Navegación – Mapa del sitio

InicioNuméros103-104El oro del otoño: glosas a la poe...

El oro del otoño: glosas a la poesía de Agustín de Salazar y Torres

Jesús Ponce Cárdenas
p. 131-152

Resúmenes

La tarda cronología de la obra de Agustín de Salazar y Torres ha ocasionado ciertos desajustes críticos así como una inexcusable postergación de su lírica. El presente estudio intenta llamar la atención sobre la producción poética culta de este ingenio barroco mediante una serie de calas significativas (una silva-soledad y un curioso ejemplo de centón).

Inicio de página

Texto completo

  • 1 Ares Montes, 1961, pp. 321, 298 y 290.
  • 2 Alonso, 1985, pp. 234-242. Un juicio ponderado acerca de los aciertos y errores de Dámaso Alonso pu (...)

1 Entre los fastos del cuarto centenario del nacimiento de Góngora, la Revista de Filología Española consagraba hace casi cincuenta años un número monográfico al estudio de algunos aspectos de la obra del genial autor barroco. Entre las contribuciones que vieron la luz en dicho contexto celebrativo, podía leerse un ensayo “pionero” en la recuperación lírica de un escritor secentista aún hoy mal conocido: Agustín de Salazar y Torres (1642-1675). El título mismo de dicha indagación crítica («Del otoño del gongorismo: Agustín de Salazar y Torres») permitía entrever —al menos parcialmente— una cierta actitud derrotista hacia el objeto de estudio por parte de José Ares Montes, gran especialista en la recepción de la poesía del cordobés más allá de la raya. De hecho, el citado crítico oscila notoriamente entre la ponderación positiva del autor (lo que le mueve a aseverar en las conclusiones de su trabajo: «Agustín de Salazar y Torres es un poeta hábil, plástico, con un fino sentido del ritmo, ampliamente demostrado en sus composiciones líricas y en gran número de pasajes de las dramáticas; proclive a la pompa del color, a los cultismos y a las imágenes y metáforas de todo género; no le falta donaire cuando hace versos de burlas») y la condena sin paliativos del mismo poeta (ya que a su estro le «falta en todo momento verdad, sinceridad, calor humano», porque algunos de sus poemas destacan por su «hinchada vacuidad» y, «por supuesto, [porque] Salazar y Torres no es un gran poeta, ni siquiera un poeta original en la medida que lo son otras figuras secundarias de la época»)1. A modo de pequeña excusatio propter infirmitatem, se ha de tener presente que el profesor Ares Montes se movía aún, en aquellos primeros sesenta, entre los prejuicios acerca de los menores que habían contribuido a difundir maestros como Dámaso Alonso al denunciar la «servil imitación» de autores como Gabriel Bocángel, Anastasio Pantaleón de Ribera, Salvador Jacinto Polo de Medina, Francisco de Trillo y Figueroa o, ya en una cronología setecentista, José de León y Mansilla2.

  • 3 Lara Garrido, 1997, p. 88.

2 Lejos de ser una cuestión definitivamente resuelta, la inveterada actitud negativa de cierta crítica ante la pléyade de autores menores que constelan la república literaria del Siglo de Oro movía a un conocido especialista a afirmar recientemente que «quizás no haya en la literatura española del Barroco parcela tan necesitada de un repensamiento histórico como la lírica», toda vez que «el extremado distanciamiento valorativo entre mayores y menores ha producido una sistemática depreciación de éstos»3. A estas alturas del nuevo siglo, ya indiscutida la altura poética de autores barrocos cultos como el propio Gabriel Bocángel, el conde de Villamediana o Pedro Soto de Rojas y ya emprendida la recuperación de los interesantes versos de fray Hortensio Félix Paravicino, Miguel de Barrios o Anastasio Pantaleón de Ribera, no es de recibo mantener dichas prevenciones y reparos. Así, pues, entre las siguientes reflexiones en torno a la lírica de Salazar y Torres se intentará prescindir de marbetes empobrecedores del tenor de «servil imitación» o «hinchada vacuidad», con el fin de apreciar en la obra de este ingenio mal conocido el oro que encierra el deslumbrante otoño culto de la segunda mitad del siglo xvii.

  • 4 Poco después, entre 1973 y 1977, el profesor O’Connor daba a conocer en once artículos algunos aspe (...)

3Antes de iniciar el estudio de algunos textos seleccionados de la Cythara de Apolo, es de rigor señalar que si bien, a lo largo de las últimas cinco décadas, a la poesía salazariana apenas se han consagrado unos pocos trabajos, por el contrario, el conocimiento de su producción dramática ha experimentado un notable avance desde que allá por 1971 defendiera su tesis doctoral Thomas Austin O’Connor: Estructura y técnicas dramáticas en la obra de Agustín de Salazar y Torres4.

  • 5 Manejo el ejemplar U/9229 de la BNE, de donde proceden todas mis citas de Salazar.
  • 6 Sigo el texto del ejemplar R/17350 de la BNE. En él una página precede al texto del volumen. Tras l (...)
  • 7 Puede ampliarse dicha información con la consulta de Anastasio Pantaleón de Ribera, Obra selecta, p (...)

4Como es sabido, la primera edición del autor fue póstuma y estuvo sujeta a las importantes intervenciones de su albacea literario: Cythara de Apolo. Varias poesías divinas y humanas que escribió don Agustín de Salazar y Torres y saca a luz don Juan de Vera Tassis y Villarroel, su mayor amigo (Madrid, Francisco Sanz, 1681)5. Transcurridos más de diez años, la obra salazariana sería objeto de una segunda edición, cuyo primer volumen reproduce a plana y renglón el contenido de la princeps y va acompañado de un segundo tomo en el que se dan a conocer distintas piezas dramáticas: Cythara de Apolo. Varias poesías divinas y humanas que escribió don Agustín de Salazar y Torres y saca a luz don Juan de Vera Tassis y Villarroel, su mayor amigo. Primera Parte (Madrid, Antonio González de Reyes, 1694)6. A propósito de esta fortuna (si bien estaríamos tentados de decir mejor infortunio) editorial de quien fue sobrino del virrey Marcos de Torres y Rueda, podría recordarse cómo en 1654, con ocasión de un certamen poético a la Inmaculada celebrado en la Universidad de Méjico, se acreditó ya al temprano ingenio —tenía unos doce años— como “segundo Anastasio Pantaleón de nuestros tiempos”, mientras que, en 1681, entre los parangones que Vera Tassis recogía en la canción fúnebre que figura al comienzo de la edición de sus obras se afirma que Salazar tenía “de Pantaleón y Hortensio lo divino”. Porque es el caso que, por vericuetos desconocidos, no andaban descaminados los sutiles paralelos entre aquellos dos firmes seguidores de la poética gongorina. Pantaleón de Ribera y Salazar y Torres fallecieron a temprana edad (veintinueve años uno, treinta y tres el otro), dejando tras de sí una obra literaria tan interesante como incompleta. En calidad de cortesanos, su producción aparece profundamente ligada al mundo de las academias áulicas. Los dos ingenios se formaron además en el cariño a los clásicos propio de la Ratio studiorum y su escritura demuestra un conocimiento inusitado sea de las fuentes clásicas, sea de la obra de ese otro clásico moderno llamado Luis de Góngora. Las coincidencias entre ambos autores no acabarían aquí, ya que la mortal igualadora se ocupó de que sus obras corrieran suertes semejantes, pues si algo de incuria puede achacarse al erudito y polémico Pellicer en su labor de disponer para la imprenta los textos de su amigo en 1631, no le iría a la zaga en despistes el albacea literario del otro poeta, novohispano de adopción, cincuenta años más tarde7. En verdad resulta legendario el descuido de un Juan de Vera Tassis y Villarroel, confidente de Salazar, que se permite el lujo de acabar algunas composiciones del escritor difunto (ya poemas, ya textos dramáticos) y en el colmo del aturullamiento publica nada menos que el Orfeo de Juan de Jáuregui mezclado con los versos de su amigo.

  • 8 He tratado de identificar algunos contactos de la obra salazariana con el orbe epigramático y con l (...)

5De las cuestiones apenas señaladas, se puede inferir una necesidad perentoria: los problemas de autoría de los textos poéticos recogidos en la Cythara de Apolo deben revisarse hoy mediante el uso de instrumentos tan útiles y sofisticados como la B.I.P.A., la imprescindible Bibliografía de la Poesía Áurea dirigida por José J. Labrador Herraiz y Ralph di Franco. A lo largo del presente estudio, forzosamente habré de prescindir de los problemas ecdóticos que suscita este volumen y me centraré, en cambio, en la lectura de una breve silva y un centón8.

La continuidad problemática de las Soledades: el relato fragmentado

6 Nos compete ahora abordar una de las piezas de mayor calado culto en la obra poética de Salazar. Respecto al gongorismo del escritor, Juan de Vera y Tassis, en la biografía del poeta que encabeza la edición de Cythara de Apolo, relataba un episodio sorprendente:

  • 9 Cythara de Apolo, «Preliminares», s. f.

En la puericia se dedicó a la profesión de humanas letras, descubriendo al despuntar luces la razón un gallardo y fecundo ingenio, que en la Universidad se descollaba entre todos sus contemporáneos, donde ya amanecían doctos, ardientes furores que le inspiraban las festivas Musas, a quien sin violencia se dedicó, ayudado de una feliz memoria y de la lectura de los poetas griegos, latinos, italianos y españoles. Pues lo comprueba el ver que en aquel sabio Colegio de la Compañía de Jesús, teniendo aun menos de doce años de edad, después de haber recitado las Soledades y el Polifemo de nuestro culto, conceptuoso cordobés, fue comentando los más obscuros lugares, desatando las más intrincadas dudas y respondiendo a los más sutiles argumentos que le proponían los que muchos años se habían ejercitado en su inteligencia y lectura9.

7De ser atendible el relato del amigo, el pequeño Agustín de Salazar dictó de coro en el Colegio de los jesuitas nada menos que las dos obras mayores del cordobés y no satisfecho con ello se detuvo a glosar los pasajes más complicados de las mismas. El cultivo de las artes de la memoria y la atención de todo estudiante de las litterae humaniores para hacerse con un personal codex scerptorius no explican del todo la escena de un niño de once años capaz de semejante portento, aunque aquella época no escatimara ejemplos de niños prodigio como Caramuel Lobkowicz o la propia Juana de Asbaje Ramírez. En ese ámbito de gongorismo vivido se sitúa, pues, la escritura de una pequeña silva de 153 versos que lleva como epígrafe Soledad a imitación de las de don Luis de Góngora (Cythara de Apolo, pp. 34-38):

Del blanco cisne la progenie hermosa

iluminaba el Sol con rayos de oro,

la imagen luminosa

dejando opaca del fingido Toro,

cuando del lecho de nevada espuma,

5

segunda de las ondas Citerea,

de aljófares bañada

si no de cuanta perla coronada

concha parió Eritrea,

se levantó la Aurora.

10

Por cuya luz primera

tanta la saludó turba canora,

música —digo— pluma

de pintada armonía,

cuanta huyó de la nueva luz del día

15

multitud luminosa

de la más tachonada ardiente esfera.

Y muda, pero hermosa,

solemnizó sus rayos cuanta rosa

ya blanca, ya teñida

20

del blando pie de aquella,

sol en los montes y en el cielo estrella,

con mucho desengaño en corta vida

nunca segunda vez su néctar bebe.

Huyendo torpe mueve

25

el hijo de Aqueronte,

émulo de la diosa del Leteo,

las que Ceres le dio confusas alas,

borrando el horizonte

con la nocturna tropa de las aves

30

que imitando, si no excediendo a Palas,

holocaustos negaron a Lieo

infestando los céfiros süaves,

topo en la luz y lince en los horrores,

el número cegó sus resplandores

35

y la nocturna suma

noche segunda fue de negra pluma.

Destrenzó, pues, el Alba la melena,

cuyo sacro rocío

en perla vio cuajado,

40

no en concha nacarada,

en hoja sí, de nácar, congelada,

el tortuoso de Frigia sacro río

o el avariento de cristal undoso,

en quien la cornucopia derramando

45

del domeñado Toro

(que de las siempre celebradas lides

octava fue de Alcides)

en sus márgenes mira más copioso,

pero ¿qué mucho si pensil de Flora

50

le veneró la Aurora?

Pues los jardines de la fruta de oro

de casta, hermosa ninfa, si ya fiera,

dorado estorbo a la veloz carrera

y por cuyo valor se vio afrentada

55

de Júpiter la esposa,

gloria mayor de la purpúrea diosa,

bien que en Troya vengada,

tantos no vieron pálidos Narcisos,

ni en los bosques elisos

60

tanta purpúrea flor regó el Leteo

como pensil sabeo

en sus riberas el Meandro baña,

que coronado de flexible caña

(deidad que fugitiva fue algún día)

65

levantó la cabeza siempre undosa

al sonoro concento, a la armonía

de las aves de Apolo,

que haciendo su ribera sacro nido

con uno y otro acento

70

pretenden en el verde mauseolo

de la grama frondosa

la muerte suavizar con el oído,

si no es que al exhalar la dulce vida

la queja, con las voces divertida,

75

música pareció lo que es lamento.

Tantos, pues, ensordecen su ribera

que la más lince vista mal pudiera

tantas cándidas plumas

apenas distinguir de sus espumas.

80

De sus voces Apolo saludado,

ya el cristalino piélago dejaba,

más encendido cuanto más bañado,

y al espejo del río consultaba

Narciso su hermosura,

85

dorando del cristal la plata pura,

bebiéndoles el néctar a las flores,

retocando con rayos los colores,

que maldistintos bosquejó la Aurora,

si bien opuesto al firmamento ahora,

90

con luces siempre bellas,

cuantas flores pintó, borraba estrellas.

Mas, ¿qué le importa amanecer al día

cuando, despierto el Sol, el sol dormía?

Cíanes digo, que en la orilla umbrosa

95

a las pensiones entregó de humana

su divina hermosura,

donde una hiedra, si lasciva, hermosa,

los brazos de una vid goza profana

y la vid los de un álamo procura.

100

Y enseñando piedad los duros troncos

a los halagos broncos

del lince dios y la lasciva diosa

con recíprocos lazos,

Alcides concedió sus verdes brazos.

105

La débil, aunque amena, resistencia

penetró la violencia

de tantos soberanos resplandores,

pues al dorar las flores

a la deidad, aunque dormida, hermosa,

110

también el Sol la examinó por rosa.

De sus rayos herida,

la ninfa despertó, pero corrida

de los que el Sol la dio dulces enojos

hizo quedar, causándole desmayos,

115

también al Sol herido de sus rayos.

Vengada, pues, la ninfa se levanta

y el margen pisó apenas

del padre cristalino,

dando su pie divino

120

más flores a sus ondas que vio arenas,

cuando detuvo su ligera planta

herido un jabalí, mas veloz tanto

que, aunque bañado de coral inmundo,

susto de Venus pudo ser segundo

125

y segundo terror del Erimanto,

del planeta celoso

o del monstruo temido de Aristeo,

el Hércules procura victorioso

o el vencido otra vez garzón sabeo,

130

pero el cuidado la atajó y el susto

un Adonis robusto,

un Alcides hermoso,

que dando fin al animal cerdoso,

segunda vez en él mancha el acero,

135

hasta que de la Luna el parto fiero,

por una y otra herida,

envuelta en sangre derramó la vida.

Mas, ¡ay!, que de Cupido

el que fue vencedor se ve vencido.

140

Mira el joven la ninfa y abrasado

en los que rayos su beldad fulmina,

segunda vez mirarla determina

sin advertir su riesgo en su cuidado.

¿Quién, pues, oh dios alado,

145

quién, pues, oh rapaz ciego,

puede advertir las armas que previenes?

Si para introducir al alma fuego

de los ojos te vales, ¿qué no tienes?

La ninfa advierte al joven, cariñosa,

150

no menos cuidadosa

y recíprocamente

el mismo efecto de la vista siente.

8Como es sabido, el carácter fragmentario de la mayor obra gongorina despertó entre algunos de sus seguidores el prurito de acometer el trabajo allí donde el maestro lo había abandonado. Desde el siglo xvii hasta nuestros días poetas como Agustín de Salazar y Torres, José de León y Mansilla, Antonio Barbosa Bacelar, Cristóbal del Hoyo, Rafael Alberti o Fernando de Villena han compartido el impulso icáreo de acometer la redacción de una Soledad “nueva”, arrojando tal cadena de “testimonios creativos” de dispar interpretación no poca luz sobre la historia de la lectura de la magna obra inconclusa del genio barroco. Como señalara recientemente el ya citado especialista en la lírica gongorina,

  • 10 Lara Garrido, 2007, p. 140. Para el caso de Barbosa Bacelar y Cristóbal del Hoyo, véase Sánchez Rob (...)

podría escribirse todo un libro acerca de las líneas exegéticas emanadas de las constituciones y reproposiciones de ese poema y que discurren a veces en paralelo y otras con absoluta independencia a las expuestas por los comentaristas. Una de las más frecuentadas explana el inacabado plan cuatripartito de las Soledades concibiéndolo a modo de un ciclo cerrado de mutaciones naturales: el estacional, en las Selvas de todo el año en verso de Matías Ginovés y de las Soledades de Fonseca Soares, o el de su artificiosa proyección temporal en el burlesco Teatro de la vida humana desde que amanece hasta que anochece, por las cuatro estaciones del día, de Salazar y Torres […]10.

  • 11 Para el tema cinegético en Góngora, puede leerse ahora el amplio estudio de Bonilla, 2007. La conti (...)

9Obviamente, no se pretende ofrecer aquí el avance de un primer capítulo para esa deseable monografía en torno a las continuaciones de las Soledades; el propósito más limitado que nos mueve no es otro que dilucidar los puntos de convergencia y distanciamiento apreciables entre el texto salazariano y su incomparable dechado. Para llevar a cabo dicho cometido, quizá sea oportuno comenzar el análisis con el examen de la inuentio de esta Soledad tardosecentista. En verdad, el contenido del inconcluso poema se puede resumir fácilmente, ya que se trata de la descripción de un amanecer campestre en el que tiene lugar una apresurada escena venatoria. Se desarrolla durante el radiante crepúsculo matutino el relato de un animado cuadro de montería en el que un jabalí herido arremete contra una muchacha y ésta es salvada por la oportuna irrupción en escena del joven cazador que acosaba a aquella fiera sanguinaria11. Del fortuito encuentro entre ambos personajes nace un amor que quedará en suspenso por la interrupción abrupta del relato. A nuestro juicio, el fragmentario texto podría estructurarse en seis pequeños cuadros o retablos:

I- vv. 1-37 Cronografía I (amanecer de un día del mes de mayo: primer crepúsculo, salida de la Aurora);
II- vv. 38-80 Topografía fluvial;
III- vv. 81-94 Cronografía II (eclosión de la luz: salida del Sol);
IV- vv. 95-116 Presentación de Cíane dormida, despertar de la bella;
V- vv. 117-138 Escena de montería, sobresalto de la protagonista, muerte del jabalí;
VI- vv. 139-153 Encuentro de miradas y enamoramiento de los jóvenes.

  • 12 Anotaciones de Pedro Díaz de Rivas a la Primera Soledad, ms. B.N.M. 3906, f. 183r.
  • 13 Pellicer de Salas y Tovar, Lecciones solemnes, col. 523.

10El estatismo que dimana de esta primera presentación esquemática del argumento nos deja adivinar el tono eminentemente descriptivo de la Soledad salazariana, de esa Soledad que se ubica sobre el telón de fondo del trunco cuaternion que proyectara el primado de la lírica culta. De hecho, si resulta cierto que a los once años el pequeño Salazar y Torres ya recitaba de memoria las Soledades y que entre sus maestros de la Ratio Studiorum se había convertido en escoliasta de los pasajes más oscuros, hemos de suponer que a éste no le resultaran ajenas las teorías de Pedro Díaz de Rivas, que organizaba el ciclo en cuatro composiciones que habían de corresponder con la Soledad de los campos, la Soledad de las riberas, la Soledad de las selvas y la Soledad del yermo12. En cambio, para el polémico Pellicer, el proyecto inconcluso de las cuatro Soledades remitiría a la intención de «describir las cuatro Edades del hombre» y así la Soledad tercera pintaría «la virilidad, con monterías, cazas, prudencia y oeconómica»13. Al disponer la materia salazariana sobre dicho bastidor, parecen cumplirse en parte ambos designios, ya que su nueva Soledad parece corresponderse con el modelo de apertura propio de una auténtica Soledad de las selvas (Díaz de Rivas) al tiempo que dispone sobre el relato una escena de «monterías» y «cazas» (Pellicer).

  • 14 Sobre “el género de las Soledades y las descripciones cronográficas” remito a la aportación capital (...)
  • 15 En su ed. de las Soledades, p. 482 (nota al v. 445).
  • 16 Ibid., «Introducción», p. 114.

11Al igual que sucede con el dúplice dechado gongorino, la Soledad nueva se abre con una cronografía (que marca el paso del signo de Tauro al de Géminis o, lo que es lo mismo, del mes de abril al de mayo) y una topografía, pues parece describir un paraje boscoso cercano a un río14. El poema comienza, además, con una escena de montería y revela el nombre de una beldad femenina (Cíane) que, bajo su forma helénica (el nombre remite en el mito antiguo al de la ninfa de una fuente siciliana), coincide con los antropónimos de las hijas del pescador de la Soledad segunda (Éfire, Filódoces, Leucipe, Cloris). Precisamente, al anotar el verso donde se nombra a Éfire, Robert Jammes indica: «adviértase que hasta este pasaje Góngora no había dado nombre a ningún personaje de las Soledades: primer indicio de una evolución del poema hacia una forma más abiertamente narrativa»15. El mismo estudioso avisaba asimismo acerca de cómo en las Soledades se da «la paradoja que supone la elección de un estilo muy alejado de la forma narrativa habitual para escribir un poema de trama marcadamente novelesca», lo que obligaría al poeta «a suprimir conjunciones y adverbios temporales —no todos, pero sí la mayor parte— y a adoptar al mismo tiempo un sistema de conjugación bastante diferente del que exigiría una narración cronológicamente estructurada»16 (por ejemplo, en el plano verbal, la contigüidad de presentes narrativos y presentes descriptivos que, sumados al pretérito perfecto simple, embrollarían a los lectores más cándidos). Algo muy semejante se verifica en los versos de Salazar, aunque lo que me interesaría subrayar ahora es precisamente la apuesta del ingenio novohispano por la apertura a lo narrativo sin renunciar a la morosa descripción de la naturaleza en un estilo sublime teñido de lirismo. A este propósito conviene recordar, en palabras de Carreira, que

  • 17 Carreira, 2008, p. 145.

Góngora escandalizó […] porque dedica al paisaje y a la vida rústica todas las galas entonces reservadas para los temas sublimes. Eso era una revolución, no sólo formal: Góngora pinta con sus mejores colores un modo de vida, un ambiente idílico, cuya superioridad moral presenta como dechado17.

  • 18 Es obligado remitir aquí al estudio de Ly, 1995.

12Desde un punto de vista “paisajístico”, adquiere singular relevancia en esta Soledad nueva la presencia contrastada de dos especies de aves bien caracterizadas en la singular république ailée elaborada por Góngora en su poema más ambicioso18. Salazar y Torres elabora aquí, a la manera de grandes manchas de color, la doble oposición negrura/albor o noche/día mediante un fuerte claroscuro de aves simbólicas: la «nocturna tropa» de los murciélagos (vv. 30-37) se sitúa así frente a la armoniosa bandada de cisnes (vv. 67-81). Los primeros rayos de luz ponen en fuga a las tenebrosas aves de mal augurio, a las que sirve de heraldo el «torpe» vuelo de Ascálafo, el búho (vv. 25-28), agorero animal que precede al copioso revoloteo de las Minieides, los murciélagos. Así pues, la imagen de un escenario nocturno que va deshaciéndose con las primeras luces se asocia míticamente a la presencia de seres relacionados con el mundo infernal (como el infame delator de Proserpina, hijo de Aqueronte y Orfne, cuya historia recoge Ovidio en Metamorfosis, V, vv. 533-550) y al castigo de las doncellas sacrílegas que rehusaron conferir los honores propios de una divinidad a Baco (de acuerdo con el relato del sulmonense en Metamorfosis, IV, vv. 31-54 y 389-415) según el molde estilístico instituido por Góngora en ambas Soledades. Lo ominoso y confuso de la «nocturna suma» se opone así a lo numinoso y armónico de «las aves de Apolo» que cantan en la ribera para saludar al Sol. Quizá convenga, por otro lado, subrayar que la suma plasticidad de ambos pasajes se ve acentuada desde el mero plano léxico con una cadena de vocablos relacionados con el arte del dibujo y de la pintura: «borrando el horizonte» (v. 29), «retocando con rayos los colores» (v. 88), «bosquejó la Aurora» (v. 89), «cuantas flores pintó, borraba estrellas» (v. 92).

  • 19 Pueden espigarse varias muestras de la abigarrada tipología establecida por Dámaso Alonso: A si no (...)
  • 20 Mediante dicha figura el autor vuelve sobre una expresión apenas formulada para rectificarla de alg (...)
  • 21 Con el fin de apuntar algunos ejemplos significativos, designa a los murciélagos aludiendo a la his (...)
  • 22 Analizaba en el amplio marco del código barroco europeo las variaciones sobre la metáfora violons a (...)

13El acercamiento más superficial a esta composición inconclusa permite identificar la elocutio refinada y culta que la preside. Una auténtica batería de estilemas gongorinos lleva al lector hasta pasajes muy concretos de la obra del maestro: desde la imagen zodiacal de la apertura, pasando por las fórmulas adversativo-aditivas19 y el doble recurso a la epanortosis20, hasta la sobreabundante perífrasis mitológica21, todo en esta Soledad nueva respira aromas gongorinos. En ocasiones el lector asiste casi a la presentación de un ejemplo de versus cum auctoritate, hecha la salvedad de ciertos leves retoques introducidos sobre el endecasílabo original: «dorado estorbo a la veloz carrera» (v. 54), «dorado pomo a su veloz carrera» (Polifemo, v. 132). Otras veces, la elaboración de una imagen concita el recuerdo múltiple de varias troquelaciones gongorinas, como puede ser el caso del trino de las aves («tanta la saludó turba canora, / música —digo— pluma / de pintada armonía»), breve pasaje donde asistimos a una auténtica conmixtión de recuerdos de la Soledad primera y la segunda: «de aves se caló turba canora» (I, 133); «esquilas dulces de sonora pluma» (I, 177), «pintadas aves, cítaras de pluma» (I, 556), «la dulce de las aves armonía» (I, 706), «órganos de pluma / (aves digo de Leda)» (II, 523-524)22.

  • 23 Jammes, 1991, pp. 228-230.

14En los márgenes de ese empleo de la subyugante cornucopia verbal del genio barroco, ni siquiera el artificio que despertó un asombro reticente en Bartolomé Jiménez Patón, la hipálage, deja de aparecer en el poema salazariano (vv. 132-133: «un Adonis robusto, / un Alcides hermoso»), en tanto presumible emulación de otro famoso intercambio de calificativos presente en el Panegírico al duque de Lerma («Hipólito galán, Adonis casto», v. 72)23. Mas no todo son galas en el poema: de hecho la reiteración de elementos trillados fue la trampa en que más fácilmente cayó el joven poeta. Así ocurre, por ejemplo, con la imagen del lince, repetida en el corto lapso de setenta versos hasta tres ocasiones («topo en la luz y lince en los horrores», v. 34; «que la más lince vista mal pudiera», v. 78; «del lince dios y la lasciva diosa», v. 103).

  • 24 Se refiere a la pujanza descriptiva de Salazar y Torres de manera algo apresurada Woods, 1978, p. 7 (...)
  • 25 «Suprema habilidad, Góngora ha desterrado cualquier elemento dramático: la escena es muda desde el (...)
  • 26 Sobre la concepción “visual” y “táctil” del erotismo gongorino, puede verse ahora Díez Fernández, 2 (...)

15Por último, se observará que frente a los noventa y cuatro versos iniciales, de signo eminentemente descriptivo24, el avance de la diégesis a lo largo de los siguientes sesenta hace pensar no tanto en las Soledades como en el mudo ballet (en términos de Jammes25) que Góngora desarrollara en su incomparable epilio (en concreto nos referimos a la escena central del encuentro silente entre Galatea dormida y Acis, que llega al paraje tras una partida de caza). De dicha fábula siciliana procede, en Salazar, la imagen de la bella como Sol dormido («Mas, ¿qué le importa amanecer al día / cuando —despierto el Sol— el sol dormía?», vv. 93-94), reescritura de los ojos-soles de la durmiente nereida («al sueño da sus ojos la armonía, / por no abrasar con tres soles al día», Polifemo, vv. 183-184) o el desarrollo análogo de los efectos de una dama sol que hace germinar las flores en el prado con el simple contacto de su pie (Polifemo,vv. 118-121 y octava XXIII). Con todo, puede sospecharse en el pasaje la presencia de un rico ejercicio de contaminación de modelos, ya que poco antes, entre los versos 112 y 116, Salazar y Torres parece calcar un pequeño giro conceptual procedente de los tercetos del soneto juvenil de Góngora que principia «Ya besando unas manos cristalinas» (1582)26. La edición Vicuña anotaba en el epígrafe de esta composición gongorina: «Al Sol, porque salió estando con una dama y le fue forzoso dejarla». Como es sabido, los endecasílabos del racionero no describen la realidad de un encuentro amoroso interrumpido, sino el final abrupto de un sueño gozoso. Quizá la sutil imitación del ingenio novohispano venga a probar que ya en el siglo xvii también se leía la pieza como el despertar de una ensoñación placentera interrumpida:

Silva de Salazar (vv. 112-116)

De sus rayos herida,

la ninfa despertó, pero, corrida

de los que el Sol la dio dulces enojos,

hizo quedar, causándole desmayos,

también al Sol herido de sus rayos.

Soneto de Góngora (vv. 9-14)

Estaba, oh claro Sol invidïoso,

cuando tu luz hiriéndome los ojos,

mató mi gloria y acabó mi suerte.

Si el cielo ya no es menos poderoso,

porque no den los tuyos más enojos,

rayos, como a tu hijo, te den muerte.

  • 27 Al acometer en su obra magna la redacción de un pasaje configurado como sarta de falsas disociacion (...)

16Las concomitancias entre ambos pasajes son tantas y de tal calibre que resulta casi inverosímil pensar que se deban a una coincidencia fortuita. Contemplándolas detenidamente podemos destacar cómo: 1) en los tercetos la «luz» se presenta «hiriendo los ojos», de modo semejante a como Cíane es «herida» de los «rayos solares»; 2) el final abrupto del sueño queda acotado verbalmente en ambos pasajes con el uso del pretérito perfecto simple («despertó»/«acabó»); 3) la falsa disociación que permite sospechar la presencia de un chiste escondido —«dar [la luz] en ojos» implica también «dar enojos»— sirve como preámbulo al “ajuste de cuentas” final (el Sol dio a Cíane «dulces enojos», como al varón durmiente dieron los rayos «más enojos»)27; 4) ambas escenas se cierran con una afirmación vindicativa, si quien a hierro mata a hierro muere (el Sol al herir con su luz a Cíane también quedó «herido de sus rayos» amorosos; el locutor poético del soneto clama venganza a Júpiter para que acabe con su «rayo» la mala jugada de los rayos solares): la deidad celeste también recibirá un justo castigo por su intromisión.

17 En suma, la primera cala que aquí se ofrece sobre la Soledad interrumpida de Agustín de Salazar y Torres permite otear los mecanismos propios de la imitatio multiplex que el culto poeta emplea en una fértil combinatoria de recuerdos gongorinos. Estudios sucesivos habrán de calibrar aún el alcance y la significación de este interesante poema como otro jalón más de las continuaciones de las Soledades que vertebran cuatro centurias de reescrituras gongorinas.

Una taracea de fragmentos gongorinos: la técnica del centón

  • 28 Una definición algo reductiva de esta práctica identifica el centón como «obra literaria producida (...)
  • 29 Green, 1995, p. 554.
  • 30 Puede verse una reciente contribución sobre la materia en Usher, 1997.

18El segundo poema de la Cythara de Apolo que vamos a examinar remite a un discutido linaje de escritura practicado durante siglos: el centón28. La práctica de componer un poema de argumento más o menos original con versos extraídos de la obra de grandes autores se practicó en época antigua tomando como referentes a los fundadores de la tradición clásica occidental: Homero, para la literatura griega, Virgilio, para la poesía latina. A medio camino entre la práctica escolar y el divertimento áulico, el cultivo de esa escritura menor conocida como Centones se definía «essentially [as] a frivolous genre»29. De manera semejante a la practicada por los letrados helenísticos con las epopeyas homéricas30, en el entorno latino la obra de Virgilio serviría posteriormente como base para un juego algo burlón que consistía en ir cortando hexámetros de distintos cantos para ensamblarlos a modo de collage en un poema que podía convertirse ya en homenaje, ya en parodia… Las clases más altas del bajo Imperio mostraron su inclinación a este tipo de práctica escrituraria; de hecho, se conserva el texto de un Centón homérico compuesto nada menos que por la emperatriz Eudoxia y tenemos noticia (el propio Ausonio lo testimonia) de un Centón virgiliano debido a la invención del emperador Valentiniano. Así pues,

  • 31 Son palabras de Luca Mondin en su introducción a Ausonio: Epistole,Venezia, Il Cardo, 1995, p. xix.

Il quadro che Ausonio ci lascia intravedere degli interessi della corte è quello di una pura curiosità amatoriale per la poesia come intrattenimento e di esercizio mentale. Dai tempi in cui Costantino aveva manifestato il suo gradimento per i carmina figurata di Optaziano Porfirio, i gusti delle somme gerarchie non sembrano mutati. Valentiniano si dedica al passatempo del centone virgiliano su soggetti lascivi, e si diverte, forse anche per porlo a disagio, a lanciare una sfida al precettore di suo figlio. Il Cento nuptialis [sarebbe il] risultato della scherzosa tenzone31.

  • 32 Cabe recordar ahora la existencia de otro centón de tema nupcial, el titulado Epithalamium Fridi, d (...)

19Sin duda, el ejemplo más conspicuo de este género no es otro que el Centón nupcial compuesto por Ausonio. En una sintética presentación, el Cento nuptialis es una composición formada por un centenar amplio de hexámetros organizados en ocho secciones interrumpidas por una digresión (I Praefatio, II Cena nuptialis, III Descriptio egredientis sponsae, IV Descriptio egredientis sponsi, V Oblatio munerum, VI Epithalamium utrique, VII Ingressus in cubiculum [Parecbasis], VIII Imminutio). Mezclando hemistiquios cortados de las Bucólicas, de las Geórgicas y de la Eneida, Ausonio presentaba la descripción de unos esponsales romanos que culminan con la pintura detallada del ardiente encuentro sensual entre una pareja de recién casados32.

  • 33 Calitti, 1987 y Parra, 1999.
  • 34 Curtius, 1989, p. 648.
  • 35 Vidal, 1973, p. 55.

20 Frente a ese cultivo “picante” de una modalidad del centón que podríamos denominar erótico-paródica (instituida por Ausonio y perpetuada durante el Renacimiento por autores neolatinos de la talla de un Lelio Capilupi)33, existe otro tipo de lusus que gozó asimismo desde la Antigüedad tardía de no poca fortuna: se trata de la modalidad sacra, propia del ámbito moral y didáctico del cristianismo. De ese modo, en una data tan temprana como el siglo iv d.C. puede ya fecharse el conocido Cento Vergilianus Probae, que tiene como elevado argumento nada menos que varios episodios bíblicos y cuya moralidad quiso rotular la propia poetisa Petronia Proba con un subtítulo definitivo: Maro mutatus in melius. De idéntico tenor religioso puede hablarse respecto a otros centones que tienen por materia De Verbi incarnatione (atribuido sin fundamento a Sedulio) y De ecclesia (erróneamente atribuido a Mavortio), así como el Tityrus o Versus ad gratiam Domini, cuya dudosa autoría suele atribuirse a Pomponio y que conforma una de las primeras muestras de la denominada égloga religiosa34. Habitualmente se ha considerado que los centones de temática cristiana responden a una «finalidad práctica de tipo pedagógico y mnemotécnico», ya que «uniendo la ventaja de la forma virgiliana al fondo de la doctrina cristiana, esta última [queda] más fácilmente impresa en la memoria del lector»35.

  • 36 Erspamer, 1987.
  • 37 Infantes, 1990, p. 117.

21 La transmisión de las prácticas centonarias en griego y latín a las distintas lenguas vernáculas tenía lugar en la Italia del Quinientos, donde diversos ingenios se consagraban a la elaboración de nuevos poemas mediante la combinación caprichosa de versos de Petrarca36. El inuentor del género en toscano suele considerarse el monje franciscano Girolamo Malipiero, autor de un temprano Petrarca spirituale (1536). A zaga de su magisterio, Giulio Bidelli (Centoni del Petrarca, 1544; Dugento stanze con dui capitoli tutte de versi del Petrarca, 1551) y otros ingenios anónimos (como los autores de los centoni Nelle lodi della Vergine o In dispregio delle cose terrene, publicados entre las Rime spirituali di diversi autori, 1576) perpetuaban la tradición escolar del centón romance. El ejemplo no tardaría en cundir por otras naciones europeas y ya en el siglo xvii resulta posible identificar los primeros hitos de este linaje menor de escritura en castellano. De hecho, olvidado pronto el cultivo salaz del Cento latino y humanístico, por predios hispánicos se aclimató con relativo éxito la modalidad sacra. En nuestras letras, tal vez la primera muestra sea la de un curioso centón hecho con versos del cantor de Elisa debido al ingenio de Andosilla Larramendi: Christo Nuestro Señor en la cruz, hallado en los versos del príncipe de nuestros poetas, Garcilaso de la Vega, sacados de diferentes partes y unidos con ley de centones (Madrid, Viuda de L. Sánchez, 1628). La crítica ha identificado cómo el escritor navarro, «apoyado en la función moral del artificio», obraba allí «haciendo confluir los contrafacta con las normas del centón, sobreponiendo la piedad a la técnica, la religión con el poema»37.

  • 38 El profesor Antonio Cruz Casado me ha permitido consultar antes de su publicación el texto de la co (...)
  • 39 Debo el dato a la generosidad y erudición del profesor Antonio Carreira, que me proporciona la sigu (...)
  • 40 La guirnalda de sonetos funerales puede leerse en Infantes, 1990, pp. 118-22. El contexto general d (...)

22 En nítido contraste con el escaso rendimiento funcional de la poesía garcilasiana como material de construcción de centones, le cupo el dudoso honor de proporcionar una inagotable cantera para estos collages poéticos al conjunto de la lírica de Luis de Góngora. Al parecer, la práctica centonaria le resultó sumamente grata al conocido autor de las Epístolas satisfactorias (1635), don Martín de Angulo y Pulgar, que publicaría en la capital hispalense un curioso librito de cincuenta y cinco páginas bajo el título de Égloga fúnebre a don Luis de Góngora (Sevilla, Simón Fajardo, 1638)38. Seis años más tarde, salía de las prensas madrileñas el segundo escrito de Angulo elaborado conforme a dicha técnica: los Epitafios, oda-centón anagrama para las exequias a la Serenísima Reina de las Españas doña Isabel de Borbón, en la ciudad de Loja el 22 de noviembre año de 1644. El solemne carácter funeral que revisten sendos elogios permite adscribir los textos de Angulo y Pulgar a la modalidad sacra a la que antes se aludía. Varias décadas más tarde, otro mal conocido ingenio, Francisco de Ayerra Santamaría, presentaba asimismo en un certamen celebrado en 1682 una Canción compuesta de centones de don Luis de Góngora39. Durante las postrimerías del siglo, en 1697, un anónimo poeta luso mantenía vivo el curioso ejercicio de homenaje gongorino componiendo cuatro sonetos mediante el ensamblaje de versos del genial racionero, con ocasión de las exequias funerales del predicador Antonio Vieira40.

  • 41 Cythara de Apolo, pp. 259-262. En el margen derecho del poema de Salazar, se dan entre corchetes la (...)

23Así pues, en el marco de tan raros patchwork poéticos se sitúa el texto con que Salazar abre la sección de las Poesías sacras que escribió a varios asuntos. Se trata de un centón gongorino de extensión media (noventa y tres versos) y prolijo título: Describe la visión del capítulo doce del Apocalipsis, con solos versos mayores de don Luis de Góngora, siguiendo el método de sus Soledades. Fue asunto de un certamen de la Purísima Concepción de Nuestra Señora. Centón41:

  • 42 1614, soneto Inscripción para el sepulcro de Domínico Greco («Esta en forma elegante, oh peregrino» (...)
  • 43 1616, octavas Al favor que San Ildefonso recibió de Nuestra Señora, 16.
  • 44 1607, soneto «Al sol peinaba Clori sus cabellos».
  • 45 Soneto: «Mas luego que ciñó sus sienes bellas / de los varios despojos de su falda».
  • 46 «Claveles del abril, rubíes tempranos» + «En lo viril desata de su vulto / lo más dulce el Amor de (...)
  • 47 6-7: «(mientras en ti se mira) Amor retrata / de su rostro la nieve y la escarlata» .
  • 48 Comedia venatoria, 4: «aquel dios soy del coro soberano».
  • 49 En la muerte de doña Luisa de Cardona, monja en Santa Fe de Toledo.
  • 50 A don Luis Gaytán de Ayala, señor de Villafranca de Gaytán, 3: «el loco fin, de cuyo vuelo osado».
  • 51 A la pasión de los celos.
  • 52 «Ella, pues, sierpe, y sierpe al fin pisada»
  • 53 Al conde de Lemus, habiendo venido nueva de que era muerto en Nápoles, 54: «de ave nocturna o pájar (...)
  • 54 Altera el verso 13: «que comes de ti mesmo y no te acabas».
  • 55 Se trata de un epitafio redactado en 1615, que principia “Tres vïolas del cielo”.
  • 56 1604 Al puerto de Guadarrama, pasando por él los condes de Lemus. Altera el v. 9: «tu cerviz pisa d (...)
  • 57 Cambio de orden en los verbos: «donde el Sol nace o donde muere el día».
  • 58 Égloga piscatoria en la muerte del duque de Medina Sidonia,
  • 59 1624, octavas De San Francisco de Borja, para el certamen poético de las fiestas de su beatificació (...)

Si arrebatado merecí algún día [1617, Panegírico 1-2]

tu dictamen, Euterpe, soberano,

solicitando en vano [Sol. II 148-149]

las alas sepultar de mi osadía,

5

audaz mi pensamiento [Sol. II 137]

su canoro dará dulce instrumento [Dedicatoria Sol. 36 ]

son de la ninfa un tiempo, ahora caña, [«rebelde ninfa (humilde ahora caña)», Sol. II 831]

si ya la erudición no nos engaña: [«no es sordo el mar (la erudición engaña)», Sol. II 172]

émula de las trompas su armonía, [Panegírico 5-6]

10

el séptimo Trión, de nieves cano,

el rico de ruïnas Océano [1588, canción De la armada que fue a Inglaterra 30]

la adusta Libia sorda, aun más lo sienta, [Panegírico 7-8]

que los áspides fríos que alimenta.

Adonde luz de lumbre misteriosa*

15

campos ilustra del Olimpo ardiente, [«el campo ilustra de ese mármol grave»42]

viste el aire la púrpura del día [«viste al aire la púrpura del día»43]

al Sol sus arreboles,

Virgen tan bella que hacer podía [sic] [Sol. I 783-784]

tórrida la Noruega con dos soles,

20

divinos ojos que en su dulce Oriente [1607, A doña Brianda de la Cerda 9-1044]

dan luz al mundo, quitan luz al cielo,

hoy a sus rayos corre Amor el velo,*

matutinos del Sol rayos vestida. [Sol. I 949]

Ciñó sus sienes bellas [1582, «Al tramontar del sol la ninfa mía» 9-1045]

25

de antárticas estrellas; [Sol. I 429]

juraré que lució más su guirnalda, [«Al tramontar del sol la ninfa mía» 12-11-14]

término puesto al oro y a la nieve

que la que ilustra el cielo en luces nueve.

Purpúreo son trofeo [Sol. I 791-790]

30

de sus mejillas siempre vergonzosas,

bordadura de perlas sobre grana, [1582, soneto «Cual parece al romper de la mañana» 4-1-2]

como suele al romper de la mañana

aljófar blanco sobre blancas rosas,

claveles del Abril Amor desata [Sol. I 786 + Polifemo 285-28646]

35

de su rostro, la nieve y escarlata, [1582, soneto «Oh claro honor del líquido elemento» 747]

alto de Amor dulcísimo decoro*,

gloria mayor del soberano coro,48

de pura honestidad templo sagrado, [1582, soneto «De pura honestidad templo sagrado» 1-4]

cuyo bello cimiento y gentil muro

40

de blando nácar y alabastro duro

fue por divina mano fabricado;

sus espaldas rayando el sutil oro, [Sol. I 886]

beldad parlera, gracia muda ostenta, [Sol. I 726-728]

cual del rizado verde botón, donde

45

abrevia su hermosura Virgen Rosa,

padre de la que en sí bella se esconde, [Sol. I 724]

digna la juzga Esposa. [Sol. I, 732]

En hombros, pues, querúbicos, María*,

deidad resplandeciente, [1594 Heptasílabos «Moriste, ninfa bella» 5449]

50

levanta aquel León fiero [De la armada que fue a Inglaterra 80-81]

del tribu de Judá, que honró el madero.

Donde al pie de la Virgen una a una *

hueste alada son cercos de la Luna, *

cuyos altos no le era concedido [Al favor que San Ildefonso… 51-52]

55

al serafín pisar más levantado,

envidioso aun antes que vencido,*

en bordadura pretendió tan bella [Al favor que San Ildefonso… 55-56]

poco rubí ser más que mucha estrella

y cuando no admirado, [«Moriste, ninfa bella» 79]

60

se esconde cual serpiente [ibidem 4]

en roja sangre y en ponzoña fría,*

pisando la dudosa luz del día. [Polifemo 72 ]

Tarde batiste la envidiosa pluma, [1600, canción «¡Qué de invidiosos montes levantados» 28]

de cuyo vuelo osado [1584, soneto «No enfrene tu gallardo pensamiento»50]

65

observarán su desvanecimiento [Sol. II 142-143]

los anales diáfanos del viento.

¡Oh ponzoñosa víbora escondida [1582, soneto «¡Oh niebla del estado más sereno» 3-451]

de verde prado en oloroso seno,

esfinge bachillera [Sol. I 114]

70

y sierpe, al fin, pisada! [Sol. II 32052]

¡Oh pájaro de Averno, [1614, «Moriste en plumas no, en prudencia cano» 5453]

mayor debes de ser que el mismo Infierno! [«¡Oh niebla del estado…» 14-13-1054]

Pues comes de ti mismo y no te acabas,

vuélvete al lugar triste donde estabas.

75

El rojo paso de la blanca Aurora [1582, soneto «Raya, dorado sol, orna y colora» 4]

de un Alba que crepúsculos ignora, [En la muerte de tres hijas del duque de Feria, 655]

tu cerviz pisa dura, [1604, soneto «Montaña inaccesible, opuesta en vano» 9-1156]

yugo te pone de cristal, calzada

coturnos de oro el pie, armiños vestida.

80

Venza a la blanca nieve su blancura: [1583, soneto «Ilustre y hermosísima María» 13]

¡oh Virgen siempre, oh siempre glorïosa! [Al favor que San Ildefonso… 65]

Donde el sol muere o donde nace el día, [Sol. II 15057]

ilustre y hermosísima María, [«Ilustre y hermosísima María» 1]

templo, de quien el Sol aun no es estrella, [1615, Égloga piscatoria… 3258]

85

aun a pesar de las tinieblas bella, [Sol. I 71-72]

aun a pesar de las estrellas clara,

hoy de Moisés la vara [«Sierpe se hace aun de Moisén la vara»59]

los márgenes matiza de las fuentes, [Sol. I 618]

serafines volantes y obedientes *

90

en quien la Virgen estampó sus huellas,*

llegad al cielo vuestras sacras frentes, *

que eternizadas en sus luces bellas *

estampas usurpáis a las estrellas.*

  • 60 Biblia Vulgata, p. 1188.

24El presente texto religioso de naturaleza académica, concebido (como recoge la propia rúbrica) para tomar parte en un certamen literario, se articula en tres amplios apartados a los que precede un pequeño preámbulo (Invocación a la musa Euterpe, ponderación de la pujanza del canto, vv. 1-13); I Exaltación de la radiante belleza de María, esposa de Dios y madre del Mesías (vv. 14-51); II Execración de Satanás: envidia y rebeldía del ángel caído (vv. 52-74); III Triunfo de la Virgen (vv. 75-93). Quizá sea lícito sospechar que la mentada tripartición del poema pudo originarse en la composición triádica del pasaje neotestamentario que sirve de trasfondo al sacro argumento, dado que la duodécima escena del Apocalipsis de San Juan se estructura en tres partes rotuladas como I Mulier et draco, II Praelium magnum in caelo, III Draco mulierem persequitur60.

25 Una vez excluidos del cómputo los trece versos originales de Salazar y Torres, los 80 endecasílabos y heptasílabos restantes pueden examinarse bajo la óptica del factor de preferencia que presenta cada una de las obras gongorinas de origen. Como era esperable, las Soledades proporcionan un tercio de los versos extraídos de las obras del maestro (27/80), que se reparten de la siguiente manera: un único verso procedente de la Dedicatoria al duque de Béjar, dieciocho de la Soledad primera, ocho de la Soledad segunda. La segunda de las consideradas obras mayores arroja un rendimiento funcional considerablemente más bajo, toda vez que el ingenio novohispano engasta solamente dos versos del Polifemo. Sorprenden, en cambio, por su alta frecuencia de uso los fragmentos tomados del Panegírico al duque de Lerma (6 de 80) y de las octavas Al favor que San Ildefonso recibió de Nuestra Señora (igualmente, 6 de 80). Acaso resulte igualmente llamativa la procedencia de otra gavilla de versos, ya que se inscriben los tales en el marco amplio del ciclo de sonetos amorosos de juventud redactados por Luis de Góngora en 1582.

  • 61 Sirvan como contraste los textos aducidos por Pozzi, 1993, pp. 145-184.
  • 62 Se refiere a ello nuevamente el padre Pozzi en otro asedio modélico «Rose e gigli per Maria. Un’ant (...)

26 Quizá habría que destacar en el apartado II la asimilación del fragmento a cierto canon disgregado de la descriptio puellae, toda vez que la presentación de elementos (ojos-sienes-mejillas-cabellos) no responde al habitual esquema de orden descendente61. Quizá en ese mismo entorno conceptual de la via pulchritudinis, Salazar y Torres (cuya profunda vocación humanística había sido alentada en el Studium de la Compañía de Jesús) en realidad estuviera reelaborando mediante una taracea de teselas gongorinas la línea genérica de la «salutatio membrorum della beata vergine», que tan exitosa difusión había tenido durante los siglos xv y xvi62. A ese respecto, la exaltación de la hermosura de María se verifica en el Centón gongorino mediante un complejo trenzado de fragmentos provenientes de sonetos amorosos destinados a ensalzar al modo petrarquista la belleza de la amada y del celebérrimo retrato de la novia aldeana de la Soledad Primera (baste observar los versos 38-48). Mas el auténtico ejercicio de virtuosismo que practica el avezado seguidor de la Ratio Studiorum en su arriesgada y juguetona apuesta estética no consiste tanto en la destreza que ostenta al recomponer este mosaico mariano con tan abigarradas teselas gongorinas, sino en la dificilísima práctica de la traducción de varios pasajes del Apocalipsis mediante la utilización de materiales poéticos preexistentes. Baste como prueba un ejemplo: el sintagma descriptivo «Mulier amicta sole et luna sub pedibus eius, et in capite eius corona stellarum duodecim» (Apocalypsis, 12, 1) tiene su equivalente en la reconstrucción «Virgen […] que […] matutinos del Sol rayos vestida […] ciñó sus sienes bellas de antárticas estrellas [y] al pie [figuran los] cercos de la luna».

27 No es tarea nuestra acometer aquí una disquisición bizantina acerca de la posible esterilidad creativa que subyace a la práctica centonaria, ni tampoco ponderar la extremada ejecución por parte del literato en una práctica tan erudita como complicada. Conviene, sin embargo, recordar que este tipo de ejercitación lúdica motivada por ciertos usos cortesanos y académicos sólo resultaba posible mediante un portentoso cultivo de las artes de la memoria y una acendrada pasión por la poesía del genio andaluz. Además, la presencia reiterada de los centones gongorinos a lo largo de todo el siglo xvii permitiría, en cierto modo, tomarle el pulso a la estimativa del oscuro poeta a lo largo de la centuria, ya que indirectamente este tipo de poesía musivaria sitúa a Góngora dentro de la lírica española a la misma altura que Homero en la literatura griega, Virgilio para la poesía latina o Petrarca en las letras italianas.

De oros autumnales: a modo de conclusión

  • 63 Menéndez Pelayo, 1953, t. I, p. 185.

28A lo largo de las páginas precedentes, las apresuradas calas en torno a una silva descriptiva y un curioso centón nos han permitido apreciar la detenida lección gongorina presente en la poesía salazariana. El juicio que emana de esta primera lectura viene a coincidir (creo) con el reconocimiento que el mayor de nuestros polígrafos decimonónicos dedicaba a unas poesías «escritas con agudo ingenio y rica vena»63. Circunscribir los textos de Agustín de Salazar y Torres a los parámetros reductores de un mero epígono de Calderón en lo dramático y de Góngora en lo poético empobrece sobremanera la visión del crítico y limita no poco la aproximación al objeto de estudio. Quizá la ambivalencia y el calibre de este ingenio barroco pueda condensarse en un elogioso párrafo de Octavio Paz:

  • 64 Paz, 1990, p. 81.

Salazar y Torres nació en España, vino a México a los tres años, dejó Nueva España cuando aún no cumplía los veinte y murió en España a los treinta y tres. ¿Español o mexicano? Más bien: español y mexicano. Fue poeta lírico y autor dramático. Se distinguió por sus invenciones métricas, Calderón lo elogió y Sor Juana lo imitó más de una vez. Su obra es un abanico de influencias; se mueve sobre todo entre Góngora y Calderón, pero estas poderosas personalidades no lo aplastan. Es un poeta exquisito, en el que a la musicalidad del verso se alía la sensualidad de la escritura64.

29En efecto, poesía sensual y melódica, culta y desenfadada, áulica y amorosa… la creación lírica de Agustín de Salazar y Torres, que encierra los cálidos oros y las savias pujantes del otoño secentista, aguarda todavía el necesario rescate editorial y crítico que, finalmente, permitirá ubicar su figura en un lugar destacado del Parnaso español y novohispano.

Inicio de página

Bibliografía

Alberti, Rafael, Soledad tercera, ed. Aurora Egido, Madrid, Fundación Federico García Lorca, 2005.

Alonso, Dámaso, Góngora y el Polifemo, Madrid, Gredos, 1985, vol. I.

Ares Montes, José, Góngora y la poesía portuguesa del siglo xvii, Madrid, Gredos, 1956.

Ares Montes, José, «Del otoño del gongorismo: Agustín de Salazar y Torres», Revista de Filología Española, 44, 1961, pp. 283-321.

Baehrens, Aemilium, Poetae latini minores, New York/London, Garland Publishing, 1979.

Biblia Vulgata, eds. A. Colunga y L. Turrado, Madrid, BAC, 2002.

Blanco, Mercedes, «Góngora y el humanista Pedro de Valencia», en Góngora Hoy. Actas del VI Foro de Debate «Góngora y sus contemporáneos: de Cervantes a Quevedo», ed. Joaquín Roses, Córdoba, Diputación de Córdoba, 2004, pp. 199-221.

Bonilla, Rafael, «Sus rubias trenzas, mi cansado acento: ciervas, cazadoras y corcillas en la poesía de Góngora», en Góngora Hoy. Actas del IX Foro de Debate «Ángel fieramente humano. Góngora y la mujer», ed. Joaquín Roses, Córdoba, Diputación de Córdoba, 2007, pp. 157-263.

Calitti, Floriana, «Fatica o ingegno. Lelio Capilupi e la pratica del Centone», en Scritture di scritture. Testi, generi, modelli nel Rinascimento, eds. Giancarlo Mazzacurati y Michel Plaisance, Roma, Bulzoni, 1987, pp. 497-507.

Carreira, Antonio, Gongoremas, Barcelona, Península, 1998.

Carreira, Antonio, «Al margen de El sueño erótico en la poesía española de los Siglos de Oro, de Antonio Alatorre», Nueva Revista de Filología Hispánica, 52, 2004, pp. 465-488.

Carreira, Antonio, «Apostillas filológicas a algunos poemas de Lope de Vega», Anuario Lope de Vega, 12, 2006, pp. 67-79.

Carreira, Antonio, «El sentimiento de la naturaleza en Góngora», en Homenaje a Francis Cerdan, ed. Françoise Cazal, Toulouse, Méridiennes, 2008, pp. 135-150.

Cebrián, José, «Góngora más allá de la raya», en Id., En la Edad de Oro. Estudios de ecdótica y crítica literaria, México, El Colegio de México, 1999, pp. 147-169.

Curtius, Ernst Robert, Literatura Europea y Edad Media Latina, México, Fondo de Cultura Económica, 1989, 2 vols.

Díez Fernández, José Ignacio, «Pequeña puerta de coral preciado: ¿con lengua?», Calíope. Journal of the Society for Renaissance and Baroque Hispanic Poetry, 12, 2006, pp. 33-56.

Erspamer, Frank, «Centoni e Petrarchismo nel Cinquecento», en Scritture di scritture. Testi, generi, modelli nel Rinascimento, eds. Giancarlo Mazzacurati y Michel Plaisance, Roma, Bulzoni, 1987, pp. 463-495.

Forradellas, Joaquín, y Angelo Marchese, Diccionario de retórica, crítica y terminología literaria, Barcelona, Ariel, 1989.

Góngora, Luis de, Obras completas, ed. Antonio Carreira, Madrid, Fundación José Antonio de Castro, 2000, 2 vols.

Góngora, Luis de, Soledades, ed. Robert Jammes, Madrid, Castalia, 1994.

Gracián, Baltasar, El Criticón, ed. Antonio Prieto, Barcelona, Planeta, 1992.

Green, Roger P. H., «Proba’s Cento: its date, purpose and reception», Classical Quarterly, 45, 1995, pp. 551-563.

Infantes, Víctor, «Poesía sobre poesía: España y Portugal entre nuevos centones gongorinos», Claro-Escuro. Revista de Estudos Barrocos, 4-5, 1990, pp. 115-124.

Jammes, Robert, La obra poética de don Luis de Góngora y Argote, Madrid, Castalia, 1987.

Jammes, Robert, «Función de la retórica en las Soledades», en La silva, ed. B. López Bueno, Sevilla, Universidad de Sevilla, 1991, pp. 213-233.

Lamacchia, Rosa, «Centoni», en Enciclopedia Virgiliana, Roma, Istituto dell’Enciclopedia Italiana, 1983, vol. I, pp. 733-737.

Lara Garrido, José, «Los menores y la estratificación del sistema: la lírica barroca», en Id., Del Siglo de Oro (métodos y relecciones), Madrid, Universidad Europea-CEES, 1997, pp. 88-103.

Lara Garrido, José, «Un nuevo encuadre de las Soledades. Esbozo de relectura desde la Económica renacentista», Calíope. Journal of the Society for Renaissance and Baroque Hispanic Poetry, 9, 2003, pp. 5-35.

Lara Garrido, José, «La estela de la revolución gongorina. Relieves para una cartografía incompleta del gongorismo», en Una densa polimorfía de belleza. Góngora y el grupo del 27, ed. Andrés Soria Olmedo, Sevilla, Junta de Andalucía, 2007, pp. 121-168.

Lara Garrido, José, «Adiós al Góngora del 27», en La Hidra Barroca: varia lección de Góngora, eds. Rafael Bonilla Cerezo y Giuseppe Mazzochi, Sevilla, Junta de Andalucía, 2008, pp. 321-332.

Lausberg, Heinrich, Manual de retórica literaria. Fundamentos de una ciencia de la literatura, Madrid, Gredos, 1990, 3 vols.

Leonard, Irving A., «Some Góngora centones in México», Hispania (California), 12, 1929, pp. 563-572.

Ly, Nadine, «La république ailée dans les Solitudes», en Crepúsculos pisando. Once estudios sobre las Soledades de Góngora, ed. J. Issorel, Perpignan, Presses Universitaires de Perpigan, 1995, pp. 141-177.

Martín, Adrienne L., «Góngora y la visualización del cuerpo erótico», en Góngora Hoy. Actas del IX Foro de Debate «Ángel fieramente humano. Góngora y la mujer», ed. Joaquín Roses, Córdoba, Diputación de Córdoba, 2007, pp. 265-291.

Menéndez Pelayo, Marcelino, Biblioteca de traductores españoles, Santander, CSIC, 1953.

Pantaleón de Ribera, Anastasio, Obra selecta, ed. Jesús Ponce Cárdenas, Málaga, Universidad de Málaga, 2004

Paolucci, Paola, Il Centone virgiliano «Hippodamia» dell’Anthologia Latina. Introduzione, edizione critica, traduzione e commento, Hildesheim/Zürich/New York, Georg Olms, 2006.

Parra García, Luis, «Pervivencia del centón en el Renacimiento: Cento ex Virgilio Gallus de Lelio Capilupi», Cuadernos de Filología Clásica. Estudios Latinos, 16, 1999, pp. 363-411.

Paz, Octavio, Sor Juana Inés de la Cruz o Las trampas de la fe, México, Fondo de Cultura Económica, 1990.

Pellicer de Salas y Tovar, José, Lecciones solemnes a las obras de don Luis de Góngora y Argote, Madrid, Imprenta del Reino, 1630 (edición facsímil: Hildesheim/New York, Georg Olms, 1971).

Pozzi, Giovanni, «Il ritratto della donna nella poesia d’inizio Cinquecento e la pittura di Giorgione», «Nota additiva alla descriptio puellae», «Rose e giggli per Maria. Un’antifona dipinta» y «Postilla sul fiore mariano», en Sull’orlo del visibile parlare, Milano, Adelphi, 1993, pp. 145-327.

Roses Lozano, Joaquín, Góngora: Soledades habitadas, Málaga, Universidad de Málaga, 2007.

Rousset, Jean, La littérature de l’âge baroque en France. Circé et le paon, Paris, José Corti, 1995.

Salazar y Torres, Agustín de, El amor más desgraciado, Céfalo y Pocris, ed. Thomas Austin O’Connor, Kassel, Reichenberger, 2003.

Salazar y Torres, Agustín de, Dramaturgia y espectáculo del elogio: Loas completas, ed. Judith Farré, Kassel, Reichenberger, 2003, 2 vols.

Sánchez Robayna, Andrés, «Avatares de Góngora imitado (Antonio Barbosa Bacelar y Cristóbal del Hoyo)», en Id., Silva gongorina, Madrid, Cátedra, 1993, pp. 115-159.

Usher, Mark David, «Prolegomenon to the Homeric Centos», The American Journal of Philology, 118, 1997, pp. 305-321.

Vidal, José Luis, «Observaciones sobre centones virgilianos de tema cristiano. La creación de una poesía cristiana culta», Boletín del Instituto de Estudios Helénicos, 7, 2, 1973, pp. 53-64.

Woods, M. J., The poet and the natural World in the age of Góngora, Oxford, Oxford University Press, 1978.

Inicio de página

Notas

1 Ares Montes, 1961, pp. 321, 298 y 290.

2 Alonso, 1985, pp. 234-242. Un juicio ponderado acerca de los aciertos y errores de Dámaso Alonso puede leerse en Lara Garrido, 2008, pp. 326-329.

3 Lara Garrido, 1997, p. 88.

4 Poco después, entre 1973 y 1977, el profesor O’Connor daba a conocer en once artículos algunos aspectos concretos de una obra dramática de signo calderoniano, no muy extensa, pero de indudable interés. Quizá el objeto dilecto de los estudios salazarianos haya sido la pieza dramática El encanto es la hermosura, y el hechizo sin hechizo, más conocida como La segunda Celestina, obra escrita el año de su muerte y continuada, cada uno a su manera, por Vera Tassis y Sor Juana Inés de la Cruz. Por último, los hitos más destacados en la crítica reciente (tales volúmenes vieron la luz en el año 2003) serían las importante edición de El amor más desgraciado, Céfalo y Pocris por parte de O’Connor y el estudio y edición de las Loas completas debido a Judith Farré. Quisiera también aquí hacerme eco de dos tesis doctorales americanas que, desafortunadamente, no he podido consultar para la redacción de este trabajo y que en puridad tangen con nuestra materia: me refiero a los trabajos de Esther Murillo-Caballero Un barroco olvidado, Agustín de Salazar y Torres: las primeras obras (defendida en 1995) y de Edna Margarita Benítez Laborde La poesía de Salazar y Torres (defendida en 1998).

5 Manejo el ejemplar U/9229 de la BNE, de donde proceden todas mis citas de Salazar.

6 Sigo el texto del ejemplar R/17350 de la BNE. En él una página precede al texto del volumen. Tras la nota que identifica el libro y su contenido, puede leerse: «Letra de J. R. Chorley, a quien perteneció este ejemplar, habiéndolo yo adquirido en la venta de su librería en Londres en 1868. [Firmado] Pascual de Gayangos». La edición reproduce la paginación de la princeps.

7 Puede ampliarse dicha información con la consulta de Anastasio Pantaleón de Ribera, Obra selecta, pp. 31-45.

8 He tratado de identificar algunos contactos de la obra salazariana con el orbe epigramático y con la poesía epidíctica de tema nupcial en un trabajo paralelo a éste: «La variedad culta en Agustín de Salazar y Torres (lectura de tres sonetos y dos epitalamios)», Analecta Malacitana, 2008 (en prensa).

9 Cythara de Apolo, «Preliminares», s. f.

10 Lara Garrido, 2007, p. 140. Para el caso de Barbosa Bacelar y Cristóbal del Hoyo, véase Sánchez Robayna, 1993. Se ha ocupado de estudiar y editar críticamente la plástica continuación de Alberti, A. Egido, 2005.

11 Para el tema cinegético en Góngora, puede leerse ahora el amplio estudio de Bonilla, 2007. La continuación salazariana presenta un corte muy afín al de una narración mitológica, de ahí que no percibamos en ella ni la difícil tensión de una obra ambiciosa hacia el estilo sublime (Blanco, 2004) ni la moral nobiliaria y autárquica de la económica renacentista (Lara Garrido, 2003).

12 Anotaciones de Pedro Díaz de Rivas a la Primera Soledad, ms. B.N.M. 3906, f. 183r.

13 Pellicer de Salas y Tovar, Lecciones solemnes, col. 523.

14 Sobre “el género de las Soledades y las descripciones cronográficas” remito a la aportación capital de Roses Lozano, 2007, pp. 43-67.

15 En su ed. de las Soledades, p. 482 (nota al v. 445).

16 Ibid., «Introducción», p. 114.

17 Carreira, 2008, p. 145.

18 Es obligado remitir aquí al estudio de Ly, 1995.

19 Pueden espigarse varias muestras de la abigarrada tipología establecida por Dámaso Alonso: A si no B («de aljófares bañada, / si no de cuanta perla coronada / concha parió Eritrea», vv. 7-9; «imitando si no excediendo a Palas», v. 31); no A, B sí no en concha nacarada, / en hoja , de nácar congelada», vv. 41-42).

20 Mediante dicha figura el autor vuelve sobre una expresión apenas formulada para rectificarla de algún modo: «turba canora, / música —digo— pluma / de pintada armonía» (vv. 12-14); «el sol dormía. / Cíanes, digo» (vv. 94-95). En la tipología trazada por las artes retóricas, la epanortosis o correctio («que consiste en mejorar una expresión que el orador considera poco ajustada o que el público podría considerar quizá como poco conveniente») del segundo tipo, la causada por el público, responde al empleo de una metáfora o una hipérbole atrevida, como parece ser el segundo ejemplo salazariano (Lausberg, 1990, t. II, pp. 205-210). Para el alcance de esta figura en Góngora, véase Carreira, 1998, p. 152, n. 23.

21 Con el fin de apuntar algunos ejemplos significativos, designa a los murciélagos aludiendo a la historia de las Minieides antes de su terrible transformación (vv. 30-33); se refiere a Siringe como «flexible caña / (deidad que fugitiva fue algún día)» (vv. 64-64); a los cisnes en su calidad de «aves de Apolo» (v. 68); a Cupido y Venus como el «lince dios» y la «lasciva diosa» (v. 103), respectivamente. Otras veces el autor ofrece de modo alusivo episodios míticos como el de la herida de Venus en la muerte de Adonis, que ocasionó el color sanguíneo de las rosas (vv. 18-24). En ocasiones asistimos a una auténtica concatenación de mitos, como en los versos 52-58, que aluden sucesivamente al jardín de las Hespérides (con sus manzanas de oro), a la carrera de Atalanta (detenida por el áureo pomo), a la manzana arrojada por Eris durante el convite de las bodas de Tetis y Peleo, al juicio de Paris (que entregó el áureo fruto a Venus, desdeñando a Juno) y a la caída de Troya instigada por la cólera de la deidad preterida.

22 Analizaba en el amplio marco del código barroco europeo las variaciones sobre la metáfora violons ailés un estudio clásico de Rousset, 1995, pp. 184-187.

23 Jammes, 1991, pp. 228-230.

24 Se refiere a la pujanza descriptiva de Salazar y Torres de manera algo apresurada Woods, 1978, p. 72.

25 «Suprema habilidad, Góngora ha desterrado cualquier elemento dramático: la escena es muda desde el principio hasta el final; sólo los gestos y actitudes, que evocan irresistiblemente el ballet […] expresan, hasta en los más sutiles matices, los sentimientos de los personajes» (Jammes, 1987, p. 456).

26 Sobre la concepción “visual” y “táctil” del erotismo gongorino, puede verse ahora Díez Fernández, 2006 (especialmente, pp. 48-50) y Martín, 2007.

27 Al acometer en su obra magna la redacción de un pasaje configurado como sarta de falsas disociaciones, recuerda oportunamente Gracián la frase gongorina: «el sol no es solo, ni la luna es una […]; la luz da enojos […]; las flores son delirios y los lirios espinas» (Gracián, El Criticón, p. 408).

28 Una definición algo reductiva de esta práctica identifica el centón como «obra literaria producida por la mezcolanza de versos o sentencias pertenecientes a otras obras de uno o varios autores. Su finalidad puede ser o bien jocosa (por ejemplo los centones de hemistiquios o versos virgilianos) o de homenaje al autor (los centones gongorinos del siglo xvii)» (Forradellas y Marchese, 1989, p. 53). La asociación del género con un tono menor se evidencia en otra definición reciente: «è possibile evincere che il centone letterario, come gli altri manufatti aventi lo stesso nome, doveva essere umile prodotto di cucitura di pezzi disparati» (Paolucci, 2006, p. lxi). Otros autores han insistido en la naturaleza escolar de tales ejercicios literarios («genere letterario, prodotto da “scuola”, basato sull’abilità e la memoria, piuttosto che sull’ispirazione poetica», Lamacchia, 1984, p. 733) o en su peligrosa ambivalencia entre la alusión y el plagio («una forma di scrittura di scritture pericolosamente in bilico tra allusione e plagio», Calitti, 1987, p. 499).

29 Green, 1995, p. 554.

30 Puede verse una reciente contribución sobre la materia en Usher, 1997.

31 Son palabras de Luca Mondin en su introducción a Ausonio: Epistole,Venezia, Il Cardo, 1995, p. xix.

32 Cabe recordar ahora la existencia de otro centón de tema nupcial, el titulado Epithalamium Fridi, de Luxorio. Se trata de un poema mucho más breve (68 versos), que sólo dedica un pasaje mínimo al amplexo (vv. 64-66). Sigo el texto de la edición de Baehrens, 1979, p. 240.

33 Calitti, 1987 y Parra, 1999.

34 Curtius, 1989, p. 648.

35 Vidal, 1973, p. 55.

36 Erspamer, 1987.

37 Infantes, 1990, p. 117.

38 El profesor Antonio Cruz Casado me ha permitido consultar antes de su publicación el texto de la conferencia titulada «La Égloga fúnebre a don Luis de Góngora (1638) de Martín Angulo y Pulgar», pronunciada el 21 de mayo de 2000, durante la celebración del «Día de Góngora», en la Real Academia de Córdoba. Reciba aquí mis gracias por su generosidad.

39 Debo el dato a la generosidad y erudición del profesor Antonio Carreira, que me proporciona la siguiente información: el texto se halla en Carlos de Sigüenza y Góngora, Poemas (ed. E. Abreu López), Madrid, 1931, p. 173. Véase asimismo Leonard, 1929.

40 La guirnalda de sonetos funerales puede leerse en Infantes, 1990, pp. 118-22. El contexto general del gongorismo luso ha sido abordado por Ares Montes, 1956 y Cebrián, 1999.

41 Cythara de Apolo, pp. 259-262. En el margen derecho del poema de Salazar, se dan entre corchetes las referencias de los textos correspondientes de Góngora (Obras completas): con la fecha (en la primera aparición), el título o primer verso, el número de los versos concernidos. Lo mismo en las notas, cuando es el caso. Las Soledades pertenecen a los años 1613-1614. Se identifica además, mediante el signo *, cuáles son los escasos endecasílabos de nuevo cuño añadidos por el autor.

42 1614, soneto Inscripción para el sepulcro de Domínico Greco («Esta en forma elegante, oh peregrino»), 7.

43 1616, octavas Al favor que San Ildefonso recibió de Nuestra Señora, 16.

44 1607, soneto «Al sol peinaba Clori sus cabellos».

45 Soneto: «Mas luego que ciñó sus sienes bellas / de los varios despojos de su falda».

46 «Claveles del abril, rubíes tempranos» + «En lo viril desata de su vulto / lo más dulce el Amor de su veneno».

47 6-7: «(mientras en ti se mira) Amor retrata / de su rostro la nieve y la escarlata» .

48 Comedia venatoria, 4: «aquel dios soy del coro soberano».

49 En la muerte de doña Luisa de Cardona, monja en Santa Fe de Toledo.

50 A don Luis Gaytán de Ayala, señor de Villafranca de Gaytán, 3: «el loco fin, de cuyo vuelo osado».

51 A la pasión de los celos.

52 «Ella, pues, sierpe, y sierpe al fin pisada»

53 Al conde de Lemus, habiendo venido nueva de que era muerto en Nápoles, 54: «de ave nocturna o pájaro de Averno».

54 Altera el verso 13: «que comes de ti mesmo y no te acabas».

55 Se trata de un epitafio redactado en 1615, que principia “Tres vïolas del cielo”.

56 1604 Al puerto de Guadarrama, pasando por él los condes de Lemus. Altera el v. 9: «tu cerviz pisa dura y la pastora».

57 Cambio de orden en los verbos: «donde el Sol nace o donde muere el día».

58 Égloga piscatoria en la muerte del duque de Medina Sidonia,

59 1624, octavas De San Francisco de Borja, para el certamen poético de las fiestas de su beatificación, en el cual dieron por jeroglífico la garza que, previniendo las tormentas, grazna al romper del día, 46.

60 Biblia Vulgata, p. 1188.

61 Sirvan como contraste los textos aducidos por Pozzi, 1993, pp. 145-184.

62 Se refiere a ello nuevamente el padre Pozzi en otro asedio modélico «Rose e gigli per Maria. Un’antifona dipinta», 1993, p. 199.

63 Menéndez Pelayo, 1953, t. I, p. 185.

64 Paz, 1990, p. 81.

Inicio de página

Para citar este artículo

Referencia en papel

Jesús Ponce Cárdenas, «El oro del otoño: glosas a la poesía de Agustín de Salazar y Torres»Criticón, 103-104 | 2008, 131-152.

Referencia electrónica

Jesús Ponce Cárdenas, «El oro del otoño: glosas a la poesía de Agustín de Salazar y Torres»Criticón [En línea], 103-104 | 2008, Publicado el 20 enero 2020, consultado el 14 diciembre 2024. URL: http://0-journals-openedition-org.catalogue.libraries.london.ac.uk/criticon/11786; DOI: https://0-doi-org.catalogue.libraries.london.ac.uk/10.4000/criticon.11786

Inicio de página

Derechos de autor

CC-BY-NC-ND-4.0

Únicamente el texto se puede utilizar bajo licencia CC BY-NC-ND 4.0. Salvo indicación contraria, los demás elementos (ilustraciones, archivos adicionales importados) son "Todos los derechos reservados".

Inicio de página
Buscar en OpenEdition Search

Se le redirigirá a OpenEdition Search