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«A todos y a todas»: cuestiones de “género” en la prosa del siglo xvii hasta El hombre práctico (1686)

Mª Soledad Arredondo
p. 177-198

Resúmenes

Se analizan en este trabajo aspectos de las relaciones entre hombres y mujeres (la cultura, el amor, el matrimonio y la educación de los hijos) en las siguientes obras del siglo xvii, clasificadas entre la prosa didáctica y el costumbrismo: El Pasajero (1617) de Cristóbal Suárez de Figueroa, Guía y avisos de forasteros que vienen a la corte (1620) de Antonio Liñán y Verdugo, Los Peligros de Madrid (1646) de Baptista Remiro de Navarra, El día de Fiesta por la mañana y por la tarde (1654 y 1660) de Juan de Zabaleta y Día y noche de Madrid (1663) de Francisco Santos. Dichas cuestiones se contrastan con otra obra más tardía, El hombre práctico de Francisco Gutiérrez de los Ríos, un manual de formación de aristócratas, un antecedente del ensayo moderno, y una de las obras representativas del cambio de mentalidad a fines del siglo xvii, en el tiempo de los novatores.

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Notas del autor

Una primera versión de este artículo se presentó en las II Jornadas sobre Literatura y Género. Del discurso didáctico a la ficción, celebradas en Vitoria, Departamento de Filología Española de la Universidad del País Vasco, en noviembre de 2004. Ante la demora de las Actas, publico ahora el texto definitivo, con actualización de la bibliografía.

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  • 1 Uno de los estudios pioneros fue el de Mas, 1957; posteriormente, y también sobre mujeres quevedesc (...)
  • 2 Señalo solamente dos aportaciones recientes de Baranda, 2002 y 2004, que, a su vez, remite a una am (...)
  • 3 Un excelente resumen de las variadas perspectivas en Redondo, 2001.
  • 4 Indico solamente algunos hitos que para mí fueron especialmente útiles: Vigil, 1986, Di Maio, 1987, (...)
  • 5 Así lo señaló Ricardo García Cárcel en «La diversidad del feminismo», reseña del libro de Nash, 200 (...)

1Los estudios sobre literatura y género, bien se dediquen a analizar personajes femeninos1, a recuperar la obra de autoras olvidadas o desconocidas2, o a aplicar la crítica feminista3 a determinados temas, han suscitado una amplísima bibliografía en los últimos treinta años4. Por otra parte, en ese mismo periodo de tiempo se ha consolidado como disciplina la historia de las mujeres, que tanto ha contribuido a rescatar a la mujer de silencios y ausencias5. El enfoque de una reunión científica dedicada a literatura y género en la ficción y el didactismo permite aunar dos vías, la literaria y la histórica, que son complementarias y muy fructíferas cuando se interrelacionan. Si la primera se centra preferentemente en textos artísticos (novelas, poemas, obras dramáticas), y la segunda en documentos y testimonios de la vida real, las obras didácticas (de reflexión, consejo, educación o reprobación de costumbres) interesan tanto a la investigación literaria como a la histórica: formalmente, proceden de un modelo clásico —el manual de formación de príncipes, o de perfectas mujeres— y, al mismo tiempo, proporcionan datos fidedignos sobre ideas o preocupaciones de una determinada época.

  • 6 Véase el estudio ya clásico de Bravo Villasante, 1976; últimamente Moreno-Mazzoli, 2004, y González (...)
  • 7 Por ejemplo, las del Padre Pineda en Los treinta y cinco diálogos familiares de la agricultura cris (...)

2Sin embargo, interrogarse sobre problemas de género en la ficción y el didactismo del Siglo de Oro puede dar resultados contradictorios. Por poner un ejemplo elemental, ¿cómo conciliar imágenes femeninas tan diferentes como las damitas vestidas de varón6 que pintan Cervantes o Lope, y las recomendaciones de recogimiento y recato que encontramos en los moralistas? ¿Es que el hastío ante el confinamiento doméstico sugiere a los autores que pinten conductas trasgresoras, para escapar de una realidad tan virtuosa como aburrida? ¿O es que, por el contrario, el mundo femenino no era tan cerrado y monótono, y de ahí las advertencias y las quejas de los moralistas7?

  • 8 Es muy interesante a este respecto la reflexión de Franco, 2006.
  • 9 Lope de Vega, Arte nuevo de hacer comedias, p. 265, vv. 282-283.
  • 10 Lope de Vega, La desdicha por la honra, en Novelas a Marcia Leonarda, p. 183.

3Esta serie de preguntas indica la dificultad para obtener información objetiva de una literatura que dice imitar la realidad, pero que no debía de ser absolutamente fiel a ella8. El propio Lope explica, en la obra teórica que justificaba su teatro, el oportunismo de esa criatura femenina literaria creada con visión comercial, porque «… suele / el disfraz varonil agradar mucho»9. Esas figuras femeninas de la literatura no son, pues, una realidad, sino un disfraz, una convención literaria tan eficaz que Lope la aplica también a sus novelas, puesto que «tienen las novelas los mismos preceptos que las comedias…»10. En cuanto a Cervantes, la variedad de perspectivas de su narrativa le permite jugar con la verdad poética y la realidad. Así, por ejemplo, en el Quijote se ironiza sobre las doncellas de los libros de caballería, poco antes de que aparezca Dorotea vestida de hombre:

  • 11 Cervantes, Don Quijote de la Mancha, I, ix, pp. 106-107.

… doncellas, de aquellas que andaban con sus azotes y palafrenes, y con toda su virginidad a cuestas, de monte en monte y de valle en valle: que si no era que algún follón o algún villano de hacha y capellina, o algún descomunal gigante las forzaba, doncella hubo en los pasados tiempos que, al cabo de ochenta años, que en todos ellos no durmió un día debajo de tejado, y se fue tan entera a la sepultura como la madre que la había parido11.

4Y, de la misma manera, en el Persiles se pone en duda, a través del maldiciente Clodio, la verosimilitud de la historia de la intachable Auristela:

  • 12 Cervantes, Los trabajos de Persiles y Segismunda, p. 168.

Misterio también encierra ver una doncella vagamunda, llena de recato de encubrir su linaje, acompañada de un mozo que, como dice que lo es, podría no ser su hermano, de tierra en tierra, de isla en isla, sujeta a las inclemencias del cielo y a las borrascas de la tierra12.

  • 13 Para este género narrativo, véanse, por ejemplo, Rodríguez, 1986, y Laspéras, 1987, ambos con ampli (...)

5El hecho es que, en ocasiones, las informaciones y las imágenes no son sólo distintas, sino distantes, y que la literatura de la época puede reflejar intereses muy diversos, dependiendo del género literario y del destinatario para el que se gesta cada obra. Y esos destinatarios parecen estar bien diferenciados en el siglo xvii, cuando nada tiene que ver, por ejemplo, la lectora de novelitas amorosas13 con el varón al que Baltasar Gracián destina sus advertencias. De tal manera que, atendiendo a la prosa de ficción o a la didáctica, se pueden extraer conclusiones antitéticas, según nos dejemos llevar por el mundo de la novela —y de la comedia— o por el mundo real, aquél para el que Gracián instruye a su discreto.

  • 14 Utilizo interesadamente la frase de Rico, 1967, p. 84, sobre el Guzmán, donde «literatura y pedagog (...)
  • 15 Véanse Joset, 1977, p. 27, y Arredondo, 2001b.
  • 16 Para la autoría y otros problemas de esta obra, véanse Fernández Nieto, 1974, Auladell, 1991, Copel (...)
  • 17 «un manual de formación del noble de bien», en la línea de los moralistas españoles, según sus edit (...)
  • 18 A este aspecto ya me referí en 1988, y posteriormente lo ha hecho Gómez, 1996. Lo último que conozc (...)
  • 19 Para estas cuestiones, véanse Álvarez de Miranda, 1993, y Pérez Magallón, 2002, así como Criticón, (...)

6No obstante, tanto la literatura de entretenimiento como la literatura grave recogen ciertas cuestiones de singular importancia, y que interesan «a todos y a todas»: las relaciones entre hombres y mujeres, el amor, el matrimonio, la educación y crianza de los hijos. Con mayor o menor intensidad, con ausencias y silencios significativos, con opiniones enfrentadas en ocasiones, esos temas aparecen en muchas obras del siglo xvii. Sólo voy a detenerme en algunos ejemplos de la prosa de ficción, y también de una serie de obras mixtas que, como tantas a partir del Guzmán de Alfarache, mezclan literatura y pedagogía14. Me refiero a obras misceláneas en cuanto a la forma, también llamadas «costumbristas» en cuanto al contenido15, como El Pasajero (1617) de Cristóbal Suárez de Figueroa, Guía y avisos de forasteros que vienen a la corte (1620) de Antonio Liñán y Verdugo16, Los Peligros de Madrid (1646) de Baptista Remiro de Navarra, El día de Fiesta por la mañana y por la tarde (1654 y 1660) de Juan de Zabaleta y Día y noche de Madrid (1663) de Francisco Santos. Me propongo examinar las cuestiones antes citadas, contrastando los ejemplos de la ficción y el «costumbrismo» con los que pueden extraerse de El hombre práctico, un interesantísimo manual de formación de aristócratas17, un antecedente del ensayo18 moderno, y una de las obras más representativas del cambio de mentalidad que se produce a fines del siglo xvii, en el tiempo de los novatores19.

  • 20 No me detengo en las relaciones de esta obra con otros manuales de educación, pero véase la opinión (...)

7El hombre práctico, aparecido en 1686, es la obra de don Francisco Gutiérrez de los Ríos, Conde de Fernán Núñez, notable personaje pre-ilustrado que dice escribir los sesenta y un discursos del texto para la enseñanza de sus hijos (p. 123). Aunque esta afirmación pueda ser ya tópica20 a fines del xvii, y aunque la elogiosa censura del jesuita Agustín de Herrera amplíe el número de destinatarios, relacionando la obra con el arte de «formar varones perfectos» (p. 114), lo cierto es que el autor tenía dos hijos y una hija; y que los varones perfectos a los que puede servir El hombre práctico son, efectivamente «varones», quizá sus dos hijos, pero en ningún caso su hija, a juzgar por el título y el contenido de la obra. Ésta aspira, efectivamente, a formar a nobles «prácticos», experimentados, según indica el Diccionario de Autoridades para este término; pero, además, nobles modernos, en cuanto a instrucción variada y curiosidad por las nuevas ideas; y también nobles ejemplares e intachables en sus profesiones, y en sus relaciones familiares y sociales. Así que el interés del Conde de Fernán Núñez se centra, al parecer, en ese «mis hijos», masculino plural, que deja al margen de sus consejos, o de su proyecto educativo, a su hija, Mª Teresa. Previsiblemente, el Conde la educaría para un destino de esposa y madre, semejante al de su propia mujer, Dª Catalina, de rancia nobleza, con la que estuvo casado sólo cinco años, y que murió a los veintidós de sobreparto, como tantas mujeres de su tiempo. Sin embargo, Mª Teresa de los Ríos debió de causar serias preocupaciones a su padre, que no contaría con ellas al redactar algunos de los discursos de El hombre práctico, como el dedicado al matrimonio, tan escasamente innovador como respetuoso con las buenas costumbres. Frente a la serenidad normativa que se desprende del discurso LVI, «De los matrimonios», Dª Mª Teresa debió de enamorarse de quien no debía, a juzgar por una carta de la Marquesa de Gudannes, fechada en 1695, que menciona al hijo «grasiento» de la favorita de la reina Mariana de Neoburgo, la poderosa baronesa alemana apodada «La Perdiz»:

  • 21 Tomo el dato de la Introducción de Pérez Magallón y Sebold, p. 21. Para más detalles biográficos, v (...)

La hija del conde de Fernán Núñez, que es dama de palacio y tan hermosa como de gran calidad, va por fin a casarse con el grasiento de Perlis. El conde de Fernán Núñez hace algún tiempo lo quería destrozar por haber tenido la audacia de pensar en su hija; pero, al fin, todo cambia en la vida. Darán al conde, a favor de este matrimonio, el mando de la flota naval21.

8En efecto, por esas mismas fechas el Conde consiguió su último ascenso en la carrera militar, y desempeñó el puesto con la misma brillantez que los demás que había ocupado desde su juventud, cuando salió de España para acompañar a la infanta Mª Teresa, que se casaba con Luis XIV en Francia. Es posible que hubiera obtenido igualmente la capitanía general de la Armada, sin necesitar las influencias de la camarilla alemana de la reina, maliciosamente insinuadas por la marquesa francesa. Pero lo que conviene retener ahora es que los consejos sobre el matrimonio destinados a los hijos no debieron de ser atendidos por la hija. Quizás, con arreglo a una distribución de la enseñanza por sexos, las normas de El hombre práctico fueran escritas y publicadas para la descendencia masculina, mientras que el adoctrinamiento de las hijas se confiaba al ámbito doméstico y oral, en conversaciones con la madre, en este caso prematuramente desaparecida. Sea como fuere, esta última hipótesis no deja de chocar con ese doble receptor y destinatario «a todos y a todas», que aparece en El hombre práctico, discurso XXVII, y que he utilizado como título deliberadamente provocador, por lo que hoy tiene de políticamente correcto.

  • 22 Véase Vitse, 1988, pp. 130-147.
  • 23 Véase el capítulo «La mujer interior y la esposa doméstica», en Morant, 2002, pp. 193-198. La funci (...)

9Ese discurso XXVII está dedicado al teatro y sus representaciones, y ha sido acertadamente analizado por los especialistas en el género dramático22. Lo que ahora me interesa es esa designación diferenciada «todos»-«todas», frente a un masculino plural que hubiera abarcado a hombres y mujeres; y más aún el que se deslice un «todas», en una obra que rara vez tiene presente al sexo femenino. Lo habitual es que el autor escriba para destinatarios varones, aristócratas y cultos como él, a los que ofrece sus experiencias; por eso sólo en muy raras y obligadas ocasiones se deslizan alusiones o menciones femeninas, como las del discurso De la generación (II), o el De la instrucción infantil (discurso III), o el De los maestros… (discurso IV), o el discurso De las obligaciones recíprocas en los padres, hijos, hermanos, parientes y criados (XLIX), o el LVI, De los matrimonios. Estas apariciones de la mujer son fácilmente comprensibles, y volveremos sobre su entidad en El hombre práctico; pero la mención de «todas» en las representaciones dramáticas bien pudiera haberse obviado, sin que hubiera sorprendido su ausencia en un manual de formación masculina. Si se menciona a ese «todas» es porque, a diferencia de la función doméstica, o incluso biológica, y del ámbito natural de la mujer como madre y esposa, ese «todas» puede aludir a uno de los pocos espacios exteriores23 en que la mujer ha penetrado, como espectadora y como cómica.

10Si atendemos a otros testimonios de la época, como los capítulos titulados «La cazuela» (VII) y «La comedia» (I), en Los Peligros de Madrid y El día de fiesta por la tarde, respectivamente, comprobaremos la fascinación de las mujeres del xvii por los corrales de comedias. Y digo deliberadamente por los corrales, y no sólo por la representación, porque en ambas obras se retrata profusamente el ambiente: el lugar, las ropas, las charlas, los empujones a la entrada y la salida, etc. Contando, pues, con esa conquista femenina del lugar teatral, el Conde de Fernán Núñez hace extensiva a las mujeres la advertencia que dedica a los varones. En un discurso exento de pinturas costumbristas, movido por un interés socio-cultural y una preocupación que anticipa la de los ilustrados sobre la necesidad de esparcimiento, el autor realiza una reflexión sobre las variedades del teatro de fines del xvii; y una de ellas, la comedia de capa y espada, es peligrosa para ambos sexos:

Veamos, pues, qué provecho sacarán aun aquellos mismos que tengan juicio para discurrirlo de esta manera, y veamos qué daño nos resultará a todos y a todas las más que ven semejantes defectos autorizados con nombres de personas ilustres (p. 192).

  • 24 Juan de Zabaleta, El día de fiesta por la mañana y por la tarde, p. 357.

11Los defectos que censura el Conde, y que le irritan como aristócrata, se refieren tanto al decoro como a la inverosimilitud, pero, sobre todo, a la intolerable atribución de comportamientos inmorales, o ligeros, cuando menos, a damas y galanes que se adornan con ilustres apellidos, Guzmanes o Mendozas, tan del gusto de la picaresca; y comportamientos que, además, se resuelven en santo matrimonio, «como pudieran solicitar los más justos y virtuosos hechos» (p. 192). En este sentido su crítica moral se inscribe en las conocidas polémicas teatrales; pero es digno de destacar, en un texto que rara vez se ocupa de los dos sexos, la igualdad en la advertencia y la equiparación en el discernimiento de espectadores y espectadoras. Esa alusión, por muy breve que sea, indica un rasgo de modernidad frente a las coloristas descripciones femeninas ya citadas, de Los Peligros… y de El día de fiesta…, que traslucen misoginia, y recogen los peores clichés sobre las mujeres en el siglo xvii: habladoras, alborotadoras, chismosas, interesadas, pedigüeñas, frívolas, etc. Tal cúmulo de lindezas desemboca en la conocida frase de Zabaleta: «Nunca está una mujer más hermosa que cuando está dormida»24.

Relaciones mujeres-hombres: conversación, cultura, oficios

12Dicha opinión de Zabaleta se halla en el capítulo dedicado a uno de los entretenimientos femeninos en el día de fiesta, las visitas, con una minuciosa pintura de su ritual, del estrado, y de una variada tipología de mujeres: desde la anfitriona que desea deslumbrar, a una vanidosa y otra demasiado despejada, que suscita en el autor la reflexión precedente sobre las ventajas de la mujer «encogida»: tímida, discreta, casi muda. A este respecto, se echa de menos en ésta y en otras obras didácticas alguna escena que pinte esos dos compartimentos, aparentemente estancos, el masculino y el femenino, en el acto social de hablar cordialmente, mundanamente. Lo más frecuente es que se describan y se censuren conductas que indican galanteos, bien durante paseos por El Prado, en la iglesia, en el corral de comedias, o en romerías populares. Pero a la hora de la conversación priman los espacios separados y las conversaciones de mujeres solas, o de hombres solos, como los cuatro personajes que charlan, tanto en El Pasajero como en la Guía y avisos de forasteros.

  • 25 Véase a este respecto Baranda, 2004. También, para la cultura femenina en el siglo xvi, Cátedra y R (...)
  • 26 Un enfoque que me sirve para este estudio en Étienvre, 1994, con la bibliografía correspondiente so (...)

13Sin embargo, la conversación femenina bien podía ser inteligente, porque desde el siglo xvi la literatura atestigua un aumento en la preparación cultural de las mujeres, que llegaron a participar en Justas poéticas25 y quizás en Academias26. Este aspecto cultural, que no parece repercutir en la acartonada separación de sexos, se refleja en El día de fiesta…, cuando se menciona la lectura como una de las distracciones del domingo. Así, por ejemplo, se propone la lectura de un buen libro, como primera alternativa (la segunda es coser, y la tercera rezar) a los perjuicios que la comedia causa en las mujeres:

¿Qué mucho hubieran hecho estas mujeres en dar estas horas santas a santos ejercicios? Si sabían leer, leyeran una vida de un santo, que se suele sacar de ella buena vida; es lección de fácil inteligencia: la parte que tiene de historia entretiene, la que tiene de buen ejemplo compone… (p. 322).

14 La condicional «Si sabían leer…» se refiere a las mujeres populares de la cazuela, no a las damas que podían contemplar la representación desde los aposentos, y en las que la capacidad lectora parece asegurada. Pero donde esa capacidad cultural resulta más ilustrativa es en el capítulo titulado «Los libros», donde aparecen dos mujeres —una soltera y otra casada— junto a otros lectores varones. Ellas y ellos eligen la lectura para el ocio dominical, lo que significa una primera equiparación, a la que sigue una segunda, que es errar en la lectura elegida, sea una comedia, una novela, un libro de poesía, o un título concreto: el Estebanillo González. Según el autor, todos se han equivocado, porque tenían que haber escogido un libro piadoso; pero en el caso de las lectoras aparece un componente diferenciador, el ocio dentro de casa, frente a la peligrosa calle:

Acaba de comer la doncella recogida el día sagrado. No ha de salir de casa aquella tarde, no ha de coger la calle ni aun por la ventana, y toma un libro para entretenerse. ¡Qué bueno, si fuese bueno el libro! Toma uno de comedias. Erró la tarde. (p. 384).

Acaba de comer el día de fiesta el hombre casado, vase a holgar y deja a su mujer en casa aún más sola que el día de trabajo, porque en éste la labor la acompaña… Toma un libro de narraciones amatorias … éntrase en un balcón … siéntase con las espaldas a la calle y abre el libro… No es mal efecto deste libro el apartar los ojos de esta mujer de la diversidad peligrosa de una calle (p. 387).

  • 27 Guía y avisos de forasteros, p. 252.
  • 28 Véase Rodríguez, 1995.

15En el Siglo de Oro abundan las declaraciones sobre los riesgos de deshonestidad que acarrea la lectura de novelas, por la relación entre sus malos ejemplos y la pérdida del recogimiento. Así, en la novela y escarmiento catorce de la Guía y avisos de forasteros, la doncella virtuosa se corrompe por leer la Diana: «ya era otra, que se moría por mirar y ser vista»27. En cambio, el segundo fragmento de El día de fiesta… anteriormente citado prefiere la lectura que embebe y atrapa en el ámbito doméstico, frente a los riesgos de mirar y ser vista en el exterior. A dicha singularidad, ha de sumarse cómo ejemplifica la separación de sexos, en este caso mediante el distinto «holgar» dominical del matrimonio. Dicha separación nos priva de las reflexiones de estos autores didácticos sobre las conversaciones entre hombres y mujeres, como no sean furtivas, galantes y pecaminosas. En este sentido, la cultura28 casi funciona como una amenaza más para las saludables relaciones entre los sexos.

  • 29 Véase Vian, 2000, 2001, 2005.
  • 30 Los estudios sobre estas cuatro novelas se han multiplicado en los últimos años, pero me parecen es (...)

16Y, sin embargo, las mujeres ya figuraban como interlocutoras activas en el género dialógico29, y en los marcos de algunas colecciones de novelas cortas, donde hombres y mujeres conversan: así, por ejemplo, el Heptamerón de Margarita de Navarra, o Los Cigarrales de Toledo de Tirso, o las novelas de María de Zayas. Frente a esta posibilidad de que una mujer se exprese, Lope, por ejemplo, prefiere en las Novelas a Marcia Leonarda30 una interlocutora casi muda, lo que no significa ausente, ni inculta, ni inexpresiva, porque él se encarga de recoger continuamente sus gestos y sugerencias, adelantándose con solicitud y cierto paternalismo: «Aquí llegó Felisardo, y me parece que vuestra merced estaba ya cansada de esperarle… Pues sepa vuestra merced…» (La desdicha por la honra, p. 208).

  • 31 Como es sabido, la obra de María de Zayas ha sido objeto de numerosos estudios que han destacado su (...)

17También Zayas opta por negar la palabra, pero en este caso a los varones, en los Desengaños amorosos31, puesto que la colección pretende que las mujeres desengañen a sus congéneres, y que se defiendan de los ataques masculinos:

Y como nuestra intención no es de sólo divertir, sino de aconsejar a las mujeres que miren por su opinión … y también por defenderlas, que han dado los hombres en una opinión, por no decir flaqueza, en ser contra ellas… (p. 200).

  • 32 Véase a este respecto Schwartz, 1999, pp. 313-314.

18Pero la finalidad concreta de esta colección de María de Zayas, que continúa el argumento de sus Novelas amorosas y ejemplares, no es óbice para que el marco reúna a damas y caballeros como reflejo de un acto social, en el que los hombres no son narradores de desengaños32, aunque estén presentes como destinatarios de los mismos: «Bien pensaréis, señores, que estos prodigiosos sucesos serían causa para que don Pedro estimase y quisiese más a su esposa… Pues no fue así…» (p. 219).

  • 33 Para este paso fundamental, véase la Introducción de Rodríguez Cuadros y Haro Cortés, 1999, pp. 86 (...)
  • 34 Sobre el silencio femenino, véanse Segura Graíño, 1992 y 1993, Ferrer, 1995, y mi comunicación «Sil (...)

19El cambio de autor a autora33 puede explicar que sea ahora una narradora la que se adelante a los pensamientos e intervenciones de los caballeros, como lo hacía Lope con su amada Marcia. La escritora que toma la palabra y se la concede a sus criaturas de ficción es quien ahora somete a los hombres al silencio34, aunque permite que esos caballeros tan denostados bromeen en los comentarios que siguen a cada relato:

Lo cierto es —replicó don Juan— que verdaderamente parece que todos hemos dado en el vicio de no decir bien de las mujeres, como en el tomar tabaco … y si preguntan por qué lo toman, dicen que porque se usa. Lo mismo es el culpar a las damas en todo, que llegado a ponderar pregunten al más apasionado por qué dice mal de las mujeres … responderá porque se usa (p. 290).

  • 35 Por supuesto, me refiero a nuestra actual acepción de tertulia, como ‘reunión frecuente o habitual’ (...)

20La conversación amena e inteligente que reflejan algunas obras de ficción, con personajes de ambos sexos y distintas edades, puede pasar de ocasional a habitual, convirtiéndose en tertulia, y desarrollarse durante la jornada laboral. Si damos crédito a una escena de La niña de los embustes, Teresa de Manzanares35, las conversaciones entre hombres y mujeres podían ser lícitas y públicas. El interés de dicho fragmento se debe a que no es exactamente un galanteo entre damas y caballeros, ni tampoco entre pícaros, sino una pintura insólita de mujeres que trabajan y hombres que las entretienen con charlas, poemas, o algún requiebro; y todo ello en el propio ámbito doméstico, bajo la vigilancia de dos ancianas. El interés crece, si tenemos en cuenta que el trabajo de la protagonista, moñera o peluquera, es muy rentable; y que en la casa se sigue realizando al mismo tiempo otro trabajo más tradicionalmente femenino, el de coser y enseñar a coser:

  • 36 Alonso de Castillo Solórzano, La niña de los embustes, Teresa de Manzanares, pp. 101-102.

… había división en las discípulas: las de gente ordinaria asistían en el portal de casa a la enseñanza de la tía de Teodora, y su madre era maestra de las hijas de gente principal, retirada en una sala más adentro, que caían sus ventanas a un pequeño jardín, y otra que estaba antes de ésta servía para el recibimiento de nuestras parroquianas de pelo, donde las dábamos despacho36.

21Este doble taller femenino, en el que se introducen dos galanes que llevan a sus hermanas a aprender a coser, se convierte en escenario de charlas, músicas y hasta una broma pesada contra uno de los galanes, el corcovado. Pero es que la escena se repite, cuando Teresa de Manzanares se independiza y se establece como peluquera en Córdoba, sin el manto protector de sus viejas custodias. En esta ocasión la moñera, con su escudero y su criada, recibe a sus clientes, hombres y mujeres; y uno de ellos se convierte en contertulio habitual:

Déjele hecho un Narciso, y quedó tan agradecido a mi cuidado, que, demás de pagármele muy bien, era de los que más continuamente acudían a mi casa… Cantábamos algunos tonos juntos, no dejando yo mi labor, con que pasábamos las tardes; también él lo hacía por su particular interés, porque como a mi casa acudían las damas a hacer sus moños, participaba tal vez de su conversación… (p.154).

  • 37 Francisco Santos, Día y noche de Madrid, p. 121.

22Es posible que esas relaciones más naturales y amistosas entre hombres y mujeres resultaran verosímiles en una obra de picaresca femenina, mientras que los sesudos caballeros que dialogan en El Pasajero y la Guía y avisos de forasteros… habrían tildado de «libre» la conducta de la moñera Teresa. La verdad es que, aunque ella se presenta como virtuosa, y los clientes cortesanos tratan con amabilidad y pagan espléndidamente a quien tapaba sus calvas, el oficio, aprendido en casa de una cómica, no debía de ser muy reputado. Curiosamente, nada nos dice Zabaleta sobre las peluqueras, y arremete, sin embargo, como tantos autores de la época, contra los calvos que ocultan su defecto con pelucas. En cambio, en Día y noche de Madrid hallamos otro oficio femenino muy próximo, el de las «quitadoras de vello», del que abomina Juanillo el de la Provincia, porque también quitaban «el vellón», y además actuaban como alcahuetas o «corredoras de deseos»37. Este Juanillo, versado en los riesgos de la corte, informa a su interlocutor, el inocente Onofre, sobre los peligros que representan esas mujeres que entraban en casas ajenas, como también lo hacían las parteras, las amas de cría y las criadas, pintadas en esta obra con los tintes más negros.

  • 38 Véase la Introducción de Rey Hazas, 1986, pp. 107-114, y mi artículo «Una lectura de La niña de los (...)

23Entre todas ellas, Teresa de Manzanares38 es un personaje femenino peculiar, porque sabe leer y escribir, prospera socialmente con respecto a su madre, la posadera gallega Catuxa de Morrazos, y, además de costurera y peluquera, ejerce también el oficio de actriz, a lo que se suma su capacidad de mantener variadas relaciones con los hombres: medianera de su ama y amiga, como tantas criaditas de comedia, aprovechándose de los regalos de los galanes; esposa insatisfecha e infiel de tres maridos; amante de otros caballeros; burladora de otros tantos; y por fin esposa y madre, al terminar la novela. Cabe preguntarse si esta pícara de Castillo Solórzano significa algo más que una creación literaria, un ente de papel, o si su libertad e inteligencia representan una amenaza para el orden social y las convenciones establecidas en el trato entre los sexos.

  • 39 Como éstas de la Guía y avisos de forasteros…, aviso 7º, p. 226: «… divirtiendo la vista en aquella (...)

24En la ficción del siglo xvii se deslizan otros tipos femeninos, cuyas relaciones con los hombres no son ejemplares ni recomendables, y que protagonizan episodios burlescos representativos de los aspectos más transgresores de la sociedad: posaderas, como la pícara Justina o la madre de Teresa de Manzanares; fregonas, lavanderas39, criadas en general. Son mujeres que desempeñan oficios bajos, y que en la mayor parte de las obras medran, sin dedicarse en exclusividad a ser busconas de corte, como lo eran las protagonistas de Las harpías en Madrid y de Los Peligros de Madrid, pero viviendo también a costa de los hombres. Tanto la picaresca femenina como la literatura de costumbres dan entrada a este tipo de mujeres, bien porque sus burlas y estafas diviertan a los lectores, bien para advertir a los hombres y que no se dejen engañar, o bien para insistir en los riesgos de determinados oficios que abren brechas por las que mujeres como Teresa se infiltran en el cuerpo social.

25En muchas novelas esas relaciones entre ambos sexos no pasan de mera alusión. Así, por ejemplo, las dádivas de caballeros a criadas o mesoneras, que debían de ser habituales, porque Castillo Solórzano señala esos regalos como complemento imprescindible de la vestimenta de La niña de los embustes: «… dos sortijas de plata, cosa conveniente en el fregatriz estado, aunque ya le vemos subido de punto con algunas de oro, donativos de los que, hartos de perdices, gustan tal vez de comer vaca» (p. 67).

26En otras ocasiones, los galanes obsequian a las lavanderas de otro modo, evitándoles un esfuerzo: «Nunca tomó paño en sus manos para lavarle, que no faltaba quien, a costa de sus salarios, le pagase la lavadura porque en tanto le diese audiencia» (p. 68). Pero a veces lo que hallamos son mensajes más reiterados y sombríos sobre las malas criadas que roban, engatusan al amo, y hacen sufrir al ama. «¿Qué vida pasará la recién casada, por causa de la picarona…?» (p. 183), se pregunta en Día y noche de Madrid. El paisaje nocturno que recorren los dos interlocutores de esta obra no puede ser más negativo con respecto a las mujeres, incluso con aquéllas que desempeñan oficios útiles y netamente femeninos: amas de cría y parteras. Por ejemplo, este último oficio está mal visto porque obliga a la mujer a salir de noche, se presta a actividades non sanctas y, sobre todo, induce a los maridos de las comadronas a la holgazanería:

… y los más son holgazanes, a título de «mujer tengo que lo gana»; y si no fueran éstos tan buenos, mira tú como consintieran que otro hombre sacase a su mujer de la cama y se la llevase, quedando ellos como atún revolcado en lo caliente… (p. 217).

  • 40 Se trata de una etapa en el Camino de Santiago, cerca de Rabanal. El mismo lugar y con la misma int (...)

27Pero la labor de las amas se nos pinta con mayor desprecio todavía, a través de una mujer que solicita trabajo a un hermano de la iglesia del Buen Suceso. Tras su aspecto («muy abultada de pechos y carrillos»), su procedencia gallega («una de las que juran en la cruz de hierro40 de no ser castas en Castilla») y su petición («le dijo al hermano si la quería buscar una casa donde criar, porque estaba recién parida y se le había muerto la criatura»), el autor la califica metafóricamente como «una alcuza con vasar de tetas», antes de que el hermano la mande a la Inclusa, «que allí van las de su tierra a hacerse la leche» (pp. 124-125). Por si esta escena no bastara, se vuelve sobre amas de cría gallegas cuando el narrador abomina de unos valentones, también gallegos, que prosperan en la corte en una carrera laboral de esportilleros a aguadores y lacayos, culminando en rufianes-valentones, gracias a «una Dominga, que hecha ama por la leche, le da para coleto» (p. 191).

28Ciertamente el ambiente nocturno no solía ser el más adecuado para la virtud, pero las escenas entre malas criadas, «picaronas», ama gallega y el hermano que las introduce en el mercado laboral de la época son una pintura sórdida de ciertos trabajos femeninos, y también un ejemplo de la relación entre esas mujeres y el sacerdote que, teóricamente, las ampara. Tanto defraudan su confianza que amonesta duramente a una de ellas por cambiar de gremio, pasando de criada a buscona, a juzgar por su «traje mundano». Y ante el ofrecimiento del sacerdote, dispuesto a darle trabajo como criada, la picarona responde con gran descaro de palabras y de gesto:

Hermano, ¿predica? ¿Piensa que soy algún hereje? Vaya a emplear esa habilidad al Japón, que yo no necesito de su doctrina ni ofrecimientos, que tengo lo que he menester, y no carezco de servir, que soy servida y regalada (p. 126).

  • 41 Véase Núñez Roldán, 1995. Y los artículos de Profeti, 1994, y Lacarra, 2002.
  • 42 Fiel desengaño contra la ociosidad y los juegos, p. 74.

29A esta declaración el hermano responde con ira y con una sonora bofetada, cerrando un diálogo que ejemplifica la desigualdad extrema entre sexos y estamentos: un sacerdote virtuoso y caritativo, y una prostituta41; diálogo que representa la tercera y peor de las posibilidades femeninas, frente a las dos más habituales que señalaba, por ejemplo, Francisco Luque Fajardo en 1603, y a las que se llegaba desde el «encogimiento honestísimo» de las doncellas: «obediencia de matrimonio o religión de monjas»42.

30Antes de desembocar en escenas como la anterior abundan situaciones intermedias de esas relaciones entre sexos, como la de la mujer-señuelo o escaparate de un negocio, que es utilizada por su padre o su marido para atraer incautos; así, por ejemplo, en la novela y escarmiento primero de la Guía y avisos…, el cuento del barbero que coloca a su mujer engalanada bien a la vista de sus clientes, o en la misma novela la hija del posadero que finge recato tras la celosía «para dejar picado al recienvenido» (p.68). El viejo truco de servirse de la belleza femenina resulta, no obstante, menos rompedor e inquietante que el de hacer a las mujeres agentes de negocios, aunque sean, en realidad, estafadoras profesionales. Es el caso de doña Pestaña la criolla, también de la Guía…, que defrauda a lo mejor de Madrid, ayudada por su amante y escudero, apelando no a sus encantos, sino a sus relaciones y altas influencias. Este personaje que aparece en un texto de 1620 puede relacionarse con una constatación que ya preocupaba al citado Luque Fajardo, a propósito del vicio del juego en las mujeres:

No ha muchos años, yo me acuerdo cuando las mujeres a los cincuenta de su vida no sabían contar un real, sino por los dedos, y apenas salían con su intento; llegaos ahora: veréis que no sufro hoy a tanta arismética cuanta ellas saben en el naipe… (p. 71).

  • 43 Al menos por dos veces. En De la Política y Razón de Estado del Rey Católico Don Fernando: «A las m (...)

31Y dicha preocupación nos conduce de nuevo a Teresa de Manzanares, que no sólo sabe contar, sino que discute con sus maestras hasta pasar de criada a socia, que se establece en Córdoba para que fructifique su negocio de peluquería, y que pone su dinero en manos de los banqueros más famosos de la época, los Fúcares, para no llevarlo encima durante el camino. A la vista de todo ello da la impresión de que, junto a la mujer noble que accede a la cultura, estas mujeres de baja condición que se ganan la vida por sí mismas, y que se escapan del encierro doméstico, indican algunos cambios. No obstante, ni crecen las unas en estimación social, según Saavedra Fajardo, por ejemplo, que las rechaza para gobernar43; ni rompen las otras ciertos estereotipos sobre la primaria y escasa inteligencia femenina, según el Doctor en El Pasajero:

  • 44 Cristóbal Suárez de Figueroa, El Pasajero, II, p. 367.

Vienen a ser … prontísimas en agudezas improvisas, derivadas de la sutileza y velocidad de sus imaginativas; mas en llegando a proponerles materias de fondo, espira la más alentada presunción44.

Amor, matrimonio, educación de los hijos

32Volviendo a El hombre práctico, no hallamos afirmaciones tan taxativas en una obra que apenas deja traslucir su modelo de mujer ideal, entendiendo por tal la esposa perfecta que cría a los hijos. Pero, aunque el Conde de Fernán Núñez no se ocupe de otra relación entre los sexos que no sea el matrimonio, podemos espigar algunas opiniones y omisiones que son significativas y reveladoras de las marcas de género. El discurso sobre la generación se halla al comienzo de nuestro texto, que recorre las etapas de la vida de un noble, hasta culminar en la muerte. La brevedad de este capítulo, y la sola mención del «cuidado paterno en la generación» (p. 127), resultan ya sintomáticas, y nos llevan a completarlo con otras ideas diseminadas al hablar del matrimonio y educación de los hijos. En tan breves líneas se afirma que la generación es preocupación exclusiva del futuro padre, que ha de atender, primero, a «no recibir mujeres enfermas, ni de cuerpos y figuras disformes», y, una vez nacido el niño «a que su ama y modo de crianza mire en todo a aumentar su robusticidad», sin permitir mimos innecesarios. En el discurso siguiente (III), dedicado a la instrucción infantil, tampoco aparece la palabra «madre», mientras que se repite el ama, en una disyuntiva «amas o padres que les enseñan a hablar [a los niños]», que permite interpretar ese «padres» como un plural de padre y madre. Por lo demás, continúa siendo «obligación paterna vigilar las primeras palabras en varias lenguas, los primeros estudios («que lea, que escriba, que cuente y aprenda todas las reglas de la cortesía…», p. 131), y las primeras plegarias, punto éste en que hallamos la primera mención femenina, porque habrá que evitar que «las mezcle con otras [oraciones] que la ignorancia femenil suele recibir como piedad y que ordinariamente huelen más a superstición».

33Este capítulo recomienda también fomentar en el niño el respeto al maestro, tema al que se dedica el siguiente, «De los maestros y enseñanza pueril» (IV). Su lectura muestra que se trata, como era de esperar, de maestros varones, lo que se refuerza con una declaración explícita de los riesgos de un entorno femenino:

Aunque se puede hallar ánimo tan sumamente robusto que no se enflaquezca con la crianza y ejemplo femenil, éste es un acaso tan raro que exponerse a él fuera faltar a todas las reglas de la prudencia… (p. 133).

  • 45 Según Pérez, 1985, ni Vives ni Fray Luis eran partidarios de que las mujeres educaran. En realidad, (...)
  • 46 Bien es verdad que la pintura negativa sobre la mala educación de los hijos en la corte también cul (...)

34Y, de acuerdo con esta declaración, «luego que empieza a descubrirse en el muchacho la razón» (p. 134), se le pone en manos de hombres, desapareciendo la más mínima alusión al ámbito doméstico femenino. Esa madre omitida, o convertida en ama de cría, está ausente de las muchas páginas dedicadas a una formación muy completa del joven aristócrata. Y sólo puede sobreentenderse su presencia en el discurso dedicado a las relaciones familiares (XLIX), bajo el genérico «padres» (pp. 249 y 250), que designa al perfecto binomio que cuida material e intelectualmente de la prole, con mesura y disciplina. Llegados a este punto casi se agradece la ausencia de mención materna45, siendo la madre más proclive a blandenguerías, regalos, perdones y complicidades, según aparece en El Pasajero, cuando el Maestro cuenta sus fracasos de estudiante; y siendo, además, la responsable directa de la mala educación femenina, según la Guía y avisos…: «¿De qué se hace nueva la madre, que cría así a sus hijas, de que la una se pierda y la otra se mal case?» ( p. 245)46.

35El mismo discurso XLIX, que demuestra un profundo sentido de la familia, dedica también unas páginas al fuerte vínculo que ha de unir a los hermanos, y expresa un concepto de cuerpo familiar cohesionado, tanto más rico y sólido cuanto mejor integre las perfecciones de cada uno de sus componentes. A este respecto surge el femenino plural «hermanas», a la hora de asignar cualidades o méritos a ambos sexos, respectivamente: «Y así, si mi hermano es más robusto que yo, si yo soy más ágil que él, si otro es más estudioso, si esta hermana es más hermosa, si aquella es más discreta…» (p. 252).

36Fortaleza, agilidad y capacidad de estudio en los hombres, frente a hermosura y discreción en las mujeres, son hasta ahora las únicas cualidades atribuibles a ambos sexos, en una obra en la que la mujer apenas aparece. Por eso es relevante que se cuele, por ejemplo, en el discurso sobre virtudes y vicios, cuando el Conde indica que las inclinaciones naturales del hombre deben someterse a los preceptos religiosos, para alcanzar la perfección:

… no santificar las fiestas, tener por indiferentes los alimentos y usar de la mujer que nos agrada, cosas todas que no constituyen imperfección natural y que están prohibidas por la religión, hacen imperfecto a el que en cualquiera parte dellas se aparta de la obediencia (p. 172).

37Esa mención de la mujer «que nos agrada» constituye casi la única ocasión en que Gutiérrez de los Ríos deja entrever cierta inclinación, si no sentimental, sí concupiscible respecto al otro sexo, cosa que se omitía hablando de la generación de los vástagos, y que casi se prohíbe en el Discurso «De los matrimonios» (LVI). Este último asunto, calificado como materia «grave», aparece al final del libro, una vez abordada la instrucción y las experiencias que van configurando al hombre práctico. También se llega en el penúltimo aviso de la Guía y avisos de forasteros a un interesante coloquio a cuatro voces sobre «tomar estado» en la corte, ilustrado con relatos sobre el matrimonio. Y de la misma manera el tema surge más de una vez en El Pasajero, generalmente bajo una óptica institucional: el matrimonio como «instrumento» (p. 321) que proporciona armonía tanto a los cónyuges, como a quienes los rodean. Una vez más, el pragmático Zabaleta resume ese lugar común de la prosa didáctica, el matrimonio como etapa obligada, como estado necesario en el que el hombre se acoge a lugar seguro: «La palabra esposa lo más que significa es comodidad, lo menos es deleite» (El día de fiesta…, p. 115). El autor de El hombre práctico, como hombre de su tiempo, parece compartir dicha opinión, justificada en la siguiente frase:

… al no ser duradera en el hombre pasión alguna … conoceremos con evidencia cuánto debamos evitar cuando entremos a la elección del matrimonio, cualquier parte que el amor pueda tener para inducirnos a él (p. 280).

  • 47 Véase Rodríguez, 1986, p. 27.
  • 48 Véanse Laspéras, 1987, pp. 241-290; y Ruiz Pérez, 2005.
  • 49 Arredondo, 1989. Véase, para amor y matrimonio, Morant 2002, pp. 233-237.

38Si hay un punto en que divergen la prosa de ficción y la didáctica en el siglo xvii es en éste, que marca dos vías paralelas y rara vez confluentes entre amor y matrimonio. La riquísima casuística amorosa que hallamos en las novelas, esas «intercadencias de la calentura de amor»47, que con mucha frecuencia terminan en feliz matrimonio48, pero que también arrojan desenlaces violentos49, se ve sustituida en las obras didácticas por recomendaciones serias, razonables y muy manidas, en las que el honor, el linaje, la dote y la igualdad social se anteponen a la pasión amorosa. Un ejemplo novelístico de ambas opciones lo hallamos en boca de Clodio, el maldiciente y lúcido consejero del príncipe Arnaldo en el Persiles:

Mira que los reyes están obligados a casarse, no con la hermosura, sino con el linaje, no con la riqueza, sino con la virtud… [mientras que] Entre la gente común tiene lugar de mostrarse poderoso el gusto (p. 175).

  • 50 «Viose con alguna hacienda … y con una hija de razonable cara … y pareciéndole que casarla con ofic (...)

39Efectivamente, en el momento de elegir esposa ese noble que es el Conde de Fernán Núñez aconseja tener presente, lo primero, un «nacimiento» (p. 280) similar, acompañado de hermosura y riqueza, por este orden. También el caballero provinciano de la Guía… piensa que lo mejor es casarse con su igual (p. 223), sin arriesgarse con las engañosas mujeres madrileñas. Y este principio se extiende a otros grupos sociales, dando fatales o burlescas consecuencias si se incumple, como ocurre con un labrador de la Guía y avisos… (novela y escarmiento once), o con un zapatero de Día y noche de Madrid 50.

40Ninguna novedad, pues, entre quienes creen en la distinta finalidad del amor y del matrimonio, representados en El Pasajero por el más mordaz de los interlocutores, el Doctor, que distingue, incluso, las edades más propicias en uno u otro caso. Para el amor señala, en ambos sexos, a partir de los veinticinco, con discrepancias respecto al término; aunque, preguntado por sus preferencias, no tiene empacho en declarar que le gustan las mujeres jóvenes: «Niñas me dan vida, viejas me matan; / unas huelen al nido, y otras a cabra» (p. 372). En cambio, para el matrimonio, la edad de la mujer «parece ser más a propósito cuanto más niña, por tener lugar de hacerla el marido a sus costumbres…» (p. 373).

41La cuestión de la edad en el matrimonio, y la diferencia entre marido y mujer —diez años, según el Persiles (p. 384)— no se toca en el aviso séptimo de la Guía…, pero se recomienda más experiencia en el marido, y, desde luego, más autoridad: «… que huela la casa a hombre…» (p. 229), «Que vivan las mujeres debajo de su gobierno…» (p. 228), «… que el hombre ha de ser cabeza de aquella república…» p. 230). El Maestro de El Pasajero coincide en la recomendación, aunque lo expresa con más suavidad: «El imperio del marido con la mujer es como el del padre con la hija, o por mejor decir, como el del alma con el cuerpo.» (p. 321). Y una idea similar se halla en El hombre práctico, cuando se afirma de la «blanda y amigable compañía de la mujer» que sin «su unión podemos decir que parece […] no estar el hombre completo» (p. 282).

  • 51 Compárese con el «hábito del alma» del soneto V de Garcilaso, y con el del XXVII, «Amor, amor, un h (...)

42En general, el discurso de Gutiérrez de los Ríos sobre el matrimonio es menos explícito en detalles accesorios que los diálogos de las obras mencionadas; sin embargo, llama la atención que, tras un comienzo pragmático y desprovisto de afectividad, se suavice el tono. De tal manera que, una vez justificadas por los «comunes intereses» del matrimonio las condiciones para la elección de esposa, se admite rebajar alguna de ellas: por ejemplo, la de la hermosura, con tal de que su ausencia no raye en «monstrosidad» (p.282). Y así, expresiones como la «suma cordialidad» de los esposos, «la tolerancia recíproca» de los defectos (p.283), e incluso la habitual separación de tareas —las domésticas, la mujer; el gobierno de la hacienda, el marido— pero compartiendo «entrambos» cuanto mire a la mayor honra y conveniencia familiares, indican una formulación más cálida del vínculo matrimonial, dentro de lo que es un contrato y un sacramento, pero nunca la culminación del sentimiento amoroso. Prueba de ello es que, a diferencia de los términos «autoridad» e «imperio», la reciprocidad entre marido y mujer conduce a una hermosa expresión de la comunión de voluntades, hasta que formen «un hábito51 tal que sólo parezca una la de entrambos» (p. 282).

  • 52 Redondo, 2003.

43Para concluir esta breve muestra, sólo señalaré cómo esa visión casi idílica del matrimonio en una obra didáctica escrita por varón se contradice con algunas imágenes que aparecen en la ficción, y que desmienten el consabido final feliz de las novelas cortas. Me refiero a casos muy concretos, como el matrimonio de Laura y Marcelo, en La prudente venganza, o el mensaje final de los Desengaños… de Zayas. Sobre el primero, ya se ha señalado52 que ese matrimonio tranquilo, sustitutivo de la pasión amorosa entre Laura y Lisardo, no es satisfactorio para la joven esposa, lo que Lope deja entender cuando indica que «Marcelo no era amoroso ni había estudiado el arte de agradar», ni ejercía como «galán» (p. 265) de su esposa; y así, lejos de la paz matrimonial de los tratadistas, el desenlace de la novela sugiere los riesgos de la carencia de amor entre esposos. En cuanto al mensaje que retenemos de la colección de Zayas, parece que el afecto y la mutua estima no debían de ser habituales en los matrimonios, a juzgar por el doble rechazo femenino que encontramos en los Desengaños amorosos: primero el de la propia autora, al concebir el amargo desengaño de su protagonista; y después el de esta misma como narradora, al huir del matrimonio con Don Diego. En esa Lisis de Zayas confluyen otras mujeres novelescas capaces de vivir solas, contraviniendo el destino más frecuente, que era el matrimonio; y de ellas, como de tantos modelos de comportamiento, ya Cervantes proponía dos ejemplos, aunque en el género pastoril: Gelasia en La Galatea, y Marcela en la primera parte del Quijote. Por otra parte, se puede argüir que el rechazo del matrimonio en los Desengaños… va acompañado por el otro destino femenino convencional, el convento. Sin embargo, Lisis no tiene vocación religiosa: sólo se «acoge a sagrado», pero permanece «seglar» y libre, porque «deseada de muchos, no se sujetó a ninguno» (p. 510).

  • 53 Me referí a esta cuestión en la ponencia «Querella de las mujeres y marco narrativo. La conclusión (...)
  • 54 Véase sobre esta novelista el artículo de Romero, 2004.
  • 55 Como acertadamente señaló Moner, 1994, p. 86, los poetas suelen desinteresarse de las mujeres casad (...)
  • 56 José Pellicer de Tovar, Avisos, p. 519.
  • 57 Jerónimo de Barrionuevo, Avisos del Madrid de los Austrias y otras noticias, p. 241. Los tres ejemp (...)

44En este sentido el desenlace53 de los Desengaños amorosos puede interpretarse como una declaración de independencia, frente a tantos matrimonios convencionales y ajustados por las familias, como el de trágico final en La más prudente venganza. O a aquellos matrimonios ganados a pulso por caballeros que doblegan la crueldad de una dama esquiva, quien, finalmente, se entrega agradecida, como premio: por ejemplo, en Celos vengan desprecios, de las Navidades de Madrid de Mariana de Carvajal54. Pero, además, ese desenlace puede ser un ejemplo de cómo la literatura refleja algo de la realidad, de la que nos informan otra clase de textos de la época, como las relaciones de sucesos y los Avisos de Pellicer y Barrionuevo. Y es que cuando Lisis se retira de ese mundo de engaños masculinos, plagado de maridos jugadores, amancebados, consentidores y hasta asesinos, parece acobardada por ciertos sucesos: «desde el día que se dio principio a este sarao [1646] … han sucedido muchos casos escandalosos» (p. 509). Así que rechaza casarse porque no quiere someterse a nadie, ni tampoco quiere ser víctima de nadie55. Y, efectivamente, un aviso de 1644 recoge, por ejemplo, el caso de una mujer muerta con quince puñaladas56; otro, de 1656, la detención de un rufián que comerciaba con su mujer y su hija57; otro, de 1657, el rapto de una cómica por los criados de dos nobles (p. 200); pero también otro, de 1655, se ocupa de una mujer celosa que casi degolló a su marido en casa de la amante (p. 240).

45A esa crónica negra de crímenes pasionales del siglo xvii parece aludir el mundo desengañado de Doña María de Zayas en sus novelas, mientras que Don Francisco Gutiérrez de los Ríos elude cualquier dato escabroso o desordenado en su obra experiencial. Ambos autores pueden encarnar una doble cuestión de “género”: femenino-masculino, ficción-didactismo.

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Notas

1 Uno de los estudios pioneros fue el de Mas, 1957; posteriormente, y también sobre mujeres quevedescas, Riandière, 1994, y Roig Miranda, 2003. Para estos aspectos, véase también Arredondo, 1993, 1994 y 1999.

2 Señalo solamente dos aportaciones recientes de Baranda, 2002 y 2004, que, a su vez, remite a una amplia bibliografía. Para el siglo xviii, véanse los estudios de Palacios, 2002, y de López Cordón, 2005.

3 Un excelente resumen de las variadas perspectivas en Redondo, 2001.

4 Indico solamente algunos hitos que para mí fueron especialmente útiles: Vigil, 1986, Di Maio, 1987, y Redondo, 1994.

5 Así lo señaló Ricardo García Cárcel en «La diversidad del feminismo», reseña del libro de Nash, 2004, publicada en Blanco y Negro Cultural, 25-9-2004, p. 18. Véase la obra coordinada por Morant, 2005.

6 Véase el estudio ya clásico de Bravo Villasante, 1976; últimamente Moreno-Mazzoli, 2004, y González, 2004.

7 Por ejemplo, las del Padre Pineda en Los treinta y cinco diálogos familiares de la agricultura cristiana (1589), o las de Pedro de Luján en sus Coloquios matrimoniales (1550).

8 Es muy interesante a este respecto la reflexión de Franco, 2006.

9 Lope de Vega, Arte nuevo de hacer comedias, p. 265, vv. 282-283.

10 Lope de Vega, La desdicha por la honra, en Novelas a Marcia Leonarda, p. 183.

11 Cervantes, Don Quijote de la Mancha, I, ix, pp. 106-107.

12 Cervantes, Los trabajos de Persiles y Segismunda, p. 168.

13 Para este género narrativo, véanse, por ejemplo, Rodríguez, 1986, y Laspéras, 1987, ambos con amplia bibliografía; y sobre lectores de novelas cortas, Colón, 2001, pp. 41-49.

14 Utilizo interesadamente la frase de Rico, 1967, p. 84, sobre el Guzmán, donde «literatura y pedagogía se refuerzan».

15 Véanse Joset, 1977, p. 27, y Arredondo, 2001b.

16 Para la autoría y otros problemas de esta obra, véanse Fernández Nieto, 1974, Auladell, 1991, Copello, 1995, Arredondo, 2004.

17 «un manual de formación del noble de bien», en la línea de los moralistas españoles, según sus editores, Pérez Magallón y Sebold, 2000. En adelante nuestras citas en el cuerpo del artículo remiten a esta edición.

18 A este aspecto ya me referí en 1988, y posteriormente lo ha hecho Gómez, 1996. Lo último que conozco sobre esta obra es Girón, 2004.

19 Para estas cuestiones, véanse Álvarez de Miranda, 1993, y Pérez Magallón, 2002, así como Criticón, 103-104, 2008, sobre la literatura española en tiempos de los novatores.

20 No me detengo en las relaciones de esta obra con otros manuales de educación, pero véase la opinión de los editores, p. 123, nota 31.

21 Tomo el dato de la Introducción de Pérez Magallón y Sebold, p. 21. Para más detalles biográficos, véanse las páginas 13-23 de dicha Introducción.

22 Véase Vitse, 1988, pp. 130-147.

23 Véase el capítulo «La mujer interior y la esposa doméstica», en Morant, 2002, pp. 193-198. La función doméstica es la que añora Remiro de Navarra, en Los Peligros de Madrid, cuando se refiere a «damas ignoradas», p. 183.

24 Juan de Zabaleta, El día de fiesta por la mañana y por la tarde, p. 357.

25 Véase a este respecto Baranda, 2004. También, para la cultura femenina en el siglo xvi, Cátedra y Rojo, 2004.

26 Un enfoque que me sirve para este estudio en Étienvre, 1994, con la bibliografía correspondiente sobre el tema.

27 Guía y avisos de forasteros, p. 252.

28 Véase Rodríguez, 1995.

29 Véase Vian, 2000, 2001, 2005.

30 Los estudios sobre estas cuatro novelas se han multiplicado en los últimos años, pero me parecen especialmente relevantes para esta ocasión el fundamental de Ynduráin, 1969; y los más recientes de Rallo, 1989 y Schwartz, 2000. Por último, y coincidiendo en el tiempo y en muchos planteamientos, Vila, 2000, y Arredondo, 2001.

31 Como es sabido, la obra de María de Zayas ha sido objeto de numerosos estudios que han destacado su incipiente feminismo; sólo remito a uno de los más clásicos, Foa, 1979, y a la introducción de la edición de Yllera, 1983, por la que citamos.

32 Véase a este respecto Schwartz, 1999, pp. 313-314.

33 Para este paso fundamental, véase la Introducción de Rodríguez Cuadros y Haro Cortés, 1999, pp. 86 y 114.

34 Sobre el silencio femenino, véanse Segura Graíño, 1992 y 1993, Ferrer, 1995, y mi comunicación «Silencios femeninos en la ficción áurea: “Calla, niña”, “Calla, necia”, “Señora mía, no grite”» en el Coloquio Les voies du silence dans l’Espagne des Habsbourg, noviembre de 2008.

35 Por supuesto, me refiero a nuestra actual acepción de tertulia, como ‘reunión frecuente o habitual’. Sobre otras acepciones del término, véase Álvarez de Miranda, 1993, pp. 274-282.

36 Alonso de Castillo Solórzano, La niña de los embustes, Teresa de Manzanares, pp. 101-102.

37 Francisco Santos, Día y noche de Madrid, p. 121.

38 Véase la Introducción de Rey Hazas, 1986, pp. 107-114, y mi artículo «Una lectura de La niña de los embustes, Teresa de Manzanares», que aparecerá en Las mujeres, entre la realidad y la ficción. Una mirada feminista a la literatura española, en prensa.

39 Como éstas de la Guía y avisos de forasteros…, aviso 7º, p. 226: «… divirtiendo la vista en aquella multitud incontable de aquellas lavanderas o criadas que lavan con las manos la ropa de aquellos o aquellas a quien sirven, y se lavan las lenguas descubriendo secretos unas a otras en las honras y famas…».

40 Se trata de una etapa en el Camino de Santiago, cerca de Rabanal. El mismo lugar y con la misma intención aparece en La niña de los embustes, capítulo primero, cuando Catuxa de Morrazos sale de Galicia hacia Madrid.

41 Véase Núñez Roldán, 1995. Y los artículos de Profeti, 1994, y Lacarra, 2002.

42 Fiel desengaño contra la ociosidad y los juegos, p. 74.

43 Al menos por dos veces. En De la Política y Razón de Estado del Rey Católico Don Fernando: «A las mujeres quitó la naturaleza los instrumentos de reinar…», p. 137. Y en Locuras de Europa: «La mayor desgracia de Europa es haber caído una parte della en el gobierno de mujeres … porque es fuerza que se dejen gobernar de otros …», p. 61.

44 Cristóbal Suárez de Figueroa, El Pasajero, II, p. 367.

45 Según Pérez, 1985, ni Vives ni Fray Luis eran partidarios de que las mujeres educaran. En realidad, la ignorancia femenina y su falta de aptitud para una buena educación de la prole se aprecia por doquier en la literatura áurea. Véanse, a este respecto, Cacho, 1993; y Copello, 2003, sobre el Fabulario de Sebastián de Mey, donde en el Prólogo se recomienda a madres y amas que no cuenten patrañas a los niños.

46 Bien es verdad que la pintura negativa sobre la mala educación de los hijos en la corte también culpa al padre, pero cuando fracasa con los varones.

47 Véase Rodríguez, 1986, p. 27.

48 Véanse Laspéras, 1987, pp. 241-290; y Ruiz Pérez, 2005.

49 Arredondo, 1989. Véase, para amor y matrimonio, Morant 2002, pp. 233-237.

50 «Viose con alguna hacienda … y con una hija de razonable cara … y pareciéndole que casarla con oficial lo tendría su hacienda a mucha mengua, la casó con un paseante enredador … pero acabada la hacienda, el yerno dejó a la mujer, y el padre … la puso a servir…» (p. 209).

51 Compárese con el «hábito del alma» del soneto V de Garcilaso, y con el del XXVII, «Amor, amor, un hábito vestí». Para las fuentes platónicas y petrarquistas de esta imagen, véase Serés, 2003.

52 Redondo, 2003.

53 Me referí a esta cuestión en la ponencia «Querella de las mujeres y marco narrativo. La conclusión de los Desengaños amorosos de María de Zayas», expuesta en el VIII Seminario Permanente Fuentes Literarias para la historia de las mujeres, dedicado a La Querella de las mujeres y la polémica feminista, celebrado en 2006.

54 Véase sobre esta novelista el artículo de Romero, 2004.

55 Como acertadamente señaló Moner, 1994, p. 86, los poetas suelen desinteresarse de las mujeres casadas, porque la esposa perfecta apenas da juego literario: o sumisa, o víctima.

56 José Pellicer de Tovar, Avisos, p. 519.

57 Jerónimo de Barrionuevo, Avisos del Madrid de los Austrias y otras noticias, p. 241. Los tres ejemplos siguientes son también de Barrionuevo.

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Para citar este artículo

Referencia en papel

Mª Soledad Arredondo, ««A todos y a todas»: cuestiones de “género” en la prosa del siglo xvii hasta El hombre práctico (1686)»Criticón, 105 | 2009, 177-198.

Referencia electrónica

Mª Soledad Arredondo, ««A todos y a todas»: cuestiones de “género” en la prosa del siglo xvii hasta El hombre práctico (1686)»Criticón [En línea], 105 | 2009, Publicado el 25 enero 2020, consultado el 10 diciembre 2024. URL: http://0-journals-openedition-org.catalogue.libraries.london.ac.uk/criticon/12962; DOI: https://0-doi-org.catalogue.libraries.london.ac.uk/10.4000/criticon.12962

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