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Modos del testimonio. Sobre Carlos Liscano, Fernando Butazzoni y la escritura de la experiencia carcelaria

Gabriela Sosa San Martín

Abstracts

Carlos Liscano’s approach to his testimonial experience with  torture and political prison –I refer fundamentally to El furgón de los locos– inaugurated –in his work– several texts confronted  with  the aesthetic parameters supported by him before, and showed his particular interest in writing about himself. This testimonial approach meant the author desire to be detached from other modalities of this genre developed in Uruguay after the dictatorship. Considering the aesthetical alternatives that Liscano worked with in political prison topics in Uruguayan literature, we can distinguish  El tigre y la nieve of Fernando Butazzoni. Butazzoni’s project proposed  to make a revision of  the heroic models of resistance and to approach  the testimonial to the novel genre.

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Carlos Liscano y la incomodidad del testimonio

  • 1 El método y otros juguetes carcelarios (1987); Memorias de la guerra reciente (1988); Agua estan (...)
  • 2 ¿Estará nomás cargada de futuro? (1989); Miscellanea observata (1995).
  • 3 La novela Las cartas que no llegaron de Mauricio Rosencof, Jaque Mate a la guardia y otros cuentos (...)

1Carlos Liscano (Montevideo, 1949) dejará transcurrir dieciséis años de libertad para transformar su experiencia como preso político en Uruguay –la experiencia de la tortura en particular− en tema explícito de su literatura. En 2001, fecha de publicación de El furgón de los locos, ha publicado novelas y cuentos1, algunos de ellos dados a conocer en diversos medios de prensa como el semanario Brecha o “El País Cultural”, suplemento del diario El País; ha publicado poesía2; ya ha presentado en Europa y en Uruguay obras de teatro. El escritor puede ir acercándose en la escritura a su experiencia de vida, quizá ahora sin sentir que ser de la cárcel le quita profesionalismo. El transcurso de los años tal vez le ha dado la posibilidad de encontrarse en condiciones de hablar «de eso, no solo desde eso» (Benítez Pezzolano, 2001 : 5). Así surgirá un texto como El furgón de los locos; su publicación se integra a la constante presencia por esos años en Uruguay de la literatura de tema político-carcelario, que incluye testimonios, memorias, diarios, ensayos, cuentos, obras de teatro3.

  • 4 Remito a Oficio de escritor. Las escrituras del yo en la obra de Carlos Liscano que publicáramos en (...)
  • 5 El escritor y el otro (2007), Escritor indolente (2014), Lector salteado (2015).
  • 6 Parafraseo el título del trabajo de Paula Sibilia en el que se analizan «las claves con las que se (...)

2A partir del 2000 la escritura de cuentos y novelas decae en Liscano a favor de otros espacios : las llamadas escrituras del yo4 cobran una presencia mayor que en el primer período de su carrera literaria : al ensayo titulado “El lenguaje de la soledad” y al “Diario de El Informante” –del 2000– los sucede El furgón de los locos. En el primero Liscano reflexiona sobre su experiencia con el lenguaje durante el encierro; el segundo –aunque con otro título– transcribe el diario de la cárcel, escrito entre 1982 y 1984; finalmente El furgón de los locos se atreve a hablar sobre la tortura. Se inaugura así un conjunto de escrituras que tensionan los parámetros estéticos defendidos por él hasta el momento –alejados de la subjetividad, como oficio de artífice en estado de lucidez– por la creciente necesidad de escribir sobre sí. La línea autobiográfica desarrollada en textos más recientes5 muestra cómo la tarea de hacer literatura divorciada del mundo no colmó cierto deseo del espectáculo del yo en la escritura : él mismo lo llamó el «espectáculo del dolor» (Liscano, 2007 : 58). Resultaba necesario para Liscano incorporar la reflexión sobre las circunstancias extremas del encierro en que se había construido al escritor y luego la manera en que aquel origen parecía haber determinado el proceso posterior. La excepcionalidad de las vivencias carcelarias venía a legitimar una suerte de espectacularidad de la intimidad6.

  • 7 En una entrevista que le realizara Clara Aldrighi en el 2000, incluida en Memorias de la insurgenci (...)
  • 8 Una copia de este Diario de Suecia, aún inédito como dije, me fue proporcionada por su autor en jul (...)

3En El furgón de los locos ciertas pretendidas competencias de un lector entrenado en la vida del escritor, en conocimiento de circunstancias sociales y políticas vividas por él, resultan de orden para entablar complicidades, reconocer guiñadas y cruces entre elementos textuales y sus referentes : su participación en el Movimiento de Liberación Nacional Tupamaros en la década del sesenta y comienzos del setenta; su encierro durante más de trece años en el Penal de Libertad como preso político; la decisión de hacerse escritor entre rejas y el simultáneo pedido de baja del Movimiento.7 La lógica de El furgón de los locos, innegable en los mecanismos novelescos, se vuelve insuficiente para explicar un pacto de lectura que obliga al diálogo con lo no dicho, al posible reproche del olvido, a la significancia de aquello que se ocultó en la mirada retrospectiva de una secuencia de vida. En la autobiografía la «postulación significante de los olvidos o silencios» proporciona a ciertas modalidades textuales «una especificidad que lo aleja de ser un mero discurso ficcional, en ese nivel pragmático, sí, pero que es consustancial a lo que un género es, también como forma» (Pozuelo Yvancos, 2005 : 44). El texto tensiona los límites de la referencialidad testimonial en la medida que, sin declararse ajeno a la representación de un contexto histórico y político preciso, opta por eliminar casi siempre del primer plano la toma de postura política del protagonista, es decir por relativizar su condición de testimonio como artefacto político. Ya Liscano se confesaba esta incomodidad muchos años atrás, en un diario hecho en Suecia, entre 1986 y 1995, que hasta la fecha se mantiene inédito :8

Muchas veces, en estos años me han sugerido que escriba ‘algo’ sobre la cárcel. En alguna oportunidad yo me he encontrado contando, yo he caído en contar cosas de la cárcel. Generalmente es en ese momento que alguien me dice : ¿Y por qué no lo escribís?

No sé por qué no lo escribo. Creo que no puedo, a menos que no sepa hacerlo. Pero fundamental es que no puedo porque no me he reconciliado con ese pasado, con los objetivos políticos que condujeron a ese pasado. Hubo sufrimiento, hubo sacrificio, hubo ratos de heroísmo sí, ¿pero por qué luchábamos? […] No logro conciliar, anudar, aquel pasado violento con este presente de ciudadano. (23/9/1987: 74-75).

4El escritor alejado de la política partidaria en el momento de creación de El furgón de los locos relata la experiencia de la tortura desde el lugar del descreimiento : se recuerda la agresión del enemigo atacando el cuerpo indefenso –capítulos enteros narran vejaciones− pero de alguien que la mayor parte del tiempo ya no quiere recordar la causa por la que luchó, puesto que las acciones del guerrillero tupamaro prácticamente no aparecen en el texto. El efecto es desolador : la dimensión política se mantiene, aparentemente, en un plano menor, pero en cambio parece buscarse el rechazo de las circunstancias políticas que provocaron la tragedia humana puesta en primer plano –la del torturado, la del preso−, con su consecuente toma de partido.

  • 9 Diversos ejemplos de testimonios uruguayos de presos políticos podrían mencionarse en la postura co (...)

5Liscano no denuncia responsables concretos de las atrocidades sufridas, más allá de que la publicación se integraba a un contexto de comienzos de siglo en el que un nuevo impulso indagaba la verdad de lo ocurrido durante la dictadura :9 la primera Marcha del Silencio en 1996; el proyecto Memoria para armar, organizado por las expresas del Penal de Punta de Rieles en el 2000 para dar a conocer la mayor cantidad de testimonios posibles; se creaba la Comisión para la Paz al iniciarse el gobierno de Jorge Batlle y se comenzaban a investigar –a pesar de innumerables trabas− casos de desaparecidos durante la dictadura –como el de la nieta del escritor Juan Gelman, por ejemplo, en el que el propio Liscano colaboró con una publicación sobre el tema : Ejercicio de impunidad (2004)−.

  • 10 Cabe aclarar que dicha concepción se encontraba presente en los propósitos testimoniales de ciertos (...)

6Pero en El furgón de los locos, desde la concepción del escritor parece jugarse el valor estético del texto en su alejamiento del modelo del testimonio como pacto de veracidad con el mundo representado y predominio de la función referencial del lenguaje10. Sin tener del todo claro el rumbo a seguir aún, el camino más profesional parecía ser para él cierto cruce de ensayo y ficción permeado por lo autobiográfico.

7«Yo no quería hacer un testimonio, por eso me pasé catorce años, desde que salí de la cárcel, sin escribir sobre eso, porque no encontraba la forma de escribirlo» (Liscano, 2013 : 22), expresaba muchos años más tarde el escritor en una entrevista. Pero lo cierto es que el conflicto ya era manifestado en el Diario de Suecia : en este espacio de privacidad Liscano rechazaba el uso público de la marca carcelaria sin dejar por eso de cuestionarse qué lugar ocupaba la experiencia del encierro y su antigua actividad política en su identidad como escritor. También se preguntaba qué peso podía tener el legado de la cárcel en la inserción a un campo cultural que aún le brindaba limitadas posibilidades sin que ello significara la desprofesionalización. Buscaba sus mejores cartas de presentación, y dudaba :

Creo [...] que las cárceles, por la represión que en ellas había, precisamente, no produjo mucha ni importante literatura y sí gritos, poemas desnudos, testimonios de la miseria. Pero yo tampoco conozco todo lo que se escribió en ella. A veces he pensado escribir algo al respecto y tal vez lo hubiera hecho si no sintiera fobia por andar revolviendo siempre la misma miseria, de jugar al liberado profesional. Quizá me equivoque y haya que hacer ese trabajo (8/7/1988 : 92).

pienso que mi punto de vista es ligeramente diferente a los hasta ahora expuestos sobre la cárcel. (16/2/1989 : 105).

  • 11 La ponencia de Rosencof se titulaba precisamente “Literatura carcelaria”. Se publicó en el Nº 16 (...)

8Según lo expresado en el Diario de Suecia, Liscano nunca parece discutir el hecho de que la cárcel deba incorporarse a la reflexión existencial, reflexión que incluye su decisión de hacerse escritor en el encierro, los proyectos surgidos por aquel entonces a propósito de un futuro ligado a la actividad literaria, la relación tan particular entablada con el lenguaje desde el comienzo. La pregunta que vuelve una y otra vez es la de cómo incorporar a su escritura la experiencia carcelaria sin que la misma implicara seguir el modelo pautado por figuras como Mauricio Rosencof, escritor ex-preso también pero reconocido desde antes de la dictadura, quien exponía por aquellos años en diversos sitios del mundo11 las circunstancias excepcionales que le tocaron vivir como rehén de la dictadura ­–el aislamiento extremo en calabozos, el hambre− al tiempo que opinaba respecto del fenómeno de la literatura escrita por los presos en el Uruguay :

es en las cárceles precisamente que se dio un insólito fenómeno literario, no solo a partir de creadores prisioneros (Miguel Ángel Olivera, Jorge Torres, Hiber Conteris, entre tantos), sino a partir de hombres que convirtieron su miseria en canto. […] Toda esa importante literatura, que en su conjunto tiene un impresionante valor testimonial pero que, además, revela nuevos talentos, está por estudiarse, tarea de investigación que me propongo. (Rosencof, 2003 : 30).

9¿Qué representación tenía la figura del propio Liscano escritor en esta afirmación? Su inexistente carrera literaria antes de la cárcel lo excluía del primer grupo, y el segundo parecía estar conformado por un conjunto de testimonios que podía resultar de dudoso valor estético. Las alternativas de inserción dentro de la literatura carcelaria, así pautadas, no conformaban al Liscano de por entonces, al mismo tiempo que esta temática le iba resultando tan constitutiva de su identidad que difícilmente podía negársela, mantenerla al margen de la escritura. Si el tema parecía inevitable, el desafío consistía en encontrar un tratamiento literario del mismo. En todo caso, cómo escribir sobre la cárcel con la distancia suficiente para que no sea un grito de dolor, o para que no cumpla meramente una función terapéutica. O para no transformarse, como años más tarde reflexionará el propio Liscano a propósito de la tortura, en un «conferencista profesional», aquel que estudia «para exponer mejor su experiencia» y termina «reduciendo una historia colectiva intransmisible a formas narrativas espurias». Y agrega :

Sentirá el fastidio de parecerse a un burócrata, sentirá que está escribiendo un informe. También sentirá que está haciendo del dolor un espectáculo, transformando la intimidad en algo público. Todo es una falta de respeto a quienes padecieron la tortura (Liscano, 2014 : 50-51).

10Lo cierto es que a medida que Liscano vaya entrando en contacto con otras alternativas estéticas respecto del tratamiento de lo carcelario en la literatura uruguaya el propósito de dar a conocer su punto de vista «ligeramente diferente de los hasta ahora expuestos», como escribía en el Diario de Suecia, irá cobrando fuerza. Su lectura, por ejemplo, en marzo de 1987 de la novela de Fernando Butazzoni El tigre y la nieve, coincidente en el diario con el deseo de escribir una “memoria de la cárcel” y con cierta reflexión a propósito del cuento como género. Liscano no emite comentarios sobre esta novela, pero los intereses de escritura y las preocupaciones en el orden de lo teórico que hace confluir hablan por sí solos.

Fernando Butazzoni y la novelización del testimonio

11Si observamos el desarrollo del testimonio de tema político-carcelario en la posdictadura uruguaya las primeras manifestaciones suelen construir una memoria de lo ocurrido que se desliza hacia la mitificación de la lucha. Esto debe entenderse en el marco de las «batallas por la memoria» (Allier, 2010) que entonces se dirimían, en oposición al discurso que los testimonios de los presos interpelaban : esto es, la versión de los hechos brindada por los documentos oficiales de las Fuerzas Armadas y asimismo la postura inclinada hacia una ley del perdón que iba adoptando el primer gobierno posdictatorial de Julio María Sanguinetti con respecto a los funcionarios militares y policiales actuantes en el período anterior.

  • 12 A diferencia de lo que ocurre cuando se relatan los enfrentamientos entre tupamaros y fuerzas ar (...)

12Dos publicaciones de la segunda mitad de los años ochenta permiten ejemplificar esa mitificación de la lucha, así como la fuerte relación que el testimonio en general entabla, como verdad en disputa, con las circunstancias políticas en las que se da a conocer. En primer lugar, Alto el fuego. FF.AA. y Tupamaros (1986) de Nelson Caula y Alberto Silva documentaba los enfrentamientos y las tentativas de negociación ocurridos durante 1972 entre estas dos fuerzas, desde una óptica que, aunque intentando recabar testimonios de todo el espectro de actores, ensalzaba la gesta tupamara12. El texto no perdía oportunidad de vincular las diversas formas de la represión estatal de aquel entonces con quienes ejercían el poder en el presente : Julio María Sanguinetti, en primer lugar. Por otro lado Memorias del calabozo de Mauricio Rosencof y Eleuterio Fernández Huidobro se publica en 1987 y 1988 en el marco de la campaña del plebiscito contra la Ley de Caducidad, esa que paradójicamente buscaba cerrar la discusión de los primeros años en democracia garantizando la impunidad de los delitos cometidos durante la dictadura.

13Este modelo del héroe guerrillero irá paulatinamente virando en algunos escritores ex-presos a medida que transcurran los años de libertad hacia un cuestionamiento mayor de la condición de víctima del testimoniante –Carina Blixen observa que con Crónicas de una derrota. Testimonio de un luchador (2003) de José Jorge Martínez se relata por primera vez «un quiebre en la tortura» (Blixen, 2010 : 3)–; y junto a este cambio, un aumento en la conciencia del dispositivo retórico que supone narrar la experiencia de la tortura y de la cárcel : casos como El furgón de los locos (2001) de Carlos Liscano, ya analizado, y Oblivion (2007) de Edda Fabbri.

  • 13 Primo Levi distingue el relato de los hechos del Holocausto, para el cual el testimonio de los s (...)

14 Pero dicho giro en el tratamiento de lo heroico que Blixen establece para el testimonio de los ex-presos en los comienzos del siglo XXI ya tenía otros avances anteriores en el panorama de la literatura uruguaya. Estos provenían de textos muchos más entroncados al género novelístico y creados por escritores ajenos a la experiencia directa del presidio pero involucrados con ella de diversas formas y que tomaban, a partir de distintas estrategias discursivas, la voz de las víctimas. Una mayor distancia respecto de los hechos había permitido en algunos casos ir reconstruyendo lo que comenzaba a denominarse historia reciente desde la memoria de los involucrados pero buscando mantener, en palabras de Primo Levi, un «ojo crítico» que alzara la vista sobre las limitaciones que suponía haber sido protagonista de los hechos13. También esto incluía en cierta medida el análisis y la revisión de los modelos heroicos de la resistencia.

  • 14 «Hay algunos nombres, entre ellos el de la protagonista, que han sido cambiados» (Butazzoni, 198 (...)

15El tigre y la nieve de Fernando Butazzoni (Montevideo, 1953) se publicó por primera vez en 1986, año marcado por una salida de la dictadura en Uruguay con fragilidades institucionales de variado alcance : un ejército intacto en sus convicciones antidemocráticas, un clima político de escasa concordia dadas las proscripciones que rigieron las primeras elecciones nacionales, la discusión sobre una ley de perdón a los militares que dividía a quienes habían sido más firmemente opositores a la dictadura. La aparición de los primeros testimonios sobre la tortura –que grandes sectores sociales aún no conocía a no quería conocer– iba generando discusiones acerca de cómo procesar y difundir estas experiencias. Tal el contexto de publicación de un relato que venía a poner su acento en un verdadero tabú para ese momento : el de una presa uruguaya en el centro de exterminio La Perla, en Córdoba (Argentina), a la que el escritor decidió bautizar Julia Flores14, que traicionaba sus principios y entablaba una relación con su torturador para poder sobrevivir.

16El tigre y la nieve era leída por algunos en aquellos años casi como una historia de ficción que desde parámetros realistas recreaba sucesos acontecidos durante la dictadura. No necesariamente como un testimonio. De hecho meses después de haberse publicado la novela por Ediciones de la Banda Oriental, Sylvia Lago escribía en el semanario Brecha un artículo en el cual no desconocía el apasionado propósito del texto por plegarse a la «búsqueda de la verdad» –Butazzoni lo presentaba en esos términos– pero estableciendo para la novela parámetros más realistas que testimoniales. Es decir, la distancia que va desde lo verosímil a lo verdadero, desde lo creíble como posibilidad a lo creíble como hecho, desde la generalización al caso. El artículo de Lago no mencionaba el testimonio que funcionaba como fuente de la creación, referido por Butazzoni en las “Confesiones previas” :

Durante mi primer viaje a Suecia, hace ya varios años, un entrañable amigo me refirió la historia de Julia Flores y, de muchas maneras, me comprometió para siempre con algunas verdades. [...] Hablé con mucha gente, leí cartas y confesiones, respeté algunos silencios. Así, poco a poco, fue escribiéndose esta novela. Los personajes que la pueblan son reales, los hechos que se relatan ocurrieron (Butazzoni, 1986 : 9).

17 Más que plantearse dificultades al intentar establecer límites entre realidad y ficción lo que especialmente le interesaba a Sylvia Lago en el artículo anteriormente citado –que utilizamos para argumentar una forma de lectura del texto inmediatamente posterior a su primera publicación– es marcar la distancia entre un «aluvión testimonial» que se manifestó a partir del fin de la dictadura, «saturado de carga emocional» y débil en su «representación artística del mundo» y textos que, desde la objetividad lograda por un escritor ajeno a los hechos que narra pudiesen «esencializar una situación, despojarla –mediante un riguroso proceso selectivo– de adherencias o contaminaciones puramente subjetivas o sentimentales» (Lago, 1986 : 30). El proceso de sufrimiento compartido que el narrador de la novela va sintiendo al compenetrarse con la historia de Julia Flores sin duda propone en el lector una expectativa de compromiso y solidaridad con la causa. Pero para Lago eso no se logra porque los hechos resulten en su base verídicos, sino por la destreza verbal que es la creación literaria.

18 Butazzoni se embarca en la tarea de construir la historia que le contaron, el relato del relato. Esto supone un tratamiento muy distinto de la ficción de lo que la línea cubana había propuesto para el género testimonial, casos en los que la ficción se veía anulada frente a la «estricta objetividad y fidelidad respecto de la realidad» (Galich, 1995 : 125). Recordemos que cuando El tigre y la nieve se publica la discutible oposición entre novela y discurso testimonial tenía su pequeña historia en el panorama de las letras latinoamericanas : el destacado prestigio de la primera durante los sesentas había girado en las décadas posteriores hacia un conocimiento de la realidad centrado en el «autor-testigo», que «imprimía un sentido fundamentalmente histórico» (Gilman, 2003 : 343) −y político, claro−. Oposición que se dirimía no tanto en el orden de lo discursivo sino en la relación que cada una de estas modalidades textuales establecía con la realidad y sus respectivos pactos de lectura.

19 El testimonio, género en el que se fueron incluyendo una variada gama de textos, ampliaba su legitimación institucional a partir de la caracterización que Miguel Barnet le daba a su texto Biografía de un cimarrón como “novela-testimonio” en 1968. En este caso –y en tantos otros que le siguieron− se constituye la dupla del entrevistado y el entrevistador : Esteban Montejo, ex esclavo cimarrón / Miguel Barnet, escritor y etnólogo que lleva a la escritura el testimonio del primero. Vemos que el armado de El tigre y la nieve de Butazzoni integra dicha configuración para complejizarla, pues se cumple de manera indirecta el «necesario contacto directo del autor con el objeto de su indagación (el protagonista o los protagonistas y su medio ambiente)» (Galich, 1995 :125), característica pautada en su momento por Casa de las Américas para definir el género testimonial. La figura de Julia Flores llega al escritor como testimonio irrecuperable, «por intermedio de quien fuera su compañero [...] con el consentimiento de él y del padre de la protagonista» (Stipanic, 1995 : 7). En algún punto la afirmación paradigmática de Primo Levi de que el «verdadero testigo» es aquel que no pudo sobrevivir –esa única voz que vivenció el horror, que «ha visto a la Gorgona» y por ello «no ha vuelto para contarlo, o ha vuelto mudo» (Levi, 2005 : 542)− recuerda quizá la insalvable distancia entre la experiencia y la escritura.

20 A su manera, Butazzoni retoma el propósito, propio del testimonio, de hacer justicia, es decir, de contraponer al discurso hegemónico de la historia otras voces hasta el momento relegadas que tienen su verdad que narrar : la de las víctimas. Por momentos la voz del narrador Roberto, quien entabla con la protagonista un vínculo amoroso, ocupa el rol de confesor y termina acompañando su derrumbe, se confunde con la del escritor denunciante, casi siempre este invisibilizado tras un personaje que con su relato en primera persona mantiene al texto en clave ficcional :

ambos sabíamos que de todas formas era necesario llegar la final, recuperar hasta el último instante de aquella pesadilla, porque había otros, había muchos que no podían hacerlo, que no lo harían nunca y entonces cómo rescatarlos de esa doble muerte que era el olvido, cómo volver a encender el fuego de la verdad tanto tiempo apagado, dispersadas sus cenizas, perseguido su resplandor (Butazzoni, 1986 : 169).

21 Si la noción de testimonio remite en última instancia a la situación en la que se declara frente al juez, con el fin de testimoniar, precisamente, sobre lo acontecido por vivencia propia, entonces lo que está en juego es la lucha por la legitimación de verdades de las partes contrapuestas. Dice Butazzoni sobre el sentido de escribir El tigre y la nieve : «esa memoria [la de Julia Flores] es antes que nada un porfiado reclamo de justicia» (9). Pero en la propuesta del escritor esto no supone sustituir acríticamente una hegemonía por otra, es decir, establecer nuevos discursos dominantes –ahora de las víctimas– en los que, otra vez, el núcleo central sea «la autovalidación excluyente de todo disenso» –Roberto Ferro (1998) en un trabajo sobre el testimonio del año 1998 reparaba en esta posible nueva hegemonía de las víctimas–. La denuncia de lo que no ha sido dicho es un acto de justicia, sin duda, pero con el fin de que las complejidades de las historias –no ya la Historia sino las historias– se visualicen en toda su magnitud.

22 Según Butazzoni, es el espacio de la novela el que posee las mejores herramientas para lograr dicho objetivo; su propuesta proviene de la línea que él vincula, entre otros textos y autores, a la novela A sangre fría de Truman Capote : «esa especie de documento de la realidad con una fuerte impronta literaria» (Díaz Garbarino, 2001 : 18), expresa en una entrevista. Y agrega Butazzoni, en la misma oportunidad :

Yo reivindico la utilidad de la ficción como herramienta para comprender la realidad, no para reflejarla. A mí no me interesa demasiado ser un espejo de la realidad, para eso están los fotógrafos o los archivólogos o los que estudian documentos y los publican (22).

23 El epígrafe que inicia El tigre y la nieve es aprócrifo, según ha aclarado el propio Butazzoni. También lo es su autor Li Huen, simulando una aparente y sugestiva tradición china milenaria, dentro de la cual las palabras parecen poseer su verdad propia y universal, casi independiente de la persona que las creó : «Como un tigre ha de ser la verdad. Y la nieve no podrá borrar sus huellas» (Butazzoni, 1986 : 7). El hecho permite en una entrevista al escritor reflexionar a propósito del problema de la verdad :

L.V. : ¿Es verdad que la cita es falsa?

F.B. : Sí, el poeta chino en cuestión no existe. Pero creo que hay algo verdadero ahí. De modo que... tal vez sí existió el señor Huen.

L.V. : Inventaste un poeta...

  • 15 El intercambio que se transcribe fue entre Butazzoni y la psicoanalista Laura Verissimo, en un t (...)

F.B. : Hay que inventar toda una poética para escribir cosas verdaderas15.

24 Por otro lado, el epígrafe elegido por Butazzoni para la página oficial de Las cenizas del cóndor (2014), su última novela, pertenece esta vez a un conocido escritor argentino, Tomás Eloy Martínez, y continúa el juego equívoco : «En las novelas, lo que es verdad es también mentira». La conciencia del fenómeno de la ficcionalidad no puede inscribirse en dicotomías de verdadero/falso, aunque no por las razones que podrían haber dado líneas teóricas como el estructuralismo –Todorov (1991) planteaba que el problema de la verdad no tenía sentido en la ficción–. En Butazzoni vamos en dirección contraria : la ficcionalidad permite integrar estos conceptos a una nueva lógica en la que los recursos de la imaginación brinden estrategias propias de abordaje de la verdad. Cuando en las “Confesiones previas” a El tigre y la nieve el escritor exprese que al escuchar de boca de su amigo la historia de Julia Flores queda comprometido para siempre «con algunas verdades», estas verdades (en plural) tienen que ver con los aportes que la literatura pueda realizar a la elaboración de un discurso de la memoria. Pero no con la sola función de reconstruir el pasado siguiendo parámetros más o menos realistas : en muchos casos, dándole una forma y un sentido, inventando lo real. Los aportes de la ficción pueden resultar decisivos para decir la verdad, en la medida que la literatura parece tolerar «las contradicciones, la riqueza y polivalencia en que se traduce la complejidad social y sicológica de pueblos e individuos» a veces en mayor medida que el discurso histórico, «en general más dependiente del modelo teórico e ideológico al que aparece referido» (Aínsa, 2003 : 26).

25 Años más tarde, luego de publicar El príncipe de la muerte (1993), en donde Butazzoni incursionaba por la novela histórica, el escritor respondía sobre su acercamiento a este género de la siguiente manera :

Yo diría que más que un abordaje del tema histórico se trata del tema de la memoria. Cuando uno habla de la novela histórica eso suele tener connotaciones con hechos ya juzgados del pasado y asentados en libros, crónicas, investigaciones. [...] Lo que hago es una especie de distorsión de la Historia como forma de recuperación de la memoria. [...] Es una especie de contralectura de esa «gran verdad histórica» que estaba asentada en la historia patria (Stipanic, 1995 : 7).

26 La cita revela un apego al concepto de novela histórica entendido desde su formulación más decimonónica, de carácter positivista y tendiente a fundar los mitos y valores en los que debía sustentarse la identidad nacional –casos europeos como los de Walter Scott o, pensando en el Uruguay, la literatura de Eduardo Acevedo Díaz–. Eso explicaría el rechazo de Butazzoni a identificarse con el género. Pero lo cierto es que lo que ha dado en llamarse la nueva novela histórica latinoamericana propone en términos generales, y teniendo en cuenta su muy variado espectro de posibilidades, precisamente el revisionismo de la historia oficial, propósito con el cual Butazzoni sí se identifica. Revisionismo que incluso se aplica para él a un texto como El tigre y la nieve :

(…) la lectura que yo hice [sobre la desaparición y sobrevivencia en centros militares argentinos] contradecía las grandes verdades afirmadas desde las comisiones de defensa de los derechos humanos, por ejemplo. Aunque no los hechos. En Europa (no sé aquí) [en Uruguay] la lectura que se hacía en esos tiempos de lo que había pasado destilaba una visión de heroicos luchadores por la democracia contraponiéndose, en blanco y negro, a un grupo de militares que habían pisoteado las libertades. Y eso es cierto. Pero ese esquema tapaba los pequeños acontecimientos que, creo yo, reforzaban la visión antedicha (Stipanic, 1995 : 7).

27 Más que el rechazo de la temática histórica –que probablemente el escritor no ve como tal puesto que los hechos que narra remiten a sucesos muy recientes y no a un pasado lejano del cual ya se ha hecho historia– lo que ocurre es que, como en el testimonio, se reivindica la dimensión política de la reescritura de los acontecimientos, el posicionamiento del texto dentro de una historia aún en debate. Lo cual supone, además, la necesidad de irlo actualizando en función del contexto : en la reedición de 2006 de El tigre y la nieve –la undécima, a 20 años de su primera publicación– el escritor agregaba una “Posdata” con el listado de las víctimas de La Perla, para que «la sola lectura de estos nombres [fuera] lo bastante estremecedora como para que cualquier reflexión sobre la barbarie del terrorismo de Estado merezca ser suplantada por el silencio respetuoso» (Butazzoni, 2006 : 365). Algunos soportes para y extra textuales comenzaban a intervenir en la creación de la novela, en su recepción, a entrar en diálogo con ella; tal es así que hasta la fecha puede consultarse en internet una página web en la que el propio Buttazoni refiere la lista de las víctimas (desaparecidos y asesinados) en La Perla, fotos del campo por dentro, la sentencia judicial que procesó a algunos militares por los actos cometidos en este lugar16. Al texto inicial se le van sumando otros a modo de proceso judicial abierto. La literatura parece también tener algo para decir a la elaboración de los documentos del Nunca más argentino17, pues mientras la lista establece una nómina de víctimas de La Perla la novela, a su vez, está proponiendo ampliar la noción de víctima hacia un caso como el de Julia Flores, que en la objetividad estadística figura como sobreviviente del campo pero que finalmente también sucumbió, indirectamente, en manos del terrorismo de Estado.

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Bibliography

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Allier Montaño, Eugenia, Batallas por la memoria : los usos políticos del pasado reciente en Uruguay, Montevideo : Ediciones Trilce, 2010.

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Benítez Pezzolano, Hebert, “El furgón de los locos. Un diálogo con el cuerpo”, en “El País Cultural”, Suplemento de El País, Nº 634, Montevideo, 28/12/2001, p. 5.

Blixen, Carina, “Deber de memoria y derecho al olvido : testimonio y literatura a partir de la experiencia de la dictadura cívico-militar (1973-1985) en Uruguay”, en Actas de La mémoire et ses représentations esthétiques en Amérique Latine, Rennes, 2010. Disponible en : http://www.apuruguay.org/sites/default/files/Blixen-C-Memoria-olvido-v%C3%ADctima.pdf. (consultado el 26/4/2014).

Butazzoni, Fernando, El tigre y la nieve, Montevideo : Ediciones de la Banda Oriental, 1986. Montevideo : Ediciones Santillana, 2006.

Butazzoni, Fernando, El príncipe de la muerte, Montevideo : Editorial Graffiti, 1993.

Butazzoni, Fernando, Las cenizas del cóndor, Montevideo : Editorial Planeta, 2014.

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Notes

1 El método y otros juguetes carcelarios (1987); Memorias de la guerra reciente (1988); Agua estancada y otras historias (1990); La mansión del tirano (1993); El charlatán (1994); El camino a Ítaca (1994); El informante y otros relatos (1997); La ciudad de todos los vientos (2000).

2 ¿Estará nomás cargada de futuro? (1989); Miscellanea observata (1995).

3 La novela Las cartas que no llegaron de Mauricio Rosencof, Jaque Mate a la guardia y otros cuentos de Ruben Abrines, Sendic de Samuel Blixen, la novela De punta y para arriba de Ramón Machado, Las vidas de Rosencof de Miguel Ángel Campodónico, el libro de poemas 20 tanguitos de guerra de Miguel Ángel Olivera, los relatos Sable, Biblia y calefón de Iris Sclavo, todos títulos del año 2000. En 2001 aparecen En la nuca de Eleuterio Fernández Huidobro, el libro de poemas Nomeolvides de Carlos Caillabet y Annabella Balduvino, los testimonios de Memoria para armar – uno (escrito por expresas del Penal de Punta de Rieles).

4 Remito a Oficio de escritor. Las escrituras del yo en la obra de Carlos Liscano que publicáramos en 2014 (Montevideo : Estuario Editora).

5 El escritor y el otro (2007), Escritor indolente (2014), Lector salteado (2015).

6 Parafraseo el título del trabajo de Paula Sibilia en el que se analizan «las claves con las que se presenta la exhibición de la intimidad en la escena contemporánea» (contratapa de La intimidad como espectáculo. Sibilia, 2009).

7 En una entrevista que le realizara Clara Aldrighi en el 2000, incluida en Memorias de la insurgencia (2009), Liscano expresa : «Debo aclarar que en 1975, en el penal de Libertad, yo pedí la baja del MLN. Eso tiene que marcar esta entrevista. Hace un cuarto de siglo que no pertenezco al MLN. No recibo órdenes del MLN ni necesariamente comparto sus opiniones. Después de pedir la baja continué, claro, diez años más en el segundo piso del penal, conviviendo con los compañeros del MLN, y de otras organizaciones. Eso hace que con algunos tupamaros, unas decenas, nos hayamos conocido mucho. Tengo amigos de aquel entonces, que no sé si están en el MLN ahora, con los cuales compartí miserias y afectos, cosa que, aunque no nos veamos muy a menudo, une mucho» (Aldrighi, 2009 : 129).

Las razones a las que alude Liscano para tomar dicha decisión son explicadas de la siguiente manera : «Un día me di cuenta de que había pertenecido a dos aparatos cerrados, verticales, autoritarios, la Fuerza Aérea y el MLN. Yo no quise pertenecer más a un aparato, de ningún tipo, nunca, jamás, hasta hoy. Me molesta el Estado, la autoridad, el poder, todo tipo de sectas, legales o no» (136). La decisión de consagrar su vida a la literatura se asienta inicialmente en la negación de estas estructuras, que, según Liscano, limitan la libertad y la autonomía. Muy escasos son los comentarios que se integran a su literatura acerca del accionar político dentro del MLN.

A pesar de que «nunca estuvo en mi horizonte integrarme a la izquierda tradicional» (131) Liscano participó años más tarde en la vida política del país, primero como subsecretario del Ministerio de Educación y Cultura en el último período del gobierno de Tabaré Vázquez (fines del año 2009), y luego, desde 2010 a 2015 como director de la Biblioteca Nacional. Frente a esto escribirá : «Pero luego ¿qué pasó?, me preguntó Selomar, ¿cómo terminaste en la política? Muy buena pregunta» (Liscano, 2014 : 70).

8 Una copia de este Diario de Suecia, aún inédito como dije, me fue proporcionada por su autor en julio de 2015.

9 Diversos ejemplos de testimonios uruguayos de presos políticos podrían mencionarse en la postura contraria. En la primera oleada testimonial, cuando Mauricio Rosencof y Eleuterio Fernández Huidobro publiquen Memorias del calabozo en 1988, la cercanía en el tiempo de la puesta en libertad de los presos no amedrentó que esta desgrabación a dos voces nombrara a los grandes responsables de la represión; algunos capítulos se titulan : “Gavazzo nos comunica la condena a muerte”; “El General Gregorio Álvarez en los calabozos”; “Queirolo : queso y dulce”. Este primer empuje de lo testimonial, marcado por la imperiosa búsqueda de justicia, «fue aplastado por el resultado del plebiscito» (Blixen, 2009 : 1).

Casi veinte años más tarde, en otra etapa en la que el discurso testimonial vuelva a cobrar impulso en Uruguay, otros textos continuarán con el propósito de denunciar los nombres de los militares que buscaron denigrar el diario vivir de los presos. Tomo el ejemplo de El hombre numerado (2007) de Marcelo Estefanell. Quizá estos nombres no en todos los casos se encuentren en la primera plana de la Historia reciente, pero sí en las vivencias que muchos presos tuvieron con el funcionamiento del aparato militar : Estefanell destina por ejemplo tres capítulos a la figura del sargento Wenceslao Bueno, encargado del segundo piso del Penal de Libertad, quien no hacía «justicia a su apellido» (Estefanell, 2007 : 79).

10 Cabe aclarar que dicha concepción se encontraba presente en los propósitos testimoniales de ciertos escritores de entonces. Recurro nuevamente a uno de los textos fundacionales de la literatura carcelaria de la posdictadura, como es Memorias del calabozo de Rosencof y Fernández Huidobro. Sus autores expresan en la introducción : «Decidimos no hacer ‘literatura’ con la grabación. Retocar solo lo imprescindible para eliminar superfluidades y hacer inteligible el lenguaje hablado al ponerlo por escrito. Mantener, en lo posible, las virtudes y aun los defectos de toda recordación espontánea. Otra cosa podría, a nuestro juicio, ser irrespetuosa para con el sufrimiento de tantos» (Rosencof /Fernández Huidobro, 1988 : 12).

Podrían nuevamente mencionarse ejemplos pertenecientes a nuevos contextos en los que el discurso testimonial cobró empuje. En 2010 Roberto Caballero escribe en la introducción a sus testimonios –junto a los de Víctor Braccini− la responsabilidad que le acarrea «narrar hechos reales, escribirlos y revivirlos» (Caballero/Braccini, 2010 : 5). Asimismo Gualberto Trelles Merino afirma en el primer capítulo de Libertad, a propósito de su experiencia como preso político en el Penal : «la verdad suele irrumpir en nosotros como un relámpago de asombro» (Trelles Merino, 2012 : 16).

11 La ponencia de Rosencof se titulaba precisamente “Literatura carcelaria”. Se publicó en el Nº 161 de la revista Casa de las Américas de Cuba (marzo-abril de 1987), así como en Primer Acto. Cuadernos de Investigación Teatral de España, también en 1987. A propósito de su inclusión en Las agujas del tiempo años más tarde, se aclara además en nota al pie que el texto fue traducido «para publicaciones inglesas, francesas, alemanas y turcas» (Rosencof, 2003 : 29). Según cuenta Liscano en el Diario de Suecia tuvo oportunidad de escucharla en una “Conferencia Nórdica sobre América Latina” en julio de 1988.

12 A diferencia de lo que ocurre cuando se relatan los enfrentamientos entre tupamaros y fuerzas armadas en los que se produce el asesinato de algún guerrillero, el trabajo de Caula y Silva casi no menciona episodios en los cuales haya habido una responsabilidad del MLN de dar muerte a personas. Solo se refieren a los sucesos del 18 de mayo de 1972 –«el MLN lleva adelante un operativo que aparece como verdaderamente infeliz, donde resultan muertos cuatro soldados rasos que custodian la casa del Comandante en Jefe del Ejército» (Caula/Silva, 1986 : 50)– y el asesinato del coronel Artigas Álvarez solo se enmarca en la discusión parlamentaria de la que se destacan las palabras de Zelmar Michelini, contrario a rendirle entierros con honores al coronel a la luz de otras muertes –la de Carlos Alvariza ocurrió el mismo día– con las que no se había tenido el mismo criterio.

13 Primo Levi distingue el relato de los hechos del Holocausto, para el cual el testimonio de los sobrevivientes resulta fuente primordial, del análisis de los mismos, entendido como un largo proceso que requiere de la mediación de la distancia histórica. El valor del testimonio no negaría sus claras limitaciones de proyección : «Es natural y obvio que la fuente esencial para la reconstrucción de la verdad en los campos esté constituida por las memorias de los sobrevivientes. Más allá de la conmiseración y de la indignación que suscitan son leídas con ojos críticos. Para un verdadero conocimiento del Lager, los mismos Lager no eran un buen observatorio. En las condiciones inhumanas en que se mantenía a los prisioneros es raro que estos pudiesen adquirir una visión de conjunto de su universo» (Levi, 2005 : 480).

14 «Hay algunos nombres, entre ellos el de la protagonista, que han sido cambiados» (Butazzoni, 1986 : 9).

15 El intercambio que se transcribe fue entre Butazzoni y la psicoanalista Laura Verissimo, en un taller sobre El tigre y la nieve que se realizó en 2009 en el marco de las IV Jornadas de Literatura y Psicoanálisis, “Hacer memoria”, organizadas por la Asociación Psicoanalítica del Uruguay.

16 Véase http://www.butazzoni.com/el-tigre-y-la-nieve-novela-1986.

17 Nos referimos al texto elaborado por la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (CONADEP) que, tras haberse creado en 1983 bajo el gobierno de Raúl Alfonsín, tuvo como fin esclarecer los hechos sucedidos en Argentina durante la dictadura militar. La CONADEP fue recibiendo y elaborando a lo largo de los años –para su posterior uso judicial– documentos y denuncias sobre desapariciones, secuestros, casos de tortura. El informe final de la Comisión, de 1984, se tituló Nunca más. Puede consultarse en la web : http://www.desaparecidos.org/nuncamas/web/investig/articulo/nuncamas/nmas0001.htm.

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References

Electronic reference

Gabriela Sosa San Martín, Modos del testimonio. Sobre Carlos Liscano, Fernando Butazzoni y la escritura de la experiencia carcelariaAmerika [Online], 15 | 2016, Online since 25 December 2016, connection on 07 December 2024. URL: http://0-journals-openedition-org.catalogue.libraries.london.ac.uk/amerika/7638; DOI: https://0-doi-org.catalogue.libraries.london.ac.uk/10.4000/amerika.7638

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