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Reseñas

Santiago Fernández Mosquera, La tormenta en el Siglo de Oro. Variaciones funcionales de un tópico, Madrid/Frankfurt am Main, Iberoamericana/Vervuert, 2006, 191 p.

Elisabetta Sarmati
p. 345-350
Referencia(s):

Santiago Fernández Mosquera, La tormenta en el Siglo de Oro. Variaciones funcionales de un tópico, Madrid/Frankfurt am Main, Iberoamericana/Vervuert, 191 p. (ISBN: 84-8489275-1 [Iberoamericana]; 3-86527-297-5 [Vervuert]; Biblioteca Áurea Hispánica, 43)

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  • 1 Eco, 2007, pp. vi-vii. La traducción de las dos citas es mía.

1«Que no se diga que no dije nada nuevo. La disposición de las materias es nueva. Cuando se juega a la pelota, la pelota que los jugadores utilizan es la misma, pero uno de ellos la lanza mejor que otro». Con este apotegma, Blaise Pascal destacaba, por un lado, como el principio de originalidad está asociado intima e ineluctablemente a un sistema de relaciones intertextuales que el escritor recibe de la tradición pretérita y, por el otro, que este sistema está sometido constantemente a una reelaboración más o menos innovadora. «Originalidad y creatividad no son otra cosa que el resultado final de una acertada gestión combinatoria», escribe a su vez Umberto Eco comentando la frase de Pascal1.

  • 2 Curtius, 1955. Zumthor, 1963. Segre, 1969, 1974 y 1985. García Berrio, 1977. Lotman y Uspenskij, 19 (...)
  • 3 Cito de Jakobson, 1966, p. 18.
  • 4 García Berrio, 1978, p. 315.

2El estudio de los procesos conservativos e innovadores de las materias literarias, o sea el estudio del uso de la fructífera y ya muy ensayada teoría de los tópicos literarios, iniciado por Ernest Robert Curtius en su Literatura europea y Edad Media latina y recogido, entre otros, en ámbito teórico, por Paul Zumthor, Cesare Segre, Antonio García Berrio y Jurij M. Lotman2, demuestra que «sólo la existencia de las invariantes permite reconocer las variantes»3, y que a la idea del objeto textual considerado como «caprichoso acto individual» se debe oponer la del «creador en permanente compañía», «en el progreso de la cultura tópica»4.

  • 5 Véase Sarmati, 2005a y 2005b.

3En la literatura de toda época, la descriptio tempestatis, tanto en su sentido corriente como en una acepción traslaticia (alegórica, metafórica y simbólica), es un tópico de altísima frecuencia, lo que frustra a menudo las esperanzas de encontrar fuentes clásicas directas. Si, por supuesto, no cabe duda de que se pueda «aventurar un terminus a quo en la Odisea homérica», como escribe Santiago Fernández Mosquera en el libro que se reseña aquí (p. 11), sin olvidar por otro lado el legado bíblico, la lista de textos que incluyen el motivo de la tormenta se va enriqueciendo ya desde muy de pronto con antecedentes tan ilustres como Virgilio, Lucano, Estacio, Ovidio, Horacio, Séneca, etc., si se limita el estudio a los autores antiguos del Occidente clásico. Luego, gracias a la práctica de la imitatio y a la centralidad que la iconografía marina adquiere en el Rerum Vulgarium Fragmenta de Petrarca, la representación literaria del arreciar de una borrasca pasa a ser ampliamente recogida e imitada por la literatura renacentista y barroca, en los nombres igualmente célebres de Ausiàs March, Garcilaso, Góngora, Lope y Quevedo y de un numeroso grupo de poetas menores con Boscán, Cetina, Herrera y Hurtado de Mendoza entre ellos5.

  • 6 Covarrubias, 2006, sub vocem.
  • 7 Ver los estudios de Caravaggi, 1988 y 1989 y de Presotto, 1997.

4El tópico de una naturaleza sometida a la violencia de los vientos se presenta como un icono muy complejo, con amplias posibilidades representativas y por eso muy fecundo en la generación de submotivos relacionados. En una perspectiva figurativa, como ya señalaba Covarrubias en su Tesoro de la lengua, el cliché se puede escindir en los dos grandes campos isotópicos de tormentas marinas y tormentas terrestres, ambos dotados de sus proprios figurantes: «Tempestad: La fortuna en la mar, lat. procella et tempestas. También se llama en la tierra tempestad cuando viene algún grande aguaducho, con vientos recios»6. En el caso de la procella marittima, el tema de la tempestad, muy a menudo, se ve sustancialmente sustituido por la narración de una navegación peligrosa, componente diegética con un importante y específico patrimonio de lexemas técnicos de ámbito náutico, que de tanto éxito gozó en la literatura española por su buen rendimiento alegórico ya desde la época de los Reyes Católicos7.

  • 8 Pulega, 1989, p. 9.
  • 9 En que se declara como por el advenimiento destos muy altos señores es reparada nuestra Castilla, e (...)
  • 10 Blumenberg, 1979.

5A este propósito, al lado de las llamadas tempestades épicas, en las que la narración de una tormenta tiene un sentido estrictamente literal y funciona como motivo dramático dentro de un más amplio panorama diegético aventuroso, ya desde muy temprano se perfilan tempestades trópicas, como bien demostró A. Pulega en su amplio y articulado ensayo sobre la metáfora náutica, donde el motivo resulta «assunto tropologicamente a definire la varia vicenda umana, nelle sue molteplici connotazioni esistenziali, fino a quella amorosa»8. Según una larga tradición, a partir de la nave-estado de Alceo (s. vii a. C.), recogida en la República de Platón, y de la XIV oda de Ovidio hasta las Coplas de fray Íñigo de Mendoza a los Reyes Isabel y Fernando9, que establecen una notoria analogía entre la navegación marina y los avatares de la vida política, las naves alegóricas y los naufragios encontraron un cuantioso y variado empleo como transposición conceptual de inspiración moralista del difícil curso de la vida humana (como bien enseña Hans Blumenberg)10, y de los afanes de la pasión amorosa.

  • 11 Videau-Delibes, 1991.

6Aun cuando se limite el arco temporal a dos siglos de manifestaciones literarias, ocuparse de tempestades y tormentas es, por lo tanto, proyecto ambicioso, como bien advierte Santiago Fernández Mosquera en su prólogo a La tormenta en el Siglo de Oro (p. 11), libro cuya base se funda en artículos publicados con anterioridad, si bien ampliados y revisados, e impone una rigurosa selección del corpus examinado. El estudioso desarrolla una amplia investigación sobre la tormenta y el naufragio en obras de género, o tema, épico-histórico del Siglo de Oro (categoría que incluye, amén de la épica culta del s. xvi, narraciones pastoriles, bizantinas, libros de viajes y conquista, crónica de Indias, hasta el género dramático), donde no se encuentren significaciones metafóricas o simbólicas ulteriores, y por lo tanto la descripción de los avatares humanos se presentan en su sentido propio ya que el autor sostiene con Anne Videau-Delibes que «la tempête, l’agitation de la mer, est avant tout un motif épique»11. Los textos estudiados van de La Araucana di Alonso de Ercilla, a La Numancia de Cervantes, Los naufragios de Alvar Núñez Cabeza de Vaca, la Historia general y natural de las Indias de Gonzalo Fernández de Oviedo, hasta llegar a Lope, Calderón y Quevedo, con la intención de trazar las líneas generales de un recurso persistente en la historia de la literatura universal y de destacar las variaciones funcionales: «las transformaciones que obras y autores han realizado en distintos momentos» (p. 11).

7El ámbito de investigación elegido, entonces, está vinculado a tres condiciones básicas, aunque adoptadas con cierta flexibilidad: un primer criterio crono-topológico relativo al dominio aurisecular e hispánico de la investigación desarrollada; un segundo criterio tipológico, que privilegia la presencia de tormentas en “contextos épicos”, en el sentido lato de narraciones que privilegian la descripción objetiva del motivo de la tempestad y no su vertiente traslaticia; y un último criterio “funcional”, relativo a la presencia de variantes significativas, para «señalar de una manera concreta las especificidades que alejan el motivo de su uso tradicional y posibilita hacer hincapié en las transformaciones que obras y autores han realizado en distintos momentos» (p. 11).

8Ya desde el capítulo inicial, el estudio reserva alguna sorpresa, al abrir con una paradoja, al menos aparente: las escasas descripciones de tormentas en textos como las Crónicas de Indias, los libros de viajes y los relatos de náufragos en los que se esperaría, al contrario, un corpus importante con respecto al recurso tópico que nos ocupa. Además, cuando presente, la unidad narrativa de una tempestad (con las variantes meteorográficas de huracanes y terremotos volcánicos) se caracteriza por un estilo lacónico, de descripciones muy parcas, como una referencia accidental a los eventos enunciados, y a menudo sin modelos literarios evidentes. Son paradigmáticos los ejemplos citados de Los naufragios de Alvar Núñez Cabeza de Vaca y de la Historia verdadera de la conquista de la Nueva España de Bernal Díaz del Castillo:

  • 12 Citado p. 47.

Partidos de aquí y llegados a Guaniguanico nos tomó otra tormenta que estuvimos a tiempo de perdernos. A cabo de Corrientes tuvimos otra, donde estuvimos tres días. Pasados estos doblamos el cabo de Sant Antón y anduvimos con tiempo contrario12.

  • 13 Citado p. 53.

Y doblada aquella punta y puestos en alta mar, navegamos a nuestra ventura hacia donde se pone el sol, sin saber bajos ni corrientes ni qué vientos suelen señorear en aquella altura, con gran riesgo de nuestras personas, porque en aquella sazón nos vino una tormenta que duró dos días con sus noches, y fue tal, que estuvimos para nos perder, y desque abonanzó, siguiendo nuestra navegación, pasados veinte e un días que habíamos salido del puerto, vimos tierra, de que nos alegramos y dimos muchas gracias a Dios por ello13.

9De los documentos anexos resulta que para los cronistas del Nuevo Mundo la tormenta, lejos de ser un recurso correspondiente al ékphrasis y con el fin de causar admiratio, como desde Homero y Virgilio hacia adelante, se configura como un accidente narrativo dentro de una más vasta realidad geográfico-natural, ella misma causa de asombro y maravilla para un testigo europeo y que, al contrario, debe ser transpuesta en coordenadas culturales conocidas para que resulte inteligible a los destinatarios del Viejo Mundo. Tanto es así que, cuando el texto pierde su connotación de testimonio objetivo, la tempestad recobra trascendencia y parte de su alcance hiperbólico, como demuestra otro documento citado. Se trata de la Historia de Yucatán de Bernardo de Lizana, «quien aprovecha su crónica para el relato de milagros marianos con referentes bíblicos» (p. 53):

Iban navegando en un navío [...] y fue tal la tormenta que les dio, queriéndose ya anegar y zozobrar junto a un risco y peña muy grande, entre bajíos muy peligrosos, ya sin esperanza de remedio, perdidas las fuerzas los marineros. El capitán con gran valor les dijo a todos: Hermanos Dios nos quiere castigar, por ir contra sus divinos preceptos, ofendiéndole por momentos, y así nuestros pecados nos anegan, sólo Dios nos puede socorrer [...] hagamos todos promesa de ir a visitar el templo de la Virgen de Izmal [...] pidámosle todos con mucha humildad nos libre de tan manifiesto peligro; y así lo hicieron todos de rodillas, y luego cesó la tormenta.

  • 14 Cristóbal López, 1988, pp. 143-144.

10La Eneida de Virgilio y la Farsalia de Lucano son, en cambio, los modelos literarios de tormentas ya señalados por Vicente Cristóbal14 como fuente de inspiración de las muchas escenas tempestuosas que sobresalen en la obra de Lope de Vega, cuya filiación Fernández Mosquera matiza, como también interviene definitivamente en la discusión tan antigua como aún abierta, encabezada a principios del s. xx por Américo Castro y después Hugo A. Rennert, sobre las raíces biográficas de tanta insistente presencia: «Como es innegable, las referencias biográficas trufan toda la obra del poeta; quizá nadie como Lope haya querido entreverar su literatura con jirones de su vida y esto también afecta al desarrollo de la tormenta». Pero «aquilatar lo que hay de literario y biográfico en cada uno de sus casos es una tarea, en gran medida, imposible» (p. 75). En su análisis, además de detenerse en las estrategias lopianas de reescritura de las fuentes clásicas y en los fenómenos relativos a la amplificatio, sobre todo por lo que toca a los poemas de corte épico, como la Jerusalén y La Dragontea, el crítico demuestra que Lope tenía clara conciencia de manejar un tópico muy frecuentado y cuya estructura narrativa, a la altura del s. xvi, presentaba un altísimo grado de homogeneidad. Lo revelan algunos significativos pasajes de su obra, donde el estereotipo está sometido a una evidente intención paródica gracias a la alusión, con la consecuente omisión, a una materia considerada archiconocida: de la amplificatio temática a la braquilogía: «Al fin con todo aquello que padece / un pobre leño, que el furor contrasta / del fiero viento que las ondas crece, / y en otras partes referido basta», escribe el poeta en La hermosura de Angélica (VII, 22, vv. 1-4) y aún en La Dragontea: «Pero en tanta desorden no se puede / guardar orden, señor; materia es ésta / que está escrita mil veces, y que excede / de mi discurso y narración propuesta» (III, 46).

11Por lo que se refiere al teatro áureo, el fenómeno más interesante resulta, evidentemente, el estudio del traslado de un tópico épico a un contexto escénico. Aprendemos que tanto Lope como Calderón acudieron muy a menudo en sus obras dramáticas al motivo de la tormenta, segmento narrativo que favorecía la dimensión espectacular del drama gracias al uso de los efectos especiales sobre todo de corte sonoro. Ya en el Segundo libro de Arquitectura de Sebastiano Serlio del 1545 se señalaban las estrategias que podían utilizarse para simular la presencia de una tormenta en las tablas; un fragmento citado por Fernández Mosquera resulta especialmente interesante (pp. 37-38):

Los truenos se fingirían haciendo deslizar una gruesa bola de piedra sobre el entarimado del escenario. Los relámpagos los simularía otra persona colocada por detrás del decorado en un sitio alto, teniendo una cajita llena de polvo de barniz en cuyo centro había unos agujeros y una candelilla encendida. agitando la cajita hacia arriba, los polvos saldrían por los agujeros y se incendiarían al contacto con la llama de una candela. El rayo se fingiría también de una manera un tanto primitiva e ingenua. Fabricado de cartón pintado de oro refulgente, se colgaría de un hilo atado en uno de sus extremos. Al finalizar el trueno se le haría descender por su proprio peso a través de un filamento con sólo ir soltando un cabo del hilo.

12Sin embargo, no obstante el desarrollo del aparato tramoyista y del relativo efecto realista así perseguido, Fernández Mosquera recuerda acertadamente que la vertiente metafórica del tópico, ya presente al lado de su empleo épico, sigue vigente también en su transposición dramática. Es el caso del Calderón de los autos sacramentales como Psiquis y Cupido y El maestrazgo del Toisón, y de sus comedias de santos, donde el recurso escenográfico de la tempestad se impone como convención escénica, y la intervención divina (la hierofanía) que se manifiesta a través de relámpagos y truenos se utiliza muy a menudo para resolver la acción dramática, premiando o castigando a los personajes implicados.

  • 15 Ver Schwartz, 1984.
  • 16 Ver, sobre todo, Martinengo, 2004.

13Por último, el estudio de la tormenta en la obra de Quevedo es de gran importancia para nuestro crítico, a pesar de la constatación de que el autor del Buscón «no suele usar el motivo de la tempestad en sentido directo» (p. 160), dada la abundancia de imágenes tópicas y de su manipulación de los textos virgilianos y de fuentes bíblicas. La metáfora de la tormenta se presenta en Quevedo en su vertiente moralista, sometida a los contenidos filosóficos del neoestoicismo del s. xvii, como ya se ocupó de demostrar Lía Schwartz15; en su lírica amorosa, en cambio, el motivo de la tormenta sentimental da un salto decisivo en la asimilación del código petrarquista a la estética barroca. El tópico del naufragio utilizado para fustigar los vicios, señalar los peligros de una vida cortesana, efímera e inestable, y, fuera de la metáfora, para sancionar la avidez de los muchos que emprendían la aventura marítima en busca de nuevas riquezas, ocupa varios textos quevedianos; como, entre los más conocidos, los sonetos «Desconoció su paz el mar de España» (más famoso bajo la variante del título «Tuvo enojado el alto mar de España») y «La voluntad de Dios por grillos tienes», a propósito de los cuales la literatura crítica intervino cuantiosamente y siguiendo perspectivas hermenéuticas diferentes16.

  • 17 Ver Pozuelo Yvancos, 1979, pp. 136-141; Smith, 1987, pp. 125-134; Schwartz, 1999, y Schwartz y Arel (...)

14Menos estudiados son los varios aspectos del estereotipo en la lírica amorosa de Quevedo, si bien pueden enumerarse análisis interesantes como son las de José María Pozuelo Yvancos, de Paul J. Smith y de Lía Schwartz17. En este caso Fernández Mosquera se propone no tanto aportar nuevos textos e ilustrar sus fuentes sino explicar, partiendo de algunos ejemplos singulares, la resemantización de este tópico tan antiguo a través de técnicas muy afines a la estética barroca, como la intensificación semántica y la desviación genérica, opinando acertadamente que la identificación de fuentes clásicas de un texto barroco constituye sólo una parte del más complejo trabajo de descodificación cultural.

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Bibliografía

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Notas

1 Eco, 2007, pp. vi-vii. La traducción de las dos citas es mía.

2 Curtius, 1955. Zumthor, 1963. Segre, 1969, 1974 y 1985. García Berrio, 1977. Lotman y Uspenskij, 1975. Una bibliografía amplia sobre este tema se puede encontrar en Sarmati, 2003.

3 Cito de Jakobson, 1966, p. 18.

4 García Berrio, 1978, p. 315.

5 Véase Sarmati, 2005a y 2005b.

6 Covarrubias, 2006, sub vocem.

7 Ver los estudios de Caravaggi, 1988 y 1989 y de Presotto, 1997.

8 Pulega, 1989, p. 9.

9 En que se declara como por el advenimiento destos muy altos señores es reparada nuestra Castilla, en Cancionero castellano del siglo XV, 1912, núm. 4, pp. 63-72 y ss.

10 Blumenberg, 1979.

11 Videau-Delibes, 1991.

12 Citado p. 47.

13 Citado p. 53.

14 Cristóbal López, 1988, pp. 143-144.

15 Ver Schwartz, 1984.

16 Ver, sobre todo, Martinengo, 2004.

17 Ver Pozuelo Yvancos, 1979, pp. 136-141; Smith, 1987, pp. 125-134; Schwartz, 1999, y Schwartz y Arellano, en las notas a su edición de Quevedo, Un «Heráclito cristiano»…, 1998.

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Para citar este artículo

Referencia en papel

Elisabetta Sarmati, «Santiago Fernández Mosquera, La tormenta en el Siglo de Oro. Variaciones funcionales de un tópico, Madrid/Frankfurt am Main, Iberoamericana/Vervuert, 2006, 191 p.»Criticón, 103-104 | 2008, 345-350.

Referencia electrónica

Elisabetta Sarmati, «Santiago Fernández Mosquera, La tormenta en el Siglo de Oro. Variaciones funcionales de un tópico, Madrid/Frankfurt am Main, Iberoamericana/Vervuert, 2006, 191 p.»Criticón [En línea], 103-104 | 2008, Publicado el 20 enero 2020, consultado el 02 diciembre 2024. URL: http://0-journals-openedition-org.catalogue.libraries.london.ac.uk/criticon/12327; DOI: https://0-doi-org.catalogue.libraries.london.ac.uk/10.4000/criticon.12327

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