Skip to navigation – Site map

HomeNuméros18MélangesDrama del reconocimiento, vidas p...

Mélanges

Drama del reconocimiento, vidas precarias y filiaciones en 2666, de Roberto Bolaño. Otra vuelta de tuerca del imaginario melodramático latinoamericano (primera parte)1

María A. Semilla Durán

Abstracts

The paper proposes to analyze the novel 2666 by Roberto Bolaño from the notion of recognition, reinterpreted by Jesús Martín Barbero and Hermann Herlinghaus in the framework of their work on melodramatic imagination. An essential component of the melodramatic dramaturgy, the recognition acquires here a much broader significance, be it used in a literal sense or in the metaphorical sense of the term, allowing thus to tackle the issue of the social constructions of subjectivity. Besides we establish the link between this search of recognition, which reiterates itself on multiple discursive levels and registers, and the concept of precarious life developed, among others, by Judith Butler. Given its length, this article is divided into two halve. In the first, we follow the plot of the figures of recognition and un-knowledge in the first two books of Bolaño’s 2666 and demonstrate how these figures are organized around different instances of the writing process and the progressive emptying of literary signs. In the first book, the reflection revolves around part around the vicissitudes of criticism and critics, their relations with literary creation on the one hand and the world by another, all of which refer to transitivity both to the author and the reader. The second book is about staging the readers and ritualistic reading. The book is portrayed as an object and a symbol which is the resonance box in which all the plots ensure the persistence of life and voices, including those of the memory.

Top of page

Full text

  • 1 La continuación de este artículo será publicada en el próximo número de Amerika (ndr).

1En « La parte de Amalfitano », segundo libro de 2666, la obra póstuma de Roberto Bolaño, el profesor aludido en el título reflexiona sobre las preferencias literarias del escritor austríaco Georg Trakl y las del joven farmacéutico lector que le vende un medicamento para su hija Rosa. Ante la opción de «la obra menor» por sobre la «obra mayor» que ambos escogen, Amalfitano se dice que

  • 2 Bolaño, Roberto, 2666, 2 Barcelona, Ed. Anagrama, 2004, p. 289-290.

Ya ni los farmacéuticos ilustrados se atreven con las grandes obras, imperfectas, torrenciales, las que abren camino en lo desconocido. Escogen los ejercicios perfectos de los grandes maestros. O lo que es lo mismo: quieren ver a los grandes maestros en sesiones de esgrima de entrenamiento, pero no quieren saber nada de los combates de verdad; en donde los grandes maestros luchan contra aquello, ese aquello que nos atemoriza a todos, ese aquello que acoquina y encacha, y hay sangre y heridas mortales y fetidez2.

2Si bien tal afirmación plantea sobre todo una problemática que concierne directamente la actividad de la lectura y la actitud del lector, no es menos cierto que la definición podría corresponder perfectamente a la insólita ambición de la obra misma que estamos leyendo, que pertenece sin duda a la categoría de las grandes obras. Torrencial e imperfecta, 2666 abre innúmeros caminos, se bifurca, se enrosca y se despliega en un laberíntico juego de enigmas en los que el lector deseado por Bolaño se interna temblando de deseo y de espanto, sin saber en qué pozos de angustia caerá, ni a qué revelaciones asistirá. Mil maneras habría de ilustrar con el texto estas afirmaciones, tantos son los caminos y tantos los horizontes. Los cinco libros cuentan esencialmente diversas búsquedas infructuosas, desviadas, imposibles, que se llevan a cabo en registros muy diversos: el de la literatura, con la búsqueda del misterioso y genial –¿o no tanto? – autor alemán Archimboldi, emprendida por los profesores universitarios que han construido su fama sin haberlo visto nunca; el de la memoria borrada que se convoca cuando se encuentra un libro perdido, en el caso de Amalfitano; el de la redención ante la proximidad viciosa de la muerte y la de una belleza mortífera en el caso de Fate, en el tercer libro. O bien en el registro policial de la búsqueda de los responsables de los femicidios en Santa Teresa, esas encarnaciones del Mal que merodean en los márgenes de una ciudad maldita, en «La parte de los crímenes»; y finalmente en el registro identitario y genealógico manifestado en la búsqueda de una cadena de filiación perdida, tanto a nivel familiar como a nivel simbólico, que es a la vez la recuperación de la propia historia para el personaje y para el lector, narrada en el último libro, «La parte de Archimboldi».

3Esos ejes, formulados y reformulados en cada uno de los libros, como alófonos que resuenan en claves diversas pero obedeciendo a una misma línea melódica, pueden multiplicarse a su vez en el interior de cada libro, y son regularmente actualizados a lo largo de la novela de manera oblicua, gracias a una serie de articulaciones que remiten del uno al otro y a un tejido metafórico que suscita una atmósfera opresiva, ominosa, particularmente intensa y cargada de alusiones, presagios y señales que exigen ser interpretadas. La aparente distensión temática del conjunto halla así una unidad estructural sólida, en la que el horror de un mundo en vías de desagregación ocupa el centro mismo de la composición, y en el que los límites entre lo real y la ficción son constantemente cuestionados por los sueños, las visiones o las epifanías. «La sangre, las heridas mortales y la fetidez» del mundo no son ni soslayadas ni travestidas, en la medida en que cada una de las búsquedas lo es de una verdad oculta, posible y fugitiva, y sólo la literatura parece disponer de los medios idóneos para operar, en la superficie de las cosas, las incisiones que dejen al descubierto la médula del dolor humano.

4Uno de los elementos desencadenantes de las sucesivas búsquedas que se alternan, se superponen o se encadenan es lo que podríamos llamar el drama del reconocimiento, desplegado en infinitas variantes. Ya desde la reflexión hegeliana, la noción de reconocimiento implica :

  • 3 Referencia al concepto hegeliano enunciada por Barbero, Jesús Martín, “Narraciones sociales y media (...)

la garantía de la individualidad, pues sólo se es sujeto en la medida que exista otro igual que reconozca tal condición. Por consiguiente, el concepto puro de reconocimiento remite a una relación de identidad simétrica entre dos autoconciencias libres3.

5Según Jesús Martín Barbero, en ese lugar discursivo preciso podría estar «la secreta conexión del melodrama con la historia cultural del sub-continente latinoamericano», en ese

  • 4 Jesús Martín Barbero, , “Laberintos narrativos de la contemporaneidad », en: H Jáuregui, Carlos A y (...)

movimiento que lleva al des-conocimiento –del hijo por la madre, de un hermano por otro, del padre por el hijo – al reconocimiento de la identidad, convirtiendo así el drama en una lucha por las apariencias, contra todo lo que oculta y disfraza, una lucha por hacerse reconocer4.

6Hermann Herlinghaus, a su vez, considera que lo melodramático, entendido en el marco de las re-narratividades culturales producidas en los espacios periféricos latinoamericanos, cobra :

  • 5 Herlinghaus, Hermann, “Imaginación melodramática, narración anacrónica e identidades diferentes apo (...)

la envergadura de un concepto crítico de la modernidad. Hacemos hincapié en una relación mucho más compleja que el melodrama entendido como género: lo melodramático como noción de búsqueda para pensar zonas anacrónicas en que se negocian los conflictos sociales5.

7En el caso concreto de 2666, no estamos obviamente frente a un melodrama en el sentido más tradicional, aunque haya diversas modalidades melodramáticas puestas en escena en el texto. Pero la proliferación de figuras del reconocimiento o del des-conocimiento, ya sea del Otro o por el Otro, o de sí mismo, nos orientan en el sentido de la presencia probable de una metáfora cultural anclada en los territorios latinoamericanos y reactualizada con nuevos sentidos por Bolaño.

8Hablar de reconocimiento abre, por otra parte, diversas instancias de reflexión, puesto que el término admite más de una acepción. Podemos referirlo a la acción de poseer de antemano el conocimiento de una persona o un objeto, lo que permite que se lo re-conozca – que se actualice el conocimiento existente –, como a la función de la memoria que permite al sujeto pensante identificar la representación actual de un objeto o persona anteriormente percibidos. El reconocimiento puede operar, pues, en registros diversos de la subjetividad o de la intersubjetividad, en conexión con el mundo o en el interior de sí, e incluye siempre una dimensión temporal, una conexión, primero interrumpida y luego restablecida, entre un presente activo y un pasado latente.

  • 6 El conjunto de estas acepciones proviene del Trésor de la Langue française, atilf.atilf.fr/tlf.htm

9Desde el punto de vista de la tradición literaria y mítica, el reconocimiento es una escena recurrente en la cual se ponen a menudo en juego la genealogía, las filiaciones y las identidades. Para que tal situación se produzca debe manifestarse una verdad que ha sido ocultada, escamoteada, negada o puesta en duda; lo que nos lleva a vincular el acto con la idea de la legitimación, la restitución, la valoración y el descubrimiento. El reconocimiento conduce así a la aceptación de la realidad de ciertos hechos no explicitados, la confesión de faltas o errores, incluso a la obligación moral6. Hermann Herlinghaus alude a este sentido interpretándolo como un signo distintivo de la cultura latinoamericana :

  • 7 Herlinghaus, Hermann, “Imaginación melodramática, narración anacrónica e identidades diferentes : a (...)

Creo que se puede leer la historia cultural de Latinoamérica bajo el aspecto de un trauma de origen y luego de un desconocimiento identitario producido constantemente por los procesos de mestizaje y migraciones. […] Se trata de un no-saber identitario que se expresa en y moviliza las luchas por hacerse reconocer […]7

10Vemos entonces dibujarse toda una configuración de sentidos que remiten a los ejes de la búsqueda ya señalados en 2666, y que impregnan la obra. No podemos proponernos aquí la dilucidación de todas sus articulaciones, nos limitaremos entonces a tomar algunas de las figuras gemelas e inversas del desconocimiento y del reconocimiento, para ver hasta qué punto pueden o no ser interpretadas como emergencias de una metáfora cultural latinoamericana.

11Pero antes de avanzar en nuestra indagación, debemos incorporar otra declinación del término «reconocimiento», que nos parece esencial para la lectura de 2666, y es el que le da Judith Butler en Ce qui fait une vie. Essais sur la violence, la guerre et le deuil. Al introducir la noción operativa de «precariedad» en su reflexión sobre los marcos en los que se ejerce la violencia en el mundo contemporáneo, la filósofa norteamericana llama la atención sobre la necesidad de precisar el sentido de la palabra «vida», en la medida en que :

  • 8 Judith Butler, Ce qui fait une vie. Essaie sur la violence, la guerre et le deuil, Paris, Ed. La Dé (...)

[…] une vie déterminée ne peut-être, à strictement parler, appréhendée comme ayant été blessée ou perdue si elle n’a pas au préalable été appréhendée comme vivante. Si certaines vies ne sont pas d’emblée concevables en tant que telles dans certains cadres épistémologiques, il en résulte qu’elles ne sont jamais vécues ni perdues en un sens plein ou reconnaissable8.

12A partir de tal restricción la autora intenta determinar cuáles son los marcos de pensamiento en el interior de los cuales puede efectuarse el reconocimiento de una vida como siendo viva, lo que la lleva a establecer la siguiente distinción :

  • 9 Judith Butler, Ce qui fait une vie. Essaie sur la violence, la guerre et le deuil, op. cit., p.12.

[…] pour devenir reconnaissable, une vie doit être intelligible comme vie, elle doit se conformer à certaines conceptions de ce qu’est la vie. Ainsi, de même que les normes de reconnaissabilité préparent la voie à la reconnaissance, les schèmes d’intelligibilité conditionnent et produisent les normes de reconnaissabilité9.

13Lo que está en juego en esta serie de reflexiones es, claramente, la diferencia de estatuto entre unas vidas y otras, según se inserten más o menos en esos marcos epistemológicos de reconocimiento, puesto que :

  • 10 Judith Butler, ibid, p. 13.

une figure vivante située en dehors des normes de la vie n’est pas seulement un problème à régler pour la normativité, mais semble être ce que la normativité doit nécessairement produire: c’est vivant, mais ce n’est pas une vie10.

14Esta aproximación al reconocimiento o no del valor de la vida a cada vida nos parece un concepto válido para analizar algunas de las instancias representadas en la novela y sobre todo, por supuesto, la de «La Parte de los crímenes», el libro del femicidio.

De la literatura y la crítica

15Si procedemos respetando el orden de las búsquedas y de los libros, la primera parte, la de los críticos, puede presentarse como la búsqueda infructuosa del autor de una obra considerada por los académicos como una de las cumbres de la literatura contemporánea alemana, en la cual sin duda cada uno de ellos, a su manera y por diferentes razones, se reconoce o se ve representado. La producción crítica de los cuatro especialistas en torno a la escritura de Archimboldi les procura el reconocimiento de sus pares en general, que a través de ellos reconocen la dimensión, hasta entonces desapercibida, de la creación archimboldiana. Pero el dispositivo engendrado por las novelas del alemán va aún más lejos en sus efectos, puesto que es la clave que abre las puertas a otro tipo de reconocimiento que, esta vez, sólo se verifica entre Pelletier, Morini, Espinoza y Norton, y que no se refiere a la consagración pública de los logros profesionales, sino al terreno íntimo de la subjetividad y de los afectos. Hasta tal punto el cuarteto procede a una suerte de fusión –aunque Morini tome pronto distancia de la tríada restante –, que establece entre ellos rápidamente un juego de reduplicaciones, sustituciones, alternancias y repeticiones, en el cual el reconocerse como copartícipes de un mismo designio y de un clan específico los diferencia de los demás, pero los equipara en el interior del círculo que han construido con sus lecturas y sus escritos, hasta hacerles perder a menudo la noción de sus propias identidades, de las de los otros y del lugar que cada uno ocupa en la configuración así constituida. Si bien la búsqueda de la persona viva de Archimboldi apunta a la resolución del enigma del escritor del que, de alguna manera, se han apoderado y gracias al cual han podido existir como expertos itinerantes y omnipresentes en los rituales académicos; los desplazamientos, las hipótesis, las discusiones y los testigos que aportan datos fragmentarios a la composición de la figura ausente van marcando gradualmente el camino de otras indagaciones cuyo objeto ya no es externo sino interior. El paralelismo de dos prácticas: la de la escritura literaria y la de la escritura crítica académica, acaban operando una total escisión entre el conocimiento de la persona del autor (o el re-conocimiento, puesto que ya se lo conoce por medio de la lectura de sus libros) y el de su obra. Archimboldi existe en cuanto escritor que produce libros, pero no en tanto escritor que se identifique –se reconozca– como tal, puesto que no cumple los rituales sociales de su función ni porta la máscara del artista. El genial Archimboldi puede ser una invención de sus críticos, quienes después de haber recubierto su escritura con la propia, quieren reconocer en la persona al autor que ellos han concebido.

16La primera emergencia concreta del escritor alemán, la primera descripción de lo invisible proviene de la memoria del suavo, que acaba siendo, en la interpretación de Morini, «de forma espantosa, el doble de Archimboldi»:

  • 11 Bolaño, Roberto, 2666, op. cit., p. 59.

ambos jóvenes en los años del terror y la barbarie hitlerianos, ambos veteranos de la segunda guerra mundial, ambos escritores, ambos ciudadanos de un país en bancarrota, ambos dos pobres diablos a la deriva en el momento en que se encuentran y (a su manera espantosa) se reconocen11.

17Entre la invención de los críticos, impulsada a la vez por el espíritu deductivo y por la imaginación literaria, y una hipotética instancia de verdad, registrada por las memorias distantes de un testigo y un artículo que las relata, el poder de la ficción se impone como el único generador de realidad, y esa realidad es siempre doble, como las imágenes en los espejos o los negativos de las fotografías.

  • 12 Bolaño, Roberto, ibid, p. 145.

18Cuando se da, en la realidad del viaje a México, la posibilidad de cruzarse con el verdadero Archimboldi, aparentemente no se lo reconoce – no se llega a identificar al ser real con la producción ficticia –. Sin embargo, sí hallan las huellas de Hans Reiter, el verdadero Archimboldi, oculto detrás de la máscara del genio ausente; pero el reconocimiento no es posible, puesto que falta el conocimiento que permita la reduplicación de la experiencia12. La ausencia misteriosa de Archimboldi hace de él un cuerpo irreconocible, al tiempo que hace de sus textos el único cuerpo visible.

  • 13 Bolaño, Roberto, 2666, op. cit., p.167.

19En el transcurso del mismo tiempo y del mismo itinerario, los personajes comienzan a conocerse a sí mismos y a separar, respecto a los otros, la imagen construida y funcional al juego de las simulaciones sociales, de la persona que la sustenta. Morini llega a ser realmente Morini desde que Norton lo reconoce como aquel que mejor puede acogerla y protegerla, extrayéndolo de la sombra que lo ocultaba; en cuanto a Pelletier y Espinoza, pierden progresivamente la capacidad de reconocer los textos de Archimboldi, “que de pronto ya no entendían”. Contrariamente al funcionamiento habitual del procedimiento, no se pasa aquí de la ignorancia o el olvido al reconocimiento, sino del reconocimiento y la identificación al desconocimiento y la incomprensión. Si toda anagnórisis debe, en la peripecia clásica, reparar una pérdida y restituir una forma de armonía perdida, en el caso de los críticos hay un doble margen de imposibilidad: el que es y está (Hans Reiter) no aparece, el que estaba y era conocido – Archimboldi en el texto – se sustrae al pacto de lectura y se vuelve incomprensible. La hermandad adquirida por los dos especialistas en la lectura es sustituida por la de un discurso intimista que los aleja de la literatura y los acerca a sí mismos. Los sueños que los tres tienen antes de partir: Norton primero, sus dos amantes luego, son significativos de esa desorientación de los signos, de unas facultades que se repliegan y dejan de ser operativas, de la errancia del sentido que se esquiva y se disuelve, como se disolverá luego la realidad, en el momento de cruzar la frontera. En efecto, Pelletier sueña con una página ilegible y privada de sentido; Norton con un árbol que no encuentra un lugar donde arraigarse, y cuyas raíces muestran una amenazante semejanza con los cabellos de la Gorgona, es decir, de la Muerte; Espinoza se extravía en un laberinto de alfombras en el que pierde la voz y no puede decir lo que quiere decir. También Morini, en la visión de Norton algunas páginas antes, aparece como «alguien que quisiera decirle algo y en el último segundo prefiriera no hacerlo13.» La des-figuración o la disolución del rostro en la sombra parece ir a la par con la afasia, con la privación del lenguaje; y esa palabra que se quiere decir y no se puede decir viene a sumarse al clima de inminencia, a la amenaza ominosa que parece pesar sobre el mundo y que se derramará más tarde, gota a gota, en el interminable catálogo de las muertas sin nombre, vistas a la vez por el ojo del legista y por el ojo del novelista.

20Por otra parte, en la soledad y la resignación por las que habría optado al renunciar al viaje y antes del reencuentro con Norton, Morini parece también sufrir ese proceso de erosión del conocimiento que impide el reconocimiento, esta vez de su propia imagen:

  • 14 Bolaño, Roberto, 2666, op. cit., p. 145.

una humildad exquisita e incomprensible que lo hacía llorar sin que viniera a cuento y en donde su propia imagen, lo que Morini percibía de Morini, se iba diluyendo de forma gradual o incontenible, como un río que deja de ser río o como un árbol que se quema en el horizonte sin saber que se está quemando…14.

21Pérdida de la conciencia de sí, dilución de la propia imagen, fragmentación o desconocimiento, desidentificación: es también la experiencia de Norton cuando se mira, en sueños, en el doble espejo de una habitación :

  • 15 Bolaño, Roberto, ibid, pp.154-155.

De pronto Norton se dio cuenta de que la mujer reflejada en el espejo no era ella. […] Objetivamente, se dijo, es igual a mí y no tengo ninguna razón de pensar lo contrario. Soy yo. Pero luego se fijó en su cuello: una vena hinchada, como si estuviera a punto de reventar, lo recorría desde la oreja hasta perderse en el omóplato. Una vena que más que real parecía dibujada. Entonces Norton pensó: tengo que marcharme de aquí15.

  • 16 Bolaño, Roberto, ibid, p. 195.
  • 17 En el sueño de la piscina, antes de verse confrontado con el ser maligno que lo acecha, Morini « se (...)
  • 18 Cuando Espinoza visita la casa de Rebeca, en su primera aproximación a las zonas donde se cometen l (...)
  • 19 Bolaño, Roberto, 2666 , op. cit., p. 223, 345, etc.
  • 20 Ivonne Garond, Le visage brûlé, Bruges, www.medbc.com/meditline/review/brulures/vol_3/num_3/text/​v (...)

22En cada una de esas instancias de desrealización de la propia imagen, en ese borramiento incongruente del rostro o el en deshacerse de la trama de signos que permite situarse en el mundo, se sugiere la misma relación problemática consigo mismo y con el espacio: los esquemas lógicos son progresivamente impotentes, los sistemas de signos se desorganizan, todas las facetas del ser se suceden sin orden ni concierto, en una descomposición vertiginosa, y flota sobre tales instancias críticas una atmósfera amenazante, cuando no letal. Verse desaparecer o verse muerto, dejar de verse o verse otro, sentirse abandonado en el mundo y privado de la conciencia que lo sustenta: «como si yo fuera – dice Norton en su carta a Espinoza y Pelletier – un cuadro viviente (e inacabado) que de pronto se entera de la muerte de su pintor16», son experiencias que desencadenan en los críticos la proximidad con el desierto y la omnipresencia de la muerte en Santa Teresa, y que están diciendo no sólo el desplazamiento, sino una aguda sensación de inadecuación, de estar fuera de lugar, excentrados, salidos de sí, en un cierto estado de disponibilidad angustiosa. Recordemos por otro lado que la utilización frecuente del sueño para poner en escena estos procesos de desconocimiento o de reconocimiento introduce otro elemento de fractura en lo real, otra fisura por la que se cuela la «inquietante extrañeza» del mundo fronterizo. Y que, en el mismo movimiento, se establece la dinámica entre lo oculto y lo visible, lo inconsciente y lo consciente, el rostro como figuración del yo y reflejo de una identidad reconocible por el otro, o bien como máscara que instituye una construcción imaginaria, y cuya relación con la verdad del ser es inasible. Las imágenes del precipicio17, de la corriente subterránea18, de los pájaros negros19 – frecuentemente actualizadas en las densísimas tramas metafóricas hiladas por Bolaño – hacen eco a la vena hinchada en el cuello del doble virtual y profético de Norton en el espejo, y a las alusiones, veladas o no, a la Gorgona, cuyo monstruosidad petrifica y «suscita el espanto que se experimenta frente a lo que es informe y evoca la muerte o la alteridad20.» Todo concurre, así, a la desestabilización del mundo, cuya repentina precariedad funciona como un espejo mortífero que refleja el fin y propicia la emergencia del pensamiento mágico, la restitución del mito. No olvidemos, por otra parte, que las experiencias de no reconocimiento de sí en el espejo pertenecen también al espectro de ciertas patologías psicóticas e indican que la necesaria unidad entre el «yo» y el cuerpo no se ha cumplido o bien, como podría interpretarse en el contexto que comentamos, está deshaciéndose.

  • 21 Bolaño, Roberto, 2666, op. cit., p. 196.

23Espinoza, por su parte, se pierde en la mímesis de la vida local junto a la vendedora de artesanías, a cuyos ritmos se amolda, mientras su rostro, que se va recubriendo de máscaras ilusorias, abre la vía a las metamorfosis: «Cuando iba al baño y se miraba en un espejo, pensaba que sus facciones estaban cambiando. Parezco un señor, se decía a veces. Parezco más joven. Parezco otro21

  • 22 Bolaño, Roberto, 2666, ibid, p. 217.

24Notemos que entre las artesanías que vende Rebeca se hallan las alfombras que Espinoza compra, las mismas que ve en su sueño laberíntico, y que son, en otra de las tramas de imágenes tejidas por el narrador, comparadas con espejos: «una alfombra vapuleada y que en ocasiones poseía las virtudes de un espejo que nos reflejaba a todos boca abajo22.» Si bien esta cita forma parte de otra red de significación y está incluida en el relato de las relaciones de Lola, la ex mujer de Amalfitano, con el poeta homosexual, no olvidemos que tales configuraciones adquieren en la obra de Bolaño una autonomía particular y se integran en otro texto, un texto poético y profético que impregna la totalidad de las peripecias narradas, como una atmósfera simbólica. Si en esa supra-red de significación las alfombras son términos de comparación de los espejos, el laberinto de alfombras del sueño puede ser leído como un laberinto de espejos que proyecta infinitas imágenes diversas e invertidas de sí, desterritorializaciones del yo. Como en el sueño de Norton, se dibujaría así el vértigo de la razón perdida o de la locura que acecha cuando el yo se des-conoce.

  • 23 Bolaño, Roberto, 2666, op. cit., p. 207.

25Casi todos los críticos, entonces, sufren mutaciones reales o imaginadas y se desfiguran o re-figuran en la vecindad de la frontera y bajo la sombra de los crímenes. Sólo Pelletier se sustrae a ese proceso de transformación, quizás porque decide encerrarse en la lectura y en el insomnio. En vez de buscar a Archimboldi en las calles o los hoteles de Santa Teresa, vuelve a buscarlo en sus libros, leídos una y otra vez. Mientras Espinoza da vueltas en la ciudad él da la vuelta a la escritura archimboldiana, y en su circuito cerrado de textos acaba hallando otra forma de clarividencia distinta de la de aquél que, como Espinoza, ha llegado cerca de los cuerpos escamoteados de las víctimas del femicidio. Pelletier reconoce la presencia de Archimboldi en los parajes, pero al mismo tiempo renuncia a verlo: «Créeme –dijo Pelletier con una voz muy suave, como la brisa que soplaba en ese instante y que impregnaba todo con un aroma de flores – sé que Archimboldi está aquí. […] Archimboldi está aquí –dijo Pelletier – y nosotros estamos aquí, y esto es lo más cerca que jamás estaremos de él23

26La dialéctica entre reconocimiento y des-conocimiento que venimos apuntando se prolonga en los otros libros de la obra, aunque sus matices van modulándose a medida que se actualiza en una u otra instancia narrativa. Si en «La parte de los críticos» se trata sobre todo de ver/no ver/verse/reconocerse o deshacerse, si el objeto deseado y buscado se hace presente pero sin materializarse y el contacto es imposible; si gracias a la travesía por el infierno de Santa Teresa algunos de los personajes llegan a reconocer al otro y a re-figurarse a sí mismos después del espanto de perder sus propios rostros; y si luego de extraviar la comprensión del texto es el texto el que ayuda a descifrar la verdad de la no identificación entre el autor y la escritura y, con ello, de la autonomía de la creación y el carácter ficticio de la crítica, podemos quizás decir, simplificando al extremo, que la frontera de la reflexión sugerida en esta primera parte se sitúa entre la literatura y la locura. Lalo Cura.

De la memoria y las profecías

  • 24 Bolaño, Roberto, 2666 op. cit., p.225.
  • 25 Bolaño, Roberto, 2666, ibid, p. 230.
  • 26 Bolaño, Roberto, 2666, ibid, p.231.

27«La parte de Amalfitano» es a nuestro parecer uno de los libros más interesantes y más complejos de la obra. Sólo trataremos de seguir la indagación ya comenzada y de manera forzosamente esquemática, pero la multiplicidad de pistas que se perciben en esta segunda parte prometen un terreno fértil de exploración por mucho tiempo. La sección dedicada a Amalfitano, personaje que ya se nos ha hecho familiar en el libro precedente, comienza también por una representación mítica de la literatura, considerada transcendente y ligada con la figura del poeta homosexual. Si en el primer libro la reflexión giraba en gran parte en torno a los avatares de la crítica y de los críticos, a sus relaciones con la obra por un lado y con el mundo por otro, lo que remitía por transitividad al autor y a sí mismo en tanto que lector, en el segundo se trata de poner en escena a los lectores y a una cierta forma ritual de lectura. Todo el sistema de figuración utilizado remite a esquemas religiosos, en los que los lectores son fieles, suplicantes o adoradores, y donde se pone en juego otra vez la sexualidad, siempre de manera transgresiva, haciendo particular hincapié en los pactos de uso de los cuerpos, el extravío de los sentidos y la disolución de las categorías, como vías de acceso a alguna forma de redención. El poeta como «centro gravitacional caótico» sería el mesías encargado de introducir el «desorden verbal24» que puede hacer estallar el mundo. Lola, la ex esposa de Amalfitano, cae bajo la seducción del poeta, al que a su vez quiere redimir de su soledad y de su homosexualidad. Más allá del tono paródico de gran parte del episodio, lo que nos interesa una vez más son las sucesivas instancias de reconocimiento y des-conocimiento que se manifiestan en esta secuencia: el poeta es reconocido por todos como una imagen sacralizada – construida, por otra parte, por sus lectores como antes la de Archimboldi por sus críticos – pero él desconoce a Lola a pesar de haber hecho el amor con ella, es decir, la despoja de un conocimiento ya adquirido, la olvida o la borra del registro de su experiencia. También Lola, como los críticos a la búsqueda del escritor alemán, inicia un camino de errancia – que Amalfitano reconstruirá gracias al relato de las cartas que ella le envía – que la lleva del intento frustrado de penetrar en la locura del poeta a la propia marginación y decadencia. Tanto el poeta en el manicomio como Lola del otro lado de las rejas que le impiden la entrada emiten señales, la una «trazando dibujos extraños en el aire aún frío, procurando que sus señales adquirieran la perentoriedad de un rayo láser25»; el otro moviendo «los dedos, cada dedo, como si éstos fueran una bandera en llamas, la bandera de los que nunca se rinden26», empeñados en un vano combate por la reivindicación del signo, que ya no significa, en la medida en que quienes debieran reconocerlo como un lenguaje no lo perciben. Poco a poco Lola abandona la ilusión de ser integrada en el universo cognoscitivo del poeta loco, y acepta la incomprensión y la no existencia que de ella deriva como una fatalidad :

  • 27 Bolaño, Roberto, 2666, op. cit., p. 232.

Ya no iba a diario a Mondragón, sino una vez cada tres días, y se asomaba a la reja sin esperanza ninguna de ver al poeta sino, a lo sumo, alguna señal que de antemano sabía que no iba a comprender nunca o que comprendería pasados muchos años cuando todo aquello careciera de importancia27.

  • 28 Bolaño, Roberto, 2666, ibid, p. 238.

28De las novelas de Archimboldi, pasando por los poemas desquiciados del poeta loco y hasta las señales escritas en el aire para interlocutores que nunca las perciben, persiste sin embargo, a pesar de la progresiva ilegibilidad, una especie de fe en el carácter profético del lenguaje. La reaparición de Lola, siete años después, inaugura un episodio propiamente melodramático, no sólo por la enfermedad que la aqueja y su estado de indefensión, sino y sobre todo porque se entrecruzan las cuestiones de reconocimiento y filiación: Lola tiene ahora otro hijo y parecía haber borrado de su vida a Rosa, la hija de Amalfitano. Pero vuelve para verla por última vez, en el umbral de la muerte, y de alguna manera repara su desconocimiento previo y restaura fugazmente una relación suspendida: las señales tanto tiempo canceladas se hacen actos. Cuando finalmente Lola se va de San Cugat, invencible en su extrema fragilidad, «sin miedo, caminando sin miedo por la orilla del camino28», tenemos la impresión de que su figura radicalmente marginal alcanza la dimensión heroica de la mujer resistente, más allá de los crímenes que la circundan y de las negaciones de las que ha sido objeto. Su afirmación absoluta de la libertad, más allá de todo límite, y la escritura autobiográfica de sus cartas instauran en el texto el reclamo de una memoria que no debe perderse, y que podríamos relacionar con un objeto símbolo que se sitúa en el centro de la trama metafórica del relato: el libro olvidado, perdido y recuperado de Rafael Dieste, libro a la vez incongruente y necesario, que Amalfitano colgará en los cordeles de secar la ropa, y cuyas páginas serán en lo sucesivo leídas por el viento que las vuelva. Intervención del libro en el mundo, punto de referencia sugerido por Duchamp :

  • 29 Bolaño, Roberto, 2666, ibid, p.246.

Se trataba de unas instrucciones para colgar un tratado de geometría de la ventana de su apartamento y fijarlo con cordel, para que el viento pudiera “hojear el libro, escoger los problemas, pasar las páginas y arrancarlas29.

29el Testamento geométrico es el polo negativo de la sacralización de la literatura, ya que somete la letra a los avatares de la intemperie y pone a prueba toda pretensión de eternidad, pero al mismo tiempo sugiere la posibilidad de un diálogo entre ambos, una forma de fusión cósmica y transubstancial que iría escribiendo en el texto las huellas del aire y de la lluvia. Como si, expuesto a las inclemencias, pudiese reunir en sí la escritura humana y la escritura de Dios, y ser a la vez escrito y leído por el ineludible viento de la desgracia que sopla junto a los cadáveres y desentierra a las muchachas desaparecidas.

  • 30 Bolaño, Roberto, 2666, op. cit., p. 260.

A esa misma hora la policía de Santa Teresa encontró el cadáver de otra adolescente, semienterrada en un lote baldío de un arrabal en la ciudad, y un viento fuerte; que venía del Oeste, se fue a estrellar contra la falda de las montañas del este, levantando polvo y hojas de periódico y cartones tirados en la calle a su paso por Santa Teresa y moviendo la ropa que Rosa había colgado en el jardín trasero, como si el viento, ese viento joven y enérgico y de tan corta vida, se probara las camisas y los pantalones de Amalfitano y se metiera dentro de las bragas de su hija, leyera algunas páginas del Testamento geométrico a ver si por allí había algo que pudiera ser de utilidad, algo que le explicara el paisaje tan curioso de calles y casas a través de las cuales estaba galopando o que lo explicara a él mismo como viento30.

30Cifra del universo, Aleph del desierto, el libro es la caja de resonancia en la cual convergen todas las tramas de lo real y todos los instantes del tiempo, con la perfecta simultaneidad de las pesadillas, y que sin embargo garantiza con su balanceo la persistencia de la vida y de las voces, incluso las de la memoria. Totalidad protectora y mínima, el Testamento parece preservar milagrosamente de la destrucción programada de la locura :

  • 31 Bolaño, Roberto, 2666, ibid, p. 265.

Cuando llegaron a casa ya no había luz pero la sombra del libro de Dieste que colgaba del tendedero era más clara, más fija, más razonable, pensó Amalfitano, que todo lo que había visto en el extrarradio de Santa Teresa y en la misma ciudad, imágenes sin asidero, imágenes que contenían en sí toda la orfandad del mundo, fragmentos, fragmentos31.

  • 32 Bolaño, Roberto, 2666, ibid, p. 252.

31Por otra parte, la irrupción del libro como objeto simbólico suscita una relectura de las formas y de los textos, una recomposición de la tradición filosófica, crítica y literaria, de la que surgen entrecruzamientos inéditos y tramas sorprendentes que prolongan y renuevan los juegos de la lectura y de la escritura. Agónica y lúdica, la imagen del libro colgado – ¿condenado? – y sin embargo incólume («la encuadernación resistía inconmovible los embates de la naturaleza32») vela por Amalfitano, ritma sus días y sus noches, alerta cuando el peligro se cierne sobre Rosa :

  • 33 Bolaño, Roberto, 2666, ibid, p. 255.

El Testamento geométrico se movía imperceptiblemente. De pronto, dejó de moverse. Los pájaros que cantaban en los jardines vecinos se callaron. Todo quedó por un instante en completo silencio. Amalfitano creyó oír el ruido de la puerta de la calle y los pasos de su hija que se alejaban. Después oyó el motor de un coche que se alejaba.33

32y está presente en cada alternativa dramática del relato, como un objeto fetiche del que irradia un sentido misterioso y potente. Anomalía manifiesta, el libro no sólo resiste, sino que genera una suerte de normalidad tranquilizadora, aunque sin dejar por ello de advertir sobre la cercanía del mal. En ese sentido, el libro colgado forma una extraña alianza con la voz fantasmal del abuelo – o el espíritu del padre, o, por qué no, la voz de su propia conciencia externalizada –, que visita a Amalfitano por las noches. Entre los tres se forma un triángulo simbólico que representa simultáneamente el pasado, el presente y el futuro: el pasado por las restituciones de la memoria que tanto el relato del abuelo como las varias capas superpuestas de la historia del libro introducen en el texto; el presente en la medida en que tanto el libro como las instrucciones prácticas del abuelo tienden a constituirse en puntos de referencia estables, a ordenar las relaciones con el mundo y conjurar la angustia creciente producida por las amenazas circundantes; el futuro por las exhortaciones, mudas en el caso del libro, explícitas en el caso del abuelo, a salvar a Rosa del desastre :

  • 34 Bolaño, Roberto, 2666, op. cit., p. 269; el subrayado es nuestro.

La voz dijo: cuidado, pero lo dijo como si se encontrara muy lejos, en el fondo de un barranco en donde asomaban trozos de piedras volcánicas, riolitas, andesitas, vetas de plata y vetas de oro, charcos petrificados cubiertos de minúsculos jebecillos, mientras en el cielo morado como la piel de una india muerta a palos sobrevolaban ratoneros de cola roja34.

  • 35 Bolaño, Roberto, 2666, ibid, p. 268.
  • 36 Bolaño, Roberto, 2666, ibid, p. 277.

33El «virus» del crimen ronda, y la conversación con el fantasma del ancestro al que Amalfitano se ve obligado a reconocer como formando parte de su propia historia funciona como una prolongación del espacio que la visita de Lola abre a la reflexión sobre la filiación y la responsabilidad con respecto a los hijos. Si Lola había vuelto para despedirse de Rosa y así devolverle una filiación perdida, el abuelo vuelve para asegurar la continuidad biológica de Rosa y por lo tanto del linaje familiar, para designar el peligro al que está expuesta y obligar a Amalfitano a reconocerlo a través de una pregunta lancinante: «Y también has pensado en tu hija, dijo la voz, y en los asesinatos que se cometen a diario en esta ciudad […]35». Si la conjunción de tales figuras va construyendo una novela familiar en búsqueda de un difícil equilibrio y restituyendo los lugares simbólicos de la filiación, la historia del libro de Lonko Kilapán «O’Higgins es araucano. 17 pruebas tomadas de la historia secreta de la Araucania» da vuelta ese esquema y construye la novela del desconocimiento y la bastardía: «Ahí está la historia cotidiana de Chile, la historia particular, la historia puertas adentro. Describir con lástima al padre de la Patria por su bastardía36

  • 37 Agamben, Giorgio, citado por Silvina Friera, “La indagación siempre es más importante que la respue (...)

34El pecado original de América, la violación de sus mujeres, es así evocado por la intermediación de un libro delirante que atribuye a las araucanas facultades telepáticas, es decir, un lenguaje que prescinde de la letra, la palabra y las señas, instancias todas cuya eventual impotencia ya ha sido representada; lenguaje que nunca llegó a descubrirse – es decir, a reconocerse – y gracias al cual la madre de Bolívar habría podido lograr extraerlo de la bastardía y ponerlo en el camino de la gloria. La coincidencia entre los nombres de la supuesta madre de Bolívar y la madre de Amalfitano acaba de anudar ambas historias, y al mismo tiempo hace resonar con mayor fuerza la fatalidad histórica que acecha a un linaje de mujeres violadas, ya sea en el pasado de las indias o en el presente de las obreras de las maquiladoras. Malinches cuyo nombre ha borrado la Historia, jovencitas a quienes los asesinos han des-figurado hasta dejarla irreconocibles, fantasmas que merodean por las noches y se cruzan en las pesadillas o las memorias: figuras que anuncian el pozo sin fondo del libro cuarto, «La parte de los crímenes», y anticipan la interminable historia de violaciones de las antepasadas de Lalo Cura, generación tras generación, atropello tras atropello. Como si todas las violadas de la Historia fueran constituyendo el coro trágico que lamentará las innobles violaciones de Santa Teresa, acompañadas por las voces que describirán, sin afecto ni escrúpulo, los residuos de cuerpos que pueblan el desierto. Las voces del legista, la vidente, los policías y el narrador, aunadas en la tarea de restaurar las historias denegadas, restituir la sustancia desechada, transformar el horror en palabras para poder pensarlo, aunque en el fondo intuyan que, como dice Giorgio Agamben, «Lo indecible está custodiado por el lenguaje mucho más celosamente de lo que podría estarlo por el silencio37

  • 38 Nos referimos, por supuesto, al escritor Fernando Vallejo, que utiliza a menudo las mismas palabras (...)
  • 39 Bolaño, Roberto 2666, op. cit., p. 288.

35Ya antes de entrar en el libro cuarto, la cuestión de la posibilidad o imposibilidad de la escritura para decir lo indecible se va infiltrando en la trama novelesca, a través de una proliferación de figuras oblicuas o de fracasos explícitos, y en ese titánico intento por decir lo que hay que decir, que es lo que irremediablemente está ocurriendo, hay una voz que la redime. El más desencantado y cínico de todos, Marco Antonio Guerra, el mismo que atestigua, con acentos vallejianos38, de la pérdida de toda esperanza: «Los mexicanos estamos podridos, ¿lo sabía? Todos. Aquí no se salva nadie39 », es el mismo que afirma, con una suerte de fe que no está tan lejos de la de los admiradores del poeta homosexual – de la del mismo Bolaño –:

  • 40 Bolaño, Roberto 2666, ibid, p. 289.

Sólo la poesía no está contaminada, sólo la poesía está fuera del negocio. No sé si me entiende, maestro. Sólo la poesía, y no toda, eso que quede claro, es alimento sano y no mierda40.

Top of page

Notes

1 La continuación de este artículo será publicada en el próximo número de Amerika (ndr).

2 Bolaño, Roberto, 2666, 2 Barcelona, Ed. Anagrama, 2004, p. 289-290.

3 Referencia al concepto hegeliano enunciada por Barbero, Jesús Martín, “Narraciones sociales y mediación intercultural. El trabajo intermediador de Hermann Herlinghaus” Universidad Central de Colombia, Revista Nómadas, ISSN-e 0121-7550, nº. 20, 2004.

4 Jesús Martín Barbero, , “Laberintos narrativos de la contemporaneidad », en: H Jáuregui, Carlos A y Dabove, Juan Pablo editores, Heterotropías. Narrativas de identidad y alteridad latinoamericana, Universidad de Pittsburg, Instituto Internacional de Literatura Iberoamericana, 2003, p. 448.

5 Herlinghaus, Hermann, “Imaginación melodramática, narración anacrónica e identidades diferentes aporías y nuevas expectativas del debate cultural latinoamericano”, en: Carlos A. Jáuregui y Juan Pablo Dabove editores, Heterotropías. Narrativas de identidad y alteridad latinoamericana, Universidad de Pittsburg, Instituto Internacional de Literatura Iberoamericana, 2003, p. 467.

6 El conjunto de estas acepciones proviene del Trésor de la Langue française, atilf.atilf.fr/tlf.htm

7 Herlinghaus, Hermann, “Imaginación melodramática, narración anacrónica e identidades diferentes : aporías y nuevas expectativas del debate cultural latinoamericano”, op. cit., p. 471.

8 Judith Butler, Ce qui fait une vie. Essaie sur la violence, la guerre et le deuil, Paris, Ed. La Découverte/Zones, 2010, p. 7.

9 Judith Butler, Ce qui fait une vie. Essaie sur la violence, la guerre et le deuil, op. cit., p.12.

10 Judith Butler, ibid, p. 13.

11 Bolaño, Roberto, 2666, op. cit., p. 59.

12 Bolaño, Roberto, ibid, p. 145.

13 Bolaño, Roberto, 2666, op. cit., p.167.

14 Bolaño, Roberto, 2666, op. cit., p. 145.

15 Bolaño, Roberto, ibid, pp.154-155.

16 Bolaño, Roberto, ibid, p. 195.

17 En el sueño de la piscina, antes de verse confrontado con el ser maligno que lo acecha, Morini « se dio cuenta que la piscina se había vaciado y que su profundidad era enorme, como si a sus pies se abriera un precipicio de baldosas negras enmohecidas por el agua.” (Roberto Bolaño, 2666, op. cit., p. 69)

18 Cuando Espinoza visita la casa de Rebeca, en su primera aproximación a las zonas donde se cometen los crímenes de mujeres, el narrador acota : « La casa era de madera y al caminar los tablones del suelo emitían un sonido a cosa hueca como si debajo corriera un desagüe o hubiera un cuarto secreto.” (Roberto Bolaño, 2666, op. cit., p.193.)

19 Bolaño, Roberto, 2666 , op. cit., p. 223, 345, etc.

20 Ivonne Garond, Le visage brûlé, Bruges, www.medbc.com/meditline/review/brulures/vol_3/num_3/text/​vol3n3p140.asp. La traducción es nuestra. Consultado el 03/01/17.

21 Bolaño, Roberto, 2666, op. cit., p. 196.

22 Bolaño, Roberto, 2666, ibid, p. 217.

23 Bolaño, Roberto, 2666, op. cit., p. 207.

24 Bolaño, Roberto, 2666 op. cit., p.225.

25 Bolaño, Roberto, 2666, ibid, p. 230.

26 Bolaño, Roberto, 2666, ibid, p.231.

27 Bolaño, Roberto, 2666, op. cit., p. 232.

28 Bolaño, Roberto, 2666, ibid, p. 238.

29 Bolaño, Roberto, 2666, ibid, p.246.

30 Bolaño, Roberto, 2666, op. cit., p. 260.

31 Bolaño, Roberto, 2666, ibid, p. 265.

32 Bolaño, Roberto, 2666, ibid, p. 252.

33 Bolaño, Roberto, 2666, ibid, p. 255.

34 Bolaño, Roberto, 2666, op. cit., p. 269; el subrayado es nuestro.

35 Bolaño, Roberto, 2666, ibid, p. 268.

36 Bolaño, Roberto, 2666, ibid, p. 277.

37 Agamben, Giorgio, citado por Silvina Friera, “La indagación siempre es más importante que la respuesta”, en Página 12, 2 de agosto de 2010.

38 Nos referimos, por supuesto, al escritor Fernando Vallejo, que utiliza a menudo las mismas palabras para hablar de su país, Colombia.

39 Bolaño, Roberto 2666, op. cit., p. 288.

40 Bolaño, Roberto 2666, ibid, p. 289.

Top of page

References

Electronic reference

María A. Semilla Durán, Drama del reconocimiento, vidas precarias y filiaciones en 2666, de Roberto Bolaño. Otra vuelta de tuerca del imaginario melodramático latinoamericano (primera parte) Amerika [Online], 18 | 2018, Online since 28 June 2018, connection on 03 December 2024. URL: http://0-journals-openedition-org.catalogue.libraries.london.ac.uk/amerika/10256; DOI: https://0-doi-org.catalogue.libraries.london.ac.uk/10.4000/amerika.10256

Top of page

Copyright

CC-BY-SA-4.0

The text only may be used under licence CC BY-SA 4.0. All other elements (illustrations, imported files) are “All rights reserved”, unless otherwise stated.

Top of page
Search OpenEdition Search

You will be redirected to OpenEdition Search