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AccueilCahiers de civilisation espagnole...32Comptes rendusMax Aub, Diarios 1939-1972

Comptes rendus

Max Aub, Diarios 1939-1972

Bernard Sicot
Référence(s) :

Max Aub, Diarios 1939-1972, Sevilla, Editorial Renacimiento, Biblioteca del Exilio, 2023, edición, estudio introductorio y notas de Manuel Aznar Soler, 954 p.

Texte intégral

1Antes de publicar este abultado volumen de los Diarios de Max Aub, Manuel Aznar Soler, probablemente el principal estudioso del autor valenciano, ya se había responsabilizado de otras tres ediciones:

21. Diarios (1939-1972), Barcelona, Alba Editorial, 1998, 556 p.
2. Diarios: 1939-1952, México, CONACULTA, 2000, 238 p.
Diarios: 1953-1966, México, CONACULTA, 2002, 307 p.
Diarios: 1966-1972, México, CONACULTA, 2003, 381 p.
2. Nuevos diarios inéditos (1939-1972), Sevilla, Editorial Renacimiento, 2003, 560 p.

3La edición de 2023, con sus casi mil páginas, es un monumento que incluye 52 páginas de un estudio preliminar con bibliografía, inspirado en los de las ediciones precedentes, 862 páginas de los diarios propiamente dichos con un aparato crítico abundante (1637 muy útiles notas a pie de página y un índice onomástico de 22 páginas). Pero lo más nuevo son los textos complementarios inéditos, que no figuraban en las ediciones anteriores, encontrados en el inagotable archivo de la Fundación Max Aub (Segorbe) y, sobre todo, la inclusión (p. 608-674) de Enero en Cuba, que se publicó por separado en 1969 (México, Joaquín Mortiz, Obras incompletas de Max Aub, 128 p.) y en 2002 (Segorbe, Fundación Max Aub, Biblioteca Max Aub, 223 p.) Este «diario cubano», escrito en la isla caribeña entre el 22 de diciembre de 1967 y el 24 de febrero del año siguiente, cubre apenas dos meses de la vida del autor pero su importancia radica en que muestra el interés de Aub por lo que todavía era una experiencia política socialista incipiente. Por su estilo, sus temas, reúne páginas que encuentran perfectamente su lugar en el grueso volumen preparado por Aznar Soler y que vienen a colmar un vacío poco justificado en las ediciones anteriores.

4Otros dos vacíos no se han podido o querido corregir: el primero corresponde al período del 28 de noviembre de 1941 al 18 de mayo de 1942, durante el cual Aub estuvo preso en Djelfa (Argelia), período al que hay que añadir los días anteriores al 10 de septiembre del mismo año, durante los que esperó en Casablanca su embarque para México (p. 115 y 117). Estando en el campo de Djelfa, Aub no dejó de escribir, casi «a diario», y así vieron la luz, en muy modestos soportes manuscritos, unos cien poemas de los que veintisiete se publicarían luego en México, en 1944, y cuarenta y siete en 1970, bajo el título Diario de Djelfa; el segundo «vacío», de menor extensión temporal (23 de agosto de 1969–4 de noviembre de 1969) coincide con una estancia del escritor en España que dio lugar a una primera publicación de La gallina ciega. Diario español en 1971 (Joaquín Mortiz), una segunda en 1995 (Barcelona, Alba Editorial, 618 p.) y, por fin, a la de 2021 a cargo de Aznar Soler, como la anterior (Sevilla, Editorial Renacimiento, Biblioteca del Exilio, 808 p.)

5Por tratarse exclusivamente de poesía (con excepción de un poema en prosa), difícilmente Diario de Djelfa hubiera podido caber en el lugar que le corresponde en la edición de marras, a pesar de la notable heterogeneidad textual de los diarios reunidos, con bastantes poemas en versos incluidos, también se supone que los temas (propios del campo) son otra razón de la no inclusión. Por otro lado, si los poemas llevan fechas, muchas de ellas están equivocadas, voluntariamente o no, como ya lo demostró el autor de esta reseña (véase, su prólogo a Diario de Djelfa – Colección Visor de Poesía, 2015 – p. 21-22). A propósito de Djelfa, dos o tres nimiedades, que muchos estudiosos vienen repitiendo, se podrían haber corregido en el estudio introductorio de Aznar Soler a su última edición de los Diarios (p. 9): el nombre del barco que llevó a los presos de Port-Vendres a Argel era Sidi Aïssa y no Sidi Aïcha, imposible en árabe ya que éste yuxtapone dos voces de género opuesto. Por otro lado, Aub no estuvo en el campo «desde diciembre de 1941 hasta el 8 de julio de 1942»: llegó el 28 de noviembre de 1941 y, sobre todo, salió el 18 de mayo del año siguiente. Puestos a hablar de nimiedades, la edición de 2023 hubiera mejorado algo con la corrección de las no escasas erratas de las citas en francés. También, en una futura edición, convendría sustituir «Pithiers» (p. 763) por «Pithiviers», pueblo del centro de Francia al que, aparentemente, Aub se refiere en la página citada. Volviendo al tema que nos ocupaba hace unos segundos, puede ser que La gallina ciega. Diario español, cuyas páginas abordan esencialmente las realidades sociales, culturales y políticas de la España de 1969 así como las reacciones del autor ante las evoluciones de todo tipo, gratas o no, percibidas al correr de los días, con a veces largos comentarios personales, no resultaba fácil de incluir, lo cual, además, hubiera modificado en grandes proporciones el tamaño del libro, ya de por sí considerables.

6Con razón, Aznar Soler señala que los Diarios conforman un retrato político y moral del autor exiliado. Amén de mencionar y evocar sus numerosos viajes, sus lecturas y autores preferidos, de exteriorizar reflexiones sobre su nacionalidad enmarañada, de incluir cavilaciones relativas a arte, cine y teatro, Aub rememora la vida y la muerte de los conocidos, amigos muchos de ellos, como León Felipe que, a pesar de unos funerales «nacionales» en el palacio de Bellas Artes de la Ciudad de México (p. 719 y 720) no recibió el homenaje de una bandera republicana ni el de «una representación de la embajada española. Ahí, con un crucifijo de plata, entre el secretario de Educación y el cronista de la Ciudad, a quien más antiespañol: haciendo el paripé» (p. 720). Y, no pocas veces, ello le lleva a considerar con cierta insistencia su propio envejecimiento, incluso cuando aún tenía cuarenta o cincuenta años y solo se trataba de sus dientes. El 19 de marzo de 1953 escribe: «Mis primeros dientes postizos. Rara sensación de otro cuerpo en mí, como si la muerte entrara al relevo.» (p. 258) Una muerte que siente próxima cuando, el 20 de febrero de 1960, escribe: «El doctor Chávez me manda tres semanas de encierro. No puedo creer que estoy enfermo –es decir, que puedo morirme, desaparecer en cualquier momento–» (p. 396), o el 10 de mayo de 1972, estando en España ya cerca del fin, después de consultar a un urólogo: «¡Y yo que creí alguna vez que moriría a los 45 y de cáncer! No hay que fiarse; no se sabe nada.» (p. 907) Curiosamente, para justificar sus problemas de salud, nunca menciona eventuales secuelas de los malos tratos padecidos en los campos de internamiento, especialmente en el de Djelfa. Con su habitual sentido del humor no se priva de alguna escueta formulación jocosa: «Miro con interés, cada mañana, las esquelas en el periódico. A ver si, por casualidad, aparece la mía.» (p. 403)

7El retrato político del autor de los Diarios, socialista democrático toda su vida, se precisa a lo largo de numerosos comentarios suyos relativos a España, México y Francia. Tampoco escasean análisis bastante perspicaces sobre comunismo y socialismo, capitalismo y marxismo, Estados Unidos y la Unión Soviética. El centenar de páginas de Enero en Cuba refleja el interés de Aub por la revolución cubana aún portadora en aquellos momentos de promesas positivas para el futuro del país y de la sociedad insular. Antes de que se consolidaran sus tratos peligrosos con la Unión Soviética, Fidel Castro es alabado por sus talentos de orador y dirigente político: «Discurso de Fidel, medido y comedido. Más interesante por lo que calla que por lo que dice. Anuncia el racionamiento de la gasolina. Lo analiza con claridad, lo explica con eficacia.» (p. 624) El 8 de enero reitera y amplía el cumplido:

Discurso de Fidel. La imagen de un caudillo de nueva factura. Dejemos aparte la apostura, la voz, la belleza. Hay algo en él de humildad ante las masas, de misionero español, evidente. Quiere un mundo más justo con tal intensidad que no le importan los caminos trillados. Su fuerza reside en su convicción –no histérica como la de Hitler ni histriónica con la de Mussolini, ni la altivez y seguridad en sí de De Gaulle–. Stalin era un matrero, callado, desconfiado; Fidel es exactamente lo contrario: tiene confianza en la gente y la inspira. Cuenta las cosas con sencillez, para personas sencillas, y las repite, las machaca, desmenuza y, al reconstruir, convence. No se alaba. Si le dejan conseguirá hacer trabajar a la mayoría de los cubanos, que tienen la suerte de vivir en una isla feraz donde, en último caso y remedio, podrían hacer fructificar una especie de paraíso terrenal. Incomparable milagro: llevar a los hombres de la hamaca al tajo con la sola fuerza del convencimiento. (p. 632)

8Lo que pasó, y Aub no lo podía adivinar, es que Fidel no pudo hacer milagros: no supo o no lo dejaron transformar Cuba en «una especie de paraíso terrenal» ni pudo impedir que en vez de irse al tajo bastantes hombres de aquella «isla feraz» y paradisíaca se fueran a Florida.

9Otro tema insistente que surge como una de las preocupaciones mayores del diarista es el porqué de su vocación de escritor, a menudo unida a la ansiedad de comprender su intrincada nacionalidad. El 22 de enero de 1956 martillea la doble interrogación: «¿Qué soy? ¿Alemán, francés, español, mexicano? ¿Qué soy? Nada. […] Quise ser escritor. ¿Qué soy? ¿Novelista, dramaturgo, poeta, crítico? No soy nada […]» (p. 326). Y a ello van unidas otras preocupaciones constantes como la de saber por qué se escribe, pregunta a la que contesta con una pizca de ironía «minestrónica»:

Escribo porque nací. Escribo para justificar el hecho de haber nacido. Escribo para hacerme perdonar el hecho de vivir. Escribo para seguir aquí cuando haya muerto. Revuélvase con sal, pimienta, aceite, vinagre, algunas hierbas de olor en una hermosa ensaladera y consérvese un poco, si se puede. (p. 682)

10Estas aserciones en forma de insistentes anáforas sobre el hecho de escribir podían compensar su plena consciencia de ser, a pesar de todo lo escrito y publicado, un autor poco conocido y poco leído tanto en México como en España. En su viaje de 1969 a la Península, se dará perfectamente cuenta y se lamentará varias veces de ello en La gallina ciega. Pero era consciente, desde hacía años, de su falta de éxito. Escribe el 19 de septiembre de 1954: «el éxito no es prenda de las mías […]. Llego tarde en todo y por todo, pero tal vez algún día se borren las distancias.» (p. 282) Repite unos días después: «Uno de los casos más curiosos, que no me explico, es mi falta total de éxito. Mis libros no se venden. No tengo editor […] como no sea para mis libros de crítica (que no lo son, sino charlas de café). / Viste mucho eso del Fondo de Cultura, lo que no sabe la gente es que los libros los pago yo y que el Fondo de Cultura Económica únicamente los distribuye. Y eso gracias a mis amistad con todos los de la casa.» (p. 285) Situación particularmente sorprendente y desmoralizadora para quien no pierde ocasión de incluirse en una de las más prestigiosas generaciones literarias del siglo XX: la del 27 con Buñuel y sus famosos poetas. El 25 de junio de 1955, envuelto en una primera persona del plural, no parece acertar en cuanto a la permanencia de la generación del 27: «Mi generación no quedará como tal, le faltó personalidad: rebelarse contra lo anterior; fuimos en eso conformistas, […]» (p. 306). Estando en Cuba, escribe con cierta presunción en el guion para una charla en la UNEAC:

Y ahora estoy a su disposición para contestarles a lo que me quieran preguntar acerca de José Gaos, José Medina Echavarría o de Juan Chabás, compañeros fraternales de mis primeros años. De Jorge Guillén, de Pedro Salinas, de Federico García Lorca, de Rafael Alberti, de Luis Cernuda, de José Moreno Villa, de tantos más, vivos y muertos, más muertos que vivos, de mi generación. (p. 669)

11Es perceptible algo de engreímiento, para quien fue un modestísimo poeta, en el hecho de citar a los ilustres vates de la generación del 27 y de incluirse en ella.

12En cambio, como prosista, bien podía reivindicar un lugar –que no siempre le dieron o le dan– en las historias de la literatura. Al lado de su abundante producción novelística, cuentística y teatral, los Diarios son una clara prueba de ello. En ellos domina una hábil heterogeneidad textual: se encuentran esbozos de obras proyectadas, el locutor cambia de destinatario y las notas del Diario se truecan en cartas. Otras veces, el relato se transforma en diálogo, se reduce a epitafios o a fórmulas con o sin juegos de palabras. No solo surgen citas de poemas propios o ajenos en medio de la prosa sino que son bastante comunes unos deslizamientos de la prosa hacia el verso o de la dicción más campechana –véanse las numerosos términos o expresiones chabacanos: «me meo de risa» (745), «hijo de puta» (750), «Escribo lo que me da la gana y como me pasa por los cojones» (776), etc.– a formulaciones poéticas exquisitas, como en esta descripción del paisaje mexicano yendo en tren hacia Oaxaca:

La Sierra Madre. Órganos, órganos y más órganos, piedra, tierra seca, seguimos una corriente caliginosa, a veces con un regato de agua terrosa. Cuando hay, un trozo de tierra arable, unos bueyes blancos escuálidos, un campesino oscuro con un traje de manta, un sombrero de paja, empujando su arado de la edad de hierro. Vegetación rala, piedra dura, árboles con pocas hojas donde hay más agua, órganos de todos tamaños, el cielo azul sin la menor traza de nube, polvo sólo levantado por el peso y paso del tren. Kilómetros sin nadie: piedra, piedras, riel y el tren como culebra de hierro. […] (p. 683)

13Tampoco desmerece esta evocación de un pueblo de Francia:

[Pithiviers], desierto: día del armisticio. […]
Maravilla del otoño, todavía en flor en los bosques; todos los colores: no son solamente los amarillos y los cafés, son los grises de las cortezas de los árboles, los verdes de las hiedras, los quemados de la alfombra de hojas caídas, el musgo redescubierto, la muerte de los helechos. Sigo el paso fulgurante del trasero blanco de un conejo. Y el frío dulce y el viento frío. Y el no tener nada que hacer, aquí, en el campo, sin el menor ruido frente al fuego. ¿Empalagaría el ser diario? (p. 763)

14En estas líneas, como en otras que no se pueden citar aquí, amén de la búsqueda de un vocabulario apropiado, peninsular o mexicano, no escasean las asonancias, las paronomasias, ni las frases nominales tan características de la prosa aubiana.

15Con esta acertada edición de los Diarios, Manuel Aznar Soler proporciona a los devotos o estudiosos un rico muestrario de las aptitudes de Aub como escritor, que ya se revelaban en numerosos libros de géneros diversos; también un valiosísimo y completo retrato íntimo del hombre hasta su muerte en México en 1972.

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Pour citer cet article

Référence électronique

Bernard Sicot, « Max Aub, Diarios 1939-1972 »Cahiers de civilisation espagnole contemporaine [En ligne], 32 | 2024, mis en ligne le 02 mars 2024, consulté le 09 février 2025. URL : http://0-journals-openedition-org.catalogue.libraries.london.ac.uk/ccec/17097 ; DOI : https://0-doi-org.catalogue.libraries.london.ac.uk/10.4000/121xg

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Auteur

Bernard Sicot

Professeur honoraire, Université Paris Nanterre

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