- 1 Ver Aquila, 1975, pp. 15-20.
- 2 Ver Pierce, 1984, p. 112.
- 3 Ver Lerner, 1993, pp. 52-53.
1Cuando Lope Félix de Vega Carpio publica su poema épico La Dragontea (Valencia, 1598) sobre las piraterías inglesas de Richard Hawkins y últimos hechos de Francis Drake en el continente americano, La Araucana de don Alonso de Ercilla gozaba de una notable fama literaria que se mantuvo inalterada hasta nuestros días, convirtiéndose en el poema épico más importante de las letras españolas del Renacimiento. Publicada la Primera Parte en 1569, la Segunda Parte en 1578 y la Tercera Parte en 1589, a estas ediciones primeras les sucedieron en estos mismos años cuatro de la Primera, tres de la Primera y Segunda juntas y otras dos ya de las tres Partes juntas en 1590 y en 15921. Ercilla murió en 1594 y otras dos ediciones de las tres Partes fueron publicadas después de su muerte hasta que en 1597 apareció en Madrid la versión más extensa del poema, que aumentaba en 22 octavas el Canto XXXIV y último, y añadía los nuevos Cantos XXXV y XXXVI2; el relato importante de la expedición al Sur aparecía así por primera vez y probablemente correspondía a un fragmento de la Cuarta Parte que prometía Ercilla en el Canto XXXIV, octava 433.
2Es claro, pues, que Lope tuvo abundantes oportunidades para leer cuidadosamente el poema fundamental de la rebelión araucana y tenerlo particularmente presente en el momento de la escritura de su propio poema sobre las vicisitudes de la conquista y colonización españolas en el continente americano.
3De la recepción negativa contemporánea y posterior hasta nuestros días de La Dragontea se ha ocupado Antonio Sánchez Jiménez en la «Introducción» de su excelente edición del poema. Ha puesto así en manos de los lectores de hoy un texto, en mi opinión, valioso no solamente por su calidad artística, sino también por el rescate poético de hechos históricos cercanos en el tiempo a la vida de Lope.
- 4 Ver su «Introducción» a La Dragontea, p. 30.
4Su actual editor aclara la deuda con el poema de Pedro de Oña, Arauco domado (Lima, 1597) y reconoce la de Ercilla, que considera, en algunos aspectos, más lejana4. Conviene reconocer, sin embargo, que La Dragontea es parte de una serie poética en la que La Araucana es considerado el texto épico fundacional y paradigmático, una serie que, por lo menos, además del ya mencionado Arauco domado, se continúa con Armas antárticas (1607-1615?) de Juan de Miramontes Zuázola e incluye la Quarta y Quinta Parte en que se prosigue y acaba la historia de don Alonso de Ercilla hasta la reducción del Valle de Arauco en el Reyno de Chile (1597) de Diego de Santisteban de Osorio y Purén indómito de Fernando Álvarez de Toledo también de fines del XVI, además de los libros de historiadores de Indias que elaboran aspectos de la conquista y colonización del territorio de lo que hoy es Chile sobre hechos que narra el poema de Ercilla. Todos ellos son deudores y continuadores del relato que se publica por primera vez, para sus lectores contemporáneos, en La Araucana.
- 5 Ver Medina, 1915-1917, vol. 2, pp. 32-33.
- 6 Ver Aquila, 1975, p. 36.
5Así, pues, la presencia del primer poema épico de tema americano está firmemente presente en Lope, quien cita expresamente al autor y a dos de sus personajes al principio del Canto III, vv. 1191 y 1202. Lope dejará testimonio de su permanente admiración por Ercilla en el posterior Laurel de Apolo (1630), donde lo considera el primero de los poetas que llega a las Indias: «fue Colón de las Indias del Parnaso» (Silva IV, v. 254), y cita un par de versos de una glosa que le atribuye y que ya había utilizado en La Dorotea (1588) en el segundo acto, escena segunda: «Que ya mis desventuras han hallado / el término que tiene el sufrimiento» (Silva IV, vv. 257-258)5. Debe también tenerse en cuenta su auto sacramental La Araucana basado en el poema de Ercilla y editado por José Topribio Medina en 1917 como prueba de la importante y permanente presencia de La Araucana en el horizonte literario de Lope6.
6Sin descuidar la fundamental deuda documental, impecablemente estudiada por Sánchez Jiménez, con la Primera Parte de Arauco domado, como aparece el título de la obra de Pedro de Oña en la primera edición de Lima por Ricardo de Turin, puesto que Ercilla no pudo tratar la presencia de ingleses en las costas de Chile, no parece inútil volver sobre la indudable influencia literaria que el poema épico de Ercilla ejerció sobre ambas obras: Arauco domado y La Dragontea.
7En un género inalterablemente respetuoso de la tradición legada por los textos fundacionales como es el de la poesía épica, la tarea de revisar los recursos de la imitación y renovación dan la medida justa de los valores que la nueva propuesta artística supone. En este sentido, pues, las recreaciones de Lope se remontan a La Araucana, no solamente a través de Oña sino también directamente al mismo tiempo que es posible reconocer en La Dragontea el rastro de textos clásicos latinos y aun de recientes clásicos españoles de los que La Araucana se había transformado en primer intermediario.
8Es precisamente en el uso poético del vocabulario y en ciertas situaciones y motivos en los que es posible notar la persistencia y variación de recursos retóricos tradicionales que distinguen y unifican los diferentes textos. Así, por ejemplo, el adjetivo sanguinoso ‘sangriento, cruel’, presente ya en Santillana (DCECH, s.v. sangre), reaparece en textos épicos desde la traducción de Jerónimo de Urrea del Orlando furioso (1549) hasta Juan Rufo y Luis Barahona de Soto. De origen latino, su empleo y significados se expanden en castellano para pasar de su uso médico en el latín tardío, documentado en el médico del siglo v Caelius Aurelianus, al recogido por Ercilla como adjetivo de victoria: «Ya, pues, del cuerno izquierdo y del derecho / de la victoria sanguinosa usando» (II, 24, 90) y de polvo: «envuelto en ira y polvo sanguinoso» (I, 5, 32), referido a Marte, bien como epíteto del mismo dios de la guerra: «discurre el fiero Marte sanguinoso» (II, 24, 53), de donde debió tomarlo Pedro de Oña para su Arauco domado: «Do el iracundo Marte sanguinoso» (Canto X, f. 306v). Volverá a él Lope en La Dragontea, en el Canto II, 43: «en la casa de Marte sanguinoso», y también en otro texto épico: La Jerusalén conquistada (1609), como registra Fernández Gómez.
9Viene también de Ercilla el uso de acumulaciones verbales y repeticiones de estructuras gramaticales para dar forma literaria a las agitaciones de las batallas y sus preparativos. Así en el mismo Canto II, 31 Lope utiliza el recurso para describir la vertiginosa actividad en el puerto inglés antes de la partida de Drake:
Húndese el puerto de contento y grita:
éste calafatea, aquél enjarcia,
cuál lastra, carga, sube, pone y quita
la vela nueva o la defensa marcia.
Éste el bizcocho, el agua solicita,
repara el árbol o la rota jarcia;
aquél, salada carne guarda en partes,
para el viernes mejor que para el martes.
Si bien este tipo de estructuras y repeticiones tiene larga tradición clásica y está presente en textos españoles del siglo xv, es Ercilla el que lo utiliza para dar mayor dinamismo e intensidad a las rápidas acciones que demanda la naturaleza de la conquista guerrera. Así, en el Canto XVI que abre la Segunda Parte, la descripción de las acciones primeras al desembarcar en el territorio araucano después de la tormenta marina, sobre la que volveremos, en las que el propio narrador participa, emplea el modelo clásico pues recuerda las actividades de los que huyen con Eneas en Aeneidos, I, vv. 177-179:
Luego los instrumentos convenientes
al uso militar y a la vivienda
sacamos en las partes competentes,
que no hay quien nos lo impida ni defienda;
donde todos a un tiempo diligentes,
cuál arma, pabellón, cuál toldo o tienda,
quién fuego enciende y en el casco usado
tuesta el húmido trigo mareado. (XVI, 31)
En el Canto XIV, 12 el sorpresivo asalto al fuerte araucano por Villagrá al amanecer le permite a Ercilla recrear la repetición anafórica para describir el caos originado en los descuidados araucanos por el inesperado ataque:
Sacudiendo el pesado y torpe sueño
y cobrando la furia acostumbrada,
quién el arco arrebata, quién un leño,
quién del fuego un tizón y quién la espada;
quién aguija el bastón de ajeno dueño,
quién por salir más presto va sin nada,
pensando averiguarlo desarmados,
si no pueden a puños, a bocados.
Pedro de Oña, por su parte, siguiendo a Ercilla y variando el motivo, lo traslada a una batalla naval en el Canto XIX:
Este deja tullido, aquel contrecho;
allí no mata al otro a la venida,
y mátale después de recudida.
Volviéndole a buscar de largo trecho;
aquí veréis al uno abierto el pecho,
al otro la cabeza dividida;
allá tendido un cuerpo, ya sin brazos,
acá deshecho el otro en mil pedazos. (f. 330v)
El mismo empleo de repeticiones anafóricas en escenario bélico se encuentra en Lope:
A cuál derriba el brazo, a cuál la pierna
el valiente Quiñones encendido;
a cuál envía a la prisión eterna
de una punta de puño el pecho herido;
a cuál que sube arroja y desgobierna
casi a los brazos cuerpo a cuerpo asido. (VIII, 33)
Ni falta este tipo de repeticiones fuera del relato de la guerra, como cuando Lope recuerda la riqueza de acciones heroicas de las armas del reino:
¡Oh patria, cuántos hechos, cuántos nombres,
cuántos sucesos y victorias grandes,
cuántos ilustres y temidos hombres
de mar y tierra, en Indias, Francia y Flandes. (Canto IV, vv. 2049-2052)
- 7 Ver Lerner, 2005, pp. 184 y ss.
El empleo de acumulaciones nominales o verbales para recrear el vértigo de las batallas es también otro uso retórico que Ercilla emplea y que reaparece en Lope; así en La Araucana: «hiere, aturde y da la muerte» (IX, 77, 3); «Todo lo coge, lleva y va esparciendo / y arranca aquel furioso movimiento» (XXII, 13, 6-7); «mata, tropella, daña, hiere, ofende» (IV, 92, 2); «Rompe, magulla, muele y atormenta / desgobierna, destroza, estropia y gasta» (VIII, 50, 5-6), entre otros ejemplos7. En este mismo contexto bélico y en serie cuádruple y quíntuple ya aparecen en el Canto I de La Dragontea en boca de la Codicia:
Y como al puerto, de traición remota,
iba la recua y gente con la plata,
donde espera la española flota,
rompe, derriba, corta y desbarata.
Ni el nombre de Filipo le alborota,
ni del respeto de las armas trata:
desquicia, saca, carga, roba, corre,
y huyendo llega al mar que le socorre. (I, 51)
En un caso la acumulación tripartita reúne los mismos sustantivos del campo náutico en los tres autores: «y en las popas, carceses y trinquetes, / flámulas, banderolas, gallardetes» en Ercilla (XXIIII, 5, 7-8); «se ocupan gavias, topes, barriquetes, / de flámulas, banderas, gallardetes» en Oña (XVIII, f. 314r); «de las entenas, gavias y altas cumbres, / flámulas, gallardetes, banderolas» en Lope (II, 32, vv. 874-875). Esta circunstancia explica el común uso del vocabulario marinero en los tres poemas, según se observa en lexemas como resurtir, mura, orza, sesgo, entre otros. Tal despliegue de conocimientos técnicos al servicio de la expresión épica encuentra apropiado espacio en el fracasado intento de asalto a Puerto Rico por parte de Francis Drake en el Canto IV:
Arde el bauprés, mesana, árbol, trinquetes,
como si fueran débiles tomizas,
coronas, aparejos, chafaldetes,
velas, escotas, brazas, trozas, trizas.
brandales, racamentas, gallardetes,
brïoles y aflechates son cenizas,
amantillas, bolinas y cajetas. (IV, 36)
Del Canto XXIIII de la Segunda Parte de La Araucana, dedicado a la batalla de Lepanto porque, como le advierte el mago Fitón, «solo te falta una naval batalla / con que será tu historia autorizada» (73, 5-6), Oña también tomará el motivo del mar teñido de la sangre de los combatientes heridos y muertos que recuerda el «cruor altus in unda spumat» de Lucano (III, 572). Así, el verso del Canto XIX «y el rostro al mar sanguino revolviendo» (f. 331v), es recuerdo de la misma imagen en el poema de Ercilla repetida precisamente en el combate naval de La Araucana: «en las sangrientas olas ya se hallaban» (XXIIII, 55, 3) o en la octava 60, 3-8 del mismo Canto XXIIII:
el mar de todas partes rebatido
hierve y regüelda cuerpos de apretado.
Y sangriento, alterado y removido,
cual de contrarios vientos arrojado,
todo revuelto en una espuma espesa,
las herradas galeras bate apriesa.
También en 64, 4: «el aire claro y rojo mar cubría»; y en 77, 7-8: «vertiendo en el revuelto mar furioso / de baptizada gente un río espumoso». A su vez, Lope reinscribe, en el ya mencionado asalto a Puerto Rico, la conmoción marina a través de recuerdos de Lucano y Ercilla que transforman el mar en terrestre campo de batalla:
Rompen del pecho láminas y planchas
del acero grabado los mosquetes;
vuelan los tiros cuerpos de las lanchas
más altos que en las gavias los grumetes;
siémbranse de la mar las ondas anchas
de plumas y sangrientos coseletes,
y llévanse los aires cristalinos
brazos, cabezas, piernas e intestinos. (IV, 39)
Tampoco debe sorprender que se encuentren semejanzas de vocabulario y recursos retóricos en las descripciones de tormentas marinas que aparecen en ambos poemas épicos, como demandaba la tradición genérica. En el caso de Ercilla la experiencia personal añade posible valor documental al texto de la tormenta con que cierra el poeta la Primera Parte:
Con tal furia a la nave el viento asalta
y fue tan recio y presto el terremoto,
que la cogió la vela mayor alta,
y estaba en punto el mástil de ser roto;
mas viendo el tiempo así turbado, salta
diciendo a grandes voces el piloto:
«¡Larga la triza en banda!, ¡larga, larga!,
¡larga presto, ay de mí, que el tiempo carga!» (XV, 70)
En Lope el motivo reaparece con potente expresividad y un uso semejante del vocabulario esperable:
Atruena el cielo el vocinglero «¡Vira!»;
gimen las jarcias, quéjanse las tablas
al mismo son de «¡Amura!», «¡Aorza!»,
como si fuera delicada alcorza. (III, vv. 1653-1656).
10También, inevitablemente, el uso de los mismos nombres de los vientos contrarios en la poetización de las descripciones de la tormenta marina acerca los dos textos: «Pues desde allí las naves que a porfía / corren, al mar y al Austro contrastando / de Bóreas ayudadas luego fueron» de Ercilla (XV, 61, 4-7) en la tormenta ya mencionada pasa a Oña (f. 321r): «Al arreziar de Boreas proceloso» en semejante situación tempestuosa. Así también Lope (III, vv. 1957-1959): «Bóreas, en fin, entre las velas brama, / pegándolas al árbol; Austro luego, / por la contraria parte las derrama». Ambos, Ercilla y Lope, usarán el sinónimo Aquilón para Bóreas y Ercilla también el otro nombre de Austro, Noto, en otros pasajes de sus poemas.
11En el asalto de Villagrá ya mencionado, Ercilla reintroduce el motivo virgiliano del abandono del lecho por parte del héroe, en este caso Lautaro, que deja a la suplicante Guacolda para ir en busca de la muerte. Lope, por su parte, en el mismo Canto II retoma el motivo y lo traslada a Inglaterra y convierte en protagonista del alejamiento del lecho conyugal a Richard Hawkins, quien será apresado en las costas chilenas por don Beltrán de Castro:
Deja la ociosa cama el mozo honroso,
previene sus soldados y navíos
y, por salir al mar tempestuoso,
deja de su mujer los tiernos ríos.
Soñándose del mundo victorioso
con verdes años y robustos bríos,
para vengar la de San Juan de Lúa
parte alegre del puerto de Plemúa. (II, 59)
12Asimismo, el motivo del sacrificio y muerte por la patria personificado en «el valeroso viejo español fino» (v. 3842) Franciso Cano y la comparación con los héroes romanos tradicionales que aparece en la octava 26 del Canto VIII se pueden relacionar con el poema de Ercilla, que en el Canto III, octavas 43 y 44, compara favorablemente a los araucanos con los héroes de la Antigüedad, en otra variante de la querella de Antiguos y Modernos.
13Pero no solamente Virgilio se halla presente en Lope desde la intermediación de Ercilla y Oña; la ferocidad de la guerra, también se describe a partir de otros modelos clásicos. A través de Ercilla, por ejemplo, La Farsalia de Lucano proveyó a Lope de descripciones que, por su brutal intensidad, hoy parecerían corresponder a las artes visuales. Del texto de Lucano (VII, 617-620) proviene la imagen del soldado con las entrañas atravesadas y pisando sus vísceras. En el último canto de la Primera Parte, donde se narra el final de la batalla en la que mueren «todos los araucanos, sin querer alguno de ellos rendirse», como advierte el título del Canto XV, la imagen reaparece trasladada al suelo americano:
Quién en sus mismas tripas tropezando
al odioso enemigo arremetía;
quién por veinte heridas resollando
las cubiertas entrañas descubría;
allí se vio la vida estar dudando
por qué puerta de súbito saldría;
al fin salía por todas y a un momento
faltaba fuerza, vida, sangre, aliento. (XV, 41)
La fuerza de esta escena imposible no pasa inadvertida para Oña, que la aplica a la terrible consecuencia del uso de las armas de fuego tanto para los pobladores americanos como para los encuentros entre españoles americanos e ingleses, escena que da paso a la exaltación patriótica del «buen ánimo de un artillero de sesenta años», como señala la glosa marginal en la edición princeps:
Pasa por otro, y llévale al soslayo
la piel de todo el vientre, de manera
que parte de lo interno le echa fuera
el contrahecho, ardiente, y vivo rayo;
mas no sintiendo desto más desmayo,
que si por otro el daño sucediera,
el propio sin ayuda de vecinos
recoge sus calientes intestinos.
Y, habiendo ya ligádose la herida
con apretarse en ella una toballa,
vuelve encinal tan recio a la batalla
como si aquello fuera darle vida. (f. 333r)
Lope retomará esta imagen clásica y, como corresponde al recurso de la imitación y recreación, la recupera para la batalla naval entre españoles e ingleses en la costa chilena y hace posible el violento neologismo desintestinar que también utilizará en la ya mencionada Jerusalén conquistada; no volverá a ser utilizado por sus contemporáneos o por escritores posteriores hasta hoy, según CORDE (septiembre 2011):
Veréis un artillero que, zallando
una disforme y gruesa culebrina,
otra, al soslayo del contrario bando,
el vientre con furor desintestina;
y que, las tripas en un lienzo atando,
la misma pieza a la venganza inclina,
que, con la diferencia de mi intento,
conviéneme que siga con mi intento. (III, 24)
De las numerosas comparaciones en la descripción de las batallas de ambos poemas también conviene recordar que Ercilla incorpora a los textos épicos, por ejemplo, las taurinas, relacionadas o no con la lidia. Así, el golpe del «ferrado leño» de un anciano pariente de Caupolicán «que a Valdivia entregó al eterno sueño» da lugar a una de ellas:
Como el dañoso toro que, apremiado
con fuerte amarra al palo está bramando
de la tímida gente rodeado
que con admiración le está mirando;
y el diestro carnicero ejercitado,
el grave y duro mazo levantando,
recio al cogote cóncavo deciende
y muerto estremeciéndose le tiende. (III, 66)
14La lucha cuerpo a cuerpo entre Almagro y «el joven Guacón» permite la reelaboración del recurso: «Como el aliento y fuerza van faltando / a dos valientes toros animosos / cuando en la fiera lucha porfiando / se muestran igualmente poderosos» (IV, 42, 1-4). Por su parte, Lope retoma la imagen para «el valiente Quiñones encendido» que se lanza sobre los enemigos: «Y, como toro que la frente eriza, / en ellos hace sanguinosa riza» (VIII, vv. 4359-4360).
15La alusión a la codicia que genera el descubrimiento europeo del continente americano está presente también en los tres autores, aunque en Lope más extensamente y en figura de seductora dama «[…] cuyo rostro bello / resplandecía con afeite hermoso» (vv. 281-282). En los tres poemas las metáforas clásicas del hambre y la sed que definen la codicia están también presentes. Así, en Ercilla la codicia se convierte en «sedienta bestia, hidrópica, hinchada, / principio y fin de todos nuestros males! / ¡oh insaciable codicia de mortales! (III, 1, 6-8); en Oña es «sed hiposa de oro» (f. 299r); nuevamente, en La Araucana el epíteto que la define es hambriento ya en I, 68, 3: «y la hambrienta y mísera codicia»; por su parte, Lope utilizará hidrópico (‘codicioso’) para calificar a los dragones que forman parte de la quimera (v. 4244).
16La lista de cultismos y latinismos que comparten es también significativa, como era de esperar en el lenguaje figurado de los textos épicos. De ellos me interesa destacar caterva (‘turba’; v. 1565) incluido en censuras anticultistas, pero ya presente en Mena, como advierte Corominas, y cóncavo (v. 1605) ya utilizado por Santillana, pero ausente en Garcilaso y tampoco usado por Boscán o Montemayor. En cambio, debe ser recuerdo de Garcilaso mediado por Ercilla selvatiquez o silvatiquez (v. 3476) o lebrel de Irlanda (v. 3796). Y es útil recordar que cerúleo, relacionado con el mundo marino en ambas apariciones en el poema, vv. 1971 y 2135, aparece ya en Fernando de Herrera.
- 8 Ver Friederici, 1960; DCECH; y Boyd-Bowman, 2003.
- 9 Ver Friederici, 1960; y DCECH.
- 10 Ver Fernández de Oviedo, I, 84; Ayala, 1995, s.v. zabana para ambos significados. Ver también Fried (...)
- 11 Ver Frago Gracia, 1999, pp. 179-184.
17Otro elemento de la lengua poética que comparten Lope y Ercilla es el uso de las novedades léxicas que supone la incorporación de indigenismos y americanismos. Como en Ercilla, no son muchos y los dos indigenismos adoptados parecen tener suficiente arraigo en el castellano de fines del xvi para que no necesiten explicación. Se trata de bohío (v. 2840) o buhío (3438) y maíz (5743), ambas pertenecientes a dialectos arauacos de las Antillas y tempranamente documentados8. Como ya había hecho Ercilla en su Declaración de algunas dudas que se pueden ofrecer en esta obra, y más apropiadamente Pedro de Oña en su Tabla por donde se entiendan algunos términos propios de los Indios, que en este libro (por tratar materia propia suya) se hallarán, supuestos los que ya van a la margen y (como ya sabidos) los declarados en la tabla de La Araucana, Lope de Vega ofrece su propia lista: Lo que se ha de advertir para la inteligencia de este libro. Como en el caso de Ercilla, la mayoría de los nombres corresponde a personas y a lugares geográficos; una excepción es el americanismo cimarrón (‘montaraz’, ‘alzado’) aplicado en la Dragontea a los «Negros de Santiago del Príncipe». A ellos habría que añadir los relacionados con nombres de lugares como El Manglar derivado del indigenismo de Haití, mangle, según Las Casas o de otro dialecto del Caribe que designa al arbusto que crece en las aguas costeras ya descripto por
G. Fernández de Oviedo, Historia…, Primera Parte, libro noveno, I, 2859. La Sabana que aparece en la edición que usamos como topónimo, tal vez no sea sino sabana o «prado donde se apacienta el ganado», como define el mismo Lope, relacionándolo con la ciudad de Nombre de Dios en Tierra Firme. El topónimo La Sabana estaba ubicado en Hispaniola y, en efecto, sabana es indigenismo del taíno de Haití10. Por otra parte, Lope estaba al corriente de usos americanos de palabras como choza (vv. 2855 y 3088) que pasó a significar ‘vivienda de indios’ en América del más general ‘vivienda rústica’ y que hoy, según el Diccionario de Americanismos, es ‘hogar, vivienda’ en la lengua «juvenil» de países de América Central. El temprano arraigo del vocabulario de productos naturales no conocidos o infrecuentes en Europa explica el uso del derivado platanal (v. 3217) y la atribución de origen americano a plátano: «Y habiendo todo el día sustentado / a plátano por hombre, fruta indiana» (vv. 2625-2626). En verdad, el plátano fue traído a América desde Canarias a donde llegó del continente africano a través de navegantes de las mismas Canarias o de Andalucía11.
- 12 Ver Pierce, 1968, p. 298.
18La ausencia de La Dragontea en los textos correspondientes a la literatura de la época colonial es curiosa. En parte, puede explicarse por la recepción crítica poco favorable que mencionamos al principio de nuestro trabajo y que no está ausente en estudios fundamentales de la poesía épica12. Tampoco favorece su inclusión el hecho de que Lope no viajó a América y su conocimiento de las nuevas tierras era libresco. Sin embargo, esto mismo puede decirse de historiadores y cronistas que forman parte de las letras coloniales. Creo, sin embargo, que su ausencia del canon puede atribuirse a las falsas divisiones que la historia literaria se empeña en mantener contra toda evidencia histórica porque tales divisiones favorecen viejas políticas universitarias. Si los estudios de la literatura de los siglos xvi y xvii están dispuestos a renovarse a través de una visión realmente transatlántica, La Dragontea merece ser seriamente leída y estudiada junto a los otros poemas épicos que tratan de los hechos de la conquista y colonización del continente americano.