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Notas
Véase Cossío, 1952, p. 2.
Tal como clarifican los dos primeros capítulos de Cossío, la fábula mitológica áurea tiene importantes antecedentes medievales. No obstante, hay que verla, según el autor, como fenómeno esencialmente renacentista que, pasando por una revivificación emulativo-decadente durante el Barroco, cede luego a otras tendencias estéticas. Este dibujo evolutivo da obvia y necesaria prioridad a la literatura áurea.
Se refiere Cossío, ya en la primera página de su libro, al conocido ensayo de Dámaso Alonso «Escila y Caribdis de la literatura española» (Ensayos sobre poesía española, 1944), uniéndose a la denuncia de éste del «prurito de atribuir tal exclusivo carácter [castizo] a nuestra literatura» y fundamentando, así, la corriente modernizante de los estudios mitológicos-literarios, ya plenamente aceptada. Lejos del modernismo más radical de muchos de sus herederos académicos, Cossío, sin embargo, asume una posición esencialmente dialéctica admitiendo que, a fin de cuentas, en la literatura española «ambos elementos, idealista y universal, y realista y castizo se contrapesan» (p. 2), aunque también confiesa haber elegido su tema por corresponder este al «aspecto antirrealista y universal menos admitido de nuestra literatura» (ibídem).
Véase, por ejemplo, Cristóbal, 2000, con su bibliografía de estudios sobre mitología clásica y literatura española, hasta 2000. Además, durante la última década ha aparecido un gran número de antologías enfocadas a la presencia de la mitología antigua en las letras hispánicas. Véanse, por ejemplo, Colón Calderón y Ponce Cárdenas, 2002; Cabello Porras y Campos Daroca, 2002; Friedlein y Neumeister, 2004; Torres, 2007; Bègue y Ponce Cárdenas, 2010.
Da buen ejemplo de esta tendencia el mencionado artículo de Cristóbal con su contraposición entre el «cultivo del mito literario en su desnuda belleza y libre de todo aditamiento o interpretación» renacentista y la «deformación» medieval del legado clásico (2000, p. 37). Véase también Cristóbal, 1997.
Véase Torres, 2006, «Preface». La estudiosa sitúa sus análisis de varios epilios —del opus magnum del género, el Polifemo gongorino, del Adonis de Soto de Rojas, del Orfeo de Juan de Jáuregui y de la Fábula de Hero y Leandro, de Gabriel Bocángel— en el marco de una interpretación del Barroco que subraya la sensación general de crisis y transición histórico-cultural y la significancia “subversiva” potencial de su poética “emulativa” (p. v).
Así, veo como equivocada la interpretación propuesta por Cristóbal (2000, p. 43) del término cossiano: Cossío no trata sólo de la fábula mitológica tal y como se desarrolla en el epilio, sino también en romances, traducciones (versos y prosa), obras mitográficas y formas poéticas cortas (octavas, sonetos, etc.).
Para las ocurrencias antiguas, véase el artículo de Allen, 1940, p. 5. Allen critica vehementemente a los críticos modernos que presuponen la existencia antigua del epilio; propone (pp. 23-26) cambiar el concepto por el de elegía épica (p. 16), por el que entiende una especie de épica hesiódica, por ser tal mezcla de estilos y géneros, según el filólogo clásico norteamericano, el único rasgo común de los textos en cuestión (Teócrito XIII, XXIV y XXV, la Hécale de Calímaco, la Europa de Mosco, el Aquiles de Bion, los Culex y Ciris pseudo-virgilianas y Catulo LXIV). En esto sigue fundamentalmente la tesis propuesta por Jackson (1913).
Esta admisión paulatina promete quizá un futuro uso del término parecido al de la literatura inglesa. En ella, epyllion —o Elizabethan epyllion— se refiere inequívocamente a la poesía narrativa mitológica de las últimas décadas del siglo xvi y las primeras décadas del xvii (Scylla’s Metamorphosis de Thomas Lodge, Hero and Leander de Christopher Marlowe, Venus and Adonis de Shakespeare y Salmacis and Hermaphroditus de Francis Beaumont, entre otras obras).
Sigo las indicaciones de Lidia Gutiérrez Arranz en su «Prefacio» a las fábulas de Villamediana (1999, p. viii).
Recuerdo que el tema de Circe había sido tratado también por Ovidio en el libro XIV de las Metamorfosis.
Véase el otro trabajo de Allen sobre el género, 1958.
Véase Kluge, 2007.
Cristóbal, 2000, p. 43.
Aunque Cristóbal no menciona ni a Heumann (1904), a May (1910), a Crump (1931) o a Jackson (1913), y no los cita en su bibliografía, su definición sería inconcebible sin estas contribuciones esenciales a la teoría del género, inexistente —según Allen (1940)— antes de la publicación del primero de los estudios citados. A estos estudios clásicos se ha unido recientemente Perutelli (2000): véase en particular el capítulo 4, «L’epilio» (pp. 49-82).
Arguye Blanco que «Pese a diferencias tan marcadas, no parecerá arbitrario agrupar estas narraciones en verso, si consideramos que todas ellas pertenecen al género alejandrino del epyllion, la epopeya en miniatura que inventó Calímaco, como alternativa breve y formalmente exigente a la extensa epopeya culta al modo de Apolonio de Rodas» (citado en Ponce Cárdenas, 2010, p. 27, nota 32). Véase también la definición en Callejas, 1991, pp. 159-166 (esp. pp. 161-162).
Ante la suposición de la existencia de tal polémica por parte de Crump (1931, pp. 1-92), Allen hace notar que «One of the landmarks of the literary history of the ancient world has been the quarrels between Callimachus and Apollonius. Actually the proof for their quarrelling at all is so scanty that it has been doubted that the dispute ever occurred» (1940, p. 6). Ante la crítica de Allen conviene recordar que Crump subraya la escasez de documentación histórica relativa tanto al clima literario alejandrino como a la cronología de las obras implicadas en la supuesta polémica, poniendo así las cartas sobre la mesa. Más recientemente, Merriam (2001) ha revisado el argumento de Allen haciendo constar la existencia del epilio como subgénero épico, constituyendo una «backdoor of the epic» en el sentido de que abarca temas anti-heroicos, domésticos y amorosos desde una perspectiva femenina, dando así voz a todo lo excluido de la épica heroica tradicional. Por su parte, Clúa Serena (2004) confirma la realidad de la polémica alejandrina de la épica aunque cuestionando la existencia del epilio como resultado de ésta.
Véase, por ejemplo, la introducción de Ponce Cárdenas a su nueva edición de la Fábula de Polifemo y Galatea (2010), texto que el editor considera un epilio. Ofrece el editor una exposición histórico-literaria del género (pp. 11-33), adhiriéndose a la propuesta de Mercedes Blanco de que «Frente a la epopeya culta que intenta Lope, como un nuevo Apolonio, Góngora propone el epyllion a la manera de su maestro y rival helenístico, Calímaco» (citado en Ponce Cárdenas, 2010, p. 27, nota 32).
Como hace notar Cano Turrión en la introducción a su reciente antología de fábulas burlescas del Siglo de Oro (2007), basándose en Cossío, la “fábula” mitológica barroca es esencialmente un fenómeno culto, de índole estilística culterano-conceptista (p. 13 y sig.) y reacción a la “crisis” de la épica heroica a finales del siglo xvi, cuando esta poesía se vuelca en la «temática religiosa» (p. 15) hasta el punto de que «la eficacia didáctica primaba sobre cualquier otra consideración, incluyendo las de orden artístico y de gusto de los lectores» (p. 18). Sin embargo, aunque estoy de acuerdo con el énfasis que pone Cano Turrión en la relación de los distintos subgéneros épicos con el género materno, creo que es menester ver las dos variantes de la épica mitológica como fenómenos básicamente paralelos (interpretación sostenida, según mi modo de ver, por la coincidencia cronológica de muchas de las obras en cuestión). Por su parte, la variante burlesca la ve la estudiosa, a través de una óptica evolucionista cuestionable, como ramificación consecutiva de la fábula mitológica culta originada por cierto agotamiento de la forma anterior.
Cano Turrión, 2007, pp. 24-25. Incluye su antología los romances «Arrojose el mancebito» (1589) y «Aunque entiendo poco griego» (1610) de Góngora, los dos sobre el tema de Hero y Leandro; la Fábula de Apolo y Dafne (a. de 1603) de Quevedo; la Fábula de Polifemo (1624) de Alonso Castillo Solórzano; la Fábula de las tres diosas (pub. 1629) de Gabriel del Corral; la Fábula de Alfeo y Aretusa (pub. 1631) de Anastasio Pantaleón de Ribera; la Fábula de Dido y Eneas de Alonso (pub. 1670) de Salas Barbadillo; el romance Fábula de Pan y Siringa de Polo de Medina (1634); la Mentira pura de Baco y Erígone (1639) de Miguel de Colodrero Villalobos; Hermafrodito y Salmacis. Silva burlesca (pub. 1692) de Antonio de Solís y Rivadeneira.
Sin embargo, tal como dejó claro el estudio de Seznec, 1980 (1940), la alegorización medieval de la mitología grecorromana se prolongó en realidad hasta el Renacimiento propiamente dicho donde coexistió con el ovidianismo estético emergente. No obstante esta prolongación del paradigma mitográfico moral —de importancia considerable, como veremos más adelante, para el epilio barroco que lo recogió y lo hizo otro elemento más en su “mosaico” mitográfico—, es incuestionable la innovación renacentista respecto a la representación estético-literaria de la mitología.
Tanto Platón como los mitógrafos romanos de filiación estoica o neoplatónica, a pesar de sus notables diferencias, veían esencialmente los mitos arcaicos como alegorías, atribuyéndoles un sentido filosófico-moral. Véase, por ejemplo, Sobre la naturaleza de los dioses de Cicerón, las Fábulas de Higino (siglo i d. C.), la Bibliotheca del Pseudo-Apolodoro (siglo ii) y las Cuestiones Homéricas de Heráclito “el homérico” (siglo I o II, una defensa de Homero contra los ataques de Platón y Epicuro y que arguye el sentido universal de los mitos apoyándose en la alegoresis cosmológica neoplatónica).
Por ejemplo, las Églogas de Garcilaso y el Leandro y Hero, de Boscán.
Véase Traube, 1911.
Véase Cossío, 1952, pp. 38-71. En esta categoría de obras encontramos las traducciones de las Metamorfosis por parte de Jorge de Bustamante (1546, en prosa, sin alegorías pero insistiendo —en el «Prólogo y argumento sobre la obra»— en el valor alegórico de la obra ovidiana), Antonio Pérez Siegler (1580, en verso suelto, con alegorías) y Sánchez de Viana (1589, con anotaciones «reduciendo» las fábulas a «filosofía natural y moral»), además que las obras mitográficas de Juan Pérez de Moya (1585) y Baltasar de Vitoria (1622).
Mientras era la mitografía medieval una mezcolanza de traducción y comentario, fueron hechas las traducciones nuevas a partir de los mismos principios que nuestras ediciones críticas modernas.
La controversia sobre el Adone (1623), de Giovan Battista Marino, epilio anómalo, constituye el ejemplo más famoso de este choque. Véase Carminati (2008).
Torquato Tasso, Discorsi del poema eroico, libro segundo, pp. 93-94.
Tasso, Discorsi del poema eroico, pp. 93-94.
Se sitúa Tasso entre la estética literaria “autónoma” de Mazzoni y la poética “verística” de Castelvetro, admitiendo el segundo tan sólo las cosas probables como materia de la épica mientras que el primero subrayaba la libertad de la fantasía, promoviendo lo maravilloso.
Tasso, Discorsi del poema eroico, pp. 97.
Tasso, Discorsi del poema eroico, pp. 108.
Véase Lara Garrido, 1999, pp. 395 y sig.
Alonso López Pinciano, Philosophía antigua poética, Epístola XI, pp. 467-468.
Como demuestra muy claramente la Allegoria della Gerusalemme liberata (1544-1595) de Tasso, la cual se inaugura con la afirmación de que «L’eroica poesia, quasi animale in cui due nature si congiungono, d’imitazione e d’allegoria è composta», la poética de Tasso se impregna de alegorismo.
Véase Lara Garrido, 1999, p. 46 y sig.
Francisco de Cascales, Tablas poéticas, «Tabla poética primera [in specie]. De la epopeya», pp. 131-132.
En el cristianismo, las tres parcas o «moiras» que, en la mitología griega, regían el destino del los hombres (Átropos, Cloto y Láquesis) resurgen como demonios, posiblemente por su localización en el Hades.
Francisco de Cascales, Tablas poéticas, «Tabla poética primera [in specie]. De la epopeya», pp. 132-133.
Francisco de Cascales, Tablas poéticas, «Tabla poética segunda [in specie]. De las épicas menores», pp. 153-154.
Recuerdo que Merriam, 2001, presenta el amor como tema principal del epilio.
Es la digresión el rasgo estructural más característico del epilio antiguo, según Crump, 1931.
Recuerdo que la elocución sofisticada es una característica universalmente reconocida de la literatura alejandrina y, por lo tanto, del epilio procedente de ella.
Véase Crump, 1931, pp. 1-25. Recuerdo aquí que la estudiosa veía las Metamorfosis de Ovidio como una serie de epilios, véase pp. 195-242.
De hecho, Allen, 1940, veía el epilio como una especie de elegía épica.
Describe Cristóbal, 2005, cómo Hojeda, «rechazándolos teológicamente», hace un «uso moderado de los mitos clásicos» como «instrumento de ornato y marco para un contenido cristiano» (p. 49) —descripción adecuada, según lo veo, de la actitud de la mayoría de las obras mencionadas hacia la mitología clásica.
Esta base hay que verla, a su vez, como correlato esencial del carácter efectivamente contradictorio del período, de propensión tradicionalista-medieval y, al mismo tiempo, de tendencia progresiva-renacentista y hasta moderna: la ambigüedad inherente a la mitografía poética áurea tal como se manifiesta en el género del epilio puede verse como reflejo en miniatura casi perfecto de la oscilación global del período entre medievalismo y modernidad, a la cual volveré más adelante (se sugiere así, dicho entre paréntesis, el interés inminente —ya indicado por Cossío— de la fábula mitológica para los estudios áureos, pues ilumina de manera minuciosa el carácter eminentemente contradictorio del período).
Cossío, 1952, pp. 122-147, pp. 147-176, pp. 202-220, pp. 220-256. Representan excepciones notables la Égloga III de Garcilaso, las Fábula de Adonis y de Hipómenes y Atalanta de Diego Hurtado de Mendoza, el Hércules animoso de Juan de Mal Lara, la Psique (traducción poética de la fábula de Apuleyo) de Gutierre de Cetina y la Glosa del soneto Pasando el mar Leandro de Francisco de Aldana —todas en octavas reales.
Cano Turrión, 2007, pp. 16-19. Cossío, 1952, pp. 72-97. Véase, por ejemplo, p. 76: «Cuando alude [Garcilaso] simplemente a alguna ninfa o a algún dios incorpora su significación pura a su estado poético o sentimental. Así, sin nombrarlo, ha de recordar los prodigios de Orfeo aplicándoles a su momento sentimental en un gran soneto [soneto XV]».
Recuérdese el sugerente título de la Mentira pura de Baco y Erígone (1639) de Miguel de Colodrero Villalobos.
Sobre todo el Polifemo de Góngora. Véase el estudio de Torres, 2006, representativo de la tendencia primera; y el de Ponce Cárdenas, 2010, representante de la segunda.
Resumo a continuación algunas de las conclusiones en Kluge, 2010, pp. 287-294.
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