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Notas
Entre los estudios clásicos al respecto, pienso entre otros en la copiosa documentación reunida en distintos trabajos por Varey y Shergold, o el indispensable estudio de Ruano de la Haza y Allen, 1994.
En el acto III de la obra de Tárrega, el rey Audalla entra a la cárcel con la intención de violentar a la dama Flora y, por intercesión milagrosa de la Virgen, aparecen dentro del edificio llamas que lo abrasan; mientras que en la Numancia se ve cierto uso de fuego y pirotecnia en el ritual del carnero y el demonio de la segunda jornada. En cuanto a la tragedia histórica, me parece que en el cuadro inicial de Los baños de Argel se podría haber usado fuego en la parte alta del vestuario, donde se representa la muralla, para representar el sitio; escena que además parece haber influido en El caballero del sacramento, de Lope, como se analiza más adelante.
Ruano y Allen, 1994, dedican muy poco espacio a los efectos escénicos del teatro barroco hechos con fuego, y ningún comentario en particular a las escenas de incendio. Uno de los motivos más importantes al respecto, según aquel estudio, fue el uso de escotillones con fuego para representar la boca del infierno, con frecuencia ubicados en el fondo del vestuario (Ruano y Allen, 1994, p. 463; véase también su comentario a la secuencia del incendio de Cuzco en La aurora en Copacabana, de Calderón, pp. 561-562). En cambio, desde un momento temprano del siglo xvi encontramos un uso mucho más espectacular de pirotecnia y fuego en todo tipo de celebraciones públicas dramatizadas, religiosas o civiles-nobiliarias, como han estudiado en detalle A. de la Granja, 1996, y John E. Varey, 1975, quien señaló que fue probablemente con la boda de Felipe II en 1543 cuando iniciaron estas prácticas. En ese tipo de representaciones, sin diálogo preestablecido pero con un esquema argumental básico y ciertos elementos de actuación, con frecuencia tuvo lugar el uso de grandes estructuras pirotécnicas y la combustión controlada de los elementos de arquitectura efímera, gracias al hecho de desarrollarse en amplios espacios al aire libre. Por otra parte, el estudio más completo hasta ahora sobre el fuego en el teatro barroco es también de A. de la Granja, 1999, dedicado más específicamente a la utilización de pirotecnia y pólvora; junto a la aplicación de fuego real para representar motivos milagrosos o mágicos, De la Granja señala el uso de pólvora para la representación sonora de truenos, armas de fuego o terremotos, entre otros.
Henri Recoules, 1975, ofreció uno de los pocos estudios hasta la fecha sobre el uso de efectos sonoros en el teatro barroco. En él, sugirió que Lope fue el primer autor de la comedia barroca que generalizó este tipo de recursos para representar secuencias cuya causa estaba fuera de la perspectiva del espectador, o dentro, indicando una tipología básica de sus motivos más comunes, en las que sin embargo no incluyó la escena de incendio (por ejemplo, toros, espadas, casas de juego, batallas o tormentas; así como los que requerían en concreto algún tipo de música). También según Recoules, Tirso habría sido el principal seguidor del Fénix en tal sentido, repitiendo la mayoría de los elementos popularizados por aquel, e innovando por su parte con algunos otros, lo que veremos que se corresponde en el caso de nuestra secuencia. Davis, 1991, siguiendo el trabajo de Recoules, señaló por su parte el uso de recursos sonoros para crear espacios imaginarios aledaños, en particular mediante diálogos de actores, lo que es parcialmente análogo a lo que observamos con la escena de incendio en su etapa inicial.
A los casos de posibles antecedentes en comedias de Lope, cabe añadir también el de la obra Los locos por el cielo, en cuyo acto II se menciona un incendio provocado; aunque no tendrá apenas desarrollo escénico, tiene también el interés de aparecer en una obra hagiográfica, que será uno de los rasgos principales de la aparición del motivo en el Fénix (obra sin fecha conocida pero anterior a 1603, pues es mencionada en la primera lista de comedias de El peregrino en su patria).
La comedia se publicó en la Parte XXI, 1635, y solo había sido mencionada en la segunda lista de comedias de El peregrino en su patria, 1618. No hay ninguna otra noticia de la pieza al margen de esos dos testimonios y fechas. Recuérdese que Lope había reunido el volumen de comedias y recibido el privilegio y aprobaciones entre abril y mayo de 1635, antes de su muerte el siguiente agosto, que originó que su hija Feliciana se encargara de las gestiones finales para la aparición del libro. Morley y Bruerton, 1968, pp. 112, 288, basan su datación principalmente en el alto porcentaje de quintillas, que situaría la obra antes de 1604, cuando, según los autores, se produjo una notable reducción de esa estrofa en Lope.
En este aspecto concreto, la escena presenta una cierta analogía con el relato de la guerra que hace la figura alegórica del Hambre en la cuarta jornada de la Numancia, describiendo el fuego que consume toda la ciudad.
Estos cuatro versos aparecieron en muchas otras composiciones poéticas y teatrales de la época, y son en principio parte del romance «Ardiéndose estaba Troya», atribuido generalmente a Lope; en el impreso de la comedia aparecen editados en dos líneas, pero deben de formar una seguidilla de estructura 7-5-7-5 (informaciones que debo a M. Vitse y F. Serralta). Por ello, modifico su disposición, así como la de la parodia que el mismo Donato hace pocos versos adelante. Lope también cita este estribillo en La Dorotea, V, 6 (para más detalles sobre su fortuna, véanse las notas de E. Morby y McGrady en las respectivas ediciones de este texto del Fénix, 1968 y 2011).
A falta de más elementos en las acotaciones y diálogo, podemos suponer que la grita y demás ruidos a que alude Donato, como la campana, no fueron reproducidos en escena al tiempo de esta relación; pero al menos la terminología coincidirá en los elementos básicos, como veremos, de los efectos sonoros que parecen haber sido la parte fundamental del inicio del esquema en otras piezas.
La comedia se publicó en los volúmenes de Cuatro comedias de diversos autores [...] recopiladas por Antonio Sánchez, Córdoba, por Francisco Cea, 1613; y Cuatro comedias famosas de don Luis de Góngora y Lope de Vega, recopiladas por Antonio Sánchez, Madrid, Luis Sánchez, 1617. A partir de una alusión en el texto a las bodas de Felipe III en Valencia, y la mención de la pieza en la primera edición de El peregrino en su patria, Morley y Bruerton, 1968, p. 82, situaron el margen de composición de la pieza entre 1599 y 1603. En su momento, J. F. Montesinos y J. H. Arjona pusieron en duda la autoría de Lope de esta pieza, hoy al parecer mayoritariamente aceptada.
Estos versos probablemente indican que la escena pudo haber incluido también el sonido de las campanas, como lo hemos inferido de Los bandos de Sena.
Como se puede observar, en el texto conservado de la obra no hay indicaciones sobre el espacio, pero se puede inferir que las representaciones visibles con actores se ambientan en la calle, y que los personajes no ven el edificio en llamas desde esa posición, a diferencia de lo que sucede en otras comedias.
Cabe mencionar también el caso de la comedia La noche toledana, 1605, en la que Lope representa la escena de un incendio falso, otro motivo que aparecerá ocasionalmente en el teatro posterior, y que, a pesar de ser una secuencia muy breve, tiene algunos puntos en común con la representación más compleja de incendios verdaderos, en particular la representación de la alarma inicial por el fuego. En el tercer acto de la pieza, la dama Lisena finge a gritos un incendio nocturno en una posada, para ahuyentar a los caballeros que habían ido a encontrarse con otras damas.
El santo negro se publicó en la Parte III de Lope, 1612, pero como han señalado varios estudiosos, aparece ya mencionada en el Diario de Girolamo da Sommaia, en una representación en Salamanca en 1607. En 1611 se había publicado la que parece ser la primera biografía oficial del santo, en la Cuarta parte de la crónica general franciscana de Antonio Daza, pero Lope debió de basarse en otros textos o leyendas; véase el análisis de Giuliani en la edición del texto sobre las fuentes hagiográficas conocidas y su cronología (Lope, El santo negro, p. 402). A manera de referencia, obsérvese lo que Daza indica acerca de los milagros del santo, en donde no se menciona la resucitación de un caballero, sino solo de un niño: «Como es Dios admirable en sus siervos, hace por ellos obras que causan admiración a la naturaleza. Tales las obró la divina Majestad por su siervo fr. Benedito, que viviendo en esta vida mortal, resucitó a un niño, y dio vista a dos ciegos, y a otros muchos de diversas enfermedades sanó con la señal de la cruz, y tuvo espíritu de profecía. No solamente en vida ilustró Dios a este santo negro con el don de la profecía y gracia de hacer milagros, pero después de muerto hizo muchos con su hábito y con su báculo. Dio vista a una mujer ciega, y a una tullida salud, y a muchas libró del peligro del parto, y hizo otros muchos milagros y los hace cada día. Y todos los sobredichos están examinados y aprobados por médicos muy peritos de la ciudad de Palermo, según que consta por su proceso, y su imagen se tiene en muchas partes en gran veneración» (Antonio Daza, Cuarta parte de la crónica general, p. 68). En ninguna fuente antigua o moderna, hasta donde podemos apreciar, se recoge la historia del caballero Lesbio y la dama Laura, que ocupa los tres actos de la comedia; así, tanto ese argumento secundario como el motivo del incendio parecen invención del autor, sobre la base de la noticia general de algunas resucitaciones llevadas a cabo por el santo en vida.
Aquí, el incendio no se usa para finalizar un acto, sino que se ubica en la parte central del acto III, pero como indicamos, hay importantes referencias a él posteriormente y hasta el final de la obra. Al lado de la resucitación de Lesbio, en el final la criada negra Lucrecia refiere otro milagro del santo, la reparación de la casa incendiada, que será un motivo más en consonancia con el uso de las escenas de incendio en relación con las intervenciones milagrosas, como veremos en otras obras de Lope y de Tirso de Molina.
Fue terminada por el Fénix en abril de 1610, según la fecha que consta en el manuscrito. Después fue publicada en la Parte XV de comedias, en 1621. La otra comedia autógrafa que incluye el cuadro del incendio es La nueva victoria de don Gonzálo de Córdoba, de 1622, que se comenta líneas abajo.
Según sugiere Trambaioli en su resumen del estado de la cuestión (Lope de Vega, El caballero del sacramento, pp. 538-541), la obra se inscribiría en el subgénero de comedias genealógicas, y mostraría algunas correspondencias con personajes del antiguo linaje Moncada; pero lo cierto es que, como ya señalaron antes Menéndez Pelayo y McGrady, no hay ningún indicio de que Lope haya usado ninguna fuente histórica, ni se conocen tampoco las circunstancias de su escritura y representación. Lo más seguro es que se trate de una reelaboración libre a partir de la literatura de milagros eucarísticos, y que su escritura esté más en relación con el ingreso de Lope en las congregaciones de Esclavos del Sacramento del Caballero de Gracia y de la Trinidad, que había tenido lugar respectivamente en 1609 y en enero de 1610; véase también mi análisis en López Martínez, 2018, pp. 53-54.
En términos literarios y devocionales, una diferencia sustancial se da aquí en el hecho de que el incendio se presenta como una prueba de la fe del caballero, pero no para dar lugar a ningún milagro, como es más habitual en la tradición de la escena en argumentos religiosos.
Como indicamos al inicio, en Los baños de Argel de Cervantes aparece una escena similar, acaso modelo de esta de Lope, en aquel texto para representar el ataque de los moros; en concreto, además de un posible uso de fuego real, aparece en alto la figura de un sacristán alarmado, y aparentemente con carácter gracioso, que toca al arma con la campana.
Este es el primer diálogo en el que se hace una alusión directa a un posible ruido del fuego en relación con los efectos sonoros fuera de escena, aunque el hecho de que aparezca justo después de los gritos de Fuego pone dudas sobre su referencia específica. En cualquier caso, más adelante en acotación se volverá a indicar el uso de una campana, como hemos visto antes en otras piezas, y el criado Crispín aludirá al sonido de las llamas, para calificarlo como furor y estrépito violento, lo que en mi opinión es un indicio claro de que ya en esta obra la secuencia se acompañaba no solo de los gritos y las campanadas, sino de una serie más compleja de ruidos.
Respecto a la escena de incendio, no se constata ninguna modificación sustancial entre la versión que presenta el autógrafo y la de los dos impresos de la Parte XV de comedias de Lope donde se incluyó la obra, a diferencia de lo que sucede con La nueva victoria de don Gonzalo de Córdoba, como señalaré adelante. Casi al mismo tiempo, hacia el año de 1609, observamos la que podría ser la primera influencia de este tipo de secuencias fuera de la obra del Fénix: un incendio fingido incluido en la comedia amorosa La villana de la Sagra, de Tirso de Molina, muy similar al que había aparecido en La noche toledana; se trata de un testimonio significativo por el hecho de que posteriormente el mercedario reproducirá numerosas veces más el cuadro y será el segundo autor en importancia respecto al desarrollo temprano de este recurso. Al inicio del primer acto de esa obra, el caballero toledano don Pedro, con la ayuda de su criado Linardo, fingen solo con gritos el inicio de un fuego con la intención de robar a la villana Angélica.
El primer dato objetivo para la datación de la obra fue la inclusión del título en la segunda lista de El peregrino en su patria, lo que la situaba compuesta al menos antes de 1618. En su momento, San Román, 1935, pp. 200-202, dio a conocer un contrato firmado por el autor Pedro de Valdés de enero de 1615 en Toledo en el que se mencionaba una comedia de título San Nicolás de Tolentino en una lista que contenía otras obras, la mayoría atribuidas sin duda al Fénix, por lo que la crítica especializada ha reconocido hasta hoy que aquella noticia se refiere a nuestro texto. Finalmente, J. Aragüés, 2011, demostró que Lope debió de basarse en gran medida para su comedia, entre otras posibles fuentes, en la hagiografía mencionada, publicada en Madrid en 1612, por lo que la escritura de la comedia debió de tener lugar a partir de ese año; en concreto, la obra apareció en librerías después del 7 de mayo, fecha de la tasa firmada por Juan Gallo de Andrada. Ello, si es que Lope no tuvo acceso al texto antes de su impresión, ya que al menos estaba listo en la versión conservada desde febrero de 1609, cuando se otorgaron licencia y censuras al impreso.
En la cita del texto sigo la puntuación del editor, R. Norton, pero evito sus enmiendas, para mostrar el texto de acuerdo a la princeps de la Parte XXIV de comedias de Lope, 1641. Por error, Aragüés, 2011, p. 21, afirma que la escena del incendio no se encuentra en ninguna de las posibles fuentes de la comedia, pero hallamos varias anécdotas idénticas precisamente en la Vida de González de Critana. En concreto, en el capítulo XII, «De los milagros de los panecitos de san Nicolás», donde se refieren hasta cuatro incendios apagados milagrosamente por obra de uno de esos panes —aunque ninguno de tales milagros protagonizado por el propio santo ni durante su tiempo de vida—, en Padua, Venecia, Chinchón y Antequera (este, con fecha de 1587) (González de Critana, Vida, ff. 75-76, 77). También por error, Aragüés se refiere al incendio como ocurrido en el convento, pero tanto en Critana como en la comedia de Lope, según se puede apreciar en la cita, el fuego se representa en una casa particular, cuyos habitantes acuden en busca de ayuda al convento de san Nicolás.
Fue publicada en la Segunda parte de comedias de Guillén de Castro, en Valencia, por Miguel Sorolla, 1625, pp. 511-556. Bruerton, 1944, pp. 118-121, analiza los datos conocidos sobre los viajes de Lope a Valencia, y el amplio uso de romance y redondillas en la pieza, para situarla preferentemente hacia 1616.
La comedia ha recibido muy poca atención crítica, pero se puede ver un comentario general sobre el uso de la fuente virgiliana y algunos rasgos originales de Guillén, en Lida de Malkiel, 1974, pp. 20-23.
En los versos siguientes, los actores vuelven a salir de escena, para regresar poco después, todavía Eneas con Aquises en hombros: se trata de la actuación con que se representa un largo trayecto recorrido desde la salida de la casa, que sirve también para introducir otro elemento que aparece en la fuente literaria, la pérdida de Creúsa en la huida de Troya. Es otro de los elementos que muy posiblemente tomará Tirso de Molina para su versión del cuadro del incendio en Santo y sastre.
Los dos impresos del Fénix en que se incluyó la obra fueron La Vega del Parnaso, 1637, y la Parte XXIV de comedias, Zaragoza, Pedro Vergés, 1641.
Sobre estos argumentos secundarios de tipo amoroso en comedias de base histórica en Lope, véase el comentario y referencias de T. Ferrer, 2012, pp. 49-50. Como resume E. Ioppoli en la edición del texto (Lope de Vega, La mayor victoria de Alemania, pp. 389-394), se han propuesto varias posibles fuentes para la comedia, pero hasta donde tengo noticia en ninguna de ellas se alude en concreto a este supuesto incendio originado por Mansfeld en Henao. En todo caso, la escena se explica como una proyección de la noticia general de los saqueos e incendios organizados por el avance de las tropas flamencas, de los que se tenían en España informaciones constantes y aparecían también en las relaciones sobre la campaña de Gonzalo de Córdoba; y sobre todo, como un recurso literario original de Lope principalmente destinado al reencuentro de los protagonistas, y el consiguiente desarrollo de la trama amorosa y la caracterización negativa de los rebeldes flamencos. Sobre el contexto histórico reflejado en la obra, las posibles circunstancias de su escritura (tal vez un encargo del duque de Sesa o su familia) y las fuentes documentales conocidas sobre la batalla, véase el análisis reciente de Usandizaga, 2014, pp. 69-102; y Ferrer, 2012.
Muy poco tiempo antes de la comedia de Lope, encontramos también una acotación que indica la producción dentro de ruido de fuego, en los versos con los que inicia el auto sacramental de La navegación de Ulises, de Juan Ruiz Alceo, cuyo manuscrito autógrafo presenta censuras de enero de 1621. Es asimismo el primer auto sacramental en el que constatamos la reformulación alegórica de la escena de incendio (citado por De la Granja, 1999, pp. 210-212).
La comedia se escribió para la compañía de Juan Bautista Valenciano, y los dos papeles de Lisarda y don Juan que protagonizan la secuencia del incendio fueron representados, como se indica en el primer acto del manuscrito, por la primera actriz y esposa del auctor, Manuela Enríquez, y Fadrique de Montalbo. Como señaló primero Teresa Kirschner, 1995, entre el original autógrafo de la comedia y los impresos se originó una serie larga de modificaciones que redujeron considerablemente los detalles de aparato y efectos escénicos, lo que también alteró al menos para la versión impresa la concepción original de Lope de la escena del incendio. En particular, en los dos impresos desapareció de las respectivas acotaciones la referencia al fuego real, y la indicación del ruido del fuego. Por su parte, P. Kenworthy, 2005, p. 305, también hace notar este cambio, que atribuye sin razones precisas a las compañías teatrales que poseyeron el manuscrito.
Recuérdese que, como se indicó, en La villana de la Sagra de Tirso, ca. 1609, se había presentado ya una primera incursión en este tipo de escenas, con la representación muy breve de un incendio fingido.
La comedia se publicó por primera vez en la Parte IV de comedias de Tirso, en 1635, y presenta complejos problemas para establecer su datación. Como resume el editor, J. Garau (Tirso de Molina, Santo y sastre, pp. 619-621), los principales argumentos que la crítica ha señalado para intentar situar la fecha de composición del texto han sido unas alusiones antigongorinas en los primeros cuadros, y la inclusión de unos versos que aparecen de forma idéntica en la comedia El caballero de Gracia, también de Tirso. Por lo que respecta a la crítica al gongorismo, a pesar de ser cierta, nada induce a pensar, como sugiere Garau, que debió de darse necesariamente en los primeros meses de la polémica gongorina, ya que tales burlas al conceptismo del cordobés y sus seguidores se dieron a lo largo de varios años; pero en todo caso puede ser un argumento para situar al menos el terminus a quo de la obra hacia 1615. En cuanto a los versos comunes con El caballero de Gracia, como señala con acierto Garau, no es posible establecer a partir de ellos cuál es la obra original y cuál la reelaboración, ni hay otros elementos de los textos que lo permitan. Si Santo y sastre fuera posterior, su terminus a quo sería entonces posterior a 1619-1620, ya que no hay dudas de que la obra sobre el caballero de Gracia se escribió después de su muerte, ocurrida en mayo de 1619. Zugasti, 2005, p. 333, supone por su parte que en las comedias que Lope escribió sobre la vida de san Isidro entre 1617 y 1622 (en el marco de su proceso de canonización) se encuentran algunos rasgos que coinciden con el texto de Tirso o que pudieron influir en él, especialmente el hecho de ser ambos laicos y casados, y la escena en la que unos ángeles sustituyen la labor de los dos santos mientras se dedican a ocupaciones religiosas; elementos que en opinión del crítico podrían situar la comedia del mercedario en el mismo periodo. En mi opinión, como indico en el análisis de la obra, creo que debe de ser posterior a la pieza de Guillén de Castro de 1616, que habría influido en su concepción del incendio.
En lugar de ello, las hagiografías señalan particularmente los milagros de Homobono en relación con la aparición de pan y de vino, y también su extrema liberalidad con los pobres. En principio Tirso debió de basarse en el texto del Flos sanctorum de Pedro de Ribadeneira, que hasta donde entiendo es la única recopilación hagiográfica española en recoger la vida del santo de Cremona. La biografía se incluyó por primera vez en la ampliación que Ribadeneira hizo al volumen de santos «extravagantes» en la edición de 1609, pues la primera versión de 1604 no la había incluido. A su vez, la fuente de Ribadeneira, como se señala en su texto, fue la vida de san Homobono en la versión del De probatis sanctorum historiis, vol. VI, de Laurentius Surius, o Lorenzo Surio, que acaso también pudo ser consultada directamente por Tirso. El texto de Surio es más extenso que el de Ribadeneira, pero ambos se ciñen a los mismos elementos centrales, que debieron ser el material básico de que se valió el dramaturgo, como supone asimismo Zugasti, 2005, p. 331.
El dato más importante para sugerir la fecha de la obra es el testimonio de un documento de palacio real, en el que se consigna un pago al autor de comedias Fernán Sánchez en diciembre de 1623, por la representación de diez obras, entre las que se encontraba Palabras y plumas; Sánchez es asimismo el autor cuyo nombre consignó Tirso al frente del impreso como responsable de la representación o como dueño de la obra. Sobre los problemas de datación y las principales fuentes del texto, tanto históricas como literarias, véase mi estudio introductorio (Tirso de Molina, Palabras y plumas, pp. 48-53, 55-57).
Junto a ello, cabe señalar que Tirso también enmarca la escena en un planteamiento simbólico más complejo desarrollado en todo el texto, pues presenta al caballero don Íñigo rescatando o socorriendo a Matilde en distintos momentos que representan los elementos (agua, fuego, tierra); y especialmente, que el motivo del incendio tendrá una gran importancia en la caracterización posterior de don Íñigo, pues es el momento culminante en el que se termina de destruir su hacienda y se comienza a probar su entereza, en una forma parecida a lo que Tirso diseña a lo divino con Homobono en Santo y sastre.
Véase la introducción de M. Zugasti a la Trilogía de los Pizarro (Tirso de Molina, Obras completas, IV, pp. 37-42, 53-56, 60-61), especialmente sobre las posibles circunstancias, orden y fechas de escritura de las tres obras, que podrían haber sido un encargo de los descendientes de los Pizarro; y sobre las fuentes históricas, aspecto en el que sigue las conclusiones antes ofrecidas por Otis Green y A. B. Dellepiane, sin sugerir ningún posible modelo literario. La segunda parte del Inca se publicó en Córdoba en 1617, mientras que la obra de Pizarro no apareció hasta 1639, por lo que los críticos sugieren que Tirso lo debió de consultar en versión manuscrita.
Como he indicado, no he podido encontrar ningún referente de este episodio en las fuentes señaladas por los críticos, más allá de algunos episodios de la vida de Pizarro en Medina del Campo, como su prisión en el castillo de Mota. Pero no me parece inverosímil que fuera una proyección lejana o un recuerdo del célebre incendio de la plaza de Medina del Campo de 1520, al inicio de las Comunidades.
Cabe señalar que en la misma comedia, en el acto II, se representa otro incendio, que Tirso toma libremente de la Segunda parte del Inca (libro 2, cap. 25): el de la ciudad de Cuzco, atacada por los indígenas rebeldes con saetas de fuego. Junto a ello, se representa el milagro, también recogido en la crónica, de la virgen apareciendo en el cielo para apagar el fuego. Pero en este caso, la escenificación no recoge los parámetros de actuación aquí analizados, sino que parece ceñirse a las convenciones más antiguas del teatro de tema bélico, con el uso de una nube para la presentación de la virgen, y algunas llamas de fuego real en las zonas superiores del escenario (véase Tirso de Molina, Obras completas, IV, p. 402-403). Es el mismo episodio legendario que Calderón representa en el acto II de La aurora en Copacabana, valiéndose para la primera parte del cuadro de la escena convencional de incendio.
Se trata de un incendio provocado, pero aquí por la propia heroína del texto, que anuncia su plan desde su celda versos antes del final del acto donde se presenta la secuencia. La comedia también se publicó en la Parte IV, en 1635, pero no se tiene constancia cierta de su fecha de escritura. Véase el análisis de la editora, Eva Galar (Tirso de Molina, Antona García, pp. 489-492), que sugiere la fecha de 1625, aunque el primer elemento de peso sería la prohibición de cuellos y puntas, presuntamente mencionada en la obra, que se publicó en noviembre de 1622 y febrero de 1623.
Nótese que el fuego que consume una hacienda y deja en la pobreza a su dueño también apareció en Santo y sastre, como una aportación original de Tirso a la historia de san Homobono, y en Palabras y plumas. La obra se publicó en la Parte I, en 1627, y aparece mencionada en documentos relacionados con la compañía de Juan Jerónimo Valenciano, que como indicamos fue también a quien Lope había vendido La nueva victoria hacia octubre de 1622. El más temprano de esos documentos es un poder de marzo de 1624, en Madrid, que Juan Jerónimo y su mujer otorgaron a un agente para concertar contratos, y donde se incluía una lista de su repertorio que mencionaba la comedia, como descubrió P. Bolaños, 2006, pp. 84-85.
Son muchos los posibles aspectos de la escena que se pueden analizar en este amplísimo corpus. Como sugería Davis, 1991, p. 72, a propósito del uso de espacios sonoros, un tema que resultaría de mucho interés es la comparación de usos y de recursos de la escena de incendio en el teatro cortesano de gran formato frente a lo que hemos constatado en el teatro de corral de la comedia nueva.
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