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Lo santo y lo visible en El Príncipe constante de Pedro Calderón de la Barca

Yannick Barne
p. 77-98

Resúmenes

Nuestro propósito es analizar el papel que desempeña lo visual en una comedia de santos peculiar, El Príncipe Constante de Calderón. En ella, el dramaturgo no pretende proponer una escenificación sensacional de lo sobrenatural sirviéndose de tramoyas y artificios escenográficos, como ocurre a menudo en otras obras del mismo género. Son otras posibilidades visuales de la experiencia teatral (imágenes verbales y mentales, imágenes escénicas, figuras…) las que moviliza para mostrar no una santidad milagrosa, sino el espectáculo de un hombre sometido a una desposesión de sí y al advenimiento de lo divino en su seno.

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Notas de la redacción

Article reçu pour publication le 24/09/2020; accepté le 04/11/2020

Texto completo

  • 1 Véase Porqueras Mayo, 1996, pp. 180-182.
  • 2 No podemos aquí definir detenidamente el término o dar una historia de su uso. Indiquemos simplemen (...)
  • 3 Respecto a los cambios que afectaron la imagen del santo y su culto, véase Amaral, 2008, pp. 30-49.

1La cuestión del género de El Príncipe Constante, obra escrita por Calderón de la Barca entre finales de 1628 y principios de 1629, ha sido ampliamente discutida por la crítica. Drama histórico para unos, tragedia cristiana o Martyrdrama para otros1, la obra puede considerarse en todo caso como una comedia de santos2. De hecho, al protagonista se le califica explícitamente de «santo» (v. 2766) en el desenlace de la obra y la figura histórica que le sirvió de modelo, Fernando de Portugal (1402-1443), conocido como el «infante santo», fue probablemente considerado como tal al menos hasta el siglo xix, aunque nunca llegó a ser canonizado3.

2El argumento de la obra es harto conocido: Calderón pone en escena el ataque portugués contra Tánger en 1437, empresa liderada por Enrique el Navegador y sobre todo por su hermano, el infante Fernando, maestre de la orden de Avis. Tras el fracaso de la ofensiva, el infante es hecho cautivo por el rey de Fez, que propone liberarle a condición de que le entregue la ciudad de Ceuta, urbe cristiana que el monarca codicia. Fernando rechaza con tenacidad dicho trueque, padeciendo desde entonces y hasta su muerte una esclavitud que se asemeja a un martirio.

  • 4 Rojas, El Viaje entretenido, p. 153.
  • 5 Suárez de Figueroa, El pasajero, p. 216.
  • 6 El Mágico prodigioso, Los dos amantes del cielo, El José de las mujeres o El Purgatorio de San Patr (...)
  • 7 La gran mayoría de las comedias de santos optan por una puesta en escena sensacional. Claro que no (...)

3Si el género de la comedia de santos no fue codificado como tal, desde el punto de vista poético, en los siglos xvi y xvii, parece ser que en la práctica, la representación de esas obras suscitaba ciertas expectativas por parte del público, entre las cuales la escenificación sensacional de lo sobrenatural (milagros, aparición de entes celestes, apoteosis final del santo). De allí que Agustín de Rojas las califique de «comedias de apariencias»4 y Cristóbal Súarez de Figueroa de «comedia[s] de cuerpo», diferentes de las «comedias de ingenio»5. Esta costumbre, tal vez experimentada como imperativo por los dramaturgos y que Calderón acata en otras de sus obras hagiográficas6, permitía manifestar la santidad del individuo en todo su esplendor, a ojos tanto de los personajes en el escenario como del público en el corral, y diferenciar al santo del mero hombre piadoso7.

  • 8 Alvares, Vida do Infante dom Fernando, filho de dom Joam I Rey de Portugal.
  • 9 Sloman, 1950, p. 195.
  • 10 La acotación indica, tras la muerte de Fernando: «música, cúbrese la apariencia». Véase Sloman, 195 (...)
  • 11 Vaz Pacheco, 2016, p. 83.
  • 12 Bolandistas, Acta Santorum junii, pp. 560-561. Se conoce como bolandistas a un grupo de eruditos je (...)

4A ese respecto, El príncipe constante resulta sorprendente, puesto que no se presencia ni milagro, ni aparición espectacular. Sí que hay, es cierto, una aparición post mortem de Fernando en la tercera jornada, que se comentará más adelante, pero esta no tiene el carácter asombroso que suele distinguir a semejantes portentos al final de las comedias sacras. Asimismo, la ausencia de manifestaciones celestes es tanto más curiosa cuanto que las fuentes históricas de la obra, entre las cuales la crónica de João Alvares8, compañero del príncipe Fernando durante su cautiverio, incluyen intervenciones milagrosas. Lo mismo ocurre en La Fortuna Adversa, comedia supuestamente escrita entre 1595 y 1602 por el canónigo valenciano Francisco Agustín Tárrega y considerada como fuente de la de Calderón: en la última jornada, la Virgen baja, junto a san Miguel y san Antonio de Padua, «por invención»9, con música, e interactúa directamente con el infante en el momento de su muerte. Dicha aparición, que en la obra de Tárrega da lugar a una verdadera apariencia10 en el sentido dramático de la palabra, es un episodio recurrente en la iconografía relativa al infante beato. Aparece por ejemplo en el Tríptico do Infante Santo, D. Fernando, pintado entre 1451 y 146011 y conservado en el Museu Nacional de Arte Antiga de Lisboa, así como en las imágenes que acompañan los Acta Sanctorum de los bolandistas12.

Sanctus Princeps Ferdinandus dans Société des Bollandistes, Acta sanctorum junii, 1695.

Sanctus Princeps Ferdinandus dans Société des Bollandistes, Acta sanctorum junii, 1695.
  • 13 Véase Resina Rodrigues, 2006, p. 476.

5Calderón renuncia pues en esta obra a usar máquinas y artificios que ofrecerían un espectáculo escénico impresionante. ¿Qué medios maneja en su lugar para demostrar y manifestar la santidad de su personaje, para ‘hacerla sentir’, para distinguir las virtudes del santo de las del príncipe cristiano? Tratar de responder a esta pregunta implica también identificar qué aspecto de la santidad se procura enfocar en esta obra. Nuestra hipótesis es que Calderón no pretende tanto celebrar al Infante Santo y poner en escena una santidad milagrosa, sino mostrar el advenimiento progresivo de lo divino en el seno de un individuo. Dicha manifestación, percibida desde un punto de vista meramente humano, se advierte en las cualidades cristianas que ostenta el personaje13, pero también en su relación con lo visible, una relación que va adaptándose al recorrido espiritual del infante y que cambia sobre todo tras su profesión de fe. Calderón moviliza así las diversas posibilidades visuales que ofrece la experiencia teatral (imágenes verbales y mentales, imágenes escénicas) para elaborar, de manera singular en su teatro hagiográfico, una santidad que se podría definir como otro modo de ser hombre y que, adoptando la semejanza con Cristo, se traduce por una forma de sabiduría absoluta asociada a una paciencia ilimitada ante el sufrimiento.

Antes de la profesión de fe: el príncipe ante las imágenes mentales

  • 14 Arellano, 1995.
  • 15 Recordemos al respecto los versos de Góngora: «Si mucho poco mapa les despliega / mucho es más lo q (...)
  • 16 «Significa también la pintura en que están pintados villas, lugares, fortalezas, casas de campo y c (...)

6Un estudio de la dimensión visual de la obra no puede obviar el papel aparentemente peculiar que Calderón otorga a aquellas imágenes creadas por la palabra poética y que no son más que mentales para el espectador, según una práctica frecuente en el teatro áureo14. La singularidad consiste precisamente en definir el mundo humano como un conjunto de imágenes que los personajes tratan de aprehender y de interpretar. Las descripciones de fenómenos diversos que se hacen a lo largo de la obra apelan, en su mayoría, a términos pictóricos y llevan el sello de lo equívoco. Citemos por ejemplo la larga descripción que Muley, general musulmán, sobrino del rey de Fez, hace de la llegada de la flota portuguesa en tierras africanas (vv. 219-284). El parlamento pretende suscitar en la mente de quien oye un cuadro en movimiento, ante el cual el ojo se extravía, por culpa de la distancia que engaña los sentidos en ese momento tan confuso del amanecer15. Esa dificultad que tiene el ojo para identificar lo que ve se concretiza nada más empezar la descripción: ocho versos separan el verbo «vi» (v. 220) de su complemento («que a largo trecho del agua / venía una gruesa tropa / de naves», vv. 229-231). Este informe, en el cual abunda el léxico pictórico («países»16, «sutiles pinceles», «visos», «perspectiva», «luces y sombras», «bultos», «formas»), consta de cuatro momentos que reflejan la dificultad de identificar visualmente la flota y que se presentan como cuatro cuadros, introducidos los tres primeros por el verbo «parecer» en correlación con «pensar»:

Primero nos pareció,
viendo que sus puntas tocan
con el cielo, que eran nubes
de las que a la mar se arrojan
a concebir en zafir
lluvias que en cristal abortan,
y fue bien
pensado, pues
esta innumerable copia
pareció que pretendía
sorberse el mar gota a gota.
(vv. 251-260, énfasis nuestro)

7La vista, personificada a principios del parlamento, es una vista que adivina más que ve, que piensa sobre todo reconocer en el mundo imágenes de objetos ya conocidos o ya imaginados, que se representa nubes, monstruos marinos (como los que aparecen en La religión socorrida por España de Tiziano) o ciudades flotantes antes de lograr identificar finalmente la flota portuguesa, todo lo cual implica hiperbólicamente la grandeza de la escuadra, que supera no solo lo ya visto sino aquello de que la imaginación es capaz. También se pretende, por supuesto, enaltecer la belleza de una apariencia que encierra en sí otras muchas, todas bellas. Ante tal esplendidez, el uso explícito de términos pictóricos indica que el acto de ver es ante todo, para los personajes de la obra, un acto de creación o de reconocimiento de imágenes, un acto que, como afirmará Calderón en 1677, en su «Deposición en favor de los profesores de la pintura», puede efectivamente «suspender el espíritu». El mundo evocado se asemeja pues a un espectáculo ambiguo que desorienta a quienes a él asisten y en el que las imágenes poéticas y mentales surgen a partir de indicios a menudo engañosos.

  • 17 Para un análisis sobre el uso de la pintura en la obra, véase Shao, 2006. Se podrían analizar más e (...)
  • 18 Este presagio, que recuerda el oscurecimiento del sol durante la crucifixión de Cristo (Lc 23:45) e (...)
  • 19 Respecto a estas «imágenes […] de la muerte» que abundan en la obra, véase Cancelliere, 1994.
  • 20 La definición que propone Autoridades es la siguiente: «idear o imaginar lo que no hay».
  • 21 César, al desembarcar en África y caer accidentalmente en tierra, interpreta que va a poseer la tie (...)
  • 22 Dicha oposición entre apariencias y palabra del santo es algo frecuente en las obras hagiográficas. (...)

8Estas imágenes17 que configuran el escenario ‘mental’ de la obra resultan pues de una tentativa por parte de los personajes de interpretar un conjunto de signos visuales. Es el caso, entre otros ejemplos, de los presagios que precedieron a la expedición hacia Tánger y que aterrorizan a Enrique: este ha visto, e insiste en el verbo, el sol apolíneo esconderse tras su mortaja de nubes18, la tempestad desencadenada por un «mar sañudo y fiero» (v. 525). Estos signos componen el «semblante de la muerte» (v. 582)19, un espectáculo que anuncia el fracaso de su misión: «Si miro al mar, mil sombras considero; / si al cielo miro, sangre me parece / su velo azul; si al aire lisonjero, / aves nocturnas son las que me ofrece; / si a la tierra, sepulcros representa / donde, mísero yo, caiga y tropiece» (vv. 527-532, énfasis nuestro). Aquí interviene el príncipe Fernando, proponiéndole a su hermano «descifrar» (v. 533) los signos, reconfigurándolos en un sentido cristiano: el cielo que cubre las tierras africanas se volvió purpúreo para acoger a los portugueses como bajo un toldo imperial; los monstruos marinos y aves de mal agüero que Enrique pensó ver (y Fernando usa a propósito el verbo «fingir», v. 539)20 anunciaban en realidad la desgracia que iba a abatirse sobre las tierras africanas. Los pavores supersticiosos que suscitan estos signos no son más que «miedos vanos» (v. 545) que un buen cristiano en ningún caso debe tomar en cuenta. Se percibe aquí un viejo atributo del héroe y del conquistador: el de no creer en señales funestas o interpretarlas como favorables21. Por otra parte estas declaraciones presentan una ambigüedad entre un racionalismo incrédulo (la señal no tiene valor, es un fenómeno natural que se produce de modo casual y sin sentido, y sin embargo el buen político puede, o debe, interpretarla en un sentido favorable para corregir la mala impresión producida en los hombres supersticiosos) y una fe en la Providencia, por la que el hombre elegido cree en su destino más allá de toda apariencia de mal agüero: sus vaticinios son forzosamente buenos puesto que su causa es justa, es la de Dios. En todo caso, Fernando se presenta como el único personaje capaz de desbaratar interpretaciones erróneas, dándoles otro sentido a estos signos: su palabra es una salvaguardia contra la ambigüedad del mundo. La realidad se define así como un conjunto de imágenes y signos equívocos que solo el protagonista, guiado por una fe inquebrantable, logra descifrar de manera satisfactoria, es decir cristiana22.

  • 23 Varios investigadores consideran de hecho que el final de la obra es una derrota para los portugues (...)
  • 24 Esta réplica, comentada por varios estudiosos, pierde parte de su insolencia a partir del momento e (...)

9Sin embargo, parece ser que Fernando, por muy príncipe cristiano que sea, se extravía también en su actividad hermenéutica: la empresa de conquista que lidera con su hermano va a fracasar lamentablemente23. Ahora bien, sus comentarios pueden leerse de manera cifrada. No se trata de afirmar que el lenguaje del príncipe es tan equívoco como las imágenes del mundo o que, a pesar de sus pretensiones, no logra dominar esa realidad movediza, sino de señalar que siempre hay en su interpretación de los signos un doble sentido latente, que quizás el mismo Fernando ignore y que el espectador solo podrá alcanzar a posteriori. Si bien es cierto que los portugueses serán derrotados tras su primera expedición para conquistar Tánger, lo que le daría la razón a Enrique, la expedición permitirá sin embargo, gracias a la paciencia y a la constancia de Fernando en su martirio, conservar en manos cristianas la ciudad de Ceuta, y sobre todo las iglesias que allí se hallan, verdadera motivación del príncipe y de sus actos. De hecho, una de sus réplicas iniciales, en la que evoca el carácter divino de su misión («suyo será el honor, suya la gloria», v. 553) es pronunciada de nuevo en la tercera jornada, no por él sino por Alfonso, hijo del rey Duarte que acude a salvar a su tío Fernando de la servidumbre: «mío será el honor, mía la gloria» (v. 2582)24. Por consiguiente, la interpretación de los «augurios» hecha por Fernando debe leerse en relación no con la primera expedición del infante y de su hermano, que efectivamente fracasa, sino con la de Alfonso al final de la obra que redime a los portugueses del desastre. Lo mismo ocurre a inicios de la segunda jornada, cuando Enrique regresa de Portugal en una nave adornada con velas negras para anunciar que el rey Duarte desea intercambiar a su hermano por Ceuta. Don Juan, compañero de Don Fernando en su cautiverio, evoca, como Muley anteriormente, la arribada de la «cristiana galera / [que] llega al puerto, tan hermosa, / aunque toda oscura y negra, / que al verla se duda cómo / es alegre su tristeza» (vv. 1192-1196). De nuevo aquí, la vista se enfrenta a un espectáculo equívoco. El uso elocuente de términos como «señas» (v. 1200) o «muestras» (v. 1208) confirma la definición del acto de ver como interpretación de signos visuales. Don Juan cree que la flota exhibe su tristeza ante el cautiverio de su príncipe. Este le corrige al reconocer en esas velas un signo de luto, pero piensa que Duarte ha renunciado a socorrerle, condenándole pues a morir en tierras extranjeras. Fernando identifica correctamente la expresión del duelo pero se equivoca no obstante, ya que la flota no llora la muerte del infante, sino la del rey Duarte. Y sin embargo, el trato que este ordenó en su testamento equivale necesariamente, tal y como Fernando lo expresa en un largo parlamento, a condenarle a una «esclavitud eterna» (v. 1222) y por lo tanto a la muerte, puesto que un auténtico príncipe cristiano no puede entregar una ciudad, también cristiana, a los moros.

  • 25 «Fides ex auditu», decía san Pablo (Rm 10:17). Esto le daría al sentido del oído un papel important (...)
  • 26 El concepto se usó sobre todo en referencia a la tragedia griega. Esta técnica dramatúrgica, si es (...)

10Para el espectador del corral, es pues en esta relación con las imágenes mentales creadas por el texto dramático donde vemos al protagonista expresar su diferencia en la primera mitad de la obra y que luego será interpretada como signo de su condición de elegido, una gracia especial de que es objeto y que hará de él un santo. Calderón muestra que el contacto con lo divino conlleva primero la presciencia de una verdad que le permite a Fernando superar las ilusiones visuales y leer correctamente las imágenes del mundo, corrigiendo las interpretaciones erróneas de los demás personajes25. Sin embargo, el mismo Fernando no realiza lo que implica dicha capacidad: sus lecturas de los signos difunden una verdad que solo se entenderá retroactivamente. Manifestación de lo que se conoce como ironía trágica26, las palabras del príncipe, además de sus capacidades hermenéuticas, transmiten un sentido que rebasa lo inmediato, que teje relaciones entre fenómenos presentes y sucesos por venir. A pesar de su clarividencia, el que es santo en ciernes no parece ser claramente consciente del martirio que le espera y que sin embargo se manifiesta en sus palabras.

Tras la profesión, la transformación de las imágenes escénicas

  • 27 La presencia o no de una conversión en la obra ha suscitado un debate crítico. Véase Rodríguez Rodr (...)

11A pesar del orden explicitado por Duarte en su testamento, Fernando rechaza de manera vehemente la cesión de Ceuta. En un extenso parlamento ante el rey de Fez, se presenta como el príncipe constante que «entre desdichas y penas / la fe católica ensalza, / la ley de Dios reverencia» (vv. 1412-1414). Esta variación sobre el motivo de la profesión de fe, a menudo presente en los relatos de mártires, suscita la ira del monarca y provoca el paso de un Fernando cautivo a un Fernando esclavo. El cambio de estado, en el cual Fernando renuncia a sus títulos y a su ser (vv. 1361-1376), cambio que se ha podido calificar de conversión27, modifica asimismo la relación del personaje con lo visible. Este vínculo se materializa en el tablado, ante los ojos del espectador, sobre todo en la escena central del jardín, que sella el encuentro, o desencuentro, entre Fernando y Fénix.

  • 28 Sibila de origen africano, tal y como la representa Guidoccio Cozzarelli en el pavimento del Duomo (...)
  • 29 Abundan los estudios de esta escena. Véase, entre otros, Spitzer, 1976, Rivers, 1969 y O’Reilly, 19 (...)

12Fénix es hija del rey de Fez. Encarnación de la belleza y de la humanidad privada de fe, se siente víctima de la fatalidad y presa de una melancolía cuya causa ignora. A principios de la segunda jornada, una vieja africana, especie de Sibylla Libyca28, le anunció que su hermosura será «precio de un muerto» (v. 1030). Sumergida en una profunda melancolía, la princesa exige que le traigan flores, cuyos «matices y colores» (v. 1576) han de divertirla. Es entonces cuando Fernando, uno más de un grupo de esclavos, se las ofrece en un azafate, en el cual se halla una maravilla. La escena, además de su gran belleza, de la discusión que plantea sobre la fortuna y de las dos cosmovisiones que opone29, es interesante también en la medida en que gira en torno a un accesorio escénico, una flor, cuyo sentido el príncipe va a modificar, a la vista de todos, creando una compleja red de sentidos e imágenes.

Fénix
[…] ¿Quién será este muerto?
Sale Fernando con las flores.
Fernando
                                   Yo.

Fénix
¡Ay cielos! ¿Qué es lo que veo?
Fernando
¿Qué te admira?
Fénix
                    De una suerte
me admira el oírte y verte
Fernando
No lo jures, bien lo creo.
Yo, pues, Fénix, que deseo
servirte, humilde traía
flores, de la suerte mía
jeroglíficos, señora,
pues nacieron con la aurora
y murieron con el día.
Fénix
A la maravilla dio
ese nombre al descubrilla.
Fernando
Pues ¿qué flor no es maravilla
cuando te la sirvo yo?
(vv. 1617-1631)

  • 30 La frase de Fénix es curiosa: según Beata Baczyńska, Fénix toma sencillamente una flor del azafate (...)
  • 31 Se podría tejer aquí un paralelismo con Cristo jardinero, con una variación ingeniosa en torno al «(...)
  • 32 La distancia entre un príncipe y alguien que realiza tareas como regar o recoger flores es inconmen (...)
  • 33 Véase O’Reilly, 1980, pp. 350-353.
  • 34 «Se llama también una hierba que produce una flor azul listada de rayos rojos, de figura de una cam (...)
  • 35 Véase por ejemplo Pedro de Salas, Afectos divinos con emblemas Sagradas por el Padre Pedro Salas De (...)
  • 36 Para la diferencia entre el emblema y el jeroglífico, véase Blanco, 2012, pp. 251-258.
  • 37 Blanco, 2012, p. 253.
  • 38 Blanco, 2012, p. 256. La investigadora añade, p. 257: «De su relación originaria con la letra y la (...)
  • 39 Didi-Huberman, 2007, p. 195 (traducción nuestra). Versión francesa: «cette sorte d’objets dont on s (...)
  • 40  Didi-Huberman, 1996, p. 16 (traducción nuestra). Versión francesa: «Fra Angelico peignait aussi, p (...)
  • 41 Didi-Huberman, 2007, p. 211.

13Observemos primero el uso de la antanaclasis, que le permite a Fernando asociar los dos sentidos de la palabra «maravilla», al vincular la observación histórica (y anacrónica) de Fénix, que hace referencia a la flor30, con la situación ‘maravillosa’ (extraordinaria y admirable) en la que ambos se hallan: la de ver a un príncipe hecho esclavo o jardinero31 que le ofrece una flor32 a la hija de su enemigo. Pero es sobre todo el sentido ya no de la palabra, sino del objeto ‘flor’ el que Fernando va a modificar, convirtiéndolo en símbolo de su suerte, en anuncio de su martirio33 y en reflejo visual del carácter efímero34 de la vida humana, como lo explicitará poco después en su soneto «Estas que fueron pompa y alegría». Este desdoblamiento semántico no es algo que Calderón inventa. Efectivamente la fragilidad de la maravilla ya había pasado a ser un motivo poético, tanto en el ámbito profano, como lo atestigua por ejemplo la letrilla de Góngora «Aprended, flores, en mí», como en textos que acompañaban emblemas píos35. No se trata aquí, sin embargo, de una mera imagen poética: es un emblema lo que el personaje exhibe en el tablado, siendo el soneto que acompaña a su discurso la subscriptio que explicita el sentido de la imagen ‘flor’. Más que un emblema, el accesorio es un «jeroglífico», que se diferencia del emblema36 al no ser un mensaje elaborado por el supuesto ingenio de Fernando, sino el componente de un código que el príncipe se contenta con desvelar, el «elemento de una escritura a la vez natural y secreta»37. El término, además, tiene en el siglo xvii «connotaciones específicas que lo relacionan con el mundo del hermetismo, de lo oculto y de lo sagrado»38. Objeto de consuelo para la princesa mora, la flor revela, en contacto con el cautivo, su significado oculto y cristiano. El príncipe esclavo altera pues lo que se ve en el tablado al transmutar el accesorio escénico en figura, es decir, como define Georges Didi-Huberman, un objeto «que no vale solo por su utilidad como cosa, en el sentido estricto, sino que [vale] también, o incluso únicamente, para faire figure a la vista de aquellos que lo han fabricado, lo manipulan o lo miran»39, un signo que representa de manera oblicua y condensada «lo sobrenatural en el aspecto visible y familiar de las cosas, más allá del aspecto»40. Como sugiere Fernando en su soneto, y como desarrollará en la tercera jornada, la flor, que «cuna y sepulcro en un botón hall[ó]» (v. 1658), refleja la fragilidad del hombre, heredero de Adán, que «tan juntas / t[iene] cuando nac[e] / el lecho como la cuna» (vv. 2403-2405). De manera más concreta, el soneto anuncia también el decaimiento del personaje, cuyo martirio le hará pasar de la «pompa y alegría» (v. 1648) a la «lástima vana» (v. 1650), él que apareció glorioso en la primera jornada, al salir el sol y que perecerá, tal y como la flor, al anochecer. La palabra de Fernando es una palabra figurante en la medida en que hace hablar los objetos de la realidad al desvelar, ante los ojos de los personajes y de los espectadores, su índole de figuras, de imágenes que remiten de manera indirecta41 a verdades que traspasan lo visible. Así, la imagen mental creada por la palabra y la imagen visible contemplada en escena difieren en esto, que la primera es objeto de un proceso interpretativo mientas que la segunda implica toda una transfiguración. De hecho, la escena opondrá, como bien se sabe, la imagen de la flor y la de las estrellas, «flores nocturnas» (v.1686) que Fénix intentará transformar en emblema de la fortuna y de sus mudanzas, evidenciando una visión pagana de la existencia, como varios estudiosos han señalado. Lo que nos interesa aquí es que estas dos imágenes son, para el público, de índole diferente. La de las estrellas no es sino mental para el espectador, mientras que la flor sí que es una imagen visible en el escenario. Calderón aprovecha pues la inclusión del menor accesorio para transformarlo en imagen que, al ser figura, ni resulta equívoca ni engaña. El dramaturgo le permite al espectador pasar ya no de lo verbal a la imagen mental ambigua, sino de lo visible a un ‘más allá de lo visible’, a través de una imagen presentada como receptáculo de una verdad, correctamente glosada como un jeroglífico cristiano.

  • 42 Calderón, El príncipe constante, p. 208.
  • 43 Teulade, 2012, p. 112.
  • 44  Porqueras Mayo resume el esquema propuesto por el investigador alemán. Véase Porqueras Mayo, 1977, (...)
  • 45 El personaje pide que le entierren con el manto de su religión (vv. 2524-2530). El manuscrito 15159 (...)

14Si reflexionamos en términos de ‘figura’, el elemento más llamativo es sin duda la evolución visual del mismo príncipe. Fernando se presenta primero como un soldado conquistador en la primera jornada, engalanado con su traje de la orden de Avis. En la segunda jornada, aunque cautivo, aparece vestido de seda, de acuerdo con su rango. Pero su apariencia cambia radicalmente tras su profesión. Entra en escena «con cadenas y vestido de cautivo»42, es decir «de jerga humilde y pobre» (v. 1481) y luego debilitado, harapiento, casi desnudo, en la última jornada. Estos cambios reflejan, claro está, la degradación del príncipe que ya no es, como proclama él mismo, ni infante, ni maestre, ni siquiera hombre vivo, sino cadáver (vv. 2277-2278), una humillación jerárquica que, como ocurre a menudo en las obras hagiográficas, irá acompañada por una progresión espiritual43: Fernando aparecerá finalmente santificado tras su muerte, llevando un hacha, «antorcha desasida del Oriente» (v. 2598). Dicho esto, se pueden proponer dos modelos para esquematizar la evolución visual que afecta al personaje. Adoptando los cuatro niveles propuestos por Kayser44, esta evolución se presenta como una sucesión de cuatro ‘aspectos’ o apariencias (el noble guerrero, el cautivo, el esclavo/mártir y el santo), que a su vez pueden agruparse en dos pares. En los dos primeros casos, la indumentaria pone en evidencia la condición nobiliaria del personaje. En los dos últimos, su aspecto remite a su futura condición de santo: el traje con las cadenas coincide con la representación iconográfica del mártir, y su aparición final revela la gloria alcanzada. Pero a dicha bipartición se le puede superponer otro esquema, que adopta más bien la forma de un quiasmo y que ilustra el versículo de Lucas: «Pues todo el que a sí mismo se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido» (Lc 18:14). Efectivamente, los aspectos intermediarios evidencian una doble deterioración: la del noble guerrero hecho cautivo y la del hombre hecho esclavo que pasa sus noches en las mazmorras y sus días tendido sobre una estera putrefacta (vv. 1946-1952). En cambio, la primera apariencia y la última denotan grandeza, caballería terrestre por una parte, celeste por la otra. Esta analogía se ve acentuada por el hecho de que el personaje lleve probablemente el mismo traje45 en ambos casos y un atributo cuya función es comparable: la espada que lleva el noble y el hacha que alza el santo son blandidas para vencer al enemigo.

  • 46 Nos apoyamos aquí en el análisis que hace Didi-Huberman del Ad Martyras de Tertuliano. Véase Didi-H (...)
  • 47 Véase Duru, 2010.

15Gracias a esta doble organización, que asocia el tránsito de lo noble a lo santo con un proceso de degradación humana, Calderón representa un camino hacia la santidad que implica necesariamente una humillación. A lo largo de la obra, Fernando se des-figura a sí mismo, reviste, como Cristo, el ignobilis aspectus y pasa por una «vocación a lo informe», realizando así una reconfiguración de lo visible46: el soldado heroico que alza la espada pasar a ser soldado ‘a lo divino’ que alza el hacha, tras haberse despojado de sus atributos principescos e incluso de su condición de hombre. El cuerpo del actor se vuelve «soporte de una revelación, por inversión de los valores»47, imagen de un proceso de apertura a lo divino. El cuerpo del príncipe se vuelve así figura.

  • 48 Rubens, La muerte de Séneca (1612-1612), óleo sobre lienzo, 185x154,7 cm, conservado en la Alte Pin (...)
  • 49 Para un estudio de la iconografía religiosa en torno a Job, véase Terrien, 1996 y Réau, 1956, pp. 3 (...)
  • 50 Aunque el texto del Génesis señala que Abraham «tomó en su mano el fuego y el cuchillo» (Gn 22:6), (...)
  • 51 La liberación de san Pedro, 1514, pintura al fresco, Estancia de Heliodoro, Museos del Vaticano.

16La transformación figurativa se refleja en los ecos pictóricos que convoca dicha evolución visual. Aunque podemos pensar por ejemplo en el Séneca de Rubens48, es sobre todo en el linaje de figuras bíblicas donde el personaje se inserta. Efectivamente, Fernando, en la tercera jornada, se compara a sí mismo con Job, y su apariencia, casi desnudo, exhibiendo su cuerpo llagado e inválido, recostado en una estera, coincide efectivamente con las representaciones del personaje bíblico en el muladar (Job 9:31)49. Asimismo, la semejanza visual entre el caballero inicial y el santo final relaciona la espada con el hacha, retomando la iconografía relativa a Isaac y Abraham en la que estos dos elementos están a menudo asociados50. Dicho eco pictórico acentúa la idea de sacrificio, central en la obra, así como la analogía que se teje repetidas veces entre el personaje de Fernando y Cristo, al haber sido considerado el sacrificio de Isaac como prefiguración de la Pasión. Se podría ver también en este Fernando encadenado una imagen de Pedro cautivo, tal y como lo representa Rafael51. El príncipe, que en su martirio imita la figura crística del vir dolorum, «enfermo», «tullido» (v. 1929), «flaco» (v. 1938) y «hambriento» (v. 2261), se convierte en un receptáculo de imágenes, al representar en su misma apariencia ese proceso de desfiguración de lo humano y de surgimiento de lo divino.

  • 52 Normalmente se aplica la expresión a los reyes (de Francia, en especial) que hacen milagros tocando (...)
  • 53 Sloman, 1950, p. 165.

17Ahora bien, lo que ven los demás personajes no es esa relación creciente con lo divino, sino la degradación a nivel humano, siendo el cuerpo afligido una imagen destacada que suscita abundantes comentarios. Así, cuando Fernando aparece por primera vez de cautivo, antes de su profesión, los esclavos se arrodillan ante él y expresan su emoción al ‘ver’ al príncipe taumaturgo52. Dicho encuentro es observado además por Muley, siendo Fernando el objeto de una doble mirada (la de los esclavos y la del general moro). Su entrada genera pues comentarios, que se multiplican cuando Fernando ya no es príncipe vestido de seda, sino cautivo vestido de jerga. Es interesante señalar que en La fortuna adversa de Tárrega, el cambio de indumentaria se produce en el tablado53, a la vista de todos, lo que no es el caso en la obra de Calderón. En este sentido, la aparición del infante con cadenas, en el jardín de Fénix, marca un punto de inflexión visual tan abrupto que los cautivos ya no lo reconocen. Señalemos además que antes de su encuentro con Fénix, 105 versos más tarde, Fernando deja el escenario dos veces: una para ir a buscar un cubo de agua, otra para ir a buscar el azafate de flores que reclama la princesa. Con este vaivén, Calderón no le permite al espectador acostumbrarse a esa nueva apariencia, suscitando el asombro cada vez que surge el personaje. Cada aparición y reaparición se hace de hecho ante los ojos de diferentes espectadores internos: los cautivos primero, Don Juan luego, y finalmente Fénix. Ante un mismo aspecto, los personajes reaccionan de manera distinta, lo que da lugar a una diversificación y una gradación de las reacciones: los cautivos no reconocen a su príncipe, el compañero expresa su tristeza, y Fénix su admiración, en el sentido etimológico de la palabra. Cada nueva salida en escena tiene la fuerza de una imagen, una imagen desoladora que se comenta.

  • 54 El horror que siente la princesa es un horror sinestésico, causado por el aspecto visual, por el ol (...)
  • 55 Para describir su estado, Fernando usa de hecho términos que ya aparecían en el episodio de la cadu (...)
  • 56 La historiografía española usa el término de ‘transido’ para designar esas representaciones del cue (...)

18Entre esas reacciones, señalemos el horror que expresa Fénix. Ante la palabra del esclavo, que revela figuras cristianas y que le enuncia una verdad que ella no puede soportar, exclama: «Horror y miedo me has dado; / ni oírte ni verte quiero» (vv. 1662-1663). Al no poder soportar ni la presencia del jeroglífico, con el mensaje sagrado que vehicula, ni la visión del mensajero cautivo, pretende «deshac[er] y romp[er]» (v. 1668) las flores, es decir deshacer la figura, antes de abandonar el tablado. En la tercera jornada, le suplica a su padre que actúe con piedad, indicándole que Fernando «horror da a cuantos le ven» (v. 1988). Sin embargo, aunque compasiva de lejos, en presencia del príncipe siente efectivamente horror y sobre todo repugnancia (vv. 2484-2487)54, y en lugar de consolarlo, lo aparta de sí, lo que muestra que los sentimientos paganos de humanidad y compasión no son nada frente a la verdadera caridad, virtud cristiana y sobrenatural. Fernando representa para la princesa mora una imagen extrema, un límite de lo visible, una forma que le es imposible ver, asociada a una verdad que no puede ni siquiera oír: incluso putrefacto, él vale más que ella. Al igual que la caduca africana55 evocada a principios de la segunda jornada, el príncipe ha alcanzado un estado en el que ya no es sino un «esqueleto vivo» (v. 1009), casi un transi56, es decir un yacente que representa un cadáver desnudo en descomposición. Fénix se enfrenta, en el escenario, a una verdad cristiana que se manifiesta a través del cuerpo agonizante, imagen de lo corruptible, imagen que le anuncia su propio fin.

  • 57 Pensemos por ejemplo en el final de la primera jornada. Fernando quiere que Duarte actúe como «prín (...)
  • 58 Menéndez Pelayo, 1881, pp. li-lii.

19Conviene añadir a este punto de vista humano sobre la decadencia del personaje la mirada del propio Fernando. Ante Fénix, es consciente del aspecto horroroso de su propio cuerpo. Asimismo, en la segunda jornada, tras haberle declarado al rey, con fuerza y convicción, que el infante había muerto y que él ya no era más que un vulgar esclavo, se dirigirá al público evocando su nuevo aspecto: «Mortales, no os espante / ver un maestre de Avís, ver un infante, / en tan mísera afrenta, / que el tiempo estas miserias representa» (vv. 1550-1553, énfasis nuestro). Atrapado en las imágenes del tiempo y de la fortuna, es consciente de que su apariencia, reflejo de una condición nobiliaria ultrajada, resulta aterradora. En la tercera jornada, pide limosna insistiendo en el hambre que padece, en un discurso patético en el cual pretende atraer las miradas y poner de manifiesto, a través de un pleonasmo elocuente, su condición de hombre atribulado: «Dalde de limosna hoy / a este pobre algún sustento; / mirad que hombre humano soy / y que, afligido y hambriento, / muriendo de hambre estoy» (vv. 2258-2262, énfasis nuestro). Si uno admira la resistencia del príncipe ante las humillaciones y las restricciones, no puede ignorar las quejas, presentes a lo largo de la obra57, que bien revelan que la constancia tiene un precio difícil de asumir por este mártir que no es más que un hombre, al fin y al cabo, como ha señalado muy acertadamente Menéndez Pelayo58. Lo que recalcan los personajes, incluido el propio protagonista, a través de sus comentarios es el dolor y el sufrimiento que implica la constancia del futuro santo, visto ante todo como imagen viva de la humillación humana. Su constancia no es la del estoico impasible, la del maestro antiguo quintaesenciado, sino la del cristiano que conoce su miseria y no espera más que en Dios: Fernando muestra que obedece a la voluntad divina, despreciando sus intereses de hombre de carne y haciéndose, incluso visualmente, semejante a Cristo.

20De modo que las imágenes escénicas pasan a ser para el espectador figuras, imágenes que remiten a un más allá de lo visible, sea el jeroglífico de la flor o el cuerpo demacrado de Fernando, reflejo de un contacto creciente con lo divino. Ahora bien, a pesar del salto sensible que implican, es siempre su aspecto material, y para el príncipe su carácter humano, el que es comentado y subrayado por los personajes de la obra. Fernando, a pesar de su constancia y de su fe, no llega a ocultar su debilidad de hombre. Es esa dualidad la que volvemos a encontrar en la aparición final del santo.

Tras la muerte: el santo en medio de los hombres

  • 59 Varios estudiosos han considerado sin embargo que el final es impresionante. Véase por ejemplo Lums (...)
  • 60 Tenemos pocas informaciones sobre este manuscrito, que no es de la mano de Calderón. Perteneció pro (...)
  • 61 «Sale Don Fernando de gala con manto de su orden de comulgar y una hacha encendida en la mano en un (...)
  • 62 El manuscrito 15159, más didáctico, sí que lo explicita. Calderón, La gran comedia del príncipe con (...)
  • 63 De hecho, esta aparición puede tener un carácter épico. Pensemos en la del Cid, cuya leyenda cuenta (...)

21Tras la muerte del príncipe, que tiene lugar fuera del escenario, el espectador presencia su reaparición en las costas marroquíes donde el nuevo rey de Portugal, Alfonso, y su tío Enrique acaban de desembarcar, antes del amanecer, para liberar al infante. En esta escena se instaura un nuevo modo de ver, puesto que los espectadores acceden a un más allá de lo visible terrestre sin pasar por la emblemática figurativa de la flor o el cuerpo depauperado del mártir. Sin embargo, el milagro puede decepcionar si lo comparamos con otras comedias de santos, en las que la aparición post mortem cobra una dimensión mucho más aparatosa, tanto a nivel dramatúrgico como escenográfico59. La aparición del príncipe no requiere necesariamente el uso de tramoyas, aunque sí pudieron ser usadas para ciertas representaciones. El manuscrito 1515960 de la BNE, testimonio de una puesta en escena contemporánea de Calderón, indica, contrariamente a las versiones impresas, que el príncipe puede atravesar el tablado de un lado a otro gracias a un «bofetón» y a una «tramoya». No obstante, en ambos casos, las acotaciones señalan que dichos efectos impresionantes pueden evitarse, o al menos amortiguarse61. La aparición tampoco suscita la admiración por parte de los espectadores internos, como suele ocurrir en las obras hagiográficas en las que la apoteosis vista por todos es un milagro que demuestra la santidad del personaje. Aquí, solo Enrique y Alfonso tienen acceso a la imagen sobrenatural y sus reacciones son parcas: se contentan con expresar una duda respecto a la índole de esta aparición, que no se explicita en la versión impresa62. Los personajes y el público no pueden saber si Fernando ha muerto (este anuncio se reserva para el coup de théâtre final), ni si se trata de un fantasma, de un ángel o de una proyección, siendo la capacidad de comunicar mediante una aparición un privilegio de la santidad que no presupone la muerte. Los motivos de aquel ser enigmático tampoco son nítidos: está allí, es cierto, para ayudar a Alfonso en su misión bélica63, para hacer las veces de intercesor e informarle de que tiene el apoyo del Cielo y sobre todo para confiarle una misión: la de «librar[le a él] de esclavitud» (v. 2594). Ahora bien, Alfonso comprenderá este recado tardíamente: librar al infante significa en realidad recuperar su cuerpo muerto.

  • 64 «Yo soy la luz del mundo; la persona que me siga, no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la l (...)
  • 65 En el manuscrito 15159, Fernando ya no tiene el hacha cuando las tropas llegan ante las murallas (L (...)
  • 66 Calderón, El príncipe constante, p. 258.

22Al llegar los portugueses a los pies de las murallas de Fez (v. 2645 y ss.), la acotación indica que el hacha, luz que guía a las tropas portuguesas ‘aunque es de noche’ —más simbólicamente luz de la fe que permite abrirse un camino en la oscuridad del mundo64, nueva analogía con Cristo—, no ilumina más que al rey de Portugal y a Enrique, siendo estos los únicos individuos que tienen el privilegio de ver al santo65. El acompañamiento sonoro de dicha aparición también es singular al diferenciarse de la música armoniosa que suele asociarse a las intervenciones celestes. Las palabras de Fernando se mezclan con el estruendo de las armas, confundiéndose las voces primero con el sonido belicoso de las trompetas y luego con el de las «cajas destempladas»66. La reacción de Don Juan, que desde Fez observa la llegada de las tropas de Alfonso, patentiza toda la ambigüedad de esta aparición: «Arrastrando las banderas / y destemplados los parches, / muertas las cuerdas y luces, / todas son tristes señales» (vv. 2641-2644). El que fue compañero del mártir hasta su muerte no ve a aquel Fernando que alza el hacha. Los signos visuales y auditivos suscitan de nuevo una interpretación errónea: al no tener acceso al conjunto del espectáculo, Don Juan considera que las mechas apagadas y los tambores destemplados son malos presagios que anuncian una derrota militar. La presencia de esa aparición selectiva así como la música disonante indican que el desenlace del drama, y el restablecimiento del orden que le acompaña, todavía no ha llegado: el meollo de la obra no reside en la prueba de que Fernando ha alcanzado la santidad, sino en su liberación y, más concretamente, en la recuperación de su cuerpo muerto.

  • 67 Calderón, El príncipe constante, p. 256 (énfasis nuestro).
  • 68 Esta exhibición del cuerpo proviene de las fuentes históricas: el cuerpo del infante fue vaciado de (...)
  • 69 Calderón, La gran comedia del príncipe constante y esclavo por su patria, f. 48v.
  • 70 Calderón, La gran comedia del príncipe constante y esclavo por su patria, f. 49v: «el rey moro y Ce (...)
  • 71 Calderón, La gran comedia del príncipe constante y esclavo por su patria, f. 51r.

23La última imagen que el espectador tiene de Fernando es su ataúd. Este se exhibe entre las dos apariciones del santo, y permanecerá visible hasta el final de la obra: «El Rey, Celín y en lo alto del tablado don Juan y un cautivo, y el Infante en un ataúd, que se vea la caja no más»67. Este hallazgo dramatúrgico y escenográfico es el remate del proceso de desfiguración del príncipe que se ha ido comentando, y de ese cuerpo humano que se vuelve figura. Efectivamente, se identifica en estas últimas escenas el cuerpo de Fernando con su ataúd. Cuando el rey lo expone ante los cristianos, en lo alto de las murallas, designa el féretro como si fuera el mismo infante: «Cristianos, ese es padrón / que a las futuras edades / informe de mi justicia […]. / Aun muerto no ha de estar libre / de mis rigores notables, / y así puesto a la vergüenza / quiero que esté a cuantos pasen» (vv. 2617-2634)68. Asimismo, Alfonso lo identifica con su tío: «Agora llegad, cautivos; / ved vuestro santo y llevalde / en hombros hasta la armada» (vv. 2765-2767, énfasis nuestro). El cuerpo se confunde con un objeto escénico que es designado como algo que hay que ver. De hecho, este asocia, a semejanza de la rosa, diversas imágenes: no solo lo que se ve efectivamente en el escenario, sino también la imagen mental del cuerpo muerto contenido en el ataúd. Ahora bien, esta imagen del difunto se relaciona tanto con el espectáculo horrible que se ha visto a lo largo de la jornada tercera como con la aparición ambigua pero gloriosa del beato con su hacha. El féretro, porque exhibe al infante y lo esconde a la vez, permite relacionar estos dos aspectos visualmente contradictorios. La imagen mental cobra aquí una nueva legitimidad, al estar asociada a una imagen escénica. En el manuscrito 15159 de la BNE, el ataúd aparece primero cubierto con un paño negro69, que se quitará luego70. Finalmente una acotación, ausente de las versiones impresas, indica que Alfonso lo abre71. Se tendría que imaginar en este caso al actor que hacía de príncipe tumbado como una efigie. Si dicho proceso materializa la imagen que en las otras versiones del texto no es sino mental, disminuyendo a nuestro parecer la fuerza evocativa del ataúd cerrado, apenas se modifica lo que se acaba de comentar: el cuerpo muerto y putrefacto que se ve en esta «estrecha cárcel», ostenta, como la aparición sobrenatural, el hábito de la orden de Avis, tal y como lo reclamó Fernando. El ataúd, esté abierto o no, superpone la imagen del hombre macilento y muerto y la del santo. La presentación del difunto, encuadrado por los contornos de esta «prisión», acentúa la idea de ese cuerpo convertido en imagen, imagen incluso enmarcada.

  • 72 Recordemos la etimología que inventa Calderón : «que Ceyt o Ceuta, en hebreo / vuelto el árabe idio (...)
  • 73 Spitzer, 1976, p. 607.

24Señalemos además que esta última escena funciona de por sí como un emblema, como una condensación visual del argumento planteado por Calderón y que se define en torno a la noción de «precio» y de «rescate». Desde el final de la primera jornada, se trata de saber si la vida de Fernando vale tanto como Ceuta, y si la belleza de Fénix vale tanto como la constancia del príncipe (las dos cuestiones están relacionadas, puesto que Fénix y Ceuta son dos modelos de belleza)72. En esta última escena, la sentencia pronunciada por Fernando, según la cual aun putrefacto, valía más que Fénix, se exhibe a los espectadores bajo la forma de una imagen escénica, acentuada por la disposición de los diferentes elementos: en el tablado, Alfonso entrega a Fénix, pero también a Tarudante y a Muley, hechos también prisioneros, contra el cuerpo muerto de Fernando, situado en lo alto de las murallas. Como indica Leo Spitzer, el intercambio final entre el cuerpo de Fernando y Fénix es un intercambio más bien de valores que de individuos73: la disposición escénica revela que la constancia y las reliquias valen mucho más, efectivamente, que la belleza y que el reino.

25Y sin embargo, uno se equivocaría al ver únicamente en esta escena y en el féretro un emblema, una imagen que remitiría a un más allá de lo visible. Al acabar su obra no con el cuerpo glorioso del santo, sino con el ataúd que contiene los restos del príncipe, Calderón recuerda de manera patente el carácter humano del personaje. El ataúd enfatiza no la trascendencia del santo, sino sus restos mortales, y pone de realce la necesidad, fundamental para los hombres de este mundo, de recuperar los despojos del infante santo, futuras reliquias. Así, en vez de concluir su obra con una apoteosis, con un movimiento de ascensión del santo rodeado de figuras celestes, Calderón opta por un movimiento de bajada del ataúd desde lo alto de las murallas, de regreso entre el común de los mortales, un cuerpo que será llevado por los cautivos hacia el mar «al son de dulces trompetas / y templadas cajas» (vv. 2769-2770), con una música esta vez armoniosa, música terrestre y no celeste, que es la de la procesión funeraria. El ataúd, al mostrar sin mostrar, al contener el cuerpo descompuesto del príncipe pero al haber sido precedido por la aparición del santo, refleja las dualidades que estructuran la obra, entre cuerpo glorioso y cuerpo lastimado, entre desfiguración y reconfiguración, entre humanidad y santidad.

Conclusión

  • 74 Festugière, 1942, p. 107 (traducción nuestra). Versión francesa: «Toute vie de saint offre le spect (...)

26Si bien Calderón se ha negado a servirse en esta obra de tramoyas y artificios que hubieran posibilitado una puesta en escena sensacional de la santidad, se ha valido sin embargo de las potencialidades visuales que ofrece el espectáculo teatral para distinguir al santo de los demás personajes. El santo es a la vez el que supera la ambigüedad de las imágenes del mundo y el que tiene acceso a un sentido cuyo alcance desconoce. El que es capaz de desvelar figuras que remiten a una verdad sacra, que se convierte él mismo en figura en la que se manifiesta la intervención divina, pero que también exhibe su dolor de hombre. El que, a pesar de poder mostrarse glorioso tras su muerte, aparece en última instancia en un ataúd. Es finalmente el que está profundamente apegado a la vida, a su condición de noble y de hombre, y que sin embargo acepta perderlo todo porque Dios y su culto deben prevalecer. La santidad que presenta visualmente aquí Calderón se vincula con la debilidad del ser humano, con la imitación de Cristo, más que con sus efectos de potencia taumatúrgica y maravillosa. Así, en esta obra que expone un «desposeimiento de sí […] y [una] toma de posesión por lo divino»74, Calderón asocia visualmente, al final de su obra, la celebración del santo con el dolor del hombre, sin que lo uno contradiga lo otro. En suma, muestra la santidad en lo que tiene de más glorioso y de más humano.

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Wirth, Jean, La jeune fille et la mort. Recherches sur les thèmes macabres dans l’art germanique de la Renaissance, Genève, Droz, 1979.

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Notas

1 Véase Porqueras Mayo, 1996, pp. 180-182.

2 No podemos aquí definir detenidamente el término o dar una historia de su uso. Indiquemos simplemente, como lo hacen Teulade y Vincent-Cassy, que son comedias cuyo protagonista es un santo. Véase Teulade, 2012, p. 23, Vincent-Cassy, 2011, p. 277. El término ya se usaba en el siglo xvii, como lo refleja la famosa Bibliografía de Cotarelo: aparece en el Diálogo de las comedias, anónimo (1620), El Donado hablador del médico segoviano Jerónimo de Alcalá Yáñez y Ribera (1624), la famosa Aprobación del trinitario Manuel Guerra y Ribera (1681), el Buen celo del jesuita Pedro Fomperosa y Quintana (1683), el Teatro de los teatros de Francisco Bances Candamo, entre otros. Véase Cotarelo, 1904, pp. 51a, 79b, 230b, 265a, 336a.

3 Respecto a los cambios que afectaron la imagen del santo y su culto, véase Amaral, 2008, pp. 30-49.

4 Rojas, El Viaje entretenido, p. 153.

5 Suárez de Figueroa, El pasajero, p. 216.

6 El Mágico prodigioso, Los dos amantes del cielo, El José de las mujeres o El Purgatorio de San Patricio contienen apariciones sobrenaturales. En Origen, pérdida y restauración de la Virgen del Sagrario, que no es una comedia de santos, la Virgen aparece «en un carro triunfal, y rodeada de ángeles» (p. 581).

7 La gran mayoría de las comedias de santos optan por una puesta en escena sensacional. Claro que no es el caso de todas: tenemos el ejemplo de El Gran Patriarca don Juan de Ribera, del valenciano Gaspar de Aguilar (1611-1616). Véase la comedia en el Norte de la poesía española, cuaderno 11. En ella, la santidad del personaje no es demostrada por prodigios, cosa lógica, puesto que el santo acababa de morir cuando se escribió la obra, que había vivido en medio de las personas que formaban el público, en calidad de arzobispo, y que habría que esperar casi tres siglos para su canonización. Por eso su santidad, que es tanto virtud política de un gran príncipe de la Iglesia como virtud tradicionalmente cristiana, se resalta gracias a la abundancia de elogios pronunciados en la obra. No así en la nuestra, dedicada a un santo ya algo remoto y conocido por leyendas piadosas, que por lo tanto se prestaba mucho más a lo maravilloso.

8 Alvares, Vida do Infante dom Fernando, filho de dom Joam I Rey de Portugal.

9 Sloman, 1950, p. 195.

10 La acotación indica, tras la muerte de Fernando: «música, cúbrese la apariencia». Véase Sloman, 1950, p. 196.

11 Vaz Pacheco, 2016, p. 83.

12 Bolandistas, Acta Santorum junii, pp. 560-561. Se conoce como bolandistas a un grupo de eruditos jesuitas que se dedican desde el siglo xvii a la publicación y a la crítica de documentos hagiográficos. Aunque el iniciador de dicha empresa fue Heribert Rosweyde (1569-1629), el grupo debe su nombre a Jean Bolland (1596-1665) que prosiguió y amplió el trabajo de Rosweyde tras su muerte.

13 Véase Resina Rodrigues, 2006, p. 476.

14 Arellano, 1995.

15 Recordemos al respecto los versos de Góngora: «Si mucho poco mapa les despliega / mucho es más lo que (nieblas desatando) / confunde el sol y la distancia niega» (Soledad primera, p. 371).

16 «Significa también la pintura en que están pintados villas, lugares, fortalezas, casas de campo y campañas» (Aut.).

17 Para un análisis sobre el uso de la pintura en la obra, véase Shao, 2006. Se podrían analizar más ejemplos de estas escenas en las que abundan las referencias pictóricas, como la evocación que hace Fénix de su encuentro con la «caduca africana» y que convoca y asocia diversos motivos iconográficos: el de la Venus dormida y el de la doncella y la muerte, a veces asociado al de las tres edades del hombre. Para el motivo de la Venus dormida (que inspiró entre otros a Velázquez), sus fuentes y su posteridad, véase el precioso catálogo de la exposición organizada en Bruselas en torno a la Venus de Urbino en 2003 (Calabrese, 2003). Para el motivo de la doncella y la muerte, véase Wirth, 1979, especialmente pp. 61-66 y 80-93. Uno de los cuadros que el estudioso considera como una de las meditaciones más complejas sobre la muerte (Wirth, p. 152) y que recupera este motivo se halla en el Museo del Prado: se trata del óleo sobre tabla (151x61 cm) de Hans Baldung Grien, Las Edades y la Muerte (1541-1544).

18 Este presagio, que recuerda el oscurecimiento del sol durante la crucifixión de Cristo (Lc 23:45) es recurrente en Calderón. Recordemos los presagios nefastos que trae el nacimiento de Segismundo en La vida es sueño.

19 Respecto a estas «imágenes […] de la muerte» que abundan en la obra, véase Cancelliere, 1994.

20 La definición que propone Autoridades es la siguiente: «idear o imaginar lo que no hay».

21 César, al desembarcar en África y caer accidentalmente en tierra, interpreta que va a poseer la tierra; el Gran Capitán interpreta el incendio de su propia pólvora como «luminarias» o fuegos de artificio que festejan su cierta victoria. Más cerca del tema del Príncipe constante, el rey don Sebastián, al aparecer un cometa que le presentaban como disuasivo de su empresa africana, dijo: «¡Eh, que no lo entendéis! Que el cometa me está diciendo que acometa», en lo cual se equivocaba lamentablemente. Véase Gracián, Agudeza y Arte de Ingenio, pp. 440-441 y 449-450. Para más ejemplos de capitanes que «torcieron los agüeros siniestros en su favor», véase Covarrubias, Tesoro de la lengua castellana o española, p. 61.

22 Dicha oposición entre apariencias y palabra del santo es algo frecuente en las obras hagiográficas. Véase Teulade, 2012, pp. 122-123. Sin embargo, conviene señalar que el conflicto que se plantea aquí no gira exclusivamente en torno al ser y al parecer, sino más bien en torno a diferentes maneras de interpretar los signos.

23 Varios investigadores consideran de hecho que el final de la obra es una derrota para los portugueses. Véase por ejemplo Parker, 1991, p. 256.

24 Esta réplica, comentada por varios estudiosos, pierde parte de su insolencia a partir del momento en que Fernando le revela a su sobrino que ha recibido el beneplácito del cielo: el honor y la gloria de Alfonso están ligados al honor y a la gloria de Fernando y de Dios.

25 «Fides ex auditu», decía san Pablo (Rm 10:17). Esto le daría al sentido del oído un papel importante en la estrategia dramatúrgica de Calderón, como de hecho sucede en otras obras de carácter sacro. El auto Psiquis y Cupido, por ejemplo, plantea el problema de la relación entre los sentidos y la fe: la Fe afirma que «es Fe por el oído» y que rinde los ojos al oído. Véase Calderón, Psiquis y Cupido, p. 357. María Luisa Lobato observa que en los autos sacramentales, el conocimiento de las verdades de la fe es superior a cualquier otro y que el oído es indispensable para acceder a dicho saber, aunque como lo reconoce la investigadora, no parece haber en la producción calderoniana una victoria absoluta del oído sobre la vista. Véase Lobato, 2002, pp. 610-611.

26 El concepto se usó sobre todo en referencia a la tragedia griega. Esta técnica dramatúrgica, si es que se puede hablar de ‘técnica’, sirve por una parte para recordarle al espectador que el destino o las divinidades que lo encarnan (o su variante, la Providencia) está allí, rondando en el tablado, omnisciente y todopoderoso; por otra parte para sugerir que el héroe tiene un saber inconsciente de lo que le espera, y se resigna, o incluso colabora, a ello: por obcecación en la tragedia y por fe ciega en el drama cristiano de la redención y de la santidad. El manejo de la ironía trágica por Calderón es algo bastante sistemático, o bien que lo haya aprendido leyendo tratados sobre la tragedia griega o traducciones de tragedias, o bien que haya visto el uso de este procedimiento en autores trágicos, italianos o españoles del xvi.

27 La presencia o no de una conversión en la obra ha suscitado un debate crítico. Véase Rodríguez Rodríguez, 2000, pp. 93-94. Precisemos que el término de ‘conversión’ no remite aquí a un cambio de fe, a la adopción de una nueva religión a partir de otra o de ninguna, sino al proceso interior de transformación (que la religión cristiana tomó probablemente de la filosofía) de quien pasa de una fe muerta a una fe viva, de quien decide hacer penitencia y abandonar las ocasiones de pecar. Véase Viller, Cavallera y Guibert, 1953, pp. 2223-2266, De Fiores y Goffi, 1983, pp. 197-201 y, a modo de resumen, el artículo escrito por el filósofo e historiador francés Pierre Hadot en la Encyclopædia Universalis.

28 Sibila de origen africano, tal y como la representa Guidoccio Cozzarelli en el pavimento del Duomo di Siena. Aunque Lactancio afirma en sus Instituciones divinas (I, VI) que se trata de la segunda sibila, Grimal menciona una tradición que hace de esta sacerdotisa, hija de Zeus y de Lamia, la primera de todas (Grimal, 1999, p. 420). Según Réau, se la representa a menudo con un cirio encendido que anuncia el advenimiento del Salvador que vendrá a iluminar las tinieblas (Réau, 1956, p. 427). La de Cozzarelli parece profetizar en cambio la Pasión de Cristo, como lo indica el libro que exhibe así como la predicción que aparece a su derecha, ya mencionada por Lactancio (Instituciones divinas, Libro IV, XVIII, 15) y recogida por san Agustín en la Ciudad de Dios (XVIII, 23).

29 Abundan los estudios de esta escena. Véase, entre otros, Spitzer, 1976, Rivers, 1969 y O’Reilly, 1980.

30 La frase de Fénix es curiosa: según Beata Baczyńska, Fénix toma sencillamente una flor del azafate y, hablándose a sí misma, se acuerda de su nombre, «maravilla», a pesar de que no podía hallarse en el jardín de Fez, en la primera mitad del siglo xv, esa flor oriunda de México. De ahí el anacronismo. Lo importante en todo caso es que el nombre de la flor recuerde explícitamente el tópico literario asociado a la maravilla y a su fragilidad. Véase Baczyńska, 1998, pp. 208-209.

31 Se podría tejer aquí un paralelismo con Cristo jardinero, con una variación ingeniosa en torno al «Noli me tangere», pronunciado no por Cristo resucitado a María Magdalena, sino por la princesa mora al príncipe cautivo.

32 La distancia entre un príncipe y alguien que realiza tareas como regar o recoger flores es inconmensurable. La etiqueta construía en torno a los reyes y a los príncipes una suerte de muralla que los aislaba, una especie de majestad sacra que excluía cualquier contacto con lo material, lo que no es el caso, por ejemplo, de los héroes y dioses homéricos. De allí el término de ‘maravilla’, como «suceso extraordinario que causa admiración y pasmo» (Aut.).

33 Véase O’Reilly, 1980, pp. 350-353.

34 «Se llama también una hierba que produce una flor azul listada de rayos rojos, de figura de una campanilla: los tallos son muy altos y de agradable vista, y las flores se marchitan inmediatamente que las da el Sol; y aunque suelen volver a revivir, nunca pasa su duración de tres días» (Aut.).

35 Véase por ejemplo Pedro de Salas, Afectos divinos con emblemas Sagradas por el Padre Pedro Salas De la Compañía de Jesús, f. 53r.

36 Para la diferencia entre el emblema y el jeroglífico, véase Blanco, 2012, pp. 251-258.

37 Blanco, 2012, p. 253.

38 Blanco, 2012, p. 256. La investigadora añade, p. 257: «De su relación originaria con la letra y la escritura, el término jeroglífico mantiene en muchos de sus empleos una relación privilegiada con objetos de forma simple, fácil de reducir a un diseño abstracto, y por ello fácilmente reproductibles como deben serlo los caracteres de una escritura. Por último, conserva, como resto de su remota procedencia egipcia, la capacidad de sugerir la profundidad y la inmutable eternidad del significado que entraña».

39 Didi-Huberman, 2007, p. 195 (traducción nuestra). Versión francesa: «cette sorte d’objets dont on sent bien — même lorsqu’on le sait mal — qu’ils ne valaient pas seulement pour leur utilité de chose au sens strict, mais qu’ils valaient aussi, voire uniquement, pour faire figure aux yeux de ceux qui les avaient fabriqués, les manipulaient ou bien les regardaient».

40  Didi-Huberman, 1996, p. 16 (traducción nuestra). Versión francesa: «Fra Angelico peignait aussi, peignait surtout des figurae au sens latin et médiéval, c’est-à-dire des signes picturaux pensés théologiquement, des signes conçus pour représenter le mystère dans les corps au-delà des corps, […], le surnaturel dans l’aspect visible et familier des choses, au-delà de l’aspect».

41 Didi-Huberman, 2007, p. 211.

42 Calderón, El príncipe constante, p. 208.

43 Teulade, 2012, p. 112.

44  Porqueras Mayo resume el esquema propuesto por el investigador alemán. Véase Porqueras Mayo, 1977, p. 688.

45 El personaje pide que le entierren con el manto de su religión (vv. 2524-2530). El manuscrito 15159 de la BNE, del cual hablaremos más en adelante, señala de hecho que Fernando aparece al final de la obra con «manto de su orden, de comulgar» (Calderón, La gran comedia del príncipe constante y esclavo por su patria, f. 47v).

46 Nos apoyamos aquí en el análisis que hace Didi-Huberman del Ad Martyras de Tertuliano. Véase Didi-Huberman, 2007, pp. 132-133.

47 Véase Duru, 2010.

48 Rubens, La muerte de Séneca (1612-1612), óleo sobre lienzo, 185x154,7 cm, conservado en la Alte Pinakothek de Múnich. Existe una copia en el Museo del Prado.

49 Para un estudio de la iconografía religiosa en torno a Job, véase Terrien, 1996 y Réau, 1956, pp. 315-316. Curiosamente, los dos estudios no citan una obra a nuestro parecer sugestiva: se trata del lienzo Job, atribuido a Antonio de Pereda, 100x83 cm, sin fecha, conservado en la Galería Nacional de Parma (núm. 364).

50 Aunque el texto del Génesis señala que Abraham «tomó en su mano el fuego y el cuchillo» (Gn 22:6), lo que Abraham empuña en múltiples representaciones es una espada, y no un cuchillo, incorrección que fue denunciada, parece ser, por Lutero. Véase Gutmann, 1984, p. 115 y, más generalmente, sobre la iconografía del sacrificio de Isaac en el arte hispánico, Cayuela Vellido, 2013.

51 La liberación de san Pedro, 1514, pintura al fresco, Estancia de Heliodoro, Museos del Vaticano.

52 Normalmente se aplica la expresión a los reyes (de Francia, en especial) que hacen milagros tocando a los enfermos. Algo de eso, aunque atenuado, hay en esta escena en la que el príncipe alivia a los cautivos. Uno de ellos confiesa: «Solamente este consuelo / aquí nos ofrece el cielo» (vv. 1066-1067). Otro añade: «Verte con vida y salud / hace nuestra esclavitud / dichosa» (vv. 1102-1104). Respecto a esa noción, véase el famoso libro de Marc Bloch (Bloch, 1983).

53 Sloman, 1950, p. 165.

54 El horror que siente la princesa es un horror sinestésico, causado por el aspecto visual, por el olor y por las palabras de Fernando.

55 Para describir su estado, Fernando usa de hecho términos que ya aparecían en el episodio de la caduca africana: «bien sé que he de morir / desta enfermedad que turba / mis sentidos, que mis miembros / discurre helada y caduca» (vv. 2368-2371; énfasis nuestro).

56 La historiografía española usa el término de ‘transido’ para designar esas representaciones del cuerpo muerto en proceso de descomposición. Véase González Zymla y Berzal Llorente, 2015, p. 68.

57 Pensemos por ejemplo en el final de la primera jornada. Fernando quiere que Duarte actúe como «príncipe cristiano», es decir que renuncie a entregar Ceuta. Sin embargo, el infante no logra explicitar lo que implica dicho deber: «Esto te encargo y digo: / que haga como cristiano / […] Ve y dile al Rey… mas no le digas nada, / sino, con gran silencio el miedo vano, / estas lágrimas lleva al Rey mi hermano» (vv. 955-956 y 962-964). Hay una verdad que Fernando presiente pero que no logra formular, y que sin embargo se manifiesta en esa suspensión de la palabra y en las lágrimas, que remiten implícitamente a las lágrimas de Cristo en el Jardín de los Olivos, ante el sacrificio por venir (He 5:7-9).

58 Menéndez Pelayo, 1881, pp. li-lii.

59 Varios estudiosos han considerado sin embargo que el final es impresionante. Véase por ejemplo Lumsden-Kouvel, 1983, p. 495, que califica el final de la obra de apoteosis, o Wilson, 1939, pp. 216-217, que estima que Calderón ofrece al público un milagro escénicamente deslumbrante pero poéticamente decepcionante. Discrepamos de dichas opiniones. Compárese por ejemplo con la aparición de Fernando en La fortuna adversa, en la que se enciende «un fuego en la peña y con ruido se abre» y ante la cual gran cantidad de personajes expresan su asombro. Véase Sloman, 1950, pp. 206-207.

60 Tenemos pocas informaciones sobre este manuscrito, que no es de la mano de Calderón. Perteneció probablemente a una compañía de actores, y la Biblioteca Nacional lo fecha en 1651. Contiene más versos que las versiones impresas (debido principalmente al papel más significativo del gracioso) y ofrece preciosas indicaciones relativas a la puesta en escena de las comedias en el siglo xvii. Véase Porqueras Mayo, 1983.

61 «Sale Don Fernando de gala con manto de su orden de comulgar y una hacha encendida en la mano en un bofetón por alto o por el tablado como quisieren» (La gran comedia del príncipe constante y esclavo por su patria, f. 47v; énfasis nuestro) y «Sale el Rey, don Alfonso, Don Enrique y Don Juan de Silva con espadas desnudas y don Fernando atraviesa el tablado con el hacha encendida por alto en tramoya o por bajo como quieran» (La gran comedia del príncipe constante y esclavo por su patria, f. 48r; énfasis nuestro).

62 El manuscrito 15159, más didáctico, sí que lo explicita. Calderón, La gran comedia del príncipe constante y esclavo por su patria, f. 48r: «Alf. ¿Eres sombra fingida? / Fern. Fernando soy, ya tuvo fin mi vida».

63 De hecho, esta aparición puede tener un carácter épico. Pensemos en la del Cid, cuya leyenda cuenta que muerto y embalsamado, cabalgó sobre su caballo Babieca contra las tropas árabes que pretendían recuperar Valencia (aunque se trate aquí de un artificio para dar la impresión de que el Cid no ha muerto, y no de una aparición propiamente dicho).

64 «Yo soy la luz del mundo; la persona que me siga, no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida» (Jn 8:12).

65 En el manuscrito 15159, Fernando ya no tiene el hacha cuando las tropas llegan ante las murallas (La gran comedia del príncipe constante y esclavo por su patria, f. 49r). Sin embargo, como en la versión impresa, sólo se dirige a su sobrino, único espectador de la aparición.

66 Calderón, El príncipe constante, p. 258.

67 Calderón, El príncipe constante, p. 256 (énfasis nuestro).

68 Esta exhibición del cuerpo proviene de las fuentes históricas: el cuerpo del infante fue vaciado de sus entrañas y suspendido, cabeza abajo, desde las almenas de la muralla. La modificación de este dato se justifica por la dificultad técnica de representar la muerte cruenta, por respeto al decoro y por la importancia, creemos, de identificar el cuerpo del santo con el ataúd.

69 Calderón, La gran comedia del príncipe constante y esclavo por su patria, f. 48v.

70 Calderón, La gran comedia del príncipe constante y esclavo por su patria, f. 49v: «el rey moro y Celín al muro, el ataúd descubierto». Hay que imaginar que el rey quita el paño cuando presenta el ataúd ante los cristianos. El descubrimiento del féretro sería análogo al descubrimiento de una ‘apariencia’, lo que acentuaría aquí la singularidad del objeto escénico. De manera más pragmática, la presencia del paño le da tiempo al actor para introducirse discretamente en el ataúd tras la escena de la aparición post mortem y antes de que Alfonso lo abra.

71 Calderón, La gran comedia del príncipe constante y esclavo por su patria, f. 51r.

72 Recordemos la etimología que inventa Calderón : «que Ceyt o Ceuta, en hebreo / vuelto el árabe idioma / quiere decir, hermosura / y ella es ciudad tan hermosa» (vv. 179-182).

73 Spitzer, 1976, p. 607.

74 Festugière, 1942, p. 107 (traducción nuestra). Versión francesa: «Toute vie de saint offre le spectacle d’une dépossession de soi, j’entends de l’être naturel, et d’une prise de possession par le divin».

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Índice de ilustraciones

Título Sanctus Princeps Ferdinandus dans Société des Bollandistes, Acta sanctorum junii, 1695.
URL http://0-journals-openedition-org.catalogue.libraries.london.ac.uk/criticon/docannexe/image/17388/img-1.jpg
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Para citar este artículo

Referencia en papel

Yannick Barne, «Lo santo y lo visible en El Príncipe constante de Pedro Calderón de la Barca»Criticón, 140 | 2020, 77-98.

Referencia electrónica

Yannick Barne, «Lo santo y lo visible en El Príncipe constante de Pedro Calderón de la Barca»Criticón [En línea], 140 | 2020, Publicado el 10 diciembre 2020, consultado el 12 diciembre 2024. URL: http://0-journals-openedition-org.catalogue.libraries.london.ac.uk/criticon/17388; DOI: https://0-doi-org.catalogue.libraries.london.ac.uk/10.4000/criticon.17388

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Autor

Yannick Barne

Yannick Barne es agrégé de español (2016) y doctorando en la Sorbona desde 2017. Prepara una tesis, dirigida por Mercedes Blanco, sobre las comedias religiosas de Calderón de la Barca, que estudia a través de la noción teológica de conversión. Sus investigaciones versan sobre el teatro áureo, sus relaciones con el fenómeno religioso y su pervivencia escénica en los siglos xx y xxi.
yannickbarne@hotmail.com

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