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Notas
Véase Porqueras Mayo, 1996, pp. 180-182.
No podemos aquí definir detenidamente el término o dar una historia de su uso. Indiquemos simplemente, como lo hacen Teulade y Vincent-Cassy, que son comedias cuyo protagonista es un santo. Véase Teulade, 2012, p. 23, Vincent-Cassy, 2011, p. 277. El término ya se usaba en el siglo xvii, como lo refleja la famosa Bibliografía de Cotarelo: aparece en el Diálogo de las comedias, anónimo (1620), El Donado hablador del médico segoviano Jerónimo de Alcalá Yáñez y Ribera (1624), la famosa Aprobación del trinitario Manuel Guerra y Ribera (1681), el Buen celo del jesuita Pedro Fomperosa y Quintana (1683), el Teatro de los teatros de Francisco Bances Candamo, entre otros. Véase Cotarelo, 1904, pp. 51a, 79b, 230b, 265a, 336a.
Respecto a los cambios que afectaron la imagen del santo y su culto, véase Amaral, 2008, pp. 30-49.
Rojas, El Viaje entretenido, p. 153.
Suárez de Figueroa, El pasajero, p. 216.
El Mágico prodigioso, Los dos amantes del cielo, El José de las mujeres o El Purgatorio de San Patricio contienen apariciones sobrenaturales. En Origen, pérdida y restauración de la Virgen del Sagrario, que no es una comedia de santos, la Virgen aparece «en un carro triunfal, y rodeada de ángeles» (p. 581).
La gran mayoría de las comedias de santos optan por una puesta en escena sensacional. Claro que no es el caso de todas: tenemos el ejemplo de El Gran Patriarca don Juan de Ribera, del valenciano Gaspar de Aguilar (1611-1616). Véase la comedia en el Norte de la poesía española, cuaderno 11. En ella, la santidad del personaje no es demostrada por prodigios, cosa lógica, puesto que el santo acababa de morir cuando se escribió la obra, que había vivido en medio de las personas que formaban el público, en calidad de arzobispo, y que habría que esperar casi tres siglos para su canonización. Por eso su santidad, que es tanto virtud política de un gran príncipe de la Iglesia como virtud tradicionalmente cristiana, se resalta gracias a la abundancia de elogios pronunciados en la obra. No así en la nuestra, dedicada a un santo ya algo remoto y conocido por leyendas piadosas, que por lo tanto se prestaba mucho más a lo maravilloso.
Alvares, Vida do Infante dom Fernando, filho de dom Joam I Rey de Portugal.
Sloman, 1950, p. 195.
La acotación indica, tras la muerte de Fernando: «música, cúbrese la apariencia». Véase Sloman, 1950, p. 196.
Vaz Pacheco, 2016, p. 83.
Bolandistas, Acta Santorum junii, pp. 560-561. Se conoce como bolandistas a un grupo de eruditos jesuitas que se dedican desde el siglo xvii a la publicación y a la crítica de documentos hagiográficos. Aunque el iniciador de dicha empresa fue Heribert Rosweyde (1569-1629), el grupo debe su nombre a Jean Bolland (1596-1665) que prosiguió y amplió el trabajo de Rosweyde tras su muerte.
Véase Resina Rodrigues, 2006, p. 476.
Arellano, 1995.
Recordemos al respecto los versos de Góngora: «Si mucho poco mapa les despliega / mucho es más lo que (nieblas desatando) / confunde el sol y la distancia niega» (Soledad primera, p. 371).
«Significa también la pintura en que están pintados villas, lugares, fortalezas, casas de campo y campañas» (Aut.).
Para un análisis sobre el uso de la pintura en la obra, véase Shao, 2006. Se podrían analizar más ejemplos de estas escenas en las que abundan las referencias pictóricas, como la evocación que hace Fénix de su encuentro con la «caduca africana» y que convoca y asocia diversos motivos iconográficos: el de la Venus dormida y el de la doncella y la muerte, a veces asociado al de las tres edades del hombre. Para el motivo de la Venus dormida (que inspiró entre otros a Velázquez), sus fuentes y su posteridad, véase el precioso catálogo de la exposición organizada en Bruselas en torno a la Venus de Urbino en 2003 (Calabrese, 2003). Para el motivo de la doncella y la muerte, véase Wirth, 1979, especialmente pp. 61-66 y 80-93. Uno de los cuadros que el estudioso considera como una de las meditaciones más complejas sobre la muerte (Wirth, p. 152) y que recupera este motivo se halla en el Museo del Prado: se trata del óleo sobre tabla (151x61 cm) de Hans Baldung Grien, Las Edades y la Muerte (1541-1544).
Este presagio, que recuerda el oscurecimiento del sol durante la crucifixión de Cristo (Lc 23:45) es recurrente en Calderón. Recordemos los presagios nefastos que trae el nacimiento de Segismundo en La vida es sueño.
Respecto a estas «imágenes […] de la muerte» que abundan en la obra, véase Cancelliere, 1994.
La definición que propone Autoridades es la siguiente: «idear o imaginar lo que no hay».
César, al desembarcar en África y caer accidentalmente en tierra, interpreta que va a poseer la tierra; el Gran Capitán interpreta el incendio de su propia pólvora como «luminarias» o fuegos de artificio que festejan su cierta victoria. Más cerca del tema del Príncipe constante, el rey don Sebastián, al aparecer un cometa que le presentaban como disuasivo de su empresa africana, dijo: «¡Eh, que no lo entendéis! Que el cometa me está diciendo que acometa», en lo cual se equivocaba lamentablemente. Véase Gracián, Agudeza y Arte de Ingenio, pp. 440-441 y 449-450. Para más ejemplos de capitanes que «torcieron los agüeros siniestros en su favor», véase Covarrubias, Tesoro de la lengua castellana o española, p. 61.
Dicha oposición entre apariencias y palabra del santo es algo frecuente en las obras hagiográficas. Véase Teulade, 2012, pp. 122-123. Sin embargo, conviene señalar que el conflicto que se plantea aquí no gira exclusivamente en torno al ser y al parecer, sino más bien en torno a diferentes maneras de interpretar los signos.
Varios investigadores consideran de hecho que el final de la obra es una derrota para los portugueses. Véase por ejemplo Parker, 1991, p. 256.
Esta réplica, comentada por varios estudiosos, pierde parte de su insolencia a partir del momento en que Fernando le revela a su sobrino que ha recibido el beneplácito del cielo: el honor y la gloria de Alfonso están ligados al honor y a la gloria de Fernando y de Dios.
«Fides ex auditu», decía san Pablo (Rm 10:17). Esto le daría al sentido del oído un papel importante en la estrategia dramatúrgica de Calderón, como de hecho sucede en otras obras de carácter sacro. El auto Psiquis y Cupido, por ejemplo, plantea el problema de la relación entre los sentidos y la fe: la Fe afirma que «es Fe por el oído» y que rinde los ojos al oído. Véase Calderón, Psiquis y Cupido, p. 357. María Luisa Lobato observa que en los autos sacramentales, el conocimiento de las verdades de la fe es superior a cualquier otro y que el oído es indispensable para acceder a dicho saber, aunque como lo reconoce la investigadora, no parece haber en la producción calderoniana una victoria absoluta del oído sobre la vista. Véase Lobato, 2002, pp. 610-611.
El concepto se usó sobre todo en referencia a la tragedia griega. Esta técnica dramatúrgica, si es que se puede hablar de ‘técnica’, sirve por una parte para recordarle al espectador que el destino o las divinidades que lo encarnan (o su variante, la Providencia) está allí, rondando en el tablado, omnisciente y todopoderoso; por otra parte para sugerir que el héroe tiene un saber inconsciente de lo que le espera, y se resigna, o incluso colabora, a ello: por obcecación en la tragedia y por fe ciega en el drama cristiano de la redención y de la santidad. El manejo de la ironía trágica por Calderón es algo bastante sistemático, o bien que lo haya aprendido leyendo tratados sobre la tragedia griega o traducciones de tragedias, o bien que haya visto el uso de este procedimiento en autores trágicos, italianos o españoles del xvi.
La presencia o no de una conversión en la obra ha suscitado un debate crítico. Véase Rodríguez Rodríguez, 2000, pp. 93-94. Precisemos que el término de ‘conversión’ no remite aquí a un cambio de fe, a la adopción de una nueva religión a partir de otra o de ninguna, sino al proceso interior de transformación (que la religión cristiana tomó probablemente de la filosofía) de quien pasa de una fe muerta a una fe viva, de quien decide hacer penitencia y abandonar las ocasiones de pecar. Véase Viller, Cavallera y Guibert, 1953, pp. 2223-2266, De Fiores y Goffi, 1983, pp. 197-201 y, a modo de resumen, el artículo escrito por el filósofo e historiador francés Pierre Hadot en la Encyclopædia Universalis.
Sibila de origen africano, tal y como la representa Guidoccio Cozzarelli en el pavimento del Duomo di Siena. Aunque Lactancio afirma en sus Instituciones divinas (I, VI) que se trata de la segunda sibila, Grimal menciona una tradición que hace de esta sacerdotisa, hija de Zeus y de Lamia, la primera de todas (Grimal, 1999, p. 420). Según Réau, se la representa a menudo con un cirio encendido que anuncia el advenimiento del Salvador que vendrá a iluminar las tinieblas (Réau, 1956, p. 427). La de Cozzarelli parece profetizar en cambio la Pasión de Cristo, como lo indica el libro que exhibe así como la predicción que aparece a su derecha, ya mencionada por Lactancio (Instituciones divinas, Libro IV, XVIII, 15) y recogida por san Agustín en la Ciudad de Dios (XVIII, 23).
Abundan los estudios de esta escena. Véase, entre otros, Spitzer, 1976, Rivers, 1969 y O’Reilly, 1980.
La frase de Fénix es curiosa: según Beata Baczyńska, Fénix toma sencillamente una flor del azafate y, hablándose a sí misma, se acuerda de su nombre, «maravilla», a pesar de que no podía hallarse en el jardín de Fez, en la primera mitad del siglo xv, esa flor oriunda de México. De ahí el anacronismo. Lo importante en todo caso es que el nombre de la flor recuerde explícitamente el tópico literario asociado a la maravilla y a su fragilidad. Véase Baczyńska, 1998, pp. 208-209.
Se podría tejer aquí un paralelismo con Cristo jardinero, con una variación ingeniosa en torno al «Noli me tangere», pronunciado no por Cristo resucitado a María Magdalena, sino por la princesa mora al príncipe cautivo.
La distancia entre un príncipe y alguien que realiza tareas como regar o recoger flores es inconmensurable. La etiqueta construía en torno a los reyes y a los príncipes una suerte de muralla que los aislaba, una especie de majestad sacra que excluía cualquier contacto con lo material, lo que no es el caso, por ejemplo, de los héroes y dioses homéricos. De allí el término de ‘maravilla’, como «suceso extraordinario que causa admiración y pasmo» (Aut.).
Véase O’Reilly, 1980, pp. 350-353.
«Se llama también una hierba que produce una flor azul listada de rayos rojos, de figura de una campanilla: los tallos son muy altos y de agradable vista, y las flores se marchitan inmediatamente que las da el Sol; y aunque suelen volver a revivir, nunca pasa su duración de tres días» (Aut.).
Véase por ejemplo Pedro de Salas, Afectos divinos con emblemas Sagradas por el Padre Pedro Salas De la Compañía de Jesús, f. 53r.
Para la diferencia entre el emblema y el jeroglífico, véase Blanco, 2012, pp. 251-258.
Blanco, 2012, p. 253.
Blanco, 2012, p. 256. La investigadora añade, p. 257: «De su relación originaria con la letra y la escritura, el término jeroglífico mantiene en muchos de sus empleos una relación privilegiada con objetos de forma simple, fácil de reducir a un diseño abstracto, y por ello fácilmente reproductibles como deben serlo los caracteres de una escritura. Por último, conserva, como resto de su remota procedencia egipcia, la capacidad de sugerir la profundidad y la inmutable eternidad del significado que entraña».
Didi-Huberman, 2007, p. 195 (traducción nuestra). Versión francesa: «cette sorte d’objets dont on sent bien — même lorsqu’on le sait mal — qu’ils ne valaient pas seulement pour leur utilité de chose au sens strict, mais qu’ils valaient aussi, voire uniquement, pour faire figure aux yeux de ceux qui les avaient fabriqués, les manipulaient ou bien les regardaient».
Didi-Huberman, 1996, p. 16 (traducción nuestra). Versión francesa: «Fra Angelico peignait aussi, peignait surtout des figurae au sens latin et médiéval, c’est-à-dire des signes picturaux pensés théologiquement, des signes conçus pour représenter le mystère dans les corps au-delà des corps, […], le surnaturel dans l’aspect visible et familier des choses, au-delà de l’aspect».
Didi-Huberman, 2007, p. 211.
Calderón, El príncipe constante, p. 208.
Teulade, 2012, p. 112.
Porqueras Mayo resume el esquema propuesto por el investigador alemán. Véase Porqueras Mayo, 1977, p. 688.
El personaje pide que le entierren con el manto de su religión (vv. 2524-2530). El manuscrito 15159 de la BNE, del cual hablaremos más en adelante, señala de hecho que Fernando aparece al final de la obra con «manto de su orden, de comulgar» (Calderón, La gran comedia del príncipe constante y esclavo por su patria, f. 47v).
Nos apoyamos aquí en el análisis que hace Didi-Huberman del Ad Martyras de Tertuliano. Véase Didi-Huberman, 2007, pp. 132-133.
Véase Duru, 2010.
Rubens, La muerte de Séneca (1612-1612), óleo sobre lienzo, 185x154,7 cm, conservado en la Alte Pinakothek de Múnich. Existe una copia en el Museo del Prado.
Para un estudio de la iconografía religiosa en torno a Job, véase Terrien, 1996 y Réau, 1956, pp. 315-316. Curiosamente, los dos estudios no citan una obra a nuestro parecer sugestiva: se trata del lienzo Job, atribuido a Antonio de Pereda, 100x83 cm, sin fecha, conservado en la Galería Nacional de Parma (núm. 364).
Aunque el texto del Génesis señala que Abraham «tomó en su mano el fuego y el cuchillo» (Gn 22:6), lo que Abraham empuña en múltiples representaciones es una espada, y no un cuchillo, incorrección que fue denunciada, parece ser, por Lutero. Véase Gutmann, 1984, p. 115 y, más generalmente, sobre la iconografía del sacrificio de Isaac en el arte hispánico, Cayuela Vellido, 2013.
La liberación de san Pedro, 1514, pintura al fresco, Estancia de Heliodoro, Museos del Vaticano.
Normalmente se aplica la expresión a los reyes (de Francia, en especial) que hacen milagros tocando a los enfermos. Algo de eso, aunque atenuado, hay en esta escena en la que el príncipe alivia a los cautivos. Uno de ellos confiesa: «Solamente este consuelo / aquí nos ofrece el cielo» (vv. 1066-1067). Otro añade: «Verte con vida y salud / hace nuestra esclavitud / dichosa» (vv. 1102-1104). Respecto a esa noción, véase el famoso libro de Marc Bloch (Bloch, 1983).
Sloman, 1950, p. 165.
El horror que siente la princesa es un horror sinestésico, causado por el aspecto visual, por el olor y por las palabras de Fernando.
Para describir su estado, Fernando usa de hecho términos que ya aparecían en el episodio de la caduca africana: «bien sé que he de morir / desta enfermedad que turba / mis sentidos, que mis miembros / discurre helada y caduca» (vv. 2368-2371; énfasis nuestro).
La historiografía española usa el término de ‘transido’ para designar esas representaciones del cuerpo muerto en proceso de descomposición. Véase González Zymla y Berzal Llorente, 2015, p. 68.
Pensemos por ejemplo en el final de la primera jornada. Fernando quiere que Duarte actúe como «príncipe cristiano», es decir que renuncie a entregar Ceuta. Sin embargo, el infante no logra explicitar lo que implica dicho deber: «Esto te encargo y digo: / que haga como cristiano / […] Ve y dile al Rey… mas no le digas nada, / sino, con gran silencio el miedo vano, / estas lágrimas lleva al Rey mi hermano» (vv. 955-956 y 962-964). Hay una verdad que Fernando presiente pero que no logra formular, y que sin embargo se manifiesta en esa suspensión de la palabra y en las lágrimas, que remiten implícitamente a las lágrimas de Cristo en el Jardín de los Olivos, ante el sacrificio por venir (He 5:7-9).
Menéndez Pelayo, 1881, pp. li-lii.
Varios estudiosos han considerado sin embargo que el final es impresionante. Véase por ejemplo Lumsden-Kouvel, 1983, p. 495, que califica el final de la obra de apoteosis, o Wilson, 1939, pp. 216-217, que estima que Calderón ofrece al público un milagro escénicamente deslumbrante pero poéticamente decepcionante. Discrepamos de dichas opiniones. Compárese por ejemplo con la aparición de Fernando en La fortuna adversa, en la que se enciende «un fuego en la peña y con ruido se abre» y ante la cual gran cantidad de personajes expresan su asombro. Véase Sloman, 1950, pp. 206-207.
Tenemos pocas informaciones sobre este manuscrito, que no es de la mano de Calderón. Perteneció probablemente a una compañía de actores, y la Biblioteca Nacional lo fecha en 1651. Contiene más versos que las versiones impresas (debido principalmente al papel más significativo del gracioso) y ofrece preciosas indicaciones relativas a la puesta en escena de las comedias en el siglo xvii. Véase Porqueras Mayo, 1983.
«Sale Don Fernando de gala con manto de su orden de comulgar y una hacha encendida en la mano en un bofetón por alto o por el tablado como quisieren» (La gran comedia del príncipe constante y esclavo por su patria, f. 47v; énfasis nuestro) y «Sale el Rey, don Alfonso, Don Enrique y Don Juan de Silva con espadas desnudas y don Fernando atraviesa el tablado con el hacha encendida por alto en tramoya o por bajo como quieran» (La gran comedia del príncipe constante y esclavo por su patria, f. 48r; énfasis nuestro).
El manuscrito 15159, más didáctico, sí que lo explicita. Calderón, La gran comedia del príncipe constante y esclavo por su patria, f. 48r: «Alf. ¿Eres sombra fingida? / Fern. Fernando soy, ya tuvo fin mi vida».
De hecho, esta aparición puede tener un carácter épico. Pensemos en la del Cid, cuya leyenda cuenta que muerto y embalsamado, cabalgó sobre su caballo Babieca contra las tropas árabes que pretendían recuperar Valencia (aunque se trate aquí de un artificio para dar la impresión de que el Cid no ha muerto, y no de una aparición propiamente dicho).
«Yo soy la luz del mundo; la persona que me siga, no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida» (Jn 8:12).
En el manuscrito 15159, Fernando ya no tiene el hacha cuando las tropas llegan ante las murallas (La gran comedia del príncipe constante y esclavo por su patria, f. 49r). Sin embargo, como en la versión impresa, sólo se dirige a su sobrino, único espectador de la aparición.
Calderón, El príncipe constante, p. 258.
Calderón, El príncipe constante, p. 256 (énfasis nuestro).
Esta exhibición del cuerpo proviene de las fuentes históricas: el cuerpo del infante fue vaciado de sus entrañas y suspendido, cabeza abajo, desde las almenas de la muralla. La modificación de este dato se justifica por la dificultad técnica de representar la muerte cruenta, por respeto al decoro y por la importancia, creemos, de identificar el cuerpo del santo con el ataúd.
Calderón, La gran comedia del príncipe constante y esclavo por su patria, f. 48v.
Calderón, La gran comedia del príncipe constante y esclavo por su patria, f. 49v: «el rey moro y Celín al muro, el ataúd descubierto». Hay que imaginar que el rey quita el paño cuando presenta el ataúd ante los cristianos. El descubrimiento del féretro sería análogo al descubrimiento de una ‘apariencia’, lo que acentuaría aquí la singularidad del objeto escénico. De manera más pragmática, la presencia del paño le da tiempo al actor para introducirse discretamente en el ataúd tras la escena de la aparición post mortem y antes de que Alfonso lo abra.
Calderón, La gran comedia del príncipe constante y esclavo por su patria, f. 51r.
Recordemos la etimología que inventa Calderón : «que Ceyt o Ceuta, en hebreo / vuelto el árabe idioma / quiere decir, hermosura / y ella es ciudad tan hermosa» (vv. 179-182).
Spitzer, 1976, p. 607.
Festugière, 1942, p. 107 (traducción nuestra). Versión francesa: «Toute vie de saint offre le spectacle d’une dépossession de soi, j’entends de l’être naturel, et d’une prise de possession par le divin».
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