro religioso, que sería también uno de los primeros ensayos de adaptar escenas concebidas para argumentos de teatro comercial, al parecer originales, a relatos basados parcial o totalmente en fuentes historiográficas13. El primer caso sería la comedia El santo negro Rosambuco, la escenificación de la vida de san Benedetto de san Fratello o san Benito de Palermo, escrita hacia el año 1607. Desconocemos las fuentes específicas que Lope utilizó para la concepción de su comedia, pero parece claro que el Fénix decidió reproducir el mismo tipo de escena de incendio que habría utilizado en El lacayo fingido, en esta ocasión para representar en principio la muerte del personaje de Lesbio, lo que da lugar después a su resucitación por parte del santo, uno de los milagros que conforman el argumento de la hagiografía14. Como se verá, para ello Lope reformula en cierta manera, para el episodio de la recuperación del cadáver de Lesbio, la secuencia del rescate de Rosarda que se había introducido en El lacayo fingido, y con ello da pie también a una ligera variación que cobrará más cuerpo en representaciones posteriores, y con cierta recurrencia en el teatro de Tirso: los gritos de la gente atrapada en el incendio.

  • 15 Aquí, el incendio no se usa para finalizar un acto, sino que se ubica en la parte central del acto (...)

Vase, y dan voces dentro
1.
(¡Fuego, fuego! ¡Acudid luego,
señores, a dar favor
al pobre alguacil mayor,
que abrasa su casa el fuego!)
Laura, dentro
Laura
(¡Cielos! ¿Qué desdicha fragua
mi mal y desasosiego?)
2.
(¡Fuego! ¡Ayuda!)
1.
(¡Fuego, fuego!)
2.
(¡Trayan agua!)
1.
(¡Trayan agua!)
Sale Laura huyendo
Laura
¡Ay, desgraciada de mí,
qué agüero me ha perseguido!
¡Señor, esposo, marido!
Dentro el alguacil mayor
Lesbio
(¡Que me abraso, ayuda aquí!)
Laura
¡Cielos, mi esposo se abrasa!
¿Qué he de hacer? ¡Yo soy perdida,
tenga mi Lesbio la vida
y quémese hacienda y casa!
¡Señor mío!
Lesbio
                 (¡Ay, que me muero!
¡Ayuda, Señor divino!)
Laura
¡Oh muerte vil, da camino
a mi vida, morir quiero!
Venga la muerte por puntos,
la espero. Dádmela, Dios,
que si morimos los dos,
vida alegre es morir juntos.
Salen Don Pedro y el Capitán
Don Pedro
¿Qué es esto?
Molina
                  ¿Qué grita es esta?
Laura
¡Ay, famoso capitán,
ay, don Pedro! Ya mi afán
a darme muerte se apresta.
La casa se me ha quemado
sin saber el modo o suerte,
y en ella la fuerte muerte
a mi dulce esposo ha dado.
¿Qué he de hacer, si me provoca
la fortuna encruelecida?
Mientras no pierdo la vida,
mi pena y congoja es poca.
Molina
Válgame Dios.
Don Pedro
                    Triste caso.
Molina
Suspenso estoy.
Don Pedro
                      Y yo triste.
Molina
Oh buen Lesbio, aquí tuviste
fin funesto y mortal paso.
Don Pedro
Quizá podremos libralle.
Ya es menor el fuego: entremos,
que cuando muerto le hallemos,
sepulcro podemos dalle.
Vanse Don Pedro y Molina […]
Salen Don Pedro y Molina y sacan muerto a Lesbio
Don Pedro
Murió al fin el mejor hombre
que tuvo Cicilia.
Molina
                     ¿Hay tal?
Laura
Señor mío, ¿vos mortal
y yo viva es bien me nombre? […]
Molina
Señora, ese desconsuelo
solo es para darte muerte.
Laura
¿Qué tengo de hacer?
Don Pedro
                             Advierte
lo que me ha inspirado el cielo.
El Santo negro cautivo
con Dios priva y puede tanto
que puede atajar tu llanto
y darte a tu esposo vivo […]
Laura
Llevemos mi dulce esposo,
don Pedro, a Jesús del Monte.
(Lope de Vega,
El santo negro Rosambuco, pp. 478-480)15.

  • 16 Fue terminada por el Fénix en abril de 1610, según la fecha que consta en el manuscrito. Después fu (...)
  • 17 Según sugiere Trambaioli en su resumen del estado de la cuestión (Lope de Vega, El caballero del sa (...)
  • 18 En términos literarios y devocionales, una diferencia sustancial se da aquí en el hecho de que el i (...)
  • 19 Como indicamos al inicio, en Los baños de Argel de Cervantes aparece una escena similar, acaso mode (...)

8Tras esta obra, Lope ofrecerá su segunda variación sobre el motivo del incendio adaptado a una comedia de tema religioso en la obra El caballero del Sacramento, la primera y una de las pocas obras del corpus aquí analizado cuyo manuscrito autógrafo se ha conservado16. En esta pieza Lope utilizará la secuencia del incendio con parámetros muy parecidos a los de la comedia sobre el santo Rosambuco, pero a través de un desarrollo escénico mucho más complejo y con importes innovaciones, algunas de las cuales tendrán proyección en la obra de otros ingenios. Se trata de una comedia excepcional, que mezcla varios motivos de la literatura de milagros sacramentales con un argumento de tipo amoroso, en la forma más convencional de la comedia nueva, la historia de don Luis de Moncada y su prima doña Gracia; aunque al final los elementos religiosos se imponen, para presentar un texto de exaltación religiosa, en cierta forma análogo a las comedias hagiográficas17. La escena inicia cerca del final del primer acto, como un incendio en una iglesia aledaña a la casa de la dama, que impide la fuga que los dos amantes habían planeado para esa noche, ya que el caballero decide en lugar de ello acudir al fuego y rescatar de las llamas el cofre del Sacramento —uno de los elementos que dará pleno sentido al título de la obra—18. En su ejecución se repiten al menos dos unidades básicas: el paso por el escenario de actores con cubos, y al final, el propio rescate del Sacramento, que es, como se verá, otra variación a lo divino de la secuencia original del rescate de la dama. Pero hay una primera innovación escénica de mucha importancia: en esta ocasión, Lope concibe el cuadro dramático mostrando al público parcialmente el edificio incendiado, tal vez mediante el uso de un balcón que haría las veces de campanario, donde aparece un sacristán atrapado en el fuego; con ello, Lope sugería también la utilización de fuego real, que después también se aplicaría al caballero don Luis al salir triunfante con el Sacramento, como se indica en una curiosa indicación en la acotación sobre el uso de aguardiente de quinta esencia para producir pequeñas llamas19. La segunda variación implicaría el ámbito de actuación, ya que al tiempo que se desarrolla el incendio veremos al personaje del cura y del lacayo Crispín narrando con horror lo que sucede dentro de la iglesia en llamas, y que representa todo lo que queda fuera de la perspectiva visual del público:

  • 20 Este es el primer diálogo en el que se hace una alusión directa a un posible ruido del fuego en rel (...)
  • 21 Respecto a la escena de incendio, no se constata ninguna modificación sustancial entre la versión q (...)

Dentro
[
Una voz]
(¡Fuego! ¡Fuego!)
Luis
                       ¡Muerto soy!
Crispín
La noche se vuelve día.
Gracia
                               Presto se sosegará.
sosiégate.
Luis
               ¡Ay, prima!
Gracia
                                ¡Calla!
Dentro
[Una voz]
(¡Se quema Santa Olalla!)
Crispín
Santa Olalla no podrá,
que ha mucho que está en el cielo.
Luis
¡La iglesia se está quemando!
Gracia
Yo bajo.
Luis
            ¡Espera!
Gracia
                          Pues, ¿cuándo?
Luis
Que se ha de abrasar recelo,
y mi persona podría
favorecer y animar
la gente, y aun remediar
el fuego que arder porfía,
porque de las luminarias
se debió de emprender luego.
Gracia
¿Estás loco?
Dentro

                  (¡Fuego! ¡Fuego!)
Luis
Fuego suena en partes varias20.
Gracia
Pues esta es buena ocasión
para sacarme de aquí,
que no me verán ansí,
con la gente y confusión.
Luis
Prima, no permita Dios
que yo dé tan mal ejemplo,
que deje quemar su templo
para templaros a vos.
Aquí podéis esperar,
que yo volveré después.
Gracia
¡Crueldad es!
Luis
                   Mas piedad es.
Crispín
La grita vuelve a sonar.
Luis
Partamos, amigo, luego.
Crispín
¿Tú quieres?
Luis
                   ¿No es más ganancia
fuego de tanta importancia?
Crispín
Camina, pues.
Dentro

[
Una voz]
                    (¡Fuego, fuego!)

Vanse. Un Cura viejo salga, y un Sacristán arriba toque una campana, de cuya torre salgan algunas llamas
Cura
¿No hay quien remedie tanta desventura?
Mas ¿qué remedio habrá? ¡Todo se quema!
Sacristán
¡Sáqueme de aquí luego, señor cura!
¡Mire que le requiero que me saque!
Cura
¡Encomiéndate a Dios, y toca, amigo!
Sacristán
¡Agua, señores, agua! ¡Fuego, fuego!
Tropa de gente salga medio desnuda, con calderos, entrando y saliendo

[
Vecino] I
Lo que es posible hacemos, mas ¿qué importa,
si no viene el remedio de los cielos?
Cura
Hereje es este fuego, pues que pierde
el respeto a los templos consagrados,
y quema las imágenes divinas.
¡Aprisa, aprisa! ¡Oh, cielos!, no aprovecha,
que la gente se abrasa y ya se rinde.
¡Ya caen las maderas abrasadas,
y lo demás parece que se hunde,
que el humo y polvo espeso lo confunde!

Entren don Luis y Crispín

Luis
Llega, Crispín, por esta parte.
Crispín
                                        Llego,
mas ¿tú no ves, señor, que todo es fuego?
Cura
¡Oh, valerosa sangre de Moncada,
cuánto movéis con tan divino ejemplo!
Mas no hay remedio: ¡abrasarase el templo!
Luis
Así me lo parece; no es posible
poderle dar remedio.
Cura
                            Pues, ¿qué haremos?
[
Vecino] 2
¡Abrasados salimos, no podemos!
Cura
¡Oh, si fuera posible en tanto daño
solo sacar el santo Sacramento!,
que con eso quedara consolado,
pero no puede ser, que ya se abrasa
frontal, retablo, altar, y la custodia
parece un horno de abrasado fuego.
Luis
¿En qué está el Señor de cielo y tierra?
Cura
En un cofre de plata.
Luis
                            ¡A Dios le ruega
me dé favor!
Cura
                  ¡Qué santo amor! ¡Qué ejemplo!
¡Bien pareces coluna de su templo!
Luis
¡Señor, que de esa cándida cortina
cubres la majestad que admira el cielo!,
si al arca del maná, cubierta y velo,
amor piadoso, como ves, me inclina,
perdona lo que un alma determina […]
[
Vase]
Crispín
¡Valiente hecho!
Cura
                      Y tan cristiano hecho,
que excede a cuantos hoy merecen fama,
mas todo es poco, pues por Dios es hecho.
Crispín
¡Ya se cubre del humo y de la llama!
Cura
Por el altar desde el cimiento al techo
el animoso incendio se derrama.
Si ha de morir allí, ¡dichosa suerte!
Crispín
¡Envidie el mundo tan honrada muerte!
¡Cómo suenan las llamas enemigas!
No suele el monte resonar al viento,
ni el barbecho, segadas las espigas,
con más furor y estrépito violento.
De arriba caen abrasadas vigas,
sacadas de la silla de su asiento,
que parecen los ángeles y estrellas
cuando bajó Luzbel el tercio de ellas.
¡Ah, pobre caballero, no parece!
Cura
¡Ah, rico caballero, aunque allí muera!
Crispín
Ya por la combustión que resplandece
parece que otro fuego reverbera:
él sale con el triunfo que merece.
¡Entra de presto, que al umbral te espera,
y tomarás el cofre soberano!
Cura
¡Voy a besarle la invencible mano!
[
Vase]
Crispín
Ya don Luis de Moncada al sacerdote,
que toma de rodillas todo el cielo,
le entrega al mismo Dios, para que note
de un valiente Moncada el mundo el celo.
¿Quién hay que no le envidie y se alborote,
bañándose de llanto y de consuelo?
¡Oh, más valiente que David triunfante
cuando libró a Israel, muerto el gigante!

Entre don Luis, en la cabeza algunas llamas, que se hacen con aguardiente de quinta esencia
Luis
¡Perdonad, Señor divino,
que el celo la culpa tiene!
Crispín
Abrasado de amor viene,
abrió en las llamas camino.
¡Espera, fuerte Moncada,
las llamas apagaré!
Luis
Como no apagues la fe,
cuanto es fuego, todo es nada.
Con un lienzo le apague las llamas
(Lope de Vega,
El caballero del Sacramento, pp. 583-589)21

  • 22 El primer dato objetivo para la datación de la obra fue la inclusión del título en la segunda lista (...)

9La última comedia hagiográfica de esta etapa del teatro del Fénix en que lo vemos incorporar la escena, sobre todo en piezas de tema religioso, es la obra San Nicolás de Tolentino, posiblemente escrita entre 1612 y 1615. En ella, a diferencia de lo que sucedió con El santo negro y El caballero del Sacramento, donde el cuadro del incendio parece haber sido entera invención de Lope, se introduce una breve secuencia de fuego que en efecto aparece descrita en las fuentes hagiográficas en las que el Fénix debió de basarse, en particular en la Vida y milagros del glorioso confesor san Nicolás de Tolentino, de J. González de Critana, como ha señalado J. Aragüés, 201122. En la comedia la escena aparece en la parte central del acto III, y en concreto se trata de la representación de uno de los milagros de los célebres panes de san Nicolás, que se presentan como el instrumento de la intervención divina para sofocar rápidamente un incendio originado muy cerca del convento de agustinos del santo. Como en casos anteriores, después de los gritos dentro que indican el inicio del cuadro y sitúan el incidente fuera de la perspectiva visual de los espectadores, aparecen en el tablado varios personajes —aquí, los agustinos compañeros de Nicolás— representando sus esfuerzos para apagar el fuego, incluida la vertiente cómica, como se había desarrollado con la ruptura de los cántaros en El lacayo fingido:

  • 23 En la cita del texto sigo la puntuación del editor, R. Norton, pero evito sus enmiendas, para mostr (...)

Vanse y dan voces dentro
Lidia
(¡Fuego, fuego!)
Feniso
                    (¡Que se abrasa
nuestra casa! ¡Fuego, fuego!)
Salgan
¡Agua, por Dios, agua luego,
que se arde toda la casa!
Feniso
Parece que no hay remedio
contra las voraces llamas.
Aurelio
Si un mar, Feniso, derramas,
hay un elemento en medio.
Lidia
Aurelio, ¿qué hemos de hacer?
Rosela
Acudid presto, señores,
que tan estraños ardores
de Infierno deben de ser.
Ya se emprende por mi casa;
¡venid al socorro os ruego!
Aurelio
Con el aire crece el fuego,
y de una en otra se pasa.
Llamad en San Agustín;
vengan padres del convento.
Salen el Prior y fray Ruperto, alzados los hábitos en la correa, con un cántaro
Prior
Corra, padre.
Ruperto
                  En un momento
verá de la llama el fin.
Prior
¡Arroje presto!
Ruperto
                   Ya arrojo.
Prior
¡Qué poca maña se ha dado!
Ruperto
¿Piensa que es nuestro pescado,
que le echamos en remojo?
Lidia
¡Ay, padres! ¡Sean bienvenidos!
Prior
Dios la consuele.
Ruperto
                       Mi padre,
no habrá remedio que cuadre;
aire y fuego están unidos.
¿No se probaría aquí
un panecito de aquellos
de Nicolás?
Prior
                ¿Tiene de ellos?
Ruperto
Nunca se apartan de mí,
ni sé cuál hombre cristiano
uno deja de traer.
Prior
¡Fuego, en virtud del poder
de Dios, tu rey soberano,
y la gracia concedida
a su santo, Nicolás,
ni quemes, ni crezcas más!
Ruperto
¡Templó la llama encendida
luego que en ella cayó!
Aurelio
¡Milagro!
Ruperto
             ¿Fue buen consejo?
Prior
¡Oh claro, oh divino espejo
de santidad!
Ruperto
                  Siempre yo
tuve con él esta fe
(Lope,
San Nicolás de Tolentino, pp. 320-322)23

10En nuestra opinión, el conjunto de obras señaladas hasta este momento constituiría una primera etapa del desarrollo de la escena de incendio, caracterizada por sus apariciones y variaciones más tempranas dentro del teatro de Lope de Vega, primero en comedias amorosas y después mayoritariamente en piezas de temática religiosa, donde la secuencia es utilizada en especial para la representación de hechos milagrosos. A partir de algún momento del segundo decenio del xvii, en cambio, veremos una amplia difusión del motivo en otros autores, y también ciertas variaciones en alguna pieza posterior del Fénix, aunque manteniendo en lo general los rasgos más importantes de representación que hemos identificado en las piezas tempranas, con base fundamental en recursos sonoros, de actuación y disposición espacial. Al lado de su difusión por un conjunto más amplio de autores, también constataremos otra innovación de importancia en su aplicación a comedias de otros subgéneros no explorados hasta este punto, especialmente obras históricas o histórico-legendarias y de hechos recientes.

  • 24 Fue publicada en la Segunda parte de comedias de Guillén de Castro, en Valencia, por Miguel Sorolla (...)
  • 25 La comedia ha recibido muy poca atención crítica, pero se puede ver un comentario general sobre el (...)

11Así, en la estela de lo visto en la comedia nueva de Lope, la secuencia recibió un impulso mayor en una de las más célebres comedias de Guillén de Castro, Dido y Eneas, representada tal vez en Valencia hacia 1616, y que Lope de Vega elogió sentidamente en la dedicatoria de Las almenas de Toro de la Parte XIV a finales de 1620 o principios de 162124. Se trata de uno de los únicos casos en que la escena de fuego aparecerá en el marco de una tragedia, y es asimismo otro ejemplo claro en el que tal esquema aparece por estar referido en el argumento original en que se basó el ingenio para diseñar su pieza, como vimos al menos con el San Nicolás de Lope; en este caso, la Eneida, y en particular para el episodio comentado el libro II, la toma y destrucción de Troya25. El segundo cuadro del primer acto presenta uno de los momentos más álgidos del sitio, y los esfuerzos de Eneas por poner a salvo a su familia, con lo que Guillén introduce en el teatro español el que sería el referente de origen clásico más cercano al motivo áureo que vamos comentando: el rescate del fuego de Anquises, Creúsa y Ascanio. Sin embargo, no cabe duda de que Guillén no partió solo de esa bien conocida fuente y de su propio ingenio, sino que debió de haber visto ya otras formas de representar un incendio en las tablas y la explotación espectacular de tales esquemas. Después de representar la llegada de Dido a las tierras de Yarbas, donde fundará Cartago, el segundo cuadro presenta directamente el episodio bélico de la pérdida y destrucción de Troya, pero usando la entrada habitual de la escena de incendio, que va a enmarcar la extensa secuencia que se desarrolla a continuación:

Vanse, y suena ruido de armas dentro, y sale Eneas con espada y rodela
Dentro
(¡Traición, traición! ¡Fuego, fuego!)
Eneas
¡Ah, Troya desdichada!
Del cauteloso griego
nunca vencida, pero ya engañada.
Bien Casandra decía,
¡oh, maldito Sinón, ah, Troya mía!
Griegas armas traidoras
resuenan, ofendidas y crüeles.
Las llamas voladoras
por los piramidales chapiteles
tan soberbias se encumbran
que al cielo abrasan y a la tierra alumbran.
¡Ay, pueblo desdichado,
ay, cielos ofendidos!
Ya el griego se ha vengado,
ya entre quejas, lamentos y gemidos
fuego en los aires suena.
¡Ay, cielos!

Dentro
              (¡Fuego, fuego!)
Eneas
                                    ¡Abrase a Elena!
Favor quisiera darte,
querida Troya, pero estoy mirando
a dónde y por qué parte
iré muriendo y moriré matando,
aunque animoso, ciego,
entre armas, confusión, desdicha y fuego [...] .
(Guillén de Castro,
Dido y Eneas, pp. 516-517)

12Como se puede observar, en su parlamento el personaje de Eneas hace especial énfasis en la descripción del fuego originado en el sitio y su ruido, para sustentar o completar los habituales gritos dentro que generan el marco sonoro del motivo. Es el inicio de una representación más extensa de episodios de enfrentamientos con armas, que culminan con una de las escenas de mayor tensión dramática de la obra, y que sin duda contribuyó a su enorme éxito, el rescate de Anquises. Para ello Guillén va a realizar una interesante innovación, en la escena que se leerá a continuación, al ofrecer directamente frente al público el edificio en llamas, representando además la totalidad del él, y no de forma fragmentaria, como habíamos visto con el uso de la torre en El caballero del Sacramento; además, si entendemos bien la secuencia, no solo aparecerá de nuevo el uso de fuego real en las ventanas, sino que también se habrá acudido a la utilización de tres balcones diferentes por cada una de las víctimas atrapadas, repartidos horizontalmente en la pared del fondo, para representar el dilema de Eneas y lograr con ello una mayor espectacularidad visual. La escena finalizará con el rescate en hombros de Anquises y del resto de su familia de la tradición clásica, pero traducido a las convenciones escénicas barrocas del rescate del fuego, con lo que Guillén ofrece una variación que será reproducida por otros ingenios en los años inmediatos:

  • 26 En los versos siguientes, los actores vuelven a salir de escena, para regresar poco después, todaví (...)

Parecen arriba, entre llamas, Anquises, Ascanio y Creúsa
Anquises
¿Hijo?
Ascanio
         ¿Padre?
Creúsa
                     ¿Esposo?
Eneas
Es mi desdicha eterna,
Acates. ¡Padre, hijo, esposa amada!
Esa gente gobierna,
con menos concierto retirada,
y del ardiente llama
sacaré aquella sangre que me llama.

Vase Acates

Anquises
¡Hijo!
Eneas
          Padre, ya llego.
Ascanio
¡Padre!
Creúsa
           ¡Esposo, señor, por esta parte
ya nos alcanza el fuego!
Eneas
Cielos, si a repartirme fuera parte,
haciéndome pedazos,
allí enviara el pecho, allí los brazos.
Anquises
Hijo, mi amor te lleve
a tu esposa y mi nieto, esto te ruego.
No a mí, en quien tanta nieve
mejor resistirá el ardor del fuego.
Allá los pasos guía.
Eneas
Esa piedad obliga más la mía.
Ascanio
¡Ay, padre, que me abraso!
Creúsa
¡Ay, hijo de mi vida, esposo, esposo!
Anquises
¡Eneas, mueve el paso
ve al tierno hijo!
Eneas
¡Oh, trance riguroso!
Anquises
¡Déjame entre las llamas!
Eneas
Cuanto más me despides, más me llamas.
Tú serás el primero
a quien socorran mis piadosos brazos. [
Vase Eneas…]
Sale Eneas con su padre Anquises en los hombros, la espada desnuda, su hijo Ascanio de la mano, y Creúsa que los sigue
Eneas
¿Quién tuviera mil manos?
Dentro
(¡Divo Eneas, socorro, aprisa, aprisa!)
Eneas
Perdonadme, troyanos,
que obligación me lleva más precisa:
¡no me dejes, Creúsa!
Creúsa
Lo que dispone el cielo no se escusa.
(Guillén de Castro, Dido y Eneas, 519-521)26

  • 27 Los dos impresos del Fénix en que se incluyó la obra fueron La Vega del Parnaso, 1637, y la Parte X (...)
  • 28 Sobre estos argumentos secundarios de tipo amoroso en comedias de base histórica en Lope, véase el (...)
  • 29 Muy poco tiempo antes de la comedia de Lope, encontramos también una acotación que indica la produc (...)

13Acaso con el recuerdo presente de la escenificación de Dido y Eneas que debió de presenciar pocos años antes en Valencia, y naturalmente también con el de sus propias comedias en las que había utilizado el esquema, Lope acude de nuevo y al parecer por última vez a la escena del incendio en su comedia La nueva victoria de don Gonzalo de Córdoba, fechada en el manuscrito autógrafo en 8 de octubre de 1622, y publicada de manera póstuma en dos impresos, con el título de La mayor victoria de Alemania27. Como en la comedia de Guillén de Castro, y por primera ocasión en la obra del Fénix, el contexto en que se representa el incendio es el de una confrontación militar, pero en este caso el autor recuperará para las tablas españolas de forma definitiva la vinculación del motivo con un argumento amoroso, como habíamos visto en la pieza temprana El lacayo fingido, y también como en aquella, volverá a tener importancia central el rescate de la dama por parte del galán, aspectos ambos que verán a partir de este momento un éxito mayor en el teatro hispano. La comedia, como es sabido, representa principalmente parte de la campaña del Palatinado del hermano del duque de Sesa y en concreto su victoria en Fleurus contra los ejércitos holandeses protestantes, ocurrida el 29 de agosto de 1622, poco más de un mes antes de la escritura del texto de la obra; se trataría así de la primera comedia de hechos recientes o de propaganda política en incluir el motivo que nos ocupa, aunque se presenta más bien en el marco de un argumento secundario, enteramente ficticio, con el que Lope complementa los hechos verdaderos representados: la historia amorosa de los españoles don Juan y Lisarda. La escena se origina en la parte central del segundo acto de la obra como un incendio provocado —igual que en El lacayo fingido— por el antagonista principal, el bastardo Mansfeld, sobre un grupo de casas en el territorio flamenco de Henao28. La secuencia de Lope incluye un par de interesantes innovaciones literarias muy propias de la comedia nueva: primero, la réplica o parodia del rescate de la dama por parte de los criados, junto al escenificado por los protagonistas principales; y después, el hecho de que el galán logra rescatar a su dama disfrazada en hábito de soldado sin saber que se trata de ella, de lo que toman consciencia solo después del incendio. Más allá de ello, en el ámbito estrictamente escénico se pueden observar dos aspectos también de mucho interés: el posible uso de fuego real, al menos en la concepción original propuesta por el poeta, acaso en una forma análoga a lo que se indicaba en el manuscrito autógrafo de El caballero del Sacramento y en la obra de Castro; y, sobre todo, una de las primeras referencias que constatamos en acotaciones a un indefinido ruido del fuego, que al parecer presupone ya en ese momento la existencia de una forma convencional de producir el efecto sonoro de la escena, y que en todo caso a partir de esta primera aparición se hará relativamente frecuente en acotaciones de comedias posteriores29:

  • 30 La comedia se escribió para la compañía de Juan Bautista Valenciano, y los dos papeles de Lisarda y (...)

Mansfeld
Que envíe a España las banderas siento;
mas esta vez yo pienso castigallos:
¡quemad esos casares, dad al viento
las vidas de estos bárbaros vasallos
de Filipe español!
Obispo
                       Ya con manojos
de fuego, son cenizas y despojos.
Mansfeld
Páguenme los villanos la matanza
que han hecho en nuestra gente.

Dentro
                                          (¡Fuego, fuego!)
Mansfeld
Mejor es que de sangre la venganza.

Álcense algunas llamas y salga, medio desnudo, Bernabé
Bernabé
¡A qué mal tiempo a ver mi dama llego!
¡Fuego anda allí! Si a nuestra casa alcanza,
dejo el amor y me deslizo luego.
Éntrese Bernabé
Mansfeld
Ya los villanos andan alterados.
Obispo
¡Oh, quién los viera a todos abrasados!
Éntrense y suene el ruido del fuego
Vulpin
¡Fuego, fuego! ¡Que viene el enemigo!
¡Armas, armas! ¡Que huyen los cobardes!
Medrano [con] la espada, desnudo
Medrano
Aunque me han de matar, las tropas sigo.
¡Tú, Lisardo, levántate! ¡No tardes!
¡A qué temeridad el pecho obligo!
¡El fuego crece! Mira que no aguardes,
que luego volveré, si tengo vida,
en tu defensa y por mi honor perdida.

Éntrese, y salgan Bernabé con la labradora en brazos

Bernabé
Ven, Sabina, por aquí.
Sabina
Muestra, español, tu blasón.
Bernabé
No dices nitifiston.
Sabina
¿Si digo ya sí?
Bernabé
                    Eso sí.
Éntrense, y salgan don Juan con Lisarda en brazos
Lisarda
Si darme vida deseas,
al nuevo Aquiles prefieres.
Juan
No sé, mancebo, quién eres,
mas basta que español seas.
Lisarda
Y tú castellano Eneas,
pues del fuego huyendo voy.
Juan
¿Qué es esto que viendo estoy?
¿Es Lisarda?
Lisarda
                  ¡Sí, mi bien!
¿Es don Juan?
Juan
                     ¡Mi mal, soy yo!
Lisarda
Tú, en fin, habías de ser
el que la vida me diese.
(Lope de Vega,
La mayor vitoria de Alemania, pp. 465-467)30

  • 31 Recuérdese que, como se indicó, en La villana de la Sagra de Tirso, ca. 1609, se había presentado y (...)

14Después de La nueva victoria del año de 1622, en la que como señalamos se dieron numerosas innovaciones literarias y escénicas en relación al esquema dramático del incendio, no encontramos de momento ninguna otra pieza posterior en la que el Fénix, a quien en principio podemos atribuir la creación o al menos la primera gran difusión del motivo, la haya vuelto a incluir. En cambio, coincidiendo aproximadamente con ese mismo momento entre finales de la segunda década de siglo e inicios de la tercera, veremos un amplio desarrollo de la escena en el teatro de Tirso de Molina, que se convertirá así en el primer gran seguidor de Lope en este sentido, como lo fue en muchos otros, pero con una importantísima influencia de la comedia de Guillén de Castro. En la obra del mercedario podemos encontrar al menos cinco obras teatrales, de distintos subgéneros y una cronología a veces difícil de establecer, en las que se verifica en todo caso un uso muy cercano de nuestra convención escénica en la forma en la que se había desarrollado a grandes rasgos en los primeros veinte años del xvii, junto a puntuales variaciones originales del autor dirigidas sobre todo a la concepción espacial de la secuencia.31

  • 32 La comedia se publicó por primera vez en la Parte IV de comedias de Tirso, en 1635, y presenta comp (...)
  • 33 En lugar de ello, las hagiografías señalan particularmente los milagros de Homobono en relación con (...)

15De este grupo de comedias, el cuadro del incendio tiene una importancia argumental y una mayor complejidad de representación especialmente en tres piezas, todas pertenecientes a distintos subgéneros dramáticos. La que podría ser la pieza más temprana del conjunto que identificamos es la comedia hagiográfica Santo y sastre, sobre el santo laico del siglo xii Homobono de Cremona, escrita en algún momento del periodo entre décadas que hemos indicado32, y cuyo primer aspecto notable es diseñar la escena combinando varios de los elementos consolidados a través de la obra del Fénix con otros que solamente habían aparecido en la destrucción de Troya escenificada por Guillén de Castro. El incendio en la comedia parece entera invención de Tirso, ya que no tiene ningún referente en las posibles fuentes hagiográficas conocidas, que no hacen mención de incendios ni de ningún milagro del santo vinculado con el fuego33; así, el autor parece haber concebido la secuencia como una reelaboración libre del tema general de la pérdida de la hacienda de Homobono y su desprecio de los bienes terrenales recogidos en sus historias. El cuadro, que se presenta para finalizar el acto II, incluye en términos generales el rescate de la dama, que en este caso es la esposa de Homobono; el paso de los graciosos rompiendo los cántaros, cuyo origen identificamos en El lacayo fingido; y, en relación también con el uso de la escena para presentar un milagro, la salvación del fuego por intervención divina, tal vez un traslado de la hagiografía de san Nicolás de Tolentino que también había explotado Lope. Pero un elemento original del mercedario es el hecho de que nos muestra a los protagonistas en algún lugar dentro del edificio en el momento de iniciarse el incendio, cuando lo habitual era siempre mostrarlos desde fuera, y con ello también el instante en que el galán toma a la dama en brazos para llevarla de ahí, en vez de limitarse a la salida final. La siguiente escena presenta a los dos rivales que han originado el incendio, Lelio y Grimaldo, observando la salida milagrosa de Homobono con Dorotea y otros personajes, que han representado con sus salidas y entradas un desplazamiento de amplio recorrido, y el motivo del rescate de varias personas a la vez, ambos asuntos seguramente tomados de la secuencia de Eneas de Guillén de Castro. Una pequeña variación adicional es la alusión directa, en los gritos del fondo que inician el cuadro, de las personas que se quedan atrapadas dentro del incendio, asunto tal vez originado en El santo negro Rosambuco de Lope, y que aquí van a mencionar expresamente la obstrucción de las salidas, un tema que será recurrente en Tirso y otros ingenios:

Voces y alboroto de dentro como que se queman
Primero
(¡Agua, que se está abrasando
nuestra casa!)
Todos
                   (¡Fuego, fuego!)
Segundo
(Tomado nos han el paso
las llamas.)
Tercero
                 (¡Socorro, cielos!)
Pendón
¿Socorro?, que nos socorran
socarrones elementos:
¿qué habemos de hacer, señor?
¿Hay pozo, hay noria en el huerto?
Homobono
Ya, mi Dios, vuestros trabajos
comienzan, y yo comienzo
con paciencia a recibirlos,
y con gusto a padecerlos.
Todos
(¡Agua!)
Pendón
             Mejor fuera vino.
Uno
(¡Agua!)
Pendón
            Aquel es tabernero:
¡maldiga Dios quien tal pide!
Vase. Sale descabellada Dorotea
Dorotea
Esposo, el nombre de bueno
que tienes, si se conforma
con tus obras verdadero,
me defienda, que me abraso,
me socorra, que me quemo.
Homobono
Piadoso Dios, no permita
vuestro amor clemente y tierno,
que mi esposa sea manjar
lastimoso de este incendio.
Imite yo a Job agora,
padezca mi hacienda y cuerpo,
no el alma, la vida no;
sacarla en brazos quiero
en vuestro favor guiado.
Llévala en brazos. Sale Pendón con un cántaro
Pendón
¡San Antón en los santelmos,
san Cristóbal en los rayos,
santa Bárbara en los truenos,
te rogamus audi nos!
Sale Esperanza con otro cántaro, encuéntrase con Pendón, quiébranlos y caen
Esperanza
¡Ay!
Pendón
       Esperanza, ¿qué has hecho?
Esperanza
Cascos, y no de membrillos.
Pendón
En los míos, a lo menos,
tocaste casco. ¿A dó vas?
Esperanza
¿Qué sé yo?
Pendón
                  Seguirte quiero.
Esperanza
No es este tiempo de burlas,
que me abraso.
Pendón
                     Pie de puerco
seré, pues que me chamuscan.
Esperanza
En la tinaja me meto
del agua.
Pendón
             Pues no te sigo,
que me volveré cangrejo.
Vanse. Salen Lelio y Grimaldo, y luego Homobono, y asidos de él Dorotea, Sabina, Esperanza, Roberto, Valerio y Pendón
Lelio
Abrásense, pues me abrasan
en la Troya de mis celos.
Homobono
No teman, mis pasos sigan.
Grimaldo
Dividiéndose va el fuego
por donde Homobono pasa,
que es santo y tiene respeto.
Homobono
Desmayada va mi esposa,
aliviad sus desconsuelos
en tal trabajo, Dios mío.
Sabina
Mientras le toco no temo
las llamas que huyen de mí.
Roberto
Contigo seguro vengo,
caro Eneas de este Anquises.
Pendón
Eslabónome siguiendo
estos cofrades de luz.
Esperanza
Yo tras ti, Pendón, no temo.
Pendón
¿Tú tras mí?
Esperanza
                 ¿Pues no lo ves?
Pendón
¡Qué mala contera llevo!
Homobono
Ea, mi Dios, abrasada
la hacienda, mejor podremos
serviros, que siempre han sido
los bienes impedimentos
de la virtud. Padre mío,
en vuestra casa el remedio
de esta desgracia tengamos.
Roberto
Vamos, hijo, pues tan presto,
cuando rico te juzgaba,
empobreciste, que necio
es quien de caudales fía,
y no en virtud.
Pendón
                    Parecemos,
sin cáscaras y en camisa,
Esperancilla, ¿direlo?
Esperanza
Dilo.
Pendón
        Piñones mondados
en casa del pastelero.
(Tirso de Molina,
Santo y sastre, pp. 701-705)

  • 34 El dato más importante para sugerir la fecha de la obra es el testimonio de un documento de palacio (...)
  • 35 Junto a ello, cabe señalar que Tirso también enmarca la escena en un planteamiento simbólico más co (...)

16La segunda aparición de importancia de la escena de incendio en la obra de Tirso se ofrece en la comedia Palabras y plumas, escrita probablemente hacia 1623, según la datación que propuse en su momento para esta obra, y publicada en la Primera parte de comedias del mercedario en 1627. La obra de Tirso se basa en algunos rasgos generales en la vida real del caballero español don Íñigo de Ávalos en la corte del rey napolitano Fernando I, aunque en realidad ofrece un argumento en su mayor parte original, basado sobre todo en modelos literarios de Boccaccio y de Lope34. Para cerrar el primer acto de su pieza, Tirso desarrolla el incendio como una prueba más del amor incondicional del caballero Íñigo frente a la dama Matilde, y también para desarrollar de nuevo un claro contraste entre la valentía del español y su rival, el cobarde Próspero; además, se presenta como un incendio provocado, dentro de la línea argumental del conflicto político de Matilde con el caballero Rugero35. En este caso, Tirso propone otra vez un desarrollo de mayor complejidad que varios de los antecedentes vistos, porque se basa en una original combinación de espacios ficticios y teatrales: primero, la escena de inicio del fuego tiene lugar nuevamente en una habitación interior, la cámara en la que descansa Matilde, ubicada según la lógica de la ficción en un nivel superior del edificio; es ahí donde ella y Próspero escuchan los primeros gritos que anuncian el incendio. Ello dará pie para que Tirso retome en el cuadro siguiente y principal el modelo del incendio tal cual se había desarrollado en el Dido y Eneas de Guillén de Castro, en el que el público observaría la totalidad del edificio gracias al uso del balcón, que es además donde Tirso va a situar ahora la habitación de Matilde vista versos antes, logrando un espléndido traslado de espacio horizontal y remodelando así también el esquema del rescate de la dama:

Dentro voces
Gallardo
(¡Socorro, agua, que se abrasa,
cielos, nuestra quinta y casa!)
Todos
(¡Fuego, fuego!)
Gallardo
                     (¡Acudid presto,
que están las puertas cogidas
y se ha de abrasar la gente!)
Matilde
¿Hay caso más inclemente?
Próspero
Riesgo corren nuestras vidas.
Mirad, Princesa, por vos,
que el fuego nos ha asaltado
y las puertas ha atajado.

Todos
(¡Que nos quemamos, mi Dios!)
Matilde
Príncipe, ¿qué hemos de hacer?
Próspero
Por esta ventana quiero
saltar.
Matilde
           ¿Tú eres caballero?
Si te obliga una mujer
a quien tanto dices que amas,
descuélgame antes por ella.
Próspero
Todo el temor lo atropella,
y ya se acercan las llamas.
¿Cómo haré lo que me mandas
si no hay con qué te librar?
Matilde
La capa puedes rasgar:
con las ligas, con las bandas
que atemos, y con sus tiras,
nos libraremos los dos.
Próspero
¡Gentil espacio, por Dios,
para el peligro que miras!
Salta, princesa, tras mí,
si te atreves.
Matilde
                  Pues, traidor,
¿esa es la ayuda y favor
que me prometiste aquí?
¿El fuego que deseabas
que en la quinta se encendiese
porque tu amor conociese?
¿Lo mucho que blasonabas?
¿El jurar, el prometer
de no dejarme jamás?
Próspero
Aquí, princesa, verás
lo que hay del decir a hacer.
En muerte no hay juramento
con que obligarme presumas,
porque palabras y plumas
dicen que las lleva el viento.
Vase
Matilde
Pues no pienses, enemigo,
que ansí tienes de librarte,
que el huir he de estorbarte
porque te abrases conmigo.
Vase. Salen Gallardo, Sirena y don Íñigo, alborotados
Don Íñigo
¿Y dónde está mi princesa?
Sirena
¡Ay, hermano de mi vida,
ya de llama homicida
será mal lograda presa!
En los brazos del sosiego
durmiendo su muerte fragua,
porque lo que no hizo el agua
ose ejecutar el fuego.
En ese cuarto se abrasa,
siendo el remedio imposible
porque la llama terrible,
juez violento de tu casa,
de fuego ha puesto las guardas
a las puertas.
Don Íñigo
                   Pues quedar
hecho ceniza, y mostrar
de amor hazañas gallardas…
Sirena
¿Estás loco?
Gallardo
                   ¡Señor mío,
detente, que tu afición
no es caso de Inquisición,
ni tu hereje ni judío!
Basta quedar de la agalla,
sin casa, ropa ni hacienda.
Don Íñigo
Nadie empedirme pretenda,
que he de abrasarme o libralla.
¡Haga aquí mi esfuerzo alarde!
Salen a la ventana Matilde y Próspero
Matilde
¡Conmigo te has de abrasar,
sin que te deje librar,
descomedido, cobarde!
Próspero
¡Vive Dios, si no me dejas,
que con la daga te pase
el pecho!
Matilde
              ¡Como te abrase
el fuego y vengue mis quejas!
Mátame.
Próspero
              ¡Suelta, atrevida,
y cuando ves que me abraso
de palabras no hagas caso,
que más me importa la vida!
Éntranse los dos
Don Íñigo
¡Oh, bárbaro, vive Dios,
que ha de ver por experiencia
Matilde la diferencia
que el amor hace en los dos!
La princesa de Salerno
saldrá libre, a tu pesar,
aunque lo intente estorbar
el fuego del mismo infierno.

Éntrase
Gallardo
Por el tropel de las llamas
se arrojó.
Sirena
              ¡Bravo valor,
salamandria del amor!
Él te libre, pues bien amas.
Gallardo
Envuelta en su misma capa
la trae.
Sácala envuelta en la capa
Don Íñigo
            Vamos a la fuente,
que aplaque el rigor ardiente
de que mi valor te escapa.
Sirena
Sales herido.
Don Íñigo
                  ¿Qué importa,
si con lo que adoro salgo?
Matilde
Español de pecho hidalgo,
los pies te pido.
Don Íñigo
                     Reporta.
Matilde
Dos veces debo a tus brazos
la libertad con la vida.
Ella será agradecida
a tus generosos lazos:
Salerno te ha de llamar
su príncipe.
Gallardo
                 ¡Buen bocado!
Don Íñigo
Pues del fuego te he librado,
y te he sacado del mar,
ya gozan mis pensamientos,
con tu vida, el galardón.
Matilde
De lo que te debo son
testigos dos elementos.
Deseos agradecidos,
mudad de amor y consejo.
Gallardo
Llamas, a Dios, que allá os dejo
el arca de mis vestidos.
Éntranse todos y dase fin a esta primera jornada
(Tirso de Molina, Palabras y plumas, pp. 108-112)

  • 36 Véase la introducción de M. Zugasti a la Trilogía de los Pizarro (Tirso de Molina, Obras completas, (...)
  • 37 Como he indicado, no he podido encontrar ningún referente de este episodio en las fuentes señaladas (...)

17La tercera de las comedias del mercedario donde se ofrece una importante escena de incendio es la comedia de tema histórico La lealtad contra la envidia, dedicada como es sabido a los principales hechos de Fernando Pizarro en Perú, principalmente a partir de la revuelta de Manco II de 1536 y las siguientes guerras civiles peruanas. Escrita entre 1626 y 1629, las fuentes del texto reconocidas por la crítica son sobre todo la segunda parte de los Comentarios reales del Inca Garcilaso, y los Varones ilustres del nuevo mundo, de un descendiente de los conquistadores, Fernando Pizarro y Orellana36. Pero a los datos estrictamente históricos de aquellas crónicas Tirso parece añadir de su invención algunos episodios secundarios propios de las comedias amorosas, aunque en relación con el personaje histórico principal. De esta naturaleza debe de ser la secuencia inicial de la obra, que presenta la extensa narración de un juego de toros en la plaza central de Medina del Campo, presenciado en ese mismo momento por los personajes que están en el escenario, Obregón y Cañizares, y en el que se distingue por su valor Fernando Pizarro, «Marte perulero». Al acabar este de hacer el rejón, entra a escena con don Alonso de Quintanilla, hablando de algunos sucesos y de su vida pasada como soldados, al final de lo cual son sorprendidos por los gritos iniciales de nuestro conocido motivo, que sin embargo presentará de nuevo importantes modificaciones respecto al modelo de Lope y Guillén. El fin principal de este fragmento inicial será dar una importancia mayor a la escena del rescate de la dama y la caracterización heroica del galán Pizarro, como vimos en otros casos. Pero lo que nos cuenta la obra a continuación es insólito en el teatro previo: los protagonistas observan y narran aterrados para el público el incendio de la plaza entera, y la visión de los habitantes de las casas saliendo desesperados por las ventanas para alcanzar el tablado construido para la fiesta de toros37. Sin cesar los gritos de fuego, a continuación se refiere el desplome de aquel tablado, y además, el escape de un toro, que embiste hacia el caos de la gente en la plaza, y en particular contra una dama que era llevada en silla de manos, coincidentemente, la amada de don Fernando. De esta forma, Tirso va a resolver nuestro esquema dramático de la misma forma que siempre pero, contra toda expectativa de lo habitual, presentando el rescate de la dama de la furia de un toro:

  • 38 Cabe señalar que en la misma comedia, en el acto II, se representa otro incendio, que Tirso toma li (...)

Gritos y ruido dentro de fuego
Fernando
Quien de adulaciones vive
poco le debe a su estrella.
Pero escuchad, ¿qué rüido
es este?
Dentro
            (¡Agua, que esta casa
se quema!)
Otro
                (¡Agua, que se abrasa
esta acera!)
Otro
                (Ya ha cogido
las puertas el fuego.)
Otro
                           (¡Ayuda,
que me abraso!)
Otro
                      (¡Que me quemo!)
Otro
(¡Que me ahogan!)
Quintanilla
                         ¡Triste extremo!
Fernando
¡Qué brevemente se muda
el regocijo en cuidados!
Quintanilla
Confusa con la congoja,
toda la gente se arroja
sin sentido a los tablados
desde los balcones.
Fernando
                          ¡Llamas
terribles, incendio extraño! […]
Gritos de dentro y ruido como que se ha hundido un tablado
Quintanilla
La multitud de la gente
con todos hundió el tablado.
Unos
(
¡Jesús, Jesús!)
Otro
                      (¡Que me matan!)
Otro
(¡Que me ahogan! ¡Confesión!)
Fernando
¿Hay más triste confusión?
Otro
(¡Agua!)
Otro
            (¡Favor!)
Fernando
                          Se retratan
sus congojas en mi pecho.
¡Ah, cielos, que no haya traza
de socorrerlos!
Quintanilla
                    La plaza
va toda allá sin provecho,
porque antes la multitud
estorba que favorece.
Fernando
Voraz el incendio, crece
el espanto y la inquietud.
Quintanilla
En una silla han sacado
del riesgo una dama bella.
Fernando
¡Válgame Dios! ¿No es aquella
doña Isabel de Mercado?
¿Qué espero aquí si la adoro?
Dentro
¡Huir, que el toril se ha abierto!
Unos
(¡Agua!)

Otros
            (¡Favor!)
Otro
                        (¡Que me han muerto!)
Otro
(¡Confesión!)
Quintanilla
                  ¡Soltose un toro!
Fernando
Y hacia el tablado caído
se encara contra la gente.
Quintanilla
¡Extraña ocasión!
Fernando
                        Presente
mi dama, desaire ha sido
cuando tanto la he querido
el no irla yo asegurar.
¿Yo tengo fe? ¿Yo sé amar?
Quintanilla
A la silla ha acometido
el bruto fiero y los mozos
huyen dejándola en ella.
Embraza la capa y saca la espada
Fernando
¡Aquí valor, aquí estrella!

No ha de mal lograr mis gozos
la fortuna, no la suerte.
Amor, esta es mi ocasión.
Vase
Quintanilla
¡Gallarda resolución!:
téngale envidia la muerte.
Contra el bruto cara a cara
se arroja y puesto delante
de la silla (acción de amante)
airoso a su prenda ampara.
¡Qué valientes cuchilladas! […]
Dentro
(¡Bravo golpe!)
Quintanilla
                              Cercenado
le ha la cabeza; echó el resto
su valor; aprenda de él
el ánimo y la destreza.
Dejádole ha la cabeza

al cuello como joyel,
y dividido en pedazos
el cuerpo la arena tiñe.
El acero heroico ciñe
y a su dama saca en brazos.
Saca don Fernando desmayada en brazos a doña Isabel
(Tirso de Molina, Obras completas, IV, pp. 356-359)38

  • 39 Se trata de un incendio provocado, pero aquí por la propia heroína del texto, que anuncia su plan d (...)
  • 40 Nótese que el fuego que consume una hacienda y deja en la pobreza a su dueño también apareció en Sa (...)

18Junto a estas tres obras, donde la secuencia del incendio tiene una importancia mayor para el argumento y una enorme complejidad escénica, Tirso también acudió al motivo con un desarrollo menor en dos comedias, escritas ambas probablemente alrededor de 1622-1623. En la comedia histórico-legendaria Antona García, al finalizar el acto II, la protagonista principal decide pegar fuego a la puerta de su cárcel para poder escapar, lo que resulta en una breve escena convencional aunque representada solo por los gritos dentro de las personas atrapadas en el incendio generalizado resultante, antes de presentar en efecto la huida de Antona39. Y también en el segundo acto de la comedia bíblica Tanto es lo de más como lo de menos encontramos un incendio solo referido, en una estrategia muy parecida a lo que apreciamos en la temprana pieza de Los bandos de Sena de Lope. Como en aquella, se representa la entrada de un criado alarmado que narra a su señor un incendio que acaba de destruir su casa, lo que en la obra de Tirso es el punto final de la caída en miseria de Liberio, el personaje que encarna la figura del hijo pródigo40.

19De esta manera, la obra de Guillén y especialmente las más numerosas de Tirso de Molina representarían la consolidación de una compleja unidad escénica que había tenido sus orígenes en algunas obras de Lope de Vega, primero de tipo amoroso y después comedias de tema religioso. Como se pudo apreciar, desde época temprana se consolidaron unos recursos limitados de actuación, distribución espacial y efectos sonoros que constituyeron el esquema básico de la escena; un esquema que sufrió diferentes variaciones en estas primeras décadas del xvii, sobre todo en la presentación visual del incendio, pero sin alterar su carácter auditivo y sus rasgos literarios específicos. En tal sentido, podemos inferir en principio que los efectos sonoros, que iniciaban invariablemente con los gritos de fuego de personajes no identificados, debieron de incluir asimismo el sonido de campanas y otros cuya naturaleza específica no podemos todavía identificar, pero que llegaron a constituir una convención específica que se observa en las acotaciones de las comedias a partir de los años veinte.

  • 41 Son muchos los posibles aspectos de la escena que se pueden analizar en este amplísimo corpus. Como (...)

20En ese proceso inicial, también hemos apreciado una variación de subgéneros teatrales con inclusión de la secuencia, mucho más compleja que lo que se podía inferir de la narración de El diablo cojuelo con que se inició este recorrido, ya que incluyó comedias amorosas, hagiográficas, de tema histórico o de sucesos recientes, y autos sacramentales. Elementos todos que fueron asumidos por las generaciones posteriores de poetas dramáticos, comenzando probablemente con Calderón, quien tendrá un papel sobresaliente en la utilización y desarrollo de este consagrado recurso. Cubriendo un espacio de varias décadas de producción calderoniana, no siempre fácil de establecer, vemos escenas de incendio, con numerosas variantes y diversa extensión pero siempre manteniendo los rasgos generales aquí descritos, al menos a partir de la obra El sitio de Bredá, de 1625, también una comedia de hechos recientes, escrita aproximadamente en el mismo momento en el que constatábamos las últimas apariciones del recurso en la obra de Tirso. Después, Calderón desarrollará asimismo el motivo en A secreto agravio, secreta venganza, No hay cosa como callar, Manos blancas no ofenden, Celos aun del aire matan, Hado y divisa de Leonido y Marfisa, El segundo Escipión, Amado y aborrecido, El pintor de su deshonra, parcialmente en La aurora en Copacabana, y en la atribuida El mal pagador, en pajas, entre otras. En otros ejemplos, limitados solo a la época de la escuela de Calderón, vemos la escena hacia finales de los años 40 en El caballero del Sacramento, de Moreto, su refundición de la obra del Fénix, y que en aquella ocasión apareció asimismo con el título de El Eneas de Dios; también en la obra Elegir al enemigo, de Agustín de Salazar y Torres; en Santa Teresa y El remedio en el peligro, de J. B. Diamante; en La devoción del ángel de la guarda, de Matos Fragoso, o en La piedra filosofal y Duelos de ingenio y fortuna, de Bances Candamo. No faltan en este conjunto de obras toda clase de copias, pero también de innovaciones, como, por citar rápidamente algunos casos, su aplicación en comedias de tema mitológico —aunque con frecuencia en un contexto de relación amorosa—; la presentación del incendio en una nave; el rescate de dos damas al mismo tiempo por parte del galán; una aparición divina para apagar el incendio, como se aprecia en La aurora en Copacabana; o la reformulación pagana de aquellos milagros en la forma de la intervención de algún elemento mágico, como ocurre en La piedra filosofal, de Bances Candamo, donde es un anillo el que protege a los protagonistas contra el fuego. Y también su inclusión o reelaboración en todo el espectro de géneros dramáticos de la época, que ya habíamos constatado asimismo en la primera etapa de su desarrollo, como en el auto sacramental de El ángel de la guarda, de José de Valdivielso, o en el entremés de La hechicera, de Luis Quiñones de Benavente41. Así pues, la secuencia de incendio se muestra como uno de los temas dramatúrgicos integrales más aparatosos del siglo xvii. Pocas veces veremos en el teatro áureo una amalgama tan específica, tanto de formas de escenificación como del uso literario concreto, de un motivo o unidad de acción determinada; una unidad que, al ser tan elemental y breve en sus rasgos generales, la hizo aplicable a todo tipo de argumentos, posibilitando así también su importante difusión a lo largo de varias décadas.

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Notas

1 Entre los estudios clásicos al respecto, pienso entre otros en la copiosa documentación reunida en distintos trabajos por Varey y Shergold, o el indispensable estudio de Ruano de la Haza y Allen, 1994.

2 En el acto III de la obra de Tárrega, el rey Audalla entra a la cárcel con la intención de violentar a la dama Flora y, por intercesión milagrosa de la Virgen, aparecen dentro del edificio llamas que lo abrasan; mientras que en la Numancia se ve cierto uso de fuego y pirotecnia en el ritual del carnero y el demonio de la segunda jornada. En cuanto a la tragedia histórica, me parece que en el cuadro inicial de Los baños de Argel se podría haber usado fuego en la parte alta del vestuario, donde se representa la muralla, para representar el sitio; escena que además parece haber influido en El caballero del sacramento, de Lope, como se analiza más adelante.

3 Ruano y Allen, 1994, dedican muy poco espacio a los efectos escénicos del teatro barroco hechos con fuego, y ningún comentario en particular a las escenas de incendio. Uno de los motivos más importantes al respecto, según aquel estudio, fue el uso de escotillones con fuego para representar la boca del infierno, con frecuencia ubicados en el fondo del vestuario (Ruano y Allen, 1994, p. 463; véase también su comentario a la secuencia del incendio de Cuzco en La aurora en Copacabana, de Calderón, pp. 561-562). En cambio, desde un momento temprano del siglo xvi encontramos un uso mucho más espectacular de pirotecnia y fuego en todo tipo de celebraciones públicas dramatizadas, religiosas o civiles-nobiliarias, como han estudiado en detalle A. de la Granja, 1996, y John E. Varey, 1975, quien señaló que fue probablemente con la boda de Felipe II en 1543 cuando iniciaron estas prácticas. En ese tipo de representaciones, sin diálogo preestablecido pero con un esquema argumental básico y ciertos elementos de actuación, con frecuencia tuvo lugar el uso de grandes estructuras pirotécnicas y la combustión controlada de los elementos de arquitectura efímera, gracias al hecho de desarrollarse en amplios espacios al aire libre. Por otra parte, el estudio más completo hasta ahora sobre el fuego en el teatro barroco es también de A. de la Granja, 1999, dedicado más específicamente a la utilización de pirotecnia y pólvora; junto a la aplicación de fuego real para representar motivos milagrosos o mágicos, De la Granja señala el uso de pólvora para la representación sonora de truenos, armas de fuego o terremotos, entre otros.

4 Henri Recoules, 1975, ofreció uno de los pocos estudios hasta la fecha sobre el uso de efectos sonoros en el teatro barroco. En él, sugirió que Lope fue el primer autor de la comedia barroca que generalizó este tipo de recursos para representar secuencias cuya causa estaba fuera de la perspectiva del espectador, o dentro, indicando una tipología básica de sus motivos más comunes, en las que sin embargo no incluyó la escena de incendio (por ejemplo, toros, espadas, casas de juego, batallas o tormentas; así como los que requerían en concreto algún tipo de música). También según Recoules, Tirso habría sido el principal seguidor del Fénix en tal sentido, repitiendo la mayoría de los elementos popularizados por aquel, e innovando por su parte con algunos otros, lo que veremos que se corresponde en el caso de nuestra secuencia. Davis, 1991, siguiendo el trabajo de Recoules, señaló por su parte el uso de recursos sonoros para crear espacios imaginarios aledaños, en particular mediante diálogos de actores, lo que es parcialmente análogo a lo que observamos con la escena de incendio en su etapa inicial.

5 A los casos de posibles antecedentes en comedias de Lope, cabe añadir también el de la obra Los locos por el cielo, en cuyo acto II se menciona un incendio provocado; aunque no tendrá apenas desarrollo escénico, tiene también el interés de aparecer en una obra hagiográfica, que será uno de los rasgos principales de la aparición del motivo en el Fénix (obra sin fecha conocida pero anterior a 1603, pues es mencionada en la primera lista de comedias de El peregrino en su patria).

6 La comedia se publicó en la Parte XXI, 1635, y solo había sido mencionada en la segunda lista de comedias de El peregrino en su patria, 1618. No hay ninguna otra noticia de la pieza al margen de esos dos testimonios y fechas. Recuérdese que Lope había reunido el volumen de comedias y recibido el privilegio y aprobaciones entre abril y mayo de 1635, antes de su muerte el siguiente agosto, que originó que su hija Feliciana se encargara de las gestiones finales para la aparición del libro. Morley y Bruerton, 1968, pp. 112, 288, basan su datación principalmente en el alto porcentaje de quintillas, que situaría la obra antes de 1604, cuando, según los autores, se produjo una notable reducción de esa estrofa en Lope.

7 En este aspecto concreto, la escena presenta una cierta analogía con el relato de la guerra que hace la figura alegórica del Hambre en la cuarta jornada de la Numancia, describiendo el fuego que consume toda la ciudad.

8 Estos cuatro versos aparecieron en muchas otras composiciones poéticas y teatrales de la época, y son en principio parte del romance «Ardiéndose estaba Troya», atribuido generalmente a Lope; en el impreso de la comedia aparecen editados en dos líneas, pero deben de formar una seguidilla de estructura 7-5-7-5 (informaciones que debo a M. Vitse y F. Serralta). Por ello, modifico su disposición, así como la de la parodia que el mismo Donato hace pocos versos adelante. Lope también cita este estribillo en La Dorotea, V, 6 (para más detalles sobre su fortuna, véanse las notas de E. Morby y McGrady en las respectivas ediciones de este texto del Fénix, 1968 y 2011).

9 A falta de más elementos en las acotaciones y diálogo, podemos suponer que la grita y demás ruidos a que alude Donato, como la campana, no fueron reproducidos en escena al tiempo de esta relación; pero al menos la terminología coincidirá en los elementos básicos, como veremos, de los efectos sonoros que parecen haber sido la parte fundamental del inicio del esquema en otras piezas.

10 La comedia se publicó en los volúmenes de Cuatro comedias de diversos autores [...] recopiladas por Antonio Sánchez, Córdoba, por Francisco Cea, 1613; y Cuatro comedias famosas de don Luis de Góngora y Lope de Vega, recopiladas por Antonio Sánchez, Madrid, Luis Sánchez, 1617. A partir de una alusión en el texto a las bodas de Felipe III en Valencia, y la mención de la pieza en la primera edición de El peregrino en su patria, Morley y Bruerton, 1968, p. 82, situaron el margen de composición de la pieza entre 1599 y 1603. En su momento, J. F. Montesinos y J. H. Arjona pusieron en duda la autoría de Lope de esta pieza, hoy al parecer mayoritariamente aceptada.

11 Estos versos probablemente indican que la escena pudo haber incluido también el sonido de las campanas, como lo hemos inferido de Los bandos de Sena.

12 Como se puede observar, en el texto conservado de la obra no hay indicaciones sobre el espacio, pero se puede inferir que las representaciones visibles con actores se ambientan en la calle, y que los personajes no ven el edificio en llamas desde esa posición, a diferencia de lo que sucede en otras comedias.

13 Cabe mencionar también el caso de la comedia La noche toledana, 1605, en la que Lope representa la escena de un incendio falso, otro motivo que aparecerá ocasionalmente en el teatro posterior, y que, a pesar de ser una secuencia muy breve, tiene algunos puntos en común con la representación más compleja de incendios verdaderos, en particular la representación de la alarma inicial por el fuego. En el tercer acto de la pieza, la dama Lisena finge a gritos un incendio nocturno en una posada, para ahuyentar a los caballeros que habían ido a encontrarse con otras damas.

14 El santo negro se publicó en la Parte III de Lope, 1612, pero como han señalado varios estudiosos, aparece ya mencionada en el Diario de Girolamo da Sommaia, en una representación en Salamanca en 1607. En 1611 se había publicado la que parece ser la primera biografía oficial del santo, en la Cuarta parte de la crónica general franciscana de Antonio Daza, pero Lope debió de basarse en otros textos o leyendas; véase el análisis de Giuliani en la edición del texto sobre las fuentes hagiográficas conocidas y su cronología (Lope, El santo negro, p. 402). A manera de referencia, obsérvese lo que Daza indica acerca de los milagros del santo, en donde no se menciona la resucitación de un caballero, sino solo de un niño: «Como es Dios admirable en sus siervos, hace por ellos obras que causan admiración a la naturaleza. Tales las obró la divina Majestad por su siervo fr. Benedito, que viviendo en esta vida mortal, resucitó a un niño, y dio vista a dos ciegos, y a otros muchos de diversas enfermedades sanó con la señal de la cruz, y tuvo espíritu de profecía. No solamente en vida ilustró Dios a este santo negro con el don de la profecía y gracia de hacer milagros, pero después de muerto hizo muchos con su hábito y con su báculo. Dio vista a una mujer ciega, y a una tullida salud, y a muchas libró del peligro del parto, y hizo otros muchos milagros y los hace cada día. Y todos los sobredichos están examinados y aprobados por médicos muy peritos de la ciudad de Palermo, según que consta por su proceso, y su imagen se tiene en muchas partes en gran veneración» (Antonio Daza, Cuarta parte de la crónica general, p. 68). En ninguna fuente antigua o moderna, hasta donde podemos apreciar, se recoge la historia del caballero Lesbio y la dama Laura, que ocupa los tres actos de la comedia; así, tanto ese argumento secundario como el motivo del incendio parecen invención del autor, sobre la base de la noticia general de algunas resucitaciones llevadas a cabo por el santo en vida.

15 Aquí, el incendio no se usa para finalizar un acto, sino que se ubica en la parte central del acto III, pero como indicamos, hay importantes referencias a él posteriormente y hasta el final de la obra. Al lado de la resucitación de Lesbio, en el final la criada negra Lucrecia refiere otro milagro del santo, la reparación de la casa incendiada, que será un motivo más en consonancia con el uso de las escenas de incendio en relación con las intervenciones milagrosas, como veremos en otras obras de Lope y de Tirso de Molina.

16 Fue terminada por el Fénix en abril de 1610, según la fecha que consta en el manuscrito. Después fue publicada en la Parte XV de comedias, en 1621. La otra comedia autógrafa que incluye el cuadro del incendio es La nueva victoria de don Gonzálo de Córdoba, de 1622, que se comenta líneas abajo.

17 Según sugiere Trambaioli en su resumen del estado de la cuestión (Lope de Vega, El caballero del sacramento, pp. 538-541), la obra se inscribiría en el subgénero de comedias genealógicas, y mostraría algunas correspondencias con personajes del antiguo linaje Moncada; pero lo cierto es que, como ya señalaron antes Menéndez Pelayo y McGrady, no hay ningún indicio de que Lope haya usado ninguna fuente histórica, ni se conocen tampoco las circunstancias de su escritura y representación. Lo más seguro es que se trate de una reelaboración libre a partir de la literatura de milagros eucarísticos, y que su escritura esté más en relación con el ingreso de Lope en las congregaciones de Esclavos del Sacramento del Caballero de Gracia y de la Trinidad, que había tenido lugar respectivamente en 1609 y en enero de 1610; véase también mi análisis en López Martínez, 2018, pp. 53-54.

18 En términos literarios y devocionales, una diferencia sustancial se da aquí en el hecho de que el incendio se presenta como una prueba de la fe del caballero, pero no para dar lugar a ningún milagro, como es más habitual en la tradición de la escena en argumentos religiosos.

19 Como indicamos al inicio, en Los baños de Argel de Cervantes aparece una escena similar, acaso modelo de esta de Lope, en aquel texto para representar el ataque de los moros; en concreto, además de un posible uso de fuego real, aparece en alto la figura de un sacristán alarmado, y aparentemente con carácter gracioso, que toca al arma con la campana.

20 Este es el primer diálogo en el que se hace una alusión directa a un posible ruido del fuego en relación con los efectos sonoros fuera de escena, aunque el hecho de que aparezca justo después de los gritos de Fuego pone dudas sobre su referencia específica. En cualquier caso, más adelante en acotación se volverá a indicar el uso de una campana, como hemos visto antes en otras piezas, y el criado Crispín aludirá al sonido de las llamas, para calificarlo como furor y estrépito violento, lo que en mi opinión es un indicio claro de que ya en esta obra la secuencia se acompañaba no solo de los gritos y las campanadas, sino de una serie más compleja de ruidos.

21 Respecto a la escena de incendio, no se constata ninguna modificación sustancial entre la versión que presenta el autógrafo y la de los dos impresos de la Parte XV de comedias de Lope donde se incluyó la obra, a diferencia de lo que sucede con La nueva victoria de don Gonzalo de Córdoba, como señalaré adelante. Casi al mismo tiempo, hacia el año de 1609, observamos la que podría ser la primera influencia de este tipo de secuencias fuera de la obra del Fénix: un incendio fingido incluido en la comedia amorosa La villana de la Sagra, de Tirso de Molina, muy similar al que había aparecido en La noche toledana; se trata de un testimonio significativo por el hecho de que posteriormente el mercedario reproducirá numerosas veces más el cuadro y será el segundo autor en importancia respecto al desarrollo temprano de este recurso. Al inicio del primer acto de esa obra, el caballero toledano don Pedro, con la ayuda de su criado Linardo, fingen solo con gritos el inicio de un fuego con la intención de robar a la villana Angélica.

22 El primer dato objetivo para la datación de la obra fue la inclusión del título en la segunda lista de El peregrino en su patria, lo que la situaba compuesta al menos antes de 1618. En su momento, San Román, 1935, pp. 200-202, dio a conocer un contrato firmado por el autor Pedro de Valdés de enero de 1615 en Toledo en el que se mencionaba una comedia de título San Nicolás de Tolentino en una lista que contenía otras obras, la mayoría atribuidas sin duda al Fénix, por lo que la crítica especializada ha reconocido hasta hoy que aquella noticia se refiere a nuestro texto. Finalmente, J. Aragüés, 2011, demostró que Lope debió de basarse en gran medida para su comedia, entre otras posibles fuentes, en la hagiografía mencionada, publicada en Madrid en 1612, por lo que la escritura de la comedia debió de tener lugar a partir de ese año; en concreto, la obra apareció en librerías después del 7 de mayo, fecha de la tasa firmada por Juan Gallo de Andrada. Ello, si es que Lope no tuvo acceso al texto antes de su impresión, ya que al menos estaba listo en la versión conservada desde febrero de 1609, cuando se otorgaron licencia y censuras al impreso.

23 En la cita del texto sigo la puntuación del editor, R. Norton, pero evito sus enmiendas, para mostrar el texto de acuerdo a la princeps de la Parte XXIV de comedias de Lope, 1641. Por error, Aragüés, 2011, p. 21, afirma que la escena del incendio no se encuentra en ninguna de las posibles fuentes de la comedia, pero hallamos varias anécdotas idénticas precisamente en la Vida de González de Critana. En concreto, en el capítulo XII, «De los milagros de los panecitos de san Nicolás», donde se refieren hasta cuatro incendios apagados milagrosamente por obra de uno de esos panes —aunque ninguno de tales milagros protagonizado por el propio santo ni durante su tiempo de vida—, en Padua, Venecia, Chinchón y Antequera (este, con fecha de 1587) (González de Critana, Vida, ff. 75-76, 77). También por error, Aragüés se refiere al incendio como ocurrido en el convento, pero tanto en Critana como en la comedia de Lope, según se puede apreciar en la cita, el fuego se representa en una casa particular, cuyos habitantes acuden en busca de ayuda al convento de san Nicolás.

24 Fue publicada en la Segunda parte de comedias de Guillén de Castro, en Valencia, por Miguel Sorolla, 1625, pp. 511-556. Bruerton, 1944, pp. 118-121, analiza los datos conocidos sobre los viajes de Lope a Valencia, y el amplio uso de romance y redondillas en la pieza, para situarla preferentemente hacia 1616.

25 La comedia ha recibido muy poca atención crítica, pero se puede ver un comentario general sobre el uso de la fuente virgiliana y algunos rasgos originales de Guillén, en Lida de Malkiel, 1974, pp. 20-23.

26 En los versos siguientes, los actores vuelven a salir de escena, para regresar poco después, todavía Eneas con Aquises en hombros: se trata de la actuación con que se representa un largo trayecto recorrido desde la salida de la casa, que sirve también para introducir otro elemento que aparece en la fuente literaria, la pérdida de Creúsa en la huida de Troya. Es otro de los elementos que muy posiblemente tomará Tirso de Molina para su versión del cuadro del incendio en Santo y sastre.

27 Los dos impresos del Fénix en que se incluyó la obra fueron La Vega del Parnaso, 1637, y la Parte XXIV de comedias, Zaragoza, Pedro Vergés, 1641.

28 Sobre estos argumentos secundarios de tipo amoroso en comedias de base histórica en Lope, véase el comentario y referencias de T. Ferrer, 2012, pp. 49-50. Como resume E. Ioppoli en la edición del texto (Lope de Vega, La mayor victoria de Alemania, pp. 389-394), se han propuesto varias posibles fuentes para la comedia, pero hasta donde tengo noticia en ninguna de ellas se alude en concreto a este supuesto incendio originado por Mansfeld en Henao. En todo caso, la escena se explica como una proyección de la noticia general de los saqueos e incendios organizados por el avance de las tropas flamencas, de los que se tenían en España informaciones constantes y aparecían también en las relaciones sobre la campaña de Gonzalo de Córdoba; y sobre todo, como un recurso literario original de Lope principalmente destinado al reencuentro de los protagonistas, y el consiguiente desarrollo de la trama amorosa y la caracterización negativa de los rebeldes flamencos. Sobre el contexto histórico reflejado en la obra, las posibles circunstancias de su escritura (tal vez un encargo del duque de Sesa o su familia) y las fuentes documentales conocidas sobre la batalla, véase el análisis reciente de Usandizaga, 2014, pp. 69-102; y Ferrer, 2012.

29 Muy poco tiempo antes de la comedia de Lope, encontramos también una acotación que indica la producción dentro de ruido de fuego, en los versos con los que inicia el auto sacramental de La navegación de Ulises, de Juan Ruiz Alceo, cuyo manuscrito autógrafo presenta censuras de enero de 1621. Es asimismo el primer auto sacramental en el que constatamos la reformulación alegórica de la escena de incendio (citado por De la Granja, 1999, pp. 210-212).

30 La comedia se escribió para la compañía de Juan Bautista Valenciano, y los dos papeles de Lisarda y don Juan que protagonizan la secuencia del incendio fueron representados, como se indica en el primer acto del manuscrito, por la primera actriz y esposa del auctor, Manuela Enríquez, y Fadrique de Montalbo. Como señaló primero Teresa Kirschner, 1995, entre el original autógrafo de la comedia y los impresos se originó una serie larga de modificaciones que redujeron considerablemente los detalles de aparato y efectos escénicos, lo que también alteró al menos para la versión impresa la concepción original de Lope de la escena del incendio. En particular, en los dos impresos desapareció de las respectivas acotaciones la referencia al fuego real, y la indicación del ruido del fuego. Por su parte, P. Kenworthy, 2005, p. 305, también hace notar este cambio, que atribuye sin razones precisas a las compañías teatrales que poseyeron el manuscrito.

31 Recuérdese que, como se indicó, en La villana de la Sagra de Tirso, ca. 1609, se había presentado ya una primera incursión en este tipo de escenas, con la representación muy breve de un incendio fingido.

32 La comedia se publicó por primera vez en la Parte IV de comedias de Tirso, en 1635, y presenta complejos problemas para establecer su datación. Como resume el editor, J. Garau (Tirso de Molina, Santo y sastre, pp. 619-621), los principales argumentos que la crítica ha señalado para intentar situar la fecha de composición del texto han sido unas alusiones antigongorinas en los primeros cuadros, y la inclusión de unos versos que aparecen de forma idéntica en la comedia El caballero de Gracia, también de Tirso. Por lo que respecta a la crítica al gongorismo, a pesar de ser cierta, nada induce a pensar, como sugiere Garau, que debió de darse necesariamente en los primeros meses de la polémica gongorina, ya que tales burlas al conceptismo del cordobés y sus seguidores se dieron a lo largo de varios años; pero en todo caso puede ser un argumento para situar al menos el terminus a quo de la obra hacia 1615. En cuanto a los versos comunes con El caballero de Gracia, como señala con acierto Garau, no es posible establecer a partir de ellos cuál es la obra original y cuál la reelaboración, ni hay otros elementos de los textos que lo permitan. Si Santo y sastre fuera posterior, su terminus a quo sería entonces posterior a 1619-1620, ya que no hay dudas de que la obra sobre el caballero de Gracia se escribió después de su muerte, ocurrida en mayo de 1619. Zugasti, 2005, p. 333, supone por su parte que en las comedias que Lope escribió sobre la vida de san Isidro entre 1617 y 1622 (en el marco de su proceso de canonización) se encuentran algunos rasgos que coinciden con el texto de Tirso o que pudieron influir en él, especialmente el hecho de ser ambos laicos y casados, y la escena en la que unos ángeles sustituyen la labor de los dos santos mientras se dedican a ocupaciones religiosas; elementos que en opinión del crítico podrían situar la comedia del mercedario en el mismo periodo. En mi opinión, como indico en el análisis de la obra, creo que debe de ser posterior a la pieza de Guillén de Castro de 1616, que habría influido en su concepción del incendio.

33 En lugar de ello, las hagiografías señalan particularmente los milagros de Homobono en relación con la aparición de pan y de vino, y también su extrema liberalidad con los pobres. En principio Tirso debió de basarse en el texto del Flos sanctorum de Pedro de Ribadeneira, que hasta donde entiendo es la única recopilación hagiográfica española en recoger la vida del santo de Cremona. La biografía se incluyó por primera vez en la ampliación que Ribadeneira hizo al volumen de santos «extravagantes» en la edición de 1609, pues la primera versión de 1604 no la había incluido. A su vez, la fuente de Ribadeneira, como se señala en su texto, fue la vida de san Homobono en la versión del De probatis sanctorum historiis, vol. VI, de Laurentius Surius, o Lorenzo Surio, que acaso también pudo ser consultada directamente por Tirso. El texto de Surio es más extenso que el de Ribadeneira, pero ambos se ciñen a los mismos elementos centrales, que debieron ser el material básico de que se valió el dramaturgo, como supone asimismo Zugasti, 2005, p. 331.

34 El dato más importante para sugerir la fecha de la obra es el testimonio de un documento de palacio real, en el que se consigna un pago al autor de comedias Fernán Sánchez en diciembre de 1623, por la representación de diez obras, entre las que se encontraba Palabras y plumas; Sánchez es asimismo el autor cuyo nombre consignó Tirso al frente del impreso como responsable de la representación o como dueño de la obra. Sobre los problemas de datación y las principales fuentes del texto, tanto históricas como literarias, véase mi estudio introductorio (Tirso de Molina, Palabras y plumas, pp. 48-53, 55-57).

35 Junto a ello, cabe señalar que Tirso también enmarca la escena en un planteamiento simbólico más complejo desarrollado en todo el texto, pues presenta al caballero don Íñigo rescatando o socorriendo a Matilde en distintos momentos que representan los elementos (agua, fuego, tierra); y especialmente, que el motivo del incendio tendrá una gran importancia en la caracterización posterior de don Íñigo, pues es el momento culminante en el que se termina de destruir su hacienda y se comienza a probar su entereza, en una forma parecida a lo que Tirso diseña a lo divino con Homobono en Santo y sastre.

36 Véase la introducción de M. Zugasti a la Trilogía de los Pizarro (Tirso de Molina, Obras completas, IV, pp. 37-42, 53-56, 60-61), especialmente sobre las posibles circunstancias, orden y fechas de escritura de las tres obras, que podrían haber sido un encargo de los descendientes de los Pizarro; y sobre las fuentes históricas, aspecto en el que sigue las conclusiones antes ofrecidas por Otis Green y A. B. Dellepiane, sin sugerir ningún posible modelo literario. La segunda parte del Inca se publicó en Córdoba en 1617, mientras que la obra de Pizarro no apareció hasta 1639, por lo que los críticos sugieren que Tirso lo debió de consultar en versión manuscrita.

37 Como he indicado, no he podido encontrar ningún referente de este episodio en las fuentes señaladas por los críticos, más allá de algunos episodios de la vida de Pizarro en Medina del Campo, como su prisión en el castillo de Mota. Pero no me parece inverosímil que fuera una proyección lejana o un recuerdo del célebre incendio de la plaza de Medina del Campo de 1520, al inicio de las Comunidades.

38 Cabe señalar que en la misma comedia, en el acto II, se representa otro incendio, que Tirso toma libremente de la Segunda parte del Inca (libro 2, cap. 25): el de la ciudad de Cuzco, atacada por los indígenas rebeldes con saetas de fuego. Junto a ello, se representa el milagro, también recogido en la crónica, de la virgen apareciendo en el cielo para apagar el fuego. Pero en este caso, la escenificación no recoge los parámetros de actuación aquí analizados, sino que parece ceñirse a las convenciones más antiguas del teatro de tema bélico, con el uso de una nube para la presentación de la virgen, y algunas llamas de fuego real en las zonas superiores del escenario (véase Tirso de Molina, Obras completas, IV, p. 402-403). Es el mismo episodio legendario que Calderón representa en el acto II de La aurora en Copacabana, valiéndose para la primera parte del cuadro de la escena convencional de incendio.

39 Se trata de un incendio provocado, pero aquí por la propia heroína del texto, que anuncia su plan desde su celda versos antes del final del acto donde se presenta la secuencia. La comedia también se publicó en la Parte IV, en 1635, pero no se tiene constancia cierta de su fecha de escritura. Véase el análisis de la editora, Eva Galar (Tirso de Molina, Antona García, pp. 489-492), que sugiere la fecha de 1625, aunque el primer elemento de peso sería la prohibición de cuellos y puntas, presuntamente mencionada en la obra, que se publicó en noviembre de 1622 y febrero de 1623.

40 Nótese que el fuego que consume una hacienda y deja en la pobreza a su dueño también apareció en Santo y sastre, como una aportación original de Tirso a la historia de san Homobono, y en Palabras y plumas. La obra se publicó en la Parte I, en 1627, y aparece mencionada en documentos relacionados con la compañía de Juan Jerónimo Valenciano, que como indicamos fue también a quien Lope había vendido La nueva victoria hacia octubre de 1622. El más temprano de esos documentos es un poder de marzo de 1624, en Madrid, que Juan Jerónimo y su mujer otorgaron a un agente para concertar contratos, y donde se incluía una lista de su repertorio que mencionaba la comedia, como descubrió P. Bolaños, 2006, pp. 84-85.

41 Son muchos los posibles aspectos de la escena que se pueden analizar en este amplísimo corpus. Como sugería Davis, 1991, p. 72, a propósito del uso de espacios sonoros, un tema que resultaría de mucho interés es la comparación de usos y de recursos de la escena de incendio en el teatro cortesano de gran formato frente a lo que hemos constatado en el teatro de corral de la comedia nueva.

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Para citar este artículo

Referencia en papel

José Enrique López Martínez, «¡Fuego suena en partes varias! Una convención dramática áurea, la escena de incendio»Criticón, 140 | 2020, 265-301.

Referencia electrónica

José Enrique López Martínez, «¡Fuego suena en partes varias! Una convención dramática áurea, la escena de incendio»Criticón [En línea], 140 | 2020, Publicado el 10 diciembre 2020, consultado el 07 diciembre 2024. URL: http://0-journals-openedition-org.catalogue.libraries.london.ac.uk/criticon/18556; DOI: https://0-doi-org.catalogue.libraries.london.ac.uk/10.4000/criticon.18556

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Autor

José Enrique López Martínez

José Enrique López Martínez obtuvo su doctorado en la Universidad Autónoma de Barcelona, y es actualmente investigador «Tomás y Valiente» del Madrid Institute for Advanced Study (MIAS) y la Universidad Autónoma de Madrid. Es autor y coordinador de varias ediciones críticas de teatro y prosa del Siglo de Oro, especialmente de la obra de Lope de Vega y Alonso J. de Salas Barbadillo; así como de varios trabajos dedicados al teatro y la literatura áurea, y más recientemente, a la relación entre literatura y pensamiento religioso, entre otros.
josee.lopez@uam.es

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