1La violencia es el hecho cotidiano más relevante y prolongado que ha marcado la historia de Colombia. Esta larga tradición de guerras y conflictos internos ha desencadenado la confrontación sangrienta entre los diferentes grupos que, desde la década de los cincuenta hasta el presente, ha sido decisiva en la formación de la identidad nacional. En la actualidad Colombia vive una situación de violencia justificada por algunos sectores como forma expedita de restaurar el orden. Actos aberrantes y criminales se convierten desde el punto de vista axiológico en formas legítimas de poder. Sin embargo, esta realidad ha dejado pocas huellas en la memoria de la sociedad, una especie de « amnesia colectiva sufrida por la sociedad colombiana nace del trauma de una violencia sin fin» (s f, p, 30). Los hechos vergonzosos, en algunos casos, no constituyen ninguna función en la memoria histórica de la nación. Por ejemplo los recientes procesos por crímenes contra la sociedad colombiana, así como las revelaciones sobre responsables, que desde el pasado hasta el día de hoy, han quedado exhonerados de cualquier responsabilidad o culpa, ponen de manifiesto que el olvido selectivo es un rasgo común de la conciencia colectiva. A pesar de que las diferentes sociedades se han obsesionado por rendirle culto a la memoria, en el caso particular colombiano, ha predominado una política de olvido inducida, en su gran mayoría, por los mismos centros de poder.
2En este contexto de violencia se inscribe la novela Los ejércitos (2006) del escritor colombiano, Evelio Rosero Diago. Narración en primera persona de Ismael Pasos, un profesor viejo que vive en un pueblo llamado San José, quien acorralado por los ataques de los diferentes ejércitos debe salir a buscar a su esposa Otilia, desaparecida en medio de una toma armada al pueblo. Esta novela emerge en un contexto saturado de violencia, no solo vivida, sino narrada y explotada a través de toda suerte de « formatos melodramáticos» (Segura , 2007, p. 60) tales como la televisión, el cine y la literatura. Ante este panorama de violencia naturalizada, ¿cómo se puede referir a ella sin caer en el lugar común desde el cual se ha abordado ?, ¿de qué manera la literatura puede resignificar las formas tradicionales de escritura para desnaturalizar, precisamente, el relato familiar de la violencia ?, ¿cómo puede la literatura contribuir a forjar una memoria que no se limite a la reproducción del horror, sino que narre de una forma que desacomode la percepción domesticada del lector ?
3Estos cuestionamientos surgen como punto de inicio hacia una lectura interpretativa de la obra. Pues, a pesar de que Los ejércitos es una novela que narra el conflicto armado, no se limita a hablar de los ejércitos, como tampoco hace un compendio de las formas de violencia perpetradas por los grupos armados en contra del pueblo. Por el contrario, es el relato de la violencia contada desde las víctimas. Es así como esta propuesta se inscribe en el campo de la literatura colombiana como una estética del distanciamiento frente a la novela de la violencia y de los recursos narrativos propios de esta. En virtud de lo anterior, el propósito de este estudio es analizar el sistema de personajes y el tiempo-espacio para dilucidar la manera en que se evoca el recuerdo, sus revelaciones y, sobre todo, la forma como la narración de la memoria afecta la percepción del presente y las expectativas del futuro. De este modo se podrá entender el vínculo entre pasado, presente y futuro como formas temporales que constituyen la conciencia histórica en la obra.
4En el actual conflicto interno en Colombia se han dado múltiples narraciones cuya preocupación es contar, desde versiones disímiles, la historia de la pérdida de la vida en medio de la guerra. Ahora bien, el interés por analizar Los ejércitos responde a la forma en que este relato procura explorar nuevos lugares de enunciación. Así como, propone nuevas formas de la novela en tanto hecho estético, Rosero logra alejarse del lugar común desde el cual se enuncia la violencia en Colombia : datos, cifras y anécdotas estremecedoras que producen una efímera indignación. Por el contrario, la posición de este autor frente a la literatura es : el ejercicio de indagación de nuevas formas de lenguaje junto a la narración no habitual de realidades cotidianas, que produzcan el distanciamiento necesario frente a la familiarización patológica a la que hemos llegado.
5En este contexto de culto de la memoria se enmarcan propuestas literarias como la novela histórica, el relato testimonial y novelas de la violencia ; todas estas son apuestas por rememorar el pasado, bien desde la denuncia o desde la narración de la historia de la violencia en Colombia. Por su parte, Los ejércitos es una memoria del arte, porque no refleja la historia de la violencia en Colombia, sino que la elabora estéticamente y ofrece una interpretación de ésta en la consolidación del proyecto de nación. La toma de posición del autor es, por lo tanto, la de un memorialista. Su narración está íntimamente ligada a la memoria familiar, a la de una sociedad y a la de su país. Escritura que sin duda es la apuesta por el reconociemiento de lo que realmente es un país : es un llamado de atención al deber de afianzar una cultura de la memoria.
Reconoceré sus historias según sus vestigios, adivinando sus vidas a través de las ropas que dejaron…
Ismael
6Las dimensiones de la violencia muestran que el conflicto armado colombiano es uno de los más sangrientos de la historia contemporánea de América Latina. Es preciso reconocer que la violencia que ha padecido Colombia durante muchas décadas no es simplemente una suma de hechos, víctimas o actores armados. Es producto de acciones intencionales que se inscriben mayoritariamente en estrategias políticas y militares, y se asientan sobre complejas alianzas y dinámicas sociales. Desde esta perspectiva, la novela cuestiona no solo las estrategias militares sino también los intereses de los diversos grupos. Dicho cuestionamiento se da por medio del paratexto de la obra (el título) Los ejércitos, pues por medio de la pluralización intencional se alude a la complicidad y el maridaje que durante años han mantenido los diferentes grupos armados y el Estado. A lo largo de la novela, se agudiza también la comprensión del conflicto por parte de los personajes, quienes llegan a identificar diferentes responsabilidades políticas y sociales frente a lo que ha pasado con San José.
7Dicho lo anterior, el ejercicio de rememoración por parte de Ismael muestra el estado actual de fractura social. Él es el hilo conductor del relato y al mismo tiempo es la conciencia que revela las huellas de la memoria herida. A lo largo de la novela, asistimos al encuentro no solo de sus recuerdos, sino también al de otras memorias que establecen, desde su presente, una relación con el pasado. Esta relación es activa mediante una experiencia temporal vivida, que para la mayoría de los personajes del relato es el derrumbe de cualquier proyecto civilizado, pues la barbarie de la guerra ha aniquilado toda esperanza. A propósito de esas formas de comprensión individual y colectiva, surgen algunas consideraciones : ¿ cómo conviven estos personajes con el pasado y qué significado le otorgan ?, ¿de qué manera los personajes elaboran su propia historia ?, ¿si los personajes recogen pedazos de su pasado, qué perspectivas interpretativas orientan su futuro ?, ¿existe una comprensión histórica que evalúe el pasado y proyecte el futuro ? Estos aspectos permitirán interpretar la manera cómo los personajes evocan el pasado y cómo se ubican frente a este, es decir, si la mirada a los recuerdos se hace desde una memoria ética que evalúa para no repetir o desde una mirada literal del pasado que no dice mucho y que se define por la aceptación pasiva del destino.
« Pienso en Otilia, mi casa, el gato muerto, los peces, y, mientras transcurre la oración, logro por fin salir como sostenido por todos los cuerpos, que me empujan hacia la puerta…camino maquinalmente hacia la plaza…las voces me advierten que el pueblo ha sido sembrado de minas alrededor : será imposible salir del pueblo sin riesgo de volar por los aires…todas las orillas de San José las han plantado de quiebrapatas …carajo, dicen las voces, son tarros de lata, cantinas de leche llenas de metralla y excremento, para corromper la sangre del afectado, qué verriondos, qué vergajos… los que vinieron a San José ya no se pueden ir, dicen, y tampoco se quieren ir» (Rosero, 2006, p. 118)
8El relato de la memoria de Ismael Pasos reconstruye los recuerdos de su mundo vital : la familia, sus vecinos y el pueblo en el que vive. La voz de este personaje actúa como si estuviéramos frente a un testigo que narra desde un punto de vista concreto, la realidad que ha presenciado y no le ha quedado otra salida sino la de contar los hechos terribles que, desde cerca, ha tenido que presenciar. A pesar de que el desenlace de la narración está a cargo de esta única voz que resiste en el pueblo, se nutre de otros recuerdos que alimentan el trabajo narrativo del profesor. Todo acto de memoria es un acto de reconocimiento tanto personal como colectivo. En este sentido, el relato ofrece la mirada al pasado y revela el horror de la guerra por medio de múltiples voces que hablan desde el miedo y el aislamiento. El narrador en primera persona cuenta el pasado y esta evocación es desesperanzada : es la memoria de la profunda fractura social. Dicha narración de la memoria logra una forma singular en la que se transmite la angustia y el dolor de la experiencia vivida sin caer en el relato de hechos. Es decir, que el autor privilegia la historia de los sentimientos de la guerra sin prestar mucha atención a los sucesos y a las circunstancias que la constituyen.
« ¿Por qué preguntan los nombres ? Matan al que sea, al que quieran, sea cual sea su nombre. Me gustaría saber qué hay escrito en el papel de los nombres, esa « lista». Es un papel en blanco, Dios. Un papel donde pueden caber todos los nombres que ellos quieran. Un ruido de voces y respiraciones brota de una orilla de la escuela, de la espesa ribera que colinda con los árboles, las montañas, la inmensidad, brota creciente del angosto camino que viene de la serranía : de allí arriban sudando otros hombres y mujeres que se unen a la fila, oigo sus voces, hablan y tiemblan, alegan, se lamentan, « están matando gente como a moscos » (Rosero, 2006, p. 192)
9El relato es la representación de la guerra recrudecida en los últimos años. En él Rosero Diago elabora un sistema simbólico en el que se erige la violencia como valor central en las representaciones de mundo de la sociedad. Al mismo tiempo, muestra el estado absurdo y prolongado de la guerra, que por medio de múltiples mecanismos ha ido convirtiéndose en un orden social cruel y violento. En este espacio degradado, resulta decisiva la reflexión estética que propone el autor en relación con la necesidad apremiante de superar el presentismo, mediante el encuentro con la memoria histórica colectiva ; en primer lugar, para desmontar la conciencia individualista que impera en la sociedad actual (Bauman, p. 106) ; en segundo lugar, para promover una conciencia colectiva que conozca y habite el presente desde una interpretación del pasado. A esta salida histórica Martín Baró propone desideologizar la experiencia cotidiana, y ello, a su vez, exige desarticular el clima de mentira social y terrorismo ideológico en el que viven los pueblos latinoamericanos (p. 76). Sólo con una memoria reflexiva se logrará ampliar las posibilidades de vida con un proyecto racional humanizante que se deslinde de la aceptación fatal del destino.
« ¿y el tiempo ?, ¿cuánto tiempo ha pasado ?, no se escuchan más tiros, ¿cómo pasará el tiempo, mi tiempo, desde ahora ?, el estruendo de la guerra desaparece : de vez en cuando un lamento lejano, como si no nos perteneciera, un llamado, un nombre a gritos, un nombre cualquiera, pasos a la carrera, ruidos distintos que declinan y son reemplazados por el silencio absoluto» (Rosero, 2006, p. 105).
10La narración de este mundo representado poco a poco se va construyendo por aquello que no se verbaliza pero que es perceptible en los pensamientos y los sentimientos del personaje, su acto de enunciación revela la conciencia de su ser, conciencia de aquello que aparece como experiencia vital ; así pues, la mirada de Ismael ofrece una visión del conflicto armado en Colombia, pero esta se logra por medio de la focalización del mundo interior del personaje, de su subjetividad y de su percepción del fenómeno de la guerra que se presenta frente a él. La memoria del personaje es una invitación al ejercicio de la memoria.
11Es prohibido olvidar porque tiene que ver con la constitución de la identidad tanto colectiva como personal. No debemos olvidar para resistir al arruinamiento universal que amenaza las huellas dejadas por los acontecimientos. Para conservar las raíces de la identidad y mantener la dialéctica de la tradición y de la innovación, hay que tratar de salvar las huellas. Ahora bien, entre estas huellas se encuentran también las heridas infligidas por el curso violento de la historia a sus víctimas. Ricoeur afirma que « no debemos olvidar para continuar honrando a las víctimas de la violencia histórica» (p. 40). Por esta razón, la literatura constituye un baluarte para la memoria. En el caso particular de Los Ejércitos, Rosero cuestiona la normalización de la violencia y la indiferencia ante ella. Aunque esta novela narra la violencia, el autor por medio de ella logra desnaturalizar la percepción que se tiene de esta. Así : « ¿además de desfamiliarizarnos, logra la novela sacudirse de la estética de la violencia para no perpetuar la mentalidad de la violencia ?» (Ramírez, 2013, p. 111). Dicho análisis lo logra por medio de la focalización no de los actores de la guerra, sino desde la narración de un personaje humano, testigo de los horrores del conflicto armado y víctima de la violencia :
« lejos del pueblo, cerca del camino de herradura, cuando todavía no se separa la noche del amanecer, tres sombras brotan de entre los arbustos y saltan a mí, me rodean, demasiado próximas, tan próximas que no puedo ver sus ojos. No es posible descubrir si son soldados- o quiénes, si de acá, de allá, o del otro lado, ¡importa eso ?...Algo como el olor de la sangre me paraliza, yo mismo me pregunto : ¿es que se me olvidó hasta la guerra ?, ¿qué sucede conmigo ? Demasiado tarde me arrepiento de no escuchar a Gloria Dorado : en manos de quien estamos» (Rosero, 2006, p. 111).
12En este caso, la narración de Ismael hace visible a los invisibilizados por los discursos de la historia oficial. La no referencialidad a los actores de la guerra es un recurso que permite focalizar las « otras» historias, las humanas. El testigo permite « alumbrar» a los otros que configuran la historia real no « acomodada». En este sentido, el relato se compone de la experiencia de la violencia desde la memoria de sus víctimas. En el caso de Ismael, la búsqueda de Otilia es una constante tensión que prolonga el sufrimiento de no saberla muerta sino desaparecida :
« Es mi mujer. voy a buscarla, arriba, en la montaña” (p. 111)… “Ya desde que arribé a la cabaña el silencio me enseñó lo que tenía que enseñarme. No estaba Otilia”. (p, 113)… “y aquí me quedo entre la sombra caliente de las casas abandonadas, los árboles mudos… yo me quedo, me quedo porque solo aquí podría encontrarte, Otilia, solo aquí podría esperarte, y si no vienes, no vengas, pero yo me quedo aquí» (2006, p. 190).
13Ismael espera y no olvida : « si este pueblo se ha ido, mi casa no. Para allá voy, digo, iré aunque me pierda» (p. 195). La memoria le interesa a la literatura, particularmente, al novelista, en tanto que es « un testimonio errado» o alterado por el olvido que permite alcanzar el sentido real del acontecimiento narrado, que con frecuencia se centra más allá de los hechos, razón por la que el testimonio se aparta de ella (Candeu, p. 59). En este orden de ideas, la memoria constituye la verdadera historia. En el caso particular de Los ejércitos el relato es una apuesta fundacional porque se asoma a las pequeñas historias que han sido marginadas por el gran relato del progreso económico y social de Colombia. Como se ha afirmado en esta ponencia, la narración no explicita la historia de las confrontaciones armadas, la violencia en los pueblos marginados y el completo anonimato, tanto de las víctimas, como de la región en la que sistemáticamente los diferentes grupos imponen su propia ley. Por el contrario, Rosero configura una propuesta que lejos de ser el relato escueto de una memoria testimonial, propone un personaje anciano cuya experiencia vital está marcada por todas las formas de violencia. Es a través de él que la memoria herida toma forma.
14La memoria tiende a desaparecer o a transformarse y esto implica el olvido de los recuerdos o de la identidad misma. La evaluación de la historia descansa en la memoria de Ismael, y es a través de él que se cristaliza el dolor de recordar. Este personaje tiene una gran función dentro de la composición del relato : se trata de rememorar y reconstruir el pasado con todos los medios que posee. Es el hombre que utiliza su conocimiento del mundo para hablar de lo que queda de él. « soy viejo, pero no tanto para pasar desapercibido» (p. 19). La manera como la memoria herida se concreta en un personaje viejo podría entenderse desde dos perspectivas : la primera, porque Ismael representa el estado de indefensión pura que paradójicamente no lo exonera de la deshumanización de la guerra ; la segunda, simboliza la mirada lúcida que alerta sobre los límites alcanzados por la violencia, como también, sobre los alcances de cualquier régimen. Ana Arendt en Un estudio acerca de la banalidad del mal, advierte sobre las dinámicas de los totalitarismos modernos que no conceden a sus enemigos la muerte, sino la simple, silenciosa y anónima desaparición (2001 : 5).
15En Los ejércitos el lugar de la narración es un pueblo arruinado por los ataques « de no se sabe qué ejército» ; situación que obliga a sus habitantes a huir para salvar sus vidas. Ismael se niega a dejar un espacio que ha sido convertido en ruinas. Su mujer ha desaparecido. Como la mayoría de las víctimas de la guerra, se ignora qué grupo la tiene, si está viva o muerta. La desaparición de Otilia es el motivo por el cual Ismael decide quedarse en el pueblo en medio de la desolación. Es el único habitante que se resiste a ser desplazado de San José. El desenlace de la novela es un presente en tensión por la espera de Ismael : testigo de la devastación del pueblo y de la sociedad.
16El acontecimiento del relato tiene lugar en el espacio simbólico que puede ser cualquier pueblo de Colombia. Es el averno que devora el campo y los pequeños caseríos periféricos del país. Por eso, es una guerra imperceptible, porque no constituye una amenaza para quienes están al margen de dicha realidad. Mientras en los medios de comunicación se naturaliza la violencia rural y se tiene noticia de la tragedia que otros sufren, en el imaginario colectivo se fortalece el anonimato y la estigmatización de las víctimas e incluso, en el peor de los casos, se justifica. A pesar de que cada grupo guerrerista aumenta su potencial de intimidación (desplazamiento, violaciones sistemáticas, desapariciones, entre otros) con el propósito de controlar y aleccionar a los sujetos en medio del conflicto, el eco de estas prácticas no alcanza a desacomodar la idea de estabilidad y de progreso generalizado.
« Amanece y salgo de la casa : vuelvo otra vez sobre mis pasos, hasta el acantilado. En la montaña de enfrente, a esta hora del amanecer, se ven como imperecederas las viviendas diseminadas, lejos una de otra, pero unidas en todo caso porque están y estarán siempre en la misma montaña, alta y azul. Hace años, antes de Otilia, me imaginaba viviendo en una de ellas el resto de mi vida. Nadie las habita, hoy, o son muy pocas las habitadas ; no hace más de dos años había cerca de noventa familias, y con la presencia de la guerra – el narcotráfico y ejército, guerrilla y paramilitares- sólo permanecen unas dieciséis. Muchos murieron, los más debieron marcharse por fuerza : de aquí en adelante quien sabe cuántas familias irán a quedar, ¿quedaremos nosotros ?, aparto mis ojos del paisaje porque por primera vez no lo soporto, ha cambiado todo, hoy- pero no como se debe, digo yo, maldita sea» (Rosero, 2006, p. 61).
17El relato es el contraste de dos mundos. En principio, la narración de Ismael deja ver un universo lleno de gozo y plenitud en el que la casa, los jardines y el pueblo son lugares de abundancia y de felicidad. Es el lugar idílico que, repentinamente, se desvanece convirtiéndose en el lugar de la guerra, del desplazamiento y de las desapariciones. En suma, San José se transforma en el espacio de actos irracionales que conducen a la anulación de cualquier esperanza de vida. Es el lugar que encarna la crueldad de la guerra. Esta tierra de paz es convertida en la topografía de la muerte por las atrocidades de los grupos. « Sus calles, sus plazas y sus casas fueron transformados en escenarios de desolación» (GMH, p. 335). El territorio del pueblo es violentado por la brutalidad de los victimarios, puesto que la reputación de la guerra es proporcional a las medidas que se asumen por el control del territorio y las poblaciones. En consecuencia, los grupos armados a través de sus ataques en contra del enemigo se proclaman como los restauradores del orden en lugares lejanos y marginados de los centros de poder. En estos espacios del anonimato los habitantes no representan capital simbólico ni cultural, es decir, que el conflicto se instala en aquellos territorios que han sido olvidados no solo por el Estado sino por la sociedad misma.
18Si todo acto de fabulación es una invención de historias, ¿cómo puede la literatura contribuir a la recuperación de la memoria ? Según Ricoeur, la narración es significativa en la medida en que describe los rasgos de la experiencia temporal (p. 9). La novela orienta el relato de la historia oficial a partir de verdades literarias, es decir, que su movimiento va de una verdad a una mentira y dicha mentira conduce a una verdad, pero siempre lo hace desde una interpretación singular de la realidad. De esta manera, la novela organiza las experiencias del pasado dotadas de un especial sentido tanto para quien las narra como para quien las lee. El escritor por su parte, se apoya en una historia inventada para revelar realidades complejas y a veces invisibles. El escritor asume, entonces, una responsabilidad de evaluar, criticar y mostrar una época y una problemática que muchos ignoran sobre la realidad nacional. Aspecto que permite generar así, una lectura y una conciencia del conflicto que durante décadas ha sido familiar a tal punto que es una verdad desafectada y mediatizada.
19En el relato, Rosero Diago, construye un universo simbólico cuya metáfora es la de un país arrasado por la guerra y la deshumanización del proyecto moderno. En este cronotopo la muerte y la soledad son el horizonte que subyace al declive de la idea de progreso. Ismael atraviesa el pueblo devastado por la guerra ; cruza solitario por medio del horror en donde el conflicto se ha excedido de la manera más cruel con sus habitantes. Pues este no ha afectado a todos por igual. Según, el informe general de memoria histórica- GMH. ¡Basta ya ! Colombia : memorias de guerra y dignidad, « la guerra recae especialmente sobre las poblaciones empobrecidas, sobre los pueblos afrocolombianos e indígenas, se ensaña contra los opositores y disidentes, y afecta de manera particular a las mujeres, a los niños y niñas”» (p. 25). Por eso, en la novela los personajes centrales, víctimas de la guerra, son mujeres en las diferentes etapas : Geraldina (mujer joven) y Otilia (anciana). Otilia desaparece, y es precisamente este elemento simbólico que constituye la agonía del relato : Ismael no tiene respuestas que den cuenta de su esposa, en este sentido, la desaparición es el símbolo de la postergación indefinida del duelo de toda una nación. Dicha configuración expresa que la perpetración de la violencia ha sido en la mayoría de los casos contra los sujetos más vulnerables de la sociedad y, al mismo tiempo, dilucida que estas voces y realidades representan a las víctimas silenciadas en la historia de un país cuyo discurso es, eminentemente, patriarcal.
20En todas las sociedades el cuerpo ha sido un lugar de memoria porque es allí donde se imprimen los acontecimientos de la vida cotidiana. Olga Sánchez (2008) afirma en su estudio titulado, Las violencias contra las mujeres en una sociedad en guerra que el cuerpo femenino es un lugar imbricado por múltiples discursos políticos, sociales y económicos. Es un lugar testimonial de la fuerza depredadora propia de las sociedades patriarcales que lo someten a la esclavitud y al dominio forzoso cuya irracionalidad lo reduce a un estado de docilidad propio de la muerte :
« Entre los brazos de una mecedora de mimbre, estaba – abierta a plenitud, desmadejada, Geraldina desnuda, la cabeza sacudiéndose a uno y a otro lado, y encima uno de los hombres la abrazaba, uno de los hombres hurgaba a Geraldina, uno de los hombres la violaba : todavía demoré en comprender que se trataba del cadáver de Geraldina, era su cadáver, expuesto ante los hombres que aguardaban» (Rosero, 2006 p. 202).
21Durante la violación de Geraldina su cuerpo es subordinado a la pulsión sexual y reducido a la función objeto de placer. La escena, compuesta por el cadáver y los hombres en fila, está cargada de signos de dominación por parte de los hombres animalizados sobre el cuerpo de la mujer. « Este proceso en el sistema socio-sexual patriarcal constituye uno de los pilares materiales y subjetivos para que el cuerpo de las mujeres sea un territorio en disputa y control a través de las violencias que se perpetran contra ellas» (Sánchez, 2008, p. 16). La violación es una práctica de dominación masculina que reafirma la misoginia en las sociedades en que los hombres detentan el poder y el control social por medio del terror. Pues una vez más se reafirma el control del hombre no solo del territorio geográfico sino además físico.
22En este ritual de agresión se legitima y se constata una vez más en el campo de batalla en donde lo masculino es vencedor. que « históricamente los ejércitos violan a las mujeres para humillar a los varones del ejército contrario despojándolos de su valorada propiedad. Una mujer violada es una propiedad devaluada y es la marca de la derrota para los varones que no pudieron protegerla» (Sánchez, p. 66). En este sentido, la violación se convierte en una estrategia de guerra asociada con la conquista territorial invasiva a través de la cual la sumisión del otro es la marca de la victoria. El cuerpo femenino es el símbolo mercantil en la sociedad patriarcal y son precisamente estos lugares femeninos los colonizados por el adversario. Aspecto que reafirma la idea de que las tierras lideradas por hombres débiles es una tierra poblada por mujeres devaluadas sexualmente y por ello requieren de la fuerza bárbara y, a la vez, mesiánica que proteja a la comunidad de la maldad que la asecha.
23Una de las prácticas de guerra más difundida desde tiempos remotos es la violación sistemática de mujeres y niñas, « la cual revela el peso simbólico que deposita la cultura en la integridad sexual de los cuerpos femeninos y, por consiguiente, en la posibilidad de que sean utilizados como arma y como botín de guerra» (2008 p. 65). La violación de Geraldina coincide con las características más comunes de las violaciones masivas durante la guerra : « la violación es pública : el enemigo tiene que ver lo que le hacen a su propiedad. Los torturadores a menudo violan en casa o cerca de la casa de la mujer. Así, la violación pasa a ser un acto contra su marido- padre- nación. La violación es masiva : esto es, se hace en masa, los varones lo realizan juntos, en solidaridad. Todos pueden ser iguales en la apropiación del cuerpo de la mujer» (2008, p. 66).
24El horizonte histórico de los últimos años en Colombia se conecta con el desenlace de la novela : la muerte y la desaparición de los personajes femeninos. Girard plantea en El chivo expiatorio (1982 ) que en el límite de todo conflicto, « las cualidades extremas atraen, de vez en cuando, las iras colectivas ; no solo los extremos de la riqueza y de la pobreza, sino también del éxito y del fracaso (…) a veces se trata de la debilidad de las mujeres, de los niños y de los ancianos» (p. 29). En este sentido, la persecución colectiva del más fuerte sobre el más débil tiende a polarizar aún más a las multitudes violentas cuya afinidad se da de manera paradójica con los victimarios. Girard lo sintetiza de la siguiente manera : « el sentido de la operación consiste en achacar a las víctimas la responsabilidad de esta crisis y actuar sobre ellas destruyéndolas o, por lo menos, expulsándolas de la comunidad que contaminan» (p. 35).
25Una memoria de veracidad está fundada, más allá de un desenfreno conmemorativo, en una ética de verdad. Porque la manipulación pasa por el uso deliberado de la selección, « puesta al servicio de la conminación dirigida contra el olvido» (Ricoeur, p. 40). En este sentido, puede decirse que la memoria se encuentra amenazada. Puede serlo y ha sido amenazada políticamente por aquellos regímenes totalitarios que han ejercido una verdadera censura de la memoria. Por eso, la política de la memoria supone el cultivo de una rememoración más justa. El exceso y la insuficiencia de esta comparten el mismo defecto, a saber, la adhesión del pasado al presente : el pasado que no quiere pasar (p. 41). Se trata de un pasado que habita todavía el presente o, mejor dicho, que lo asedia sin tomar distancia, como un fantasma (p. 41). La memoria crítica no solo tiene que luchar contra los prejuicios de la memoria colectiva, sino contra los de la memoria oficial, que asume el papel social de una « memoria enseñada» como lo señala Ricoeur (p. 48). Tanto la memoria colectiva como la individual están íntimamente relacionadas con el presente y el futuro, porque la memoria es el material orgánico con el que cada individuo asume su temporalidad, no solo como percibe el presente sino la manera en que se proyecta en el futuro.
26La memoria permite el efecto de una intencionalidad en el futuro sobre la del pasado. Lo que significa que la asimilación del pasado afecta el presente y esta a su vez, influye en el futuro. Por eso, según Ricoeur, la noción de deuda es la carga del pasado a la que ha de hacer frente el futuro. El perdón pretende aligerar esa carga. Pero, ante todo, la carga es pesada. Y lo es para el futuro. La deuda obliga (p. 94). En este sentido, la memoria existe como deber gracias a la deuda, aunque esta requiere ser superada, después de una revisión evaluativa del pasado. Por lo tanto, la novela objeto de estudio es un discurso y una conciencia revisionista de la memoria colectiva en tanto obra literaria y, es al mismo tiempo, una apuesta por el privilegio de una memoria íntima socializada : ambas actúan como poiesis de creación y al mismo tiempo como poiesis de perdón.
¿cómo pasará el tiempo, mi tiempo, desde ahora ?
27Si bien, Los ejércitos es un constante cuestionamiento de la guerra y todas sus formas absurdas de manifestación ; también expresa, de manera estética no explícita, el deber de la memoria y con éste, la apertura al perdón de la deuda histórica. Pues, sin un perdón auténtico es imposible pensar en un futuro diferente al pasado. La carga del pasado recae en el futuro, lo determina. Por lo tanto, el conocimiento del pasado supone la mirada crítica no solo de los hechos sino de los actores y, a su vez, supone la elaboración de una conciencia histórica. Como hipótesis de lectura de este estudio se reitera el siguiente programa estético : narrar la memoria herida, perdonar para resignificar la percepción del presente y las expectativas del futuro. De este modo se podrá entender el vínculo entre pasado, presente y futuro como formas temporales que constituyen la conciencia histórica.
28Comparar hechos anteriores permite alertar acerca de los peligros de repetir la historia. Por eso, a una sociedad que haya logrado comparar periodos anteriores, reconocer responsables de las transformaciones socio-históricas, le es posible transformar el presente y considerar expectativas del futuro. De este modo la conciencia histórica se relaciona con el perdón y el olvido en tanto que la memoria y el olvido, la conmemoración y el recuerdo, se tornan cruciales cuando se vinculan a acontecimientos traumáticos de carácter político y a situaciones de represión y aniquilación, o cuando se trata de profundas catástrofes sociales y situaciones de sufrimiento colectivo (Jelin, 1998, p. 11).
29La memoria implica ir atrás para entender y reconocer, pero también exige un nivel de distanciamiento que conduzca al perdón. En este sentido, la memoria es un acto de solidaridad y de desprendimiento. Rosero Diago ha apostado por nuevas escrituras de la violencia y con estas se consolidan nuevas formas de memoria colectiva que desnaturalizan la violencia y la historia del conflicto armado en Colombia. Lejos de caer en una versión testimonial de la guerra, apuesta por una mirada crítica que evalúa el horizonte histórico en el que emerge la obra, así como también desacomoda a los lectores que actúan como testigos del desarraigo, el desplazamiento y la anulación de cualquier proyecto de vida. Superar la memoria literal, entendida como una memoria estéril desprovista de reflexión, es sin duda el reto que plantea la novela, pues en ella se logra cristalizar una memoria herida cuyos recuerdos desacomodan la idea de normalidad, que es en definitiva, la aceptación pasiva de la violencia como hecho cotidiano.
30En el desenlace de la novela se puede percibir el estado de desamparo absoluto en el que fue quedando Ismael Pasos durante la agudización del conflicto. Sus amigos, los que quedaron vivos, poco a poco fueron huyendo. A pesar de la certeza de estar solo, Ismael no abandona ni el pueblo ni la esperanza de encontrar a Otilia. Este cierre, si bien no es esperanzador, deja una pequeña apertura no a la resignación sino a la posibilidad de vida, de resistencia hasta en el último momento. Al asumir esta posición estoica, Ismael revela una forma de conciencia histórica en tanto que no niega el futuro, negarlo sería el abandono y la resignación, él por el contrario permanece en medio de la nada así sea solo para narrar lo que va encontrando.
31Todas las sociedades tenemos la necesidad de nutrir nuestro sentido de identidad y de pertenencia. Es por esto que la memoria persiste y busca maneras de materializarse. Ante la fragilidad de la memoria colectiva, Evelio Rosero Diago elabora, de manera estética, una apuesta por el compromiso con el conocimiento de la historia que había sido la formadora de la conciencia nacional. En el caso particular de Colombia, parte de la sociedad ha estado sumida en un estado de somnolencia : arrojada en el presentismo de la vida ; sin memoria histórica y sin posibilidades de reconstrucción social. Pareciera que esta sociedad estuviera determinada a vivir sin esperanza y dispuesta a la resolución fatal del destino. Por esta razón, la recuperación de la memoria histórica es una de las posibilidades para superar el fatalismo que ha caracterizado a nuestra cultura. La denuncia pública es un modo de combatir el olvido sin perdón.
32La memoria colectiva no se puede pensar aislada o por encima de los individuos, pero se la puede interpretar en el sentido de memorias compartidas, superpuestas, producto de interacciones múltiples, encuadradas en marcos sociales y en relaciones de poder. Si no hay historia, no puede haber memoria histórica, ya que el presente es una permanente repetición y reproducción del pasado. La constitución, el reconocimiento, las memorias y las identidades se alimentan mutuamente. Por eso, los periodos de crisis internas de una sociedad generalmente obligan a reinterpretar la memoria y a cuestionar la propia identidad. Estos períodos son precedidos, acompañados o sucedidos por crisis del sentimiento de identidad colectiva y de la memoria. Son los momentos en que puede haber una vuelta reflexiva sobre el pasado, reinterpretaciones y revisionismos, que siempre implican también cuestionar y redefinir la propia identidad grupal.
33El olvido se manifiesta no solo en la pérdida de datos del pasado sino en una equívoca e incompleta visión de los hechos. En el contexto social colombiano la reinterpretación de las experiencias, es definitivo para la sociedad. Por ello, « la forma en que se hagan los rastreos sobre las causas y consecuencias de lo pasado permitirá entender las dinámicas que operan en su presente, señalará culpables, indicará caminos, definirá nuestra imagen en el presente, los valores que operan en él y las concepciones de vida nos guiarán» (Barrero, p. 19).
34Ni el olvido ni la indiferencia son gratuitos en la cultura colombiana. Dichos estados son el resultado de un programa mediático que ha sembrado sentimientos de miedo y polarización hasta tal punto que los sujetos se han ido alejando de su propia realidad. En este horizonte, propuestas estéticas como la de Rosero Diago son urgentes porque invitan a la continua y necesaria construcción de una memoria crítica, partiendo del reconocimiento del pasado y los hechos que han alimentado formas de indiferencia, y a partir de esto, repensar nuestra tradición y trascenderla desde un imperativo ético cuya divisa sea el perdón nacional y el respeto por el otro.
35Los sentimientos de miedo e inseguridad subyacen al panorama de la guerra. Es por esto que en algunos casos « las personas en condiciones de extrema pobreza y víctimas directas de la guerra política, apoyan y defienden proyectos políticos que no mejoran su condición de vida» (Cuellar 114). Las subjetividades han sido colonizadas por el sentimiento de angustia frente al devenir histórico. Dicha alienación respalda el comportamiento radical de los diferentes grupos que han configurado una lectura deformada de los dogmas civilizatorios, trazando aspiraciones mesiánicas de libertad y orden para la sociedad. Resultado que marcaría el triunfo de una herencia colonial de poder subyugante impuesto desde el encuentro de los dos mundos, en el que el resultado fue la « destrucción casi completa de la población de todo un continente, América, en el siglo XVI» (Todorov, p. 34). Por eso es precisamente que el olvido amenaza con llevar a los pueblos de nuevo a un estado de barbarie. Según Todorov la memoria no se opone al olvido, sino que lo implica, ya que recordar es forzosamente hacer una selección que deje de lado algunos rasgos del suceso recordado (p. 22) y alerte frente a situaciones nuevas pero análogas, pues, lejos de estar encarcelados en el pasado, éste se pone al servicio del presente para recordar que eso debe ser olvidado, no sin antes hacer de él un modelo para entender las condiciones actuales.
36Por lo tanto, la memoria concede el cuestionamiento crítico frente a la historia de impunidad que ha predominado en Colombia. Al mismo tiempo, permite la capacidad de comprensión de todos los procesos sociales que han configurado el pasado y el presente de un país en conflicto. Los relatos concretizan la representación simbólica de dicha realidad a través de las experiencias vitales de los personajes centrales, el impacto y las consecuencias de un conflicto que no les pertenece, pero que lo viven de manera directa. Estas voces narrativas posibilitan el encuentro frontal con la barbarie y la desesperanza que deja la confrontación violenta, en muchos casos invisibilizada, pero que está ahí, es omnipresente y cada personaje la ve y la vive.
37Al mismo tiempo, la reconstrucción de la memoria crítica abre la posibilidad de oposición a ideas simplistas que fortalecen la falta de una conciencia crítica formada desde el desconocimiento de las múltiples dimensiones del conflicto armado. Es la lectura que cuestiona la memoria consensuada, plegada a la ideología dominante, la cual distorsiona la experiencia de la violencia ; así como también, construye discursos maniqueos de la trágica historia de Colombia. Muchas voces de la cultura colombiana han estigmatizado a las víctimas y han despreciado los lugares o territorios del país inmersos en el conflicto. Entre otros, el discurso oficial ha alimentado una mentalidad sectaria que pretende seguir reduciendo « la violencia actual a una simple expresión delincuencial o de bandolerismo» (GMH, p. 34) y no a una comprensión de problemas estructurales circunscritos al campo político, económico y social.
38La propuesta estética de Rosero Diago es el registro de pequeños actos de resistencia y de esperanza humana en medio del conflicto. Estas narraciones se constituyen en imperativos éticos sobre la construcción de la memoria histórica de la guerra. Pues la sociedad debe conocer lo que ha pasado durante tantos años de conflicto. Es preciso elaborar la poética de la devastación y comprender que a pesar de que la violencia ha arrebatado la esperanza en un mejor país, no ha logrado anular las pequeñas resistencias. Por eso, la memoria herida es el testimonio de que cada día hay luchas por no soltar el presente y por reponerse ante la desgracia de la pérdida, « estas memorias no son necesariamente memorias victoriosas, sino, más bien, memorias que, al reconstruir a las víctimas y las comunidades como sujetos que perviven, responden y resisten, cumplen un papel de dignificación e igualmente de reconocimiento de sus verdaderas narrativas» (GMH p. 360). A pesar de que la violencia ha producido desconfianza en relación con el mundo que los sujetos habitan y con el sentido de la vida misma, todavía es posible trabajar por una « ética de la existencia humana, en la que se condene todas las formas de muerte y destrucción, y se reivindique todas las formas de vida» (Barrero Cuellar, 2008, p. 118).
39Por lo tanto, el perdón es necesario para sanar la memoria herida. Los ejercicios de la memoria permiten ver el pasado como ejemplo de lo que no se debe repetir, aprender de las lecciones y las injusticias sufridas para luchar contra las que se producen en la actualidad. Solo así la sociedad podrá lograr el duelo nacional. Tal como lo afirma Helena Rueda « los duelos son más útiles que los triunfos, porque imponen deberes, impulsan el esfuerzo común» (2008, p. 349). No se trata de rendirle culto a la memoria hasta naturalizarla sino comprender que el pasado debe actuar en el presente, haciéndonos más vigilantes frente a las amenazas actuales. Estas formas literarias de memoria deben suscitar el perdón, pues en efecto, « el pasado ya no puede cambiarse y, por ese motivo, se encuentra determinado» (Ricoeur, 1999, p 49). Según esa mirada, solo el futuro puede considerarse incierto, abierto y en ese sentido indeterminado. Solo así se dará lugar al perdón.