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El santo sensible. El efecto de cuadro pictórico en la comedia de santos

Anne Teulade
p. 53-63

Resúmenes

El objetivo del presente artículo es examinar la función de los efectos pictóricos en la comedia de santos del Siglo de Oro. No solo se trata de subrayar la importancia de la puesta en escena, a menudo espectacular en este género teatral: el asunto es bien conocido y ha sido estudiado por los investigadores que se dedican al teatro religioso. Intentamos, más bien, destacar cuáles son los retos antropológicos y devocionales que cumple el uso de los efectos pictóricos en este teatro.

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Notas de la redacción

Article reçu pour publication le 22/09/2020; accepté le 02/11/2020

Texto completo

  • 1 Las relaciones entre el teatro del Siglo de Oro y la pintura se suelen cuestionar en unos estudios (...)
  • 2 Aparicio Maydeu, 1999, pp. 54-55.
  • 3 Vincent-Cassy, 2011, pp. 289-300.
  • 4 Gállego, 1968, p. 206 y 242.
  • 5 Rodríguez de Ceballos, 1992.

1Como muestran otros artículos del presente volumen, existe una relación estrecha entre el género hagiográfico español y el arte visual. Las interacciones entre arte teatral religioso e iconografía constituyen casi un tópico de la crítica. No citaremos el conjunto de trabajos que alimentaron esta corriente de investigación1, pero sí podemos evocar en particular algunos estudios que atestiguan cómo se asimilaron en el teatro procedimientos sacados de las artes visuales. El libro de Javier Aparicio Maydeu, Calderón y la máquina barroca, sobre El José de las mujeres, santa Eugenia, demuestra cómo Calderón se vale, en sus comedias hagiográficas, del código visual del retablo2. El de Cécile Vincent-Cassy estudia los efectos del traslado de la imagen religiosa en las piezas hagiográficas de Tirso de Molina mediante el procedimiento de la apariencia3. Otros trabajos demuestran de qué manera los dispositivos plásticos religiosos se inspiran en el teatro: se ha demostrado que Zurbarán imita en sus series de santas el vestuario del teatro contemporáneo4, o que los retablos integran técnicas escénicas para captar la atención de los presentes5. Parece entonces natural pensar que la comedia de santos forma parte prioritariamente de las obras tanto «para ver» como «para oír».

2Este género no es, por supuesto, el único. Así, los espectáculos de corte movilizan, evidentemente, el conjunto de los sentidos. Es también el caso, en menor proporción, del teatro histórico, cuyo parentesco con la pintura señalara ya Lope de Vega en su famoso prólogo de La campana de Aragón haciendo del teatro histórico una pintura mejorada, por cuanto dotada de vida:

  • 6 Lope de Vega, La campana de Aragón, f. 208r.

La fuerza de las historias representadas es tanto mayor que leída, cuanta diferencia se advierte de la verdad a la pintura y del original al retrato porque en un cuadro están las figuras mudas y en una sola acción las personas y en la comedia hablando y discurriendo y en diversos afectos por instantes, cuales son los sucesos, guerras, paces, consejos, diferentes estados de la fortuna, mudanzas, prosperidades, declinaciones de reinos y periodos de imperios y monarquías grandes6.

3La propuesta, que abriga implicaciones didácticas específicas a la transmisión de la materia histórica, queda totalmente confirmada por el examen de las obras, donde a menudo se recurre a efectos visuales que transforman la escena en cuadro. Así ocurre con la presencia de numerosos personajes mudos para representar escenas colectivas y con la aparición de atributos del poder, como tronos y bastones, que contribuyen a fabricar una pompa inherente a la dignidad del género del teatro histórico. Los cuadros constituyen, pues, marcadores genéricos del teatro de historia colectiva y política. Las puestas en escena de la comedia de santos no solo remiten a esos indicios visuales que permiten identificar de inmediato el registro de la obra. Si pasamos a hablar, como haremos más adelante, de efecto de cuadro a propósito de la comedia de santos, será en un sentido mucho más específico, que metamorfosea el sentido mismo de la mímesis teatral y se vincula con la singularidad de la materia hagiográfica.

  • 7 «Dos caminos tendréis por donde enderezar los pasos cómicos en materia de trazas. Al uno llaman “co (...)
  • 8 «El precepto nono es considerar que las comedias donde introducen apariencias o tramoyas son fábula (...)

4Recordemos que el recurso a los efectos visuales pasa en la comedia de santos por un uso particularmente abundante de maquinaria. Se recurre a ella para los efectos estáticos de cuadro que se manifiestan sobre todo con las apariencias, pero también para la puesta en escena de figuras celestes y diabólicas, a menudo empleadas para crear pequeños cuadros integrados en la dinámica de la acción. Se ve así volar, subir y bajar a ángeles, a la Virgen, a Cristo y a santos gracias a máquinas móviles. Dicho de otro modo, la materia sobrenatural intrínseca del espectáculo hagiográfico conlleva efectos visuales espectaculares —entre ellos, aunque no solo, la factura de imágenes—. De hecho, se subraya tal empleo en algunos textos del Siglo de Oro que intentan trazar fronteras entre los géneros: El pasajero de Suárez de Figueroa (1617)7 o la Idea de la comedia de Castilla de Pellicer de Tovar (1635)8 asocian comedia de santos y uso de tramoyas. El recurso a imágenes elaboradas figura en estos textos como un ingrediente esencial del género hagiográfico.

  • 9 «Y aun en las [comedias] humanas se atreven a hacer milagros, sin más respeto ni consideración que (...)
  • 10 «Todas sus comedias le hacen al autor gastos de chirimías, porque hay alma que sube al cielo, y un (...)
  • 11 [Sobre la comedia de santos] «Aplicad toda vigilancia en la seguridad de las tramoyas. Hanse visto (...)

5Ahora bien, la polémica que suscita en aquel entonces la comedia de santos se refiere en particular a la seducción fácil que operan esas elaboradas puestas en escena. Sugiere irónicamente tal aspecto Suárez de Figueroa, quien subraya el provecho financiero que saca el autor de comedias con el recurso a dichos efectos visuales. Se denuesta en otros textos y se utiliza para condenar la comedia de santos, alegándose que juega con resortes demagógicos (en el Don Quijote9 y en Salas Barbadillo10) o que expone a los espectadores a reírse de las historias santas en caso de mal funcionamiento de las tramoyas (en Suárez de Figueroa11).

6En otras palabras, la seducción sensible que ejerce el espectáculo visual se considera indigna de los espíritus elevados y particularmente inapropiada para un espectáculo religioso cuya dignidad se tendría que preservar. No obstante, tales procedimientos son intrínsecos al objetivo de la comedia de santos: no se trata de adornos añadidos para cautivar a un público poco ilustrado, aun cuando la seducción de los sentidos es, sin duda alguna, bien real. Listaremos en un primer momento cierto número de imágenes que remiten al efecto de cuadro para luego interrogarnos sobre el tipo de efectos que dichos recursos producen en la sensibilidad visual. Para concluir, compararemos muy rápidamente su empleo con los usos que pueden desprenderse de las piezas hagiográficas francesas e italianas.

Referencias pictóricas y efectos de cuadro

Cuadros

7Se trata, pues, en un primer momento, de cartografiar la presencia en las obras de los efectos de cuadro. La expresión puede abarcar varios sentidos. Aplicado al teatro, el término «cuadro» se usa a menudo con un sentido narrativo: remite a una secuencia discursiva que guarda unidad dentro de un conjunto relativamente desorganizado o rapsódico. El cuadro equivale así a una escena, pero en una dramaturgia no aristotélica: posee cierta autonomía narrativa. No es este, como ya indicamos en nuestra primera nota, el sentido preferente que adoptamos aquí: empleamos el término en el sentido de creación de imágenes escénicas que recuerdan a las pinturas por la codificación visual o por la mención a una referencia pictórica en las didascalias. Jean-Pierre Sarrazac usa la palabra «cuadro» en el primer sentido indicado, como

  • 12 Sarrazac 2010, p. 209. Se refiere a los cuadros de costumbres del siglo xix, pero también a Diderot (...)

[…] un type de séquence relativement autonome par rapport à la dynamique discursive du conflit dramatique, traditionnellement organisé en scènes et en actes. Il se définit par un effet de découpe, analogue à celui que produit le cadre d'une toile de peinture. Sa vocation dramaturgique est de créer une focalisation sur un monde (un milieu, une époque) qui s’impose au spectateur avec une présence visuelle et silencieuse12.

8El cuadro así definido no está ligado necesariamente a la acción, pero cuenta algo y se desarrolla en el tiempo. Por nuestra parte, lo entendemos en el sentido mucho más estático de producción de una imagen emparentada con alguna obra pictórica, si bien encontramos en esos efectos visuales ciertas características descritas a propósito de los cuadros narrativos, ya que concentran los efectos de segmentación y de descentramiento en relación a la fábula evocados por Sarrazac. Los efectos de cuadro así definidos son de dos clases: los unos se manifiestan en la trama de la obra, los otros intervienen en el desenlace.

Cuadros puntuales

  • 13 Lanini y Sagredo, El gran rey anacoreta, san Onofre, p. 439.
  • 14 Tirso de Molina, Quien no cae no se levanta, p. 891.
  • 15 Lope de Vega, El divino africano, p. 237.

9Veamos algunos ejemplos para el primer caso. En El gran rey anacoreta, san Onofre de Pedro Lanini y Sagredo, una didascalia presenta así al personaje: «Sale S. Onofre con una cabellera muy larga cana, vestido como le pintan»13. Se compara explícitamente a su representación pictórica convencional. En Quien no cae no se levanta de Tirso de Molina, a Margarita de Cortona se la representa como un retrato en vivo de la Magdalena: «Descubren un jardín arriba con muchas rosas, y en él, echada a Margarita, sueltos los cabellos, con un Cristo, como pintan a la Magdalena, los ojos en el cielo»14. Este tipo de representación, donde una viñeta que recuerda un cuadro queda aislada momentáneamente, es muy habitual en la comedia de santos, y no siempre se señala con la mención «como le pintan». Así, en El divino africano de Lope de Vega, una visión de san Agustín, fijado en una postura típica de sus representaciones iconográficas, irrumpe como elemento que contribuye a la conversión de una mujer. La imagen del santo está desgajada del mundo terrenal por una leve elevación y aparece como un verdadero cuadro (que incluye un cuadro interno): «Descubriéndose una cortina, se ve san Agustín elevado, con la pluma en la mano, mirando un sol en que estará pintada la Santísima Trinidad»15. El hecho de que la imagen se descubra tras una cortina y el personaje quede fijado en una postura refuerza la analogía con la pintura.

10Los efectos de cuadro resultan a menudo más elaborados en el desenlace. Así, al final de San Bartolomé en Armenia de Cristóbal de Monroy, la referencia a la codificación pictórica se sugiere eficazmente:

  • 16 Monroy, San Bartolomé en Armenia, [n. p.].

Descúbrese en lo alto el santo con las vestiduras ceñidas a la cintura, colgando hasta los pies, y con una almilla muy justa de raso carmesí, o terciopelo cerrado por delante que parezca está desollado, maniatado en un árbol y dos sayones con cuchillos a los lados16.

  • 17 Lope de Vega, El cardenal de Belén, f. 151r.
  • 18 Lope de Vega, El cardenal de Belén, f. 152r.

11Nos encontramos aquí con la representación iconográfica tradicional de san Bartolomé desollado y sufriendo suplicio. Se presenta tras levantarse una cortina («descúbrese»), como una aparición, lo que acentúa su aislamiento visual y su carácter estático. Del mismo modo, al final de El cardenal de Belén de Lope de Vega, se ve a san Jerónimo escribiendo en un bufete, con su larga barba blanca y un león al lado: «Corra el Ángel una cortina, y véase una mesa, y san Jerónimo con una barba blanca, muy larga, vestido de cardenal, escribiendo, el león echado a un lado»17. La escena se vincula tanto más a una representación pictórica cuanto que la presencia del león en aquel momento no se explica en modo alguno por la intriga. El animal apareció al principio de la jornada tercera para que san Jerónimo le quitase una espina de la pata, luego se quedó en el monasterio para llevar al asno hasta el pasto, de acuerdo con la leyenda. Su presencia en la escena en la que Jerónimo está escribiendo no se justifica, a menos de ver en ella una evocación de la iconografía que tiende a asociar a san Jerónimo con el león. Esta hipótesis se confirma poco después, muerto ya el santo. Se presentan entonces en el escenario dos alegorías, España y Roma. Esta última pregunta a uno de los ángeles cómo tendrá que pintar la imagen de Jerónimo en su Iglesia, y enseguida aparece una imagen de Jerónimo, con un león a sus pies: «San Jéronimo se descubra en unos peñascos, colgado el hábito y capelo de un árbol, con el canto en la mano, el pecho descubierto, el león a los pies, y mirando a un Cristo»18. La puesta en escena final se presenta ostensiblemente como el modelo de un cuadro futuro.

  • 19 Rosete Niño, La rosa de Alexandría, la más nueva, f. 256v.
  • 20 Lope de Vega, El divino africano, p. 237.

12En otras comedias, la referencia pictórica se indica explícitamente en la didascalia. Así, en el desenlace de La rosa de Alexandría, la más nueva de Pedro Rosete Niño, santa Catalina aparece en la gloria con sus atributos: «Descúbrese [Catalina] puesta en la apariencia como la pintan, con la espada, y palma, y el Ángel coronándola»19. Lo mismo ocurre con san Agustín al final de la pieza de Lope de Vega El divino africano: «Descúbrase san Agustín, vestido de obispo, con su cayado y la Iglesia en la mano, como le pintan, la Herejía a los pies, con algunos libros»20. La presencia de atributos y objetos alegóricos se inscribe en la codificación pictórica.

Usos y valores del efecto de cuadro

13Es preciso entonces interrogarse sobre los efectos que producen tales imágenes en la economía de conjunto de las piezas. El recurso a los dispositivos pictóricos no es, en efecto, anodino en un arte teatral narrativo y lineal.

Imágenes no miméticas: salir del tiempo humano

  • 21 Gállego, 1968, pp. 240-243.

14Para empezar, e independientemente incluso de la referencia explícita a la pintura, presente solo en algunas didascalias, hay que advertir que las posturas de santos y las composiciones remiten efectivamente a tradiciones iconográficas precisas, descritas por Julián Gállego. Algunas de ellas corresponden a las convenciones pictóricas del «santo-estatua», aislado, en majestad, y hierático; otras a la del «santo sentado», a menudo ante un bufete: la postura es característica de santos intelectuales, como san Jerónimo y san Agustín. Las más de las veces, finalmente, se conforman en el desenlace a las convenciones del «santo-apoteosis»21, levitando en el cielo y rodeado de ángeles.

15Valerse de una convención de representación exterior al arte teatral es recurrir a un régimen de representación heterogéneo, que interfiere con el desarrollo narrativo de la fábula para quebrarlo. En efecto, se invita a que la atención del espectador recaiga de manera diferente en la representación escénica, al fijarse en una imagen estática en lugar de sumirse en la acción. La imagen fija desgarra la continuidad de la mímesis, en el sentido en que genera una brecha en la temporalidad humana cuando liga al personaje con otra esfera.

  • 22 Sers, 2002.

16Esta interferencia temporal, además, resulta doble. Por una parte, la imagen introduce una representación posterior a la vida del santo, representación donde la cultura visual sintetizará las virtudes de la figura y que circulará de manera a constituir un conjunto de códigos finalmente asimilados por el pueblo. La representación pictórica es la imagen labrada por la fama y asimilada por la cultura común; no es en absoluto la que estaba vigente en vida del personaje. Así, la imagen es, por naturaleza, proléptica, proyecta en el presente del personaje una representación ulterior. Por otra parte, la imagen enturbia el desarrollo de la temporalidad humana por cuanto hace surgir en esta lo extrahumano. Las representaciones, a menudo en elevación y acompañadas de ángeles, colocan al santo por encima del mundo de los hombres y lo asocian a manifestaciones celestiales que indican con claridad su pertenencia a una transcendencia abstraída de todo tiempo humano. El personaje se integra entonces en un enclave fuera del espacio (se desprende del suelo) y del tiempo (la copresencia con los ángeles), un tiempo de salida del tiempo, para retomar los términos que Philippe Sers22 utiliza a propósito de la representación de la transcendencia en la imaginería cristiana.

17Así, las imágenes sirven para figurar la singularidad radical del personaje santo: proponen una representación codificada de su relación a la transcendencia y de su desfase con relación al mundo humano. Se vinculan con un régimen de representación no mimética, que no restituye una acción, sino un estado, y no se inscribe en una temporalidad lineal, sino que produce una interferencia en el tiempo humano cotidiano, resquebrajado por la extratemporalidad de la transcendencia y por la temporalidad prospectiva de la memoria.

Imágenes y trasmutación identitaria

  • 23 Teulade, 2012, pp. 111 sq.
  • 24 Lope de Vega, San Nicolás de Tolentino, p. 274.

18Cabe precisar que los cuadros están presentes casi sistemáticamente en el desenlace de las obras hagiográficas españolas: consagran el acceso del héroe a la santidad. El personaje que evolucionó en el seno de la esfera humana se ve en el momento final extraído de la humanidad media y elevado al rango de intercesor hacia lo divino. El efecto de cuadro consagra un cambio de estatus del personaje. De hecho, las primeras manifestaciones de imágenes nunca se efectúan, en el desarrollo dramático, al comienzo de las obras: aparecen a partir de la mitad de la trayectoria, en un momento en que el itinerario del personaje hacia lo divino ya va bien avanzado, incluso solo a partir de la tercera y última jornada. Los cuadros, que asimilan progresivamente al personaje con su representación pictórica codificada, permiten poner de manifiesto la evolución del personaje que culmina en la apoteosis final. De esta manera, si bien es verdad que la imagen extrae al personaje del tiempo humano —de modo puntual en el desarrollo de la intriga y de modo definitivo en el desenlace—, el uso de imágenes reviste una función narrativa, en el sentido en que recalca la progresión del personaje en el camino de la santidad. Tuvimos ya ocasión de mostrar23 que los personajes de santos a menudo llevan un vestuario que refleja su evolución. Se da el caso, por ejemplo, en San Nicolás Tolentino, donde el héroe va cambiando poco a poco su apariencia: vestido primero de estudiante en la primera jornada, toma luego el hábito de los agustinos descalzos en la segunda, antes de recibir un bastón de oro de manos de un ángel y un abrigo estrellado en la tercera. En el desenlace aparece en el cielo: «San Nicolás baje con el hábito estrellado, y en llegando al suelo, donde esté un peñasco, salgan dos almas, y tomándolas de las manos, vayan subiendo los tres al cielo, con música»24. La trasmutación en imagen pictórica constituye la última etapa de ese lento trabajo de metamorfosis: el santo posee ya sus atributos, corresponde a la imagen que la posteridad recordará de él. Así, la imagen posee a la vez un valor de figuración de la relación del santo a la trascendencia y un valor narrativo, por cuanto sanciona una evolución. En este sentido, se liga a la lógica mimética de la fábula.

Imágenes y devoción

19Finalmente, las imágenes evocadas, que conjugan inscripción en la trama narrativa y disrupción de esta misma lógica mimética, acarrean otro tipo de efecto inherente al valor que se suele otorgar a las imágenes religiosas en la cultura tridentina. Varios trabajos se dedicaron a desentrañar la relación entre imagen y devoción en el arte español del siglo xvii: en particular el libro ya citado de Julián Gállego y el de Calvo Serraller, Teoría de la pintura del Siglo de Oro. Los escritos de la época consideran la eficacia devocional de la pintura. Así, los Diálogos de la Pintura de Vicente Carducho (1633) se dedican a defender la utilidad de las imágenes y Francisco Pacheco dedica un capítulo entero de su Arte de Pintura (1649) a «La finalidad de la pintura y de las imágenes y de su fruto y de la autoridad que poseen en la Iglesia católica». Esta concepción, totalmente dominante, desemboca en una asimilación entre imagen y transmisión de la cultura religiosa (en particular destinada a los incultos), que cristaliza en el Tesoro de la lengua castellana o española en la entrada «Imagen»:

  • 25 Covarrubias, Tesoro de la lengua castellana o española.

Comúnmente entre fieles católicos llamamos imágenes las figuras que representan a Cristo Nuestro Señor, a su benditísima Madre y Virgen Santa María, a sus apóstoles y a los demás santos y los misterios de nuestra Fe en cuanto pueden ser imitados y representados, para que refresquemos en ellas la memoria y que a la gente ruda, que no sabe letras, les sirvan de libros, como al que las sabe la historia25.

  • 26 Portús Pérez, 1999, p. 20.
  • 27 Civil, 1997.

20La equivalencia implícita entre imagen pintada y sacralidad se sugiere también en una escena de teatro que recoge Portús Pérez, donde se pone en escena esa misma relación con lo visual: «Una escena de la comedia anónima Un pastoral albergue nos enfrenta a las reacciones de varios campesinos ante un retrato que había sido colgado de un tronco. Uno de ellos pregunta si “es un santo”, a lo que otro, que se cree más avisado, le responde despectivamente : “Siempre has de hablar desatinos ; santo es, pues está pintado”»26. Se revela con ello no sólo que la representación pintada prueba la santidad, sino también que, una vez más, la imagen constituye un excelente vector de cultura religiosa. El uso católico de la iconografía fue muy estudiado por Pierre Civil a partir, entre otros, del tratado de Monzón Norte de ydiotas27, demostrando hasta qué punto las recopilaciones de imágenes santas que invitaban a la meditación y a la devoción ocupaban una posición central en la defensa de la representación de lo sagrado como medio de enseñanza y motor de devoción.

21Lo que modernamente llamaríamos ‘capturas de imágenes’ inherentes a los cuadros insertos en el curso de las piezas producen, sin lugar a dudas, tal devoción. Y, de hecho, a menudo las contempla un admirativo testigo interno que indica la posición a adoptar frente a la aparición. Esta incitación a la devoción está obviamente presente en los desenlaces, donde se consagra definitivamente la santidad del personaje, pero a nuestro juicio resulta más notable durante el desarrollo de las obras, por cuanto se impone entonces con independencia de la trama narrativa. Lo visual produce así un efecto propio desvinculado de la integración en la mímesis. Esta función devocional de los efectos del cuadro, que desborda los objetivos demostrativos ligados también a esas imágenes donde se prueba el ascenso hacia la santidad, parece corroborarse en ciertas imágenes de los desenlaces en las que se representa escénicamente toda una orden religiosa y que, por ello, rebasan la mera consagración de un recorrido individual. Así ocurre con el final de El serafín humano de Lope de Vega, donde se pone en escena un árbol representando la posteridad de la orden fundada por el protagonista, san Francisco de Asís, o, por citar una pieza más tardía, en el desenlace de Santa Rosa del Perú de Lanini Sagredo, donde la santa aparece rodeada de Cristo, la Virgen, y santa Catalina de Siena, en cuya orden ingresó. En ambos casos, los cuadros reinscriben a los protagonistas en una orden que se convierte en el objeto mismo de la celebración y cuya devoción apoyan.

Una especificidad teatral española

  • 28 Dupont, 2007.

22La eficacia visual de los efectos de cuadro es inherente a la materia hagiográfica. No cabría reducirse al provecho demagógico del que se habrían apropiado los dramaturgos para que la plebe acudiera al teatro, como afirman algunos teatrófobos. Tales imágenes introducen una eficacia sensorial que se superpone a la de la mímesis. Obviamente, el opsis suele formar parte integrante del espectáculo teatral, fuera de lo que se haya querido hacer decir a Aristóteles28, pero en el caso del espectáculo religioso la imagen está dotada de poderes específicos, que deben considerarse en el marco de una historia de las imágenes religiosas contextualizada.

  • 29 Teulade, 2012, p. 174 sq.

23Terminaremos subrayando que las ‘capturas de imagen’ son propias del teatro hagiográfico español. Se encuentran algunas apoteosis finales ritmadas por apariciones angélicas en las obras francesas29, pero muy poco en el teatro italiano, cuyas obras terminan a menudo con el canto de un coro de cristianos. El recurso a la imagen que descentra la atención, interrumpe momentánea o definitivamente la inmersión ficcional y genera por sí misma emociones religiosas parece, específicamente, propio del universo teatral español.

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Vincent-Cassy, Cécile, Les Saintes vierges et martyres dans l’Espagne du xviie siècle. Culte et image, Madrid, Bibliothèque de la Casa de Velázquez, 2011.

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Notas

1 Las relaciones entre el teatro del Siglo de Oro y la pintura se suelen cuestionar en unos estudios generales en los que el teatro religioso se convoca con abundancia. Véanse, por ejemplo, Damiani, 1989; Portús Pérez, 1999, pp. 19-188; Díez Borque, 2000, p. 11 y 2001; De Armas, 1978 y 1982; Civil, 2010. Otros trabajos, además de los que citamos en las notas siguientes, se centran específicamente en el teatro religioso: véanse, por ejemplo, Bastianutti, 1981; Carlos Varona, 2008.

2 Aparicio Maydeu, 1999, pp. 54-55.

3 Vincent-Cassy, 2011, pp. 289-300.

4 Gállego, 1968, p. 206 y 242.

5 Rodríguez de Ceballos, 1992.

6 Lope de Vega, La campana de Aragón, f. 208r.

7 «Dos caminos tendréis por donde enderezar los pasos cómicos en materia de trazas. Al uno llaman “comedia de cuerpo”; al otro “de ingenio”, o sea “de capa y espada”. En las de cuerpo, que, sin las de reyes de Hungría o príncipes de Transilvania, suelen ser de vidas de santos, intervienen varias tramoyas o apariencias, singulares añagazas para que reincida el poblacho tres o cuatro veces con crecido provecho del autor» (Porqueras Mayo, 1972, p. 189).

8 «El precepto nono es considerar que las comedias donde introducen apariencias o tramoyas son fábulas y no comedias, porque naturalmente no pueden volar cuerpos humanos, ni montes, ni peñas. Excéptase aquí la ficción, cuando las tramoyas son de jardines, casas, castillos y murallas, que son inmobles apariencias y sólo sirven al adorno del teatro; otras hay movibles, como aves en el aire y rayos, que son para añadir propriedad a lo que se representa. Exclúyense de aquella regla las comedias de materias divinas donde se recurre al milagro sobrenatural, todo lo que allá es superstición en las profanas» (Porqueras Mayo, 1972, p. 268).

9 «Y aun en las [comedias] humanas se atreven a hacer milagros, sin más respeto ni consideración que parecerles que allí estará bien el tal milagro y apariencia, como ellos [los] llaman, para que gente ignorante se admire y venga a la comedia […]» (Cervantes, El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, p. 559).

«Pues ¿Qué, si venimos a las comedias divinas? ¡Qué de milagros falsos fingen en ellas, qué de cosas apócrifas y mal entendidas, atribuyendo a un santo los milagros de otro!» (Cervantes, El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, p. 622).

10 «Todas sus comedias le hacen al autor gastos de chirimías, porque hay alma que sube al cielo, y un Ángel predicador que va y viene con demandas y respuestas; hay nube de casta de cebolla, con tres telas, que se abre otras tantas veces, y debajo de ella viene alguna figura que lleva los ojos del poblacho […]» (Corrección de los vicios, 1615, cité par Mercedes de los Reyes Peña, 1995, p. 266).

11 [Sobre la comedia de santos] «Aplicad toda vigilancia en la seguridad de las tramoyas. Hanse visto desgracias en algunas que alborotaron con risa el concurso, o quebrándose o cayendo las figuras, o parándose y asiéndose cuando debían correr con más velocidad» (Porqueras Mayo, 1972, p. 190).

12 Sarrazac 2010, p. 209. Se refiere a los cuadros de costumbres del siglo xix, pero también a Diderot, quien opina que el cuadro depende del régimen del acento, debe suscitar una fijación y desviar de la lógica narrativa convencional (golpes de efecto, etc.). Véase también Frantz, 1998.

13 Lanini y Sagredo, El gran rey anacoreta, san Onofre, p. 439.

14 Tirso de Molina, Quien no cae no se levanta, p. 891.

15 Lope de Vega, El divino africano, p. 237.

16 Monroy, San Bartolomé en Armenia, [n. p.].

17 Lope de Vega, El cardenal de Belén, f. 151r.

18 Lope de Vega, El cardenal de Belén, f. 152r.

19 Rosete Niño, La rosa de Alexandría, la más nueva, f. 256v.

20 Lope de Vega, El divino africano, p. 237.

21 Gállego, 1968, pp. 240-243.

22 Sers, 2002.

23 Teulade, 2012, pp. 111 sq.

24 Lope de Vega, San Nicolás de Tolentino, p. 274.

25 Covarrubias, Tesoro de la lengua castellana o española.

26 Portús Pérez, 1999, p. 20.

27 Civil, 1997.

28 Dupont, 2007.

29 Teulade, 2012, p. 174 sq.

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Para citar este artículo

Referencia en papel

Anne Teulade, «El santo sensible. El efecto de cuadro pictórico en la comedia de santos»Criticón, 140 | 2020, 53-63.

Referencia electrónica

Anne Teulade, «El santo sensible. El efecto de cuadro pictórico en la comedia de santos»Criticón [En línea], 140 | 2020, Publicado el 10 diciembre 2020, consultado el 05 diciembre 2024. URL: http://0-journals-openedition-org.catalogue.libraries.london.ac.uk/criticon/17296; DOI: https://0-doi-org.catalogue.libraries.london.ac.uk/10.4000/criticon.17296

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Autor

Anne Teulade

Anne Teulade, profesora de literatura comparada en la universidad de Rennes 2, es especialista del teatro religioso y de las relaciones entre ficción e historia.
anne.teulade@univ-rennes2.fr

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Derechos de autor

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