Los nuevos gendarmes
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1Para la Grecia del siglo V antes de Cristo, los poemas homéricos eran los clásicos indiscutibles, aquellos que debían leer todos los jóvenes durante su formación. Sin embargo, Platón manifestó su desacuerdo, ya que en Homero la imagen de los dioses no era la adecuada: se trata de seres demasiado humanos, movidos por la envidia, los celos, la lujuria o el deseo de venganza, y eso no es un buen ejemplo para los jóvenes. Desde entonces hasta hoy, mucha agua ha corrido bajo el puente, y periódicamente se reeditan los debates sobre la función del arte: si sólo debe producir obras estéticas, o si además debe ser un instrumento de corrección moral o de ejemplaridad cívica. Los viví cuando era joven: los dardos provenían de la derecha, que solía colocar el remanido sambenito sobre la obras de arte que consideraba inmorales u obscenas, o que agraviaban de alguna manera a la Iglesia o a las buenas costumbres. Es bien sabido: los diversos Estados han ejercido censura contra el arte que juzgan desviado, o inconveniente, o contrarrevolucionario, desde la Inquisición a las monarquías del Antiguo Régimen; desde la brutales persecuciones del nazismo a las ominosas purgas estalinistas; desde la perversa mojigatería de los censores del franquismo a los sórdidos e ignorantes personeros de la Dictadura argentina. Contra todos ellos, la consigna era siempre la misma: el arte requiere libertad; no hay arte con mordazas, con recomendaciones de ejemplaridad, con sugerencias amenazantes. Esto ya lo sabíamos, y los defensores de la libertad teníamos el cuero curtido de tantos debates en mesas redondas, de polémicas de café, de columnas y artículos desparramados por el mundo. Lo que no sabíamos, lo que no podíamos imaginar, es que las nuevas formas de intolerancia y de censura provendrían de un supuesto progresismo, imbuido de eslóganes provistos por el abecé de la corrección política y de sustentos ideológicos emparentados con el feminismo y el así llamado multiculturalismo. Pero ha sido así, está ocurriendo, y nos está sepultando de a poco en un orden paranoico y opresivo.
2Parece increíble tener que volver a argumentar que puede haber grandes obras de arte que son extraordinarias aunque no compartamos sus fundamentos morales. El gran crítico estadounidense Harold Bloom decía que si tomáramos a los personajes de Shakespeare como modelos éticos, estaríamos a un paso de convertirnos en asesinos seriales. Al gran arte no lo suele caracterizar la corrección política, más bien lo contrario: las mejores obras siempre tienen un sustento revulsivo e inconveniente; no se escriben para agradar y vender, sino como un modo de cuestionar valores y renovar radicalmente nuestro modo de experimentar el mundo. Hacia marzo de 2012 nos enteramos que una organización, consultora de la ONU en asuntos culturales y educativos, sostuvo que La Divina Comedia “presenta contenidos ofensivos y discriminatorios, tanto en la forma –el léxico– como en la sustancia, y se presenta a los estudiantes italianos sin ningún tipo de filtro o sin hacer consideraciones críticas con respecto al antisemitismo y al racismo”. Basándose en opiniones expuestas en cuatro cantos del “Infierno”, afirmaron que Dante era homofóbico e islamófobo, y por consiguiente la más celebrada obra del medioevo italiano debería ser eliminada de los programas educativos. Supongo que los imbéciles que sostuvieron este curioso argumento habrán advertido que, si se extremara su posición, nos quedaríamos sin obras del pasado por estudiar, empezando por la misógina Biblia (y por no hablar del racismo de nuestro Martín Fierro o de lo brutal que suele ser Sarmiento con gauchos e indios). Pero también habrán advertido, quiero creerlo, que para administrar su estólido proyecto habría que establecer algo así como un Tribunal de la Corrección Política que juzgara cuáles obras estarían autorizadas para la enseñanza y cuáles no; aun cuando los valores que sostiene esta nueva Inquisición me resulten más simpáticos que los que sostenía Fray Tomás de Torquemada, su imposición no es menos autoritaria. Pero, además: juzgar el pasado… ¿en nombre de qué presente?
3En 1857 se denunció a Gustave Flaubert porque, según la acusación, algunos fragmentos de Madame Bovary, su estupenda novela, constituían “ofensas a la moral pública y a la religión”. La notable defensa que expuso Monsieur Sénard, su abogado, sentó un precedente largamente citado: una cosa son las ideas del autor y otra las de sus personajes. Impugnar a los autores por lo que piensan o hacen sus personajes es desconocer las lecciones más elementales de la crítica literaria. Hemos visto cientos de películas que presentan a megalómanos, lunáticos y villanos que quieren apoderarse del mundo o destruirlo: sería absurdo pensar que los guionistas de esas películas deberían ir a juicio por difundir las ideas de megalómanos, lunáticos y villanos. Sin embargo, la nueva Inquisición no piensa lo mismo. Hace unos años, en una comedia televisiva llamada Educando a Nina, un personaje femenino narró un episodio de una violación a la que la sometió su novio y lo remató con un chiste. Ese temible tribunal en el que pueden convertirse las redes sociales atacó sin piedad y se desató una feroz búsqueda del culpable. La guionista dijo que el chiste no estaba en su texto; la actriz dijo que se le ocurrió a ella; uno de los directores quiso cubrir a la actriz y dijo que el chiste lo sugirió él; Argentores respaldó a la guionista; el productor respaldó a la actriz; todos, sin excepción, se disculparon avergonzados. Es difícil de creer: un siglo y medio después del juicio a Flaubert, nadie parecía animarse a reivindicar la libertad de un personaje en decir lo que dijo, aunque resulte irritante, repugnante o simplemente incorrecto. Todos sabemos que existe gente que dice cosas irritantes o repugnantes, pero no se tolera que eso aparezca en una ficción popular. El caso de Educando a Nina es formalmente idéntico a aquellas novelas españolas en las que una mujer cristiana, buena esposa y madre, fantaseaba con una aventura adúltera, y los censores del franquismo tachaban con rojo la escena e impedían su publicación, porque una mujer cristiana no podía tener esas fantasías. Y otra vez me pregunto: quién va a determinar, de aquí en más, lo que es correcto y aceptable y lo que no lo es; o peor: cuántos guionistas y escritores sentirán el peso censor de tener que cuidarse en lo que dicen so pena de ser atacados por los nuevos gendarmes de la corrección moral.
4Pertenezco a una generación que luchó por una sociedad más abierta, por romper los tabúes que se sostenían desde las más variadas formas de la represión moral, por no tener que esconderse avergonzados para hablar de sexo. Es doloroso admitir que aquella apertura y aquel igualitarismo hoy parecen estar en el banquillo de los acusados; si bien los inquisidores son otros, el efecto es el mismo: toda vez que se conculcan las libertades, se agranda el abismo entre lo que se piensa y lo que se dice, y volvemos a edificar una sociedad enferma de hipocresía, en la que la corrección política (ciertas formas extremas del feminismo, por ejemplo) se ha transformado en una suerte de neo-puritanismo censor e intolerante. Ha dicho el escritor Bret Easton Ellis: “Lo que entonces era solo un síntoma, ahora es un movimiento real: hay una generación de chicos que se han educado en esta forma de censura, que la han aprendido en la Universidad: políticas identitarias, apropiación cultural, interseccionalidad… Todo eso es la antítesis de la creación. Por eso vivimos tiempos tan peligrosos. Es un problema gigantesco para la expresión artística, porque si te sales de lo que dicta la agenda progresista, acabas en un gulag”. Y lo más llamativo de todo es que el sustento teórico e ideológico de estas nuevas formas de intolerancia nos llega promovido desde las academias de los países centrales, especialmente los Estados Unidos, el mismo en donde hasta hace poco gobernaba un presidente que abogaba por la libertad y la moral cristiana mientras descansaba de las tensiones de su mandato en los brazos de una actriz porno debidamente sobornada.
5Contra las más variadas formas de censura progre, no está de más volver a romper lanzas en favor de la libertad.
Para citar este artículo
Referencia electrónica
José Luis de Diego, «Los nuevos gendarmes», Amerika [En línea], 21 | 2021, Publicado el 03 marzo 2021, consultado el 05 diciembre 2024. URL: http://0-journals-openedition-org.catalogue.libraries.london.ac.uk/amerika/13188; DOI: https://0-doi-org.catalogue.libraries.london.ac.uk/10.4000/amerika.13188
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