La salud de las sirenas: microficciones
Notes de la rédaction
Roberto Abad (Cuernavaca, 1988) es escritor y músico. Estudió Ciencias de la Educación (UAEM). Algunos cuentos suyos se encuentran publicados en antologías y medios nacionales e internacionales como la revista española Quimera y The South Carolina Review, y ha sido traducido al francés y al portugués. Fue becario de la Fundación para las Letras Mexicanas en el área de narrativa en 2018 y actualmente lo es del Fonca (Fondo Nacional para la Cultura y las Artes). Coordinó el proyecto Breve manual del libro fantástico (UAM Cuajimalpa, 2020). Ha publicado el libro de minificción Orquesta primitiva (Fondo Editorial Tierra Adentro, 2015) y el libro de relatos Cuando las luces aparezcan (Paraíso Perdido, 2020/2024), con el que obtuvo el XI Premio Nacional de Narrativa “Ramón López Velarde” en 2018. Y en 2023, publicó en la colección Hilo de Aracne de la UNAM el libro El hombre crucigrama.
Texte intégral
Jardín familiar
1A mi hijo se le cayó un diente de leche y, en el hueco de la encía, le creció una plantita. Por supuesto, nos asustamos. El dentista comentó que era un hongo; se quitaría con enjuagues bucales. Pero la raíz creció pese a las medidas de higiene, y con tal de que no lo juzgaran, dejamos de llevarlo a la escuela. Con los días brotó una ramita de la cual se desprendía una hoja; no necesitaba agua: la saliva la mantenía húmeda. Creímos que arrancársela le causaría dolor, así que mientras hallábamos la solución, tratamos de procurarla. Por las mañanas, sacábamos a mi hijo al patio para que le diera luz; él abría la boca y se quedaba un buen rato en esa posición, frente al sol. El tallo se alargó y buscó ramificarse en las orejas. Alguien propuso ponerle un poco abono, sin embargo, después de meditarlo, a esas alturas la propuesta no era viable.
2Quizá fue al mes que una flor emergió cerca de los incisivos. Era roja y dorada, muy frágil. A partir de entonces la observábamos por las noches sin que él se diera cuenta. Nos reuníamos en la sala y luego, de puntitas, toda la familia iba a su habitación, encandilada, como si fuéramos testigos de un milagro. Cuando lo llevábamos al patio, a veces una mariposa se detenía en su cara –que había adquirido una tonalidad verdosa–, y aleteaba despacio. Eso comenzó a generarnos cierta esperanza, como mirar un atardecer o respirar en el campo.
3Hasta que, semanas más tarde, vimos que una bola morada llena de vellosidades, parecida al litchi, colgaba de la rama principal, que se había extendido medio metro. Con un poco de movimiento, el fruto se soltó y fue a dar a los zapatos de mi hijo, a quien le adaptamos un cuarto provisional al aire libre. El interior de la fruta era blanco, jugoso, y se resbalaba al contacto de los dedos por el jugo que despedía. Decidimos probarla, saber qué clase de cosecha era ésta. La acidez nos colmó los gestos de extrañeza y desasosiego. Debo aceptarlo, estaba rica. Al terminarla, descubrimos que, en el corazón de la fruta, en lugar de hueso, había un diente. Enseguida, y sin cuestionarlo, lo sembramos felices en el jardín.
Filosofía de la muerte
4¿Cómo es estar muerto?, le pregunto a un tío que es escritor o filósofo o fantasma o todas las cosas y cuya barba le cuelga hasta el pecho. Me mira detenidamente; se ríe, acomodándose en el sillón. Cualquiera puede notar cómo le incomoda la pregunta. Con la cabeza inclinada, chasquea los labios, asiente, tiene un leve tic en el ojo izquierdo. De pronto recobra la voz y dice: es como ahora, justo como ahora, pero sin aire y sin vigilia.
La contestadora y yo
5A cierta hora programo la contestadora con una grabación que capturo días antes; a cierta hora llamo a mi propia casa y, como nadie contesta –lo cual es obvio porque estoy fuera–, se activa la cinta y escucho una voz, que, a través de la bocina, parece de alguien más; a cierta hora le hago preguntas que he pensado mientras grababa el diálogo; y, también, a cierta hora, la contestadora responde mecánicamente con mi voz que no es mía pero un poco sí; de esa manera charlamos, como grandes amigos, por un rato que, aunque es mínimo, me reconforta.
Posesión
6Apenas la besó, aquel hombre comenzó a hablar en lenguas.
Mandato
7La Iglesia prohíbe esparcir las cenizas de los muertos en el mar. Al fin alguien piensa en la salud de las sirenas.
Pour citer cet article
Référence papier
« La salud de las sirenas: microficciones », Caravelle, 122 | -1, 149-150.
Référence électronique
« La salud de las sirenas: microficciones », Caravelle [En ligne], 122 | 2024, mis en ligne le 19 septembre 2024, consulté le 22 mars 2025. URL : http://0-journals-openedition-org.catalogue.libraries.london.ac.uk/caravelle/15368 ; DOI : https://0-doi-org.catalogue.libraries.london.ac.uk/10.4000/127gv
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