- 1 Don Quijote de la Mancha, p. 907. Entre las citas textuales, unos versos del «romance viejo de Lanz (...)
1 El Quijote ofrece diversas resurgencias de aquellos «romances antiguos» evocados por Sancho Panza ante la duquesa y doña Rodríguez en el capítulo xxxiii de la segunda parte1. Resurgencias entre las cuales destacan la derrota y la penitencia del último rey visigodo. Se sabe que la leyenda elaborada en torno a Rodrigo pasó de la desaparición de éste tras el desastre de 711 al descubrimiento de un misterioso sepulcro en Viseo, hecho que aparece mencionado por primera vez en la Crónica de Alfonso III el Magno, hacia 880, y que seguirá figurando en las historias, por ejemplo en la Estoria de España de Alfonso X y la Crónica de 1344. Mientras tanto, la tradición popular en torno al sepulcro de Viseo se había enriquecido con la penitencia del rey dentro de su propia sepultura. Motivo que, en esta leyenda compleja, no es oriental, sino cristiano, portugués, y que aparecerá por primera vez en el ámbito literario hacia 1430, en la Crónica sarracina de Pedro del Corral. A partir de la mina que representó esta última obra, fuente en prosa de la casi totalidad del Romancero viejo de Rodrigo, un juglar anónimo del siglo xv compuso el Romance de la penitencia de don Rodrigo.
- 2 Menéndez Pidal, 1973, II, p. 18.
2En el Quijote, nos llaman la atención unos ecos del ciclo de Rodrigo, cuya función estriba primero en rendir homenaje a una tradición romanceril que Cervantes conocía perfectamente. Así, por ejemplo, la evocación, en el capítulo xxxiii de la segunda parte, del labrador Wamba pasado a rey y, a continuación, de Rodrigo decaído y «comido de culebras» (p. 907); así, también, unos versos del Romance de la derrota puestos en boca de maese Pedro ante su retablo destruido (II, xxvi, p. 851); así, finalmente —y llevándonos la trama compleja de la novela a incursiones por otros campos que el que venía anunciado por el tema inicial—, el episodio de la cueva de Montesinos, a la vez espacio de ilusiones como Barataria y espacio subterráneo como la sima en que caerá Sancho en el capítulo lv de la segunda parte. Pero, antes de llegar a él, fijémonos en un guiño de Cervantes, porque prueba que él conocía, hasta en sus variantes, el Romance de la penitencia: en el capítulo xxii de la primera parte (p. 240), el minucioso distingo con que uno de los galeotes le explica a don Quijote el motivo de su condena («Yo voy aquí porque me burlé demasiadamente con dos primas hermanas mías y con otras dos hermanas que no lo eran mías») muestra que, a todas luces, Cervantes se divirtió en injertar en su novela una variante tradicionalizada del Romance de la penitencia, en que la violación de la Cava va sustituida por unas prohibiciones familiares: «Que dormí con una hermana, / y también con una prima»2.
- 3 II, lv, pp. 1076-1084. En el volumen complementario de la misma edición, en las pp. 611-613, dedica (...)
3 Estas coincidencias en las situaciones y estas referencias textuales no sólo atestiguan que Cervantes conocía, con todo detalle, el ciclo de Rodrigo; también parecen preparar el capítulo lv de la segunda parte en que Sancho destronado nos ofrece, a su modo, una como representación de la penitencia de Rodrigo en su sepultura, y Cervantes un avatar del Romance de la penitencia3.
- 4 «… dieron orden entre sí cómo despacharle del gobierno» (II, li, p. 1052).
4El preludio a las penitencias de Rodrigo y de Sancho lo constituye una escena en que uno y otro acaban de perder el poder. Pérdida debida a un desastre militar para Rodrigo, y causada, para Sancho, por lo que el duque anunció de antemano en su carta a su gobernador como un «asalto furioso» (II, xlvii, p. 1008), pero que, en la perspectiva paródica del episodio, sólo fue una horrible paliza, con la programada salida de Sancho4. A partir de allí, el recorrido de uno y otro personaje toma el aspecto de una marcha solitaria y cansina: un vía crucis más bien para Rodrigo, quien, desesperado, sólo puede huir al azar, mientras que Sancho, salido de Barataria «entre alegre y triste», va a dar residencia al duque y a reunirse con su amo. A los dos trayectos corresponden etapas paralelas, idénticamente marcadas por notaciones temporales: se trata, para Sancho, de su encuentro con el morisco Ricote y de la venida de don Quijote; para Rodrigo, de los episodios con el pastor y el ermitaño. Pero con una diferencia esencial: para el rey, los dos encuentros preceden a su entrada en la cueva, mientras que, para Sancho, sus encuentros se sitúan cronológicamente antes y después de su caída en la sima. Igual pasa para la acción de caminar: termina para Rodrigo con la entrada en la cueva, mientras que Sancho camina antes de lo de la sima y también —entonces empieza su vía crucis— dentro.
- 5 Sancho, quien salió al amanecer de Barataria, caerá en la sima al anochecer (II, lv, p. 1076: «le t (...)
5 A Sancho, quien creía que su viaje iba a ser «tan corto», le retrasa su encuentro con Ricote en el capítulo liv, hasta tal punto que para buscar un sitio en que pasar la noche, va a dejar el camino, y algo parecido hace Rodrigo, respondiendo entonces al «métese por las montañas» del romance el «se apartó del camino» de Cervantes (II, lv, p. 1076). Coinciden pues, aquí, en esta fase inicial, las aventuras del rey y de Sancho, cuyos desplazamientos ocurren idénticamente en un momento crepuscular y por un lugar desierto5. Y así acaban llegando a sus respectivas cuevas.
- 6 Siendo sin embargo «sima» la palabra más empleada para el teatro de la penitencia de Sancho.
- 7 Quizás procedan tal desmultiplicación del bestiario y el plural del verso citado por la dueña —«Ya (...)
- 8 Una penitencia con preliminares en la renuncia del rey a sus últimos bienes en provecho del pastor, (...)
6Palabra ésta —la «cueva»— que aparece tres veces en la aventura de Sancho6, así como en ciertas variantes del Romance de la penitencia. La «cueva» de Sancho, en efecto, lejos de remitir a la de Montesinos, lugar para don Quijote de «visiones hermosas y apacibles» (II, lv, p. 1077), es centro, para él, de «sapos y culebras» (ibid., p. 1078), precisamente los que él mismo y doña Rodríguez evocaban, como ya dijimos, en el capítulo xxxiii de la segunda parte, y que son los que pueblan la cueva de Rodrigo7. Y una misma —aunque parcial— analogía podemos observar entre la «penitencia» de Sancho y la de Rodrigo, dolorosas ambas8, y que nada tienen que ver con la penitencia amadisiana que se autoinflige don Quijote. La del rey es una penitencia ejemplar, en la que se insertan el tópico de la huida del culpable y el tema obsesivo de la expiación. Y, aunque la palabra «purgatorio» no figura en ninguna versión del romance —mientras que se emplea, metafóricamente, para la cueva de Sancho (II, lv, p. 1081)—, se reconoce en sentido propio el tema previsible del purgatorio, pero de un purgatorio de unos días solamente, e invertido, por preceder a una muerte redentora que desemboca en la «salvación» evocada en el romance juglaresco.
- 9 Lo cual explica su sentimiento de no merecer tal prueba, comenzada con su destronamiento: «no merec (...)
7Mientras que Sancho, por su parte, no tiene nada que expiar, y es el único, a la inversa de Rodrigo y de don Quijote, en encontrarse en su sima por casualidad —«fortuna de la caída» escribe Cervantes (II, lv, p. 1078)—, en una pasividad total9, lo cual implica una perspectiva terrenal, en franco contraste con la perspectiva espiritual de Rodrigo y la, novelesca, de don Quijote. A la aceptación alegre del rey se oponen el terror muy humano de Sancho y unos rezos radicalmente distintos de los rezos fabricados de don Quijote y de los rezos de contrición de Rodrigo. Lo que quiere éste es «acabar su vida» en la cueva, lo que quiere Sancho es salir de la suya.
8Así las cosas: Sancho sólo aspira a acabar con una reclusión impuesta, mientras que es voluntaria la de Rodrigo. Sancho se moverá en busca de una salida, y andará más de media legua dentro de la sima; Rodrigo se quedará tendido, inmóvil ya como un yacente, dentro de la que será su propia sepultura. Una sepultura de verdad, como lo confirman los vocablos «sepultura» y «tumba» de las diferentes versiones del romance, siendo «tumba» el vocablo empleado también por doña Rodríguez. En cambio, este campo semántico resulta únicamente metafórico para Sancho, dándose a veces el caso de que para éste se emplea una fórmula aplicable en sentido propio a Rodrigo: el que Sancho se defina a sí mismo como un «pecador enterrado en vida» (II, lv, p. 1080) señala el cruce operado por Cervantes entre la penitencia del escudero y la del rey.
- 10 I, xxvi, p. 291: «Amadís … se retiró a la Peña Pobre en compañía de un ermitaño…», y p. 292: «Y lo (...)
- 11 II, li, p. 1051: «he venido a hacer penitencia, como si fuera ermitaño…».
9Tal cruce reaparece en los encuentros providenciales que permiten a Rodrigo acceder a su cueva y, a la inversa, a Sancho salir de la suya. Dos son los encuentros del rey, uno con el pastor y, debido a une feliz simplificación por parte del autor del romance juglaresco inicial con relación a la Crónica sarracina, otro con un único ermitaño, en vez de los dos y del obispo de Viseo de la Crónica. No actúan ermitaños en el Quijote, pero están presentes en forma alusiva, ecos lejanos al de Rodrigo y a los de las novelas de caballerías. Así, en la nostalgia de don Quijote, quien echa de menos la presencia de un ermitaño capaz, al igual que el que asistía a Amadís en su penitencia en la Peña Pobre, de hacer otro tanto por él en su penitencia teatralizada de la Sierra Morena10. Así, también, en la evocación de ese ermitaño «que está en opinión de ser un buen cristiano … y caritativo» (II, xxiiii, p. 831), y en cuya ermita don Quijote y sus compañeros proyectan hacer alto tras la expedición de la cueva de Montesinos, proyecto abortado, desde luego, pero en el cual se reconoce la permanencia del tema del ermitaño. Así, finalmente, con aquel ermitaño, metafórico, con quien Sancho, en penitencia en Barataria según sus propios términos, se compara en su carta a don Quijote11. Queda, sin embargo, que lo que esperará el escudero, cuando llame desde el fondo de su sima a «algún cristiano … o algún caballero caritativo» —usando entonces los mismos calificativos que los que se aplican al ermitaño citado más arriba, según una semántica común a todos estos episodios—, será su salvamento aquí abajo.
- 12 II, lv, p. 1080: «¿ Quién puede estar aquí … sino el asendereado de Sancho Panza, gobernador, por s (...)
- 13 En particular en el romance tradicionalizado: «Estando en estas razones, / voz de los cielos se oía (...)
10Le salvará don Quijote, cuya llegada da pie a una escenificación dialogada que va lanzando otro puente entre la aventura de Sancho y el Romance de la penitencia. Escenificación, primero, en la presentación de sí mismo, centrada en el motivo del poder perdido: al «Rodrigo / yo soy, que rey ser solía» del rey al ermitaño responde este pasaje en que Sancho se presenta a don Quijote desde la sima12. Y escenificación física, con estas voces que caen desde arriba hacia abajo. Unas voces en cascada en el romance con la revelación por Dios al ermitaño de la penitencia que se le debe imponer a Rodrigo13; y luego, en la etapa siguiente, con la voz del ermitaño, sustituto de Dios aquí abajo, que recae desde la superficie del suelo sobre Rodrigo en su cueva. Se nota un mecanismo análogo, pero sólo en parte, con la voz de don Quijote —sustituto del ermitaño de Rodrigo— la cual cae también desde la superficie del suelo sobre Sancho en su sima.
- 14 La ascensión de Sancho, quien pensó morirse ahí, destaca como el paso de las tinieblas a «la luz de (...)
- 15 II, liii, p. 1061: «… oyó tan gran ruido de campanas y de voces…».
11Sea lo que sea, los episodios de estancia bajo tierra terminan por ascensiones. Una ascensión en sentido espiritual para Rodrigo santificado, cuyo cuerpo queda, según la tradición de Viseo, en la cueva que será su sepultura, mientras sube su alma hasta el cielo. Y otra ascensión, mecánica, para Sancho —se realiza con sogas—, y que termina en la superficie de la tierra. Hasta tal punto que si la salida de Sancho de su sima, salida llamada «milagro» en el relato de Sancho al huésped de Barcelona (II, lxii, p. 1134), suena a resurrección14, no participa en ella lo maravilloso. Nada de lo maravilloso caballeresco a lo don Quijote encontramos en ella, nada tampoco de lo maravilloso cristiano propio del romance. En la perspectiva puramente terrenal de la ascensión de Sancho no pueden oírse aquellas campanas que, por sí solas, en las variantes tradicionalizadas del romance —lo cual procede directamente de Corral como la culebra multicéfala—, tocan a vuelo por Rodrigo perdonado. Sí hubo campanas por Sancho, pero no en el desenlace: tocaron a rebato, en preludio —inversión cronológica relevante— a la invasión simulada y a la paliza que le determinaron a irse de Barataria15. Asimismo, la única voz caída desde arriba hasta la sima no fue la de Dios, sino la de don Quijote, y sólo desde la superficie de la tierra.
- 16 Lo cual se nota en su relato a los duques: «… a no depararme el cielo a mi señor don Quijote, allí (...)
12El que los duques identifiquen la sima de Sancho —una «gruta» de existencia notoria (II, lv, p. 1081)— demuestra una indudable voluntad de racionalidad terrestre, opuesta a las quimeras de don Quijote y a la transfiguración sobrenatural de Rodrigo. Sancho, quien vagó entre dos mundos, creyéndose «camino de la otra vida» (ibid., p. 1079) en una sima que a don Quijote se le figuró que era purgatorio de su escudero (ibid., p. 1081), y quien estuvo a dos pasos de ser un Rodrigo por fuerza16, vuelve al mundo de los vivos. Pero, para este Rodrigo superviviente, la sima —suplemento imprevisto a sus diez días de penitencia en Barataria— tuvo su funcionalidad. Tras una como gestación acelerada en esta «concavidad», vocablo que figura en el episodio (ibid., p. 1079), el ex gobernador sale fortalecido —pese a unas veleidades ulteriores— en la idea de que no le corresponden las grandezas, mientras que su amo salió de la cueva de Montesinos aferrado a sus quimeras. De ahí el leitmotiv «no nací para ser gobernador» lanzado, al dejar la ínsula, por Sancho, quien lo irá repitiendo con variantes, en particular en su discurso a los duques al final del capítulo lv. Lo que simboliza la caída física de Sancho es el derrumbamiento de sus ilusiones. Cae en la sima desde esas «torres de la ambición» —el gobierno de Barataria— evocadas en su discurso de salida (II, liii, p. 1065), y aun desde las supuestas alturas adonde Clavileño, cuyo aterrizaje ya se concluyó por una caída, los había elevado, a él y su amo. Alturas simétricamente opuestas a su sima, al igual que Rodrigo había caído desde et trono hasta su propia cueva.
- 17 Mientras que la cueva de Montesinos y Barataria iban ligadas por el tema de la ilusión.
13El destronamiento carnavalesco de Sancho y el cariz burlesco de su caída y de su salvamento no impiden, pues, que el tema que comparte con Rodrigo sea el de una penitencia consecutiva a una pérdida de poder17, a pesar de innegables diferencias de perspectiva. Tema prefigurado ya en el capítulo xxxiii en que el mismo Sancho, anticipando el lv, evocaba a Rodrigo decaído, y en las aprensiones de don Quijote antes de Barataria. Y tema relacionado con el de la Fortuna inconstante quien, según Cervantes en el capítulo xxx (p. 875), justo antes del encuentro con los duques, iría al traste con los proyectos de deserción de Sancho. Esta misma Fortuna va invocada en conclusión al monólogo del escudero, recién caído en la sima, lamentándose él en unos términos que ya conocemos: «¿Quién dijera que el que ayer se vio entronizado gobernador de una ínsula, mandando a sus sirvientes y a sus vasallos, hoy se había de ver sepultado en una sima, sin haber … criado ni vasallo que acuda a su socorro?» (II, lv, p. 1077). ¿Cómo no reconocer en tal énfasis, así como en el adverbio de tiempo «ayer» asociado con un verbo en pasado, y en la evocación de estos criados y vasallos perdidos, unos ecos de versos del Romance de la derrota y del Romance de la penitencia: «Ayer era rey de España, / … Ayer tenía criados / y gente que me servía», para el primero, y «El desdichado Rodrigo / yo soy, que rey ser solía», para el segundo? Ahora bien, Cervantes ya había lanzado en el capítulo xxvi de esta segunda parte (p. 851) una pasarela análoga entre su novela y la leyenda de Rodrigo. Maese Pedro, llorando por su retablo destruido, operaba el mismo nexo flagrante con el Romance de la derrota ya parcialmente identificado más arriba, recitando casi textualmente tres versos de éste: «Ayer fui señor de España, / y hoy no tengo una almena / que pueda decir que es mía».
14El tema de la Fortuna inconstante convoca, por supuesto, al del desengaño, cuya idea lanzara ya Sancho, de modo premonitorio, en el barco a la deriva sobre el Ebro en el capítulo xxix (p. 869), otra vez justo antes del encuentro con los duques. Se puede decir, pues, que sí es al gobernador efímero de Barataria, este anti-Rodrigo, a quien Cervantes ha encargado ilustrar una versión sabrosa, pero no por eso menos ejemplar, del desengaño.
15Concluyendo: el relacionamiento de la leyenda de Rodrigo y de los sinsabores de Sancho se justifica, a nuestro parecer, tanto por el episodio de la sima (con traza de nueva versión de las desgracias del último rey visigodo) como por las señales textuales precursoras que le abrieron el camino. Pero esta acumulación de coincidencias con las cuales Cervantes nos sugiere la clave del capítulo lv nos llevaría, en definitiva, más que a asociar estos episodios, a oponerlos. La aventura de Sancho puede tomar pie en la derrota y la penitencia de Rodrigo, pero es —en un efecto de comparación selectiva— para mejor distanciarse de ellas, al igual que va desfasada con relación a la cueva de Montesinos. Por una parte un rey vencido, santificado por una penitencia y una muerte voluntarias, cuyo cuerpo queda en la cueva, y por otra parte un Sancho quien escapa por milagro de la suya, destronado también, pero aferrado a la vida, y quien ha conocido en esa penitencia suplementaria la culminación de un desengaño que anticipa al de su amo.
16Interpretada por Sancho, esta nueva versión del destronamiento y de la penitencia de Rodrigo le permite, por supuesto, a Cervantes expresar su vena cómica. Le permite sobre todo ofrecer una imagen atípica de un gobernador desilusionado, pero cuya profunda humanidad sobrepasa las grandezas efímeras. Y a la par que se dedica a su placer de contar, Cervantes rinde homenaje a uno de los más bellos ciclos del Romancero viejo.