1A la altura de 1610, Lope de Vega atraviesa una crisis espiritual que, vertida a la literatura, da lugar a toda una serie de obras religiosas; estamos al inicio del llamado “ciclo de arrepentimiento” en el que nuestro autor llora los pecados de su juventud y considera que sus obras profanas no son sino vanidad. A partir de ese momento, la figura de San Agustín se convierte en una importante referencia en los escritos religiosos de Lope de Vega, una referencia comparable, por ejemplo, a la de los Salmos. En las páginas que siguen estudiaremos la influencia de San Agustín en la obra de Lope atendiendo a dos aspectos concretos: el haberle servido a nuestro poeta como modelo de conversión y como modelo de interlocución. Nos centraremos para ello en dos obras lopescas caracterizadas por su tono biográfico y confesional, las Rimas sacras (1614) y los Soliloquios amorosos de un alma a Dios (1626). De la obra de San Agustín nos referiremos a las Confesiones, los Soliloquios, los Soliloquios apócrifos y las Meditaciones apócrifas, obras que vamos a presentar brevemente.
- 1 Un completo panorama sobre esta obra se halla en San Agustín, Las Confesiones, ed. de Agustín Uña J (...)
- 2 Las Confesiones inspiraron su Secretum; sobre el ascenso de Petrarca al Mont Ventoux, en cuya cima (...)
- 3 Santa Teresa, Libro de la vida, pp. 180-181: «Cuando comencé a leer las Confesiones, paréceme que m (...)
- 4 Hasta hace bien poco, no se ha distinguido claramente entre las obras auténticas y las apócrifas de (...)
- 5 Se incluyen en San Agustín, Obras, pp. 435-533. Sobre el género soliloquio, véase Lezcano, 2006.
- 6 No disponemos de una edición crítica de las obras apócrifas de San Agustín. Los Soliloquios se han (...)
- 7 Tomo la información de San Agustín, Escritos atribuidos, pp. 401-402. Las Meditaciones apócrifas se (...)
2Las Confesiones son, entre los libros de San Agustín, el que más influye en la literatura del Siglo de Oro y consagra a su autor como ejemplo perfecto del pecador arrepentido1. Su trama consiste en la autobiografía de Agustín, quien inserta al hilo de su relato numerosas plegarias dirigidas a Dios. Lope, como veremos, conoce al detalle este libro, que por otra parte ha sido fuente de inspiración para grandes nombres de la literatura universal, como Petrarca2 o Santa Teresa3. Los Soliloquios auténticos agustinianos4, escritos, según se relata en las Confesiones, justo después de la conversión, consisten en realidad en un diálogo entre Agustín y la Razón5. Marcan el nacimiento de un nuevo género literario que en su desarrollo posterior seguirá dos caminos: algunos autores, como San Buenaventura (Soliloquios) adoptarán la forma dialógica que había iniciado Agustín; otros autores, como el anónimo de los Soliloquios apócrifos, desdeñarán el diálogo en el interior del yo en favor de la oración dirigida a la divinidad. En los Soliloquios apócrifos, un autor anónimo, probablemente del siglo xiii, desarrolla algunas de las plegarias de las Confesiones, pero sin conservar el hilo autobiográfico y lineal, de manera que lo narrativo desaparece y prima la expresión efusiva del amor de un yo hacia la divinidad6. Las Meditaciones apócrifas son un libro compuesto de textos recogidos probablemente por religiosos agustinos en Italia entre los siglos xi y xiv. El autor es también incierto, y su origen parece remontarse al siglo xi, aunque han sido varias las plumas que han intervenido hasta la forma definitiva, en latín, impresa en Milán en 14757.
- 8 Se ha producido una confusión respecto al año en que Rivadeneira publica la traducción de estas obr (...)
3El peso en la literatura hispánica de los siglos xvi y xvii de estos dos libros apócrifos no ha sido aún estudiado, pero puede adivinarse fácilmente a la luz de las numerosas ediciones impresas (Palau da cuenta de diecisiete ediciones entre 1511 y 1617). De hecho, la mística, según advertía Bataillon, se nutrirá de estas obras como también lo harán los alumbrados y otras corrientes heréticas. Las Meditaciones y Soliloquios son recibidos en el siglo xvii como obras agustinianas auténticas, y su éxito aumenta al ser traducidas y elogiadas por un insigne jesuita como Pedro Rivadeneira8. A partir de su presencia en la obra de Lope de Vega, nos alejamos de la manida imagen de un Lope que traslada a sus obras la erudición de las polianteas en un intento de mostrar un status de escritor culto; se alza ante nosotros un autor que conoce en profundidad los textos agustinianos y que, sin hacer alarde de tal conocimiento, crea un discurso eminentemente personal a partir de materiales ajenos.
4Si las Rimas sacras son, en palabras de Mercedes Blanco, «un autorretrato a lo divino»9, no sorprende que remitan, de manera explícita o implícita, a las Confesiones de San Agustín. Escritas en pleno ciclo de arrepentimiento, ven la luz el mismo año en que Lope se ordena sacerdote (1614, cuando nuestro autor tiene 52 años), y conforman un cancionero petrarquista en el que un yo poético expresa de distintas formas su amor hacia Dios. Lope —como Petrarca, como Montaigne— se pinta a sí mismo, y crea en las Rimas sacras una voz poética que el lector reconoce e identifica. De hecho, buena parte de la similitud entre estas dos obras consiste en que ambas son el reflejo literario de una introspección. Entre la variedad de asuntos que tratan las Confesiones, el yo —un yo arrepentido y contrito— se hace auténtica materia de estudio, como encontraremos más tarde en las Rimas sacras de Lope.
5En la primera década del siglo xvii, la figura de San Agustín como modelo de pecador arrepentido está perfectamente fijada. En su Flos Sanctorum (primera edición en 1596 y reeditado numerosas veces a lo largo del siglo xvii), el jesuita Pedro Rivadeneira insiste justamente en el carácter modélico y edificante del proceso de conversión del santo:
- 10 Rivadeneira, Flos Sanctorum, p. 606.
Por ventura alguno preguntará por qué escribiendo yo las virtudes y ejemplos de los santos, para que los imitemos, he escrito aquí los vicios y errores que en su mocedad tuvo San Agustín; los cuales no deben imitar, sino aborrecer y detestar. A esto respondo que lo he hecho principalmente por imitar al mismo San Agustín, que en el libro de sus Confesiones pinta su vida, y hace un dibujo de sus costumbres y vicios, y los llora, y pide dellos perdón al Señor, y dice que le aprovechó aquel libro de sus Confesiones, cuando le compuso, y cuando le leía, para despertar su entendimiento, y afecto para alabar a Dios. Y no menos porque es grande la gloria del Señor, el haber sanado como médico sapientísimo a un enfermo tan desahuciado como era San Agustín, y dádole una salud espiritual tan entera; y a un hombre tan engañado y perdido, héchole luz de la verdad, y Doctor y guía de los que van fuera de camino10.
- 11 Poco antes de publicar las Rimas sacras, Lope escribe su comedia El divino africano, incluida más t (...)
6Rivadeneira justifica el haberse detenido más de lo habitual en los pecados cometidos; en la literatura religiosa del siglo xvii, cuanto más grandes son los errores, mayor es el mérito de la conversión, y mayor será el efecto producido sobre los lectores «que van fuera de camino»11.
7En las Rimas sacras, quizás la colección de literatura religiosa más importante del siglo xvii, el yo poético retoma igualmente el camino de la religión tras haber estado perdido muchos años en la oscuridad del pecado, siendo la conversión del yo uno de los motivos centrales del libro. La identificación que se produce entre el yo literario y el propio autor es, también aquí, total, y Lope de Vega llorará, por ejemplo, la muerte de su hijo Carlos Félix en una canción elegiaca por todos conocida.
- 12 Lope de Vega, Obras poéticas.
8La relación estrecha entre las Confesiones y las Rimas Sacras pasa por la alusión a la obra agustiniana, como ocurre en el soneto XVIII, uno de los más conocidos y que, según había afirmado ya José Manuel Blecua12, remite al libro VIII de las Confesiones de San Agustín. El soneto comienza: «¿Qué tengo yo que mi amistad procuras» y termina con los siguientes tercetos:
- 13 Lope de Vega, Rimas sacras, p. 157. Este soneto adapta un soliloquio puesto en boca de San Francisc (...)
¡Cuántas veces el ángel me decía:
«Alma, asómate ahora a la ventana,
verás con cuánto amor llamar porfía»!
¡Y cuántas, Hermosura soberana,
«Mañana le abriremos», respondía,
para lo mismo responder mañana!13
- 14 San Agustín retoma el motivo de la llamada que no recibe respuesta en otros lugares de las Confesio (...)
9El «mañana» que nunca llega remite a la famosa escena del huerto, tan querida por Santa Teresa, en la que el joven Agustín se convierte, como se relata en el libro VIII, capítulo XII, de las Confesiones14:
- 15 San Agustín, Confesiones, ed. 1608, f. 297r-v. Lope de Vega, en sus Rimas humanas y divinas del lic (...)
Yo me arrojé debajo de una higuera, no sé cómo, y solté las riendas a las lágrimas, y ellas salieron como dos ríos de mis ojos, como sacrificio aceptable a vos Señor, y no con estas palabras, pero con esta sentencia os dije muchas cosas: Y vos Señor ¿hasta cuándo? ¿Hasta cuándo Señor estaréis enojado? No os acordéis de nuestras maldades antiguas. Porque como yo me sentía preso dellas, daba voces lastimosas: ¿Hasta cuándo? ¿Hasta cuándo? ¿Mañana y mañana? ¿Por qué no luego? ¿Por qué esta hora no será el fin de mi fealdad?15
10El mismo fragmento de las Confesiones está presente en la que es sin duda su huella más clara en las Rimas sacras, los tercetos titulados «Agustino a Dios». Lope reescribe en verso la célebre escena del huerto:
- 16 Lope de Vega, Rimas sacras, pp. 515-516.
Debajo de una higuera está sentado,
los ojos hechos fuentes, Agustino,
herido el corazón de amor divino.
«¿Hasta cuándo, Señor —dice llorando—,
diré “Mañana voy” pues no te sigo?,
que, en viéndola llegar, lo mismo digo.
Siempre, Señor, te digo: “Espera un poco”,
y pasan tantos pocos cada día
que sola tu piedad me esperaría»16.
11Se produce una estrecha relación entre Agustín —incapaz de renunciar a su vida de pecador— y el yo poético del soneto XVIII de las Rimas sacras.
12Hasta aquí estamos tratando relaciones intertextuales que ya han sido notadas por la crítica. Pero ésta ha pasado por alto una nueva relación, esta vez entre ciertas imágenes del libro X (capítulo XXVI) de las Confesiones y la continuación de los tercetos de Lope donde, al hilo de la escena del huerto, el poeta incluye una versión personal de los célebres párrafos agustinianos (sigue hablando Agustino dirigiéndose a Dios) :
- 17 Lope de Vega, Rimas sacras, p. 517.
«Tarde te amé, Señor, tarde, Hermosura
que diste luz a la celeste esfera,
pues, teniéndote en mí, te busqué fuera.
Buscábate, Señor, el alma mía
en la hermosura humana, y no te hallaba,
pues antes de la tuya me apartaba.
Pero al fin me llamó la piedad tuya
abriéndome los ojos tu belleza,
rompiendo a mis oídos la dureza.
Tocásteme, Señor, y mi deseo
en tu amor encendiste y abrasaste;
amé tu alteza y mi bajeza amaste»17.
Compárese con el texto de Agustín en las Confesiones:
- 18 San Agustín, Confesiones, ed. 1608, f. 395r-v.
Tarde os amé, hermosura tan antigua y tan nueva; tarde os amé. Vos estábades dentro y yo fuera, y en las cosas exteriores os buscaba, y estando mi alma fea, se iba tras estas cosas visibles y hermosas que vos hicistes. Vos estábades conmigo y yo no estaba con vos, y las mismas cosas me tenían apartado y lejos de vos, que no tendrían ser, sino que estuviesen en vos. Llamásteme, dístesme voces y rompiste mis orejas sordas, enviaste sobre mí vuestro relámpago y vuestra luz, y alumbraste mi ceguedad18.
- 19 Ibid., f. 303r-v.
- 20 Lope de Vega, Rimas sacras, p. 517.
13Se trata de una transformación genérica, pues Lope convierte en verso la prosa de San Agustín. Sorprende que, a continuación, Lope retome un motivo que no está en el libro X de las Confesiones, sino en el IX, capítulo II: «Ya vos habíades asaeteado y herido nuestro corazón con vuestra caridad, y teníamos atravesadas vuestras palabras en nuestras entrañas […]»19, que Lope versifica así: «“Herísteme, Señor, con tus saetas, / y como de tu sangre están bañadas, / en el alma las tengo atravesadas”»20. Lope, cuando recrea las palabras de Agustín, está más cerca de la mística que en ninguna otra de sus obras.
14A la luz de estas relaciones intertextuales nos permitimos volver sobre otro conocido soneto de las Rimas sacras —el I—, que funciona como prólogo y marca el tono del libro. En él, como es bien sabido, Lope retoma los primeros versos del primer soneto de Garcilaso. Nos interesan ahora los tercetos:
Entré por laberinto tan extraño
fiando al débil hilo de la vida
el tarde conocido desengaño;
mas, de tu luz mi oscuridad vencida,
el monstruo muerto de mi ciego engaño,
vuelve a la patria la razón perdida21.
- 22 Sobre el tema de la ceguera en la literatura de Lope, véase Lezcano, 2004.
15En el primer terceto, el yo dice haberse adentrado en un laberinto, confiando en que el desengaño llegaría por sí solo en el transcurso de la vida. Pero en el segundo, el ciego engaño del yo, convertido en monstruo, es vencido, «muerto», por obra de la luz de Dios22. Los siguientes fragmentos de las Confesiones aclaran el sentido de los versos. En el libro VIII, capítulo IX, San Agustín se refiere al conflicto de dos voluntades en el que se debate el alma humana, una de las cuales, anterior a la conversión, se identifica con un monstruo:
- 23 San Agustín, Confesiones, ed. 1608, f. 287r-v.
¿De dónde nace este monstruo, Señor, y de dónde viene esto? Descubrid el rayo de vuestra misericordia sobre mí, y preguntaré a ver si por ventura me podrán responder las penas escondidas de los hombres y las congojas secretísimas y escurísimas de los hijos de Adán, de dónde es este monstruo, y por qué es esto23.
16Por otra parte, la luz divina vence al yo concupiscente/mundano, o yo exterior, en libro VII, capítulo X, de las Confesiones, aunque la iluminación no supone la derrota del yo sino su perfeccionamiento posible:
Entré, y con el ojo tal cual de mi alma, vi sobre la misma vista della y sobre mi entendimiento una luz del Señor soberana e inconmutable, y no ésta que es visible a toda carne, ni semejante a ella. Mucho mayor era, como si esta nuestra luz corporal fuese creciendo y haciéndose más resplandeciente y ocupase todo lugar con su grandeza. Pero aun esto no era aquella luz, sino otra cosa muy distante de todas éstas […]. Luego que os conocí, me alumbró vuestra luz para que viese que había que ver y que yo aún no tenía ojos para ver; y fueron tantos y tan claros los rayos de vuestra luz que herían mis ojos que la flaqueza de mi vista no los pudo sufrir; y de amor y espanto temblé; y por la desemejanza, me hallé en otra región muy remota y apartada de vos […]24.
17Sobre el último verso del poema, «vuelve a la patria la razón perdida», los editores de las Rimas sacras señalan su indudable relación con el Ulises que regresa a Ítaca. Pero quizás remita al último capítulo del libro VII de las Confesiones, el que precede al libro en el que por fin se relata la conversión:
Porque una cosa es ver de la altura de un monte, como de muy lejos, la patria de la paz y no hallar el camino para ella y andar descarriado sin poder atinar a él, estando cercado por todas partes de los demonios […], y otra cosa es entrar y andar por el camino que nos lleva a esta patria y visión de paz y estar guardados por el cuidado del celestial emperador, para que no puedan infestarle ni robar a los caminantes aquellos fugitivos soldados que cayeron del cielo […]25.
18Tanto en las Confesiones como en las Rimas sacras se emprende, a partir de ese momento, un camino de regreso. El yo literario es en ambos casos un ejemplo de conversión personal que puede iluminar la conversión de los lectores. Lope recupera la experiencia de San Agustín, y la proyecta en lugares destacados de sus escritos para crear la imagen personal de un yo penitente y arrepentido.
- 26 Todas las citas son de nuestra reciente edición, Lope de Vega, Soliloquios amorosos de un alma a Di (...)
19Abandonamos las Rimas sacras de Lope y nos centramos en los Soliloquios amorosos de un alma a Dios26. Publicados en 1626, reflejan una segunda crisis espiritual de Lope, quien convive por esa época con Marta de Nevares, y ya cuenta en su bagaje con el fracaso de su primera conversión. La obra se compone de siete soliloquios escritos en redondillas, a los que se añade un comentario en prosa para cada uno de ellos, más cien jaculatorias que se publican al final de este libro misceláneo. El título mismo de la obra remite a San Agustín, pues son sus Soliloquios los que fundan este género literario. El discurso del yo se estructura aquí en torno a la contemplación meditativa de Cristo en la Cruz. La voz autobiográfica de Lope se percibe claramente, estableciendo una gran diferencia con otras composiciones religiosas suyas, y llevando aún más lejos la identificación yo literario/autor que asomaba ya en las Rimas Sacras.
20En los Soliloquios lopescos, Agustín se perfila como modelo de interlocución a la hora de dirigirse amorosamente a la divinidad. Lope desdeña, hasta donde nosotros sabemos, la importancia de San Agustín como teólogo. Para el Obispo de Hipona constituye un reto explicar cómo se dirige el hombre hacia Dios, mientras que Lope cuenta con la contemplación meditativa del cuerpo de Cristo en la Cruz como método para alcanzarlo. En las Confesiones, la búsqueda de Dios desde una perspectiva filosófica ocupa un lugar muy importante, y al final de la obra se llega a conclusiones como la siguiente:
- 27 Rivadeneira sólo traduce hasta el libro XI, puesto que a partir de ahí se termina con la autobiogra (...)
El cuerpo empuja, tira por su peso hasta su propio lugar. El peso no arrastra sólo hacia abajo sino hacia su propio lugar. El fuego tiende hacia arriba, la piedra hacia abajo. Sus pesos los mueven, buscan sus lugares. […] Mi amor es mi peso, él me lleva adondequiera que voy. Con tu don nos encendemos y hacia arriba nos impulsa. Ardemos y caminamos. Tu fuego, tu santo fuego, nos enardece y caminamos, porque hacia arriba nos vamos […]27.
- 28 La relación entre doctrina y experiencia ha sido estudiada por Ynduráin, 2006b.
21Al tomar como punto de partida la contemplación de la Cruz, Lope se aleja de San Agustín, para quien se puede llegar a conocer a Dios sin ayuda de los sentidos. Lope recrea fragmentos del discurso agustiniano y los incluye en la expresión de su experiencia personal. Así transforma Lope el pasaje citado de las Confesiones: «Jesús mío, mientras fui piedra bajé con mi peso huyendo de ti; ahora que soy fuego, mi propia ligereza me lleva a ti». Buena parte de la eficacia declarativa de esta jaculatoria (la XCVI) reside en el hecho de que Lope parece hablar de lo que ha vivido, no de lo que ha recibido como enseñanza de la autoridad patrística28.
- 29 Ver Müller-Bochat, 1963 y 1979.
- 30 Molina, Ejercicios espirituales, p. 181. Pedro Rivadeneira (Flos Sanctorum, p. 616) también propone (...)
22Son muchos los pasajes de los Soliloquios lopescos que remiten a otros de San Agustín; es probable que Lope, consciente de continuar el género iniciado por el Obispo de Hipona, recurriera a algunas de sus obras para construir la suya. Estamos frente a un tipo de intertextualidad que merece ser comentada; la literatura meditativa, a la que pertenecen los Soliloquios, no es la meditación misma, pero sí está condicionada por los tratados de meditación29, y es frecuente que en éstos se presenten algunas obras agustinianas como modelo de interlocución. Por ejemplo, Antonio de Molina, en los Ejercicios espirituales (1614), recomienda, cuando el corazón esté seco, distraído o alborotado, «comenzar por algunas oraciones vocales, como algunos Psalmos», «o leer algún capítulo de las Meditaciones de San Agustín»30. Por otro lado, fragmentos de las obras de San Agustín, auténticas y apócrifas, se incluyen en libros de emblemática sacra auspiciados por la Compañía de Jesús, como Pia Desideria, donde el yo que medita hace suyos largos pasajes de la prosa agustiniana. San Agustín es, en conclusión, aprovechado por el arte de la Contrarreforma, y la utilización que hace Lope de la obra agustiniana debe contemplarse a la luz de tal práctica.
- 31 Lope de Vega, Soliloquios amorosos de un alma a Dios, p. 226.
23Cuando Lope escribe, en el soliloquio V, que las llagas de Cristo en la Cruz permiten al yo «beber a pechos, e inebriarse un alma»31, parece que tiene en cuenta las Meditaciones apócrifas, adaptación a su vez del salmo 41, 2:
- 32 Nos referimos en adelante a las Meditaciones por Pedro Rivadeneira, Obras del Padre Pedro de Rivade (...)
Oh Fuente de Vida, henchid mi alma con la avenida de vuestros deleites, embriagad mi corazón con la embriaguez sobria de vuestro amor, para que, tomado deste vino, se olvide de todas las cosas vanas y perecederas, y se acuerde siempre y se deleite en solo Vos, como está escrito32.
24Ahora bien, al centrar Lope su meditación en la figura de Cristo en la cruz, esto es, al aplicar a su texto la composición de lugar ignaciana, se pierden las connotaciones místicas del pseudo-Agustín. El yo ve con la vista de la imaginación la imagen sobre la que desea meditar, y al reflexionar sobre ella, considera que puede beber de las llagas de Cristo, puesto que asiste a su Pasión. Solo entonces echa mano del párrafo agustiniano. Es un modo de organizar el discurso típicamente jesuita, que cambia la naturaleza de los textos que se traen a colación y los hace útiles en un nuevo contexto meditativo.
25Hay otros casos más claros de intertextualidad entre los Soliloquios lopescos y las Meditaciones apócrifas, pero el siguiente ilustra a la perfección el sistema al que nos venimos refiriendo. El pseudo-Agustín parafrasea a Jeremías, 9, 1, y lo relaciona con Moisés, quien sacó agua de una piedra golpeándola con una vara (Éxodo, 17, 6):
- 33 Ibid., capítulo XXXVII, p. 667.
Herid, Señor, herid esta piedra dura con la punta del cuchillo de vuestro amor, y penetrad hasta lo más íntimo de mis entrañas, y sacad de mi cabeza agua abundante, y de mis ojos una fuente de lágrimas, que mane continuamente por el afecto y el deseo encendido de vuestra hermosura33.
Lope recrea el pasaje anterior, y le da un nuevo sentido en el soliloquio VI:
- 34 Alude a Jeremías, 9, 1: «Quis dabit capiti meo aquam, et oculis meis fontem lacrymarum? Et plorabo (...)
- 35 Lope de Vega, Soliloquios amorosos de un alma a Dios, p. 242.
¡Oh, quién pusiera en mi cabeza un océano, y en mis ojos unas perennes fuentes!34 Mas ya, mi Dios, las hallan mis deseos en esos pies y manos, porque el mar de vuestra Pasión me ha convertido en mar de lágrimas, que no sé yo qué piedra tan dura en el desierto de mi pecho tocara la virtud de la vara de vuestra Cruz, que no la convirtiera en fuente35.
26Ya no es el «cuchillo del amor de Dios», sino la «Cruz de Cristo» lo que saca agua de esa piedra que es el yo. Lope integra las expresiones afectivas exageradas en una nueva estructura, la de la meditación sobre el cuerpo de Cristo, y a partir de ella se crean nuevos conceptos, como la identificación Cruz-vara. De este modo se recupera una organización del discurso parecida a la autobiografía de las Confesiones, pero en la que los textos reinterpretados entran perfectamente en el sistema contrarreformista.
27De nuevo las Meditaciones apócrifas de San Agustín funcionan como filtro que condiciona la utilización de los Salmos en los Soliloquios. En el soliloquio VI, parece que Lope sigue al pseudo-Agustín como modelo de interlocución a la hora de adaptar un conocido pasaje del salmo 41, salmo al que ya se había referido en el soliloquio anterior. Es uno de los pocos casos en los que Lope sigue las Meditaciones tanto en el verso como en la prosa. Al hilo de una noticia que refiere Plinio en su Historia Natural, Lope recuerda un pasaje de las Meditaciones. En la prosa, la relación aparece aún más claramente:
Unos hombres hay en la estrema parte de la India, de quien se escribe que se sustentan de sólo el olor de las flores y viven sin otro sustento entre aquellos prados aromáticos, cuya fragrancia los vivifica y fortalece. ¡Ay mi Dios, quién viviera de sólo el llanto y éste fuera su pan, como David decía! Y cuando por la falta del humor quedara sin tener qué llorar, como se llora naturalmente desde el alma a los ojos, llorara yo desde los ojos al alma36.
En las Meditaciones de San Agustín:
- 37 Rivadeneira, Obras, capítulo XXXVI, p. 663.
¿Qué gemidos y qué sollozos debe dar aquella alma que de día y de noche busca a Dios, y ninguna otra cosa quiere amar, sino a Jesucristo? ¿Cómo sus lágrimas son su pan y sustento de día y de noche? Volved los ojos a mí, Señor, y habed misericordia de mí; porque los dolores de mi corazón se han multiplicado. Dadme vuestra consolación celestial, y no menospreciéis esta alma pecadora, por la cual moristes en la Cruz. Dadme unas lágrimas interiores y copiosas, y que sean poderosas para romper las cadenas de mis pecados y para llenar mi alma de vuestra suavidad celestial37.
Las «lágrimas interiores» se han convertido en los Soliloquios en «llorar desde los ojos al alma». Los Salmos y las Meditaciones son, como decía Antonio Molina, el punto de partida del yo cuando construye su propia meditación.
- 38 «[…] dadme esa mano divina que me levante y veréis cuánto luce vuestra misericordia en mí […]» (Lop (...)
- 39 San Agustín, Confesiones, ed. 1608, f. 260r-v. El mismo motivo lo encontramos en los Soliloquios ap (...)
28En nuestra edición de los Soliloquios amorosos de un alma a Dios damos cuenta de numerosos pasajes en los que Lope recuerda las obras del Obispo de Hipona, ya sean las originales o las apócrifas. Rastreando algunos de ellos, podemos apreciar la evolución de ciertos motivos que pasan de las Confesiones a las obras apócrifas de San Agustín, y de aquí a los Soliloquios de Lope. Así sucede con la «mano» divina que pide el yo en el soliloquio VI para escapar de sus pecados38, y a la que San Agustín aludía en sus Confesiones (libro VIII, capítulo I) como ayuda para huir del matrimonio: «[…] pero vuestra diestra Señor me levantó, y me puso en lugar donde pudiese convalecer […]»39.
- 40 Lope de Vega, Soliloquios amorosos de un alma a Dios, p. 240.
29Lo mismo sucede con el «colirio»: si en el libro VIII de las Confesiones de San Agustín las lágrimas son colirio, en el soliloquio VI40 de Lope el colirio es el agua que manó del costado de Cristo tras el lanzazo de Longinos y que sana los ojos del yo.
30Para terminar, citemos un desengañado pasaje de los Soliloquios lopescos, al final del soliloquio IV, en el que el yo se dirige a Cristo en la Cruz:
La brevedad de la vida, Señor, os doy en disculpa de pediros tan apretadamente que tengáis lástima de mí, porque su incertidumbre me atormenta, y estas hojas débiles que el viento arrebata no son defensa para resistir los golpes de vuestra ira41.
Son motivos e imágenes que se encontraban ya en los Soliloquios apócrifos:
- 42 Soliloquios, cap. XXIV, y Rivadeneira, Obras, p. 692. En El divino africano se lee: «Hasta cuándo, (...)
Nosotros de nuestra parte no somos sino como la hoja y vanidad, y toda nuestra vida es un poco de viento. No os enojáis si nosotros pobrecitos caemos; pues tan bien conocéis la flaqueza de nuestra naturaleza. Siendo Vos, Señor, de inestimable fortaleza, ¿queréis mostrar vuestro poder contra una hoja que se la lleva el viento, y perseguís una paja seca?42
- 43 Véase Ynduráin, 1994, p. 525.
31Esta manera de extraer de los autores antiguos modelos de expresión e incorporarlos en un discurso personal, cambiando su naturaleza, es una práctica intertextual que difunden los métodos de enseñanza de la Compañía de Jesús. Se separa el fondo de la forma, no importa el sentido del texto original, sino la finalidad que pueda dársele43. Así, las imágenes místicas agustinianas, cuyo germen está en las Confesiones, pasan a formar parte de un discurso contrarreformista en el que la relación entre el yo y la divinidad está regulada por los preceptos ignacianos. Véase el siguiente fragmento de los Soliloquios apócrifos, que no tiene por qué haber influido necesariamente en la obra de Lope, pero que ilustra el proceso al que nos referimos:
- 44 Rivadeneira, Obras, capítulo XIX, p. 68.
Oh fuego que siempre ardes y que nunca te apagas, oh amor que siempre hierves y nunca te entibias, enciéndeme, y sea yo abrasado de ti, para que todo te ame; porque menos te ama el que contigo ama otra cosa, que no ama por ti. Ámeos yo, Señor, porque Vos primero me amastes. ¿Con qué palabras podré yo declarar las señales del amor entrañable que Vos habéis usado para conmigo y de los innumerables beneficios con que desde la primera hora de mi vida hasta el presente me habéis sustentado?44
32Son consideraciones que, como decía Bataillon, bien podrían haber inspirado a los alumbrados y otras corrientes heréticas, puesto que postulan una relación individual, íntima, entre hombre y Dios. El fuego del amor divino pierde parte de sus connotaciones místicas, se atenúa, cuando se dirige a la figura de Cristo en la Cruz, como en el soliloquio VII de los de Lope; nótese que es el alma «abrazada» a Jesús —y no unida a Dios—, quien toma la palabra:
- 45 Lope de Vega, Soliloquios amorosos de un alma a Dios, p. 259.
Parece, dulcísimo Jesús, que esta alma abrazada de Vos, y abrasada por Vos, quiere hablaros un rato con el silencio de sus lágrimas, amoroso lenguage de los que aman; pero pues es imposible que deje de sentir, yo seré entretanto intérprete de los conceptos de su desmayo, no obstante que penetráis los pensamientos de su enamorada imaginación45.
33La presencia de Cristo crucificado sustituye el hilo autobiográfico de las Confesiones y da un sentido contrarreformista, alejado de toda heterodoxia, a los pasajes místicos de los Soliloquios y las Meditaciones apócrifos. A partir de textos preexistentes, y bien conocidos, Lope supo crear una voz única, conmovedora. La mayor novedad del Lope de los Soliloquios consiste en haber aplicado la expresión amorosa agustiniana, tanto de las obras originales como de las apócrifas, a la imagen de Cristo en la Cruz, contemplada con la vista de la imaginación. Lope demuestra su amor hacia la figura del «divino Agustín», a quien tantas cosas le unían.
34Los Soliloquios de Lope son plenamente barrocos. El poeta lleva el género a su culminación en las letras hispánicas, dejando de lado la inquietud filosófica y construyendo un discurso modélico para pedir perdón por los pecados. Lope supera el desorden de los Soliloquios apócrifos, pero también la férrea organización lineal de obras como el Soliloquio de la Pasión, de Alonso de Orozco, donde se sigue a pies juntillas la contemplación meditativa como recomiendan los Ejercicios espirituales ignacianos46. La recurrente pasividad del yo ante la gracia divina que caracteriza las obras apócrifas de San Agustín, tan alejadas de la activa búsqueda autobiográfica de las Confesiones, ha quedado atrás. Lope proyecta en sus Soliloquios su propia personalidad, contrarrestando con emotivas palabras los años que estuvo lejos de Dios, y organizando su discurso de manera original (siete soliloquios, cien jaculatorias, etc.). Lope, en definitiva, refleja su personalidad, y aunque no pasa revista a sus pecados con el detalle de Agustín, se convierte, como el Obispo de Hipona, como el salmista, en un ejemplo a la hora de volver los ojos a Dios tras largos años de ausencia.