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Dossier

Neutralidad y retraimiento : La política exterior del Sexenio

Neutralité et repli sur soi : La politique extérieure du “ Sexennat démocratique »
Neutrality and withdrawal: The foreign policy of the Democratic Sexenio
Ricardo Martín de la Guardia et Guillermo Á. Pérez Sánchez

Résumés

L'Espagne du “ Sexennat démocratique », avec les convulsions successives qui caractérisèrent l’une des périodes les plus critiques de son Histoire, chercha immédiatement une reconnaissance internationale. La succession des régimes, certains d’entre eux à tendance révolutionnaire, ne contribua pas à ce que l’Europe bismarckienne considérât l’Espagne comme un associé fiable, garant de la stabilité continentale, de telle manière que les problèmes internes (avec des guerres carlistes entre autre) influèrent de façon décisive l’absence de politique extérieure planifiée et active, situant le pays dans une position de dépendance et subsidiarité par rapport aux autres.

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Texte intégral

A la búsqueda de un monarca en la convulsa Europa

1El ambiente internacional a las puertas del levantamiento revolucionario en España era tenso. Los movimientos a favor de la unidad entre los estados alemanes del norte y del sur perturbaban al gobierno francés, preocupado por el profundo cambio en el equilibrio europeo que podría derivarse de ello. De igual forma, la tranquilidad tampoco había alcanzado a las relaciones entre Dinamarca y Prusia tras la anexión de los ducados. En esas circunstancias la estrategia de Napoleón III estuvo dirigida a buscar aliados capaces de compensar el poder adquirido por Bismarck. Dentro de este marco de actuación se situaban las relaciones amistosas con Isabel II con el objetivo puesto en fortalecer una alianza cuyas consecuencias llegaran hasta la península italiana en donde crecía la tirantez entre el Reino de Italia y los Estados Pontificios.

2Evidentemente, el pronunciamiento de septiembre de 1868 desbarató los planes del emperador francés al debilitar su posición frente a una Prusia que aparecía como la potencia en principio más favorecida por los hechos que se estaban desencadenando en España. Las autoridades de Berlín podrían dedicar sus esfuerzos a promover el proceso unitario alejada la posibilidad de una colaboración estrecha entre París y Madrid. Por su parte, la revolución fue aplaudida en el joven reino italiano que veía disiparse la posibilidad de una invasión por parte de un ejército franco-español con el fin de reponer la autoridad temporal del papado más allá de los Estados Pontificios.

3La España del Sexenio, con las convulsiones sucesivas que caracterizaron a uno de los periodos más críticos de su historia, buscó desde el principio un reconocimiento internacional que garantizara su presencia soberana. El encadenamiento de regímenes, algunos de ellos de cariz revolucionario, favorecieron poco que la Europa bismarckiana considerarse a España un socio fiable, garante de la estabilidad continental, de tal forma que los problemas internos –con guerras carlistas por medio– influyeron decisivamente en la ausencia de una política exterior planificada y activa situándose nuestro país en una posición de dependencia y subsidiaridad respecto a los otros.

  • 1 José María JOVER, España en la política internacional. Siglos XVIII-XX, Madrid, Marcial Pons, 1999, (...)
  • 2 Rafael SERRANO GARCÍA, «La historiografía en torno al Sexenio, 1868-1874: entre el fulgor del cente (...)
  • 3 Juan Bautista VILAR, «Aproximación a las relaciones internacionales de España (1834-1874) », Histor (...)

4Sigue en pie la afirmación de José María Jover respecto a como, “ la política exterior del periodo comprendido entre la Revolución de septiembre y la Restauración (1868-1874) muestra una notable mezcla de impotencia diplomática –consecuencia directa de la aguda inestabilidad interior– y de implantación más o menos pasiva en problemas internacionales de primer orden »1. Han sido varios los temas principales tratados por la historiografía en el ámbito de la política exterior de Sexenio : la recepción del proceso revolucionario y la instauración republicana en la opinión pública internacional, las conflictivas relaciones con el Vaticano, la política de neutralidad y el iberismo2. El estudio de estas cuestiones ha procurado una imagen de España debilitada como potencia media europea, frustrada su trayectoria modernizadora y con un decreciente peso en los asuntos internacionales3.

  • 4 Según Javier Rubio, la imagen desfavorable de la elite política española del momento continuaría re (...)

5La inestabilidad es uno de los rasgos que con más insistencia la historiografía achaca al Sexenio ; una inestabilidad política y económica que se extendió y perduró durante aquellos años dejando una huella indeleble en la acción exterior del país4. La diplomacia española, empequeñecida por la precaria situación interna, fue consciente de su escaso fuste, y no por la incapacidad de sus representantes, sino porque hubo de moverse al compás de los actores influyentes en la Europa del momento. Con el afianzamiento del Gobierno Provisional emergió con mayor fuerza en el horizonte más cercano la necesidad del reconocimiento del nuevo poder revolucionario, cuestión ésta que como indicábamos al principio va a ser constante a lo largo de los años sucesivos a causa de los vacilantes pilares del Sexenio.

6Los ministros a cuyo cargo quedó reservada la acción exterior no dispusieron ni de tiempo ni de recursos para dotar de continuidad y fuerza a la diplomacia española. La inestabilidad del periodo se reflejó con especial intensidad en los ministros de Estado, cuyo paso fue siempre fugaz. Imposible, pues, diseñar una política de calado que definiera y desarrollara con nitidez unos puntos clave de un programa ministerial que fue inexistente en la práctica. A este respecto también primó una actuación vicaria de las potencias europeas y siempre a la búsqueda de su reconocimiento. El primero de los que se hicieron cargo del Ministerio, Juan Álvarez de Lorenzana, estuvo a su frente desde el 8 de octubre de 1868 hasta el 18 de junio del año siguiente. Tras ocupar Prim la jefatura del Gobierno, fue sustituido por Manuel Silvela durante unos meses (de junio a noviembre de 1869). Después de este llegó el demócrata Cristino Martos hasta enero de 1870 a quien, a su vez, sucedió Sagasta. Siguió sucediéndose la serie de nombres a la cabeza del ministerio de Estado sin que ninguno de ellos se mantuviera en el cargo durante un periodo de tiempo lo suficientemente largo como plantear una acción exterior a medio plazo que fuera más allá de la búsqueda del reconocimiento y de la política de neutralidad.

  • 5 Ma Victoria LÓPEZ-CORDÓN, El pensamiento político-internacional del federalismo español, Barcelona, (...)

7Ni la monarquía de Amadeo ni la república cambiaron la estructura del Ministerio de Estado ni a la mayor parte de su personal teniendo en cuenta que su mayor especialización respecto a otras ramas de la administración lo hacía inviable para el buen funcionamiento de la diplomacia. El ministro de Estado era el encargado de dirigir la política exterior tomando las decisiones competentes que eran fiscalizadas por las Cortes y por el ejecutivo. El ministro estaba aconsejado por un subsecretario, mientras que a los encargados de negociado les competía trasladar las decisiones. No solo estos cargos de la administración se mantuvieron a lo largo del Sexenio, incluso los cuadros provenían de la época isabelina. De igual forma los diplomáticos que ejercían su labor en las capitales europeas tenían una importante trayectoria en asuntos exteriores y eran muy difíciles de sustituir. Como demostró en su momento María Victoria López-Cordón los cambios dentro del ministerio y en el cuerpo diplomático fueron mínimos : Olózaga en París, López Roberts en Washington y Fernández de los Ríos en Lisboa, sirven de ejemplo. Fue a mediados de 1872 cuando tuvo lugar el cambio más relevante en algunas capitales de las potencias más influyentes con la llegada a Estados Unidos de Eduardo Asquerino, Patricio de la Escosura a Alemania y Segismundo Moret a Gran Bretaña. Como progresistas convencidos continuaron en sus puestos a lo largo de la república, salvo el reemplazo de Moret por Federico Rubio5.

  • 6 Fernando OLIVIÉ, La herencia de un Imperio roto, Madrid, Fundación Cánovas del Castillo, 1999, p. 2 (...)
  • 7 Javier RUBIO, España y la guerra de 1870, T.1, Madrid, Ministerio de Asuntos Exteriores, 1989, p. 8 (...)

8La búsqueda de un candidato idóneo para el trono de España fue una prioridad absoluta para el primer Gobierno revolucionario encabezado por Juan Prim. Pretendía el político de Reus “ sacar a España de la posición internacional en la que la habían colocado y mantenido Inglaterra y Francia desde el año 1834 en que se firmó el Tratado de la Cuádruple Alianza »6. No es extraño, por ello, que se interesara por un monarca proveniente de Alemania con el objetivo de desembarazarse de las presiones francesas y británicas. Sin embargo, las preferencias de los distintos grupos que habían favorecido el fin de la monarquía isabelina eran muy dispares. Los unionistas eran partidarios de Antonio de Orleans, Duque de Montpensier, que inmediatamente suscitaba el rechazo de Napoleón III. Para los sectores más progresistas la candidatura de Fernando de Coburgo y Braganza facilitaría en un futuro una colaboración mucho más estrecha con Portugal que incluso podría desembocar con el tiempo en la unión ibérica7.

  • 8 La cuestión de las candidaturas está tratada por extenso en Javier RUBIO, España y la Guerra de 187 (...)
  • 9 Julio SALOM, España en la Europa de Bismarck, Madrid, CSIC, 1967, p. 46.

9Prim jugó sus bazas para convencer a Leopoldo Hohenzollern-Sigmaringen que en junio de 1870 finalmente aceptó. Napoleón III hizo gestiones para que Guillermo II de Prusia se opusiera a la candidatura al entender que ponía en riesgo el equilibrio europeo. No tuvo mucho éxito pues el emperador alemán dio en principio el placet. No obstante, al mes siguiente Leopoldo renunció a través de una carta dirigida por su padre al Gobierno español. Para Napoleón III la renuncia no fue suficiente y demandó una carta de excusa de Guillermo II. Como se sabe este incidente será utilizado como una de las causas del enfrentamiento franco-prusiano iniciado el 19 de julio de 1870 y que se prolongó hasta el 2 de septiembre, día en el que Napoleón III se rendía en Sedan8. En palabras de Julio Salom, “ la leyenda formada en 1870 sobre la culpabilidad española en la suscitación de una guerra que sería fatal para Francia es, en efecto, la causa determinante de un verdadero ambiente de rencor antiespañol en la opinión pública francesa »9. Tras este fracaso Prim llevó personalmente las negociaciones con el rey Víctor Manuel para que su hijo Amadeo, Duque de Aosta, aceptara el trono de España.

  • 10 Emilio de DIEGO, Prim. Mucho más que una espada, Madrid, Actas, 2014, p. 191-192.

10Para Prim lo sustancial en política interna era garantizar el orden público como pilar sobre el cual triunfaría la democracia y se propiciaría el desarrollo económico. El nuevo monarca serviría de anclaje del nuevo sistema. Respecto a la política exterior, el general reusense quiso fortalecer los vínculos con las repúblicas hermanas de América con el fin de recuperar definitivamente unas relaciones amistosas que habían estado deterioradas desde las independencias. No obstante, sería la guerra franco-prusiana así como la “ cuestión romana », las que suscitarían su máxima atención10.

Las dificultades para el reconocimiento internacional de la monarquía de Amadeo

11Frente a la actitud adoptada en las capitales europeas, las transformaciones iniciadas en septiembre de 1868 en el panorama político y social español convulsionaron a la opinión pública del Viejo Continente. No le faltaba razón a Clarín cuando en 1881 recordaba que :

  • 11 Leopoldo ALAS, Solos de Clarín, Madrid, Alianza Editorial, 1971, p. 72.

“ la revolución de 1868, preparada con más poderosos elementos que todos los movimientos políticos anteriores, no solo fue de más trascendencia por la radical transformación política que produjo, sino que llegó a todas las esferas de la vida social, penetró en los espíritus y planteó por primera vez en España todos los arduos problemas que la libertad de conciencia habían ido suscitando en los pueblos libres y cultos de Europa »11.

12Los principales diarios volvieron su mirada hacia una España que, para muchos, recuperaba el nervio vital de los años de lucha contra la invasión napoleónica. Los elogios a un pueblo rebelde con empuje como para enviar al exilio a su reina por no satisfacer las demandas de la sociedad se extendieron por los medios de comunicación liberales y democráticos, recuperando así una imagen indómita de España.

  • 12 María Victoria ALBEROLA FIORAVANTI, La revolución de 1868 y la prensa francesa, Madrid, Editora Nac (...)

13Con el fin de tranquilizar a los lectores, la prensa francesa fue una de las que en un primer momento menos atendió los acontecimientos revolucionarios en España, probablemente porque no eran tan noticiables los desórdenes públicos en nuestro país. En cambio, al entrar en juego el factor prusiano, el temor a una injerencia de Bismarck en el panorama político abierto en España cuyas consecuencias, de producirse, variarían el juego de equilibrios en Europa marginando a Francia, incitó a los medios escritos a reflexionar sobre esa posibilidad. La prensa restó fuerza a los argumentos de quienes defendían como plausible una mayor influencia prusiana12.

  • 13 Luis ÁLVAREZ GUTIÉRREZ, La revolución de 1868 ante la opinión pública alemana, Madrid, Fragua, 1976 (...)

14En el caso de Alemania el excelente estudio realizado décadas atrás por Luis Álvarez Gutiérrez demuestra cómo los órganos de prensa tuvieron un excelente conocimiento de la secuencia revolucionaria en España. Por tanto, los ciudadanos de lengua alemana dispusieron de una información detallada, primero, gracias a las noticias vertidas en los medios franceses y trasladados a los periódicos alemanes y, poco después, a través de corresponsales propios. Por ejemplo, en los medios de Berlín y Colonia se matizaban las diferencias entre los diferentes líderes y grupos políticos, se analizaban con rigor los pormenores del levantamiento, las dificultades surgidas dentro del movimiento revolucionario y del Gobierno Provisional, así como se valoraban las reacciones provocadas en otros países. Sorprende, sin duda, el enorme interés que generó pues desde mediados de septiembre hasta casi finales de diciembre aparecían varias columnas tanto en primera como en segunda página sobre cuestiones relacionados con España13.

  • 14 Historia de la revolución de septiembre, T. 1, Barcelona, Imprenta y Librería Religiosa y Científic (...)
  • 15 María Isabel PASCUAL SASTRE, «Las grandes potencias ante la Gloriosa. Otro desafío nacional para el (...)

15Más allá de la repercusión de la Septembrina en los medios escritos europeos, lo relevante para el Gobierno Provisional era transmitir con celeridad a las capitales europeas una sensación de tranquilidad. La caída de la monarquía se había producido sin graves disturbios y el Gobierno tenía en sus manos las riendas del país. Así, ya el 19 de octubre de 1868 Álvarez de Lorenzana, el primer secretario de Estado nombrado por las nuevas autoridades políticas, envió una circular a los embajadores españoles con el fin de que explicaran con detalle en las capitales donde ejercían su labor las causas que habían llevado al triunfo del movimiento revolucionario, así como el carácter pacífico y progresista de la política que el nuevo Gobierno pretendía llevar a cabo. Los presbíteros Eduardo María Vilarrasa y José Ildefonso Gatell lo expresarían así : “ el Ministro de Estado anunciaba a las potencias que habíamos entrado ya a ser una nación moderna en toda la extensión de la palabra ; y que en punto a libertades estábamos dispuestos a llegar a donde ninguna otra nación hubiera llegado »14. Las autoridades españolas pretendían un “ apoyo moral » de los países europeos, su comprensión ante las intenciones pacíficas de la república. Con los argumentos esgrimidos por Lorenzana y la cierta normalidad que se respiraba en el país, a finales de mes los dirigentes españoles pensaban en un reconocimiento rápido del régimen por los gobiernos extranjeros. Sin embargo, aun cuando las potencias pudieran obtener ciertas ventajas del cambio político en España, temían, a su vez, que la situación condujera a una república o a una monarquía hostil15.

  • 16 Emilio CASTELAR, Cuestiones políticas y sociales, V. l, Madrid, San Martín, 1870, p. 220-270.

16A este respecto, fue muy celebrado el discurso de Emilio Castelar el 13 de noviembre ante el Comité republicano de Madrid sobre la política internacional que debería asumir España a corto plazo. Insistía Castelar en la relación entre república y libertad, cuyo mejor ejemplo era la evolución independiente de los regímenes americanos frente a la opresión característica de las viejas monarquías europeas. El pacifismo y la neutralidad serían señas de identidad de esta nueva época en la historia de España, lo que aseguraría tranquilidad institucional y desarrollo económico a nuestro país. Ahí radicaba también la importancia de fortalecer los vínculos con los países hispanoamericanos, reconociendo a aquellas repúblicas a las que todavía no había llegado el placet del Gobierno16. En la misma línea de su pensamiento internacional, Castelar incendió la Cámara con su alocución del 7 de abril de 1869. En ella reiteró la identificación de la democracia con la república, confiando en cómo el verdadero progreso de los países europeos les haría avanzar hacia ese régimen, fruto de la apuesta por la libertad y la paz. Si las monarquías habían sido el principal escollo para el entendimiento entre los pueblos a causa de su obsesiva preocupación por perpetuar sus prerrogativas e intereses egoístas, la llegada a Europa de las formas republicanas iría acompañada del espíritu unitario, mitigador de conflictos y auspiciador del buen gobierno.

  • 17 De igual forma, tanto los diplomáticos como el Gobierno federal suizo mostraron una actitud muy fav (...)

17El camino parecía franco hacia el establecimiento de un modelo político que sirviera de ejemplo para los cambios que muchos esperaban en aquella Europa. Por supuesto, como veremos a continuación, diferente fue el proceder de las cancillerías. El movimiento subversivo desencadenante del fin del periodo isabelino podía tener un efecto contagio y desestabilizar el mapa europeo. De este modo, el primer problema con el que se toparon las autoridades políticas en Europa fue el de aceptar o no el nuevo régimen, ante lo cual se impuso la prudencia. En cambio, el aire menos viciado que se respiraba al otro lado del Atlántico facilitó el rápido reconocimiento por el Gobierno de los Estados Unidos de Norteamérica el 10 de octubre de 186817.

18En Hispanoamérica, donde las relaciones continuaban siendo muy tensas, el cambio revolucionario fue aplaudido en general en todo el vasto continente, y sobre todo en México y en Argentina. Las jóvenes repúblicas entendieron a la Septembrina como un hito en el desarrollo histórico europeo, como una oportunidad para iniciar la transformación sociopolítica de las vetustas monarquías europeas en regímenes más abiertos y liberales.

  • 18 Cit. en Luis ÁLVAREZ GUTIÉRREZ, La revolución de 1868 ante la opinión pública alemana, op. cit., p. (...)
  • 19 María Isabel PASCUAL SASTRE, «Las grandes potencias ante la Gloriosa…», art. cit., p. 170.

19En consecuencia, la actitud de los países del Viejo Continente fue de cautela hasta comprobar las posibilidades reales de continuidad del régimen. La moderación, pues, se impuso, y la táctica de esperar y ver se conjugó con una determinación clara de no intervenir en los asuntos de España. La posición oficial del Gobierno prusiano fue la de no injerencia, puesto que carecía de intereses de tanta relevancia como para pensar en una intervención directa : convenía dejar pasar un tiempo razonable para que España consolidase su forma de gobierno y con posterioridad a este hecho establecer relaciones diplomáticas plenas. Esta actitud de prudencia quedaba de manifiesto en el telegrama que Bismarck envió a su ministro de Exteriores en el que solicitaba un trato cordial con el Gobierno Provisional18. En Berlín se temió una intervención unilateral francesa, sobre todo en el caso de que el Duque de Montpensier (un Orleans, y por tanto antibonapartista) accediera al trono de España o si la situación evolucionaba hacia una república de sesgo extremista. No obstante, Bismarck pensaba que la revolución española venía de la mano de un país soberano que en “ plena libertad » decidía sobre su futuro. Suponía esta consideración una llamada de atención al resto de Europa para que, como en el caso español, si se producía la unificación de Alemania no interviniera en los asuntos propios de una nación. Así lo expresó el canciller prusiano en el discurso que leyó el emperador en la apertura de sesiones del Reichstag en 4 de noviembre de 186819.

  • 20 Jesús PABÓN, España y la cuestión romana, Madrid, Moneda y Crédito, 1972, p. 58.

20La prensa francesa, y parte también de la alemana, habían mencionado durante las primeras semanas posteriores al levantamiento una presunta ayuda económica del Gobierno prusiano al candidato orleanista, lo que alimentaba la hostilidad entre Francia y Prusia. En cuanto al papa, la oposición a la Gloriosa fue nítida desde un primer momento. El secretario de Estado Antonelli escribió a los obispos españoles para que manifestaran con contundencia su rechazo al régimen naciente. Con posterioridad expuso los argumentos para no reconocer al régimen en su Indicación de los principales agravios inferidos a la Iglesia durante el período de la última revolución española (1868-1870). El eje de su argumentación era que la libertad de cultos consagrada en la Constitución iba en detrimento de la religiosidad tradicional del pueblo español20.

21En noviembre de 1868 el Gobierno Provisional había nombrado a José Fernández Jiménez encargado de negocios en Roma. Un mes después confiaba la Embajada a José Posada Herrera, que al poco tiempo hubo de abandonarla. La toma de Roma por ejército de Víctor Manuel y la proclamación de Amadeo como rey de España determinaron que las relaciones continuaron siendo solo oficiosas con el citado Fernández Jiménez como representante español en calidad de secretario de primera clase. Ni Fernández Jiménez ni Posada Herrera, una de las figuras señeras de la Unión Liberal, obtuvieron más que expresiones de buena voluntad. Por otro lado, era contradictoria esa constante búsqueda de apoyo en la Santa Sede mientras se tomaban medidas claramente contrarias al buen entendimiento, como la eliminación de colegios y conventos establecidos después de 1837.

22Sin embargo, la posición del Gobierno norteamericano ante los acontecimientos peninsulares cambió el panorama con rapidez. Como hemos comentado, y frente a las reticencias o temores expresados por los gobiernos europeos, Washington decidió adelantarse y reconocer a las nuevas autoridades españolas lo que influyó de inmediato en que Francia e Italia le secundaran. Desde el otro lado del Atlántico se pensaba que la retirada de Isabel II y su camarilla facilitaría una mejora de la economía gracias a la liberalización de las relaciones comerciales. Los inversores estaban plenamente convencidos de que un cambio de timón propiciaría mayores posibilidades de expansión en colaboración con el propio capital español. Siguiendo la estela norteamericana, Portugal, Francia, Italia, Austria, Bélgica, Prusia y finalmente Gran Bretaña establecieron relaciones plenas con Madrid. En el caso de Grecia fue la primera vez que forjaba un vínculo diplomático con España.

  • 21 Gabriel TORTELLA, Los orígenes del capitalismo en España: banca, industria y ferrocarril en el sigl (...)

23En definitiva, con más o menos entusiasmo, el régimen español fue aceptado. El sistema isabelino, aunque había sido admitido en su momento, no generaba ningún apego especial ni en las cortes europeas ni entre los inversores extranjeros que habían sentido peligrar sus capitales por la vacilante política económica. De hecho, tras el cambio de régimen, las obligaciones de las ferroviarias españolas cotizaron al alza en la bolsa parisina21.

  • 22 José María JOVER ZAMORA, España en la política internacional. Siglos XVIII-XX, op. cit., p. 136.

24La monarquía de Amadeo se percibía fundamentalmente como un dique de contención frente a la república. Las potencias europeas no estaban preocupadas porque el Gobierno italiano pudiera utilizar al rey como instrumento para aumentar su presencia en los asuntos españoles ; en cambio, sería una garantía de orden frente a las peligrosas tendencias republicanas presentes en el Viejo Continente. Ahí radicaba el motivo principal de la generalizada aceptación de la nueva monarquía española ; y respecto a nuestro país, en lo que se refería a Europa, “ se acuñaría entonces un dogma de la política exterior en el siglo XIX : “cuando Francia e Inglaterra marchan de acuerdo, secundarlas ; cuando no, abstenerse” »22.

25La seguridad de la posición española en Europa residiría no en una fuerza armada con capacidad real de amenazar a otras potencias ni en su disperso imperio colonial, sino en cómo se mantenía inserta en el statu quo heredado dónde la rivalidad entre París y Londres servía de contrapeso a una mayor o menor hegemonía de estas capitales en la acción exterior española.

  • 23 Jerónimo BECKER, Historia de las relaciones exteriores de España durante el siglo XIX, T. 3, Madrid (...)
  • 24 Julio SALOM, España en la Europa de Bismarck, op. cit., p. 45-50.

26La apertura de hostilidades entre Francia y Prusia parecía inevitable desde 1867, aunque “ la cuestión española proporcionó el pretexto adecuado para provocar una guerra que el resto de las potencias temían desde hace tiempo, pero no podían impedir »23. Precisamente, ante la guerra franco-prusiana, el primer episodio grave al que debía hacer frente el Gobierno, la respuesta de Madrid fue la de la neutralidad y así lo manifestó por Decreto de 30 de abril de 187024. Con la guerra, el espejo galo en el que se habían mirado políticos e intelectuales españoles no se rompió pero se deterioró profundamente. Cambiaría la secular dependencia respecto a París, como iba a cambiar el eje del poder europeo al desplazarse hacia el norte del continente. Tanto desde Alemania como desde Francia hubo movimientos con el fin de romper el estatus de neutral del Gobierno de Madrid, pero los resultados fueron infructuosos. Ante este enfrentamiento la neutralidad era la única política aceptable, considerando los desafíos de la política interior, las luchas coloniales y en última instancia la precariedad del régimen. En este caso no hubo prácticamente voces discrepantes, las fuerzas políticas y los intereses empresariales convergían en afirmar la neutralidad. Esta tendencia continuó muy viva más allá del espacio temporal del Sexenio, durante la Restauración canovista, convencido el político malagueño de que el mantenimiento del statu quo en el Viejo Continente era el mejor aval para la independencia de España.

Los desafíos exteriores de la I República

27Ni París ni Londres, que buscaban ahora un mayor entendimiento ante el peso adquirido por Alemania en el concierto europeo, consideraron a España un socio con capacidad suficiente para entrar en su diseño de la política continental ; es más, el retraimiento español se agravó después de que Amadeo I abdicara el 11 de febrero de 1873. La desconfianza respecto a la inestabilidad española era lógica y se propagó entre las capitales europeas. La sospecha de que un proceso revolucionario condujera a nuestro país a una ingobernabilidad manifiesta –muchos evocaban los hechos de la Comuna de París– y desestabilizara el flanco sur mediterráneo impelía a los responsables políticos a guardar distancia ante los sucesos españoles. Si la Gloriosa había tenido alguna aceptación en Europa no ocurrió lo mismo con la república.

28Tanto los principios federales como los de un liberalismo progresista avanzado -que abogaban por la paz y el humanitarismo- formaban parte del imaginario de los republicanos que alcanzaron el poder en 1873, lo cual no significaba la defensa a ultranza de la utopía. Una vez más Castelar reiteró desde un primer momento su apuesta por la neutralidad como paradigma de la práctica política que habría de inaugurar este nuevo periodo de la historia de España :

  • 1

“ Nuestro ministerio en la política europea debe reducirse a impedir moralmente la intervención de las potencias tiránicas en los pueblos emancipados, y a proclamar como de mutuo deber para todos ese principio de no intervención. »25

  • 26 Jerónimo BECKER, Historia de las relaciones exteriores de España durante el siglo XIX, op. cit., pp (...)
  • 27 Marqués de LEMA, De la Revolución a la Restauración, T. 1, Madrid, Editorial Voluntad, 1927, p. 220

29Esa fe en el principio federal como ordenador del panorama político europeo constituía una quimera en medio de la rivalidad entre la Francia del II Imperio y la Prusia bismarckiana que había desatado una guerra entre ambos estados. En cambio, no era extraño que solo los Estados Unidos de Norteamérica y Suiza aceptaran establecer relaciones diplomáticas plenas, como lo hicieran las repúblicas hispanoamericanas de Costa Rica y Guatemala26. La rápida sucesión de los gobiernos no contribuyó precisamente a aquietar los temores de los gobiernos extranjeros, cuya respuesta fue paralizar el reconocimiento de la República hasta comprobar su deriva. El marqués de Lema comentó al respecto que “ no había entonces una sola república en Europa salvo la helvética, y los soberanos de las demás naciones no entenderían seguramente hallarse en el caso de recibir lecciones de los revolucionarios españoles (…) »27. El problema no radicaba tanto en el régimen republicano como la posibilidad de que los dos extremos del arco ideológico, carlistas y cantonalistas, pudieran hacerse con el control de la situación en un momento de debilidad institucional interna. El representante español en París, Patricio de la Escosura, lo expresó con claridad en julio de 1873 :

  • 28 Cit. en Guadalupe GÓMEZ-FERRER MORANT, «El aislamiento internacional de la República de 1873», art. (...)

“ Entiendo, pues, que mientras la República no haya restablecido con evidencia el orden en el interior, y cuando menos reducido muy notablemente la proporción de la rebelión carlista, será inútil toda tentativa para obtener el reconocimiento de nuestro gobierno por parte de este país ; y creo que además ese reconocimiento no tendrá en ningún caso lugar, sino después de haberlo verificado el de Francia y el de Inglaterra. »28

  • 29 Juan Bautista VILAR, «Aproximación a las relaciones internacionales de España (1834-1874)», art. ci (...)

30Entre la proclamación de la república en febrero y el desbaratamiento de este proyecto político en el verano transcurrió tiempo suficiente como para que los países europeos hubieran adoptado una posición favorable al reconocimiento. El hecho de que los últimos meses de 1874 los países europeos terminaran por hacerlo tuvo lugar para evitar que nuestro país cayera bajo la influencia predominante de una potencia que hubiera quebrado aún más el ya de por sí convulso espacio europeo y no por la confianza que suscitara la evolución interna de la política española. En efecto, y después de venirse abajo el proyecto de república federal, el régimen presidencialista capitaneado por Salmerón y Castelar logró calmar en buena medida la situación interna, lo que favoreció una mirada más comprensiva de las cancillerías europeas29.

  • 30 Cit. en María Victoria LÓPEZ-CORDÓN, El pensamiento político-internacional del federalismo español (...)

31Con el fin de aquietar las aguas en el continente y ganar el reconocimiento, Emilio Castelar fue elevado al Ministerio de Estado, aunque fuera por un breve periodo de tiempo, entre febrero y marzo de 1873. Su moderación era bien valorada en las capitales europeas. Sus primeras declaraciones estuvieron encaminadas a explicar el valor de la República, pero sin hacer críticas acerbas a la monarquía. Recordaba la vía pacífica triunfante en el cambio que acababa de producirse y aseguraba el mantenimiento de los compromisos internacionales de España. Castelar disponía de recursos intelectuales indudables para convencer a las cancillerías europeas de que la república era garantía de estabilidad. En febrero de 1873, muy poco después de la proclamación del nuevo régimen, el político gaditano manifestaba a la opinión pública el “ encargo especialísimo de los miembros que componen el poder ejecutivo para dar a entender que nuestra república no será una manzana de discordia arrojada en el seno de ·Europa »30. Castelar fue un convencido nato de la política de neutralidad, alejada de cualquier tentación de injerencia en los asuntos internos de otros estados. La neutralidad no consistía en desatención ni en dejadez respecto a la política exterior ; por el contrario, su finalidad consistía en fomentar la paz y el equilibrio dentro de Europa y, en consecuencia, oponerse al sistema de alianzas cuya consecuencia había sido el enfrentamiento armado entre los pueblos del Viejo Continente.

  • 31 Marqués de LEMA, De la Revolución a la Restauración, op. cit., p. 355.

32La “ Circular a los representantes de España en el extranjero » redactada por Castelar y publicada el 25 de febrero manifestaba un respeto por el principio monárquico y el orden europeo, a la vez que incidía en presentar a la república como fruto de la singular trayectoria histórica española, a lo largo de la cual había quedado demostrada la falta de acomodo de la fórmula monárquica a la vida de nuestro país. De esta forma excluía a la República de un presunto proceso revolucionario capaz de desbaratar el sistema europeo. En efecto, la llegada del nuevo régimen no había derivado de una revolución sino de una transición basada en la legalidad en ausencia de un golpe de Estado o de algaradas populares. La mejor demostración de la tranquilidad con que se efectuó el proceso era el apoyo logrado entre las autoridades, desde las locales a los mandos del ejército. No obstante, como nos recordaría el marqués de Lema “ ni siquiera la evidente energía de Castelar hizo cambiar la opinión de los gobiernos extranjeros »31.

33La república era, pues, propia y exclusiva de una España cuyas autoridades no tenían voluntad ni determinación alguna por exportar el modelo : moderación en las formas y en los hechos para alejarla de cualquier conato de anarquía revolucionaria que, pese a todo, no convenció a Europa. Para el viejo solas europeo de las monarquías cualquier régimen republicano era susceptible de radicalizarse como recordaba la historia de Francia.

34De hecho, tras sofocar el levantamiento cantonal en julio de 1873, el Gobierno de Salmerón que había sustituido en la presidencia a Pi y Margall después del día 18, se volcó en convencer a los gobiernos extranjeros de que una vez atajado el problema debían apoyar con firmeza el reconocimiento de la República pues el restablecimiento del orden demostraba la contundente política en contra de los extremismos que caracterizaba al ejecutivo español. La Circular de Solá y Pla, ministro de Estado con Salmerón, exponía con claridad estos argumentos al atribuir al cantonalismo la responsabilidad por la ausencia del reconocimiento internacional.

  • 32 Cit. en Manuel ESPADAS BURGOS, Alfonso XII y los orígenes de la Restauración, Madrid, CSIC, 1975, p (...)
  • 33 C. A. M. HENNESSY, La república federal en España. Pi y Margall y el movimiento republicano federal (...)

35Incluso el Gobierno francés miró con recelo y distancia el surgimiento de un sistema republicano en territorio español. Frente al radicalismo que intuía en su nacimiento, la moderación constituía un rasgo distintivo de la república gala. Ahí estaba el ejemplo de la represión sobre la Comuna para demostrarlo. La agudización de las tendencias subversivas de distinto signo desde el mismo inicio del periodo ofrecían motivos para la cautela no solo en Francia sino en todos los países europeos. El verano de 1873 con la llegada de la República Federal a la cabeza de cuyo ejecutivo figuraba Pi y Margall fue la demostración para muchos responsables políticos europeos de la deriva sin norte por la que transcurría la vida política española, afianzando así la posición del no reconocimiento del régimen español. Como indicábamos antes, en principio podría pensarse que la actitud de la República presidida por Adolphe Thiers hubiera sido más favorable, sin embargo, pudieron más los recelos tradicionales. Es muy significativo el despacho telegráfico enviado por el presidente al marqués de Bovillé en torno a la crisis de febrero de 1873 : “ Si de todo esto sale la República, importa mucho que no la atribuya a nuestra intervención. Si es proclamada no interrumpáis vuestras relaciones con los nuevos gobernantes. Aconsejadles prudencia (…). »32 Los recelos se acentuaron todavía más tras su dimisión en mayo al perder la confianza de la Asamblea Nacional. Su sucesor, el mariscal Patrice MacMahon, había sido uno de los antiguos jefes del ejército durante el II Imperio, su forma presidencialista de entender la política encajaba mal con la precaria situación que España vivió en los meses posteriores al golpe de Pavía y el pronunciamiento de Sagunto. La imagen ofrecida por el levantamiento cantonal, paradigma de la confusión y el desorden frente a la aspiración al mantenimiento del orden público como uno de los valores supremos, fue contraproducente para que la imagen de España mejorara a los ojos del mariscal, poco proclive a las tendencias federales33. No obstante, MacMahon valoraba la trayectoria de Serrano, aunque, no dudó en recibir en varios momentos al príncipe Alfonso en consonancia con la pérdida de fuerza de los carlistas en París.

36Para Gran Bretaña la primacía de los intereses comerciales impulsó a su Gobierno a focalizar en este terreno sus relaciones, aunque fracasó a la hora de formalizar un tratado. Por otro lado, la dilación en el reconocimiento de la nueva situación española residía en la convicción de las escasas posibilidades que veía en su mantenimiento a lo largo del tiempo. La incertidumbre ante el futuro político español pesó mucho en la actitud de Londres. De hecho, fue la suya una actitud poco activa que, unida a la igualmente pasiva posición francesa, abrió las puertas a una mayor influencia alemana, aunque Bismarck tampoco manifestara un gran interés por influir decisivamente en los asuntos españoles. Es más, las relaciones del Gobierno alemán con la República española fueron muy tensas, especialmente graves después de los incidentes habidos entre barcos alemanes y buques del cantón cartagenero con bandera roja. Bismarck mantuvo una actitud distante, incluso en ocasiones de repulsa hacia el régimen español.

  • 34 Emilio OLIVER SANZ DE BREMOND, Castelar y el período revolucionario español (1868-1874), Madrid, G. (...)

37Tanto en Viena como en Roma la llegada de la república provocó un rechazo general. En ambas capitales los grupos legitimistas que tanta influencia tenían habían confiado en que la deriva del régimen español desembocara en un fortalecimiento del carlismo, pero nunca en un República que se alejaba todavía más de sus principios que el régimen amadeísta. También los legitimistas franceses habían apoyado económicamente a las huestes de don Carlos y lo continuaron haciendo hasta mediados de 1874. No obstante, Emilio Castelar intentó llegar a un acuerdo con el Vaticano, aun cuando este no hubiera reconocido el régimen. El Gobierno español reclamaba el derecho de presentación de obispos y finalmente el 19 de diciembre de 1873 se alcanzó el entendimiento para nombrar tres de las más importantes sedes vacantes : Toledo, Tarragona y Santiago de Compostela34.

  • 35 Antonio CALONGE VELÁZQUEZ, «José Muro y López-Salgado», en VV.AA., Hombres de Gabinete. Ministros v (...)

38Ciertamente las autoridades del Sexenio –no sólo las de la república– buscaron el reconocimiento de la Santa Sede tratando de distanciarse de los discursos anticlericales para ganar a la causa a una parte importante de la población española aun cuando algunas propuestas molestaron ostensiblemente al episcopado español como el proyecto de ley que quiso llevar adelante el ministro José Muro durante el mes que ostentó el cargo de Exteriores en junio de 1873 para suprimir la legación de España cerca de la Santa Sede, que no llegó a puerto pues Eleuterio Maisonnave, su sucesor, lo dejó pasar35. Como era obvio esta política alimentaba a los sectores más radicales del republicanismo, pero enconaba las ya de por sí difíciles relaciones con el papa.

  • 36 Jerónimo BECKER, Relaciones diplomáticas entre España y la Santa Sede durante el siglo XIX, Madrid, (...)

39A pesar de que no se consiguiera, la actuación del papa fue bastante prudente. En palabras de Jerónimo Becker “ las relaciones entre España y la Santa Sede no se interrumpieron y si bien no pasaron del terreno meramente oficioso, se sostuvieron por parte del Vaticano con firme propósito de no provocar un rompimiento. Fue esto obra personal de Pío IX que tuvo para ello que resistir la presión ejercida a todas horas y con grandes elementos por los carlistas que contaban con muchos y poderosos auxiliares en el Vaticano »36. No solo esto, conviene recordar que la actitud morigerada de la Santa Sede con la revolución fue mucho más recelosa cuando no de franco rechazo ante la entronización de un Saboya en España. Amadeo trató por todos los medios a su alcance de mitigar la posición del Vaticano sin finalmente obtener el reconocimiento.

  • 37 Cit. en Julio SALOM COSTA, España en la Europa de Bismarck, op. cit., p. 90.

40Si, como venimos insistiendo, la inestabilidad había sido un rasgo definitorio de los primeros años del Sexenio, no lo fue menos a lo largo de 1874 después de que el general Serrano se hiciera con el poder. La inminencia de un cambio abrupto provocado por el descontento social y las vulnerables estructuras políticas eran sentidas como consecuencias posibles de la evolución fallida de un sistema político, el español, que en su caída podía provocar consecuencias muy negativas para la estabilidad del mapa europeo. En efecto, aunque tras el golpe de Pavía de enero de aquel año la República adoptaba políticas más conservadoras, los recelos continuaban en las capitales europeas y postergaban el reconocimiento del régimen. Así, en el caso de París el temor venía condicionado por una posible injerencia alemana en la política interior española, más aún cuando en esas fechas volvió a la palestra el nombre de Leopoldo Hohenzollern-Sigmaringen como aspirante al trono. No obstante, el cambio de actitud de Bismarck al reconocer finalmente al régimen español en el verano de aquel año impulsó al resto de naciones europeas a recuperar las relaciones plenas con España. Un incidente que en principio podría parecer anecdótico influyó decisivamente en la decisión alemana de reconocer el régimen español. A principios de julio de 1874 el capitán Schmidt, corresponsal de guerra y antiguo oficial del ejército fue fusilado con otros prisioneros por las fuerzas carlistas. La indignación alemana alentada por medios escritos de aquel país se manifestó incluso en el envío de buques de guerra al Cantábrico. La tensión amainó y en Berlín fueron conscientes de que no podía retrasarse por más tiempo el reconocimiento del Gobierno español. No le faltaba razón a Vega de Armijo, plenipotenciario en París, cuando en agosto de 1874 escribió al Ministerio que “ solo el poderoso influjo de Alemania ha conseguido llevar por su camino a la mayoría de las naciones de Europa »37.

41En efecto, de septiembre a noviembre de 1874, los países europeos recuperaron las relaciones con España : Sagasta, ministro de Estado con Serrano desde enero, fue quien encabezaría dicho proceso.

Los planteamientos sobre relaciones internacionales del federalismo español

  • 38 Isabel María PASCUAL, La Italia del Risorgimento y la España del Sexenio democrático (1868-1874), M (...)
  • 39 Ibid, p. 439-440. De la misma autora, «Las grandes potencias ante la Gloriosa. …», art. cit, p. 179 (...)

42La obra de Giuseppe Mazzini influyó decisivamente en el republicanismo federal español. La unidad de Italia cobraba sentido pleno al propiciar un camino unitario en todo el continente. A pesar de los fracasos políticos y de las frustraciones vitales, todavía en 1871, Mazzini insistía en sus artículos de prensa sobre la necesidad de la unificación a la vez que contemplaba esperanzado la evolución de los acontecimientos de la revolución española. Aunque murió en marzo de 1872, el político italiano entendió con claridad que la Gloriosa tendría una repercusión sobresaliente para el republicanismo en la Europa mediterránea. El epistolario conservado con Emilio Castelar, que ha sido estudiado con rigor por Isabel María Pascual, muestra cómo los acontecimientos sucedidos en España podían servir de ejemplo para movimientos futuros38. A pesar de la deriva monárquica, el genovés pensaba que la fuerza de los republicanos y las disensiones ante la elección del pretendiente corrían a favor de la instauración de la república. En un sentido similar se pronunció Garibaldi que incluso escribió una carta al pueblo español en donde se congratulaba del destronamiento de Isabel39.

43Las naciones europeas habían convivido a lo largo de los siglos sobreponiéndose a conflictos de intereses y a guerras. Si para el progreso de la humanidad el principio de la paz debía quedar consagrado, la colaboración estrecha entre los países era la única vía posible. No era extraño que los modelos federales ya existentes interesaran profundamente a los republicanos españoles, puesto que eran ejemplos reales y no meras especulaciones de estados eficaces. Suiza y Estados Unidos, adelantados en el reconocimiento del régimen republicano, constituían dos paradigmas que convenía estudiar para incorporar sus logros a la administración española. En el caso de Suiza su naturaleza pacifista, alejada de las seculares contiendas europeas, y su trayectoria democrática eran indudablemente rasgos muy meritorios de su naturaleza política. Los Estados Unidos de Norteamérica no le iban a la zaga. Idealizada como la patria de las libertades, sus constantes avances en los ámbitos económicos y sociales, logrando armonizar individuos y territorios muy dispares, constituía el reverso de la decadencia monárquica europea.

  • 40 Fernando GARRIDO, La federación y el socialismo, (edición de Jordi Maluquer de Motes), Barcelona, L (...)

44Fernando Garrido, uno de los principales prohombres del republicanismo federal español, fue también uno de los teóricos más relevantes de la acción exterior de la época. Ya en La regeneración de España de 1860 profetizaba que, a pesar de las pugnas entre naciones, Europa avanzaba hacia el establecimiento de confederaciones de estados entre las cuales, sin lugar a duda, figuraba la ibérica. Sobre el pilar de la libertad, principio en el que se sustentaba, el federalismo acabaría con las aventuras coloniales, garantizando a su vez la independencia de todas las naciones por pequeñas que estas fueran. En consecuencia, “ si la idea de Federación Europea es nueva, si todavía no se ha formulado, adquiriendo formas concretas, no por eso deja de ser ya la aspiración de todas las almas amantes de la libertad y del progreso »40. Garrido había participado en 1849 en la fundación del Partido Demócrata después de haber sufrido cárcel. Estuvo exiliado en distintos momentos en París y Londres y entró en la dirección nacional del partido republicano formado durante los hechos revolucionarios de 1868 ; candidato a las constituyentes de enero del año siguiente, resultó elegido por Cádiz. Sus encendidos enfrentamientos dialécticos dentro y fuera de la Cámara siempre tuvieron como norte la propagación de una república democrática federal universal (como tituló su texto de 1855) dentro de la cual la unión ibérica constituiría un modelo de cooperación entre dos países separados por una frontera artificial.

45Aunque no pudieran ser desarrollados en la práctica, muchos de los principios presentes en la obra de Garrido coincidían con el pensamiento del federalismo más avanzado en España y en Europa : en primer lugar, la extensión de un sistema democrático gracias al voto universal ; después, el desmantelamiento de fronteras y aduanas para avanzar hacia espacios de colaboración de toda índole entre países que abrazaban la causa de la paz.

  • 41 José María JOVER, La civilización española a mediados del siglo XIX, Madrid, Espasa Calpe, 1991, p. (...)

46Junto a Garrido, el republicanismo español también contó con la figura de Francisco Pi y Margall a la hora de aportar textos teóricos referidos a una política exterior fundamentada en los principios federales y el pacifismo. En palabras de Jover “ ni en los años de la era isabelina ni en tiempo de la Restauración (por supuesto, tampoco en tiempo de Fernando VII) aparece un brote de pensamiento político-internacional tan rico y bien trabado doctrinalmente, en tan clara sintonía con las corrientes a la sazón más progresivas del pensamiento europeo ni de tantos quilates éticos, como el alumbrado por el septembrismo »41.

47El concepto defendido por Pi de un Estado republicano federal haría factible en España y en el resto de Europa una primera etapa de colaboración plena, sin dobleces ni intereses espurios, en el camino hacia la paz entre los europeos : la federación es pues la solución para unas relaciones internacionales armónicas. El político catalán lo expresaba así en 1877, recogiendo una larga elaboración teórica cuyo inicio podemos situar en La Reacción y la Revolución de 1854 :

  • 42 Francisco PI Y MARGALL, Las nacionalidades, Madrid, Cuadernos para el Diálogo, 1973, p. 187.

“ La federación es un sistema por el cual los diversos grupos humanos, sin perder su autonomía en lo que les es peculiar y propio, se asocian y subordinan al conjunto de los de su especie para todos los fines que les son comunes (…). Establece la unidad sin destruir la variedad, y puede llegar a reunir en un cuerpo a la humanidad toda, sin que se menoscabe la independencia ni se altere el carácter de naciones, provincias, ni pueblos »42.

  • 43 Ricardo MARTÍN DE LA GUARDIA, El europeísmo. Un reto permanente para España, Madrid, Cátedra, 2015, (...)

48En definitiva, Pi y Margall plantea como aspiración de futuro una confederación de países europeos como fase final del proceso de construcción paulatina de federaciones de pueblos. Con ello el Viejo Continente pondría fin a siglos de luchas por intereses contrapuestos y resolvería la punzante cuestión de los nacionalismos segregadores, tan en boga en la Europa del siglo XIX43.

49Como hemos podido comprobar, también Emilio Castelar fue un encendido defensor de la vía unitaria en Europa para alejar los seculares conflictos entre naciones. Apostó a lo largo de su vida por una “ Unión Latina » con Italia, Francia y Portugal. Los lazos de fraternidad entre estos países del sur de Europa, fundamentados en sus estrechas relaciones histórico-culturales servirían para edificar una federación que podría servir de ejemplo para el resto de Europa. De igual forma apostó por la “ Unión Ibérica », en este caso por su convicción de que los dos países peninsulares forjaban una única patria.

50Sin duda, la unidad ibérica constituía la dimensión peninsular del proceso de un mismo proceso europeo llamado a prosperar en el tiempo a pesar de que la Europa del momento no era muy prometedora al respecto. La Realpolitik se había instalado con pretensiones de permanencia alentada por el fortalecimiento prusiano.

  • 44 Ibid, p. 155.

51De las utopías iberistas y europeístas del Sexenio la Primera República, el foco de atención se desplazaría a la España y la Europa de la política real durante la Restauración : comenzaría así el camino del progreso de lo concreto, imbuido ya de positivismo. Por lo que al republicanismo español se refiere, había conseguido, aun partiendo de tradiciones enraizadas en la historia nacional, dejar su impronta en la teoría de las relaciones internacionales por la voluntad de sus principales mentores de insertar sus reflexiones en el panorama general de Europa44.

52***

53Aislamiento, inacción, escaso interés de las capitales europeas, siempre a la expectativa de que la situación interna en España pudiera estallar ; todo hizo del Sexenio un momento muy delicado para la acción exterior española, carente de vigor para ejercer una influencia siquiera mínima en los asuntos europeos.

54El neutralismo —a veces poco operativo— fue el único saldo positivo que pudo ofrecer el régimen. Resultaba paradójico como el interés generado por el proceso revolucionario español en sectores amplios de la población europea –y no solo en determinadas elites políticas o intelectuales–, un proceso visto con esperanza de un cambio real que sirviera de acicate para otros, acabara en un desinterés convertido en descrédito : España como tal contaba muy poco para los actores estatales europeos.

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Notes

1 José María JOVER, España en la política internacional. Siglos XVIII-XX, Madrid, Marcial Pons, 1999, p. 144.

2 Rafael SERRANO GARCÍA, «La historiografía en torno al Sexenio, 1868-1874: entre el fulgor del centenario y el despliegue de lo local», Ayer, nº 44, 2001, p. 31.

3 Juan Bautista VILAR, «Aproximación a las relaciones internacionales de España (1834-1874) », Historia Contemporánea, nº 34, 2007, p. 41.

4 Según Javier Rubio, la imagen desfavorable de la elite política española del momento continuaría reforzándose hasta el siglo XX. «Los primeros años del reinado de Alfonso XII: su compleja problemática nacional e internacional», Anales de Historia Contemporánea, nº 23, 2007, p. 507-560.

5 Ma Victoria LÓPEZ-CORDÓN, El pensamiento político-internacional del federalismo español, Barcelona, Planeta, 1975, p. 457-458.

6 Fernando OLIVIÉ, La herencia de un Imperio roto, Madrid, Fundación Cánovas del Castillo, 1999, p. 206.

7 Javier RUBIO, España y la guerra de 1870, T.1, Madrid, Ministerio de Asuntos Exteriores, 1989, p. 85-128.

8 La cuestión de las candidaturas está tratada por extenso en Javier RUBIO, España y la Guerra de 1870, op. cit., p. 45-301.

9 Julio SALOM, España en la Europa de Bismarck, Madrid, CSIC, 1967, p. 46.

10 Emilio de DIEGO, Prim. Mucho más que una espada, Madrid, Actas, 2014, p. 191-192.

11 Leopoldo ALAS, Solos de Clarín, Madrid, Alianza Editorial, 1971, p. 72.

12 María Victoria ALBEROLA FIORAVANTI, La revolución de 1868 y la prensa francesa, Madrid, Editora Nacional, 1973, p. 116-117.

13 Luis ÁLVAREZ GUTIÉRREZ, La revolución de 1868 ante la opinión pública alemana, Madrid, Fragua, 1976, p. 30.

14 Historia de la revolución de septiembre, T. 1, Barcelona, Imprenta y Librería Religiosa y Científica, 1875, p. 564.

15 María Isabel PASCUAL SASTRE, «Las grandes potencias ante la Gloriosa. Otro desafío nacional para el equilibrio europeo», Ayer, nº 112, 2018 (4), p. 166.

16 Emilio CASTELAR, Cuestiones políticas y sociales, V. l, Madrid, San Martín, 1870, p. 220-270.

17 De igual forma, tanto los diplomáticos como el Gobierno federal suizo mostraron una actitud muy favorable al Gobierno Provisional. Juana MARTÍNEZ MERCADER, Las relaciones de España con Suiza en el siglo XIX, Murcia, Universidad de Murcia, 2000, p. 249-258.

18 Cit. en Luis ÁLVAREZ GUTIÉRREZ, La revolución de 1868 ante la opinión pública alemana, op. cit., p. 20.

19 María Isabel PASCUAL SASTRE, «Las grandes potencias ante la Gloriosa…», art. cit., p. 170.

20 Jesús PABÓN, España y la cuestión romana, Madrid, Moneda y Crédito, 1972, p. 58.

21 Gabriel TORTELLA, Los orígenes del capitalismo en España: banca, industria y ferrocarril en el siglo XIX, Madrid, Tecnos, 1973, p. 297-300.

22 José María JOVER ZAMORA, España en la política internacional. Siglos XVIII-XX, op. cit., p. 136.

23 Jerónimo BECKER, Historia de las relaciones exteriores de España durante el siglo XIX, T. 3, Madrid, Establecimiento Tipográfico de Jaime Ratés,1926, p. 45.

24 Julio SALOM, España en la Europa de Bismarck, op. cit., p. 45-50.

25

Cit. en Guadalupe GÓMEZ-FERRER MORANT, «El aislamiento internacional de la República de 1873», Hispania, nº 154, 1983, p. 339.

26 Jerónimo BECKER, Historia de las relaciones exteriores de España durante el siglo XIX, op. cit., pp. 141-152; Juana MARTÍNEZ MERCADER, Las relaciones de España con Suiza en el siglo XIX, op. cit., pp. 285-292.

27 Marqués de LEMA, De la Revolución a la Restauración, T. 1, Madrid, Editorial Voluntad, 1927, p. 220.

28 Cit. en Guadalupe GÓMEZ-FERRER MORANT, «El aislamiento internacional de la República de 1873», art. cit, p. 349.

29 Juan Bautista VILAR, «Aproximación a las relaciones internacionales de España (1834-1874)», art. cit., p. 37.

30 Cit. en María Victoria LÓPEZ-CORDÓN, El pensamiento político-internacional del federalismo español (1868-1874), op. cit., p. 461.

31 Marqués de LEMA, De la Revolución a la Restauración, op. cit., p. 355.

32 Cit. en Manuel ESPADAS BURGOS, Alfonso XII y los orígenes de la Restauración, Madrid, CSIC, 1975, p. 78.

33 C. A. M. HENNESSY, La república federal en España. Pi y Margall y el movimiento republicano federal, 1868-1874, Madrid, Aguilar, 1960, p. 195.

34 Emilio OLIVER SANZ DE BREMOND, Castelar y el período revolucionario español (1868-1874), Madrid, G. Del Toro, 1981, p. 262-263.

35 Antonio CALONGE VELÁZQUEZ, «José Muro y López-Salgado», en VV.AA., Hombres de Gabinete. Ministros vallisoletanos en la España Contemporánea, Valladolid, Maxtor, 2017, p. 138-139.

36 Jerónimo BECKER, Relaciones diplomáticas entre España y la Santa Sede durante el siglo XIX, Madrid, s.n, 1908, p. 266.

37 Cit. en Julio SALOM COSTA, España en la Europa de Bismarck, op. cit., p. 90.

38 Isabel María PASCUAL, La Italia del Risorgimento y la España del Sexenio democrático (1868-1874), Madrid CSIC, 2001, p. 427-427.

39 Ibid, p. 439-440. De la misma autora, «Las grandes potencias ante la Gloriosa. …», art. cit, p. 179-180.

40 Fernando GARRIDO, La federación y el socialismo, (edición de Jordi Maluquer de Motes), Barcelona, Labor, 1975, p. 71.

41 José María JOVER, La civilización española a mediados del siglo XIX, Madrid, Espasa Calpe, 1991, p. 293.

42 Francisco PI Y MARGALL, Las nacionalidades, Madrid, Cuadernos para el Diálogo, 1973, p. 187.

43 Ricardo MARTÍN DE LA GUARDIA, El europeísmo. Un reto permanente para España, Madrid, Cátedra, 2015, p. 147.

44 Ibid, p. 155.

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Pour citer cet article

Référence électronique

Ricardo Martín de la Guardia et Guillermo Á. Pérez Sánchez, « Neutralidad y retraimiento : La política exterior del Sexenio »Bulletin d’Histoire Contemporaine de l’Espagne [En ligne], 55 | 2020, mis en ligne le 01 septembre 2020, consulté le 06 février 2025. URL : http://0-journals-openedition-org.catalogue.libraries.london.ac.uk/bhce/2123 ; DOI : https://0-doi-org.catalogue.libraries.london.ac.uk/10.4000/bhce.2123

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Ricardo Martín de la Guardia

Universidad de Valladolid

Guillermo Á. Pérez Sánchez

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