1En 1960, una encuesta preguntaba a casi 2.000 jóvenes españoles de entre dieciséis y veinte años, entre otras, las siguientes cuestiones:
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Pensando en el Gobierno, ¿qué consecuencias crees que tienen sus actividades y las leyes que promulga en tu vida diaria? ¿Crees que tienen grandes consecuencias, algunas consecuencias, ninguna consecuencia?
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Suponiendo que una ley estuviera en discusión en las Cortes y fuera injusta y perjudicial para ti, ¿qué crees que podrías hacer?
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¿Crees que alguna vez has tenido oportunidad de expresar tu opinión de alguna forma, a través de organizaciones, prensa, etc. sobre cuestiones públicas, económicas, laborales, culturales, locales, con cierto resultado? ¿Dónde?¿Crees que existe actualmente esta oportunidad?
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Si tuvieras algún disgusto con la policía, por ejemplo, una violación de tráfico, ¿crees que te tratarían igual de bien que a cualquier otra persona?
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¿Qué periódicos se leen en tu casa? ¿Los compran de cuando en cuando o diariamente? ¿Te da tiempo para leerlos tú? ¿Qué parte del periódico lees con más interés?
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- 1 Encuesta sobre presupuestos mentales de la juventud española, (16-20 años) 1960 [cuestionario]. B (...)
Concretamente de este tipo de asociación, ¿a cuál o a cuáles perteneces? (culturales, políticas, religiosas, sindicales…), ¿Te gustaría pertenecer a alguna asociación? ¿A qué asociación o asociaciones has pertenecido?1
2Se trataba de la Encuesta sobre los presupuestos mentales de la juventud española, el primer sondeo de este tipo de alcance estatal, encargado por el Frente Nacional de Juventudes bajo la dirección de Jesús López Cancio, y que pretendía aproximarse a las actitudes de los jóvenes ante diversos temas. Estas preguntas se corresponden exactamente con las de un estudio comparativo de 1959, llevado a cabo por los politólogos de la Universidad de Stanford, Gabriel Almond y Sydney Verba, en Gran Bretaña, Estados Unidos, México, República Federal Alemana e Italia. Sus resultados darían lugar a la obra clásica de la ciencia política The Civic Culture (Almond y Verba 1963), en el marco de la «revolución behaviorista» que pretendía una fusión de las distintas ciencias sociales para llegar a comprender el comportamiento humano en su globalidad, y que supuso una ruptura con el objeto tradicional de la ciencia política hasta el momento, es decir, las instituciones formales del sistema político, para adentrarse en los comportamientos de los individuos en y hacia ese sistema político y sus componentes. Almond y Verba definieron la cultura política, elemento central de los nuevos estudios de la disciplina, como «las orientaciones-actitudes específicamente políticas hacia el sistema político y sus diversas partes, y las actitudes hacia el papel de uno mismo en el sistema»2 (Almond y Verba 1963: 12). Como veremos a continuación, esta nueva corriente, hegemónica durante los años cincuenta y sesenta, bebía del funcionalismo estructural como macroteoría, por una parte, y de los métodos empíricos de las ciencias sociales, por otra.
3El alemán Max Weber (1868-1920), considerado uno de los padres fundadores de la sociología, inauguró una línea de pensamiento sociológico basado en el individualismo metodológico, centrando su «sociología comprensiva» en las acciones recíprocas entre individuos y poniendo especial acento en el sentido y las motivaciones sobre las que dichas acciones descansan (Weber 1944 [1922]), distanciándose así de los planteamientos de otros pioneros, como Karl Marx (1818-1883) o Émile Durkheim (1958-1917). Además, su concepción de la modernización como progresiva racionalización, diferenciación y secularización de la sociedad, se contraponía a otras visiones que colocaban en el conflicto un mayor énfasis explicativo del cambio social.
4A finales de los años treinta el sociólogo norteamericano Talcott Parsons (1902-1979) tomaba la herencia de Weber, de cuyos trabajos se había convertido en primer traductor al inglés, para formular su teoría de la acción social (Parsons 1937) y del sistema social (Parsons 1964 [1951]), que concebía la sociedad como un sistema cuyos componentes cumplen siempre una función para el conjunto. Nacía así el funcionalismo estructural en la Universidad de Harvard, que se erigiría en macroteoría hegemónica de las ciencias sociales de todo el mundo tras la Segunda Guerra Mundial y hasta bien entrados los años sesenta.
5Mientras, otro proceso importante se estaba produciendo en la Universidad de Columbia: el desarrollo de la sociología empírica de Paul F. Lazarsfeld (1901‑1976), muy criticado por sus innovadores estudios sociales aplicados a los medios de comunicación de masas y al marketing de las empresas privadas, desde su Bureau of Applied Social Research en la universidad neoyorquina, vinculado a la Fundación Rockefeller (Pollak 1979: 50), siendo además uno de los principales impulsores de la proliferación de centros de investigación social aplicada en las universidades y de su estrecha colaboración con todo tipo de instituciones privadas, llevando si no al total abandono, sí a una considerable relegación a un segundo plano de la teorización en las ciencias sociales (Pollak 1979).
6Durante un tiempo, la macroteoría funcional de Parsons y la metodología empírica de Lazarsfeld, coexistirán con escaso contacto, cada una en su respectivo núcleo universitario, hasta que en 1941 un antiguo estudiante de Harvard llega a Columbia como profesor. Se trata de Robert K. Merton (1910‑2003), cuya colaboración cada vez más estrecha con Lazarsfeld en la codirección del Bureau of Applied Social Research (Pollak 1979: 54) le convertirá en puente entre el funcionalismo estructural como teoría y la sociología empírica como método, gracias a sus teorías de medio alcance (middle range theories), que reducen el grado de abstracción y la generalidad de los postulados de Parsons para aplicarlos a niveles más concretos de la realidad, susceptibles de ser cuantificados (Merton 1949: 39-53). Por este puente transitarán los politólogos behavioristas, como Almond y Verba, cuyo Center for Advanced Studies in the Behavioral Sciences en Stanford, fundado en 1951 por la Fundación Ford a propuesta de Merton y Lazarsfeld (Picó 1998: 21-22), se convertirá en referencia obligada.
7Almond y Verba establecerán una analogía entre el sistema social de Parsons y el sistema político, entendiendo la cultura política como subsistema integrador de los demás subsistemas de un sistema político, al igual que Parsons concebía la cultura en relación al sistema social. Tomarán también la clasificación parsoniana sobre las orientaciones de la acción (Parsons y Shils 1951), derivada a su vez de la motivaciones para la acción de Weber (1944 [1922]: 20-21), para construir su tipología de orientaciones políticas (afectiva, evaluativa y cognitiva) (Almond/Verba 1963: 14) en relación con cuatro dimensiones de la cultura política: el sistema político como objeto general, el proceso de formación de las decisiones políticas (inputs), el proceso administrativo de la ejecución de las políticas (outputs), y el propio rol del sujeto o del ego en dicho sistema. Según estas orientaciones sean, en cada caso, positivas, indiferentes o negativas, hablaremos de adscripción (alliegance), apatía (apathy) o alienación (alienation) respecto al sistema político (Almond y Verba 1963: 21).
8Partiendo de estas consideraciones, establecen tres modelos de cultura política. En primer lugar, una cultura política parroquial (parroquial political culture) es aquella que se da en un sistema con una distribución difusa del poder, sin roles o funciones políticas especializadas, y que se caracteriza por la ausencia de todos los tipos de orientaciones hacia todos los componentes del sistema. No hay una orientación específicamente política, puesto que no se da una diferenciación de las orientaciones sociales, religiosas y políticas.
9Por otro lado, una cultura política de súbdito (subject political culture) la encontraríamos en sistemas con un poder político centralizado y autónomo, donde el individuo solo posee orientaciones políticas activas respecto al sistema como objeto general o respecto a sus resultados (outputs), pero no hacia los procesos de decisión (inputs) ni hacia su propio rol en el sistema. Es la cultura política típica de, por ejemplo, una monarquía absoluta.
10Por último, una cultura política participante o ciudadana (participant/citizen political culture) se da en sistemas con un poder político centralizado pero no completamente autónomo, sino responsable ante su población, donde encontramos los tres tipos de orientación con respecto a los cuatro componentes. Estamos hablando de la cultura política típica de un sistema democrático, con una orientación hacia un rol activista del ego (Almond y Verba, 1963: 16-17).
11Estos tres tipos de cultura política no son, sin embargo, más que modelos, inexistentes en estado puro, pero que al igual que los tipos ideales de Weber (1944 [1922]: 6-18), nos permiten extraer conclusiones al constatar el grado de desviación de un caso real concreto con respecto a ellos, transformando una serie de variables en indicadores para su posterior medición mediante la técnica de la encuesta y el tratamiento estadístico de sus resultados, propios de la sociología empírica. Por ejemplo, la orientación cognitiva hacia los procesos propiamente políticos de la toma de decisiones se medirá mediante preguntas encaminadas a comprobar el conocimientos de los nombres de altos cargos del sistema, o la orientación evaluativa hacia el rol del ego en el sistema, se podrá calibrar con preguntas sobre la percepción de las oportunidades de expresar la opinión en público.
12¿Y qué hay de la cultura cívica que da título a la obra? Para Almond y Verba, contrariamente a lo que cabría esperar, una cultura política participante pura no es la más adecuada para la estabilidad y el funcionamiento eficaz de una democracia, debido a las serias tensiones que esta provoca entre el deseo de participación de los ciudadanos y la capacidad de gobernar (gobernabilidad) de las élites. La cultura cívica, por el contrario, permite la pervivencia de elementos de la cultura parroquial y de la cultura de súbdito, a los que la cultura participante se superpondría sin eliminar, permitiendo mantenerla dentro de unos límites manejables. Un exceso de participación es tan nocivo para la democracia como un exceso de apatía, por lo que se hace necesaria su moderación (Almond y Verba 1963: 339-373). Terminan así con el mito del buen ciudadano democrático, siempre adecuadamente informado, dispuesto a dar su opinión, a sentirse partícipe del proceso decisional, como elemento favorecedor de una democracia vigorosa.
- 3 Nos referimos, por ejemplo, a las movilizaciones estudiantiles de 1956, al aumento del número de (...)
13Como explicaban en su primer capítulo, The Civic Culture respondía no sólo a una inquietud acerca de la estabilidad de las democracias ante las amenazas fascista y comunista, sino también con respecto a las posibilidades de establecer sistemas democráticos en los nuevos estados surgidos de la descolonización (Almond y Verba 1963: 3-8). Nos preguntamos si es casualidad que las mismas preguntas se estuvieran dirigiendo a la juventud de una dictadura como la española, donde los acontecimientos recientes ponían en evidencia los cambios que en ella se estaban produciendo y empezaban a inquietar a sus autoridades3.
- 4 En Francia, el Centre de Documentation Sociale de la École Normale Supérieure, la VIe Section de (...)
14Regresamos de nuevo, pues, al viejo continente, para interrogarnos por la significación de la encuesta a la juventud de 1960 con la que iniciábamos este artículo y que se proponía aplicar los postulados y la metodología de la cultura cívica a este sector de la sociedad de la época. No debemos perder de vista el contexto de Guerra Fría en que todo lo expuesto hasta el momento se hallaba inmerso, y el importante papel de las fundaciones privadas norteamericanas de investigación (Rockefeller, Ford, Carnegie…) en la expansión de la sociología empírica y del funcionalismo estructural norteamericanos en Europa, mediante la financiación de proyectos y de algunos de los centros de investigación de más renombre internacional4, la publicación de revistas especializadas, la organización de encuentros y congresos, o la concesión de becas a estudiantes europeos para ampliar sus estudios en Estados Unidos (Horowitz 1972: 434-451, Picó 2001, Nugent 2010). Los paradigmas fomentados por una especie de Plan Marshall intelectual (Pollak 1979) o Guerra Fría cultural (Stonor Saunders 1999), con su halo de neutralidad y asepsia científica y su desdén por las grandes teorías (Picó 1998: 20), servirían para erosionar otros enfoques muy populares entre la intelectualidad europea, como el marxismo, acusado de ideologizar las ciencias sociales, y por lo tanto para debilitar las bases intelectuales del comunismo.
- 5 Sobre la biografía de Juan José Linz, cf. Linz (1994), Snyder (2007) y Montero y Miles (2008)
15En 1952 se establecía la sección de política comparada, presidida por Gabriel Almond hasta 1963, del Social Science Research Council, fundado en 1923 en Estados Unidos por la Fundación Rockefeller, con cuya financiación volvía desde Estados Unidos a España en 1959 un joven sociólogo español dispuesto a estudiar la naturaleza del régimen franquista y los grupos de interés que en él operaban. Se trata de Juan José Linz5, recientemente doctorado en sociología por la Universidad de Columbia, a la que había llegado ocho años antes para formarse en la sociología empírica con una de las primeras becas de la Dirección General de Relaciones Culturales del Ministerio de Asuntos Exteriores español, y donde había recibido lecciones de Lazarsfeld y Merton, iniciando asimismo su tesis doctoral bajo la dirección del politólogo behaviorista Martin Lipset, al cual acompañó como asistente durante una estancia en el Center for Advanced Studies in the Behavioral Sciences, o «Centro Ford» de Stanford.
16Linz será el artífice principal del cuestionario de la encuesta a la juventud de 1960 (Insituto de la Juventud 1976: 153), como experto en la metodología empírica norteamericana. Los miembros del equipo investigador constituido para la ocasión, algunos de ellos sociólogos consagrados, otros en los inicios de su carrera, entrevistados años después, recuerdan las treinta y cuatro sesiones de estudio para el diseño de las preguntas como «verdaderas clases de sociología» impartidas por Linz (Valles 1998: 118). Será él también quien realice el primer análisis de los resultados, junto a su discípulo Amando Miguel, con quien habían trabajado ya en un estudio sobre los empresarios españoles, origen de la tesis doctoral de este, en cuyo tribunal se había sentado Manuel Fraga en 1961, del cual, por otra parte, pronto se convirtió en ayudante de cátedra (Miguel 1998: 13). Su colaboración con el Frente de Juventudes tampoco era nueva, puesto que Miguel había elaborado para su Departamento de Formación una especie de guía práctica sobre la toma de decisiones en los grupos, donde se criticaba tanto el autoritarismo como el laissez faire, apostando por un funcionamiento liberal (Valles 1998: 125).
17El análisis de la encuesta lo llevarán a cabo en dos estadías, la primera en el Bureau of Applied Social Research de Columbia (1961-1962), siendo Miguel animado personal y económicamente por López Cancio y Manuel Fraga (Miguel 1998: 21-22), uno de los impulsores de la sociología empírica como Delegado Nacional de Asociaciones (1957-1961) y como director del Instituto de Estudios Políticos poco después (1961-1962) y creador del Instituto de la Opinión Pública en 1963, a lo que parece haber contribuido la experiencia de la encuesta que nos ocupa (Valles 1998: 131), encargándose el nuevo organismo de su segunda edición, en 1968 (Insituto de la Opinión Pública 1968). La otra estancia tuvo lugar en 1963 en el Center for the Advanced Studies of the Behavioral Sciences de Stanford, donde gracias a una beca del mismo centro y de la Fundación Guggenheim que Linz le había conseguido a su discípulo (Valles 1998: 130), pudieron disfrutar del uso de los más modernos equipos informáticos y discutir los resultados con Almond y Verba (Miguel 1998: 20).
18Las finalidades de una encuesta pueden ser múltiples y no siempre evidentes. Como hemos visto, fueron varios los actores involucrados en el impulso, diseño, financiación e implementación de la Primera Encuesta a la Juventud, desde el Frente de Juventudes al equipo de sociólogos, pasando por alguna fundación norteamericana. Nos proponemos en la siguiente y última sección, adentrarnos en el terreno de la instrumentalización de la sociología por parte de todos ellos.
19La encuesta a la juventud de 1960 ha sido calificada de verdadero «hito sociológico» (Miguel 1998: 9), de «encuesta emblemática» (Valles 1998: 113), que habría marcado un antes y un después en la investigación social española. La mayoría de los miembros del equipo investigador coinciden en señalar, como su única motivación, la oportunidad única que se les brindaba para hacer sociología científica en un medio político hasta entonces hostil a este tipo de iniciativas, desvinculándola de una potencial utilización por parte de las autoridades franquistas para el mantenimiento del Régimen. Incluso hablan de ella como parte de una Transición que empezaba a gestarse desde dentro, desde los sectores más aperturistas de la dictadura, siendo la encuesta una especie de «caballo de Troya […], avenida discreta al estudio de la sociedad» en regímenes no democráticos (Linz, en Valles 1998: 117). No parece compartir esta visión el Delegado de Juventudes que la encargó:
Yo me mantenía fiel a lo que había servido desde el principio. Lo que ocurre es que mi fidelidad me exigía unas adaptaciones de aquello, de aquel aparato al que estaba sirviendo […], a la realidad social cambiante (citado en Valles 1998: 137).
- 6 No compartimos, por ello, la opinión de Sáez Marín (1990: 6-7) cuando relaciona la encuesta con l (...)
- 7 Archivo General de la Administración, Fondo Delegación Nacional de la Juventud, Caja 143, Acta de (...)
- 8 Ibidem.
20López Cancio pertenecía a un sector de Falange cercano al Ministro Secretario General del Movimiento, José Solís Ruiz, resuelto a llevar a cabo una serie de transformaciones internas con tal de evitar que la facción tecnócrata se convirtiera en el elemento central del Régimen, tras el rechazo de las medidas legislativas de José Luis Arrese6, aumentando las bases sociales del falangismo, entre otras medidas (Sesma Landrín 2006: 269-270). En este contexto, y ante la progresiva pérdida de interés en la organización juvenil por parte de los jóvenes, hacerla de nuevo atractiva se convertía en objetivo prioritario de su Delegado Nacional,7 que se proponía «darle un aire científico» (Valles 1998: 124) y, con tal fin, conocer la realidad social de la juventud española. El reto que representaban los sectores más tradicionales del falangismo para estas reformas, sin embargo, se puede percibir claramente en las intervenciones de López Cancio y de Solís durante los debates de la Reunión Nacional de Mandos del Frente de Juventudes de 1957, en los que deben insistir una y otra vez en la necesidad imperiosa de, «sin renunciar a la doctrina, adaptar la técnica a los objetivos, que son los de siempre»8.
21A menudo las encuestas, a través del discurso de la cientificidad del experto en su aproximación a una opinión pública hasta ese momento oculta, permiten crear opinión a través de la opinión. Aunque en el caso que nos ocupa los resultados completos no se publicaron hasta 1976 (Instituto de la Juventud 1976), un tranquilizador informe fue entregado a Franco en 1962, al parecer fruto del análisis de quien dirigió el estudio, Mariano López-Cepero, y del también sociólogo José Castillo (Miguel 1998: 20) quien, a su vez, había coincidido con Amando de Miguel en Columbia en 1961-1962 (Valles 1998: 122). Sus conclusiones son de un interés indudable:
- 9 Palabras de López Cancio en el acto de presentación del documento a Franco (citado en Miguel 1998 (...)
Frente a una mayoritaria conformidad con la organización política actual de España […], la juventud española manifiesta disconformidad con las estructuras sociales y económicas de nuestra nación, apuntando de un modo concreto a las diferencias extremas de clases. Se lamenta también de que el favor sea, con frecuencia, el determinante del ascenso individual. En su mayor parte, propone como tarea colectiva de los españoles la elevación general del nivel de vida9.
- 10 AGA, Fondo DNJ, Caja 1258, Acta de la Reunión extraordinaria de mandos nacionales, 22, 23 y 24 de (...)
22Se construye de esta forma una opinión pública complaciente, o cuando menos apática, con el Régimen como sistema político general, pero deseosa de mejoras económicas y en su nivel de vida, es decir, en la eficacia de los resultados del sistema (outputs), en curiosa coincidencia temporal con el Plan Nacional de Estabilización Económica de 1959. Además, se presenta a una juventud española que rechaza el favoritismo como cauce de ascenso social, mientras la ideología de la movilidad social universal y la meritocracia se abren paso. Creemos que los resultados de estas encuestas pudieron ser utilizados para tranquilizar a los sectores más inmovilistas del Movimiento y, a su vez, convencerlos «científicamente» de la necesidad de una profunda reformulación del Frente de Juventudes en cuanto a su estructura y funciones, como lo fue de hecho su reconversión en Delegación Nacional de Juventudes en 1961, en pro de una apariencia más moderna y menos politizada, de «una organización juvenil que no aparezca como organización política juvenil exteriormente»10.
23Nos parecen de especial interés también los seis artículos que publicó Amando Miguel en la Revista del Instituto de la Juventud, fruto de su análisis de los datos, donde se insistía de nuevo en la importancia de las desigualdades en España, equiparables a las de los países subdesarrollados y que, además, se acentúaban en relación al acceso a ciertos bienes de consumo (Miguel 1965: 33-44). Miguel considera la aproximación de la cultura política de especial utilidad en el caso español, frente a un estudio formal-constitucional que reflejaría solo la imagen de las élites dominantes. Tras analizar las actitudes de los jóvenes españoles, concluye que la suya es una cultura política alienada, caracterizada por la indiferencia y, en menor medida, por el rechazo a un sistema político que califica de «débilmente pluralista», apoyando la polémica tesis de Linz (1964) sobre la apatía como principal factor de sustentación de los regímenes autoritarios (Miguel, 1966a: 83-85). Plantea, por otra parte, la necesidad de «resolver la incógnita de en qué medida puede mantenerse un sistema apoyado fundamentalmente en una enorme masa neutra», sin que los sectores opuestos y/o desencantados pero pasivos, se transformen en rebeldes activos (Miguel 1966c: 37). Esta cuestión, lógicamente, podía interesar a aquellos que perseguían dos objetivos contrapuestos: la del afianzamiento del régimen o, por el contrario, la de su derrocamiento.
24En otro artículo, el sociólogo analiza el «potencial autoritario» o potencial de sumisión de los jóvenes españoles. El cuestionario incluía una pregunta sobre la conveniencia de que un hombre destacado decidiera por todos o, por el contrario, que las decisiones fueran tomadas por todos. Miguel advierte que la respuesta no se corresponde exactamente con una actitud favorable o contraria al régimen, sino que algunas personas pueden considerar que, en determinadas circunstancias, es necesario confiar en un líder. Solo así se explicaría la existencia sorprendente de una mayor proporción de respuestas democráticas entre los miembros más activos de la organización juvenil franquista que entre los que no lo eran, confirmándose que «los que apoyan un régimen autoritario son precisamente la gran mayoría apática […] que no se interesa ni participa activamente en él» (Miguel 1966c: 20). Así, el sistema político jerárquico no sería el único factor explicativo de la apatía, sino que las normas institucionales en otras esferas (familia, escuela, trabajo) serían primordiales en este asunto, como también habían concluido Almond y Verba (1963: 266-305): «En la medida en que en esas esferas primarias encontramos ya elementos de apatía o alienación podremos decir que el autoritarismo de los jóvenes es algo más que un reflejo del sistema político vigente» (Miguel 1966c: 32). Siguiendo a los profesores de Standford, como ciertamente hacían Miguel y Linz, podríamos considerar la modernización económica y social en términos weberianos como un proceso que favorece la erosión de una disfuncional actitud autoritaria en esas esferas primarias y que, por lo tanto, puede contribuir al desarrollo de una cultura cívica. Sin embargo, Miguel observa que en la España de la época,
el clima de alienación y apatía es muy superior a lo que el desarrollo económico haría esperar y […] en este clima influye no sólo la estructura de las extremas diferencias de clase o regionales, sino la escasa incorporación de los sectores más atrasados a la “cultura cívica” debida en parte a la falta de legitimación de muchas instituciones (Miguel 1966c: 36)
25Se desprende que el desarrollo de una cultura cívica que asegurara la estabilidad de una futura democracia y que cabría esperar como resultado del desarrollo económico y social no se estaba produciendo, y que el germen de la democratización de España no parecía estar en esa masa popular apática y preocupada por el bienestar económico y las extremas desigualdades sociales antes que por la naturaleza del sistema político, sino más bien en algunos sectores del propio régimen que, descontentos, podrían pasar de la militancia a la rebeldía. Un proceso tal, que combinara la apatía de muchos con la rebeldía de unos pocos, permitiría quizás mantener el tan necesario equilibrio entre la cultura política de súbdito y una nueva cultura participante, asegurando un buen funcionamiento democrático al estilo occidental. Bien habían merecido pues la pena las inversiones norteamericanas en el estudio. Además de formar parte de esa expansión general hacia Europa de una forma de hacer sociología que desplazaba otros paradigmas menos convenientes, en el caso español la sociología empírica respondía a un deseo de conocer mejor a un régimen no democrático, recientemente abrazado como aliado de Estados Unidos para la contención del comunismo, poco fiable, no obstante, en cuanto a su futura evolución, que bien pudiera vislumbrar una ruptura drástica con resultados imprevisibles. Un sondeo concienzudo de sectores clave de su población, ¿podría dar algunas pistas sobre las posibilidades de desarrollar una cultura cívica que evitara posibles excesos participativos?
26Ahora bien, si las conclusiones de Miguel eran publicadas en una revista institucional como la del Instituto de la Juventud, cabe pensar en una interpretación muy distinta por parte de sus responsables, que poco tuviera que ver con la democratización, por moderada y controlada que fuera. Por una parte, el desarrollo económico, el aumento del nivel de vida y la expansión de esos bienes de consumo que hasta entonces se habían convertido en símbolo de las desigualdades (televisor, coche, nevera…) podían servir para mantener la apatía de las mayorías. A la vez, un conjunto de reformas internas encaminadas a la legitimación de las instituciones podrían ayudar a mantener, o incluso ampliar, la fidelidad de los sectores más politizados del régimen. El desarrollo de la sociología empírica no solo servía para encontrar soluciones, en clave de reforma, para una dictadura que veía crecer la contestación en varios frentes, sino además, como hemos visto ya, para convencer a los sectores más reticentes a dichas soluciones. Sin olvidar que uno de los principales objetivos de los promotores de la encuesta no era otro que el de ampliar las bases del falangismo para hacer frente al auge de otros proyectos políticos que, dentro del Régimen, pugnaban por imponerse, debemos recordar también que, pese a sus diferencias, todos estos proyectos en competencia compartían un objetivo común: la perpetuación de la dictadura.