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Notas
Márquez Villanueva, 1968. Escribe a modo de proemio de su investigación: «Dios aparece invocado casi en cada página (73 veces según nuestro recuento) y Lázaro mantiene a lo largo de los tres primeros tratados un apasionado soliloquio con Dios del que deriva fuerzas y consuelo. El autor conoce bien los aspectos técnicos de la vida espiritual: la oración mental, la contemplación, los signos externos de la experiencia mística [...] en la pintura del falso éxtasis del buldero. Maneja impecablemente conceptos teológicos como el espíritu de profecía, el transporte en la divina esencia, el “persuadido del demonio” que traduce el suadente diabolo del derecho canónico» (p. 70).
Ruffinato, 2000, pp. 328-336 (entre otros pasajes).
Alemán, Guzmán de Alfarache, ed. 1999, pp. 41-42.
Moreno Baéz, 1948, pp. 52-86. Apunta, en conclusión de las páginas dedicadas a la materia teológica, que el Guzmán de Alfarache «es un libro de doctrina», un «tipo de novela en la que todo queda subordinado a un fin filosófico y religioso» (pp. 84-86).
Michaud, 1987.
MacMahon, 2005.
El mayor representante de esta escuela crítica es Benito Brancaforte cuyas investigaciones dieron lugar a una obra estimulante: véase Brancaforte, 1980.
Cros, 1967 y 1971, pp. 111-128.
Cros, 2006, pp. 41-48. En este capítulo, Edmond Cros propone una detallada reconstitución del marco temporal de los episodios alcalaínos que marcan la llegada de Pablos en el mundo estudiantil. Esta revela la proximidad entre este tiempo de iniciación ritual a la vida picaresca y los distintos episodios de la Pasión de Cristo, como si se apoyara Quevedo en un sustrato celebérrimo para guiar la lectura de su obra.
Alemán, Guzmán de Alfarache, ed. 1987, I, p. 47. Salvo algunas ocurrencias que precisaremos entonces, citaremos siempre por esta edición de José María Micó.
El presente trabajo debe más de lo que puedo expresar a las investigaciones de Michel Cavillac. No obstante, las conclusiones aquí expuestas y las insuficiencias de este estudio son de nuestra entera responsabilidad.
La expresión, consagrada en aquella época, procede del San Antonio: véase Alemán, San Antonio de Padua, f. 204v.
Tal interpretación subraya una línea de continuidad fuerte entre la Epístola a los Romanos de san Pablo y la obra agustiniana en general y, más precisamente, el tratado De peccatorum meritis et remissione; para un estudio de conjunto, véase Delaroche, 1996 (sobre todo las pp. 213-227).
San Agustín, Confesiones, X, 30-39.
Luis de León, De los nombres de Cristo, pp. 120-159.
Ibid., p. 124.
Ibid., p. 128.
Ibid., p. 147. Sobre el «nuevo Adán», véase san Agustín, De trinitate, XIII, 21, tratado que hemos podido leer en la última versión francesa: saint Augustin, Œuvres, ed. 2002, t. III.
Cavillac, 1994, pp. 102-103. La cita aducida proviene de la quaestio LXVIII del De Diversis quaestionibus 83, Saint Agustin, Mélanges doctrinaux, p. 274 (‘y todos constituimos una sola y única masa de lodo: la masa del pecado’).
A propósito del carácter polémico de la transmisión del pecado original a la totalidad del género humano, véase el estudio de Cohen, 1980.
En el San Antonio de Padua, Mateo Alemán va afirmando el carácter de mediación de la muerte del primer al segundo Adán: «Y pues así es, bienaventurados aquellos que alegremente dejan tan pesada carga, dando con ella y consigo en el sepulcro donde redimen las imposiciones y pechos en que nos dejó el primero Adán obligados; y libres dellos van a gozar con el segundo de la caballería y franquezas de sus cortesanos» (f. 248v-249r).
Sobre la formación de la doctrina agustiniana en las polémicas, y más precisamente durante la contienda con los Maniqueos, los estudios clásicos de Ernesto Bonaiuti sobre el concepto de massa perditionis y de pecado original subrayan la deuda importante de san Agustín para con san Pablo y algunos de sus contemporáneos; véase Bonaiuti, 1917 y 1927.
No hemos podido aún explorar la influencia posible de Benito Arias Montano sobre el texto de Alemán; ciertos elementos históricos podrían justificar semejante hipótesis si tenemos en cuenta que Arias Montano se retiró a Sevilla al final de su vida y fue allí donde murió en 1598. Es cierto, tal coincidencia cronológica y geográfica no puede constituir de por sí un argumento suficiente, sino una indicación sobre la posible circulación y transmisión de dicha obra. En cualquier caso, en la primera parte de su Obra magna, intitulada Libro de la Generación y Regeneración del Hombre o acerca de la Historia del Género Humano, publicada en 1593 en la imprenta de Plantino en Amberes, Arias Montano elabora una de las sumas más completas y eruditas del siglo xvi sobre la redención y regeneración del «hombre viejo» en «hombre nuevo».
Alemán, Guzmán de Alfarache, II, I, 1, p. 43.
Ibid., II, I, 1, p. 42.
Apud Cavillac, 1994, p. 99.
Sobre este particular, se consultará con provecho la síntesis reciente de Hugo Lezcano Tosca sobre la historia del género del soliloquio: véase Lezcano Tosca, 2006, pp. 19-38 (sobre el «modelo agustiniano»).
Siguiendo a Bataillon, Cavillac subraya la importancia de una compilación de textos agustinianos titulada Meditaciones, Soliloquio y Manual, cuya fortuna editorial fue importante a lo largo de la primera mitad del siglo xvi: véase Cavillac, 1994, p. 99, nota 41, y también Lezcano Tosca, 2006, pp. 19-20 y 26-28.
Alemán, Guzmán de Alfarache, II, I, 1, p. 40.
Ibid., II, III, 5, p. 433.
Ibid., I, I, 1, p. 130. La expresión «andar al puñete» (o «a puñetazo») debe entenderse, según aclara José María Micó, como ‘reñir’ (ibid., nota 26).
Blanco Aguinaga, 1957, p. 318.
Alemán, Guzmán de Alfarache, I, I, 2, p. 147.
Ibid., I, I, 3, p. 167.
Ibid., I, I, 3, p. 168.
Ibid., I, III, 1, p. 377.
Romanos, 5, 12-19.
Esta interpretación no excluye otras lecturas más secularizadas de la expresión «fabricar un hombre perfecto», como la destacada por Norbert von Prellwitz en un apartado de su Discorso brifronte di Guzmán de Alfarache: véase von Prellwitz, 1992, pp. 183-190. La expresión «hombre perfecto» solía emplearse también para calificar a un hombre maduro en plena posesión de su entendimiento. Sobre la idea de perfección en el humanismo francés, véase el trabajo muy erudito de Faye, 1998.
Alemán, Guzmán de Alfarache, II, I, 7, p. 127.
Ibid., II, p. 22.
Ibid., I, I, 7, p. 204.
San Agustín, Confesiones, ed. 1993, VIII, 10, pp. 188-189. Citaremos siempre por la traducción de Pedro Rivadeneira, publicada por vez primera en 1596 en Madrid. Ya había aparecido en 1554 una primera versión castellana bajo la pluma de un agustino portugués, Fray Sebastián Toscano, que ofrece un interés sobre todo histórico por haber sido, según el editor del texto, la versión leída por Santa Teresa; véase san Agustín, Confesiones, ed. 1996.
El texto alemaniano hace suyo aquí uno de los fundamentos teológicos de la teología agustiniana: el libre albedrío no puede ser negado, y la Biblia presupone su existencia; sin embargo, su uso por el hombre no basta para salvarse sin la manifestación de la gracia divina. Sobre la necesaria existencia del libre albedrío, véase san Agustín, De Gratia et Libero Arbitrio, I, II, 4 (Œuvres, ed. 2002, pp. 884-886).
Alemán, Guzmán de Alfarache, I, III, 10, p. 464.
Sobre la responsabilidad del hombre en el nacimiento del mal, veáse el tratado De libero arbitrio, Œuvres VI, ed. 1976, II, 1, 3, pp. 266-269. Allí afirma san Agustín: «Non enim quia per illam [liberam voluntatem] etiam peccatur, ad hoc eam Deum dedisse credendum est» («No es porque pequemos también por ella [la voluntad libre] que hay que creer que Dios nos la otorgó para semejante uso», ibid., p. 266).
Alemán, Guzmán de Alfarache, ibid., I, p. 113.
Cavillac, 1994, pp. 11-86.
«San Agustín dice del entendimiento ser una parte principal del alma», Alemán, San Antonio de Padua, f. 352v.
Ibid., f. 352v-353r.
Ibid., f. 353v.
Mercedes Blanco ha señalado recientemente esta capacidad del texto alemaniano de juntar dos discursos exclusivos el uno del otro a propósito del tema de la caridad: véase Blanco, 2007.
Alemán, Guzmán de Alfarache, II, III, 5, pp. 435-436.
Para una síntesis sobre la visión agustiniana de la gracia y del libre albedrío en un conjunto histórico, véase la obra clásica de Baumgartner, 1963, pp. 57-71.
Como bien se sabe, este punto doctrinal muy complejo fue discutido ampliamente en la famosa polémica De auxiliis divinae gratiae entre el jesuita Luis de Molina y el dominico Domingo Báñez, polémica que empezó con la publicación del De concordia de Molina en 1588. Según este último —para resumir de modo muy esquemático— el libre albedrío había sido profundamente alterado por la caída de Adán y el hombre no podía conocer la gracia divina ni colaborar con ella sin la ayuda y la misericordia de Dios. Si es verdad que la valoración positiva de la libertad presente en las tesis molinistas no puede dar razón del discurso de Guzmán, una lectura inspirada por la posición extremista de Báñez también resulta ser excesiva ya que la formulación alemaniana de estos problemas, muy lejos de ser rigurosa desde el punto de vista doctrinal, contiene —como subraya no sin humor Francisco Rico— unos «matices dudosos»; véase Alemán, Guzmán de Alfarache, ed. 1999, pp. 41-43, nota 49, que contiene una serie de aportaciones sobre la posición alemaniana.
Alemán, Guzmán de Alfarache, I, II, 3, p. 285. Una larga «consideración» —en palabras de Guzmán— sigue esta declaración liminar y desarrolla la noción de «luz» como proyección social y cristiana de cada oficio antes de acabar reconociendo ingeniosamente «que más es dotrina de predicación que de pícaro» (ibid., I, p. 288).
Véase la nota muy esclarecedora de Francisco Rico: Guzmán de Alfarache, ed. 1999, p. 268, nota 14. La referencia bíblica es Corintios, 12, 12 y siguientes.
Romanos, 5, 12-20. Sobre la lectura y las numerosas glosas de esta epístola por San Agustín, véanse los estudios clásicos ya citados de Buonaiuti, 1917 y 1927, y la síntesis más reciente de Delaroche, 1996.
San Agustín, Enarratio in psalmo LXX [‘Pues cada hombre es Adán; de la misma manera, entre los que creyeron, cada hombre es Cristo ya que son los miembros de Cristo’].
Bataillon, 1950.
Alemán, Guzmán de Alfarache, I, I, 6, p. 201.
Cavillac, 1994, p. 67, y también Cavillac, 2007, pp. 39-65 (sobre la noción de atalaya y el discurso atalayista en el Siglo de Oro).
Alemán, Guzmán de Alfarache, I, II, 4, p. 290.
Ibid., II, I, 1, p. 40.
Véase Cavillac, 2001.
Alemán, Guzmán de Alfarache, I, I, 1, p. 142.
San Agustín, De Natura et Gratia, XXXIV, 39.
San Agustín, De Gratia Christi et de peccato originali, XXIX, 34. Ambos textos aparecen traducidos en la última edición francesa de las Obras —desgraciadamente escogidas— de san Agustín: ver saint Augustin, Œuvres III, ed. 2002.
Hadot, 2002, pp. 223-235.
Augustinus-Lexikon, 1986-1994, col. 1282-1294 (la cita que hemos traducido proviene de la col. 1289).
San Agustín, Confesiones, III, 4 y III, 6.
Ibid., VII, 9.
Ibid., VIII, 12 y IX, 6. En el artículo ya mencionado del Augustinus-Lexikon, se propone como cuarta conversión el descubrimiento de la doctrina de la gracia por san Agustín después de 391. Para una visión muy precisa de las distintas fases del recorrido vital y espiritual de san Agustín, véase la biografía de Lancel, 1999.
Sobre este particular, conviene referirse a los trabajos clásicos de Goulven Maldec; sobre la conversión, véase —entre muchos— Maldec, 1994, pp. 91-103.
Pensamos más precisamente en Cavillac, 1983, 1994 y 2007, pp. 67-133.
Cavillac, 1991.
Los estudios de Henri Guerreiro siguen siendo, hoy en día, la mayor referencia sobre la composición del San Antonio de Padua; sobre las deudas de Alemán para con la tradición hagiográfica portuguesa, véase Guerreiro, 1984, 1985a, 1985b y 1999. Su tesis, que integra una edición crítica del San Antonio de Padua establecida a partir de la versión de 1604, es una lectura imprescindible (véase Guerreiro, 1992).
Véanse al respecto las últimas contribuciones sobre la hagiografía alemaniana de Michaud, 2005, y de Ramírez Santacruz, 2009. En esta última, el alemanista mexicano subraya la línea de continuidad entre el discurso médico del Guzmán de Alfarache —ya estudiado en una importante síntesis (Ramírez Santacruz, 2005)— y la visión nosológica del San Antonio de Padua.
Desde este punto de vista, las páginas que siguen constituyen el primer paso hacia un estudio centrado esencialmente en la hagiografía alemaniana.
Alemán, San Antonio de Padua, f. 70. Cabe recordar la importancia de la ermita y de la figura de San Antonio Abad en el Libro VIII de las Confesiones; la aparición del modelo eremítico resulta ser la mayor manifestación del cambio total de tipo de vida.
Ibid., f. 75.
Guerreiro, 1985.
En este sentido, el uso del tú parece que sume al espectador en una relación interlocutiva semejante a la del Guzmán de Alfarache; obligado a participar en la interpretación moral de los actos relatados, el lector del San Antonio de Padua emprende una colaboración íntima con el autor: «Y si te pasase, o alguna vez te viniesen a la memoria las ollas de Egipto, ¿serías poderoso a siquiera no codiciarlas? Vio Eva la manzana, y apeteciola, comió y pecó. Somos flacos, de carne halagueña y falsa: no te fíes a ti de ti, que cuando pienses tener mayor seguro, te dará un traspié con que te derribe» (f. 117v); o, un poco más adelante, en el mismo capítulo, esta declaración al lector rayana en la agresividad tan presente en ciertas páginas del Guzmán: «Mal sientes de la verdad, porque tú no eres el juez o censor de las intolerancias, ni esa verdad es hija de Dios, antes tuya, y ella y tú sois hijos del demonio [...]» (f. 120r). Francisco Rico ya apuntó en su primera edición del Guzmán esta proximidad formal entre la hagiografía y la novela picaresca: véase La novela picaresca española, pp. cvi-cviii.
San Antonio de Padua, f. 122r.
Ibid., f. 124. Lo subrayado es nuestro.
Ibid., f. 141v.
Ibid., f. 344v.
Véanse f. 42v (que menciona a la santa en un «soliloquio» de san Antonio) y f. 76-78.
Ibid., f. 77.
Las principales menciones explícitas, muy a menudo acompañadas del lugar citado, son las siguientes: f. 203-204, f. 320v, f. 344v, f. 352v. Convergen todas hacia una celebración de la misericordia divina.
Ibid., f. 247. Sobre la expresión «nacer y morir como las bestias» en el contexto de la denuncia del «criptojudaismo», véase el artículo de Márquez Villanueva, 1994.
Ibid., f. 239-265.
Ibid., f. 240.
«Vuelve, vuelve a la gracia, confiesa confesándote, ajústate con Dios de cuentas, llégate a él, recíbelo dignamente, conoce que te crió, que nació por ti, que padeció por ti, que murió por ti, que resucitó para ti, que tienes atesorado en su Pasión todo el rescate de tu alma [...]» (f. 250).
Ibid., f. 252v-253r.
Entre otros rasgos constantes, la proximidad entre el capítulo del San Antonio y la Oración fúnebre en cuanto a la representación de la muerte es un hecho tanto más esclarecedor cuanto que la idea de muerte no desempeña un papel tan fundamental en el Guzmán. Se puede leer este último texto alemaniano en la reciente edición de 2004.
La «Declaración para el entendimiento deste libro» sólo pone de realce el destino de Guzmán y su «conversión» a la escritura; véase Alemán, Guzmán de Alfarache, I, pp. 113-114.
Cavillac, 2006.
San Agustín, Confesiones, ed. 1993, VIII, 12, p. 194.
Ibid., p. 195.
Esta misma idea de inversión aparece con bastante regularidad en el San Antonio de Padua, y Cristo es por ejemplo calificado de «saludable antídoto» (f. 235r).
Alemán, Guzmán de Alfarache, II, III, 8, p. 506.
Ibid., II, III, 9, p. 510.
Sobre esta ausencia literal del término conversión y la reformación, véase Cavillac, 2006, pp. 198-200.
El sueño de la madre de Agustín y su desciframiento ocupan los últimos capítulos del Libro III (ibid., III, 11-12).
Ibid., VIII, 6-7.
Alemán, Guzmán de Alfarache, II, III, 8, p. 505.
Más allá del problema de la sinceridad del narrador-autobiógrafo, convendría reflexionar sobre el carácter singular y privilegiado de esta relación con Dios: podría interpretarse, por una parte, dentro de una amplificación del marco discursivo del Lazarillo de Tormes (con la mención reiterada del nombre de Dios que subrayábamos inicialmente) y, por otra parte, relacionándolo con una tradición literaria muy diferente de la picaresca —la mística. Estas orientaciones constituirán el punto de partida de un futuro estudio nuestro.
Ibid., II, III, 8, pp. 505-506.
Mercado, Suma de tratos y de contratos; sobre la importancia de esta obra, ver Cavillac, 1994,
pp. 242-250.
En efecto precisa Alemán: «Mas ¡ay de aquél —si hay alguno— que rasgare sus carnes y no lo hiciere con la intención y devoción que debe; pues en ello hace a Dios notable ofensa, y pensando tener algo atesorado se le volverá tesoro de duende, carbón y negregura. Cuando quisiere valerse dello, representando aquella moneda y haciendo con ella parte de pago de la deuda de sus culpas, le preguntará el Señor: “¿Cuya es aquesa figura? Si es de César, dáselo a César; si lo hiciste por el mundo, páguetelo el mundo. Cirineo alquilado fuiste, no te debo nada; quien te alquiló que te pague; prémiente allá tu vanidad y ambición; paguen tus deudas aquellos por quien te encargaste dellas; que no pago yo, ni se libran en mí las ajenas”» (Alemán, San Antonio de Padua, f. 235r); y a propósito de la misericordia divina: «De manera que si el hombre rindiere a Dios el que recibió prestado de su mano liberal y generosa, le dará Dios todo el suyo para que lo disponga según su voluntad, y dice: “Decidle al justo, que gaste francamente de mis tesoros, que se sirva de mi recámara, que se valga de mi propia carne y sangre, que yo lo tengo por bien y huelgo dello”» (ibid., f. 266v).
Alemán, Guzmán de Alfarache, II, III, 8, p. 505. Ver el análisis detallado de Cavillac, 2007, pp. 77-83.
Amén del libro ya citado de Brancaforte (Brancaforte, 1980), pensamos en las interpretaciones de Arias, 1977 y Johnson, 1978.
San Agustín, Confesiones, VIII, 3, p. 174.
Ibid., VIII, 4, p. 176. Así comenta Agustín la conversión del retor Victorino: «Por esta causa, cuando Victorino estaba en mayor reputación y su pecho parecía una torre inexpugnable, en la cual el demonio se había encastillado, y su lengua una saeta aguda y penetrante con que había herido a muchos, y tanto debía ser mayor el gozo de vuestros hijos viendo que vos, como Rey nuestro y poderoso, atábades al fuerte y limpiábades los vasos inmundos para que, Señor, os sirviesen y fuesen provechosos en vuestra casa» (ibid., p. 177). Sobre la importancia de este tópico y su reformulación por Pedro Malón de Chaide en La conversión de la Magdalena, ver Rico, 2000, pp. 83-84. La importancia de este tema de la inversión y de la herencia del ejemplo a contrario agustiniano en el Guzmán de Alfarache ya fue subrayada por Michaud, 1987, pp. 371-373.
Malón de Chaide, La conversión de la Magdalena, I, pp. 286-287.
Cavillac, 1994, p. 156. La primera cita de esta autoridad agustiniana proviene de Rico, 2000, p. 83.
Alemán, San Antonio de Padua, f. 218. A esta occurrencia convendría añadir otra traducción de este texto agustiniano insertada en el San Antonio de Padua; en la narración intercalada sobre el santo y el salteador, precisa Alemán: «El santo hizo su diligencia, mas como aunque quien me hizo a mí sin mí no me salvará sin mí, no tuvo su oración efeto» (f. 83r).
Meneses, Luz del alma cristiana, citado por Cavillac, ibid., pp. 156-157. La versión aquí citada es la siguiente: Meneses, Luz del alma cristiana, ed. 1978, pp. 426-427.
Alemán, Guzmán de Alfarache, II, III, 8, p. 506.
San Agustín, Confesiones, VIII, 12, p. 193.
San Agustín, De Natura et Gratia, LV, 65-LX, 70, con una reflexión, en LX, 70, sobre la idea de perfección para el cristiano (véase saint Augustin, Œuvres III, ed. 2002, pp. 781-785).
Ibid., LXVI, 79.
Véase Baumgartner, 1963, pp. 65-69.
Cavillac, 2007, pp. 67-133.
Cabe recordar que las conclusiones de Cavillac fueron discutidas por Henri Guerreiro en un artículo muy detallado a partir de un estudio literal de la temporalidad de la conversión: véase Guerreiro, 2001.
Alemán, Guzmán de Alfarache, II, III, 9, p. 516.
Ibid., II, III, 9, p. 519.
Véase el artículo muy estimulante de Cavillac sobre el último capítulo (Cavillac, 2005).
Rico, 2000, p. 80.
Habría que insistir, una vez más, en la gran proximidad con el texto del Lazarillo de Tormes, obra en la cual la última batalla para ganar la honra se desarrolla en el «prólogo». La escritura le confiere entonces a Lázaro una victoria inesperada sobre su interlocutor (Lazarillo de Tormes, ed. 1988, pp. 4-6).
El alférez Luis de Valdés menciona, en su elogio de la Segunda parte y al «príncipe de la elocuencia» que la engendró, esta anécdota que no es forzosamente apócrifa: «Bien lo sintió ser así un religioso agustino, tan discreto como docto, que sustentó en aquella universidad, en un acto publico, no haber salido a luz libro profano de mayor provecho y gusto hasta entonces, que la primera parte deste libro» (Alemán, Guzmán de Alfarache, II, pp. 26-27).
Márquez Villanueva, 1990; las aportaciones de Anne Cayuela son también de suma importancia a la hora de entender el carácter inédito del proyecto alemaniano (véase Cayuela, 1996).
Alemán, Guzmán de Alfarache, I, pp. 57-63.
Queda de sobra conocido el momento conmovedor en el que la madre de Agustín confiesa que, con la conversión de su hijo, «ya ninguna cosa me deleita en esta vida; no sé que hago más en ella y para qué vivo, habiéndoseme cumplido tan bien la esperanza que tenía. Una cosa sola por la cual yo deseaba detenerme un poco en ella, que era verte católico cristiano antes que muriese» (san Agustín, Confesiones, ed. 1993, X, 10,
p. 217).
Gracián, El Héroe, p. 67.
Alemán, Guzmán de Alfarache, II, p. 28.
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